El pueblo y el tío

Mi amiga me invita a pasar un fin de semana a su pueblo, con la buena suerte que también conozco a su tío.

Había terminado los exámenes, y mi amiga me había invitado a pasar el fin de semana a su pueblo. Como eran las fiestas de la comunidad nos tocaba trabajar de camareras sirviendo cubatas, y aunque no cobrábamos mucho teníamos todo el alcohol que deseáramos a nuestra disposición.

Como el pueblo estaba lejos y ninguna de las dos tenía carnet de conducir nos llevó su tío, que también aprovecharía para pasar el fin de semana. El tío de Lucía, mi amiga, era un hombre mayor, de unos cuarenta y tantos años, alto y grande, con una barba poblada y un rollo motero con tatuajes y cazadora de cuero que me gustó nada más verlo. A pesar de su aspecto era un hombre amable y bastante callado que nos preparó la cena y nos dijo que nos lo pasáramos bien aunque sin beber mucho. Resultó bastante enternecedor.

Eran las once de la noche y empezamos a trabajar. No había mucha gente, pero un chico del pueblo había traído a una banda de amigos y Lucía y yo disfrutamos ligando un rato sin intención de nada. Eran bastante agradables y hubo uno que me llamó especialmente la atención. Debió de ser recíproco porque cuando salí a descansar un rato se acercó, me cogió de la mano y nos apartó de todo el mundo. Una vez lejos de la mirada de todo el mundo comenzó a besarme. Iba un poco achispadilla y le contesté con ganas, pero en el momento en el que intentó meter la mano en mis pantalones le desalenté. No pareció molestarle mucho y continuamos así un rato. Era un chico agradable, dos años mayor que yo, atractivo pero sin mucho más.

Al cabo de un tiempo volvimos a la plaza del pueblo, donde estaban todos, y donde también estaba el tío de mi amiga, que al vernos frunció el ceño, o eso me pareció a mí. Mi amiga, que estaba prácticamente casada con su novio de toda la vida, se rio al vernos. Yo también me reí sin darle mayor importancia, la cogí de la mano y nos pusimos a bailar. Al cabo de dos horas decidimos volver a casa y nos acompañó su tío. Por el camino mi amiga llamó a su novio y nos quedamos Isaac (su tío) y yo.

-          Te aconsejo que no te enamores mucho del chico ese. –me comentó de repente sin que yo le hubiese pedido ninguna opinión- En mi juventud los llamábamos “amores de la sierra” que solo buscan disfrutar una noche y al día siguiente si te he visto no me acuerdo.

Me reí interiormente al pensar que pudiera creerme tan inocente.

-          Sé lo que buscaba –le contesté un poco seca- no hace falta que me avise usted de nada, conozco perfectamente a los chicos de mi generación.

-          ¿Qué tan viejo te parezco que me tienes que llamar de usted?

-          ¿Qué cómo quiere que le trate?

-          Ay niña, si tú supieras…

En ese momento apareció mi amiga y llegamos hasta la casa. Lucía entró primero, y en ese momento Isaac aprovechó para encerrarme entre sus brazos y pegarme contra la pared de la casa. Iba un poco tocada por el alcohol y sonreí ante la situación.

-          ¿Qué está haciendo?

-          Ay niña, es que me voy a morir si no hago esto.

En ese momento inclinó su cabeza y me besó, pero no fue un beso dulce y delicado. Acopló su boca a la mía con dureza, me bajó la barbilla con su dedo y aprovechó para meterme la lengua hasta llegar a todos los rincones de mi boca. Pegó su cuerpo al mío y pude notar una enorme erección pegada al lugar en el que se unía mis muslos. Me cogió de las piernas y se posicionó entre ellas y rozo mi punto más vulnerable con sus vaqueros. De no tener la ropa por en medio estaría dentro de mí, y entre ese pensamiento y la fricción enloquecedora me estaba volviendo loca. Estaba a punto de tener un orgasmo en ese mismo momento cuando decidió parar.

-          No soy un viejo verde –parecía que se estaba autoconvenciendo- no sé qué estoy haciendo. Perdóname.

Y dicho esto entró en la casa, dejándome más caliente que en toda mi vida, y con un vacío que necesitaba un requerimiento inmediato. Subí a mi habitación a ponerme el pijama, y me fui directa al baño para lavarme los dientes y masturbarme, pues llevaba un calentón tal que si alguien me hubiese rozado habría entrado en combustión espontánea. Entré en el baño sin llamar, pues Lucía tenía otro al lado de su habitación, y pensaba que a su tío le ocurría lo mismo. Nada más entrar lo vi de pie ante el lavabo, sin camiseta, mojándose la cara y con unos calzoncillos que no dejaban nada a la imaginación.

Lo que antes había sentido pegado a mí, ahora lo podía ver en toda su gloria, grande, duro, incluso se podía percibir como el líquido preseminal había manchado un poco la tela del calzoncillo.

-          ¿Qué haces aquí? ¿Acaso me quieres matar? –comentó un poco desesperado, pues yo llevaba un pijama de tirantes y un pantaloncito que cubría estrictamente lo necesario.

La mirada que le echó a mis piernas solo hizo que me calentara más, lo que ya era difícil, y en ese momento tomé una decisión.

-          No creo que seas un viejo verde –comenté seductora mientras me acercaba lentamente a él- pienso que tienes la polla –mientras decía esto le toqué el miembro por encima del calzoncillo - más grande y más dura que he visto jamás. Y que desde que la he sentido hace un rato solo puedo pensar en tenerla dentro de mí, en sentir como me empala hasta el fondo.

-          Chiquilla, te la estás jugando. –dijo ya sonriendo.

En ese momento su mano se metió por debajo de mi pantaloncito. Era la segunda vez en la noche que alguien lo intentaba, pero esta vez, en vez de negarme, aparté mis piernas y le dejé que tocara todo lo que quería tocar.

-          Estás mojadísima niña –dijo suavemente en mi oído.

-          Tú me has puesto así –contesté entre gemidos, pues Isaac había aprovechado para meter dos dedos profundamente en mi vagina y había comenzado un lento y suave mete-saca.

-          Escúchame bien, ahora te vas a correr, y te vas a correr tan fuerte que me vas a impregnar la mano de tus jugos. Después te voy a coger en brazos y te voy a apoyar contra la pared y me voy a meter profundamente en ti. ¿Está claro?

Sus palabras solo hicieron que mojarme más, y gemí en voz alta. Aprovechó ese momento para rozar mi clítoris, lo que solo me llevó un poco más cerca del orgasmo pero sin alcanzarlo. Me quejé y moví mis caderas instándole a que apretara más fuerte.

-          ¿Qué pasa chiquilla, quieres esto?

Y en ese momento pellizcó mi clítoris con fuerza y me corrí. Me corrí tanto que mojé su mano, como él me había ordenado. Mientras yo respiraba entrecortadamente aun reponiéndome de lo que acababa de vivir él se bajó el calzoncillo dejando su larguísima verga a la vista. Jamás había visto un miembro así, tan largo, tan ancho, con la cabeza tan roja y surcado de profundas venas. A pesar de que me moría porque me follase, me sentí tan tentada a probarlo, que me arrodillé en medio del baño y cogí su polla entre mis manos.

Él gimió muy alto, por lo que supe que contaba con su beneplácito y suavemente deslicé mi lengua por encima de su glande, recogiendo al paso gotas de líquido preseminal. Lamí todo su largo tallo, y acaricié sus testículos.

-          No me tortures chiquilla –dijo con voz ahogada, y posicionó sus manos alrededor de mi cabeza y guió su enorme falo al interior de mi boca.

Intenté tomarlo entero, pero era imposible, así que la parte a la que no llegaba la cubrí con mi mano. Él lanzó una especie de grito ahogado y mientras sostenía mi pelo rizado entre sus manos empezó un suave movimiento de vaivén en el interior de mi boca. Su glande me tocaba la garganta, pero en vez de darme arcadas provocaba que mis pezones se erizasen y mi vagina se encharcara. No me hubiese sorprendido haber mojado el suelo del baño.

Poco a poco aceleró el ritmo, mientras yo, además de tomarle profundamente le daba golpecitos con la lengua que el agradecía con gruñidos. Cuando parecía estar casi a punto me levantó la cabeza para que le mirara fijamente a los ojos y me dijo lentamente.

-          Me voy a correr en tu garganta tan profundo que me vas a saborear los próximos dos días.

En vez de asustarme esa frase me hizo gemir, y lo tomé más profundo en mi boca. Ante esto Isaac ya no pudo aguantar más y comenzó a descargar semen en mi garganta. El hombre debía de haber tenido una temporada de sequía, pues eyaculó lo que a mí me parecieron litros de producto seminal, pero que yo fui incapaz de desperdiciar y saboreé y tragué con fruición.

-          Dios nena, ha sido la mejor mamada de mi vida –dijo cuándo sus respiraciones se calmaron.

Yo le miré satisfecha por debajo de mis pestañas, me levanté y en ese momento fijó su vista en mi pantalón, que mostraba una mancha de humedad en la entrepierna.

-          Vaya, parece que no soy el único que está caliente.

Y para mi sorpresa vi como su miembro volvía a levantarse, orgulloso.

Riéndose me cogió de la mano y me llevó a lo que supongo era su habitación y me depositó sobre la cama suavemente, aunque nada más dejarme me cogió de los pantaloncitos y con fuerza tiró de ellos dejándome con el tanga mojado que enseñaba todo mi pubis depilado a la perfección.

-          Vaya, vaya, vaya… si esto parece el Ebro –murmuró con una sonrisita, y sin que yo casi me diera cuenta, apartó mi tanga a un lado y puso su boca en mi coño y comenzó a chupar.

Su lengua se incursionó en mi vagina, y sus dedos cogieron mi clítoris y comenzaron a darle vueltas. Yo levanté las caderas para aproximarme a sus mimos que tanto gozo me estaban dando. Su boca subió y se posicionó en mi clítoris, el cual empezó a exprimir con fuerza mientras sus dos dedos se incursionaban en mi vagina. Estaba a punto de correrme de nuevo cuando se levantó y de un golpe introdujo todo su miembro en mi interior.

Hacía un año que no mantenía relaciones, y a pesar de estar muy lubricada aún me dolió un poco, de lo grande y ancho que era.

-          Dios chiquilla- exclamó él- que estrecha eres, es una delicia.

Los dos necesitábamos acabar rápido y comenzó a moverse muy rápido. Su glande tocaba mi cérvix y yo ya no podía más. De repente, noté como algo explotaba dentro de mí y me corrí más fuerte que en toda mi vida.

El notar mis contracciones alrededor de su polla le llevó a él a correrse con fuerza. Por suerte tomaba la píldora y no había que preocuparse por ningún embarazo indeseado.

Acabamos los dos sudados, respirando con fuerza, pero sonriéndonos mientras nos mirábamos a los ojos.

-          Esto hay que repetirlo –dije yo.

-          Ni lo dudes niña.

Fin

Espero que os haya gustado:)