El Pub de siempre, una tarde como ninguna otra
Sofía y yo, Luis, salimos a tomar unas copas una tarde de miércoles e intimamos con nuestra camarera.
Era una tarde de miércoles como otra cualquiera. Debido al trabajo de Sofía rara vez podemos salir de noche a tomar unas copas, ya que, por lo general, sale bastante tarde del restaurante en el que trabaja. Por este motivo decidimos trasladar nuestro horario de diversión a las tardes, por su puesto entre semana, ya que los fines de semana también trabaja.
Como iba diciendo, era una tarde de un miércoles cualquiera. Habíamos decidido comer fuera y luego tomar unas copas. Sofía se vistió con una blusa burdeos que le quedaba de escándalo y con su falda favorita, una faldita muy corta y negra como el carbón. Yo, en cambio, llevaba mis viejos vaqueros de siempre, acompañados de una camisa blanca que sabía volvía loca a Sofía.
Estuvimos tapeando en la zona centro de la ciudad, la zona en la que mejor se tapea. Ésta consiste en un intrincado entramado de callejuelas cercanas a la catedral. La zona siempre está abarrotada los fines de semana pero, al ser miércoles, en los bares se podía entrar con facilidad sin tener que enfrentarse al bullicio habitual.
Fue Sofía la que eligió el lugar, éste se encontraba al final de una de las callejuelas sin salida, una tasca que había permanecido inmutable durante años. Entramos al lugar y Sofía se dirigió a una mesa alta situada al fondo del local, justo frente a la puerta. Rodeó la mesa y, sin dudarlo un instante, se subió a un taburete alto abriendo sus piernas, que miraban directamente hacia la puerta. Fue en ese momento cuando me percaté de que había “olvidado” su ropa interior.
Con una carcajada que no pudo contener me miró sonriendo y dijo –Luis, ¿te pasa algo? –. Con un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo la miré a los ojos y respondí –No, nada. Es sólo que no esperaba esta sorpresa –. Y los dos nos echamos a reír.
Miramos a nuestro alrededor y vimos cómo nuestras risas habían llamado la atención de algunas de las personas del local, en especial dos chicos de unos 30 años que bebían cerveza en la barra y una chica pelirroja de unos 22 que momentos antes del espectáculo charlaba con su novio en una mesa alta situada junto a la puerta del local. Aunque varias personas se habían vuelto para averiguar el origen de las risas, eran ellos tres los que tenían su vista perdida en el punto donde las piernas de Sofía daban paso a una zona más privada de su cuerpo.
Fue fabuloso ver el efecto que tuvo Sofía en estas tres personas. Los dos chicos se quedaron como petrificados sin saber si lo que estaban viendo era cierto o no, en cuanto a la chica, se quedó ensimismada, dejando a su novio hablando sólo durante unos instantes. En ese momento yo me desplacé justo en frente de Sofía, impidiendo que todos tuvieran libre acceso a sus encantos, de esta forma sería ella la que controlaría quién podría echar un vistazo y quién no. Esto rompió el hechizo, los chicos volvieron a su cerveza mientras comentaban lo que habían visto y la chica quedó turbada, haciendo como que escuchaba a su novio y sin decirle nada sobre lo que había visto, pero claramente estaba con la cabeza en otra parte.
El rato de la comida pasó con cierta normalidad; bebimos cerveza, nos comimos nuestras tapas y pasamos un rato agradable. Al principio, los dos chicos no hacían más que volverse a mirar, pero, dado que Sofía no tuvo el menor interés en ellos, todos sus intentos de ver más fueron infructuosos, y pronto dejaron de seguir intentándolo.
En cuanto a la chica, el asunto fue bien distinto. Había llamado la atención de Sofía, más por su comportamiento que por cualquier otra cosa. La chica hizo todo lo posible para que su novio no se diera cuenta de lo que pasaba, tampoco le hizo ningún comentario al respecto, pero se notaba que estaba alterada, volviéndose continuamente a observarnos con una mirada curiosa a la par que divertida.
Toda esa curiosidad se vio ampliamente recompensada, Sofía se encargó de ello. Cada vez que la miraba Sofía aprovechaba para abrir sus piernas y mostrarle sus encantos. Así transcurrió nuestra comida, con la chica mirándonos y Sofía dejándole ver, incluso le dedicó un guiño y una sensual caricia a su sexo mientras adoptaba una media sonrisa, que fue correspondida por una sonrisa de oreja a oreja de nuestra “invitada”.
Cuando terminamos de comer decidimos ir a uno de nuestros pubs habituales a tomar unas copas. Al salir de la tasca, tanto Sofía como yo deslizamos nuestras manos como por descuido por el culo de nuestra amiga, que se volvió para correspondernos con una sonrisa mientras musitaba unas palabras de despedida.
Tras esto, pusimos rumbo a uno de nuestros pubs favoritos, un irlandés a no más de 5 minutos de donde nos encontrábamos llamado St. Patrick. Al llegar al lugar, un local estrecho y alargado y con una iluminación bastante tenue, entramos y vimos que no había ni un alma. La única persona presente en el local era Rosa, la camarera, una chica de unos 20 años a la que conocíamos debido a la frecuencia con la que visitábamos el lugar.
Nos dirigimos al fondo del local y nos colocamos en el límite de la barra, justo donde terminaba para dejar libre el acceso a los camareros tras la barra y a la mercancía, pues el almacén estaba situado justo detrás.
–¡Hola chicos! –saludó Rosa–. ¿Qué os pongo?
–Lo de siempre –contestó Sofía–, ¿o prefieres cambiar, Luis?
–No, no. Ron con cocacola, por favor.
Rosa se marchó en busca del ron y cuando volvió continuamos nuestra pequeña conversación.
–Oye, Rosa, te veo un poco sola hoy, ¿no? –pregunté–.
–¡Ya ves! –contestó mientras servía las copas– ¿Qué esperabais un miércoles a las cuatro de la tarde?
–Tienes razón –reconoció Sofía–. Pero ya sabes que tenemos difícil lo de salir a otras horas.
–Es lo que tiene trabajar en hostelería –confirmó Rosa–. Por cierto, ya que estáis aquí y sois los únicos clientes, ¿os importa si me aprovecho un momento de vosotros?
–¡Uy! –dijo Sofía con una sonrisa picarona–. De nosotros ya sabes que te puedes aprovechar todo lo que quieras.
–Sabes que no me refería a eso –contesto Rosa sin poder contener una risita nerviosa–. Es que necesito salir a fumar.
–Claro, no te preocupes–contesté–. Estaremos aquí esperándote.
En cuanto se fue me volví hacia Sofía– ¿Qué te pasa, eh? ¿Es que tienes hoy ganas de guerra?
–Si por mi fuera te follaba ahora mismo en la barra – me contestó partiéndose de risa–. Y encima tenemos el local para nosotros solos.
–Sí, pero puede entrar gente en cualquier momento.
–Bueno, pues que se unan –replicó mientras se sentaba de un salto en la barra y abría sus piernas hacia mí–.
–¿Y si entra Rosa?
–¿Y cuál es el problema? –contestó flexionando su pierna izquierda para poder subir el pie a la barra y dejando su otra pierna colgando de ella– Siempre puede unirse, ¿no? ¡Vamos! ¿A qué estás esperando para comérmelo?
Tras una última mirada hacia la puerta, y sin poder contener una sonrisa, me acerqué a Sofía sin pensarlo y me abrí paso hacia su sexo. Lo primero que noté es que estaba empapada. Al parecer, todo el juego previo en el bar y el tonteo con Rosa la habían puesto tan cachonda como a mí. Eso sin contar que estaba a punto de disfrutar de sexo oral en la barra de uno de nuestros pubs favoritos. En seguida nos fuimos calentando y, en menos de un minuto, Sofía ya estaba gimiendo de placer gracias al morbo de la situación. Continué con el cunnilingus un par de minutos, hasta que escuché la puerta del local, momento en el que me separé de Sofía limpiándome la boca y la barbilla con la mano. Afortunadamente, el local tenía una doble puerta, lo que me dio tiempo de sobra para disimular lo que había pasado.
Tras las puertas apareció Rosa, que volvía de fumarse su cigarrillo. Sofía ni se movió, siguió sobre la barra en la misma posición, por lo que su sexo totalmente empapado y depilado era fácilmente visible para todo aquel que pasara por delante. Cuando Rosa llegó a nuestra altura para volver a entrar tras la barra Sofía llamó su atención:
–¿Ya has terminado tu momento de placer? –le dijo sin disimulo– Demasiado corto, ¿no?
La verdad es que no sé cómo lo hizo. Si no fuera porque era imposible no darse cuenta de que Sofía estaba sin ropa interior sobre la barra y totalmente empapada, habría jurado que Rosa no lo vio. Pero como digo eso era sencillamente imposible, tenía que haberlo visto, seguramente había recurrido a toda su fuerza de voluntad para disimular mientras le contestaba:
–Sí, la verdad. Pero los momentos de placer por desgracia suelen ser breves, ¿no crees?
Con esto volvió a su lugar tras la barra y Sofía modificó su posición, bajando su pie de la misma pero quedándose sentada sobre ella.
Mientras tanto, nuestras copas ya se habían vaciado y estaba a punto de pedir otra ronda cuando Sofía se me adelantó:
–Anda Rosa, ponte una ronda de chupitos. Nos la debes por cuidarte el local mientras fumabas. Y ponte tú uno también, no vayas a dejarnos bebiendo solos.
Rosa obedeció de inmediato. Mientras tanto Sofía continuó la conversación:
–¿Y te quedas muy a menudo sola en el local?
–La verdad es que sí. Entre semana hasta las 7 u 8 de la tarde no suele venir nadie.
–¡Uf! Yo no podría. Estaría todo el rato pensando en llamar a Luis para montárnoslo detrás de la barra –continuó Sofía entre carcajadas–. ¿Cómo lo ves, Luis? ¿Te gustaría?
–Vaya si me gustaría –contesté entre risas– Aunque aquí, nuestra amiga Rosa, seguro que ha aprovechado alguno de esos días para hacerlo.
–A ver... –continuó Rosa contagiada de nuestras risas– Lo que es detrás de la barra no, pero el almacén que hay tras esa puerta sí que está ya estrenado.
Tras una pausa para las risas correspondientes, Rosa propuso el siguiente brindis:
–Por vosotros, para que podáis cumplir algún día lo de montároslo en el almacén de un bar –y todos hicimos desaparecer el contenido de nuestros vasos; vasos que automáticamente Rosa volvió a rellenar.
–Vaya, Rosa –comenté–. ¿Es que quieres aprovecharte de nosotros?
–Por supuesto –contestó divertida–. ¿Por qué sino os iba a invitar a chupitos?
–Ya sabes que para eso no es necesario que nos invites a nada –replicó Sofía mirándola a los ojos–. Ahora me toca a mí hacer el brindis. Por nosotros tres, para que algún día cumplamos lo de montárnoslo en la barra de este bar –y los tres bebimos hasta el fondo tras las risas.
Esas dos rondas de chupitos tan seguidas tuvieron el efecto esperado. Entonces observé a Rosa, que nos miraba con una mezcla de sentimientos. Por su expresión diría que estaba aterrada, pero a la vez se intuía en ella una curiosidad y una determinación absoluta. Fue entonces cuando su expresión cambió, algo se le acababa de pasar por la cabeza, había tomado una decisión.
–Chicos –dijo–, estoy pensando que si de verdad queréis cumplir eso os podría echar una mano. No a lo de la barra, pero podría mirar para otro lado mientras os deslizáis al almacén tras esa puerta. Nadie os interrumpirá ahí dentro –Sofía y yo nos miramos divertidos.
–¿Qué dices, Luis? ¿Te atreves a follarme en el almacén?
–Ya que Rosa ha dado permiso no veo inconveniente –contesté riéndome.
En ese momento Sofía se deslizó de donde estaba, dejando un pequeño charco en el lugar en el que se encontraba sentada. Me cogió de la mano y me condujo tras la barra. Cuando estábamos alcanzando la puerta del almacén se detuvo en seco. De pronto se volvió hacia mí y, empujándome contra la barra, me plantó un beso húmedo en los labios mientras su mano agarraba con dureza mi entrepierna.
–¿Sabes? –dijo Sofía al separarse un poco de mí e iniciando un movimiento de vaivén con su mano– Puestos a cumplir lo del almacén prefiero hacer lo de follar detrás de la barra.
Y sin decir ni una palabra más se arrodilló ante mí y empezó a desabrocharme los pantalones.
En ese momento volví la vista hacia Rosa, que nos observaba con una excitación palpable desde una distancia prudencial. No hizo ningún comentario respecto al cambio de planes de Sofía y, desde luego, no pareció disgustarle. Entonces volví a centrarme en Sofía, que ya estaba concentrada en su trabajo. Empezó por lamer desde la base mientras se acompañaba de un movimiento suave de su mano, repitiendo este proceso una y otra vez. Cuando consideró que ya estaba bien empapado modificó un poco su posición para poder ver a Rosa mientras seguía con su labor. Fue entonces cuando, mirándola fijamente a los ojos, se introdujo mi polla en la boca y comenzó a llevarla cada vez más adentro.
La cara de Rosa era un poema, desde luego le estábamos mostrando un buen espectáculo. Sin embargo, no hizo el menor movimiento, simplemente se quedó observándonos con deleite y sin perder detalle. Así continuó Sofía unos minutos, acompañando cada uno de sus vaivenes con una mano mientras con la otra jugueteaba con mis huevos. Luego cambió, decidió centrarse esta vez en mis huevos. Estuvo un rato chupeteándolos y metiéndoselos en su boca, por su puesto sin perder de vista a Rosa y sin dejar de pajearme suavemente con la mano.
Llegados a este punto yo no pude contenerme más, agarré a Sofía del pelo y la obligué a meterse mi polla en la boca. Entonces tomé su carita con ambas manos y comencé a follarle la boca mientras mi vista se fijaba en Rosa, que tampoco pudo contenerse más y ya había deslizado su mano bajo el pantalón. Al poco, dejé de follarle la boca a Sofía, que se volvió hacia Rosa y la invitó a unirse.
–Vamos, Rosa. Seguro que estás deseando probarla –sin embargo no se movió, aunque su mano continuó deslizándose dentro de sus pantalones. Entonces Sofía se levantó y se acercó a ella–. No seas tímida –dijo y le plantó un beso en la boca.
El beso se prolongó mientras la mano de Sofía se unía a la de Rosa bajo sus pantalones. Al rato se separó de ella y la atrajo hacia mí. Entonces se arrodilló, obligando a Rosa a seguirla, cogió su mano y la cerró en torno a mi polla. Volvió a besarla y le susurró– Ahora hazle una buena mamada a mi novio –esta vez sí, Rosa se puso en movimiento. Empezó a comerme la polla sin cortarse un pelo. Mientras tanto, Sofía se levantó y empezó a besarme, con mi mano perdida entre sus piernas. Tras besarnos, los dos nos volvimos a mirar a nuestra camarera, que seguía comiéndome la polla con descaro. Estuvimos un rato observando cómo lo hacía, asegurándose de mirarnos a ambos durante el proceso. Después de unos minutos así, Sofía volvió a arrodillarse, momento en el que ambas empezaron a compartir mi miembro con gusto. Mi polla iba pasando de una boca a otra, entreteniéndose a veces a medio camino mientras las lenguas de ambas se encontraban la una a la otra sobre mi glande. Así estuvimos entretenidos un rato hasta que decidieron dejar de turnarse, ahora Rosa se centró en mis huevos mientras Sofía seguí con mi polla. Poco después cambiaron papeles y siguieron así hasta que yo no pude resistirme más.
Entonces las levanté y besé a ambas, primero a Rosa y luego a Sofía, mientras sus manos seguían pajeándome. Luego se besaron entre ellas hasta que las separé. Tomé a Sofía y la conduje hasta una barra de esas que se encuentran a media altura. La senté sobre ella, le aparté la falda, abrí sus piernas y me volví a buscar a Rosa. La besé mientras le desabrochaba los pantalones, luego se los bajé hasta que su culito quedó al descubierto, culito que apreté con ganas mientras seguía besándola, entonces me aparté y la llevé junto a Sofía. La obligué a doblarse por la cintura, acercando su cabeza al coñito de Sofía– Ahora se lo vas a comer con ganas mientras te follo, ¿lo has entendido? –no respondió, en lugar de eso acercó su boca al coño húmedo que tenía delante y comenzó a lamerlo con ansias de más. Sofía reaccionó sujetándola con una mano del pelo y obligándola a mantener la lengua en su coñito.
Mientras tanto yo me situé detrás de Rosa y mi mano comenzó a acariciar su sexo desde atrás, aún sin apartar sus braguitas. Mi mano frotaba su coñito mientras mi dedo gordo hacía movimientos circulares en la parte de atrás. Paré y le aparté sus bragas, fue entonces cuando me di cuenta de lo cachonda que estaba. El charco que Sofía había dejado en la barra no podía compararse al pantanal que Rosa guardaba tras sus braguitas. Seguí acariciándola con mi mano mientras mi dedo gordo se perdía dentro de ella. Mientras tanto, Sofía gemía de placer sobre la barra, ya que Rosa no le dio ni un momento de respiro, seguía lamiéndole el clítoris mientras tres de sus dedos iban y venían dentro de Sofía.
Entonces no pude más, dejé de acariciarla y me escupí sobre la mano, que fue directamente a lubricar mi polla. Me coloqué bien detrás de Rosa, puse mi polla en su coñito y empecé a empujar despacio, hasta que entró por completo. Rosa estaba tan empapada que la penetré con suma facilidad. Entonces comencé a moverme sujetándola de las caderas, primero suavemente, luego intensificando las embestidas hasta llegar a un ritmo frenético. Los gemidos de Rosa se ahogaban en el coño de Sofía, que a su vez gemía mientras me miraba a los ojos disfrutando al ver cómo me follaba a la camarera.
Continuamos así durante un rato, hasta que yo estuve al límite y me separé de Rosa. Para entonces, hacía ya rato que se habían corrido ambas, pero eso no les había impedido seguir con el espectáculo.
Rosa se comportó como una servicial camarera. Al ver que paraba y me separaba de ella vino hasta mí, se arrodilló e inclinó la cabeza hacia arriba mientras cerraba los ojos, habría la boca y sacaba su lengua, a la espera del gran final. A Sofía no le importó que tomara el protagonismo, se limitó a acercarse a nosotros para sujetarle el pelo a Rosa mientras yo seguía masturbándome. Con un estremecimiento de placer llegó mi corrida, que fue a parar a la carita de nuestra camarera. Parte fue a parar a su frente, su mejilla y su nariz, pero la mayor parte dio con su preciosa boquita abierta de par en par. Después de la corrida, Rosa abrió los ojos sin cambiar aún de posición, momento que aproveché para dejar caer las ultimas gotas sobre su lengua avariciosa mientras nos mirábamos a los ojos. Tras esto, Sofía y yo nos apartamos un poco de ella, que guardó su lengua y tragó con deseo el contenido de su boquita sin quitarnos ojo. Cuando terminó volvió a abrir la boca y a sacar la lengua para dejarnos comprobar que se lo había tragado todo, buscaba nuestra aprobación.
Una vez obtenida dicha aprobación, se levantó, se subió de nuevo sus pantalones y se dirigió al baño del local para limpiarse el resto de mi corrida de su carita. Para cuando regresó del baño el local estaba ya vacío. Lo único que quedaba de nuestra presencia allí era el dinero de las copas junto con una buena propina y un papel con un número de teléfono y una única palabra escrita. Todo ello empapado debido a que se lo dejamos sobre el charco que se había formado cuando Rosa se lo comía a mi chica.
Al verlo, Rosa se acercó, pasó sus dedos a lo largo del charco y luego los frotó entre sí, cómo para asegurarse de que lo que había pasado era cierto. Recogió la nota y leyó en voz alta– Seis, siete, siete... ¡Llámanos! –entonces alguien entró al local y Rosa se apresuró a guardarse la nota y el dinero y a buscar una bayeta para limpiar la barra, después siguió tranquilamente con su trabajo.