El psicólogo sexual I: un adicto al sexo

David es un psicólogo un tanto especial con métodos fuera de lo común. En su consulta recibe todo tipo de pacientes, como este primero que es adicto al sexo...

David es un psicólogo de verdad, pues estudió la carrera como cualquier otro, se especializó en Psicología Clínica e hizo un Máster en Inteligencia Emocional. Abrió su propia consulta a los veinticinco años, y aunque no le fue mal sentía que su trabajo no le llenaba. Estudiando los casos que había tenido de pacientes con problemas relacionados con la sexualidad, comenzó a fraguar una idea en su cabeza que le parecía descabellada, pero excitante. Analizó con minuciosidad el Código Deontológico del Psicólogo donde a su parecer no encontró nada que le impidiera desarrollar la actividad que se traía entre manos. Es más, se apoyó en la utilidad de la terapia de choque a través de condiciones controladas que inducen al paciente a enfrentarse a sus problemas mediante estados artificiales. Si uno tiene fobia social, habrá de encarar una exposición a la multitud, así que si alguien tiene problemas con el sexo, nada mejor que practicarlo con su psicólogo.

Ahora David tiene treinta años y le encanta su trabajo. Físicamente podría pasar por un tío normal de estatura media, un cuerpo corriente de alguien que se cuida lo justo y un cabello castaño que siempre lleva tan corto que no le hacen especial. Sin embargo su cara sí que tiene unos rasgos que según la morfopsicología denotan seguridad y confianza con facciones marcadas, ojos tónicos y una nariz de formas sensuales. El despacho donde trabaja en amplio y luminoso gracias a grandes ventanales en dos de sus paredes. Tiene una mesa donde suele recibir a sus pacientes, pero también está el típico diván que algunos de ellos esperan por haberlo visto en las películas. En una esquina hay varias sillas formando un círculo para las terapias de grupo, y en otra una puerta que lleva a otra estancia menos convencional. Al menos para un gabinete de psicología, pues lo único que encontraremos allí es una enorme cama y dos galanes para colgar la ropa, así como otra puerta que lleva a un aseo. David lo tiene todo muy bien pensado.

En cuanto a sus pacientes, él no discrimina por raza, religión o sexo. También ayuda a mujeres, si bien éstas son minoría. Y es que David se ha hecho conocido entre la comunidad gay, por lo que la mayoría de los que acuden a él son homosexuales, aunque siempre hay excepciones, como ya veremos. Asimismo, hay que matizar que sus particulares prácticas no ocurren ni todos los días ni en todas sus sesiones, pues de lo contrarío sería agotador. Con los nuevos suele empezar como cualquier otro psicólogo hasta conocer más sobre ellos y tratar de ahondar en el origen de sus dificultades, traumas y demás.

El adicto al sexo

-Buenas tardes Pedro, siéntate por favor.

David recibe ese día a un hombre moreno, algo más bajo que él, de unos cuarenta años y que viste un elegante traje.

-Antes de nada, me gustaría preguntarte cómo has llegado hasta mí: la web, algún conocido…

-Un buscador de internet.

-Muy bien. ¿A qué te dedicas?

-Soy ingeniero en una empresa de telefonía.

-¿Qué edad tienes?

-Treintaiocho.

-¿Estás casado? ¿Tienes hijos?

-No.

-Vale, me dijiste por teléfono que padeces un desorden hipersexual.

-Soy adicto al sexo.

-¿Cómo has llegado a esa conclusión?

-Mirando por internet. He leído sobre los síntomas y creo que los cumplo todos -Pedro sonríe por primera vez.

-¿Y desde cuándo crees que te ocurre esto?

-Desde la universidad. Bueno, de adolescente me pasaba los fines de semana que me quedaba solo en casa viendo porno, pero creía que era normal a mi edad.

-¿Pero sólo lo veías?

-No, hombre. Me hacía pajas a todas horas.

-¿Estabas siempre solo?

-Sí, claro. No tengo hermanos y mis padres se iban a la parcela.

-Me refiero a que si no invitabas a amigos.

-Ah, eso. Sí, a veces se venían y nos masturbábamos todos en mi salón.

-¿Y tú mirabas la tele o a ellos?

-A ellos -se sonroja-. Las películas me las sabía de memoria.

-¿Y alguna vez ocurrió algo con ellos?

-¿Como qué?

-Que te pillaran mirándoles o algo así.

-No, nunca.

-¿Y hasta cuándo ocurrió eso?

-Hasta los dieciséis o diecisiete que empezamos a salir a discotecas con chicas y esas cosas.

-O sea que tú también salías.

-Sí, pero cuando mis padres pusieron el Canal Plus me volvía a casa pronto para ver las porno.

-Entiendo. ¿Y en la universidad qué ocurrió?

-Bueno, el verano de antes tuve mi primera relación con un chico. Me gustó tanto que no paraba de pensar en él y en lo que hicimos. Deseaba con todas mis fuerzas poder repetirlo. Y en mi facultad la mayoría de estudiantes eran tíos, así que me obsesioné un poco. Recuerdo que había uno así como afeminado y me hice su amigo. Quedamos una vez en mi casa para estudiar, pero yo sólo quería hacérmelo con él. Le insinué que era gay y funcionó porque se interesó en mí, si bien él era virgen y decía que quería esperar. Pero yo no podía, y la tercera vez por fin lo hicimos. Y a partir de ahí todos los fines de semana, pero yo no tenía suficiente. Un día nos fuimos al baño de la facultad y traté de convencerle para hacerlo allí, pero no quiso. Yo insistía casi a diario y al final accedió. Al principio me sentí bien, pero luego un poco culpable. Pero se me pasaba y quería seguir hasta que se cansó de mí y me dejó.

-¿Cómo te sentiste?

-Tuve remordimientos y me arrepentí de haber sido tan insistente. Como una vez salimos por Chueca, decidí ir yo solo a bares de ambiente. La verdad es que fue fácil encontrar tíos que quisieran montárselo conmigo.

-¿Con qué frecuencia ibas?

-Al principio los fines de semana, pero luego empecé yendo los jueves, los miércoles… Pero esos días no había tanta gente, y descubrí eso del cruising , así que empecé a ir los baños públicos de la estación de Chamartín cuando salía de la universidad.

-¿Todos los días?

-Sí, porque tampoco me tenía que desviar mucho de mi trayecto. Luego me saqué el carnet de conducir y empecé a ir a otras zonas. Y luego llegó internet y conocía a tíos a través de chats.

-¿También todos los días?

-Casi. Pusieron ordenadores en la biblioteca de la facultad y me metía allí por las mañanas para quedar con alguno por la tarde.

-¿Y el porno?

-Todos los días, ja, ja. Con eso de las descargas tenía el ordenador encendido a todas horas. Y en cuanto se bajaba una peli nueva la veía y me masturbaba. Luego me compré una cámara y me introduje en el mundo del cibersexo.

-¿Y cómo iban tus relaciones con la familia o amigos?

-La verdad es que mal. Amigos casi no tenía, y evitaba ir a acontecimientos familiares para quedarme solo en casa.

-¿Y pareja?

-He tenido varias, pero no han durado.

-¿Y en el ámbito laboral?

-Pues mal también. Cada vez que viene algún becario nuevo me obsesiono. Ahora con esto de internet en el móvil me meto al baño y me masturbo. El año pasado casi nos pillan a un compañero y a mí en unos aseos.

-¿Sigues viviendo con tus padres?

-No, me compré un piso hace unos años, así que imagínate.

-Cuéntamelo tú.

-Pues eso, sexo a todas horas. Por teléfono, web cam, me llevaba a desconocidos… Lo peor vino cuando empecé a pagar por tener sexo. Me resultaba más rápido que los chats, porque siempre hay gente que marea mucho, te dicen que van a quedar y luego no aparecen… Así que descubrí una web de hombres a la carta que fue mi perdición. Y eso que intentaba controlarme, primero no llevando dinero en efectivo a casa para no caer en la tentación, pero acababa bajando al cajero. Opté por dejar las tarjetas en la oficina, lo que me funcionó durante algunas semanas. Y entonces descubrí el maldito Paypal , así que me dio igual.

-¿Y por qué te decidiste a pedir ayuda?

-Porque creo que he llegado a un punto en el que nada me satisface. Además siento remordimientos, culpa, angustia. Mis compañeros de trabajo me ignoran porque creo que saben lo que hago. Les escucho hablar de lo que han hecho el fin de semana o las vacaciones y siento envidia porque yo no tengo nada que contar. Por otro lado, en mi empresa es relativamente fácil ascender y yo llevo cinco años en el mismo puesto.

-Bueno, creo que tengo suficiente información por el momento. He de decirte que para el desorden hipersexual es difícil encontrar una causa u origen, por lo que en vez de pasar tiempo tratando de buscarla, nuestro primer objetivo es que seas capaz de volver a experimentar momentos de intimidad sin sexualidad y liberar los sentimientos negativos sin ahogarlos en sexo.

-¿Y entonces?

-Cuando te lleguen pensamientos negativos piensa en este paso que acabas de dar.

-¿Pero nada de sexo?

-A ver. Lo ideal es el celibato total, pero como te decía, vamos a tratar de desligar sexualidad e intimidad. ¿Qué quiere decir esto? Que asociaremos el sexo con momentos y situaciones diferentes, como por ejemplo, venir a mi consulta.

-¿Voy a tener sexo aquí? -pregunta sorprendido-. ¿Con quién?

-Todo a su debido tiempo. Lo que quiero que intentes estos primeros días es lógicamente no tener relaciones ni masturbarte. ¿Cómo lo conseguimos? Pues habrá que emplear el tiempo que antes ocupabas con el sexo en otras cosas. ¿Tienes alguna afición?

-Lo cierto es que no.

-¿Haces deporte?

-No.

-Vale, vas a intentar caminar todos los días. ¿Necesitas ropa nueva?

-Supongo que sí.

-Bueno, pues te vas andando hasta algún centro comercial para mirar y probarte ropa. Sólo probártela, que no queremos que ahora te conviertas en comprador compulsivo. De esta forma cuando vuelvas a casa puedes pensar en cómo te quedaba, si de verdad te gustaba, etc. ¿Cocinas?

-No mucho. Como en el trabajo y ceno poco.

-Pues vas a empezar a cenar preparándote tú mismo los platos. ¿Dónde sueles hacer la compra?

-Me la hace mi madre -dice avergonzado.

-O sea que vas a casa de tu madre con frecuencia.

-Sí.

-¿Y sería posible ir con ella al supermercado?

-Podría, sí.

-Pues inténtalo también. Y pídele que te enseñe alguna receta.

-¿Y si tengo muchas ganas de sexo?

-Si ves que no vas a poder aguantar, has de cambiar el hábito. Evita tu casa y el trabajo.

-¿Entonces?

-Como último recurso, ve a un bar de ambiente. Si lo haces, necesito que hagas una especie de registro con los sentimientos que tuviste antes, durante y después. Dónde te encontrabas cuando tuviste esa necesidad, lo que hacías, en quién pensabas, etc.

-Lo veo difícil, David.

-Y lo es, pero no imposible. ¿Qué día de la semana próxima te viene bien?

-¡El lunes!

-Déjame ver -disimula mirando su agenda, porque quiere darle un día más-. No puedo. ¿Martes a la misma hora?

-Vale -dice resignado.

El martes Pedro llega nervioso, pero David no cree que sean nervios por una conducta compulsiva.

-Bueno, cuéntame.

-No he podido.

-¿Has traído el registro?

-Sí -Pedro saca una hoja de papel y se la entrega.

-Sólo una vez, ¿no?

-Sí, el domingo por la noche.

-Ok. Veo que te sentiste agobiado, te faltaba el aire, querías acabar con todo... -David lo lee con menos gravedad de lo que el comentario daba a entender.

-Te juro que lo intenté.

-Te creo. Después te sentiste bien, pero pronto remordimientos y angustia, ¿no?

-Sí.

-¿Y de lo otro que hablamos?

-Eso bien. Fui a probarme ropa, pero me compré unas zapatillas para andar -reconoce con temor a ser regañado.

-Bueno, está bien porque tenías un objetivo. ¿Qué más?

-Acompañé a mi madre al Hipercor y me enseñó a hacer tortilla de patatas.

-Ah, muy bien. ¿Qué dijo ella?

-Se extrañó, claro, pero le conté que quería cambiar mi forma de vida.

-Y el domingo cuando decidiste ir a ese bar no estabas ni cocinando ni andando.

-No. Almorcé con mis padres, y la verdad es que comí demasiado, así que no tenía ganas de cenar.

-Pero podías haber hecho comida para el día siguiente.

-Ya, pero estaba tan hinchado que no podía pensar en comida.

-¿Y ahora mismo cómo te sientes?

-Bueno, bien.

-¿No piensas en nada?

-La verdad es que sí.

-Dime.

-Lo que me dijiste de tener sexo aquí.

-Vale. En una escala del 1 al 10, ¿cuántas ganas dirías que tienes?

-Nueve.

-¿Y si te dijera que ha de pasar otra semana?

-¡No aguantaría!

-Te propongo una cosa: te vas a ir al aseo para masturbarte. Cuando acabes vuelves y me tendrás que decir cualquier pensamiento que haya sido diferente a lo que estás acostumbrado. Da igual que sea que te has fijado en los azulejos, que has pensado en mí, en la terapia o lo que sea, ¿vale?

-Ok.

Pedro se marchó mientras David se quedaba tomando notas. Escribió en su informe todo lo que necesitaba y se puso a ordenar otros papeles para hacer tiempo. No había pasado mucho cuando Pedro volvió.

-¿Qué tal?

-Bien.

-¿Algo que comentar?

-Hombre, he pensado que la situación era un tanto extraña, pero nada más. Me he puesto porno en el móvil y ya está.

-Vale. Pues esta semana va a ser igual.

-¡Será dura!

Efectivamente la semana fue dura, pero Pedro no sucumbió a la tentación. En su siguiente cita ocurrió lo mismo, así como en la sucesiva. Para la próxima ya habría más cambios.

-Hoy vamos a dar un paso más, Pedro.

-¿Cuál?

-Te voy a masturbar yo.

-¿Cómo dices?

-Sí. Sólo eso. Tú sólo tienes que dejarte llevar, así que obviamente no puedes tocarme ni pedirme nada, ¿ok?

-Ok.

-Si quieres siéntate en el diván para que estés más cómodo. Recuerda que luego has de contarme todo lo que piensas.

-¿Pero me desnudo o qué?

-Como tú veas.

Pedro se quitó la americana, se desabrochó la camisa echándosela a los lados y se bajo los pantalones hasta las rodillas. Se sentó sobre el diván y esperó impaciente a que David le rozara. El psicólogo se lubricó la mano y comenzó a sobarle la polla suavemente hasta activarla. La masajeaba como si se estuviese haciendo una paja él mismo. Cuando la sintió totalmente dura la agarró con decisión estrujándola ya de manera mecánica hasta que Pedro le avisó de que iba a correrse. Esperó hasta que las gotas se escaparon de su cipote. Cogió una toallita y le ofreció el paquete a su paciente indicándole que tenía una papelera al lado. Éste se vistió y se sentó de nuevo delante de la mesa.

-¿Qué tal?

-Joder, pues bien.

-Me refiero a lo que has pensado.

-¿Sinceramente?

-Claro.

-Pues se me ha pasado por la cabeza que te desnudaras y he deseado que me la chuparas.

-¿Y tienes algún remordimiento por eso?

-Un poco sí.

-Bueno, pero en este caso es normal lo que has pensado, así que no deberías tenerlo porque como digo es totalmente normal. Porque además has podido controlarte, que es de lo que se trataba.

Pedro se marchó contento aunque impaciente por saber lo que le esperaba en la siguiente sesión, ya que David no quiso adelantarle nada. Ese día se fijó en que había dos sillones que antes no estaban, aunque él se sentó en la silla como siempre. Le contó sobre su semana y David habló por fin.

-Hoy nos vamos a hacer una paja los dos. Me sentaré a tu lado, pero no podrás tocarme ni yo a ti, ¿entendido?

-Qué cruel -bromeó.

-Puedo poner porno, aunque lo ideal es que no haya más elementos.

-Da igual, mientras pueda mirarte…

-Puedes, pero no quiero que te centres en mí. Piensa en lo que proyectarías si estuvieras masturbándote sin ayuda externa de móvil, videos…

David esperó a que Pedro se desnudara para imitarle. Si él se quitaba toda la ropa, David también lo haría. Pero no, se quedó como el día anterior con la camisa abierta y los pantalones por los tobillos. Comenzaron a pajearse y ese día Pedro sí que soltó algún sollozo. David miraba a veces de soslayo notando que Pedro se estaba fijando en su polla. El paciente se corrió y David paró de estrujársela.

-¿Por qué paras? -pregunta Pedro.

-El objetivo es que eyacules tú, no yo.

-¿Y te vas a quedar así? -se extrañó, porque no recordaba haberse quedado a medias ni siquiera cuando alguna vez creyó que le iban a pillar.

Le pasó las toallitas y esperó en su mesa.

-He notado que me mirabas -comienza.

-Sí, pero sólo al principio y al final. Aunque da igual porque he estado pensando en ti todo el rato, así que es casi lo mismo.

-Imagino que fantaseabas con hacer cosas conmigo, ¿no?

-Así es.

Para la semana siguiente la escena se repitió, pero con un nuevo matiz:

-Hoy te masturbo yo a ti y tú a mí, ¿te parece? -Pedro asiente-. Y perdona que insista, pero tengo que repetirte que no puedes hacer nada más.

Misma estampa con los dos sentados en sendos sillones medio desnudos. Pedro sintió un calambre al rozar la verga de su psicólogo por todo el tiempo que había transcurrido desde la última vez que acarició una polla ajena. David le notó excitado desde el principio. De nuevo Pedro se corrió antes, y aunque no tenía intención de parar de pajear a David, éste le apartó. Pedro se marchó elucubrando sobre lo que ocurriría en la siguiente cita. ¿Una mamada? ¿Él a David? ¿Un sesenta y nueve? Al llegar a la consulta echó de menos los sillones y la sala estaba como en los primeros días. Se impacientó por saber y David lo notó, si bien lo esperaba.

-Hoy no va a haber sexo, Pedro.

-¿Cómo que no?

-Estamos ya en la segunda parte de nuestro reto. Ya te has acostumbrado a venir aquí y tener un orgasmo, lo que no está mal, porque hemos conseguido separar tus momentos de intimidad y relaciones con otras personas del sexo. Ahora nos falta desvincularlo de nuestras sesiones.

Pedro parecía entenderlo. La verdad es que se encontraba bastante mejor en todos los aspectos, pero sobre todo en el trabajo, donde se mostraba más comunicativo con sus compañeros, por lo que en la oficina la cosa se normalizó. Así estuvo dos semanas, en las cuales hubo momentos de flaqueza con las que fue capaz de lidiar.

-Hoy vamos a crear una situación -comenta David haciendo que Pedro otee la habitación buscando cambios-. Te vas a imaginar que estamos en un bar y quieres montártelo conmigo. Necesito que seas completamente sincero y hagas o digas lo que realmente piensas, ¿entendido?

-Sí.

-Te insinuarás o me entrarás tal como lo harías en cualquier cafetería de Chueca. Recuerda que el objetivo es que acabemos teniendo sexo. Detrás de esa puerta -David señala la esquina- será donde lo hagamos.

-¿Lo vamos a hacer de verdad?

-Sí, pero insisto, te tienes que comportar como tú eres, nada de fingir o actuar. Yo no te diré si lo estás haciendo bien o mal, o sea que en ningún momento me verás como tu psicólogo, sino como tu ligue de esta tarde. Me voy a sentar allí con un libro. Tú te quedas en esta mesa. ¿Preparado?

Tras asentir, David se levanta y se coloca donde había dispuesto. Finge que lee pero pronto levanta la cabeza y echa un vistazo a la sala empezando desde el lado opuesto al que esta Pedro. Cuando llega a él, éste le mira fijamente. David pasa de largo, pero como en un acto reflejo vuelve hacia él sin recibir ninguna señal más. Se centra nuevamente en su libro durante unos segundos y busca a Pedro otra vez, advirtiendo ahora cierta lascivia en su mirada, provocándole y retándole. Él se limita a sonreír. Pedro se levanta y se coloca delante.

-Debe de ser interesante -señala con la cabeza el libro.

-Lo es.

-¿De qué va?

-Sobre la energía de las pirámides.

-¿Eres físico o algo así?

-Abogado.

-Pues no veo la conexión. ¿Me puedo sentar?

-Sí, claro.

-¿Quieres tomar algo?

-Acabo de tomar un té, gracias.

Hay un momento de silencio que David rompe:

-¿Y tú a qué te dedicas?

-Ingeniero de telecomunicaciones.

-Suena aburrido.

-No tanto como las pirámides, ja, ja.

-Qué va, me parece un tema fascinante. ¿Has estado en Egipto?

-No, ¿y tú?

-Hace poco. De ahí que me interese por ellas.

-Ah, bueno, pues ya veo la relación. Yo acabo de estar en Segovia, así que igual me busco un libro sobre acueductos -ambos se ríen-. ¿Vives por aquí?

-A dos manzanas.

-¿Y tendrás un libro sobre acueductos para prestarme?

-Me temo que no.

-Oh, bueno, igual me puedes invitar a un té.

-¡Si acabo de tomar uno!

-Vale, pues nada. Te dejo con tus pirámides -Pedro se levanta para marcharse.

-¡Espera! Es que no vivo solo.

-Yo sí, pero mi casa no está tan cerca.

-Bueno, si me traes luego…

David se levanta a la espera de la reacción de Luis. Éste coloca dos sillas imitando los asientos de un coche y le invita a montarse. Hace que conduce, pero su mano se va al paquete de David, que se deja hacer. Aquí es . Se apea y va hacia la misteriosa puerta. Se sorprende al ver la cama y reconoce los dos sillones donde se sentó para pajearse con su psicólogo. Cierra la puerta y comienza a besarle con cierta pasión mientras le acaricia la espalda y desliza su mano hasta su trasero. Se quita la chaqueta y la camisa dejándolas caer al suelo porque no ha visto los galanes. Hace lo mismo con David al tiempo que le besa el cuello con fervor. Él muestra un poco de iniciativa al intentar desabrocharle el cinturón. Cuando lo busca, nota que el paquete de Pedro está algo duro. Encuentra el botón, lo desata y se hace lo mismo. Pedro deja entonces de besarle para terminar de desnudarse. Cuando lo hace se tumba boca arriba sobre el colchón. David duda un segundo, pero se acerca finalmente para recostarse sobre él. Se besan, pero Pedro pretende empujarle por los hombros para que baje a comerle la polla. David capta la insinuación y obedece.

El cipote de Pedro chorrea, por lo que al probarla, David aprecia un intenso sabor. Agarra el tronco con la mano sintiéndolo palpitante, pero se centra en el sonrosado glande que parece estar a punto de estallar. Lo lengüetea con calma, lo besa y acaricia con los labios sin soltar la mano que sigue rodeando el robusto trozo de carne. Libera sus dedos para que ahora la lengua recorra el cipote hasta llegar a los huevos. No se detiene en ellos y vuelve dejando un rastro de saliva que acumula de nuevo en el capullo. Repite los movimientos varias veces con una suavidad que parece torturar a Luis. Se fija en él y ve sus ojos lascivos implorándole que se la trague. Lo hace despacio saboreándola y apreciando su contorno en la comisura de sus labios. Una de las veces que la tiene entera en su boca, Pedro le sujeta la cabeza para que la mantenga unos segundos. Tras ello le suelta, pero vuelve a empujarle para imponer su propio ritmo, sin duda más vivo que el llevado hasta ahora. La mamada se torna frenética, pero dura poco porque David abandona su posición.

Pretende poner su polla delante de la cara de Pedro, pero este se adelanta pidiéndole que se gire con una voz ansiosa y agitada. David le obedece y le ofrece su culo. Estira la mano para coger un condón de debajo de la almohada. Se lo ofrece y Pedro se lo pone con torpeza. David no habla, pero está preparado para que su paciente le penetre con cierta brusquedad, por lo que se recoloca para abrir aún más su ojete. Recibe un calambre al sentir la polla rozándole que rápido pasa a una sensación de placer por tener la verga completamente dentro. Pedro lo ha hecho despacio, pero decidido, y ya le embiste con un ritmo estable mientras le sujeta por la cintura. David quiere gemir, pero trata de amortiguar sus sollozos. Por su parte, Pedro los emite también con una mitigada gravedad aunque más evidentes que los del psicólogo. David se mantiene quieto, dejándose taladrar al antojo del otro, pero disfrutando todo lo posible. Según su criterio, Pedro se mantendrá así hasta correrse. Y David no se equivoca, porque la voz de su paciente se intensifica al compás de sus embistes rematando con un estruendoso final y unas convulsiones que hacen temblar la cama.

Pedro descansa unos segundos sin moverse. Ahora se fija en las perchas para colgar la ropa. También en otra puerta que debe llevar a un baño. Se levanta y trata de averiguarlo. Como anfitrión, se lo ofrece a su invitado, pero David lo rechaza y comienza a vestirse.

-¿Me vas a llevar a casa?

-Claro.

Pero en ese momento el psicólogo avisa que la actuación ha terminado. Le anima a usar el baño citándole de nuevo en el despacho. Allí David toma notas mientras viene Pedro.

-¿Qué tal lo he hecho? -su pregunta suena ambigua.

-No tenemos tiempo para comentarlo. Sólo quiero que me digas lo que has sentido en general y si hay algo que quieras contarme.

Las palabras de Pedro son más o menos lo que David esperaba. La siguiente sesión empieza como todas: Pedro le cuenta cómo ha ido la semana en lo referente al sexo. De nuevo David acierta en su premonición, por lo que se siente satisfecho de su singular metodología.

-A ver, cosas que comentar sobre la semana pasada. Primero, entiendo que normalmente ejerces el rol de activo, ¿no?

-No siempre, pero el otro día es lo que me apetecía y como me dijiste que fuera yo mismo.

-Sí, sí, de eso se trataba. Entonces no siempre.

-No, si me harto a lo mejor quiero que me follen a mí.

-Vale. ¿Y entonces estás seguro de que fuiste tú mismo?

-Sí.

-¿Alguna vez has ligado -David hace un gesto emulando dos comillas- de una forma parecida?

-Sí. Utilizo mucho la mirada. Me lo enseñaron cuando empecé a moverme por el ambiente.

-O sea que si te corresponden con la mirada tú das un paso más.

-Así es. O bueno, otras veces se han acercado a mí.

-Me arriesgaría a decir que en menos ocasiones.

-Puede ser.

-Te lo digo porque todo el tiempo percibía cierta impaciencia en ti. Cuando te dije lo del té, tú te levantaste porque imagino que en esa situación te hubieses ido a buscar a otro.

-Sí.

-Si hubiese ocurrido de verdad seguramente la otra persona no te hubiese llamado como lo hice yo.

-Hombre, a veces sí que me ha pasado.

-Pues en principio eso es lo ideal, porque se entiende que el otro quiere lo mismo que tú. Pero bueno, siguiendo con la impaciencia. En el coche me sobaste el paquete, y eso es además una forma de acotar la relación y dejar las cosas claras. En tu casa me hubieses llevado directamente al dormitorio, ¿verdad? -asiente con la cabeza-. Coloqué los sillones por si querías emular un salón. Tampoco te percataste de los dos galanes que hay en el cuarto para colgar la ropa. Tú la tiraste al suelo pese a saber que podría arrugarse, y más llevando un traje.

-Bueno, en mi casa lo hubiera hecho así.

-El asunto es que no te saliste del papel ni un segundo. Ni siquiera para eso o para encontrar preservativos.

-Imaginé que tú tendrías.

-Por otro lado, yo no veo que haya un problema de inhabilidad social. Quiero decir, en la cafetería supiste entablar la conversación e incluso bromeaste, aunque te pusiste a la defensiva cuando dije que tu trabajo sonaba aburrido, pero no es algo de lo que preocuparse. Me quedaría la duda de lo que hubiese ocurrido en el coche durante un trayecto de… digamos veinte minutos.

-Hubiese hablado de algo.

-Seguro. Por eso vamos a descartar que tengas problemas en relacionarte con la gente. Sin embargo, en pleno acto no fuiste capaz de conectar conmigo. De momento lo achacaremos a las ganas que tenías, que por otro lado es normal. Aun así, cuando yo me acerqué a ti para que me hicieses una felación, te apartaste y me pediste que me girara. Por ello te he preguntado lo del rol de activo, pero si me dices que tienes cierta versatilidad, confirma esa inflexibilidad de la que te hablo. Tendremos que trabajar en ello.

Pedro se marchó ese día contento por varios motivos. Por un lado, por haber follado después de tanto tiempo. También por el diagnóstico de que no tenía problemas para relacionarse. Y por último, tenía permiso del psicólogo para poder tener sexo esa semana, pero sin forzar la situación ni buscarla. Pero durante esos días no surgió la oportunidad, aunque sí se masturbó una vez por una escena de sexo gay que salía en una película que vio en su casa. David no se lo reprochó durante la siguiente sesión en la que ya no hubo nada de sexo. De hecho, entre ellos no volvió a haber contacto físico. Pedro ligó con un tío que conoció en la cafetería de su trabajo de una forma que David consideró normal. Estuvo yendo a su consulta unas semanas más hasta que los dos estuvieron de acuerdo en que sus visitas ya no eran necesarias.

PD: la idea es publicar varias historias más sobre David y su consulta, así que agradeceré comentarios. ¡Un saludo y gracias por leer!