El psicólogo.

Introducción: un psicólogo reconoce qué mujeres son sumisas, se convierte en su Amo, y las emputece.

Hoy es un día más en el maldito trabajo. He tenido que aguantar interminables horas de escuchar quejandose a mis pacientes de sus problemas. Hoy estoy MUY estresado. Pero eso es algo que no puedes decir cuando TÚ eres el psicólogo… ¿no?

Os voy a contar mi historia:

Me llamo Martín, tengo 34 años y un despacho de psicología. Tengo una vida normal, un buen trabajo, una preciosa y dulce pareja, algunos amigos que en su día fueron buenos y hoy son un puto coñazo (como los de la mayoría de vosotros, seguro…) y soy un tío simpático, una de esos típos que son buenas personas, atractivos e inteligentes para los que les rodean.

Pero aparte de esto, y en ciertos momentos de la semana: soy el “Amo M.” y emputezco brutalmente a pobres chicas deseosas de estar con alguien como yo y llegar a ser su fiel perra.

Como os contaba más arriba soy un buen tipo, pero cuando me convierto en Amo tengo que reconocer que soy un hijo de la gran puta y un chulo. Me encanta humillar, destrozar todo rastro de dignidad de mis queridas y obedientes perras, hacer que se olviden de su identidad pasada y que se dediquen única y exclusivamente a darme placer.

Hoy, por ejemplo, que he tenido un día especialmente estresante me he ido a relajar con Ana.

Veréis, os contaré algo sobre Ana: cuando la conocí era una preciosidad morena de 27 años que vino a pedir trabajo como psicóloga infantil a mi consulta.

Teníais que haberla visto… morena, pelo liso impecable, largo y brillante, una camisa blanca nuevecita que no podía ocultar sus preciosos pechos, y unas mallas negras que marcaban sus increíbles piernas y terminaban en unos zapatos de tacón brutales, que envolvían unos pies perfectos y sensuales. Una “niña bien” que vino con cara de buena, voz temblorosa, conversación de profesional experimentada, estudiosa y responsable y un cuerpo hecho para ser sometida...

Lo que Ana no esperaba es que yo detecto a una sumisa a kilómetros.

Ya os contaré cómo la emputecí hasta este límite, pero prefiero pasar directamente a lo que ha sucedido esta mediodía:

Cogí el teléfono y…

-Lameculos, ¿estás en casa?

-Hola Amo. Me hace muy feliz escuchar su voz. Sí… estoy aquí.

-Hazme la comida. Voy a comer a tu casa, he tenido un día estresante. Ya sabes qué hacer, ¿verdad?

-Claro Amo… estaré vestida y haré arroz con bogavante para usted y leche con pan para mí.

-Ok. Adios sucia cerda, hoy te vas a hartar de degradarte para mí.

-Lo que quiera mi Amo, haré todo lo que me pida. Todo por usted...

Media hora más tarde sonó el timbre de Ana y abrió la puerta. El espectáculo era precioso.

Con su pelo negro recogido (para chupar pollas sin problemas de incomodidad), Ana llevaba puesto un jersey ajustado y muy fino, sin sujetador debajo, con cuello vuelto y la parte de los pechos recortada, de manera que iba vestida pero con unas preciosas y más bien grandes tetas fuera.

-Hola mi cerda. -dije, mientras la estiré de los pezones.

-Hola Amo. Me alegro de verleeee…!!

Entonces sonó un vigoroso “Plafff!!” y la mejilla de Ana acogió calurosamente un fuerte bofetón mío.

-Simplemente me apetecía, tienes unos mofletitos muy tiernos. -Dije riéndome de ella en su cara.

-Gracias Amo. Mi cara es para que usted la use como quiera...

-Eso es, putón. -Dije, mientras le solté un escupitajo en cada lado de la cara y otro en la frente, que le fueron cayendo por su hermoso rostro. -Te aseguro que la voy a usar… tanto que no podrás bajar a la calle hasta mañana.

El cuerpo de Ana se estremeció de excitación y miedo a la vez que bajó la mirada y puso toda la cara de perrito abandonado que supo…

La parte de abajo del cuerpo de Ana estaba al aire libre, como me gusta que me reciba.

Tenía su precioso y redondo culo a la vista, y su coñito depilado pidiéndome que lo estirara, mordiera, azotara y jugara con él. Sus perfectas y morbosas piernas perfectamente depiladas y sus pequeños pies dispuestos para hacer con ellos todo lo que quisiera... Era una bella estampa la que tenía delante, y todas las malicias se me ocurrían a la vez al mirarla.

Rápidamente la cogí del pelo y con un movimiento violento la puse a cuatro patas, que es como ella pasa el 75% del tiempo junto a mí. Entonces la abroché el collar al cuello que ella diligéntemente me dio en cuanto pasé al recibidor.

-¡Pero bueno! ¿Y ese juguete que tienes ahí dentro de tu culo? -Dije, señalándo un Plug que tenía metido en el trasero. -¡Zas! ¡Zasss! ¡¡¡Zaassss!!! La azoté una vez tras otra -¿Serás guarra?

-Creí que le iba a gustar, mi Amo. Es una sorpresa para usted… Quiero tener el culo siempre bien abierto para que lo use en cualquier momento que le pueda apetecer… Si está así puede meterla sin esperar desde el principio. ¿Quiere encularme ahora o más tarde?

En medio de esta bonita conversación, yo la iba dando azotes mientras ella caminaba sobre sus rodillas moviendo orgullosa su culo cómo yo la había enseñado. Hoy estaba contenta, se la notaba. Quería transmitirme un sentimiento de orgullo de sí misma por tener el culo disponible para follarmelo muy duro las 24 horas.

-Entonces… ¿Te has puesto el dilatador en tu culito tragón, ¿cerda?

-Sí Amo. Puede encularme en cualquier momento. Ya lo sabe… pero ahora será más cómodo para su polla. Lo acogerá todo muy rápido, hasta el fondo, y podrá darme hasta hartarse.

-Bien, luego te encularé entonces. Por cierto: ¿donde está mi comida?

-Recién terminada, Amo. -Dijo, mientras levantaba un plato que cubría otro más grande, donde estaba la obra culinaria que acababa de hacerme.

-Bien. Voy a ver si haces algo bien aparte de ser una puerca cachonda y motivada. Ya sabes cual es tu sitio, date prisa que vengo con muchas ganas de mear esa boca.

Mientras yo me sentaba en la mesa, Ana se metió debajo de ella sacando mi polla de su cárcel. Sabía perfectamente su papel y lo que tenía que hacer.

Todos los días pares yo comía con Ana en su casa y, nada más sentarme, soltaba en su boquita (su dulce y jugosa boquita), toda la orina que llevaba desde la mañana sin soltar.

Era ya una tradición entre nosotros y parte de sus obligaciones como sumisa.

Sí, se mete mi polla en la boca y pacientemente espera a que su Amo tenga ganas de mearla y, cuando llega, traga contenta sin hacer ruido ni quejarse hasta la última gota que sale de mi polla.

De hecho es la tragona más obediente que he tenido nunca. Podría tragar un minuto entero o dos de meada sin quejarse ni derramar ni una gota por la comisura de sus jugosos y tiernos labios. Y juraría que es capaz de más… será cuestión de forzarla otro día.

Pero esta vez, mientras yo comía y veía la televisión, Ana succionaba todos los liquidos que salíeron de mi polla con diligencia y dedicación.

-Puerca,-Plaff! (bofetón)-¿Te has bebido todo?

-Sí Amo, muchas gracias por dejarme beberlo. Me encanta chupar su pis, creo que me he hecho adicta.

-De nada, cerda. Ahora me apetece abofetear tu cara mientras como.

-Sí Amo, ¿quiere que me ahogue con su polla antes y así le babeo los huevos para pasarme después sus jugos por mi cara? A lo mejor le gusta más pegarme fuerte si tengo la cara sucia y llena de mis propias babas…

-Me parece una buena idea, es muy humillante… pero, ¿sabes qué? Prefiero escupirte y llenarte la cara de mis propias babas. Primero unos minutos, ya veré si se alarga, y después te pegaré hasta que no sientas los mofletes. Hoy quiero reventarte esa cara de niña bonita a bofetadas hasta que te arda de calor y dolor.

-Será un placer servirle Amo. Hoy no tengo que salir a ningún sitio, así que puede pegarme todo lo fuerte que desee que nadie se dará cuenta. Seré feliz si le complazco en todo…

Ana, con las manos en la espalda (en posición de sumisa) y mirándome a los ojos, aguantó uno tras otro mis escupitajos hasta que ya no pude encontrar un centímetro libre en su bello rostro. Entonces la hice abrir muy bien los ojos (ayudándose si era necesario de sus dedos) y la escupí un buen gargajo en cada ojo. Creo que eso la sorprendió porque no sabía qué hacer (si limpiarse o dejarse escocer…).

Después pasé a su pelo y, además de escupirlo también, pasé algunos mechones por su cara. Su pinta era totalmente humillante, pero ella parecía absurdamente feliz y en paz siendo humillada…

Luego comencé la ronda de bofetones. Uno tras otro fueron impactando en su cara, cada vez más fuerte. Ana, al poco, comenzó en silencio a derramar ríos de lagrimas y a articular su cuerpo del dolor como podía. Entonces la hice sacarse el Plug del culo y meterse una botella de zumo que había encima de mi bandeja. ¡No hay nada mejor que ver como se abre el culo de una sumisa mientras que llora!

Mientras se quejaba con su mirada del dolor de culo que le estaba haciendo pasar, comencé la ronda más fuerte de bofetones, dejándome la piel para darla duro, muy muy duro en su carita.

Continuará…