El profesor y el maestro

Continuación de El profesor y el carnicero.

A mis treinta años experimentaba por primera vez lo que viene a ser un polvo sin más. Pero esa fue la primera impresión que me llevé y no pude, como casi siempre, evitar rallarme un poco. “¿Tanta pluma tengo?” Me preguntaba a mí mismo de camino a casa. “¿Tanto se me nota que soy gay?” “¿Por qué mis alumnos no me han puesto entonces un mote relacionado con ello?” Hombre, supongo que es normal que me planteara estas cosas, pues el carnicero no me llevó a su casa para darme de probar un orujo de cerezas como yo creí. Tampoco nadie me ha dicho “mariconazo” después de un polvo…

-¡Teacher, teacher! –me vociferaba Pedro de nuevo desde la plaza– que dice mi hermano que si le puedes ayudar con una cosa del inglés.

-Pedro yo… -intenté excusarme en vano.

-¿Le digo entonces que vaya para tu casa? –Siguió él sin esperar una respuesta– en cinco minutos estará allí.

Y ya no pude decirle nada porque Pedro salió corriendo en busca de su hermano Juan. Y yo aligeré el paso para adecentar un poco la casa.

Me pregunté qué podría ser lo que Juan necesitaba e incluso me planteé si en realidad no sería una excusa para venir a verme. Total, si el carnicero se había dado cuenta de que yo era gay podría ser un foco para todos los homosexuales del entorno. Obviamente esto no lo pensaba en serio, porque todos sabemos que por mucho que seamos gays no necesariamente implica que tengamos que ligar con todos los gays y bla, bla, bla…El caso es que yo lo pensé sin más.

Cuando abrí la puerta volví a encandilarme por la figura de Juan. Es verdad que no le veía tan atractivo como en un primer momento llegué a pensar. Quizá influyera el hecho de que acababa de echar un polvo y no estaba tan “salido”. De todas formas seguía pareciéndome muy atractivo en términos absolutos y mucho más relativamente, pues en el pueblo los hombres no destacaban especialmente por su belleza.

-Pasa, siéntate –le invité-. Me ha dicho Pedro que necesitabas no sé qué de inglés.

-Bueno, en realidad…En realidad era una excusa –advirtió.

Una mezcla de sorpresa, confusión y esperanza se centró en mi cabeza. Le sonreí y le pregunté que qué quería decir.

-Pues es que estaba aburrido y quería salir un rato de casa, que llevo metido allí desde el viernes con la excepción de salir con Pedro a dar una vuelta.

-¿Y tus amigos? –le pregunté.

-No es que tenga muchos, ¿sabes? Y menos desde que me fui a la universidad.

-¿Por?

-Supongo que con los que iba al colegio poco o nada tengo ya en común. Yo no sé nada de campo, ni de vacas ni de vinos. Y ellos asocian ingeniería con ganar mucho dinero, así que imagínate. ¿Te molesta que haya venido?

-No, no. Para nada. Pero te vi tan cortado en la comida…Pensé que te había caído mal o algo.

-Qué va, pero es que no soy muy hablador. Y de coches entiendo poco, la verdad. No soy tan fanático como Pedro.

Y ese fue el cariz de la conversación hasta que se marchó un rato después tras haberle ofrecido quedarse a cenar y ver una peli. Pero Juan declinó la invitación con no recuerdo qué excusa dejándome confundido y aturdido. Y a eso se sumaba mi experiencia con el carnicero, así que el insomnio aquella noche estaba asegurado.

Y por eso el lunes fue duro. Y la semana en general tediosa. Y lo peor de todo era pensar que al fin y al cabo el finde anterior no había estado tan mal, y que me esperarían un sábado y domingo aburridos de nuevo, como justo antes de que un atisbo de juventud asomara en un bar, de que un carnicero me follara y de que un veinteañero misterioso y atractivo se plantara en mi casa sin apenas conocernos.

Así que la rutina del sábado parecía querer cobrar protagonismo, pero al final no se salió con la suya. Y es que en el bar, al igual que siete días antes, estaba sentado mi primer quebradero de cabeza de mi nueva vida en la sierra andaluza. Cuando entré levantó la vista, sonrió y me saludó alzando la mano. ¡Buena señal! Porque al menos se acordaba de mí. Y entonces en aquel instante ideé mi plan: me haría el remolón con el café y la tostada hasta que se levantara a pagar y pasara por mi lado. Pero no funcionó porque el tío se fue al minuto. Y entonces hice justo lo contrario a lo que había pensado: me tomé el café lo más rápido que pude y me dejé la tostada casi entera para ver si me le encontraba en el estanco. Y así fue, al menos esto sí funcionó.

-¿También vas hoy a la carnicería? –me atreví a preguntarle.

-Sí, ¿por?

-Para que no pienses que hoy te sigo yo a ti…

-¡Ah! Je, je. Bueno, en realidad yo el otro día no te seguí –aclaró.

-Ya lo sé hombre, sólo bromeaba.

Y entonces el hecho de que no pillara mi humor me cortó todo el rollo, así que me di la vuelta y pedí mi Marlboro. El otro dijo un “hasta luego” desde la puerta. Como también tenía que ir a la farmacia aquel día opté por hacerlo primero y así me evitaba encontrármele pidiéndole mortadela a Julián. Pero esta idea tampoco salió bien, pues cuando llegué al carnicero y le vi entrar después de mí supuse que también habría cambiado la ruta para evitarme y también le salió mal.

-Vaya, pues va a ser que sí te sigo… -Dijo sonriendo.

-En un pueblo tan pequeño es difícil no hacerlo –comenté yo sin muchas ganas.

-La verdad es que sí. Tú eres el profe de inglés del instituto, ¿no?

-Sí, ¿cómo lo sabes? –pregunté.

-Bueno, como bien has dicho este es un pueblo pequeño y todo se sabe.

-¿Y cómo que no te había visto antes?

-Pues porque apenas llevo aquí un par de semanas. Soy maestro en el colegio del pueblo de al lado y vengo aquí los sábados a hacer la compra, que aquel es todavía más pequeño.

-Buff, vaya rollo entonces, ¿no?

-Ya te digo, no hay nada de nada.

-Hola maestro Felipe –saludó un niño que acababa de entrar con su madre.

Al menos ya sabía su nombre.

-Madrileño, te toca –gritó Julián desde detrás del mostrador-. ¿Lo de siempre?

“Lo del domingo pasado” pensé para mí tras volverle a ver de uniforme desde que se despidió llamándome mariconazo desnudo desde el sillón.

-Sí, por favor.

Y al entregarme la bolsa con mi compra por el lado del mostrador me susurró: “a ese también me lo he follado”. Y entonces le preguntó a Felipe que si lo de siempre otra vez. Éste asintió y me pidió que le esperara. Miré a Julián de nuevo por si era capaz de sacar alguna conclusión, pero su naturalidad era asombrosa. Estuve atento por si le decía a Felipe que a mí también me había follado, pero no lo hizo. En su lugar me dedicó una mirada que reconozco no supe interpretar. Y supongo que a nuestras espaldas nos vería salir juntos y haría sus elucubraciones sobre si Felipe y yo teníamos algo al igual que yo me las estaba haciendo sobre los pensamientos de un carnicero que resultaba cuando menos, sorprendente. Pensaba si se habría follado a Felipe antes o después que a mí, y me angustiaba el hecho de que cómo habían follado tan pronto si Felipe llevaba sólo dos semanas por allí y no tenía nada de pluma. Y entonces me auto flagelaba con mis paranoias de sentirme menos que los demás, de creerme menos guapo, menos dicharachero, menos sociable…Y por todo ello estaba tan solo como estaba.

Pero Felipe me invitó a un café y mi estado de ánimo cambió. Aprovechando que aquel sábado había sol y con la excusa de que ambos fumábamos nos sentamos en la terraza del bar. Supe entonces que tenía mi edad, que era la segunda vez que enseñaba en la escuela de primaria del pueblo de al lado y que  estaba haciendo una sustitución que lo mismo duraba un mes que el curso entero. E ingenuo e inocente de mí deseé que se quedara hasta junio como yo y que aquel fuera el comienzo de una bonita amistad o “lo que surja”.

Y tenía buena pinta, la verdad, porque conectamos muy bien. Hablamos de muchas cosas, pero en mi cabeza rondaba la imagen de mi nuevo futuro amigo en casa del carnicero y la incógnita de si él tendría la misma información sobre mí.

-¡Teacher, teacher!

-¡Maestro, maestro!

En la terraza del bar de la plaza estábamos demasiado expuestos a nuestros alumnos que paseaban en bicicleta, en scooter o simplemente jugaban a nuestro alrededor interrumpiéndonos cada dos por tres seguramente entusiasmados de ver a sus profesores fuera del colegio.

-Está visto que en este pueblo intimidad poca –me lamenté.

-Si yo te contara…-dijo Felipe.

Y volví a rallarme por si aquel comentario iba con segundas refiriéndose a mí y al carnicero, pero no vi maldad en la cara de Felipe. Quizá porque creyera que tenía más motivos que yo para ocultar sus “tendencias”, pues al parecer las mías eran evidentes.

-¿Quieres venirte a cenar esta noche a mi casa? –me invitó-. Allí no habrá alumnos que nos molesten.

Acepté, como no podía ser de otra manera, y a eso de las nueve de la noche me planté en su casa del pueblo de al lado.

-¡Hala! Qué elegante te has puesto. Y yo en chándal.

-Bueno, yo es que no uso chándal, así que siento no estar a la altura… -bromeé-. He traído vino.

-Vaya, un Ribera. Bendito sea, después de tanto vino peleón de aquí nos sabrá a gloria –celebró.

Fue una cena bonita, casi romántica. Podría parecer la típica cita de una pareja que se está conociendo de forma normal y natural, alejada de aquellas que yo siempre he tenido a través de Internet o de amigas alcahuetas que parecen odiarme más que desearme que me echase un novio en condiciones. Una cita más de comedia americana que de una peli de ciencia ficción a las que yo estaba acostumbrado y de las que siempre me juraba que no volvería a repetir. Es verdad que planeaba la duda de si Felipe sabía algo más de mí de lo que yo le había contado o si realmente estaba dispuesto a algo más conmigo o le iban más los encuentros esporádicos como con el carnicero.

Y es frustrante ver cómo me caliento la cabeza con encuentros que no son más que un polvo, así que imaginad lo que me rallaría con algo que podría ir más allá como era el supuesto caso de Felipe.

-Quédate a dormir –me dijo cuando le avisé de que me iba–. Que es tarde y has bebido.

-No te preocupes, estoy bien –le advertí.

Cogí mi abrigo y me dirigí al hall mientras Felipe seguía intentando convencerme de que me quedara.

-Que no, me piro –sentencié mientras le alargaba la mano en forma de despedida y le agradecía la cena.

-A ti por la compañía. Dame un toque cuando llegues.

Pero no me dio tiempo. Cuando estaba aparcando recibí un mensaje suyo: “vaya despedida chaval! Pero me lo he pasado muy bien. A ver si repetimos”. Se me iluminó la cara en aquel instante tras leer un mensaje que me parece decisivo después de cualquier primera cita. Le contesté sin tanta euforia para no comprometerme aunque traté de no resultar demasiado seco (otra vez). Y más contento que unas castañuelas me metí en la cama pensando en Felipe, en lo bien que me caía, en lo atractivo que me pareció y en lo que podría ocurrir en el futuro.

A la mañana siguiente medité sobre enviarle un mensaje de buenos días para que viera que yo mostraba algo de interés y era capaz de tomar cierta iniciativa. Me contestó al poco tiempo y yo volví a escribirle para invitarle a comer. Aquellos segundos fueron angustiosos por la sola idea de que me rechazara, pero cuando leí que sí venía me sentí plenamente feliz.

Apareció en mi casa puntual con una botella de vino en la mano y una sonrisa en la cara.

-Me he quitado el chándal de los domingos, que lo sepas –bromeaba.

Y mientras justificaba la comodidad del algodón en detrimento de unos vaqueros abría la botella de vino, sirvió dos copas y nos enfrascamos de nuevo en una buena conversación. Aludió a la noche anterior insistiendo en la idea de que tenía que haberme quedado por el peligro de coger el coche, pero en ningún momento dijo nada que fuera más allá o que me hiciera pensar que quería algo más. De hecho, nombró el cuarto de invitados o lo cómodo de su sofá. Yo no alegué nada, pues en realidad no tenía excusa para no haberme quedado.

Hicimos planes para la tarde y la idea de jugar al Trivial nos pareció atrayente, pero cuando el salón fue inundado por el aroma del café el timbre de la puerta sonó.

-¿Quién podrá ser? –me pregunté.

Me quedé completamente paralizado cuando vi a Julián al otro lado del umbral.

-Hola madrileño, ¿qué haces?

Creo que me pondría hasta rojo. Temblaba. No era capaz de articular palabra.

-¿Qué te pasa? –continuó.

-Mmm, nada, nada.

-Entonces, ¿entro o me sacas el café aquí a la puerta?

Y cuando Julián llegó al salón a Felipe se le quedó la misma cara que a mí.

-Ah, pero si tienes compañía. ¿Interrumpo algo? –dijo Julián descarado sin que le importara en realidad.

-Íbamos a tomar café –contesté yo aún con el tembleque por lo tenso de la situación.

Felipe se levantó aunque no dijo nada. Julián ni siquiera se le acercó a estrecharle la mano o algo y se sentó directamente en el sofá grande.

-Qué ambiente más cargado tenéis aquí, chavales –escuché desde la cocina.

“No, si se desnudará y todo”, pensé, así que volví rápido para abrir una de las ventanas. Felipe se había vuelto a sentar y parecía algo más tranquilo, pero supongo que se le pasaría por la cabeza lo mismo que rondaba la mía y no debería estar cómodo en absoluto. Y es que la situación no era desde luego confortable por lo que el café supo más amargo que nunca. Nada más acabarlo Felipe anunció que se iba.

-¿Y eso? –pregunté sorprendido deseando que el que se marchara fuera el carnicero.

-Tengo que corregir exámenes.

-No te vayas hombre –le gritó Julián-. Quédate y nos lo montamos los tres.

Si en algún momento pensé que la situación no podía ser más surrealista me equivocaba. De nuevo se hizo el silencio y Felipe y yo nos miramos con cara de no saber qué diablos estaba pasando.

-Gracias por la comida –se despidió.

Y no fui capaz de impedir que se quedara al igual que él no pudo retenerme la noche anterior. Lamenté aquello mientras volvía al salón.

-Es un remilgado –dijo Julián- Y un poco ñoño, ¿no te parece?

-No, no me lo parece –le contesté- ¿Cómo que has venido?

-Esperaba encontrarte en la plaza como el domingo pasado e invitarte a unos chupitos.

-No bebo todas las semanas –aludí, intentando que pillara el doble sentido de la frase.

-¿Me estás diciendo que no has bebido nada con el pavo ese? –dijo Julián sin saber muy bien si seguía con el juego de palabras.

Y lo que pensé decir era ya demasiado metafórico así que me lo ahorré. Julián interpretó que aquella tarde no se repetiría lo del domingo anterior e imagino que se contentó porque le quedaría aún alguna otra casa que visitar para conseguir el polvo de rigor.

En cuanto Julián se hubo marchado llamé a Felipe, pero no contestó. Le envié un mensaje disculpándome y advirtiéndole de que Julián se había presentado sin avisar y no sabía qué hacía allí y que la partida de Trivial seguía en pie si aún le apetecía. Al rato me llamó:

-Iba conduciendo, por eso no te contesté.

-No te preocupes.

-Y perdona por haberme ido de esa manera, pero es que Julián y yo…Bueno, que…no es una persona con la que me guste estar –reveló.

Y ahí es cuando yo tenía que decidir si le decía lo que sabía o me callaba.

-Pero bueno –continuó– si ha estado allí me imagino que es porque te habrás acostado con él tú también.

Felipe me lo puso fácil, y ya no había necesidad de fingir o mentir.

-Sí –confesé– el domingo pasado. Y ayer en la carnicería me dijo que a ti también te había follado, así que supongo que te diría lo mismo sobre mí.

-No, no me ha dicho nada. Lo mío con él fue el curso pasado.

-No entiendo entonces por qué sigues yendo a su carnicería –maticé.

-Bueno, dejé de ir, pero cuando volví hace dos semanas decidí que volvería a verle. Es una historia larga, Ángel, y compleja, pero ya está. Cuando estuve el sábado pasado determiné que actuaría con normalidad y que lo que yo sintiera por Julián estaba completamente acabado.

-¿Te pillaste por él? –le pregunté sorprendido.

-No del todo. Pero sí que lo pasé mal durante un tiempo. Supongo que siempre hay alguno que se queda con ganas de más.

Dimos el tema por zanjado, le volví a invitar para jugar al Trivial pero Felipe dijo que se quedaría ya en casa. Yo pasé el resto de la tarde dándole vueltas a la cabeza e intentando asimilar todo lo que había ocurrido. No negaré que llegó incluso un momento en el que me excité pensando en la idea de habernos hecho un trío en mi casa, pero en cuanto me masturbé frente al ordenador la deseché de inmediato.

Felipe me envió un mensaje a la mañana siguiente para desearme los buenos días. Yo le contesté invitándole a un café por la tarde. Lo rechazó porque tenía claustro, pero no propuso alternativa. Quise que no se me cruzara el cable porque no llevo nada bien que me digan que no y aunque suene infantil me dije a mí mismo que le daría otra oportunidad. Al final de la tarde me volvió a escribir preguntándome que qué tal mi día. Al día siguiente más de lo mismo, pero esta vez su excusa fue diferente, y esta vez ya sí que me tocó la moral así que me desilusioné un poco por su aparente falta de interés y tardé en contestar a su siguiente sms como prueba de ello. Y quizá por eso, trató de captar de nuevo mi atención el miércoles invitándome a cenar.

Me planté en su casa con cierta timidez por la forma en que debía saludarle. La mano quizá resultase demasiado fría, pero dar dos besos no me parecía una buena alternativa. Se supone que esos mensajitos de días anteriores evidenciaban que no sólo éramos amigos, o al menos eso pensaba yo. Pero cuando me abrió la puerta Felipe estaba hablando por teléfono, así que hice como que no molestaba y superé aquel trance. Cuando colgó me ofreció directamente una cerveza desde la cocina y al dármela en la mano y sentir el contacto de su piel el vello se me erizó.

Pero nada destacable ocurrió durante aquella velada más allá de seguir conociéndonos aún más. El tema de Julián parecía haberse convertido en tabú, y el trabajo absorbía la mayor parte de nuestra conversación. Cuando le avisé de que me iba no me pidió que me quedara y yo sólo le emplacé a que la siguiente cena fuera en mi casa cuando él quisiese. La despedida volvió a ser ambigua y frustrante, pero endulzada de nuevo por otro mensaje que me envió poco después de abandonar su casa.

Quizá por miedo a que ocurriera otra vez lo de Julián, Felipe me preguntó al día siguiente que si me importaba que fuera yo a su casa otra vez. Puso de excusa que una vecina suya le había preparado un plato típico de allí y así yo lo probaba también. Al abrirme la puerta ese jueves me recibió por fin con un beso. Fue un simple beso en la mejilla, pero creo que lo suficientemente revelador. La cena, sin embargo, fue más tranquila de lo habitual, quizá por el cansancio que ambos íbamos acumulando desde el lunes, así que poco antes de las once anuncié que me marchaba. Pareció estar de acuerdo con mi decisión y me acompañó hasta el coche. Una vez sentado en él, y con la ventana abierta para despedirme de Felipe, éste se agachó y me besó en los labios.

Mantuve la sonrisa boba de felicidad durante mi trayecto de vuelta a casa y durante todo el viernes. “¿Significa esto que estamos juntos?”, me decía a mí mismo. “¿Debo entonces llamar ya a alguien para contarle que tengo novio?”. Pero mi experiencia con todo tipo de descerebrados me aconsejaba prudencia, así que fui comedido en mis actos y moderé mis pensamientos, que parecían esclarecerse y ver de nuevo la vida de color de rosa.

Esa noche Felipe sí accedió a que la cena fuese en mi casa. Al día siguiente no trabajábamos por lo que el día daba todavía mucho de sí por muy cansados que estuviéramos. Desde el beso que nos dimos nada más subir las escaleras de mi casa hasta bien pasada la media noche que ya era, nada destacable había ocurrido. “Sólo falta que sea más tímido que yo”, pensaba.

-Te quedarás a dormir, ¿no? –me aventuré a preguntarle.

-Si tú quieres… -contestó vacilante.

Vaya par de pánfilos, pero menos mal que ninguno dijo nada y nuestras sonrisas y miradas expresaron más que cualquier frase que hubiésemos sido capaces de pronunciar. Y gracias a ellas, ambos supimos que llegaba el momento de acercarse, besarse, acariciarse, quererse…Y nos metimos directamente en la cama abrazados dejando que nuestros labios se fundieran una y otra vez como si no lo fuéramos a hacer nunca más. No puedo cuantificar el tiempo que estuvimos vestidos intercambiando fluidos, pero ninguno se decidía a dar el siguiente paso.

Yo no estoy acostumbrado a esas cosas, y no sabía si para una persona como Felipe –cuya forma de ser había podido ya intuir tras nuestras citas– aquella noche requeriría sexo o se quedaría simplemente en abrazos, besos y caricias. Su mano no pasaba de mi espalda, aunque la mía sí que bajó a su culo en más de una ocasión, pero al no obtener respuesta de su parte, la retraía de nuevo y me centraba en otras partes de su cuerpo menos impúdicas.

Hubo un momento aún más tierno cuando Felipe paró de besarme, me sonrió, me tocó la mejilla con un dedo y me dijo:

-Me gustas mucho, ¿sabes?

Me jode mucho que ahora mismo vengan a mi memoria antes las cosas negativas que se me pasaron por la cabeza que las que realmente sentí. Porque la sola idea de que yo le pudiera gustar a alguien ya era un motivo suficiente para saltar de felicidad. Y no es que Felipe no me gustase, pero ya fuera por presión o por incredibilidad no fui capaz de responderle como seguramente él esperaba. Me limité a besarle de nuevo. Él me correspondió y volvimos a fundirnos en un abrazo mucho más pasional.

De nuevo las manos cobraron protagonismo. Esta vez fui más recatado, pero fue Felipe entonces quien guió una de las mías hasta su trasero. Se lo sobé mientras él hacía lo propio con el mío sin que nuestras bocas se separaran. Fui más allá e intenté quitarle el pantalón. Estaba muy excitado y mi polla deseaba que la liberasen también. Nos desnudamos pues y pude ver su cuerpo entero. A priori nada excepcional, pero muy cercano al prototipo de tío que a mí me gustaba. No había abdominales perfectos ni pectorales marcados ni nada de eso. Tampoco se le notaban los huesos bajo la piel. Tenía simplemente el cuerpo ideal para mí, porque que yo me ponga cachas es tanto o más difícil que ver descender la cifra de paro en España.

Y aquella deslumbrante normalidad en su cuerpo se extendía también a su verga. Nada que ver con el pollón del carnicero ni con mi acomplejada polla que también le mostré. La sentí rozar la suya y noté la fogosidad de ambas. Comencé a pajeársela como un primer y torpe paso a la espera de que Felipe fuera algo más ávido que yo en lo que a iniciativa se refiere, pero no parecía estar por la labor, y estar aferrado a mi boca aparentaba ser suficiente. Al menos podía haber posado su mano en mi entrepierna, pero no, no me lo estaba poniendo fácil, pues no era capaz de deducir qué le iba en el ámbito sexual. Pensé que si había estado con Julián sería también pasivo, así que surgía otro problema. De vez en cuando separaba sus labios de los míos para emitir un sollozo o recolocarse demostrando que al menos le gustaba lo que mi mano estaba haciéndole a su polla. Sólo sentí su aliento sobre mi cara, nada más.

Determiné entonces que continuaría así un rato y a ver qué ocurría, si me pedía que se la chupara, lo hacía él o vete tú a saber. Aquel monólogo interior que se libraba en mis adentros me apartó en cierta manera del estado de excitación, pero no a Felipe, que me besaba con ganas o se retorcía cuando aceleraba algo más mis movimientos provocándole para que espabilara. Al menos no le disgustaba que le masturbara, porque de no ser así me hubiera tenido que creer las palabras del carnicero insinuando que era un ñoño. La verdad es que no me los podía imaginar juntos por la brusquedad de Julián y la parsimonia de Felipe. Así que nada, no iba a ser yo quien estropeara el bonito momento y aguantaría así hasta que se corriera, pues no parecía haber alternativa. Seguí sacudiéndosela con una de mis manos pensando dónde diablos estaban las suyas, pues apenas las notaba alguna vez por mi espalda o como mucho por mis nalgas.

-Me voy a correr –dijo por fin.

-Pues córrete –le animé.

-¿Y tú? –pregunto sollozando dominado por el placer.

-Por mí no te preocupes.

Y le besé de nuevo y traté de aumentar todavía más el ritmo para convencerle de que se corriera sin que nuestras bocas se separaran. Y así lo hizo poco después entre jadeos que emitía los instantes que se alejaba de mis labios al tiempo que yo sentía su cálida y densa leche entre mis dedos que salió casi con la misma moderación como con la que se estaba comportando mi amante. Le volví a sonreír y él volvió a contemplarme embobado. No sé si dijo algo, pero el trance, aunque bonito y tierno, estaba siendo demasiado sosegado hasta para mi gusto. Pero bueno, ese era sólo el principio. O al menos eso creía yo.

Menos mal que se recuperó pronto, y apenas un cigarro después le tenía comiéndome la verga. Yo no se lo pedí ni mucho menos. Tras apagar la colilla sobre el cenicero de la mesilla y sin decir palabra fue deslizando su lengua desde mi barbilla hasta llegar a mi entrepierna. Aquí sí agradecía la parsimonia con la que Felipe actuaba, pues se había detenido en lamerme los pezones, me recorrió el vientre, volvió a los pezones hasta llegar al glande que estaba henchido a punto de estallar. Al sentir su lengua palpité por la suavidad con la que recorría cada milímetro de la punta de mi cipote entreteniéndose en cada detalle, abandonándolo tímidamente para recorrer de la misma manera el tronco, acariciar mis huevos, sentir su barbilla rozándolos, su aliento abrasador sobre mi polla aún más ardiente.

Me estremecí cuando decidió tragársela entera sin avisar. Dispuesto a darme el placer que yo más fácilmente le había otorgado minutos antes, la succionó de arriba abajo sacando y metiendo su boca a un ritmo menos pausado, pero constante. Me retorcía y gemía agarrado a las sábanas mientras él atrapaba mi verga en lo más profundo de su garganta. Ayudado de sus manos me masajeaba también los huevos al tiempo que sus labios y su lengua hacían lo propio con el resto. Como él antes, yo no articulé palabra ni planteé alternativa. Simplemente me dejé hacer hasta ver a dónde ambos llegábamos. Si pretendía que me corriese ante aquella postura lo lograría más temprano que tarde. Se lo hice saber y se apartó, pero no del todo, pues comenzó a pajearme para ayudarme a eyacular. Ante un enorme suspiro solté la leche que tanto había acumulado con menos disimulo que él antes, y una vez descargué sobre mi vientre y sus manos, Felipe volvió a tragársela por un instante sumiéndome en un momento casi de delirio.

El fin de semana fue estupendo. Lo bueno que tenía que ambos estuviésemos exiliados en pueblos perdidos en los que no conocíamos a nadie era la falta de posibles compromisos o cosas que hacer. El único que rondaba en nuestras cabezas era el carnicero, por si se presentaba otra vez sin avisar, y más cuando ninguno habíamos hecho nuestra rutinaria visita de  los sábados a su negocio. Es más, Felipe no salió de mi casa en todo el fin de semana, y la única escapada que hice yo fue una visita rápida al estanco y una compra más rápida aún a unos ultramarinos que había en mi misma calle. La contrapartida a un sitio tan tranquilo es que no tienes un Telepizza al que llamar para que te traigan la comida a casa…

Pero bueno, ese tipo de comidas era lo de menos. Y de hecho apenas probamos bocado. Imagino que por los nervios o el estado que provoca el enamoramiento cierra el estómago. Porque sí, Felipe ya me había dicho que yo le gustaba mucho, y yo también sentía algo muy fuerte por él. Deseaba que no acabara el domingo porque significaba que nos separaríamos y lo único que yo quería era permanecer con él, aunque fuera sin hacer nada. Porque más allá del sexo y de contar batallitas no hubo nada más. Con tenernos el uno al otro era más que suficiente.