El profesor y el carnicero (otra vez)

Continúa la historia. El título lo dice todo.

No había marcha atrás y no recuerdo si pensé en que Felipe no tenía por qué enterarse. ¿En eso consiste la infidelidad? ¿Aunque lo que ocurriera con el carnicero fuera sólo sexo? Pues no lo sé, no estoy muy familiarizado con esto porque no se me han presentado muchas ocasiones así. Felipe estaba lejos, y Julián muy cerca y además yo había insistido en que se viniera conmigo, más no podía hacer. O quizá sí, pero me convencía con que en el fondo ya no dependía de mí.

Julián se acabó el cigarro tras hacer mención al temporal que nos tenía incomunicados. A pesar de todo yo me sentía relativamente bien y sabía lo que iba a ocurrir, pero siempre es difícil llevar la iniciativa y para eso ya estaba el carnicero.

-Siéntate aquí, anda –me pidió desde el sofá de enfrente golpeando el asiento con una mano.

Le hice caso y justo cuando iba a sentarme me paró para ayudarme a quitarme la ropa. Me desvistió por completo sin decir nada y yo me limitaba a sonreír. Cuando me tuvo desnudo frente a él, todavía de pie, me dio un par de cachetes en el culo y me pidió que me arrodillara. Volví a obedecerle. Abrió un poco sus piernas y me hice un hueco entre ellas hasta llegar a su polla todavía morcillona. Comencé pues a lamerla degustando su sabor y embriagándome por su intenso olor. La verga de Julián respondió rauda al estímulo y la vi en todo su esplendor, gorda y oscura como la recordaba, rodeada de un denso vello que se extendía a todo su cuerpo; nada que ver con la lampiña figura de Felipe. Y tal como también recordaba, los broncos gemidos comenzaron a salir de su boca sin ningún disimulo dando muestras de que lo estaba haciendo bien.

Pero ante tamaño trozo de carne era fácil y disfrutar de su verga casi un regalo. Su suave y rosado glande contrastaba con el resto de él, incluida su polla, muy basta en sus formas, pero igualmente apetecible. Sin detenerme mucho en lengüetear o chuparle los huevos, la fui introduciendo en mi boca poco a poco hasta sentirla dentro en su totalidad. Julián entonces empezó a poner de su parte con movimientos cortos y algo bruscos que empujaban su trasero para taladrarme y notar su verga bien adentro. Agradecí las primeras gotas de líquido preseminal que intensificaron la mamada aún un poquito más, poniéndome a mil y evadiéndome de cualquier otro pensamiento que no fuera su polla o mi falta de aliento. Porque las cada vez más rápidas embestidas de Julián provocaban casi que me atragantara, pero no por una desmesurada violencia, sino por el poco aire que su grosor dejaba salir. Cuando yo la sacaba él me cogía de la cabeza guiándola de nuevo hasta su cipote como si no aguantara tan solo un segundo fuera de mí. Si Felipe se dejaba hacer hasta donde yo quisiese, con Julián sucedía todo lo contrario.

Por ello, y tras un par de cipotazos en mis mejillas, me cogió de los hombros animándome a levantarme y a darme la vuelta para ofrecerle mi culo. Como la primera vez, me apartó las nalgas y lo ensalivó. Primero con un par de escupitajos y luego con su poderosa lengua que hizo estremecerme. Lástima que no se detuviera mucho allí, porque me excitaba sobremanera tener a un tío como él comiéndose mi ojete por mucho que sólo fuera el preámbulo para perforarlo con mayor facilidad. Sus manos se posaron en mi cintura y me empujó para dejarme caer y clavarme ahí mismo su polla. No era la mejor postura en aras de una mayor abertura o un mejor ángulo y de hecho dolió al principio y liberé un tenue quejido. Pero lejos de importarle, Julián continuó acoplando su verga a mi ano hasta considerarlos encajados y comenzar así a embestir con cierta rudeza. Sus jadeos eran mucho más sonoros que mis sollozos y sucumbí pronto al placer cuando mi culo se acostumbró al pollón de Julián.

Él mantenía sus manos en mi cintura como si fuera a escaparme, pero fueron muy útiles ante alguna pérdida del equilibrio momentánea que salvó sin dificultad. Hubiera estado bien que llevara alguna de ellas a mi polla para potenciar aún más el placer, y se lo podría haber pedido, pero no lo hice. Me limité a que me follara a su manera, áspera y desconsiderada, y que llevara él toda la iniciativa. Ya se cansaría de impulsarse y quizá buscara una postura más cómoda. Pero su aguante era encomiable, y aunque yo hubiera preferido que lo tuviera más cuando se la estaba mamando, que me petaran el culo me molaba, y Felipe no lo había hecho nunca, así que retomaba mi rol. Con Julián no me quedaba otra, no había alternativa posible. Así que él seguía sin interrumpir sus gemidos con palabras, aumentando frenéticamente el ritmo cuando se le antojaba o ralentizarlo para descansar y volver a recuperar fuerzas. Se reclinó un poco sobre el sofá sin sacar su polla de mi culo, guiándome en su movimiento y cargando con mi cuerpo. Volví a sentir dolor por otro instante hasta adaptarme a la nueva colocación, para mí más incómoda, ya que tenía que mantener la espalda en vilo, pues de recostarme sobre él me hubiera dolido mucho más.

Las fuertes manos del carnicero resultaron definitivas para ayudarme a no ceder y adecuando mi cuerpo a su capricho, en definitiva a la postura que a él le resultara más placentera, pues sus jadeos iban variando como si de un ensayo se tratara. Los míos cobraban cada vez más protagonismo porque en el fondo yo también estaba disfrutando, claro. Sentir la polla de Julián salir y entrar hasta lo más profundo de mí era de lo más gratificante y no traté de disimularlo. De hecho, como él me sujetaba, comencé e pajearme porque no era capaz de aguantar sin hacerlo de lo excitado que estaba. Eso sí, tuve que parar un par de veces porque me hubiera corrido antes que él fijo, y no quería que ocurriera. Pero ya cuando noté que Julián se contraía, que gemía con más fuerza casi hasta gritar, volví a dedicarme a mí y aun así, descargué con furia mi leche antes que él. Pero como todo en Julián era superlativo, sus trallazos golpearon con más fuerza mi espalda una vez se decidió a despojarme de su caliente trozo de carne y terminó por correrse fuera de mí. Noté cómo le flaqueaban las fuerzas y cómo un gemido agudo se difuminaba ante el silencio al que yo ya había sucumbido.

Me aparté entonces –o lo hizo él, no lo recuerdo- y repitiendo las palabras que pronunció en su casa la vez anterior tras eyacular, le invité a un cigarro y a una ducha. El primero lo aceptó, pero se vistió sin pasar por el baño. Esta vez no me llamó mariconazo, y no me podía insinuar que me marchara. Yo a él sí, pero no me dejó opción porque, como digo, se volvió a poner la ropa –abrigo incluido- y se dirigió hacia la puerta.

-Como te dije, tendré la chimenea encendida mañana también –se insinuó.

Yo no dije nada y le dejé marchar. No sé qué pensé o sentí en ese momento más allá del desfallecimiento tras el polvo. Intenté censurar a mi cabeza y proyectar cualquier otra cosa, pero no eran ni las seis de la tarde y aún me quedaba una larga jornada antes de claudicar ante el sueño. Era inevitable que Felipe acudiera a mi mente, pero no me sentí culpable, lo reconozco. Puede que sea la peor persona del mundo, pero lo cierto es que mi relación con el maestro era un tanto abstracta a pesar de todo. Con Julián todo estaba mucho más definido: un polvo y ya está. Yo sabía que no me iba a pillar por un tío como el carnicero y que de hacerlo no tendría ninguna posibilidad con él, pero para un rato de buen sexo nunca antes lo había tenido tan fácil. Y tal como meditaba al principio, Felipe no tenía por qué enterarse. ¿Para qué contárselo?

Al día siguiente salí a tomar café pese al temporal de frío y nieve. Aunque fuera sólo un rato me venía bien ausentarme de casa. En el bar no se hablaba de otra cosa y de vez en cuando el camarero o alguno de los parroquianos se dirigía a mí: “madrileño, seguro que en la capi no nieva de esta forma” y yo respondía lo más amablemente posible. Como dormí mal, me pedí un segundo café alargando así mi estancia en la taberna. El tiempo suficiente para ver aparecer a Julián, que me dio los buenos días como si tal cosa pasando detrás de mí hasta reunirse con el grupo de sus paisanos que andaban ya tomándose vinos.

-Madrileño, tómate uno con nosotros –me invitaron cuando me despedí.

-Gracias, pero voy a encender la chimenea –respondí bien alto para que me oyera el carnicero y se diera por aludido.

De esta manera vería que yo no era tan ñoño como decía él que era Felipe y me sorprendí a mí mismo por mi descaro. En la plaza me topé con Pedro, mi alumno de cuarto de la ESO.

-¿Qué haces con la que está cayendo? –le pregunté.

-Nada teacher. A ver si mañana nieva más y así no tenemos clase –dijo riéndose.

-¿Qué tal tu hermano? –inquirí.

-Bien teacher, no ha podido venir este finde. Seguramente vendrá el que viene porque acaba los exámenes y tiene dos semanas de vacaciones. ¡Qué suerte!

Y dejé a Pedro en la plaza mientras me dirigía para mi casa pensando en su hermano Juan, el guapo futuro ingeniero que un día se presentó en mi casa sin motivo aparente, en Felipe y como no, en Julián. Gracias a Dios el trayecto era corto. Me puse a preparar clases, escuchar música, cocinar o leer para matar el tiempo, pero siempre pendiente del reloj por si al carnicero le daba por aparecer. Pero mi gozo en un pozo, porque eran bien pasadas las siete y no había dado señales de vida. Quizá era él quien me esperaba en su casa ese día, pero me enfurecí de todas formas aunque me tocara a mí hacerle una visita. Como el día anterior, decreté que al no ir a su casa el daño sería menor y no cabría culpabilidad alguna. Aunque estaba con el calentón porque realmente pensaba que Julián vendría tenía muy claro que no iría yo a su casa. Una chorrada tal vez, pero me consolaba con eso. Pero ya casi cuando no le esperaba, sonó el timbre de la puerta.

-Hola madrileño –saludó evidenciando una notable borrachera-. Nos hemos liado en el bar a beber orujos pa entrar en calor y mírame, me han emborrachado.

Esta vez se sentó sin desnudarse. Casi no se tenía en pie.

-¿Cómo que has venido estando así? –le pregunté pícaro.

-Tú me has invitado, ¿no? A ver esa chimenea, que hoy te la voy a chupar yo a ti y todo.

Me sorprendía, es increíble lo que el alcohol nos puede llegar a afectar.

-¿Quieres tomar algo? ¿Una ducha?

-¿Una ducha? –repitió-. ¿Tan mal huelo?

-No hombre, es por si te sentaba bien.

-Ven aquí anda, que te voy a decir yo lo que me va a sentar bien. Ayúdame a desnudarme, madrileño.

Y me acerqué, pero no sé por qué no le desnudé. Con las mismas volví a levantarme de su lado y le preparé un café.

-¿Un café a estas horas? –se extrañó-. Quieres que no duerma, ¿eh pillín?

Pero mientras se lo preparaba, escuché a Julián roncar. Me giré y le vi tumbado en el mismo sofá en el que dejó caer el trasero. Una mezcla de asombro y lástima ante aquella imagen en cierto modo tierna, aunque provocada únicamente por su borrachera, pero no impidiendo que Julián me pareciera más frágil que nunca. Al rato se despertó preguntando por la hora. Le anuncié que eran las nueve y se alivió. Empezó a hablar no sé de qué, y aún se le notaba algo ebrio. Volví a ofrecerle el café, pero lo rechazó.

-Pero una ducha sí que me daba, si no te importa. Me despejará.

Le di una toalla y se metió solo al baño. Al momento le escuché gritar.

-¡Madrileño!

-¿Qué? –contesté desde la puerta entreabierta.

-Eh, nada, que gracias –dudó.

Y volví al salón para esperarle. No tardó en aparecer con la toalla anudada a su cintura.

-Me ha sentado bien la ducha –anunció.

-Me alegro.

Se sentó a mi lado y me dio una palmada en la pierna.

-Me caes bien, madrileño –se atrevió a decir.

Yo no contesté ni hice nada. No sé por qué no estaba igual de cómodo que el día anterior. “¿Por qué no se lanza?”, pensé. Se suponía que él llevaba la iniciativa, y aunque hubiera llegado borracho perdiendo los papeles, la ducha le tendría que haber sentado bien y haberle devuelto a su estado natural, tosco y directo. Traté de decir algo con picardía, pero no fui capaz. El silencio me resultaba muy incómodo. Menos mal que no tardó mucho en romperlo.

-¿Me has invitado otra vez para no decirme ni hacerme nada? –habló con su inherente descaro.

-Bueno, pensé que llegarías de otra manera –le respondí.

-Ya no estoy borracho –declaró.

-Te creo.

-¿Y?

-Pues nada, no sé. Quédate en bolas como haces siempre, ¿no? –le animé.

-Vaya, así que te gusta que te guíen –apuntó sagaz.

-¿Ahora te das cuenta? –le pregunté con cierto tono al tiempo que medio sonreía.

-Te he dicho antes que hoy te la chuparía yo a ti, que no estaba tan borracho como para no acordarme. Asé que desnúdate –ordenó.

-No hace falta, hagamos lo de siempre, ¿no te parece? –sugerí.

-Como gustes.

Y entonces se deshizo de la toalla arrojándola en otro sillón y mostró su verga casi empalmada.

-Chúpamela entonces.

Obediente me recliné y él se acomodó apoyándose en uno de los brazos del sofá. Pasé sobre sus robustas piernas hasta poder acceder a su polla que él mismo se había encargado de masajear mientras que tomábamos posiciones dejándola casi lista y erecta para engullirla. Aunque no había usado jabón, el agua había atenuado su olor, pero un pequeño chorro de semen le dotó de aroma y sabor embriagadores y provocadores. Degusté esa pizca de amargo líquido esparciéndolo por su generoso glande, aunque tenía la mitad de su polla metida en mi boca. La suya emitía ya los consabidos gemidos, agudizando un gruñido cuando optaba por metérmela entera y sacudir mi cabeza mientras la aguantaba bien adentro. Si no, me recreaba en su largo tronco o devoraba sus velludos huevos percatándome entonces de cómo su piel se erizaba ante mis estímulos. Pero sabía que prefería que se la mamara sin más, pues así me lo demostraba con súbitos movimientos pélvicos cuando me la zampaba en su totalidad.

Tras un rato así, y como era de esperar, trató de incorporarse para seguir con el siguiente paso. Mis pulmones se lo agradecieron. Me empujó sobre el lado opuesto del sofá y me dejé caer en el otro brazo. Levantó entonces mis piernas, separó las nalgas, escupió y lamió. Sin sorpresas. Que no tardara en metérmela tampoco fue sorpresivo. Estábamos preparados. Aunque la posición del día anterior se antojaba más sugerente, la del domingo fue más cómoda. Yo yacía sobre el sofá y él de rodillas la metía y sacaba con la cadencia que considerase, pues no había que preocuparse de equilibrios ni tensiones musculares. Y además, podía contemplarle y ver la lascivia de sus ojos, su semblante jadeante y toda su corpulencia de torso moreno y prieto. Pero la comodidad tenía el contrapunto de que Julián lo tenía más fácil para ser todavía más brusco y de vez en cuando su ritmo resultaba frenético, pero imposible de mantener, volvía a un compás más normal, pero no falto de viveza en ningún momento, y sus huevos golpeaban mis nalgas cada dos por tres impulsados por sus vigorosas embestidas.

Yo había decidido que también me la machacaría consciente de que no recibiría ayuda por su parte, pues bastante tenía con asir mis piernas, por mucho que se hubiera ofrecido a chupármela no sé a santo de qué y habiéndome arrepentido de no tener la boca del carnicero haciéndome una mamada. Su brusquedad succionando una verga debía de ser arrolladora. Pero era tarde para pedírselo, y total yo ya estaba sacudiéndomela con una mano mientras que con la otra me atrevía a rozar alguna parte de su peluda figura. Y de nuevo me corrí antes que él ante su mirada golfa, casi satisfecha y orgullosa de darme tanto placer. Él tardó algo más y de nuevo con menos disimulo y más ímpetu liberó su esperma cálido y denso sobre mi propia polla, mi vientre y hasta mi pecho a tenor de lo enérgico de su descarga. Por un momento pensé en atraparla con mis dedos y probarla, pero estaba un poco fuera de lugar y me revelaría como un auténtico vicioso. Pero el sólo hecho de pensarlo ya decía mucho de mí.

Cuando se apagó su último suspiro tras los espasmos, se dirigió predecible a por dos cigarros. Me dio fuego y nos los fumamos en silencio, como era ya habitual. Tras depositar el suyo en el cenicero, se vistió y se dirigió hasta la puerta.

-Hasta la semana que viene, si quieres –concertó.

Pero a la semana siguiente, y si todo iba bien, había quedado con Felipe, aunque llegué a plantearme qué prefería. Partiendo de la base de que yo nunca he sido muy de tener parejas por el rollo ese de la libertad y que siempre había soñado con tener eso que llaman follamigo, me introducía en un mar de dudas. Lo de Felipe estaba bien, no lo voy a negar, aunque las relaciones a distancia casi nunca funcionan y la magia se iba a perder. Además, no estaba tan enamorado de él como hubiera pensado al principio o como lo he estado anteriormente, pero era una situación cómoda y reconfortante. Mi relación con el carnicero también, pues que fuese tan directo y lo pusiera todo tan fácil ayudaba mucho. Y además estaba mucho más cerca. Mi semana podría transcurrir con normalidad y sin sobresaltos, pero sabiendo que el fin de semana echaría un polvo. Sonaba muy bien. Pero no tomé ninguna decisión pues lo veía innecesario y dejaría que todo siguiera su curso.