El profesor se despide de sus alumnas

Un joven profesor de adultos debe mudarse a su nuevo destino, se encontrará con sus alumnas y se despedirá de ellas como se merece.

El apartamento de Simón era sin duda pequeño. Había pasado todo el año solo ya que como mucho habría podido invitar a una persona. Solo tenía un sofá de dos plazas y el segundo invitado debía estar en una silla. En esa casa pasó todo el curso. Era una persona ocupada que lo único que hacía era trabajar, hacer ejercicio y de vez en cuando fumarse un porro mientras veía Futurama.

Le gustaba su trabajo en la escuela de adultos donde enseñaba a jóvenes adultas informática y ofimática. A las alumnas también les gustaban sus clases y varias veces al día le pedía que se acercase para que fuese a ayudarlas con sus dudas. En esos momentos de proximidad ellas aprovechaban para tocarle los musculosos brazos y para rozar sus pechos contra él, como si fuera un accidente. Con el tiempo iban aumentando su arrojo y tuvo que dejar de acercarse a los pupitres cuando una de las alumnas le puso la mano a una distancia peligrosamente cercana de su paquete.

Estaba cargando la última caja en el coche cuando se cruzó por la calle con dos de sus antiguas alumnas, Anya y Sara. Anya era un torbellino que lo removía todo a su paso y durante las clases parecía que tenía un muelle en el culo que le impedía quedarse sentada más de 5 minutos. Su ropa ajustada y sus camisas por encima del ombligo solo mostraban un cuerpo fibroso. Sara era más tranquila, siempre en silencio haciendo su tarea. No dejaba que nada la distrajese de su trabajo. Al principio tuvo problemas porque su enorme pecho no le permitía escribir bien en el pupitre y sus tetas siempre se ponían en medio de lo que tenía que leer debajo de ella. Era consciente del efecto que producían sus pechos en los hombres y siempre llevaba camisetas de tirantes anchas que colgaban laxas desde sus pechos dejando un enorme espacio entre la camiseta y su ombligo. Pues su pecho hacía colgar la ropa a una distancia considerable de su cuerpo. Las dos eran las que más veces llamaban a Simón para que las ayudara y nunca desaprovechaban una oportunidad para tocarle como si fuera un accidente.

Se saludaron y estuvieron hablando un rato en el que le preguntaron si sería su profesor el próximo curso. Simón les explicó que le trasladaban y que eso no iba a ser posible, y que otro profesor les daría clase en su lugar.

— ¿Y te ibas a ir sin despedirte de nosotras?— preguntó Anya con gesto pícaro.

—Ya te vale profe, con lo buenas alumnas que somos— añadió Sara.

—Todavía tengo unas cervezas en la nevera— dijo Simón— si os apetece pasar.

—Así se habla profe, vamos a por esa cerveza— dijo Anya agarrando a su amiga del brazo y tirando de ella en dirección al portal.

No tardaron en encontrar el comedor y el pequeño sofá donde se sentaron las chicas. Simón insistió en sentarse en una de las sillas, pero las chicas insistieron y entre tirones y juegos le sentaron en medio de las dos. Estaban tan apretados que tuvieron que ponerle las chicas una pierna encima, más que por la falta de sitio parecía que le estuvieran sujetando al sofá. Las cervezas iban y venían, siempre llevadas por alguna de las dos chicas mientras la otra se quedaba aprisionando a Simón en el sofá. Empezaron a hablar del curso, de las clases y de lo que harían en el futuro. Cuando Simón empezó a hablar de lo buenas alumnas que eran Sara le interrumpió.

—Y lo buenas que estamos, que nos hemos dado cuenta de cómo nos mirabas el culo y las tetas. Pero por ser tú, te lo perdonamos.

No sabía cómo salir de aquello, necesitaba levantarse con la excusa de buscar algo en la casa. Ya está, eso está escondido y no sabrán encontrarlo.

—Chicas, ¿os apetece un porro?— dijo Simón levantando las piernas de las chicas para liberarse— tengo un poco de maría en la habitación.

Se levantó antes de que contestaran y fue a coger la pequeña bolsa. Al regresar vio que se les había caído un poco de cerveza en las camisetas y que la mancha dejaba traslucir el sujetador de Sara y los pezones de Anya. Estaban echándose la culpa la una a la otra por lo torpe que era, y que se iban a resfriar por llevar esa ropa mojada.

—No os preocupéis, podéis quitaros la camiseta— dijo Simón— así estaréis más cómodas.

Las chicas no lo dudaron ni un minuto y se quedaron con el torso desnudo. Anya estaba mostrando sus pechos libres, pero eso no le Importó a nadie. El sujetador de Sara era de una talla grande, pero aun así del tipo de encaje que solo llevan las chicas en páginas como Onlyfans y que sujetaban, pero tenían tantas transparencias que apenas tapaban los pezones. Coincidieron en que Simón también debía quitarse la camiseta para estar todos igual.

Simón no tardó en liar un porro y en pocos minutos estaban pegándole caladas. En un momento Sara pegó una especialmente larga a lo que se quejó Anya porque Simón les había invitado y casi se lo había fumado ella todo, por eso debía devolverle un poco de humo a su anfitrión. Sara se acercó a Simón que entendió al instante lo que iba a hacer. Sus bocas se juntaron y le pasó el humo del porro. Él lo tragó y se acercó a Anya para pasárselo, ella ya lo estaba esperando sin necesidad de decir nada. Y así fue como terminaron de fumarse el porro, compartiendo el humo. Simón fue a apagar la colilla en el cenicero de la mesa y cuando volvió a mirar a Sara vio que estaba llevando su mano al paquete de él, decía que porque le había visto un poco de ceniza y la estaba quitando. Empezó a frotar la zona que poco a poco mostraba que crecía debajo de la tela del pantalón.

—Sara tía, ¿no ves que se está empalmando? Así no le va a entrar en los vaqueros, esto hay que liberarlo antes de que te duela.

Diciendo esto empezaron a desabrocharle el cinturón y el botón del pantalón, el las ayudó y acabó con los pantalones y los calzoncillos tirados en medio de la sala.

—Profe esto es muy grande— dijo Sara.

—Tía, pues yo creo que todavía no está ni a la mitad y que todavía puede crecer más.

Anya se escupió en la mano y la llevó al miembro donde empezó a hacer movimientos de arriba abajo. Mientras su pronóstico se cumplía y seguía creciendo en tamaño y grosor. Entonces Sara dijo que podía hacerlo crecer más, se puso de rodillas y empezó a chuparlo por los lados y a metérselo en la boca. Anya se había levantado en el sofá y le ofrecía sus pechos al hombre que los comía sin dejar de atender sus pequeños pezones rosados que la estaban duros como piedras. Sara se cambió de sitio y empezó a enrollarse con Simón mientras que Anya demostraba que en comer pollas no era peor que su amiga. Las dos acabaron en el suelo compartiendo el miembro en silencio pues tenían las bocas ocupadas, aquella visión fue demasiado y acabó entre jadeos en la cara y los pecho de las jóvenes.

Las chicas se levantaron y se quitaron los pantalones, dándose la vuelta para que tuviera una vista espectacular de sus nalgas. Simón se levantó y les indicó que se sentaran en el sofá y las dos lo entendieron. Empezó por besar sus sexos alternativamente para luego pasar a comerlos, de tal modo que usaba la lengua en una y las manos en la otra y luego cambiaba la posición para que las dos jóvenes disfrutaran igual. La primera en correrse fue Sara entre discretos jadeos. Anya fue más escandalosa y le sujetaba la cabeza a Simón como intentando evitar que la apartara sin que ella tuviera su alivio.

Las dos chicas estaban sudando y jadeando cuando se dieron cuenta de que Simón ya estaba otra vez erecto. Fueron en silencio los tres a la habitación donde le tumbaron y Sara cabalgó su miembro, mientras que Anya puso sus nalgas sobre la cara de Simón que pasó a hacerle sexo oral. Las dos chicas mostraban su placer, se miraron a los ojos pues estaban cara a cara y empezaron a enrollarse entre ellas. Le dijeron a su profe que no era raro para ellas, pues era lo que hacían cuando cerraba el bar y no habían encontrado pareja para volver a casa. Se cambiaron el sitio y siguieron follando en la misma posición. Simón intentó decir que se levantara pues se iba a correr dentro. Anya con el pene en su interior le dijo que podía terminar, que no le importaba y para confirmarlo se movió aún más rápido acelerando la corrida de Simón. Que la llenó mientras que la joven se corría como una perra en celo.

Estuvo un rato sin moverse, mientras el pene encogía en su interior. Sara la puso de espaldas sobre la cama y empezó a lamerle el coño evitando que cualquier gota tocase la cama. Estuvieron un rato tumbados entre caricias hasta que Sara advirtió que Simón volvía a tener la polla dura. Se puso a cuatro patas delante de él y con sus dedos abrió sus labios pidiéndole que por favor la llenase de lefa a ella también. Se puso de rodillas detrás de la joven, apuntó su miembro a la entrada y lo introdujo lentamente. Ya la estaba follando a un buen ritmo cuando Anya se puso a su lado también a cuatro patas invitándole a que la follase. Empezó a turnarse. Los orgasmos de las jóvenes se sucedían uno tras otro sin parar. Simón estaba a punto de correrse otra vez dentro de Anya, saco la polla y empotró a Sara que empezó a gemir porque se estaba corriendo. Los pálpitos de la joven sobre su miembro fueron más de lo que pudo resistir y acabó derramando una cantidad mayor de su leche que la corrida anterior.

Los tres se quedaron desnudos y sudorosos encima de la cama, abrazados con sus cuerpos entrelazados. ¿Sería aquel el principio de una bonita amistad?