El profesor (Parte 1)
¿Cómo corregir a un alumno rebelde? Si buscan una respuesta correcta, aquí no la encontrarán.
Ese día me había levantado con un humor terrible. Estaba pasando por demasiados problemas y el estrés me estaba superando. Llegar a hacer clases se me estaba haciendo cada vez más difícil, pero intentaba no desahogarme con mis alumnos ya que ellos no tenían ninguna culpa. Era así, hasta que uno en particular me colmó la paciencia. Fue de esa forma que encontré mi desahogo, una manera de descargar todo sin tener que dañar a muchos…
Llevaba dos años como docente y ya me habían dado mi primera jefatura. Eso significaba que tendría a cargo un grupo y los vería por más horas que el resto de los demás profesores. El grupo de adolescentes a mi cargo generalmente, se caracterizaba por ser un grupo tranquilo y de buenas calificaciones.
Los primeros meses fueron excelentes. Me habían subido el sueldo y todo iba de maravilla. Pero luego fue decayendo todo. Le descubrieron cáncer a mi abuela, y fue como si me hubiesen pateado el alma. Ella era como mi madre, había estado en los momentos más importantes de mi vida, y, hasta ese momento, había gozado de una salud envidiable. Todo se me desestabilizó. De pronto tenía que estar corriendo de un lado a otro, ocupándome de mi casa, mis alumnos, mis clases y mi abuela. Intentaba ayudar en todo lo que podía, y poco a poco el dinero se me fue haciendo escaso.
Sentí un enorme peso en los hombros, ya que ninguno de mis tíos fue de mucha ayuda, teniendo que cargar yo con la mayoría de las responsabilidades. Y, para quienes no sepan, ser profesor es un trabajo extremadamente demandante. Las horas de trabajo en el colegio no son suficientes para revisar exámenes, tareas, informes, y planear las clases. De pronto ya no encontraba tiempo para nada, llegando a sufrir crisis de pánico. Me ofrecieron tomarme algunos días para descansar, pero no quise aceptarlos. Estar solo con mis pensamientos era infinitamente peor que estar con mis chicos en el colegio.
Pero fue en ese momento en que llegó Rocco, la pesadilla que me mantendría en el límite del colapso. Había sido transferido de un establecimiento de otra ciudad por motivos de fuerza mayor, por lo que el colegio lo tuvo que admitir a pesar de estar cerca de cerrar el primer semestre. Era un chico regordete, de rostro duro y mirada grosera. Era casi de mi porte (1.80 mts), ojos grises, mandíbula firme, labios rosados y gruesos, y con unos tiernos hoyuelos en sus mejillas. Su piel era de un blanco lechoso, que resaltaba con el color violeta de su cabello y cejas. Una expansión violentaba su oreja derecha, y un pequeño arete decoraba su nariz.
Creo que todos en el salón quedamos sorprendidos al verlo entrar. Muchos, incluso, lo miraban con terror. Lo hice presentarse ante todos y de mala gana lo hizo.
-Hola a todos. Soy Rocco Barnert, tengo 18 años y fin. Espero que seamos muy amigos –expresó con absoluta seriedad y con la voz cargada de sarcasmo.
Nadie hizo el menor comentario, y varios rehuyeron de su mirada.
-Gracias, Rocco. Puedes tomar asiento –dije todavía un poco perturbado.
Se sentó al final del salón, en el último pupitre al lado de la ventana. Se colocó los audífonos y se puso la capucha. Me levanté para dar las instrucciones de lo que haríamos ese día y tuve que pedirle que me colocara atención. De mala gana lo hizo. Fue así que comenzaron los roces durante todo el periodo.
-Rocco, sé que eres nuevo y, quizás, te cueste acostumbrarte –le decía-. Pero, en mi opinión, esa no es razón para que te comportes de forma maleducada.
-Bueno, cuando me importe su opinión hablamos –dijo. Conté hasta cien mil para no salirme de mis casillas y opté por no hacer una escena.
-Te quedarás aquí cuando suene el timbre. Tendremos una charla.
-¿Y si no quiero? –preguntó con chulería. Creo que le gustaba ser el chico malo, porque disfrutaba viendo las caras de asombros de los demás chicos.
-Pues tendrás una agradable conversación con el director y tu padre –respondí. Su rostro se contorsionó cuando nombré a su padre. Bingo, había encontrado su kryptonita.
El silencio se hizo, pero sólo duró unos minutos hasta que sonó el timbre. Todos tomaron sus cosas y salieron por la puerta para ir a recreo. Rocco se quedó sentado y de brazos cruzados. Mi enojo ya se había disipado y había sido reemplazado por algo semejante a la pena. Verlo ahí, enojado con el mundo, me hizo pensar que quizás sólo había pasado por malos momentos.
-¿Estas un poco más dócil? –le pregunté.
-Ni que fuera un perro –contestó.
-Veo que sigues a la defensiva –inspiré profundo-. ¿Por qué estás aquí?
-Porque me encanta venir a clases –dijo con sarcasmo. Levanté la ceja dándole a entender que buscaba una respuesta más seria-. Mis padres se cambiaron de casa debido a algunos problemas.
-¿Qué tipo de problemas? Si se puede saber.
-No, no se puede –dijo luego de haberlo meditado. De ahí en adelante sentí que no respondería nada más.
-Mira, no quiero empezar mal contigo. No suelo ser del tipo de profesor cascarrabias, pero tampoco me dejo pasar a llevar, ¿entiendes? Sólo te pido un poco de respeto y ya.
-Está bien –respondió finalmente.
Pero jamás pasó. Las clases siguientes fueron iguales y peores. Ya había perdido la timidez y ya se había ganado la admiración/respeto/miedo de sus compañeros. Varias veces lo tuve que sacar del salón y enviarlo a dirección, pero nada surtía efecto. Mi abuela comenzaba a complicarse, las deudas iban en aumento y mi ex novio había comenzado a molestarme nuevamente. Hacía 6 meses que habíamos terminado debido a una infidelidad de su parte. Me había roto el corazón y lo eché de mi casa. En esos meses había logrado superarlo, pero sus nuevos acosos me estaban hundiendo otra vez.
Las horas de clases y las constantes discusiones con Rocco me estaban agotando más de la cuenta, y comenzaba a pensar que era mejor que me alejara del trabajo. De pronto estuve en la reunión de padres de término de semestre, y con ello el inicio de las vacaciones de invierno. Esos días libres me alivianaron enormemente y pude darle más tiempo a las necesidades de mi abuela. Mi ex continuaba acechándome pero intentaba ignorarlo lo más que podía. El descanso me había hecho reconsiderar mi salida y había decidido quedarme. No quería desaprovechar la oportunidad que me habían dado.
Al regreso de vacaciones iba con todas las ganas de comenzar un nuevo y mejor semestre. Y grata fue mi sorpresa cuando vi a un cambiado Rocco entrar por la puerta. Había bajado mucho de peso y se veía más fibroso. Seguramente había ido al gimnasio. Además, llevaba su cabello corto y en su color natural: un lindo color rubio miel. Sus facciones se habían masculinizado aún más, y sus ojos grises se veían más duros que antes. Logré divisar una cicatriz en su ceja izquierda, y me pregunté sobre cuál habría sido el motivo de esta. De todas formas, le daba un toque sexy y peligroso. A pesar de que su cambio físico había sido evidente, seguía siendo el mismo chico contestador y rebelde.
Las cosas comenzaron a cambiar sólo unas semanas previas a las fiestas patrias. Luego de haberles hecho un examen a los chicos, había decidido aceptar la invitación a almorzar de mi ex para así dejarle en claro que ya no quería nada con él. No fue fácil. Era el hombre que había amado por casi 3 años, pero aceptarlo de vuelta significaba traicionar todas mis creencias. Lo perdoné, pero no regresaría con él. Lo aceptó y me invitó a un helado en la plaza. Luego de unos minutos, me dio el último beso y se fue.
Con las lágrimas agolpadas en mis ojos, giré sobre mis talones y emprendí el rumbo a mi casa. Pero frené al notar la presencia de una gris mirada conocida. Rocco me miraba ligeramente sorprendido desde una banca cercana. Me hizo una señal con la cabeza, para terminar con una maliciosa risa. No hice caso y me alejé. Llegué a mi casa a llorar en la ducha, para luego revisar los exámenes de mis estudiantes.
Dos días después, cuando volvimos tener clases con mi grupo, comencé a repartir las calificaciones. Luego de eso, la hora pasó con velocidad, dejándome levemente impresionado la nula participación de Rocco. El timbre sonó y todos fueron saliendo, a excepción de él. Se levantó y caminó hacia mí. Colocó su examen en mi escritorio y me miró.
-¿Qué sucede? –le pregunté.
-Mi calificación –dijo.
-Lo lamento, tienes que estudiar más para la próxima.
-No puedo llegar con esta calificación a la casa –dijo medio asustado-. Me regañarán.
-No puedo hacer nada, lo siento. No es lo correcto.
-Yo… Yo lo vi con ese hombre –comenzó con ojos maliciosos-, ese día en la plaza.
-¿Y? ¿Piensas delatarme? ¿Es acaso una amenaza? Aquí todo el mundo sabe eso. No soy del tipo de persona que lo grita, pero tampoco soy del tipo que lo oculta –bajó la mirada avergonzado cuando le retiré la hoja del examen. La miré rápidamente y me di cuenta que había dejado unos puntos sin contar, y que al parecer él también había pasado por alto. Pero antes de que dijera algo, él habló.
-Haría cualquier cosa para subir la calificación -luego sus ojos destellaron desesperación. Es increíble lo mucho que puede afectar una mirada desesperada y un rostro triste, sobre todo si la persona es tan imponente y rebelde.
-Hay algo que puedes hacer –dije. Me miró con luz de esperanza. Quizás no estaba bien aprovecharme de eso, sobre todo cuando el error era mío y la calificación le subiría igual. Pero sabía que si no lo hacía de esa forma, él no aceptaría después-. Dentro de algunos días tendremos la celebración en el colegio de las fiestas patrias. Necesito que seas el protagonista de una presentación que haremos. Será un baile polinésico y, debido a que has tenido un notable cambio corporal, eres el sujeto perfecto para calzar en uno de sus típicos trajes de plumas y el taparrabo.
-¿Es broma? –preguntó descolocado.
-¿Quieres subir tu calificación?
-¿Le han dicho que no se debe contestar una pregunta con otra pregunta? –sonrió.
-¿Eso es un no? –pregunté sosteniendo su examen.
-Está bien –dijo rindiéndose-. Lo haré.
Y así fue como abrí las puertas para un nuevo tipo de negociación.
El día llegó y estaba recorriendo todo el colegio afinando los últimos detalles. Es increíble lo complicado que es coordinar a tanta gente y, sobretodo, a los padres metiches que no permiten que hagamos nuestro trabajo tranquilos. Pasaba por afuera de los camarines cuando de la ventanilla oí mi nombre. Me giré y era Rocco. Entré a los camarines y lo vi un poco complicado por la vestimenta.
-No sé cómo va todo esto –decía nervioso. En los ensayos lo había hecho muy bien, pero en vivo le entraban todas las inseguridades.
-Está bien, yo te ayudo –le dije-. Quítate la ropa.
En segundos y sin chistar, lo tenía sólo en calzoncillos frente a mí. En ese momento estuve consciente de lo atractivo y sexy que era. Es decir, antes ya me había fijado que era apuesto, pero no de la manera en que ahora lo veía. Tenía unos perfectos y definidos pectorales con un abdomen envidiable. Sus oblicuos eran una tentación divina al igual que el respingado trasero que portaba. Borré los pensamientos y lo ayudé con el taparrabo, las plumas, y los demás elementos. Terminamos justo cuando quedaba una actuación para que fuera su turno.
-Estoy nervioso –me confesó.
-Todo saldrá bien –le dije-. Estuviste genial antes y los estarás ahora. No harás nada que no hayas practicado anteriormente. Y, si te sientes nervioso, sólo mírame. A nadie más, sólo a mí.
-Gracias –dijo. Le sonreí y le palmeé la espalda indicándole que era hora de que se reuniera con los demás.
El baile al final salió perfecto, y no despegó sus ojos de los míos durante toda la presentación. Algo produjo en mí, pero se eliminó todo al día siguiente cuando noté que había vuelto a ser el mismo patán. Varias veces intenté hablar con él, pero era como hablar con la pared. Me afectaba demasiado su mala disposición y me frustraba no lograr hacer un mínimo cambio en él.
Un día, previo a la entrega de notas de otro examen, se presentó ante mí nuevamente. Su carácter había vuelto a cambiar y me volvía a pedir ayuda con la calificación. Esta vez revisé bien el examen y me di cuenta que no había ningún error; era la nota que se merecía. Al verlo tan triste, decidí darle una oportunidad, creyendo que así lograríamos entablar una relación más llevadera al mostrarme más comprensible. Le mandé a hacer un informe para así subir su calificación. Pero llegado el día de la entrega no lo presentó.
-¿Y tu informe? –le pregunté.
-No lo hice –respondió.
-¿Cómo esperas que suba tu nota si no cumples con lo pactado? –le reproché. La ira estaba subiendo y sentía que soltaría todo lo que llevaba tiempo acumulando.
-Lo siento, se me olvidó –se excusó pobremente-. Deme otra oportunidad.
-No puedo regalar las oportunidades, Rocco. No a quienes no se lo merecen.
-Por favor, tengo que llegar con una buena nota –suplicó-. No sabe cómo se pone mi papá si llego con malas notas.
-Te di la oportunidad, Rocco –dije ofuscado-. No creo lo que me dices, o te hubieses esforzado en ese informe.
-Es verdad, Profesor, necesito esa nota –y su voz tembló. Lejos de darme pena, me dio satisfacción. Al fin le tomaba el peso al asunto, y no me detuve.
-Lo siento, Rocco. No regalaré puntos por obra y gracia del espíritu santo –comencé-. Las buenas calificaciones se ganan con estudio y con concentración, no con patéticas súplicas. No puedo permitir ayudarte sólo porque derramas unas cuantas penosas lágrimas, sería injusto para los demás. No te haré esto tan fácil. Quiero ver que te esfuerzas, quiero que te partas el lomo por lograrlas.
-Lo haré –dijo mirándome con sorpresa-. Pídame lo que quiera, sea lo que sea, lo haré.
-Yo… -y la luz diabólica se prendió en mi cabeza. Sonó la voz que llevaba semanas ignorando y me impulsó a hacer lo que podría costarme el empleo-. No lo sé. No me convences –dije con mirada lujuriosa.
-Lo que sea, de verdad –afirmó con sus ojos húmedos.
-No sería justo para tus compañeros-.
-No le diré a nadie, se lo juro –Bingo. Exactamente lo que quería escuchar-. Pero, por favor, ayúdeme.
-Mañana –dije al fin. Levantó su rostro con una chispa de esperanza-. Mañana te quiero en mi casa a las 3 de la tarde. Si no haces lo que te pida, esa horrible calificación estará marcada con un lindo marcador rojo en el libro de clases, y no me interesa lo que “supuestamente” te hará tu padre ¿ok?
-Estaré allí sin falta –se colocó de pie y salió de la sala. No perdí de vista su fuerte espalda y su firme trasero estrangulado por el pantalón del uniforme cuando salió por la puerta.
No logré concentrarme en todo el resto del día. Estuve todas las clases siguientes sentado en el escritorio debido a la erección que llevaba. Todo mi cuerpo bombeaba sangre a mi pene a causa de la enorme excitación que me produjo lograr dominar a la fiera de Rocco. Preveía que el sábado marcaría un antes y un después para mí y mi profesión. Y no me importaba, porque sólo tenía a Rocco en mi cabeza y nada más. No había ningún problema, ninguna tristeza, sólo Rocco. Necesitaba meter mi conciencia en un baúl y sacar sólo mis instintos animales. De verdad que lo necesitaba.
Eran las 2:30 pm y mis piernas temblaban por el nerviosismo. Había aseado toda la casa y me había dado dos duchas en lo que iba del día. 2:50 pm, y sentía que mi corazón saldría de mi boca. No había logrado comer mucho del almuerzo que me había preparado y estaba bebiendo más de lo normal. 3:00 pm, y no había señales de Rocco. Mi vejiga me obligó a ir al baño a las 3:05 pm, justo cuando sentí el timbre sonar. Corrí hasta la puerta y lo vi. Sus ojos reflejaban una inocencia que contrastaba con su rostro duro y serio. Vestía una camisa negra ajustada y de mangas cortas, resaltando su buen físico y el blanco de su piel. Llevaba unos jeans rojos que se ajustaban a cada curva de sus contorneadas piernas y su culo.
-Hola –dijo. Fue en ese momento en que estuve consciente de que lo miraba con la boca abierta.
-Hola –respondí-. Entra.
Di un paso al costado y lo dejé pasar. Barrí con la mirada la calle cual psicópata llevando a su próxima víctima, y entré rápidamente. Rocco me estudió con la mirada y se detuvo a la altura de mis jeans. Apuntó con su dedo y me miré. Tenía la cremallera abierta debido a que había salido apurado del baño y se me había olvidado subirla. Él sonrió y le devolví la sonrisa incómodo. Le dije que tomara asiento y lo hizo junto a mí. Cuando me miró, vi una gota de malicia en sus ojos. ¿Estaba haciendo esto a propósito? ¿Estaba yo cayendo en su juego?
-¿A qué vine? –preguntó rompiendo el silencio.
-Quiero saber cuán importante es esa calificación –dije retomando la compostura autoritaria-. ¿Qué estás dispuesto a hacer por conseguirla?
-Su tono de voz es… es algo sugerente –dijo levantando una ceja. Mantuve mi expresión. La suya cambió.
-¿Tengo que repetir la pregunta? –lo miré con seriedad.
-Yo… -inclinó su cabeza. Se sentía incómodo o algo por el estilo. Me acerqué más a él y le tomé la nuca. Lentamente bajé por su hombro y brazo hasta dejar descansando mi mano en su muslo. Se apartó con velocidad-. ¿Es en serio?
-No creerías que te lo iba a hacer fácil –le dije.
-No puede obligarme a eso –su rostro me confundía. Las emociones que expresaba su rostro no coincidían con la que veía en sus ojos, por lo que no sabía con certeza lo que pasaba por su mente.
-Rocco, no te voy a obligar a nada –hablé lento y relajado-. Tú tomarás la decisión. Yo no te castigaré si no aceptas, pero quedarás con esa horrible calificación.
-Esto es injusto –sus ojos brillaron, y la furia comenzó a quemar mi garganta.
-¿Injusto? Injusto es que estés todas las clases mirándote el ombligo y hablando, sin siquiera prestar atención a lo que digo. Y que, peor aún, tengas cara de pedirme ayuda porque papi te regañará al ver las asquerosas notas que te sacas –solté-. Eso es injusto.
-Yo… De verdad lo necesito –dijo rendido-. ¿Esto nadie lo sabrá?
Como respuesta le acaricié el bulto que estaba entre sus piernas. Instantáneamente reaccionó a mí y lo sentí endurecerse. Una oleada de placer se extendió por mi brazo y terminó en mi pene que, desde que él entró por esa puerta, ya comenzaba a despertar. Estaba completamente quieto y con la mirada lejos de mí. Tomé su mano y lo llevé hasta mi habitación. No dijo ninguna palabra cuando comencé a desnudarlo lentamente. Saqué su camisa y no despegó su mirada del piso. Mientras, yo disfrutaba viendo su cada vez mejor cuerpazo. Una fina capa de vellos castaños descendía desde su ombligo, similar al que se encontraba en sus axilas y brazos. Acaricié el caminito de pelos que se perdían bajo su pantalón y lo noté vibrar.
Era inexplicable el placer que sentía al verlo tan indefenso y sumiso. Solté los botones de su jeans y lo deslicé hasta sus tobillos. Me deleité viendo la semi carpa que se armaba en su bóxer, y me mordí los labios. Vellos más rubios se encontraban en su pierna, y no tardé en comprobar su suavidad. Lo senté en la cama y le saqué sus zapatillas, para poder retirar su ropa. Me arrodillé entre sus piernas para divisar el paisaje desde otro ángulo. El bulto estaba aumentando de porte, causando que la tela quedara tirante y marcara más sus perfectos huevos. No podía creer la vista que tenía desde ahí. Era un sueño del que no quería despertar. Sus abdominales se veían preciosos aun cuando estaba ligeramente encorvado. No aguanté más la curiosidad y decidí retirar su bóxer.
Introduje lentamente los dedos en el elástico y tiré hacia abajo. Como acto reflejo sus piernas se juntaron, pero su verga ya había saltado fuera del bóxer. Separé sus piernas con amabilidad y terminé de quitarle la ropa, dejándolo completamente desnudo. Eran aproximadamente 16 centímetros de verga circuncidada, con un grosor bastante considerable e idóneo para su longitud. Tenía un glande de color rosa pálido, que ya se encontraba muy turgente, y que resaltaba con el curioso color moreno de su verga. Tenía unos potentes huevos escasamente poblado de vellos, al igual que su pubis. Amé el contraste de sus genitales ligeramente más oscuros que el del resto de su piel.
Al verse tan expuesto ante mí, sus mejillas comenzaron a ruborizarse haciéndolo ver más tierno y apetecible. Su cuerpo expedía el delicioso aroma de la juventud y adolescencia, cargado de hormonas y de ganas de sexo. Coloqué mis manos en sus rodillas y me levanté. Su rostro me siguió mientras me erguía. Lentamente me fui sacando la ropa para quedar en igualdad de condición, mientras él sólo me veía sin perder detalle. No estaba mal de cuerpo, aunque hubo un momento en que estuve mejor. Su mirada se concentró en mi potente erección y en mis turgentes huevos.
Caminé hacia él y lo tomé de sus hombros para acercarlo más a la orilla de la cama. Mis 18 centímetros estaban a la altura de su cuello, listo y dispuesto para que comenzáramos. Tomé su mano y la llevé hasta mi verga. Lo envolvió entre sus dedos con timidez y lo miró con temor.
-Abre la boca, Rocco –le dije.
Lentamente, y luego de debatirlo internamente, obedeció. Sus labios se abrieron dando paso a sus brillantes dientes. Poco a poco fue hundiendo mi pene en su boca, y gemí cuando sus labios rodearon el tronco. Me sorprendí gratamente cuando me di cuenta que se le daba bien la mamada. La primera vez que yo lo hice creo que pasé a morderlo varias veces. ¿Rocco habrá tenido experiencias previas? No lo creo, o no estaría tan tímido.
-Un poco más de intensidad, por favor –le pedí, ya que no se estaba involucrando muy bien en el asunto.
Cerró los ojos y comenzó a mover su cabeza con más velocidad. Su lengua empezó a tomar más protagonismo, trazando círculos en mi glande y alrededor de mi prepucio. Lo tomé de la nuca y le ayudé a marcar el ritmo para que no se desesperara. Lo asistí un poco sacando mi verga y ordenándole que me lamiera mis gordos y cargados testículos y parte del tronco de mi pene. Amé la forma en que me hacía caso y cumplía mis órdenes. Ojalá fuera igual en clases.
Mi excitación iba en aumento y pre-semen comenzó a salir de mi verga. Me di cuenta cuando Rocco se despegó ligeramente sorprendido. Saboreó el contenido y, cuando descubrió que no le era desagradable, continuó con lo que hacía. Pero ya era momento de que yo hiciera algo más. Lo detuve y le pedí que se recostara. Sonreí cuando vi que su verga estaba igual de dura y con una pequeña capa de su pre-semen. Con mi mano izquierda capturé sus testículos y con la derecha ordeñé el lubricante de su pene. Acto seguido, y acompañado de un gemido de su parte, me tragué su pene completamente.
-¡Joder! –gritó Rocco. Miré su rostro y su boca estaba abierta en una gran “O”. Su gutural gemido me impulsó a seguir, provocándole escandalosos gemidos.
-¿No te la habían mamado antes? –no pude evitar preguntarle.
-No de esa manera –respondió al fin. Mi ego creció un centímetro por ese cumplido (O por lo menos yo lo tomé así).
La experiencia estaba de mi parte y podía tragarme su verga completa. Me encantaba sentir sus testículos en mi mentón y sus vellos púbicos en mi nariz. Mis manos comenzaron a recorrer su cuerpo y a estimular sus tetillas. Pronto coloqué mis manos bajos sus rodillas y puse sus piernas sobre mis hombros. Lentamente las fui levantando para dejar expuesto su agujero.
-¿Qué hace? –preguntó espantado.
-Es un poco obvio, ¿no crees?-.
-Yo… eh… No estoy seguro de… -no era capaz de terminar la frase.
-Relájate –le dije-. Después de esto, tendrás tu calificación y podremos dejar lo sucedido en el pasado.
-… -algo sucedía en su mente por el gesto que tenía, pero no dijo nada más. Se recostó y cerró sus ojos.
-Buena decisión –no iba a dejar que se fuera. Habíamos llegado muy lejos para retroceder. No se iba a ir sin que le rompiera el ojete. Total, tenía hasta el lunes para recuperarse.
Continué mi trabajo y dejé su culo al aire. Tuve que separar sus turgentes nalgas para lograr ver su ano y, cuando lo hice, sentí unas ganas terribles de entrar en él. Un pequeño agujero de un delicado color rojizo, se encontraba a salvo entre esas montañas de carne. Se veía tan puro y delicado que más me provocaba destruirlo salvajemente. Descendí para quedar más cerca de ese perfecto vórtice de placer, y me saboreé los labios de forma inconsciente.
Lentamente fui acortando las distancias y quedé a sólo unos centímetros de su ano. El aroma del lugar llegó a mi nariz y quedé ligeramente sorprendido al sentir un rico olor a vainilla. Rápidamente me di cuenta que, en realidad, casi todo su cuerpo olía así. Seguramente se había dado una ducha antes de venir por el calor que hacía. En fin. Le avisé que haría contacto, y procedí a acariciar ese lugar con mi lengua. Automáticamente el músculo se contrajo acompañado de un débil gemido que él intentó ocultar fingiendo tos.
Ignoré eso y continué con lo que hacía. Ahora hacía círculos alrededor de su ano, disfrutando como se retorcía ante eso. Besé sus tersas nalgas y dejé afectuosas marcas que resaltaron debido al blanco de su piel. Subí con mi lengua y acaricié sus testículos hasta llegar a la punta de su baboso glande. Centré mi atención en sus huevos un momento y en sus alrededores. Luego descendí dejando ese lugar brillando a causa de mi saliva. Le informé que comenzaría a introducir mi dedo. No hubo respuesta de su parte. «El silencio otorga», pensé.
Tomé un poco del excesivo lubricante que producía mi polla, y lo esparcí por el delicado ano de Rocco. Cuando mi dedo estuvo justo en el centro, él apretó haciendo aún más pequeño su agujero. Le acaricié el muslo y le susurré que se relajara para que le doliera menos… porque le iba a doler sí o sí. En el momento que noté que comenzaba a relajarse, hice presión. Poco a poco mi dedo fue entrando y, entre espasmos y apretones, logré meter un tercio del dedo.
-Me arde –dijo.
-Es normal –lo tranquilicé.
Di un leve empujón más y ya estuvo todo el dedo metido. Su calor y humedad me envolvió con fuerza. Observé a Rocco y vi que aún tenía los ojos cerrados mientras que hacía extrañas muecas con la boca.
-No exageres –le dije sonriendo-. Es sólo un dedo.
-Pero me arde –contestó entrecortado.
-Lo sé, ya he pasado por eso antes. Y sé perfectamente que el primer dedo no es tan terrible –giré levemente el dedo que tenía en su interior-. Es sólo un poco de ardor y ya.
-Oh –gimió de pronto cuando ubiqué su próstata-. ¿Qué fue eso?
-Ya lo sabrás –sonreí-. Será tu nuevo mejor amigo.
Retiré mi dedo a pesar de que su culo lo impedía, y una vez afuera, humedecí otro más para entrar en Rocco. La resistencia que ponía su culo hizo que fuera un poco más lento que la vez anterior, para provocarle la menor incomodidad posible. Ésta vez oí pequeñas quejas por el dolor y decidí retirarlos para humedecerlos un poco más. Cuando lo intenté de nuevo fue un poco más fácil, y logré hacer que se deslizaran con mayor suavidad. En el momento que mis nudillos tocaron su piel, dejé los dedos quietos para que pudiera acostumbrarse a ellos. Esperé unos segundos para a continuación empezar a girarlos y abrirlos. Una mezcla de gemidos de placer y chillidos de dolor llenaron la habitación.
-Vamos por el tercero y último –lo animé.
-¿Me tengo que alegrar? –dijo con sarcasmo.
-De hecho, no me interesa –Me molestó su comentario, porque intentaba relajarlo y crear un mejor ambiente. Pero, como siempre, a él no le interesaba.
Saqué los dedos con brusquedad e ignoré sus protestas. Sus piernas se revolvieron enfadadas y las inmovilicé con fuerza. Su culo se apretó en protesta y eso me molestó aún más.
-Tú te lo buscaste –le dije.
Separé sus piernas y escupí en mi glande. Iba a metérselo, y no me interesaba que aún no estuviera del todo dilatado. Lo haría como castigo por su insolencia. Aunque se lo metería lento sólo porque no soy un monstruo. Abrió los ojos como platos cuando vio que lo penetraría.
-¡No! ¡Perdón! No quise ser grosero. Por favor –suplicó.
-Tú siempre aprendes por las malas –le dije, y le hundí la mitad de mi glande. Me tenté a metérselo todo, pero no quería lastimarlo más de la cuenta. Obviamente su grito de dolor no se hizo esperar.
Vi sus ojos humedecerse, pero no protestó más. Sabía que se lo merecía, por lo que no continuó hablando y se dejó sodomizar por mí. Tuve un poco de piedad, retiré mi glande y lo reemplacé por mi lengua. La introduje en su culo y humedecí más su interior. Contra su voluntad salió un gemido de placer por su boca. Después de todo, aún lo disfrutaba. « ¿Tendrá una vena sadomasoquista?» me preguntaba. Apunté con mi pene nuevamente y continué la penetración. Luchando por cada milímetro, conseguí hacer que se tragara mi glande, y que era la parte más terrible. No se hizo esperar el grito ahogado de dolor.
Tomé su pene (que volvía a ponerse duro), y comencé a hacerle una lenta paja. Poco a poco fue soltando su esfínter y pude meter más centímetros de pija en su interior. Con un agudo y poco masculino gemido, logré comprobar que ya había tocado fondo. Disfruté del calor, la humedad y la estrechez de su recto, y de la suavidad de sus nalgas contra mis testículos. Gemí victorioso. Ese culo ya era mío.
Por cada movimiento, por muy pequeño que fuera, él se quejaba. Sus manos estaban aferradas a mis muslos intentando frenar mis movimientos. Esperé unos segundos a que se acostumbrara y luego comencé el vaivén. Pude ver una pequeña lágrima bajando por su mejilla. Su rostro era un poema, y amé lo varonil que se veía aguantando el dolor.
-Pasará –le dije-. No se irá por completo, pero disminuirá el dolor.
Saqué mi pene completamente y disfruté viendo como su ano boqueaba. Metí mi lengua y lo llené con la mayor cantidad de saliva que pude juntar. Con mis dedos hice algunos remolinos en su interior y luego los reemplacé por mi verga. Se quejó cuando entró mi glande pero se deslizó con suavidad. Lo taladré con lentitud y firmeza, gimiendo cada vez que deslizaba mi pene en su interior. Tan estrecho, tan húmedo y caliente, estaba muy concentrado para no correrme tan pronto.
Al cabo de unos minutos, le pedí que cambiáramos de posición y que se quedara en cuatro. Con lentitud se levantó y adoptó la nueva posición. Su verga colgaba tiesa y le colgaba un hilo de pre-semen. Sin que le dijera algo, apoyó su pecho contra la cama y dejó su culo elevado hacia mí. De esa forma, dejaba su ano completamente a mi servicio. Coloqué saliva en mis dedos, lubriqué su ano, y le ensarté mi verga. Gimió al instante. Con mi mano izquierda rodeé su cadera y con la derecha le hice una paja. Le mordí el lóbulo de la oreja y lo hice estremecer.
-¡Oh! –dijo casi al segundo siguiente-. ¡Ah!
Y de pronto su pene comenzó a convulsionarse en mi mano. Lo solté y coloqué mis manos en su cadera para impulsarme y darle más velocidad a las embestidas. Acto seguido, comenzó a disparar chorros de leche y a gritar como poseído. Su culo estranguló mi pene aumentando la fricción en un 200 por ciento. Mis testículos aplaudían con los suyos, y el ruido de nuestros cuerpos chocando le hacía ritmo a los gemidos de su orgasmo.
Después de su espectacular corrida, su cuerpo quedó débil y lacio, dando sólo algunos espasmos. Quedó completamente acostado y yo sobre él, aún sin sacar mi miembro de su culo. Me acerqué a su cara y estaba completamente ida. Su respiración estaba agitada y sus ojos estaban perdidos. Tuvo un buen subidón. Y yo continué. Le mordí el hueso mandibular y succioné cada centímetro de su oreja. Sentía mi cuerpo a punto de explotar y envuelto en sudor. Grité desde lo más profundo de mi cuerpo y liberé toda la carga de semen que guardaban mis testículos.
Rugí, gruñí, grité, reí. Todo en un orgasmo. La cantidad de semen que escupía era alucinante y no terminaba nunca. Liberé todo el estrés, todo mi enojo y frustración, y vi hasta puntitos de colores mientras me corría. Y me desplomé. Respiré agitado sobre su espalda y descansé al fin. Salí de su trasero y el viento fresco chocó contra mi cansada verga. Estaba de un rojo imposible, llena de nuestros fluidos y con una pequeña mancha de sangre. Su ano estaba irritado y abierto, y poco a poco iba chorreando mi semen teñido con su sangre.
Cuando me tendí a su lado él se giró. Soltó un largo suspiro y abrió los ojos. Los tenía inyectado en sangre y algo confusos. Se sentó en la orilla de la cama con cuidado de tocar la gran mancha de semen que él había dejado, y se cubrió la cara con las manos. Ahí fui consciente de algunas pequeñas manchas oscuras en su espalda, al igual que de una pequeña cicatriz en su costado derecho. Creo que sus entrenamientos en el gym eran muy violentos.
-¿Quieres ducharte? –le pregunté.
-No, gracias –dijo lentamente-. Me tengo que ir.
-¿Estás seguro? –asintió con la cabeza.
Cuando se levantó, vi que entre sus nalgas mi semen y su sangre comenzaban a secarse. Con delicadeza se agachó para buscar su ropa y sin decir nada se vistió. Con pasos cortos se dirigió a la salida y lo seguí. Le abrí la puerta (procurando ocultarme pues estaba desnudo), y salió.
-Nos vemos el lunes, profesor –se despidió sin mirarme.
-Descansa, Rocco.
Se alejó muy lentamente y cerré la puerta. Caminé hasta el baño y me metí a la ducha. El agua tibia refrescó mi cuerpo caliente. Me senté en la tina dejando que el agua golpeara mi espalda y lloré. En ese instante la parte responsable y cuerda de mi cerebro despertó. La culpa me envolvió por completo y me sentí criminal. Un pensamiento salió a flote dentro de todo lo que en mi mente había: Si es que era verdad, debe ser muy horrible lo que le hace su padre para haber aguantado todo esto.
(Esta es una obra que había escrito hace mucho tiempo, por lo que los capitulos serán subidos en espacios cortos de tiempo. Los invito a comentar y a dejar sus opiniones. )