El profesor me aprueba con la nota que merezco

Tras un suspenso en la universidad, hay que ir a revisión de examen y negociar la nota...

No puede ser. No me lo creo, esto es imposible. Después de tanto esfuerzo, de tantas tardes en la biblioteca, de tantas noches sin dormir, había pasado. Suspenso en Matemáticas. Parece algo exagerado, pero ese siempre fue mi punto débil y ahora al estar estudiando una carrera de ciencias, estas se habían convertido en algo indispensable. Recuerdo el día del examen, pues salí de allí orgullosa creyendo que pasaría del 7. Tenía que ser un error. Acto seguido, cogí mi ordenador y escribí un correo al profesor, un hombre de unos cincuenta y pico, alto, serio y bastante soso. Nunca antes había hablado con él. Expuse mi problema en el email y a los pocos minutos recibí respuesta. Me citó en su despacho al día siguiente por la tarde para revisar detenidamente mi examen.

Al día siguiente, al terminar las clases me dirigí al despacho. Nunca antes había ido, así que me costó bastante encontrarlo. Este se encontraba al final de un pasillo bastante oscuro, casi en la otra punta de la facultad. Allí no había absolutamente nadie. Una vez allí, llamé a la puerta. Adelante , me dijo una voz.

-Tú debes ser la de la revisión de nota. A ver, ¿Qué te pasa?- dijo con un tono pasota.

Tímidamente entré en el despacho, un poco sorprendida por la arrogancia del hombre, y me senté en una silla.

-No creo que la nota de mi examen sea la adecuada.

-Pues haber estudiado más, señorita.

Me quedé alucinando. ¿Encima me vacila? Me empecé a mosquear y cambié mi tono.

-Como alumna, exijo ver mi examen.

El hombre buscó entre una pila, cogió mi examen y lo puso en la mesa delante de mí, de malas maneras y sin ganas. Me puse a mirarlo detenidamente, observando todos los cálculos y viendo que habían varias preguntas que tenía a medio corregir. Mientras, él se puso en pie y fue hasta la puerta. Después caminó por el despacho hasta que le llamé y se sentó de nuevo delante de mí.

-Disculpe pero, creo que hay dos ejercicios que han quedado sin corregir…

-Vaya… ¿Sería una pena que se quedaran así verdad? Que mal profesor soy.

-¿Perdón?

-¿Por qué debería molestarme en mirarlos si de antemano supongo que están mal?

-Pero usted no puede suponer las cosas. Se que esos ejercicios están bien, estoy convencida y su obligación es corregir mi examen y puntuarme como es debido.

-¿Y quién me obliga a hacerle caso señorita?

-Si se niega a corregir mi examen sin motivo alguno me quejaré a alguien de cargo mayor. Es más, ahora mismo me marcho a hacerlo.

Me levanté, más enfadada que nunca. Cogí mi bolso, mi chaqueta y me dirigí a la puerta. Hice girar el pomo con brusquedad, pero vi que esta no se abría. Lo agarré con la otra mano e hice fuerza. Nada. Estaba cerrada.

No me lo podía creer, aquel hombre había cerrado la puerta, no me iba a dejar marchar.

-¿Sabes? A diferencia de yo a ti, tú me caíste muy bien desde el primer día de clase, cuando te vi ahí sentada en primera fila, con tu vestidito corto veraniego, tu pelo recogido en una trenza, tomando apuntes de todo lo que decía, tan aplicada y tan inocente, recién llegada a la universidad.

Se acercó a mí. Sentí un poco de miedo. Dejé caer mi bolso y mi chaqueta al suelo.

-Tal vez puedas hacer que cambie de opinión y te corrija el examen…

Con su mano, comenzó a juguetear con mi pelo, apartándolo de mis hombros y poniéndomelo por detrás de la oreja. Se acercó más a mí, y me agarró por la cintura mientras me miraba fijamente, con su habitual cara de pocos amigos. Lentamente fue subiendo sus manos, hasta que las puso encima de mis pechos, y los apretó. No supe que hacer. Quise salir corriendo, pero mi cuerpo no respondió. Una parte de mí, quería permanecer allí. Me armé de valor y me giré bruscamente, dándole la espalda. Eso hizo que él soltase una pequeña carcajada, en un tono burlón. De repente, me rodeó con sus brazos por detrás, tocándome nuevamente los pechos, y se acercó a mí. En ese momento, noté un bulto que rozaba mis nalgas. Por un momento quise pensar que aquello no era lo que yo creía, pero terminé aceptando que sí. Me besó en la cabeza y me susurró al oído:

-Aquí no va a entrar nadie más, estamos solos tú y yo…

Me quedé quieta, con la mirada perdida. Me condujo hasta la silla, e hizo que me sentara en ella. Se puso delante de mí, y levantó mi cabeza para que le mirase. Sonrió. Una sonrisa odiosa, mezclada con su pasotismo natural. Pasó su mano por mi mejilla. Entonces, se desabrochó el pantalón, bajó un poco su ropa interior y sacó su pene. Lo tenía enorme. Jamás hubiese imaginado que un hombre como él fuera posesor de semejante órgano sexual. Estaba duro, erecto y en él podían apreciarse algunas venas. Mi expresión fue de asombro. Puso su mano en mi nuca, y lentamente me fue acercando hacía esa enorme verga. La rozó en mi cara durante unos minutos. Pude sentir como su glande pasaba por mis labios, mis mejillas. Hasta que de repente, no se porqué, abrí mi boca. Rio, y entonces la metió dentro. Comenzó a hacer suaves movimientos para meterla y sacarla de mi boca. Me sujetó el pelo con la mano, y empezó a mover mi cabeza hacia adelante y hacia atrás para así acelerar sus movimientos. No podía creerlo, se la estaba chupando al profe! A pesar del carácter de ese hombre y de su edad, había algo en él que me excitaba, que hacía que le viese interesante. De repente, algo en mí cambió, y decidí disfrutar yo también de la situación. Agarré su pene con mi mano, y comencé a hacerle una paja mientras levanté mi cara para lanzarle una mirada inocente. Pude ver en él una expresión de placer, mezclada con pura lujuria. Seguí chupándosela y masturbándole, le lamía la punta del pene con mi lengua para después meterla toda en mi boca, a pesar de lo difícil que era debido a su gran tamaño.

Pasados unos minutos, hizo que me levantara, quedando de pie frente a él. Pasó su mano por detrás de mi cabeza, me acercó a él y empezó a besarme de una forma salvaje. No me resistí en ningún momento. Dejé que me metiera la lengua y me “comiera” la boca literalmente, mientras me tocaba mis grandes pechos sin parar. Mientras, bajé mi mano y comencé a masturbarlo de nuevo, cada vez más rápido. Esto hizo que se excitase muchísimo y el ritmo de su respiración y sus besos aumentase notablemente. Entonces, con un movimiento rápido y algo brusco me quitó la camiseta, quedando yo en sujetador. Lo observó durante unos segundos con una mirada llena de lujuria y deseo, y finalmente lo desabrochó, dejando mis pechos totalmente al descubierto.

-Vaya tetazas tienes…

Y comenzó a lamerlas. Mordisqueó mis pezones, los lamió, chupó, succionó. Me comió las tetas con ansia y descaro. Me gustaba muchísimo esa sensación, tanto que solté ligeros gemidos y con una mano lo apreté contra mis pechos para que siguiera lamiéndolos, mientras que con la otra proseguí con su paja. Cuando ya no pudo más, me sentó en su mesa. Lentamente, me quité los pantalones, quedando solo con unas braguitas de color rosa. Puse carita de niña inocente y lentamente fui bajándolas, hasta que estas cayeron al suelo. Me mantuve con las piernas cerradas unos instantes mientras él tocaba suavemente su grande pene. Entonces, con delicadeza fui abriendo mis piernas, hasta que mi húmedo coñito quedó a la vista. No dejé de mirarle fijamente ni un instante. Se puso delante de mí, acercó su cara a mis genitales y comenzó a lamer. Primero fueron suaves lametones en mi clítoris, después due subiendo el ritmo hasta terminar chupando toda mi vagina, metiendo su lengua donde podía, sin miramientos mientras con sus manos agarró mis tetas. Yo gemía y gemía del placer, no podía más, quería contenerme, pues no quería terminar en su cara, pero no pude más. Solté un grito de placer, y me corrí en su boca. El orgasmo casi me hace temblar.

Se apartó, me miró y me sonrió con cara de pervertido. Aquello no había hecho mas que empezar. Me tomó por las caderas, hizo que me incorporase un poco quedando sentada, me besó con la lengua, y sin compasión alguna, me la metió toda de golpe. Sentí como aquel enorme falo me “llevaba”. Al principio fue una mezcla de dolor y placer, pero a medida que empezó a entrar y salir de mí, la molestia se convirtió en placer, un placer increíble que me hizo gemir para después gritar. Al principio yo permanecía quieta mientras él se movía para entrar y salir, pero poco a poco, como por acto reflejo empecé a mover mis caderas, cada vez más rápido para acompañar sus movimientos. Me abracé a su cuerpo mientras dejaba que me follara, con todas sus fuerzas, quería sentirme suya.

-¿Te gusta que te folle verdad? Vas a querer que no te apruebe nunca para repetir esto. No sabes el tiempo que llevo queriendo metértela y chupar esas tetas…

Me encantaba que me hablase así. Puse mi cara delante de la suya, y le miré fijamente, a los ojos. Quise observar su expresión de lujuria, así como quise que viera mi carita de placer, de jovencita inocente que nunca ha roto un plato. Sus embestidas eran cada vez más fuertes y rápidas, mis tetas botaban arriba y abajo, y él aprovechaba de tanto en tanto para darles un lametón o agarrarlas con sus rudas manos. No podía más, iba a venirme otra vez, el placer era máximo. Sentí que el éxtasis me invadió por completo. Solté un grito de placer, y me abalancé a besarle, a besarle frenéticamente, con pasión, mientras me fundía en un profundo orgasmo que me hizo temblar.

Una vez recuperé el aliento, me hizo sentar de nuevo en la silla. Se puso delante de mí, me tocó las tetas y puso su pene entre ellas. Empezó a follarme los pechos con ansia, parecía que aquello le encantaba. Y a mí también. Mientras rozaba su enorme pene entre mis tetas, le lamía la punta cada vez que podía. Empezó a gemir de placer. Quise llevar a mi profe al más profundo y placentero de los orgasmos, así que comencé a moverme, a chupar su glande con todas mis ganas, a mover mis tetas lo más rápido que podía, hasta que sentí que no podía más, iba a terminar. De repente empezó a correrse de una forma brutal, encima de mis tetas, dejándolas llenas de sus flujos. Se la chupé para terminar de “limpiar” sus últimas gotas y me las tragué.

Después, ambos nos limpiamos, nos vestimos y yo me dispuse a irme.

-Creo que ya va siendo hora de que termine de corregir tu examen. Que despistado soy-dijo en un tono irónico. – Puedes venir a preguntarme dudas siempre que quieras, preciosa.

Le sonreí, nos despedimos con un beso en la boca, y me fui a casa. Aprobada con la nota que me correspondía.