El profesor

Un joven profesor va cayendo en las redes de una atractiva alumna hasta convertirse en sumiso.

Entré a trabajar en aquél instituto de secundaria como suplente cuando el curso ya había empezado. Estaba muy nervioso, pues actualmente es difícil mantener a los alumnos en orden, y más para un joven profesor suplente con solo unas pocas practicas a su espalda. El primer día de clase, mientras estaba intentando enterarme del punto del temario donde debía seguir, entró ella. No me fijé mucho en ese momento, solo ví alguien que pasaba y se sentaba al final de la clase. Sí que noté una gran seguridad en su andar. Levantando la vista del libro, comenté como de pasada que había que entrar a la clase puntualmente. Mi mirada se encontró, al fondo de la clase, con la suya. Me miró fijamente, me recorrió de arriba abajo muy segura de sí misma, orgullosa, prepotente e insolente, con una mueca perversa en la cara, una sonrisa de desdén y de superioridad. Tenía unos ojos impresionantes, poderosos. Un escalofrío recorrió mi espalda.

Empecé la clase, balbuceando, tartamudeando un poco, pero al meterme en materia me fui controlando. Miraba a mis libros y apuntes, de vez en cuando a un punto indefinido de la clase, como si mirara a mis alumnos pero en realidad sin mirar nada en concreto. Pronto empecé a escuchar un murmullo al fondo de la clase, pero hice oídos sordos y seguí con la lección. Esta permisividad provocó que la conversación se generalizara a casi un tercio de mi alumnado, y cada vez en un tono más alto, hasta que ya no se me escuchaba. Levanté la mirada, dejando de hablar. Debería haber parado esto a tiempo, cuando empezó… allí, en la última fila, con la chica esa que había llegado tarde y su compañera.

Mi silencio hizo que todos fueran callando y se quedaran mirándome; ella me miró, con una mirada desafiante, y con una voz alta, clara y dura, me dijo:

¿Qué?

Me estaba desafiando, preguntando qué pasaba, por qué había callado a media explicación estorbando su propia conversación.

Por favor, deberían estar en silencio. Si no les interesa lo que les cuento miren al techo, por la ventana, hagan crucigramas o dibujen, pero ruego por favor un poco de silencio. A algunos de vuestros compañeros les interesa lo que les estoy explicando. Además esto puede ser materia de examen.

Ella me miró con una amplia sonrisa, burlona.

Venga, no nos des la lata, profe!

Casi toda la clase le río la gracia. Estos adolescentes son como buitres, capaces de acabar con uno. Yo giré mi cabeza a la mesa, cogí el libro (más para esconderme que como material didáctico) y murmuré algo así como "el que quiera que escuche", y seguí. Mis palabras salían de mi mientras mi mente estaba ocupado en una imagen que me tenía ocupado, subyugado: el de una adolescente morena, de pelo liso y más bien largo, ojos de miel, cautivadores, cara preciosa, un gran aro en cada oreja, algo maquillada… y sobretodo un carácter poderoso y desafiante. Parecía tener un buen cuerpo, pero todavía no podía hacerme una buena idea pues solo la veía al final de la clase, sentada. Siguió charlando toda la clase. Cuando terminé la clase, plegué mis cosas con prisas, torpe, y fui el primero en salir de la clase. Me metí en la sala de profesores, dejé mis cosas y entré en el baño a lavarme las manos y la cara. Respiré hondo y volví a salir.

Por la noche, en mi apartamento, saqué las fichas de los alumnos buscando aquella chica. La encontré, con aquella mirada penetrante, desafiante. Se llamaba Jessica y estaba repitiendo curso; este último dato no me extrañó.

Al día siguiente al empezar la clase la busqué un momento fugaz con la mirada, pero no estaba. Algo raro pasó dentro de mi cabeza, entre decepción y alivio. A los veinte minutos de clase entró ella, sin inmutarse, abriendo y cerrando la puerta con un ruido injustificable. Era un desafío más, otra de sus constantes provocaciones. Me callé esperando a que se sentara y la seguí con la mirada. No pude repasarla detenidamente, pues era un profesor veinteañero dando clase a adolescentes menores de edad y no podía permitirme ese lujo. A pesar de todo ví que llevaba una camiseta gris de tirantes y una minifalda tejana sobre unas medias negras. Hoy su pelo de color carbón lo llevaba rizado. Al llegar a la primera mesa se paró, de cara a la chica que había allí sentada –fea y muy buena estudiante-, de espaldas a mí. Recostó sus codos a la mesa de la chica, dejando su culo en pompa hacia mí y susurro algo a la chica, en un tono muy imperativo que no daba lugar a replica. Mientras acababa de hablar giró su cabeza a mí mirando sonriendo, burlona, y me guiñó un ojo. La otra chica recogía sus cosas y se íba a la mesa del fondo, sin rechistar, cabizbaja, y Jessica se sentó a primera fila y encaró su mirada altiva a la mía, que se desvío de golpe al libro. No podía aguantar su potente mirada, y una erección empezaba a hacerse patente en mi entrepierna. Fui a sentarme para así disimularlo, y seguí con la clase sentado detrás de mi mesa. Cada vez que mi mirada se dirigía a su mesa encontraba la potente mirada de Jessica y yo desviaba la mía otra vez a los libros, y tartamudeaba un poco y en algún momento (cuando noté movimiento bajo su mesa y mi vista se encontró con unas piernas cruzándose, mostrando un apetecible muslo) ella dejó escapar unas risitas juguetonas, coquetas, al ver mi torpe reacción ante ella. Ella no traía libros ni nada y se dedicó únicamente a pasar la clase entera sentada a primera fila mirándome fijamente, divertida al ver como me hacía perder el control. Al acabar la clase Jessica se acercó a mi mesa sin darme tiempo a huir. Apoyó sus brazos a mi mesa dejando caer su cuerpo adelante, mostrándome sus hermosos pechos, bastante grandes, y mirándome fijamente.

Ha estado muy bien la clase, profe! –dijo, burlona, juguetona, provocativa-. Oye, perdona que haya llegado tarde, eh! ¿Me has echado de menos? –esto último lo dijo sonriendo pícara, guiñándome un ojo-.

No hizo falta responder, pues ella se fue antes de dejar contestar nada. Otra forma más de superioridad, de prepotencia y falta de respeto hacia mí. Aquél día salí del instituto muy nervioso; presentía problemas. Delante del instituto, en un banco junto a unas motos estaba Jessica con su pandilla de chicos y chicas mal hablados, irresponsables, irrespetuosos y mal estudiantes. Su pandilla era bien conocida en el instituto; las chicas eran atractivas y provocativas, y los chicos eran unos chulos y violentos, que a menudo daban palizas a sus compañeros sin razón alguna. Ella me miró, y levantando la mano gritó: "Adiós, profe!", dándose una familiaridad y un trato de igual a igual, o más bien de superioridad hacia mí, llevando la iniciativa en todo momento. Yo no le devolví el saludo, la ignoré y fui a casa, que está a escasos metros del instituto. Pero tres de los chavales que estaban con ella se me acercaron corriendo y me cortaron el paso. Los otros venían detrás, poco a poco. La avanzadilla eran tres chicos de unos 18 años, con camiseta "imperio" (blanca, sin mangas) y muchos colgantes y cadenas, cabezas rapadas, uno con un pañuelo en la cabeza. Estaban los tres muy fibrados. Uno de ellos me dio un empujón y me agarró por el cuello de la camisa, y acercando su cara a escasos centímetros de la mia me dijo:

¿No has oído a Jessi? Te ha saludado! ¿No lo has oído, profesorcillo de mierda? ¿O es que has pasado de ella a puesta? Eh!?

Yo estaba muerto de miedo, empecé a tartamudear y a pedir perdón, mentí y dije que no me había fijado. Mientras todo el grupo se había acercado y me estaban cercando. Jessi se plantó delante de mí y me clavó su mirada penetrante.

Dejadle irse, pobrecito. ¿No veis que lo estáis asustando? (Me acarició la cara con la mano). Venga, vete, anda, antes de que te peguen la paliza de tu vida. Y recuerda, más te vale ir de buen rollo conmigo, ¿entendido?

Se me hizo un nudo en la garganta y solo pude asentir con la cabeza. Estaba aterrado. Más tarde en casa me sonrojé al recordar como unos niñatos se me habían rifado, pero en realidad incluso uno solo de ellos podía meterme una buena paliza. El grupo volvió al banco donde estaban, dejando a Jessi junto a mí.

¿Quieres que te acompañe al metro?, ¿o al bus?, o dondequiera que vayas

No, no, no hace falta. Muchas gracias.

A ver, veo que no has entendido nada. No te estaba preguntando, te estaba diciendo que voy contigo te guste o no. Sino tendrás que verte las caras con mi novio, y ya ves que es un poco salvaje el chico… (eso último lo dijo acompañado de una risita que me robó el corazón).

Ya, pero… es que no voy en transporte público, vivo aquí al lado.

¡Ah, genial! Así pues, ¡te acompaño a casa!

Lo dijo sin pensarlo, le salió del alma, pero a mí no me gustó en absoluto la idea. Podía joderme bien jodido, estaba incluso mi carrera en juego.

Tendremos problemas en el insti si nos ven juntos; somos profesor y alumna... Además eres menor de edad.

Ella me miró contrariada. Por un momento temí, pero ella tuvo un momento de cordura y me dio la razón.

Es cierto. Tu irás delante, yo te seguiré unos metros lejos. Cuando llegues al portal del edificio entras pero dejas la puerta ajustada para que yo pueda entrar. Espera a que yo entre en el rellano. (Luego se giró a su grupo y les gritó, guiñándoles un ojo): ¡Yo ya me voy! ¡Nos vemos mañana! (Su novio no pareció muy contento, pero dejó hacer).

Yo caminé hasta mi casa sin mirar atrás, pero sentía su presencia. Pensé en una maniobra de distracción, pero la amenaza de esos chulos me hizo desistir, así que seguí sus instrucciones al pie de la letra. Una vez dentro del bloque, en el rellano esperando, me repetía una y otra vez que me estaba metiendo en un lío gordo, pero no sabía cuando y como me había metido en él, o si era algo que no habría podido evitar de ninguna manera. Mientras me maldecía, ella entró. Me empujó contra la pared y mi maleta cayó al suelo; apoyó sus brazos a la pared, yo en medio. Era tan alta como yo; sus ojos estaban frente a los míos, a escasos centímetros, sentía su aliento sobre mí, yo estaba tenso, inmóvil; me tenía dominado. Yo no decía ni hacía nada. Ella me miraba penetrante y yo pestañeaba, intenté apartar mi mirada hacia abajo pero ella me cogió la cara con su mano firme y me levantó, cara a cara, diciendo con una voz angelical, tierna: "No me tengas miedo, cielo, la Jessi no te hará daño…". Y se acercó, me giró un poco la cara, y me lamió pausadamente la oreja y me mordisqueó suavemente, para dejarme un buen chupetón en el cuello. Luego me dijo a la oreja, susurrando: "Lo vamos a pasar muy bien tu y yo… ya lo verás…". Y se fue, aunque antes de cerrar la puerta tras de sí me miró otra vez más, se mordisqueó el labio, sensual, y me guiñó el ojo. Joder que morbo tenía la chica y qué bien sabía explotarse! Me tenía ya por aquél entonces totalmente enamorado, o, si no enamorado, algo inexplicable pero muy fuerte.

Al día siguiente en clase otra de las niñas atolondradas que sacan excelentes y se sientan a primera fila perdió su sitio: ahora en la primera fila tenía a Jessi y su mejor amiga, Noemí, otro bombón, aunque no podía hacer sombra a Jessi ni en el físico (Jessi tenía un cuerpo precioso) ni en el temperamento (Jessi siempre sería la lider, y Noemí la "amiga de"…). Cuando entré ya estaban sentadas, y Jessi me saludó con la mano y en voz alta, para que lo oyeran todos:

Hola, Juan. Buenos días. ¿Cómo estás? ¿Has dormido bien?

Me ponía de los nervios, con esa sorna y esas confianzas que se permitía. Toda la clase se quedó también parada, y empezaron las miradas y los comentarios en voz baja. Yo estaba muy nervioso y molesto. A ver si los compañeros malinterpretaban sus palabras y veían ahí una relación entre nosotros…; eso sería mi ruina… Pero pronto tuve que volver a la realidad, pues Noe daba otra vuelta de tuerca:

Perdona, Juan… ¿Tiene algo en el cuello? ¿No le habrá pasado nada malo, verdad? (preguntaba, pícara, la muy guarra, con falsa inocencia).

¡¡Es un chupetón!! –gritó alguien, armando un gran revuelo. Jessi reía y no paraba de mirarme; yo estaba rojo como un tomate. Ella dío un beso al aire, a mí. Y seguía riendo, como toda la clase. Intenté poner orden, y para mi sorpresa fue Jessi quien me dio una mano.

Venga, chicos, ya vale, no agobien a Juan! Ya es mayorcito para hacer lo que quiera con su vida… ¿verdad, Juan?

Ejem… sí, claro… ehhh… gracias Jes… señorita López...

Ella se puso a reír; le había echo gracia lo de "señoria López"…; "Por favor, Juan, llámame Jessi… cualquier diría que somos unos desconocidos!" y seguía riendo. Esta ultima frase levantó comentarios entre sus compañeros y a mi me aterró: íba a ponerme en un aprieto. Pero ella en todo momento dejaba sus insinuaciones al aire, ambigua. Toda la clase fue una pesadilla, con Jessi a primera fila haciendo obscenidades y cortando de vez en cuando sus comentarios. Por ejemplo, cuando estaba hablando de la Revolución francesa y de los reyes decapitados, me interrumpió con esta perla:

Oye, Juan… Tú si te liaras con una alumna menor de edad… también te decapitarían, ¿verdad? (y levantaba de nuevo comentarios, reía un poco, y luego añadía, con voz inocente, con una mano a la boca, fingiendo estar escandalizada...): Oh… este chupetón… ¿no te habrás liado con una alumna, verdad, Juan?

Yo estaba rojo… rojo de rabia, de impotencia, de morbo, de miedo… de mil cosas. Además toda la clase tuve que ver como Jessi se chupaba un dedo, provocativa, o me daba besos al aire, se mordía y relamía los labios, o se acariciaba los pechos. Yo me estaba muriendo y parecía tartamudo e inútil total. No pude terminar la clase; dije que me encontraba mal y atropelladamente abandoné la clase. Pasé por la sala de profesores a informar y cuando salí al pasillo dispuesto a marcharme me encontré a Jessi, que me habló con afectación:

Oh… ¿te encuentras mal, Juanito? Pobrecito, debes estar ardiendo…! (qué burlona es la muy zorra!) Venga, vamos a casa… yo cuidaré de ti.

Yo me desesperé. Por suerte no había nadie en el pasillo, todos estaban en clase. "Pero tú estás loca?!". Ella no me perdonó la impertinencia y me dio una sonora bofetada. "Venga, vamos a casa". Y me cogió del brazo y nos fuímos así cogidos como una parejita de enamorados, yo intentando forzar un paso ligero, para desaparecer cuanto antes y no ser visto en esta actitud comprometedora.

Entramos los dos a mi piso; ella me hablaba como le hablaría una madre a su hijito de 4 años al recogerlo enfermo en el parvulario, y eso para mí era humillante, pero dejaba hacer, ya no forcejeaba con ella ni tan solo verbalmente; me sometía a sus caprichos de adolescente morbosa y consentida. Me puso una mano a la cabeza y otra en el paquete. Yo estaba muy empalmado. Ella me acarició el paquete, con la mano por dentro de los pantalones, mientras decía… "Uuuuyyy… pero cielo… Estás que ardes…!!". Le gustaba humillarme así. Me cogió de la mano como si fuera un niño y me llevó hasta el baño. "Venga, desnúdate, Juanito…", me decía, mientras me desnudaba. En un momento estuve completamente desnudo y me mandó estirarme en la bañera, boca arriba, con el mastil mirando al techo. Luego abrió el grifo del agua fría, hasta cubrirme todo el cuerpo; solo salía un poco mi polla totalmente erecta. "Mira, una isla!!" decía ella, riendo. Luego empecé a desempalmarme: "Oohhh… el mar se la tragó… jajajaja…". Cuando terminó de reírse decidió salir del baño, pero me obligó a estar allí quieto hasta que ella volviera. Recogió mi ropa del suelo y se la llevó. Mientras yo estaba allí ella hacía de las suyas… . Me registró todo el apartamento… y encontró sorpresas que le encantaron; yo la oía reír como una histérica desde el baño, pero temía desobedecerla así que me quedé allí, esperando.

Lo primero que miró fue mi teléfono, y mirando la agenda encontró un número erótico. Era de una línea de sadomasoquismo y dominación femenina. Sonrió, sádica ella también. Luego en el ordenador encontró páginas de Femdom, dominación, relatos, etc. "Vaya cerdo eres", debía pensar ella, sonriendo… Luego miró por mi habitación, en armarios, y encontró otras lindeces: ropa femenina, alguna muy de putón, y… mi vibrador. Ella estaba entusiasmada con lo que había encontrado; quién habría pensado que el profe tenía tanto vicio… Que estaba loca por ella y por toda chica un poco buenorra esto se había visto pronto, pero ahora estaba descubriendo vicios más insospechados y comprometedores. Rió como una histérica, no acababa de creerlo. Se serenó y volvió al baño.

Hola, cariño… ¿ya estás mejor, cielo? (ella estaba de rodillas junto a la bañera y me hablaba dulcemente, acariciándome la cara. Yo estaba extasiado con ella. Asentí). Bien, pues voy a traerte ropa, ¿de acuerdo cielo? Mientras, ve secándote.

Jessi salió del baño y fue a buscar ropa en mi habitación, pero me esperaba una buena sorpresa, pues la ropa que escogió no me la esperaba. Creía que me traería de nuevo la que llevaba antes, pero no; ella estaba eligiendo un vestuario especial: tanga y sujetador rojos, medias negras de rejillas, minúscula minifalda de cuero negro, y una camiseta de chica ajustada, escotada, blanca con un gran corazón rojo formado con las letras de "barcelona". Con todo esto volvió al baño. Pero antes de entrar al baño se miró en los espejos de un armario, con toda esa ropa en las manos. ¿Qué sería aquél armario? Entró y me dijo: "Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga". Obedecí. Me pasó algo entre mis brazos y me lo ajustó, cerrando a mi espalda. Yo me puse rojo: reconocí el sujetador. Luego vino la camiseta, que también reconocí. Yo me íba poniendo todo como un autómata, pero en mi mente había un gran caos, miedo, humillación… mis ojos se me humedecieron, pero conseguí evitar las lagrimas. Me puso el tanga. Yo con los ojos cerrados me sentía muy humillado. Ahora no había más movimiento, más ropa…; ella estaba mirándome, y empezó a reír como loca. Al cabo de un rato me pasó la minifalda, las medias… y ya tenía su obra de arte terminada.

Me sacó delante del baño, y me hizo abrir los ojos: me ví reflejado en el espejo del armario, con ella al lado riendo y diciendo que estaba muy mona… . Fue humillante; todo íba muy rapido, me estaba degradando ante ella de forma impresionante; y eso significaba que todo aquello podía ser público en cualquier momento… .

Me hizo ponerme de lado, de espaldas, con mil posturas… y finalmente, lo que temía: abrió el armario y ví mis botas cuero negro y tacón. Sorpresa, se rió de nuevo mientras no paraba de decir: "Juanito… no dejas de sorprenderme!! Jajaja"