El profesor de natación

Un hombre teme que su novia esté satisfaciendo sus necesidades sexuales con su musculado profesor de natación. Aunque inicialmente se siente fatal por los posibles cuernos, finalmente se convierte en el principal promotor de que se los ponga...

Llegué al gimnasio sonriendo. Venía haciéndome la película con la sorpresa que se llevaría Natalia al verme. Antes solía pasarme a recogerla al salir del trabajo pero desde que me ascendieran tres meses atrás me había sido imposible.

Nada más llegar busqué un sitio más o menos escondido en las gradas de la piscina mientras buscaba a mi novia entre el mar de bañadores. Me costó encontrarla porque no llevaba el traje de baño con el que estaba acostumbrado a verla. Había su bañador negro por uno azul y amarillo como el gorro de goma del club de natación en el que estábamos. El bañador nuevo le quedaba muy bien, al juzgar por como marcaba sus glúteos que emergían como un par de boyas mientras ella se desplazaba a toda velocidad sobre el agua.

Realmente había mejorado mucho su estilo. Natalia había empezado a ir a la piscina como terapia anti-stress y aunque ya antes era una buena nadadora ahora casi parecía que se estuviese preparando para competir. Recordé que unas semanas atrás me había comentado durante una cena que había pagado un suplemento en la cuota mensual para poder disponer de un profesor particular durante una hora a la semana para "depurar" su estilo.

Estuve observando como se deslizaba sobre la superficie del agua sin apenas chapoteo durante unos minutos. Daba la sensación de que no le costaba apenas esfuerzo. Cuando se aproximaba al final del carril se sumergía, giraba, pateaba la pared y salía lanzada en dirección contraria.

Al cabo de unos minutos salió del agua. Un cosquilleo me recorrió el vientre al ver como subía la escalerilla y su cuerpo salía del agua. El nuevo bañador se ajustaba a su figura como un guante. Los tirantes caían por su espalda dibujando un profundo escote que dejaba ver una magnífica espalda, con unos músculos trabajados en el gimnasio y la piscina. Su cadera se contoneaba de un lado a otro con elegancia y firmeza y sus glúteos definían un culo prieto y apetecible. No pude evitar imaginarme cogiéndola de la cadera y apretando mi pelvis contra su culo, restregando mi dureza entre sus glúteos.

Entonces ví como se dirigía hacia una pareja de tíos que charlaban cerca de la zona de duchas mientras se quitaba el gorro y las gafas de agua. Al verla llegar uno de ellos despidió al otro y se dirigió hacia Natalia. No pude evitar fijarme en su físico. Era un chaval grande, no de edad, sino de proporciones. Cuando Natalia estuvo delante de él apenas le llegaba a la altura del pecho y eso que ella no era tampoco baja, medía cerca de metro setenta. Pero ese hombre debía medir alrededor de los dos metros. Era joven y moreno, con cuerpo de nadador: el cuello y la espalda anchos, los pectorales y abdominales prominentes, el vientre en forma de "V" apuntando hacia su entrepierna. Sus muslos eran largos y poderosos, los gemelos sobresalían por detrás de las espinillas y sus pies desnudos parecían grandes como raquetas de nieve. Llevaba un bañador negro tipo boxer, que igual que el de Natalia, se ajustaba a su pelvis y mostraba perfectamente la forma del inicio sus cuadriceps y el bulto en su entrepierna, que aunque no me era posible distinguir su tamaño y forma debido al color del bañador y a que no estaba suficientemente cerca, se dejaba ver claramente.

Reconozco que se me formó un pequeño nudo en la boca del estómago mientras veía como mi novia y ese Adonis charlaban amigablemente. No pude evitar pensar que ella tan solo llevaba ese bañador que me hacía quitar el hipo, con la tela mojada moldeando sus perfectos pechos, grandes y redondos. Recuerdo que una de las primeras cosas que le pregunté cuando tuvimos un poco de confianza fue su talla de sujetador. Ella se rió y me miró con cara de estar regañándome por la pregunta. Le dije que solo quería hacerle un regalo por Navidad, “algo rojo, ya sabes”. Al final, después de negociar un rato y aún entre risas me dijo: “una 105”. Y es que realmente una de las cosas que más destacaba de su figura era los pechos. Y ese hombre estaba a centímetros de ellos. Me imaginé, porque me era imposible verlo desde donde me encontraba, sus pezones marcándose bajo el bañador. Natalia a veces se avergonzaba de lo rápido que se ponían duros y lo grandes que se hacían, sobresaliendo casi un centímetro de su aureola. No le gustaba ir por la calle marcando pezones y acostumbraba a llevar con algo muy holgado cuando hacía frío o tener siempre algo a mano con lo que taparse.

En un momento dado él pareció decir algo que la hizo reír y ella apoyó distraídamente la mano sobre sus abdominales. El nudo en el estómago me hacía difícil tragar. Su mano estaba a escasos centímetros de su boxer y del bulto en su entrepierna. Entonces ella hizo un mohín y pareció despedirse. Fue entonces cuando él abrió los brazos y los dos se abrazaron, o más bien ella el abrazó mientras él la acariciaba, llevando sus grandes manos desde su nuca hasta, y esto no me lo imaginé, posar una al final de su espalda y la otra sobre el cachete izquierdo de su culo.

Estuve sin respirar todo el tiempo que duró el abrazo. Natalia apoyaba la cabeza contra su pecho y rodeaba su torso con las manos, en las que aún sostenía las gafas y el gorro de baño. Estaban muy juntos, apretados. La entrepierna de él quedaba a la altura del estómago de ella. Era evidente que ella debía notar su paquete contra su vientre. Estuvieron así lo que me pareció una eternidad pero quizá fueran tan solo 10 largos segundos. Él le acariciaba la espalda y el culo y ella se apretaba indisimuladamente contra su cuerpo.

Cuando se separaron y despidieron finalmente, cuando ella desapareció por las puertas del vestidor, vi como el amigo con el que había estado hablando volvía a acercarse y le hacía gestos con las manos mirando hacia el vestidor. El mensaje era inequívoco para un hombre: “menudo polvo tiene la tía”. Los dos reían mientras se decían cosas que yo no alcanzaba a oír. Me sentía hundido, herido, como si me hubieran clavado una puñalada. Tardé aún unos segundos en recobrarme después de que los dos chicos desaparecieran también por las puertas hacia los vestidores. Entonces me levanté y salí del gimnasio. Fui al aparcamiento, arranqué el coche y me fui sin esperar a Natalia.

Llegué a casa después de dar vueltas por la ciudad con el coche durante varias horas. Era muy tarde. En el comedor la mesa estaba preparada para los dos pero tan solo había un plato a medio acabar. El mío debía estar en el microondas. Venía siendo habitual esta escena en los últimos meses, pero ese día me sentí desplazado del mundo, de ese mundo en el que yo llegaba a una hora razonable y mi novia me esperaba con la cena preparada, una botella de vino abierta y unas velas sobre la mesa. De ese mundo en el que comentábamos el día en la sobremesa con un yogurt o un trozo de tarta de los que a ella le gusta preparar de vez en cuando. De ese mundo en el que algunas noches nos abrazábamos y hacíamos en amor en el sofá o en la cama, o simplemente nos abrazábamos hasta quedarnos dormidos con algo en la tele… Ahora el mundo era un lugar donde ella y yo hacíamos nuestras vidas y apenas coincidíamos, donde yo era el último en salir de la oficina y ella distraía su tiempo con sus aficiones. Un mundo donde ella se apretaba a hombres de dos metros a los que les sobraba músculo, por todas partes…

Me metí en la cama intentando no despertarla. Medio adormecida se giró hacia mi y susurró un “buenas noches” y algo parecido a un “te quiero”. Yo le respondí con un “yo también” mientras ella se apretaba contra mi cuerpo, ponía su pierna izquierda sobre las mías y apoyaba la mejilla en mi pecho. Y así nos quedamos, ella dormida de nuevo y yo en vela, notando su cuerpo contra el mío, su muslo sobre mi entrepierna. Imaginando nuevamente, como me había estado imaginando toda la tarde, las sensaciones de ese abrazo entre Natalia y el nadador. Imaginando el tacto de sus manos en los glúteos de ella, sus pechos apretados contra los abdominales de él, su pene contra el vientre de mi novia. Cuando me di cuenta mi propia polla estaba dura, yo sorprendido y Natalia demasiado dormida.

La semana siguiente ni siquiera la rutina consiguió hacerme olvidar ese abrazo. Por momentos pensaba que todo era una estupidez, que tan solo fue un abrazo entre amigos. Pero otras veces recordaba con acidez como los dos chicos parecían haber comentado la jugada cuando Natalia se fue a los vestidores y me imaginaba que en cualquier momento el nadador intentaría dar el siguiente paso. Al final, después de mucho darle vueltas, decidí que necesitaba saber más, que no podía sufrir la duda de lo que había pasado, estaba pasando o pasaría. Así que decidí ir por la piscina. El cuerpo del amigo de Natalia no dejaba margen a dudas: el tío debía pasar muchas horas en el gimnasio y en el agua entrenando. Era cuestión de ir por allí en horas en que Natalia trabajaba e intentar coincidir con él.

Al día siguiente puse en marcha el plan. En la oficina dije que tenía hora con el médico y me acerqué en coche hasta el gimnasio. Llevaba en el maletero una bolsa de deporte que había preparado de madrugada mientras Natalia aún dormía. Pagué una entrada con derecho a usar todas las instalaciones del club durante un día y me dirigí a los vestidores. Me puse los pantalones de deporte, una camiseta vieja y unas zapatillas y me dirigí al gimnasio. Era media mañana y el lugar estaba lleno de tíos cachas haciendo músculo y las pocas chicas que había estaban haciendo cinta o stepping aisladas del mundo por sus MP3. Se me acercó un preparado físico del club, le metí diciendo que quería recuperar un poco la forma y me puso a hacer calentamiento. Mientras hacía bicicleta miraba a todos lados intentando localizar al nadador. Después pasé a hacer abdominales, cinta y algo de peso para brazos y piernas. Una hora después estaba sudado y muy cansado. Me fui al vestidor y me di una ducha antes de salir a la piscina. Pero allí tampoco estaba. Pensé que mi plan era una birria y, demasiado patoso después de una hora de gimnasio como para ponerme a nadar, decidí volver a la oficina.

Esa noche cuando llegué a casa estaba reventado, me dolía todo el cuerpo. Como no quería explicarle a Natalia nada intenté que no se notara pero fue imposible. Iba medio cojo por las agujetas en las piernas yapenas podía girar el tronco sin quedarme sin respiración. Le dije a Natalia que debía ser una mala postura en el trabajo y ella me regañó diciéndome que debía cuidarme más. “¿Porqué no te apuntas al gimnasio conmigo?”. La situación era casi cómica.

Tan solo tardé unos días en volver a estar demasiado desesperado. Mis pensamientos habían llegado a valorar que el sexo entre Natalia y yo seguramente no la satisfacía. Desde que yo llevaba este ritmo de vida en el trabajo nuestros encuentros amorosos habían decaído mucho en frecuencia y calidad. Desde aquel día en la piscina dos semanas atrás habíamos hecho el amor dos veces tan solo. Curiosamente en ambas ocasiones yo había estado especialmente excitado y activo, intentado dominar el movimiento de nuestros cuerpos, intentando imponerme sobre ella. Las dos veces yo me había corrido antes que ella y después de eyacular me había sentido vacío y hundido. Cuando volvía del lavabo de quitarme en condón me disculpaba e intentaba acariciarla un poco. Ella sonreía diciendo que no pasaba nada, que yo estaba muy cansado, que me quería mucho y que intentase dormir un poco.

La frustración crecía en mí. Consciente de que tenía a Natalia insatisfecha sexualmente cada vez dudaba menos que por poco que el nadador intentase algo con Natalia ella caería entre sus brazos. Les imaginaba haciendo el amor en el vestidor, él sosteniéndola en el aire y penetrándola profundamente, con fuerza, casi con violencia. Ella sudando y gimiendo, agarrada a su poderoso cuello. Tanta potencia física debía tener el don de arrancar varios orgasmos de su presa antes de correrse él mismo. ¿Cómo podría yo competir con un semental como ese tío? En algunos momentos de mis alocadas elucubraciones ya daba a Natalia por perdida…

Tardé menos de una semana en volver a poner en práctica mi plan. Esta vez me planté en el club a primera hora de la mañana, antes de ir al trabajo. El mismo preparador físico del primer día me dio las tablas y me puse a hacer bicicleta. Debían ser las ocho y media cuando apareció él. Llevaba unos pantalones de deporte negros de esos elásticos que le llegaban a media distancia de la rodilla y una camiseta amplia que más que llevarla puesta parecía que la llevaba “colgada” de los trapecios.

Le seguí con la mirada mientras se dirigía a la cinta donde estuvo corriendo un rato antes de ir a la zona de pesas. Aproveché entonces para cambiar de actividad y me fui también hacia el banco para potenciar los cuádriceps. Apenas estaba a unos metros de él. Mientras me esforzaba levantando las pesas con la pierna me hacía el distraído mirando a mi alrededor, pero deteniendo la mirada más tiempo sobre él. Al poco cambió la máquina de bíceps y tríceps por la de pectorales, levantando con esfuerzo dos grupos de pesas a base de juntar los antebrazos hacia el frente. Desde mi posición le veía casi de frente. Se había quitado la camiseta y me fijé como los músculos de su pecho se tensaban y relajaban, inflándose y estirándose con cada serie, con los pezones, oscuros y pequeños en la parte inferior del pectoral, apuntando al suelo. El esfuerzo se hacía patente en su cara angulada y lampiña. El sudor perlaba su frente y su pecho.

Pero lo que más me aturdió fue descubrirme mirando su entrepierna, donde bajo el elástico del pantalón su dibujaban un par de pelotas apoyadas sobre la banqueta y un pene que cargaba flácido hacia la derecha sobre el muslo. Y digo flácido porque en ese estado parecía que se encontraba a juzgar por su posición de reposo, aunque por el grosor y la longitud que le adiviné el mío en su máximo esplendor habría sufrido en la comparación.

Un sudor frío me recorrió el espinazo y me sentí mareado. El abrazo del otro día me bailaba en la cabeza. Creí desfallecer por un momento, notaba un gran vacío en el estómago. Entonces noté como alguien me agarraba por el hombro. "¿Se encuentra bien?" ¡Era él! En mi aturdimiento no había visto cómo se levantaba y se dirigía hacia mí, seguramente preocupado por la palidez que debía reflejar mi cara. Balbuceé un "sí" poco convincente y le dije que estaba un poco mareado. El me dijo que no hacía buena cara y se ofreció a traerme un vaso de agua. Le di las gracias pero le dije que no hacía falta y que iría a las duchas a refrescarme un poco. Con lo que me levanté rápidamente y a punto estuve de caer con igual rapidez sino llega a cogerme él. "Vamos, será mejor que le acompañe". Y a pesar de mis quejas me llevó prácticamente en volandas hasta los vestidores.

Una vez en los vestidores, y mientras yo intentaba recuperarme un poco sentado en un banco, se presentó. Se llamaba Toni y tenía una beca de natación que compaginaba con un trabajo a tiempo parcial como profesor en el club. Eso explicaba su relación con Natalia. Yo le mentí diciéndole que era abogado. Ya un poco mejor intenté obtener un poco de información y le pregunté si eso de hacer de profesor era para colegios. Me dijo que solo daba clases personales, normalmente a adolescentes que aspiran a competir a nivel regional y de vez en cuando a gente mayor que les gusta nadar y quieren mantener la forma.

Mientras hablaba abrió una taquilla situada un banco más allá de donde me encontraba yo sentado y sacó una bolsa de deportes, la abrió y dejó la camiseta que llevaba en la mano en su interior. Creo que me preguntó algo sobre el trabajo como abogado, y creo también que yo respondí algo mínimamente coherente, pero no recuerdo nada de esa conversación. Mi atención estaba centrada en el cuerpo en movimiento de Toni, en sus bíceps y sus abdominales, en la toalla y el jabón que acababa de sacar de la bolsa, en sus pulgares bajo el elástico del pantalón. Recuerdo perfectamente su polla colgando entre sus piernas, más larga y ancha de lo que jamás había estado la mía. Sus pelotas golpeando sus muslos con cada movimiento, el vello de su entrepierna, corto y arreglado. Su entero y perfecto cuerpo desnudo ante mí.

Me di cuenta de que Toni me estaba mirando y me sonrojé. Creo que debió pensar que yo era gay. "Veo que ya tienes mejor color. Me voy a tomar una ducha. Nos vemos.". Y mientras yo volvía a darle tímidamente las gracias se volvió y se fue hacia las duchas, mostrándome su enorme espalda de nadador y unos glúteos duros y redondos entre los que penduleaban sus pelotas. Aún tardé unos segundos en recobrarme del todo, me cambié, guardé la ropa en mi bolsa y salí del club sin volverme y sin mirar a nadie.

Esa noche, después de cenar, atrapé a Natalia cuando pasaba por delante del televisor vestida con unos pantaloncitos cortos y una camiseta de dormir, la tiré sobre el sofá, le quité los pantalones y la follé. Porque eso es lo que fue, un instinto animal, una fuerza descontrolada que luchaba por salir de mi interior. Llevaba todo el día trempado y la penetré sin preliminares, embistiendo hasta el fondo con fuerza desde el principio. Natalia se quejó un poco al principio pero enseguida noté como su vagina se humedecía y el chapoteo de mi polla en su interior se intensificaba. Veía sus pechos botar bajo la tela de la camiseta blanca, con los pezones de punta. Intentaba agarrarse a la tela del sofá para tener un punto de apoyo y permitir que mi polla la penetrase más profundamente. Me imaginaba poseer los brazos de Toni, los pectorales de Toni, los abdominales de Toni, la polla de Toni, los huevos de Toni. Me imaginaba follando a Natalia como Toni la follaría. Me imaginé corriéndome largamente en su interior como lo haría Toni justo a tiempo de sacar mi polla y correrme penosamente sobre su vello púbico, apenas manchándolo con cuatro gotas de mi semen. Recuerdo como en ese mismo momento el mundo se hundió bajo mis pies, mientras Natalia aún gemía y se movía intentando que la volviera a penetrar con un pene que había menguado escandalosamente rápido. Me vi fuera de mi, patético, sosteniéndola por los muslos, con mi ridículo pene húmedo y arrugado posado sobre la entrada de su coño, rojo e hinchado de excitación. La dejé allí tirada, medio desnuda y confusa, y me fui casi corriendo a cerrarme en el baño.

Y allí estaba yo, en el espejo, con los calcetines puestos y la barriga asomando bajo la camiseta. Con dos centímetros de piel arrugada perdida en medio de la mata de pelo entre mis piernas y unos huevos de gorrión pequeños y apretados, acojonados. Me miré a los ojos y los tenía afectados, rojos y húmedos. Tenía la frente sudada por el frenesí de un momento atrás, la cara caída y el mentón sin afeitar bajo el que asomaba una modesta papada. En mi mente bailaba el cuerpo desnudo de Toni, su cuello, su pecho brillante y musculazo, sus genitales obscenamente grandes. Dicen que las comparaciones son odiosas.

Los golpes en la puerta me sacaron de mi ensoñación. “¿Estás bien?” decía Natalia al otro lado de la puerta. Abrí la puerta e intenté sonreír. La veía preocupada y le dije que no se preocupara, que estaba bien, solo estaba cansado. Pasé a su lado sin mirarla a los ojos y me fui al dormitorio. Estaba completamente confuso, la vergüenza me consumía y huía de Natalia porque no sabía qué decirle, cómo disculparme. Me metí en la cama y unos minutos después también vino Natalia. Yo estaba de lado y ella me acarició cariñosamente el brazo y la espalda. Al final, supongo que cansada de esperar a que le dijese que me pasaba, suspiró y se volvió hacia su lado de la cama.

Me costó mucho dormir pero en algún momento el cansancio consiguió vencerme. No sé cuánto tiempo hacía que llevaba dormido cuando me desperté. Distinguía la luz rojiza de los LEDs del reloj de mesa pero no alcanzaba a ver los dígitos. Al otro lado de la cama unos murmullos quedos atrajeron mi atención. Estaba a punto de volverme a ver qué pasaba cuando reconocí los gemidos de Natalia. El ritmo de sus suspiros, el imperceptible movimiento del colchón,… era evidente que Natalia estaba proporcionándose ella misma lo que yo era incapaz de darle. Deseé estar en cualquier otra parte. Deseé estar sordo y no sentir sus gemidos de placer. Deseé no tener novia, no tener la vida que tenía, no sentirme derrotado por los dedos de Natalia. Me pregunté si debía estar visualizando alguna escena como a menudo hacía yo cuando me masturbaba y si alguien la acompañaba en su imaginación. Al final, noté como su cuerpo implosionaba con la llegada del orgasmo. Su pelvis se desplazó hacia atrás y noté su culo contra el mío. Imaginé su cabeza tirada hacia atrás, su boca abierta gimiendo silenciosamente, una mano hundida en sus ingles y la otra apretando furiosa sus pechos. Tardó unos minutos en recobrar el aliento y creo que se durmió casi instantáneamente dejándome a mi mortificado.

Al día siguiente pasé por la vida como un zombi. No sé ni cómo llegué a la oficina ni que hice en todo el día. Pero recuerdo haber llegado a casa y no haber encontrado a Natalia. Estuve nervioso paseando de un lado a otro de las casa sin hacer nada hasta que llegó con la bolsa del gimnasio. Sin casi decirme hola empezó a hablar sin parar. Me explicó que había salido tarde del trabajo y que pensaba que no le daría tiempo de pasar por la piscina, lo cual le había hecho mucha rabia porque ese día tenía clase particular y no quería perder el dinero. Así que había llamado a su profesor y por suerte había podido retrasar la hora de la clase. Lamentablemente no había podido hacer toda la hora de clase porque cuando apenas llevaba diez minutos había sentido un fuerte tirón en el muslo derecho. Su profesor había tenido que tirarse al agua a sacarla porque ella no hubiera sido capaz de llegar sola al borde de la piscina. Después le había estado haciendo un masaje para calmar el dolor y se levantó la falda para enseñarme una venda de compresión que llevaba en el muslo. No se si fue imaginación mía pero me pareció que estaba ruborizada y que rehuía mi mirada. Me dijo que estaba muy cansada, que se iba a dar una ducha y después a la cama. Que si quería cenar había quedado algo de comida del mediodía y que buscase en la nevera. Y sin casi poder yo decir ni media palabra desapareció por el pasillo hacia el baño.

Esa noche apenas pude cenar y estuve mirando la tele hasta muy tarde. Hacia las dos de la mañana llegué a la conclusión de que estaba evitando ir a la cama con Natalia. Me aterraba el que hubiera una posibilidad de volver a oírla masturbarse, o peor, que quisiera hacer el amor y yo volviese a fallar estrepitosamente. Hacia las tres daba vueltas a la idea de que Natalia se merecía algo mejor que lo que yo le podía proporcionar. Una hora más tarde pensaba que de hecho era normal que ella se diese placer teniendo en cuenta lo abandonada que la tenía, y que no sería nada raro que hubiese buscado a alguien para el sexo que no tenía en casa. A las cuatro y cuarto me estaba imaginando a Toni follando a Natalia salvajemente sobre un banco del vestidor, ella con el bañador nuevo enrollado en la cintura y la pelvis hacia arriba y él introduciendo su polla a un ritmo frenético en su coño. Los gemidos de placer de Natalia reverberaban en las paredes del vestidor mientras yo me corría a borbotones sobre el suelo de la sala de estar.

Mientras limpiaba el suelo que me sorprendí de lo caliente que me había puesto fantasear con Natalia y Toni haciendo sexo y lo intensa que había sido mi corrida. Había puesto el suelo perdido y en vez de tener el típico sentimiento de culpa fruto, al parecer, de mi educación en un colegio de curas, aún estaba excitado y mi polla continuaba en guardia. Fue durante esa noche en vela que mi imaginación concibió un segundo plan. Un plan que no tenía como objetivo solucionar mis problemas, sino únicamente satisfacer mi libido. Mientras volvía a masturbarme las piezas fueron encajando unas con las otras...

A la mañana siguiente me fui como cada día antes de que Natalia se despertase. Llamé al trabajo desde el aparcamiento del club para decir que estaba enfermo y entré en el gimnasio cargado con la mochila y lleno de energía a pesar de no haber dormido nada. Una vez en los vestidores aproveché que el utillero no estaba para echar un vistazo a las salas de recuperación y masaje. Cumplían perfectamente las expectativas. Después me cambié de ropa y me dirigí al gimnasio para hacer tiempo mientras esperaba que apareciese Toni. Llegó una media hora más tarde. Al pasar a mi lado me reconoció y me saludó con la cabeza. Esperé unos minutos antes de acercarme a la máquina de tríceps donde Toni tiraba de la polea cargada con una burrada de kilos.

“Quería agradecerte que el otro día te preocupaste por mi”. No era una gran entrada pero suficiente para romper el hielo. “No fue nada” dijo y me preguntó si me encontraba mejor. Dije que sí, que lo del otro día había sido una pájara. Pero que de todas formas pensaba que yo no estaba hecho para el gimnasio. “Se necesita mucha dedicación para tener un cuerpo como el tuyo”, dije sin poder evitar sonrojarme un poco. Me miró medio sonriendo. Hubo unos segundos de silencio mientras yo intentaba coger fuerzas. “Tengo una propuesta para ti”, dije casi sin pensar. “Mira, lo siento mucho, pero te equivocas: no me van los tíos”. Rápidamente negué con la cabeza, ligeramente abochornado. “No, no, déjame explicarme, no tiene nada que ver con eso.” Y así puse mi plan en marcha.

Le expliqué que no le había dicho toda la verdad. Sí que era abogado, especializado en divorcios, pero no había ido al gimnasio a ponerme en forma, sino por trabajo. Mi cliente era un hombre rico que se había enamorado de una mujer que no era su esposa. Me había contratado para que llevara el divorcio lo más tranquilo posible y, a poder ser, que no le costara un ojo de la cara. Le dije que a menudo las personas tienden a tomarse el divorcio de manera demasiado emotiva, gritos, lloros, ganas de venganza,… cosas así. Mi trabajo era que todo el proceso fuera lo más tranquilo posible y que todos quedaran contentos, especialmente mi cliente, claro está. Toni me escuchaba mientras continuaba musculando su brazo. Le dije que llevaba unas semanas investigando la vida de la futura exmujer de mi cliente y que después de analizar la situación tenía un plan para solucionar el caso. “Y tú eres la pieza principal de mi plan”. En ese momento Toni dejó de tirar de la polea y me miró fijamente y con el ceño fruncido. “Mi idea”, le dije, “es fotografiarla en una situación comprometida, una situación que permita a mi cliente negociar un divorcio favorable y sin sobresaltos.”. Toni continuaba mirándome cada vez más interesado. “Resulta que tú estás en una posición inmejorable para proporcionarme esas fotografías. Estoy dispuesto a ofrecerte 600€ por tu colaboración.” Aquí los ojos de Toni se abrieron de par en par. El primer cebo estaba echado. Ví como se lo pensaba pero era consciente de que 600€ era mucho dinero para un becario. Me preguntó qué tendría que hacer si aceptaba y me negué a explicárselo “perdona, pero no puedo proporcionarte esa información si no tengo tu palabra de que me ayudarás”. Veía los seiscientos euros dando vueltas a su cabeza. Al final estiró su brazo ofreciéndome la mano. Casi me rompe los dedos con el apretón pero apenas lo noté. Lo que estaba tirando adelante cambiaría muchas cosas en mi vida e internamente estaba nervioso y también un poco acojonado.

Entonces le expliqué toda la historia. Se trataba de que él cortejase a la mujer y consiguiese llevársela al huerto. Entonces yo les fotografiaría en situación comprometida y de forma que no quedase lugar a dudas respecto lo que estaba pasando entre ellos dos. De esta manera mi cliente dispondría del material necesario para negociar a su favor las condiciones del divorcio y ella sacaría un buen pellizco quizá no tan grande como podría haber sido, pero suficiente para no tener que trabajar nunca más en la vida. Toni sonreía entre dientes: “o sea que usted quiere que me tire a la mujer de su cliente”. Aspiré aire profundamente y dejé ir un “sí” monosílabo y tajante. “Vaya, no creo que tenga ningún problema.”, dijo, “¿la conozco?”. Le dije que sí, evidentemente, que le había escogido a él, aparte de por su atractivo, por la relación que tenía con la mujer en cuestión, “ya te he dicho que estás en situación perfecta para conquistarla”. Entornó ligeramente los ojos y preguntó quién era ella. En ese momento me sentí congelado, con la nuca agarrotada y los puños apretados. Pasaron unos segundos antes de que pudiera continuar: “Es alumna tuya. Se llama Natalia Blanch”.

Recuerdo la sonrisa de oreja a oreja de Toni. Mi corazón parecía querer salir de mi pecho y las rodillas me temblaban. Si no hubiese estado sentado en el banco de la máquina de pesas me habría caído al suelo. Me costó unos instantes recuperarme mientras Toni decía cosas que mis oídos no querían oír. Me dijo que no creía que tuviera ningún problema, que la tía estaba loca por sus huesos, que eran los 600€ más fáciles que habría ganado, que Natalia tenía un polvo impresionante y que aunque la situación no fuera la que era él habría intentado igualmente tirársela. Estaba hablando de Natalia, mi novia. Después le expliqué los detalles del plan: sabía que Natalia tenía una contractura en el muslo y que hoy aún no estaría recuperada. La idea es que Toni la llamase para quedar con ella para recuperación. Le diría que era importante recuperar el músculo desde el primer día. Quedaría con ella a última hora del día, justo cuando cerraban el gimnasio y la llevaría a la sala de masajes. La sala estaba dividida en dos zonas privadas por una cortina grande, yo estaría al otro lado de la cortina con una cámara digital. Su parte era sencillamente proporcionarme oportunidades para hacerles fotos desnudos haciendo el acto sexual. Entonces Toni se detuvo un momento y me dijo: “¿Y como sé que no eres simplemente un mirón con ganas de cascársela viéndonos follar?”. Yo le devolví la mirada y manteniendo la tranquilidad le dije: “¿Acaso sabría tantas cosas de ella si fuera un simple mirón?”.

Cuando salí del gimnasio la cabeza me palpitaba dolorosamente y casi no sentía las piernas. A duras penas llegué al coche y me quedé un buen rato en su interior sin moverme, llorando.

Cuando volví al club era casi la hora de cerrar. Me dirigí a los vestidores sin mirar a nadie, intentando pasar desapercibido. Esperaba que Natalia aún no hubiese llegado. Saqué la cámara de la bolsa y guardé la bolsa en la taquilla. Esperé que el utillero no estuviese en la caseta y me colé en la sala de masajes por la puerta de atrás. Esa parte de la sala se utilizaba para guardar las corcheras de la piscina y algunas piezas de aparatos del gimnasio. Tenía preparada una excusa por si aparecía alguien por allí mientras yo esperaba. Escogí mi posición junto al borde de la cortina negra que separaba ambos lados de la sala. Para hacerlo tuve en cuenta la visibilidad que tendría yo y la que tendrían ellos de mí y comprobé que sería muy difícil que me viesen puesto que la oscuridad me escondería.

Estuve allí esperando lo que me pareció una eternidad. No había ningún sitio para sentarse y tampoco quería alejarme por miedo a hacer ruido si aparecía y tenía que moverme para recuperar la posición. Así que allí estuve un largo rato cargando mi peso ahora en un pie ahora en el otro mientras le daba vueltas sin parar a la locura que había incitado. Pensé que quizá algo no había salido bien y aún había tiempo de tirarse atrás. Toni me había llamado al móvil a mediodía para confirmarme que había quedado con Natalia a la hora esperada, pero desde entonces no había vuelto a hablar con él y quizá hubiese surgido algún imprevisto. Cuando me pareció que llevaba una hora esperando resolví darles sesenta segundos más y después marchar. Empecé a contar los segundos en forma de inspiraciones y cuando ya llevaba cuarenta oí voces que se acercaban a la puerta. Entonces dejé de respirar.

Toni abrió la puerta y dejó pasar a Natalia caballerosamente. Ella entró curiosa, mirando a todos lados. A su derecha había un pequeño armario blanco con cristalera, que dejaba ver unos estantes llenos de botellas de alcohol, agua oxigenada, aceite de masaje, algodón, vendas, esparadrapo,... A la izquierda, dos sillas estaban apoyadas contra la pared en la pared en la que habían colgadas tres láminas con dibujos del esqueleto y la musculatura humanos. Al fondo la cortina negra tras la cual me encontraba yo, pero Natalia apenas dedicó atención a la cortina y su vista se dirigió a la camilla de masaje que ocupaba el centro de la habitación. Era una típica camilla forrada de falso cuero negro, con un rollo de papel en uno de los extremos para cubrir el cuero y un agujero para la cara. Natalia se volvió hacia Toni que esperaba con la puerta abierta. "Vuelvo en diez minutos.", le dijo, "Quítate los pantalones y la camisa y túmbate en la camilla boca abajo. Puedes taparte con esta toalla. ¿De acuerdo?". Vi como Natalia asentía con la cabeza sin decir nada. Toni le devolvió el gesto y se fue cerrando la puerta.

Natalia se quedó unos segundos en pie en el centro de la sala sin hacer nada. Parecía dudar. Yo la observaba desde el borde de la cortina. Hacía mucho tiempo que no la miraba así, detenidamente, con la ventaja de ver sin ser visto, como cuando la vi por primera vez en una fiesta de la facultad y estuve toda la noche observándola antes de acercarme tímidamente a hablar con ella. Continuaba espectacular. Sus ojos azules y su cabello rubio contrastaban con el sonrojo de sus mejillas, debido quizá a la excitación del masaje, que la hacían perecer nórdica sin serlo. Llevaba puestos unos tejanos de esos de viejo que se había comprado no hace mucho en una tienda de moda del centro, una blusa y un top blancos. El pelo lo tenía recogido hacia un lado con un clip, lo que le daba un aspecto juvenil. Cogía con las dos manos un pequeño bolso que llevaba colgado del hombro izquierdo y en el que acostumbraba a llevar las llaves y la cartera, ya que no cabía mucha cosa más.

Por fin, se dirigió a las sillas y dejó el bolso colgando del respaldo de una de ellas. A continuación empezó a desabrocharse la blusa y se la quitó, utilizando el respaldo de la otra silla como percha. El top blanco que llevaba dejaba al descubierto su vientre plano, que como sus brazos y sus hombros tenía un aspecto atlético, ligeramente musculado, fruto del ejercicio diario de los últimos meses. Se desabrochó el botón del pantalón y volviéndose de espaldas a mí lo dejó caer piernas abajo. El particular striptease que estaba presenciando me tenía expectante, pero mi sorpresa y excitación crecieron a la par al descubrir el pequeño tanga negro que llevaba puesto mi novia. Apenas un pequeño triángulo de tela a la altura de la rabadilla del que salían tres tiras, una de las cuales se perdía entre su redondo y torneado culo. Sentí una punzada de celos que me atravesó el estómago. No podía evitar pensar que Natalia se había puesto el tanga para Toni. Mientras se inclinaba hacia delante sus glúteos se separaron y me permitieron ver que la estrecha tira del tanga apenas cubría el ano y que los labios de su vagina la desbordaban y engullían. La redondez del culo daba paso a unos muslos esbeltos y sedosos. La visión robada y pornográfica del trasero de mi novia me produjo una erección instantánea y mi pene empezó a pedir a gritos salir de su cueva y lanzarse sobre Natalia. Pero conseguí mantenerme tras la cortina, en parte por la parálisis y estupefacción que me estaba provocando toda esa situación. Me limité a desabotonarme el pantalón y bajar la cremallera para aliviar un poco la presión. Mientras tanto Natalia ya se había quitado las sandalias y el pantalón y recogía éste sobre el asiento de una de las sillas. Cogió la toalla y pareció disponerse a tumbarse en la camilla. Entonces se oyeron un par de golpes en la puerta.”¿Estás lista?” preguntaba Toni desde el otro lado. “Un momento por favor, dame un minuto” respondió Natalia y me sorprendí de sentir su voz tan cerca. Caí entonces en que lo que veía no era ninguna película erótica, nada de eso estaba pasando tras la pantalla de un televisor. Era real, yo estaba allí, ellos estaban allí y la situación se ponía caliente por momentos.

Entonces, justo antes de tumbarse sobre la cama de masajes pareció cambiar de idea. Dejó un momento la toalla y se quitó el top por encima de la cabeza. Sus redondos pechos botaron al salir a la luz, tersos y llenos. Pude ver como los pezones se endurecían rápidamente al tiempo que Natalia tenía un escalofrío. Enseguida se tumbó boca abajo tapándose con la toalla la espalda y el culo. Allí estaba mi novia, prácticamente desnuda, con sus grandes pechos apretados contra la mesa de masajes y un minúsculo tanga tapando sus intimidades. Tenía la cabeza hacia mí, de manera que no podía verle las piernas claramente. Me sentí decepcionado, podía comprobar que la toalla era demasiado corta para cubrir completamente sus glúteos recorría la espalda y se elevaba sobre el culo pero apenas llegaba a la mitad del mismo. No sé si ella se daba cuenta de ese hecho pero yo tuve claro que lo primero que vería Toni al entrar sería el espectáculo del culo de mi novia, y quizá, si ella no juntaba bien las piernas, vería que la pequeña tira del tanga no cubría para nada su coñito.

Al cabo de unos momentos Toni volvió a llamar a la puerta y Natalia respondió con un "pasa". Al entrar vi que miraba hacia donde yo estaba, no sé si llegó a verme pero sonrió y su sonrisa se hizo mayor cuando miró hacia la mesa de masaje y vio el culo de mi novia. "¿Estás cómoda?", le dijo mientras abría la vitrina y cogía un frasco de aceite de su interior. Ella respondió con un pequeño "sí" desde el agujero de la camilla. "Relájate", continuó él, "comenzaré con un calentamiento de muslos y gemelos para después trabajar mejor la zona dañada". Se puso aceite en las manos y las frotó una contra la otra para templarlas un poco. Vertió entonces un hilo de aceite a lo largo de sus piernas, desde los tobillos hasta donde se acababan los muslos y, situado a los pies de la camilla, puso sus grandes manos sobre los tobillos y empezó a subirlas poco a poco por los gemelos extendiendo el lubricante por la piel. A medida que sus manos subían por las piernas, las de Natalia se aferraban con más y más fuerza a las patas de la mesa. Cuando las manos de Toni se detuvieron en el inicio de su culo los brazos de mi novia estaban tan tensos que la camilla casi temblaba. Toni sonreía, con la vista fija entre las nalgas de Natalia. Volvió a repetir la misma acción varias veces, subiendo poco a poco las manos por los gemelos y los muslos hasta pararse justo bajo el glúteo. Con cada nueva friega la toalla resbalaba unos centímetros exponiendo más el trasero de Natalia. Desde mi posición tan solo podía ver como éste se elevaba ligeramente debido a la presión cada vez que Toni empujaba con sus manos los muslos de Natalia. Después de cinco o seis veces, Toni se desplazó al lateral de la camilla y empezó a masajear suavemente los gemelos de la pierna izquierda. Para entonces prácticamente todo el culo de Natalia había quedado expuesto y la toalla tan solo le cubría la espalda.

Durante los minutos siguientes Toni se dedicó a calentar los gemelos de ambas piernas y los muslos con friegas ininterrumpidas. También le dedicó atención durante un rato a los pies de Natalia y por cómo se relajó su cuerpo era evidente que le gustaba. “Vamos a ver esa contractura” dijo al final, y se puso más aceite en las manos. Empezó colocando ambas manos sobre el inicio de su muslo derecho, a la altura de la rodilla. Después fue subiendo poco a poco por el muslo notando con los pulgares el músculo bajo la piel. “Aquí está la contractura” dijo cuando sus manos estaban a media distancia del muslo. Aún así continuó subiendo por su piel hasta que sus manos chocaron con las nalgas de Natalia. En ese momento ella dio un respingo y volvió a cogerse con fuerza a las patas de la camilla. No dudé que el sobresalto lo había causado el roce de las manos de Toni en su entrepierna y tampoco dudé que Natalia no se quejaría en absoluto de lo que era una invasión de su intimidad. En vez de eso separó ligeramente las piernas, de manera que la segunda vez que Toni recorrió su muslo su mano izquierda llegó unos milímetros más arriba. Después continuó su masaje cambiando ligeramente los pulgares de posición para separar las fibras de músculo. Con cada pasada sus manos llegaban más arriba, hasta que la mano derecha comenzó a masajear despistadamente el culo de Natalia al final de cada una. Por mi parte las emociones eran encontradas, notaba una cierta acidez en el estómago fruto quizá de los celos, pero mi polla estaba rígida como de hierro y la punta asomaba por el elástico del calzoncillo. Me fastidiaba no tener un mejor ángulo de visión para ver la entrepierna de Natalia, en vez de eso me tenía que conformar con adivinar los movimientos ocultos de Toni en la reacción del cuerpo de mi novia. Y ésta era evidente: su respiración se había acelerado y hacía que la toalla se elevase rítmicamente. Tenía las manos fuertemente agarradas a la mesa y había separado aún más las piernas, de manera que los pies prácticamente colgaban a los lados de la camilla. Evidentemente Toni tenía una visión de lujo, me imaginé la pequeña tira del tanga, de apenas medio centímetro, intentando tapar el sexo de Natalia, expuesto y seguramente húmedo por la excitación.

Toni estuvo unos minutos masajeando ambos muslos, trabajando el músculo desde la entrepierna al lateral, desde las rodillas al glúteo. Después, tras una pequeña pausa, comenzó a tirar de la toalla cubriendo progresivamente su culo, sus muslos y sus gemelos, a la vez que descubría su espalda desnuda. Dejó la toalla cubriendo las piernas de Natalia hasta la mitad de sus nalgas y añadió aceite a su espalda. Entonces empezó a tocarla entre la nuca y los hombros para después extender el aceite por su espalda. Ninguno de los dos decía nada, Natalia se dejaba hacer y Toni conquistaba centímetro a centímetro su espalda. Sus grandes manos recorrían su columna de arriba a abajo y de abajo a arriba. La piel se enrojecía bajo la presión de sus dedos. Las nalgas de Natalia brillaban lubricadas por el aceite de masaje. Sus hermosos pechos desbordaban hacia los lados, comprimidos contra la camilla, y las manos de Toni daban buena cuenta de sus carnes. El cuerpo entero de Natalia vibraba por la tensión sexual del masaje. Entonces Toni, que su encontraba de espaldas a mí se inclinó hacia Natalia y le susurró algo al oído. No pude oír lo que decía pero él parecía esperar una respuesta. Natalia se incorporó ligeramente e inclinándose hacia él le mostró los pechos en todo su esplendor. Toni alzó la mano derecha y los rozó ligeramente con el anverso de la palma, después puso la palma bajo la redondez del pecho derecho de Natalia y lo alzó, sopesándolo. La gran mano de Toni encajaba perfectamente bajo la teta de Natalia. Sus pezones se endurecieron visiblemente al contacto de la mano. Susana mantenía los ojos cerrados y la cabeza elevada. La otra mano de Toni la cogió por el cuello e, inclinándose nuevamente sobre ella, la besó suavemente en los labios. Ella los entreabrió ligeramente dejando que su lengua le penetrara en la boca a la vez que él aumentaba la presión sobre su nuca y manoseaba el redondo pecho de Natalia. El beso duró unos eternos segundos. Los celos en el estómago a punto estuvieron de sacarme de mi escondite y pararlo todo.

Cuando sus bocas por fin se separaron, Toni cogió a Natalia por los hombros y la hizo primero sentarse en la camilla y luego ponerse en pie frente a él. Natalia, vestida únicamente con el minúsculo tanga, miraba hacia arriba. Los pechos de ella rozaban sus abdominales, y el grotesco bulto en el elástico de él pugnaba por acariciar el vientre de Natalia. Uno frente al otro los dos cuerpos se me antojaron perfectos, divinos. Ambos rezumaban sexualidad por cada poro. Las mejillas sonrojadas de Natalia, su boca entreabierta, los labios rojos de pasión, su pecho subiendo y bajando al ritmo de sus excitación, el vientre firme y liso, el culo prieto y redondo, los brazos caídos y las manos apretadas en puños, contenidas. Era una Afrodita. Y él un Adonis de facciones rectas y músculos imposibles. El cuello impresionante, los pectorales prominentes, los abdominales perfectamente marcados y unas piernas largas y potentes. El elástico dejaba adivinar su pene, medio en guardia, perfilando un ancho bucle hacia abajo. Su brazo derecho, de músculos definidos, se alzó hasta posar la mano en el costado de Natalia, atrayéndola hacia él. Pude ver como sus pechos se aplastaban contra él y como el bulto de la entrepierna de Toni desaparecía contra el vientre de mi novia. En ese momento Natalia debía estar sintiendo la tremenda dote de Toni contra su estómago. Él se inclinó todo lo que pudo hasta volver a penetrar la boca de Natalia con su lengua, a la vez que sus dos manos manoseaban el culo de mi novia. Ella le abrazaba apasionadamente, apretando su cuerpo contra él, sorbiendo su boca desesperadamente. El abrazo degeneró en un manoseo descarado, las manos de Natalia se desplazaban nerviosamente por toda su espalda y su culo, introduciéndolas por debajo del elástico del pantalón para notar directamente la piel de sus glúteos.

Natalia, cada vez más excitada, se separó de él y, sin dejar de mirarle a los ojos, su arrodilló poco a poco a sus pies. Entonces, introdujo los dedos bajo el elástico del pantalón de Toni y, sin miramientos, tiró de él hacia abajo. El pene de Toni saltó liberado de la presión del pantalón y golpeó la mandíbula de Natalia. La espectacular puesta en escena de la verga de Toni y el sonoro golpe de ésta contra la cara de Natalia nos sorprendió a los tres por igual. Natalia y Toni se quedaron parados. Ella miraba fijamente al monstruo que tenía ante ella y que engordaba y se endurecía bajo su mirada, mezcla de sorpresa, asombro y tensión erótica. La polla de Toni, que hasta entonces solo había visto en reposo, se alzaba impertinente en un ángulo de noventa grados con su vientre, pero poco a poco se curvaba bajo su propio peso, hasta llegar a pocos centímetros de la boca de Natalia. Yo hubiera dicho que la polla medía unos 25 centímetros de largo y quizá 5 de ancho, aunque puede que esté equivocado en esto último, a juzgar por lo que pasó a continuación. En cuanto Natalia salió mínimamente de su estupor vi como se ensalivaba los labios con la lengua, antes de abrir la boca e introducir en ella la punta del glande de la polla de Toni. El primer contacto fue corto, apenas mojar la punta de su polla. Después abrió un poco más la boca y se atrevió con todo el glande. Lo hacía poco a poco, saboreando la piel de su polla, abrillantando con su saliva la punta de su verga. A la tercera se atrevió a introducir algún centímetro del tronco y en seguida quedó claro que la polla de Toni era demasiado ancha para la boca de Natalia. Ella, dándose cuenta de esto, abrió al máximo la boca intentando engullir el máximo de carne en su cuarto intento. Quizá diez centímetro del pene de Toni desaparecieron dentro de la boca de Natalia, que con la boca desencajada, comenzó a recorrerlos una y otra vez, abrillantándolos. Los labios de mi novia se estiraban alrededor de todo el perímetro de su polla. En un par de ocasiones intentó engullir más centímetros con el efecto de causarle arcadas. Al final lo dejó frustrada y, sacándose la polla de Toni de la boca, empezó a lamerla y chuparla por todo su exterior. A todo ello Toni la miraba fijamente, observando cada movimiento de ella en su pulsante miembro. Las manos de mi novia cogían los testículos de su profesor y se los traían a la boca, donde desaparecían mientras ella los chupaba con fruición. Natalia estuvo cinco minutos así, trabajándose la polla de Toni. A mi Natalia me había dicho muchas veces que le gustaba chupármela y yo, evidentemente, no ponía ningún tipo de reparo cuando a ella le apetecía. Pero no recordaba haberla visto chuparme la polla con una intensidad y una excitación como las que ahora demostraba por la de Toni.

Al cabo de esos minutos de intensa mamada, en los que intercaló los chupetones a los huevos y el tronco con los intentos infructuosos de tragarse más centímetros de la verga de Toni, él la cogió por la nuca y la hizo alzarse para volver a besarla con pasión en los labios. Después la hizo girarse y la tumbó atravesada en la camilla. Entonces le quitó el tanga negro y lo lanzó sobre las sillas al otro lado de la habitación. Natalia miraba nerviosa hacia atrás, pendiente de un ataque por la retaguardia, pero Toni se arrodilló y, separando las nalgas de mi novia con las manos, dejó al descubierto su coño brillante de humedad y el agujero del culo. Entonces Toni abrió la boca y la acercó al sexo de mi novia, con claras intenciones de devolverle las atenciones recibidas apenas unos segundos antes. Incluso antes de que él llegara a tocarla, Natalia ya estaba gimiendo de excitación y juraría que se corrió cuando su lengua se posó sobre los labios de su vagina. Las piernas de mi novia temblaban. Toni inició la exploración del sexo de Natalia suavemente, recorriéndolo por completo de arriba abajo en lentos lengüetazos, desde el clítoris al ano y vuelta al clítoris. Natalia jadeaba de placer. La visión era excitante, el imponente profesor de natación de mi novia estaba arrodillado tras ella, separando con fuerza los dos cachetes de su culo, lubricando su sexo y su ano con la lengua. Sin darme cuenta de cómo yo tenía la polla fuera y la mano rodeándola. Notaba el tejido hinchado de sangre y las venas sobresaliendo de la piel. Me llevé la mano a la boca y la lubriqué, igual que Toni estaba haciendo con el sexo de mi novia, y la volvía a posar sobre mi polla mientras volvía a masturbarme. Cuando volví a mirar hacia la pareja al otro lado de la cortina Toni hundía su lengua en el ano de Natalia mientras ella aguantaba la respiración.

Cuando Toni consideró que el tema estaba suficientemente lubricado y mientras Natalia temblaba sobre la camilla, se levantó de nuevo y posó la punta de su pene en la entrada de la vagina de Natalia. En ese momento ella pareció sufrir una descarga eléctrica y se agarró con fuerza a la camilla. Entre sus gemidos pude oír un “por favor” que no supe cómo entender. ¿Estaba pidiendo que la penetrara o que no le hiciera daño? Toni entonces presionó su polla contra el sexo de Natalia y éste se abrió como una flor engullendo primero la punta y poco a poco, centímetro a centímetro, el tronco de su verga. Toni continuó presionando suavemente, abriéndose camino dentro de la vagina de Natalia, sin dar marcha atrás en ningún momento. Era impresionante ver como su enorme polla desaparecía en el interior de mi novia. Cuando por fin paró, quizá notando el final de la cavidad, tan solo cinco centímetros de su miembro quedaban a la vista. Toni permaneció allí unos instantes, con un palmo de carne dentro del coño de Natalia. Acariciaba sus glúteos, abriendo y cerrando sus nalgas y paseando sus dedos por la entrada del ano de mi novia. Al final, Natalia, desesperada, suspiró un “muévete” seguido de un nuevo “por favor”. Entonces Toni respondió “¿Quieres que te continúe?” “Sí” “¿Quieres que te folle?” “¡Sí!” “¡Dímelo!” “Por favor, fóllame,… ¡fóllame!”. Natalia, completamente descontrolada, empezó a gritarle que la follara, que quería notar su verga entrando y saliendo de su coño. Toni sonreía hasta que, dándose por satisfecho con sus súplicas, comenzó a hacer entrar y salir su polla de la vagina de Natalia, al principio suavemente, pero poco a poco aumentando el ritmo hasta que acabó apretando el culo en cada embestida golpeando con fuerza con sus huevos la vagina y el clítoris de Natalia, mientras la agarraba por la cintura. La polla, lubricada por la saliva y los jugos de Natalia, entraba y salía vertiginosamente de su coño, sincronizada con los gemidos de Natalia y con mi mano. La energía de Toni iba en aumento con cada embestida, el cuerpo de Natalia se desplazaba sobre la camilla, sus piernas flotaban en el aire. La camilla de masaje chirriaba tanto que parecía que iba a desmontarse en cualquier momento. En un momento dado los gemidos de Natalia se hicieron constantes a la vez que la tensión y el movimiento de la camilla le hizo perder sujeción. El orgasmo se alargó durante quizá dos minutos, en los que estuvo completamente a la merced de la potencia de Toni, que la hacía flotar sobre la camilla, sin punto de apoyo, sin norte. Sin poder aguantar más yo también me corrí contra la cortina, luchando por no cerrar los ojos para no perderme nada del espectáculo. Toni no le dió ni un segundo de descanso y, mientras Natalia jadeaba y recuperaba el aliento, él continuaba penetrándola sin piedad.

Cuando por fin paró el cuerpo de mi novia estaba exhausto, rendido, con manos y pies colgando a ambos lados de la camilla. La polla de Toni, en cambio, continuaba dura como el hierro y completamente mojada por los flujos de mi novia. Entonces, sin casi darle tiempo a darse cuenta, puso la punta en la entrada del ano y apretó con fuerza hasta que la punta de la verga desapareció en el oscuro orificio. En cuanto Natalia notó la intromisión su cuerpo se tensó. Nuevamente estuve a punto de descubrirme y parar la farsa. Yo sabía que nunca había hecho sexo anal, ni conmigo ni con otro, y la polla de Toni en su culo quizá era demasiado. Natalia pareció quedarse petrificada, dejó de respirar y tenía los ojos apretados. Toni continuó apretando hasta que cinco centímetros de su polla penetraron en el culo de mi novia. Ella entonces gimió, esta vez yo diría que de dolor. Toni entonces retiró parte de su polla y Natalia pareció respirar un poco. Pero nuevamente volvió a cargar hundiendo más centímetros de verga en el culo de mi novia. Esta vez ella directamente gritó y él volvió a repetir. Con las manos abría las nalgas de Natalia de manera que yo podía ver perfectamente su polla saliendo del culo como un objeto extraño. Toni empezó entonces a aumentar el ritmo de sus penetraciones y sorprendentemente cada vez entraban más centímetros en el agujerito de Natalia. Ella continuaba gritando, pero no parecía hacer nada por evitar la humillación. Al final el ritmo de Toni volvió a aumentar. La camilla volvió a chirriar, Natalia mezclaba gritos y gemidos a la vez que se agarraba con fuerza al borde de la misma, y las pelotas de Toni golpeaban con fuerza los labios de la vagina de Natalia. Entonces, de pronto, el cuerpo de Natalia pareció relajarse a la vez que la polla de Toni se hundía increíblemente dentro de su intestino. Toni sudaba a raudales y apretaba con fuerza el culo de Natalia. Sus huevos estaban prácticamente chafados contra el clítoris de ella. Tardé un poco en darme cuenta de lo que pasaba, la polla de Toni, completamente hundida en el culo de Natalia, estaba bombeando su semen en el interior de mi novia. Natalia, quizá notando como el caliente esperma de Toni la llenaba por dentro, temblaba sobre la camilla dominada por un nuevo orgasmo, esta vez silencioso. Al fin él cayó sobre ella, los dos jadeando, con su pene aún empalándola.

Por mi parte continuaba petrificado, había intentando parar los acontecimientos en un par de ocasiones pero no había sido capaz. Mi mano continuaba sobre mi polla que, extrañamente, en ningún momento había dejado de estar erecta. Al cabo de unos segundos Toni se irguió sobre la camilla y, centímetro a centímetro, extrajo su polla del culo de Natalia. Al final el capullo salió con un sonoro "plop". Era un espectáculo extraño ver a mi novia espatarrada sobre una camilla de masaje, con el ano dilatado después de haber sido sodomizada, con un reguero de esperma que caía por su vagina, roja e hinchada por el rozamiento, sus muslos y piernas. Toni dejó pasar unos segundos mientras recuperaba el aliento y se secaba el sudor de la frente con reverso de la palma. Ni él ni yo sacábamos ojo del cuerpo rendido de Natalia. Pero aún así me fijé en que su polla, al igual que la mía pero aumentada, se mantenía firme y gruesa, pulsando. Parecía que Toni no se había dado por satisfecho aún, así que agarró a Natalia por la cintura y la hizo ponerse boca arriba sobre la camilla. Natalia le miró estupefacta, con una mezcla de deseo y terror, cuando él volvió a poner la punta de la polla sobre la entrada de su coño y empezó a penetrarla de nuevo. En unos segundos la verga de Toni entraba y salía de mi novia lubricada por las corridas de ambos. El culo de Toni se balanceaba exageradamente haciendo que su verga entrase y saliese completamente en cada embestida. Los labios hinchados del coño de Natalia se apretaban alrededor del perímetro del tronco del pene. Sus pechos de mi novia se botaban y sus pezones dibujaban círculos al ritmo de las acometidas de Toni. Natalia se agarraba con fuerza al borde de la camilla. Su cabeza colgaba del otro lado, pero haciendo alarde de abdominales conseguía, apretando los dientes, incorporarse lo suficiente para ver el imparable pistoneo del enorme trozo de carne, que casi se intuía a través de los músculos de su vientre.

Los cuerpos de ambos estaban perlados de sudor y, poco a poco sus jadeos fueron subiendo de volumen. Puntualmente Toni sacaba completamente la polla del coño de Natalia y la usaba como porra, golpeando su sexo con fuerza a la vez que ella gritaba. No se cuanto tiempo estuvieron así mientras yo me masturbaba furiosamente. Pero en un momento dado vi como Toni echaba la cabeza hacia atrás a la vez que sus acometidas se hacían aún más rápidas y furiosas. Natalia, evidentemente, también se había dado cuenta y, entre gemido y gemido le gritó que no se corriese dentro. "No quiero quedarme..." acertó a decir antes de perder la respiración cuando le sobrevino a su vez un nuevo orgasmo. Toni sacó entonces su tranca del coño de Natalia y empezó a masturbarse con el glande apretado contra su clítoris, manteniendo el orgasmo de Natalia, que, recuperando aire, gritaba con la cabeza tirada hacia atrás. Toni continuó masturbándose durante unos segundos hasta que empezó a gruñir como un animal. Su mano se desplazaba frenética a lo largo del tronco de su polla, hasta que, estrangulando la base de su verga, la apuntó hacia arriba como si fuera un cañón, y disparó un salva de semen que voló por encima del cuerpo de Natalia al tiempo que dejaba ir un grito largo y ronco. Al primer cañonazo le siguió un segundo que vi aterrizar sobre el pecho izquierdo de Natalia salpicando a la vez su cuello. Después vino un tercero que aterrizó entre sus tetas y un cuarto en su vientre. Entre cada disparo parecían pasar segundos, en los cuales Toni desplazaba su mano hasta la punta de su polla y la devolvía a la base, como si estuviera cargando un arma. Jamás había visto a un hombre correrse así, ni siquiera en las películas. Perdí la cuenta de los borbotones de semen que salieron de su polla y aterrizaron sobre el cuerpo de mi novia. Cuando por fin pareció acabarse la munición, el vientre y los pechos de Natalia estaban cubiertos de regueros de esperma blanco y espeso, que llenaban su ombligo y resbalaban hacia su cintura y su cuello.

Tanto Natalia como Toni parecían exhaustos, ella tumbada sobre la camilla, con las piernas y la cabeza colgando y el esperma acumulándose bajo su torso, él apoyado en el borde de la camilla, con su sexo, morcillón, apoyado sobre el de mi novia. Al cabo de unos segundos él le buscó la mano y tiró de ella para incorporarla. Vi que tenía las mejillas sonrojadas y los ojos vidriosos. El esperma de Toni resbalaba ahora hacia sus caderas y sus ingles. Toni se inclinó de nuevo hacia ella y la volvió a besar en la boca, con ternura. Después se volvió a poner los pantalones apretando su verga contra el muslo y salió de la habitación dejándola sola. Natalia pareció confusa por la marcha de Toni y permaneció sentada un rato en la camilla. Cuando volvió a la realidad se miró. Estaba hecha un desastre. Abrió las piernas y comprobó también el estado de su sexo. Después se llevó la mano derecha a la cara y lloró durante unos instantes, tapándose la cara. Nuevamente me quedé sin saber qué hacer, incapaz de descubrirme después de todo de lo que había sido testigo. Así que esperé, con el corazón encogido, mientras Natalia lloraba. Después se levantó, se limpió como pudo con la toalla, se puso el tanga, los pantalones, el top y la blusa y, aún gimoteando, salió corriendo de la sala de masaje.

Los siguientes días fueron días silenciosos. Ni ella ni yo hablábamos más de lo imprescindible. Cuando llegaba la hora de dormir se ponía un pijama de pantalón largo en lugar de los shorts que acostumbraba a usar, me daba un beso de buenas noches y se giraba hacia su lado de la cama, de espaldas a mí. Durante esa semana yo repasaba una y otra vez las imágenes que de esa tarde habían quedado grabadas en mi memoria. Continuamente tenía flashes de los pechos de Natalia botando, de la tranca de Toni empalando a mi novia, de sus besos apasionados, del vientre de Natalia cubierto de esperma... Una noche, días después de todo aquello, me giré hacia ella en la cama acoplando mi cuerpo al suyo. A poner la mano derecha sobre su cadera noté su escalofrío. "¿Va todo bien?" pregunté acercando mi boca a su oído. Noté como se ponía tensa por momentos. En cambio yo, con la mente llena de visiones, notaba su cuerpo tan cercano y acariciable que me fue imposible evitar apretar mi polla ya erecta contra su culo. Poco a poco, sin que ella hiciera nada, le quité los pantalones de su pijama y me introduje en su húmedo coño. Apenas duré un minuto antes de correrme en su interior. Después, avergonzado y sin recibir ni un solo estímulo por su parte, me volví hacia mi lado de la cama e intenté quedarme dormido. Nueve meses después nació Irene, nuestra hija. Después de aquella noche en la que quizá la preñé, Natalia pareció relajarse un poco, pero en los siguientes meses apenas hicimos el amor un par de veces al mes y mal. Era frustrantemente evidente para mí que conmigo Natalia jamás tendría el sexo que tuvo con Toni. De todas formas Natalia dejó de ir a la piscina y cuando, meses después, yo me acerqué por el gimnasio con curiosidad me informaron de que Toni ya no iba por allí: “Ahora va al Centro de Alto Rendimiento. Es un figura”, me dijo el utillero. No creo que volvieran a verse y tampoco que Natalia me volviera a poner los cuernos. Al final todo quedó en un episodio de nuestras vidas del que ninguno de los dos jamás habló al otro pero que arrastramos durante años de rutinaria vida de pareja.

FIN