El profesor chiflado
Mi corazón parecía a punto de explotar, entró y cerró la puerta, durante unos instantes nos miramos a los ojos en silencio, abrí la boca para hablar pero no pude, era incapaz de articular palabra, un nudo me aprisionaba la garganta, por fin bajé la mirada hacia sus pies, y lentamente, como si poco a poco me fallaran las fuerzas, mi cuerpo se fue inclinando hasta acabar arrodillado ante Ellie. Con la cabeza gacha, los ojos clavados en sus pies, el rostro sonrojado, los brazos colgando y el corazón palpitante, firmé mi derrota absoluta ante Ellie.
EL PROFESOR CHIFLADO
(lo que no nos contaron en el relato "Platero y Ella")
Todo el mundo lo sabe ¿Quién no ha ojeado un diario cualquiera y se ha tropezado con algo que ya hace tiempo dejó de ser noticia? Cada vez es mayor el número de profesores agredidos verbal, e incluso físicamente por sus alumnos. Es algo que, a pesar de haberse convertido en algo habitual en nuestros colegios o institutos, no por ello deja de escandalizar, y sin embargo nadie es capaz de encontrar soluciones. Seguramente la culpa no es de los mismos agresores, sólo son víctimas de la educación que reciben en sus casas, en la calle, o en cualquier ámbito de ésta, cada vez más competitiva y agresiva sociedad en que vivimos. Las imágenes de violencia gratuita y sexo duro, nos bombardean en la pantalla del ordenador y la televisión con sólo pulsar el botón adecuado. Cuando pienso en ello, sonrío al recordar que yo, como cualquier otro que hubiera sido niño en los años sesenta, me iba resignado y cabizbajo a la cama cuando aparecían los temibles dos rombos en aquella vieja tele de blanco y negro que con tanto esfuerzo compraron mis padres, y sólo porque una falda se levantaba un poco más arriba de lo debido, o porque asomaba el hombro desnudo de una mujer.
En cualquier caso, cuando uno se imagina a uno de estos jóvenes agresores, lo normal es que venga a la mente, la imagen del típico matón, el líder del patio, el rufián, el rebelde sin causa. Por eso yo, profesor de instituto desde hace 24 años, debo ser una excepción en esta moderna oleada de violencia escolar, a mi me agrede una chica, una de mis alumnas, y además lo hace con mi pasiva complicidad, con mi absoluta complacencia, se puede decir que he sido yo el que me he arrojado a sus pies suplicando que me dé ese lamentable tratamiento; lo hace cuándo, dónde y como ella quiere, ya que me he convertido en su esclavo, en un patético pelele, una marioneta manejada por sus delicadas manos.
Si algo pudiera alegar como atenuante de mi vergonzoso comportamiento, es que Ellie no es una chica como otra cualquiera, más bien es una persona excepcional, no sólo es la chica más guapa de todo el instituto, el objeto de deseo de todos sus compañeros, y me consta que ha roto varios corazones desde que llegó a mitad de curso; sino que además es el alumno más inteligente de los han pasado por mis manos. Sin ningún tipo de alarde por su parte, su exquisita cultura y educación, en muy poco tiempo, no tardaron en quedar bien patentes. En la sala de profesores era constante motivo de comentario y alabanza, por sus logros, por lo avanzadas que eran sus ideas y conocimientos, mucho más allá de lo que dictaban los libros de texto, y por la increíble facilidad con que resolvía ejercicios, problemas y exámenes, sin que aparentemente le costara mucho esfuerzo.
Por si esto fuera poco, su carácter también la convertía en alguien fuera de lo común. Es muy reservada, fría, distante, callada, sin que ello se pueda achacar a timidez ya que en las pocas ocasiones en las que hablaba, transmitía la sensación de ser una persona con mucha seguridad en si misma, fuerte, ambiciosa, y algo rebelde. En sus comentarios, si uno se fijaba bien, se podía encontrar sutilmente encubierto algún atisbo de sarcasmo o desdén hacia el mundo que la rodeaba y hacia el resto de sus congéneres, sin importar que fueran compañeros o profesores. No por ello, era una persona soberbia que se creyera mejor que los demás, más bien aparentaba humildad, no trataba de destacar en absoluto, vestía con discreción y permanecía silenciosa en el fondo de la clase, tratando de no llamar la atención, como si se avergonzara de sus cualidades, aunque por supuesto no era así. De todas formas, ese carácter misterioso creo que la hacía aún más atractiva a los ojos de los demás, quizás por ese rasgo tan humano que todos tenemos, de desear lo que permanece inaccesible, aquello que no podemos tener, incluso lo que no podemos comprender.
De todas formas, para mí, la única de sus cualidades que me interesaba era su inteligencia y sus ganas de aprender en mis clases, la consideraba como una alumna más. Durante mis muchos años de docencia han pasado por mis clases unas cuantas chicas atractivas como ella, pero nunca he tenido otro interés por mis alumnos que el de que aprovechen las clases y se esfuercen por aprobar la asignatura. Creo que siempre me he ganado el respeto e incluso el cariño de mis alumnos, que, con cierta familiaridad a la que no doy ninguna importancia, me suelen llamar "Profe". Hasta ahora podía decir con orgullo que siempre he mantenido en mis clases una actitud profesional y una conducta intachable. Pero ya no lo puedo decir, todo cambió cuando casualmente descubrí que Ellie tenía otra cualidad, una cualidad oculta.
Pero antes de relatar ese descubrimiento debo decir que mi anterior afirmación de que Ellie era inaccesible para todo el mundo, no es del todo cierta, había una notable excepción, tenía un amigo que siempre se sentaba a su lado, que la seguía como un perro faldero, un cómplice que se había convertido en su sombra, un chico callado y solitario como ella, pero completamente diferente en todos los demás aspectos, era retraído, torpe con los estudios y desmañado. Por eso, cuando hace algún tiempo, durante un examen que Ellie, como solía ser habitual, ya había terminado, mientras sus compañeros seguían peleándose con los problemas, observé de reojo que le pasaba disimuladamente una nota a su cómplice; para mí estaba claro lo que había ocurrido, la inteligente Ellie le había pasado las respuestas del examen a su torpe camarada. Como un rayo me levanté y me abalancé sobre éste, que, timorato como es y pillado por sorpresa, no supo reaccionar y me dio la nota sin oponer resistencia. Convencido de que tenía una "chuleta" en la mano, estaba dispuesto a suspender a Ellie como castigo, por mucho que me doliera que se emborronara el expediente de una alumna tan brillante. Pero cuando leí la nota, me quedé estupefacto, ni en mis sueños más delirantes me hubiera imaginado leer la siguiente frase escrita por la cuidada letra de una de mis alumnas:
"Esta tarde vienes a mi casa esclavo, ya tengo ganas de sentir tu lengua de perro lamiendo los deditos de mis pies .mmmmm!!!"
Tanto me afectó la nota que casi me eché a temblar, porque lo alucinante de la situación es que ese lenguaje, que para cualquiera resultaría escandaloso, para mí, en cambio, resultaba muy familiar, estoy acostumbrado a escuchar frases como esa en boca de mujeres dominantes, acompañadas normalmente de humillaciones y castigos: bofetadas, escupitajos, azotes, etc. Sí, tengo que confesarlo, me van las relaciones BDSM y soy sumiso, aunque siempre he tenido que recurrir a Dóminas profesionales, lo cual no tiene nada de particular, ya que, hasta hace pocos años, era muy difícil encontrar Dóminas vocacionales, afortunadamente con la llegada de Internet, eso está cambiando. Ese es mi secreto como el de Ellie debía ser esas tendencias innatas de mujer dominante, una joven Amazona que empezaba a dar sus primeros pasos quizás. El texto no era una novedad para mí, lo increíblemente sorprendente era leerlo escrito por la mano de una de mis alumnas, por la más atractiva e inteligente además.
Esa es su cualidad oculta de la que hablaba y yo la había descubierto de una forma bastante inoportuna e hiriente para ella. De eso no había ninguna duda por la furia y el odio con que me miraba, con el rostro encendido por la cólera, que curiosamente, todavía la hacía más hermosa. Ella, tan reservada, tan discreta, tenía un secreto que guardaba celosamente y yo me había apoderado de él, invadiendo y mancillando su intimidad como un elefante arrasa una cacharrería. Mi rostro también se enrojeció, pero en este caso por la vergüenza. Confuso, sin saber que hacer, me guardé la nota en el bolsillo y volví a mi mesa fingiendo concentrarme en unos papeles. Cuando todos entregaron su examen, temía el momento en que ella se acercara y me diera el suyo, cuando eso ocurrió no tuve valor para mirarla a la cara, sólo pude mirar la hoja que me tendía en silencio, y detrás de ella, sus pechos perfectos estirando la camiseta que llevaba puesta. Me sentía culpable y avergonzado ante Ellie, como un niño pillado hurgando en el tarro de la mermelada.
Aquella noche no pude dormir, daba vueltas a la cama sin lograr conciliar el sueño, no podía dejar de pensar en Ellie, pensaba en su belleza, en su porte majestuoso, en su inteligencia, y en su vocación de Dómina que yo había descubierto por una increíble casualidad, si alguien podía personificar a una Diosa, sin duda era ella. El lado perverso de nuestra mente que seguramente todos tenemos, se despertó en mi cuando conocí su secreto, íntimamente ligado con el mío, dejé de pensar en ella como mi alumna y empecé a imaginarla como mi Dueña y Señora. Durante algún tiempo intenté alejar esos peligrosos pensamientos de mi mente, pero fue en vano, en seguida volvía a soñar con ser su esclavo, con estar postrado ante ella, besando sus adorables pies, besando el suelo que ella pisara. El hecho de que yo fuera su profesor, y que por edad pudiera ser su padre, o incluso su abuelo, todavía daba más morbo a mis locas fantasías, echaban más leña al fuego de la incontenible pasión que empezaba a devorarme. Un respetado profesor, arrastrándose como un gusano ante su alumna, derrotado por sus juveniles encantos, suplicando ser pisoteado por ella; un señor maduro y de vuelta de todo, humillado y sometido a los caprichos de una jovenzuela. Sin duda era el mundo al revés, pero un mundo fascinante y maravilloso para mí.
Pero de momento sólo eran fantasías que en poco o nada me perjudicaban si conseguía dejarlas ahí, en mi mente, sin tomarlas demasiado en serio, sin que pudieran afectar a mi comportamiento. De momento estaba a salvo, mi carrera y reputación no tenían por qué sufrir mella alguna por unas absurdas ideas. Por desgracia, mi cabeza era una olla en ebullición, otros pensamientos me empujaban a lo que podría ser un abismo, por mi mente desfilaban frases como: "!arriésgate!....Ellie es la Dómina con la que siempre has soñado .esta es una oportunidad única .te vas a arrepentir el resto de tu vida si dejas que se te escape este tren .el curso está acabando .quizás no la vuelvas a ver .¡tienes que hacer algo y pronto!"
A la mañana siguiente fui a clase con los nervios destrozados y el corazón encogido, deseaba y a la vez temía encontrarme con Ellie, en mi cabeza continuaba la lucha entre el bien y el mal, entre mi deber y mi loca pasión. Afortunadamente la clase transcurrió tranquilamente, apenas veía a Ellie, escondida en su rincón como siempre. Sin embargo, cuando acabó la clase y vi que se demoraba en salir, sospeché que algo estaba tramando. Así fue, cuando salieron todos, alzó uno de sus pies y lo apoyó en una silla, llevaba puestas unas sencillas zapatillas deportivas, tenía los cordones desatados, automáticamente su amigo, su cómplice, mejor dicho, su esclavo, se arrodilló servil, para amarrar los cordones de su Dueña con lentitud, como si actuara en cámara lenta, recreándose en aquella deliciosa suerte. Cualquiera que entrase en ese momento hubiese juzgado que aquella escena sólo era un acto de caballerosidad de un chico atento con una amiga, sólo yo podía interpretar correctamente el verdadero significado de lo que estaba viendo: un siervo postrado ante su Reina, un siervo al que yo envidiaba profundamente y cuyo lugar me moría por ocupar en ese momento. Ella en ningún momento miró hacia su esclavo, me miraba a mi, directamente a los ojos, altiva, desafiante, como si reivindicara su condición de Dómina, como si dijera: "he aquí mi esclavo, no me avergüenzo de ser como soy".
En aquel momento tomé al fin mi decisión, o más bien actué sin pensar, con la mente nublada y caminando como un autómata me acerqué a ella, necesitaba decirle que en nada tenía que avergonzarse, que era yo el avergonzado y que lamentaba profundamente haberla ofendido; más aún, necesitaba decirle, o por lo menos insinuarle, que yo compartía sus secretas inclinaciones, y sobre todo ..que la adoraba más que a nada en el mundo. Con el rostro sonrojado, extraje su nota de mi bolsillo y se la tendí con mano un poco temblorosa, mientras murmuraba: "Le suplico que me perdone ..SEÑORA, le devuelvo lo que es suyo, mi comportamiento ha sido deplorable .he actuado como un verdadero patán ".
Ellie abrió la boca por la sorpresa, de la misma forma que me había sorprendido a mí leer aquella nota escrita por una alumna, a ella le sorprendió escuchar aquella inesperada respuesta de su profesor. Sin embargo, su rápido e inteligente cerebro pronto comprendió la situación, y su boca se transformó en una sonrisa de triunfo. En mi rostro, en mi rubor, en mis ojos que la miraban como un pajarillo mira a una serpiente, leyó que mis palabras eran sinceras y que yo había caído en sus redes, o mejor dicho, me había arrojado voluntariamente a ellas. La otra parte de mi mente, la que me impulsaba a ser cauto, despertó en ese momento, pero ya era tarde, lo hecho, hecho estaba, arrepentido por la imprudencia de mis palabras y mi gesto, me di la vuelta y me alejé rápidamente, como si con mi huida fuera a dar marcha atrás a los acontecimientos.
A la mañana siguiente mi congoja era mayor que la del día anterior, sabía que algo pasaría, que seguramente Ellie no se iba a conformar con dejar las cosas como estaban, ahora que le había mostrado mi debilidad, mi "talón de Aquiles", la usaría para vengarse o para aprovecharse del poder que empezaba a tener sobre mi, y que yo imprudentemente le había mostrado, desnudando mi alma ante ella. Quizás sólo quisiera divertirse a mi costa, y en el fondo era lo que yo más deseaba en el mundo, en lo más íntimo de mi ser yo deseaba que pasara algo, estaba en sus manos y ella tenía el poder de llevarme al Cielo o al Infierno, la adoraba profundamente y nada me haría más feliz que estar postrado a sus pies, sometido a sus caprichos.
No me equivoqué, algo había cambiado, todo un acontecimiento. Cuando entré en clase me encontré con que Ellie había abandonado su rincón del fondo de la clase, y estaba en primera fila. Más aún, no vino vestida con su habitual discreción, para regocijo e incredulidad de sus compañeros masculinos, llevaba una minifalda, escote abierto, y elegantes zuecos negros de tacón bajo, acabados en punta cerrada, incluso se había maquillado ligeramente, cosa que no recuerdo que hubiera hecho nunca. Seguramente sus compañeros pensaron que Ellie venía a provocarles, y se daban codacitos, murmurando excitados y entre risitas la singular novedad. Probablemente más de uno se frotaba las manos, pensando que la inaccesible Diosa estaba por fin a su alcance. Aún así nadie se atrevía a dar un paso hacia ella, Ellie los intimidaba, los paralizaba, todavía no habían cicatrizado las heridas sufridas por las desdeñosas y agudas respuestas de ella, rechazando flirteos pasados.
Ellie, como si estuviera amparada por un escudo invisible que la protegiera de los comentarios, permanecía impasible con su habitual frialdad, completamente ajena al revuelo que ella misma había causado, se limitaba a mirarme con una leve sonrisa dibujada en sus labios, más enigmática y sutil que la de la misma Mona Lisa. Solo yo sabía el motivo de su sorprendente cambio de actitud, consciente de que me tenía atrapado en sus redes, quería apretar más aún el nudo que las sujetaba, hacer más tentador el cebo para que yo no pudiera apartar mis ojos de él, quería torturarme con mi propia pasión y las dudas que martilleaban mi cabeza.
A duras penas pude dar la clase, trataba de no mirar a mi torturadora, de ignorarla, pero mis ojos me traicionaban continuamente, la belleza de Ellie los atraía como un imán. Sudaba y tartamudeaba, incapaz de ordenar mis ideas y concentrarme en las explicaciones de la lección. Tratando de darme un respiro, planteé un problema en la pizarra e invité a que alguien saliera voluntariamente a resolverlo. En seguida me arrepentí de mi idea, inmediatamente la misma Ellie, ¡qué casualidad! alzó el brazo dispuesta a resolver el problema, ella que nunca se había ofrecido para salir a la pizarra, hizo una excepción aquella vez. Me maldije por mi error, tenía que haber sospechado que haría eso.
Yo sabía que ese problema era un juego de niños para ella, en condiciones normales lo resolvería en un periquete, pero en aquella ocasión fingía torpeza, parecía que le costara, escribía con lentitud, pensando detenidamente cada acción, luego se arrepentía de lo que ponía y pasaba el borrador por encima, así una y otra vez. Mientras tanto, todos, incluyéndome yo por supuesto, estábamos más pendientes de los sensuales y calculados balanceos de su atractiva figura, que de lo que estaba escribiendo. A veces, tratando de escribir con comodidad en la parte superior de la pizarra, se ponía de puntillas sobre sus zuecos, en esos momentos yo no podía resistir la tentación de bajar mi mirada y espiar las plantas de sus exquisitos pies, deseando lanzarme sobre ellas para besarlas y lamerlas.
En una ocasión, se le cayó la tiza, o eso pareció, porque luego, pensando fríamente en ello, estoy por asegurar que la dejó caer deliberadamente. El caso fue que, en un acto reflejo, me precipité a por ella servicialmente, sin dar tiempo a que ella hiciera el menor amago de agacharse para recogerla. Durante el fugaz momento en que recogí la tiza, pude contemplar de cerca sus tentadores pies, calzados con aquellos preciosos zuecos negros, de no ser porque no estábamos solos, hubiese prolongado aquel momento todo lo posible, quizás incluso no hubiese tenido la fuerza de voluntad suficiente para incorporarme, una vez que me había inclinado ante la que ya consideraba como mi Diosa. No se dignó darme las gracias cuando le devolví la tiza, pero eso sí, volvió a aparecer su casi imperceptible sonrisa en sus labios.
Tratando de adelantarme a sus astutas jugadas, pensé con aprensión que quizás fingiera llegar a un punto en que no supiera como continuar con el problema y pidiera mi ayuda. Así tendría que ponerme a su lado, entrar en diálogo con ella, dar explicaciones y poner en evidencia ante todos, lo nervioso e inseguro que me sentía en su presencia. Pero nada de eso ocurrió, por fin terminó el problema, correctamente por supuesto, y volvió a su sitio en primera fila. Ciertamente me estaba volviendo loco.
Ese fue mi primer día de suplicio, a partir de entonces cada mañana Ellie se sentaba en el mismo asiento, que por supuesto, nadie osaba disputarle. Siempre bella, majestuosa, con sus espléndidas piernas cruzadas y al descubierto, normalmente con zapatos nuevos cada día, a cual más elegante y sensual. Y yo cada vez tenía los nervios más desquiciados, mis clases y explicaciones resultaban desastrosas, mi estado de ánimo era más lastimoso día a día, aparecía por las mañanas perdido y desaliñado como un zombie, después de haber pasado la tarde y la noche anterior pensando en mi adorada alumna. Pronto mi deplorable situación sería motivo de comentario, si no lo era ya. A mis ojos sólo había una solución, certificar mi derrota ante Ellie, para lo cual habían dos posibles alternativas: o solicitaba una baja por depresión hasta final de curso, o conseguía reunirme con ella a solas, y me postraba a sus pies, no ya para suplicarle que me considerara su esclavo, sino para suplicarle que terminara con la tortura diaria a la que me sometía. La primera alternativa era la más razonable, era lo que dictaba la prudencia y el sentido común, pero por muy arriesgada que fuera la segunda, yo sólo podía pensar en que se hiciese realidad mi sueño, y que Ellie me llegara a aceptar como su esclavo. No deseaba otra cosa en el mundo y estaba dispuesto a afrontar cualquier riesgo.
Por las tardes, los profesores teníamos asignadas algunas horas de tutoría para atender posibles problemas de los alumnos con los estudios, y para ello usábamos un pequeño despacho. Al fin me decidí a solicitar a Ellie que se pasara una tarde por ese despacho. Pero no me atreví a decírselo en persona, como un patético colegial enamorado usé a su esclavo-cómplice como intermediario, como alcahuete, le pedí que le dijera a Ellie que tenía algo importante que decirle, que por favor se pasara a cierta hora.
La tarde y la hora elegida, estaba más nervioso que nunca, deambulaba por el despacho como un león enjaulado, me mordía las uñas, era como una cita amorosa pero habían muchas más cosas en juego que mi felicidad bajo los pies de Ellie, cosas muy importantes: mi tranquilidad, mi reputación, mi trabajo, el respeto que me había ganado durante tantos años de dedicación a mi profesión. Era el momento decisivo, mi vida estaba en manos de una chica a la que adoraba, nadie había tenido, ni tendría tanto poder sobre mi. Me iba a postrar a sus pies, y en ese momento ella podría gritar, formar un escándalo, yo sería incapaz de defenderme negando su versión, mi carrera quedaría arruinada para siempre, estaría señalado de por vida y el bochorno me acompañaría hasta la tumba. Pasaban 15 minutos de la hora prevista, y ya empezaba a temer que no viniera, pero en ese momento golpearon suavemente la puerta, no dije "adelante", sino que acudí presuroso a abrir yo mismo.
No sé si hubiese experimentado una gran sensación de alivio o me hubiese llevado una terrible decepción, si me hubiera encontrado con otra persona, pero nunca lo sabría, era ella. Mi corazón parecía a punto de explotar, entró y cerró la puerta, durante unos instantes nos miramos a los ojos en silencio, abrí la boca para hablar pero no pude, era incapaz de articular palabra, un nudo me aprisionaba la garganta, por fin bajé la mirada hacia sus pies, y lentamente, como si poco a poco me fallaran las fuerzas, mi cuerpo se fue inclinando hasta acabar arrodillado ante Ellie. Con la cabeza gacha, los ojos clavados en sus pies, el rostro sonrojado, los brazos colgando y el corazón palpitante, firmé mi derrota absoluta ante Ellie.
Ella, para alivio mío, no se alteró en absoluto, como si mi gesto fuera de lo más normal, no formó un escándalo, no me llamó loco, ni siquiera preguntó qué estaba haciendo, se limitó a abrir su mano derecha, mostrándome lo que había dentro, su famosa nota, volvió a cerrar la mano, estrujando y haciendo una bola con el papel que luego tiró a un rincón y dijo:
- Cométela.
Era la primera orden que me daba, alcé mis ojos casi llorosos de alegría y gratitud, contemplé durante un segundo a la que ya podía considerar como mi Señora, y luego me lancé a cuatro patas en pos de la bola de papel, incliné la cabeza, la atrapé con mis labios, y volví a acudir a su presencia mostrando el papel en la boca, desapareció dentro de ella, salivé y mastiqué un buen rato, y por fin me la tragué.
No pasó nada más en ese despacho, Ellie me ordenó que le diera la dirección de mi casa y que salvo alguna obligación o urgencia no saliera de ella, o por lo menos que no me ausentara mucho tiempo, se fue diciendo que ya me haría algunas visitas. Yo, siempre arrodillado, por supuesto acepté cualquier condición que quisiera ponerme, me sentía aliviado y lleno de gozo. Mi sueño se hacía realidad, era el esclavo de Ellie, ya no era mi alumna, era mi Dueña y Señora.
Al día siguiente las cosas volvieron a la normalidad en mis clases, Ellie volvió a su rincón y a su discreta vestimenta habitual, con el consiguiente disgusto de sus compañeros, que no comprendían esos cambios repentinos de actitud, pero todo era posible con tan peculiar compañera, así que el nuevo cambio pronto dejó de ser motivo de conversación. Yo recuperé la tranquilidad, y además me mostraba más suelto, alegre y simpático que nunca. La perspectiva de recibir las visitas de mi joven Señora me llenaba de ilusión, esas visitas implicarían todo tipo de castigos y vejaciones, pero así somos los sumisos, anhelamos lo que la gran mayoría de los mortales rechaza con desagrado. Previendo que alguien se enterara de sus visitas, ya tenía preparada incluso alguna coartada, era una alumna que quería aprender más y pagaba clases particulares; o una sobrina que venía de visita.
La tarde del día siguiente Ellie tomó posesión de mi casa, por supuesto vino acompañada de su fiel escudero, pronto averigüé que ella, en la intimidad, le llamaba Platero, no fue difícil deducir la razón de dicho apodo, a veces Ellie ordenaba a Platero que se pusiera a cuatro patas, se montaba sobre su espalda, y mientras cabalgaba sobre él, éste recitaba el más conocido poema de Juan Ramón Jiménez, era uno de los extraños caprichos de Ellie. Pronto también me utilizó a mí como borrico, pero en mi caso no me hacía recitar ningún poema, me obligaba a rebuznar directamente. No me puso ningún apodo, ni me llamaba esclavo, perro o cosas así, curiosamente seguía llamándome "Profe", pero en nuestra relación, esa palabra había perdido ya toda connotación de cariño y/o respeto. De esta forma, resultaba extraño y hasta irónico, escuchar sus órdenes: "Profe, lámeme los zapatos y déjalos bien limpios", "tráeme un vaso de agua Profe"
La forma vejatoria con la que me iba tratar quedó de manifiesto desde el primer momento, desde que entró por primera vez por la puerta de mi casa y la cerró. Yo estaba de pie ante ella, y sin dudarlo un momento, me dio un soberano bofetón y señaló autoritaria hacia el suelo. Con el rostro encendido por tamaña bofetada propinada por la alumna que se había convertido en mi Señora, me arrojé mansamente a sus pies, mi voluntad le pertenecía y era completamente incapaz de rebelarme. Ella se agachó, durante un fugaz segundo pude vislumbrar sus braguitas por la abertura que formaba su minifalda, volvía a vestir de la forma provocativa con la que me torturaba en clase, cogiéndome por la oreja que estiraba como si fuera a arrancarla, me hizo mirarla directamente a los ojos, y pegando su enfadado rostro, más hermoso que nunca, al mío, me regañó:
Que sea la última vez que te veo de pie en mi presencia Profe, mira como Platero se arrodilló justo cuando cerré la puerta, y fíjate como ya se ha quitado la ropa. Deberías haber abierto la puerta desnudo y arrodillado, recuerda que sólo eres un miserable esclavo. ¿Has entendido estúpido?
Sí, mi Señora, perdón Señora pude contestar con un nudo en la garganta, sosteniendo a duras penas su autoritaria mirada.
Desnúdate y rápido.
Obedecí retorciéndome en el suelo, peleándome con la ropa para tratar de desnudarme lo antes posible y no enojarla más.
Ponte de pie ahora Profe, quiero verte bien.
Me puse de pie sonrojado, avergonzado de mi cuerpo desnudo, ya mayor y algo fofo, temí que se burlara de mí, que hiciera comparaciones con el cuerpo joven de Platero, pero no hizo nada de eso. Simplemente me observaba con frialdad, con el mismo ojo profesional con que me examinaría un médico, con leves gestos de su mano hacía que yo girara o me moviera según los dictados de su voluntad, cuando yo, nervioso e intimidado, no interpretaba bien su gesto, me decía impaciente cosas como:
A la izquierda ¿no ves que te indico hacia la izquierda, estás tonto o qué te pasa?
Perdón mi Señora.
Silencio bobo .agáchate y abre bien las nalgas con las manos, quiero ver las posibilidades de tu ojete.
Nunca había visto a Ellie tan habladora, tan comunicativa, dominando a sus esclavos parecía que estaba en "su salsa", disfrutaba, era feliz aunque, siempre fría y altiva, no lo expresara exteriormente. Por fin, cuando dio por terminada la exploración, se sentó en el sofá ordenándome que me postrara a sus pies.
¿Así que te gusta fisgonear en los secretos ajenos .eh Profe? No creas que me he olvidado de que mereces un buen castigo por inmiscuirte en mi vida sin permiso, te voy a enseñar a ser más respetuoso con los asuntos de los demás, sácame la sandalia con la boca y dámela, y no te atrevas a rozarme el pie con tus labios o el castigo será mayor.
Tenía las piernas cruzadas, así que supuse acertadamente que se refería a la sandalia del pie que permanecía en el aire, con sumo cuidado para no rozar su piel, le extraje la sandalia ayudándome de labios, lengua y dientes, y la deposité en la palma de su mano derecha. Me atreví a mirar a sus ojos con mirada suplicante, implorando en silencio que el correctivo no fuera excesivamente cruel.
Gírate y levanta bien el culo.
Justo cuando descruzaba las piernas e iba a apoyar su pie desnudo en el suelo, Platero se tumbó ofreciendo su cara para que Ellie apoyara el pie en ella. Agradecida, le hizo una caricia en la mejilla con la planta del pie que Platero aprovechó para besar, y le sonrió con afecto.
Buen chico mi Platero.
Los zapatillazos cayeron sobre mi culo, el primero tan intenso como el último, Ellie me propinó un contundente castigo desde el primer momento, sin aumentar gradualmente la fuerza de los golpes. Yo apretaba los dientes y los puños, tratando de no gritar, sabía que eso la enfadaría aún más. No conté los golpes, pero debieron ser más de cien, mi culo debía estar casi en carne viva. Cuando por fin terminó, con su aplomo habitual me cogió por la oreja, levantó mi cabeza, y apoyando la suela de su sandalia bajo mi barbilla para que no cayera en la tentación de bajar la mirada por la vergüenza, me dijo:
¿Has aprendido bien la lección Profe, o voy a tener que darte unos cuantos azotes más?
Sí mi Señora.
¿Entonces por qué no me agradeces el esfuerzo que me tomo en mejorar tu educación?
Muchísimas gracias mi Señora.
Para que no hubiera dudas de que estaba sinceramente agradecido, y pensando que eso le agradaría, me tomé la libertad de inclinar un poco la cabeza para besar la suela de la zapatilla que me había dejado el culo como un tomate. Viendo que Ellie no ponía objeciones, seguí besándola sin parar, temiendo que en cualquier momento la retirara. La adorable sandalia de Ellie era una golosina para mí, así que no pude resistir la tentación de atreverme a dar un paso más osado, saqué la lengua y empecé a lamer la suela, sucia de andar por la calle. No pareció importar a Ellie, más bien sonreía y disfrutaba contemplando mi sentimiento de inferioridad y la profunda adoración que sentía por ella.
Así, muy bien Profe, déjala bien limpia, ahora sigue con la otra.
Viendo que me daba carta blanca para satisfacer mis más bajos instintos de sumisión, me lancé a por la otra sandalia loco de adoración por mi Dueña y Señora. Lamí con deleite la suela, gruñendo de placer, saboreando y tragando la ponzoña que pasaba de la sandalia a mi lengua. Y lo hice humillando mi cabeza y sin osar tocar con mis manos sus piernas o su pie, que en ningún momento ella alzó para facilitarme la tarea. Sin embargo, al final sí que llegó a mover el pie, Ellie, gozando con mi vileza, lo desplazaba de acá para allá para que yo lo persiguiera con mi lengua, apenas rozaba la suela con ella, volvía a retirar el pie hacia otro lado. Yo por supuesto, acepté complacido su juego de engaño, durante un fugaz segundo alcé los ojos y vi su sonrisa de placer, y nada me podía a mi hacer más feliz que ver a mi Señora disfrutar con mi sumisión.
No hubo tarde que Ellie me hiciera el honor de venir a mi casa, que yo no lamiera la suela de los zapatos que llevara para la ocasión. Muy a menudo me cogía de la oreja sin contemplaciones, cosa que le encantaba, me arrastraba al cuarto de baño, me hacía levantar la taza del retrete con la boca, y me ordenaba que colocara la cabeza, boca arriba, dentro del retrete, apoyando el cuello en el borde de la pieza. Luego se dedicaba a pisotearme la cara con saña, casi con fiereza, restregando bien la suela, empujando hacia abajo todo lo posible. Lo cierto es que yo gozaba con ese degradante tratamiento que me infligía mi Diosa, y lamía sus suelas ebrio de placer. Ella, viendo que yo disfrutaba con la humillación, se excitaba y empleaba aún más energía si eso era posible, solía decir:
Te gusta que te haga esto, eh Profe dime ¿Quieres que pare?
No, por favor mi Señora. Se escuchaba mi voz ahogada y con algo de eco, dentro del retrete, bajo su pie.
Tanto se excitaba Ellie en esas ocasiones que hasta ordenaba a Platero que metiera su cara en el retrete y le besara su pie mientras pisoteaba mi cara con él. Sin duda para ella debía ser todo un triunfo contemplar a sus dos esclavos completamente rendidos y humillados ante su poder. Divertida, seguía con su encuesta, consistente a veces en preguntas-trampa.
Dime Profe ¿Eres feliz ahí dentro, metido en tu propio retrete?
Muchísimo mi Señora.
Bien, puesto que es así, te permitiré estar ahí un buen rato, una hora quizás, date la vuelta, con la cara hacia abajo ahora, la cabeza más adentro, hasta que toque la cerámica, así, muy bien. Para "ayudarme" ella empujaba hacia abajo con el pie. Vámonos Platero, el Profe necesita meditar un rato, seguramente querrá pensar en las preguntas que pondrá en el próximo examen, no le molestemos.
Con Platero trotando detrás de ella, se iba cerrando la puerta del baño. En esas ocasiones solía cumplir su amenaza y me dejaba abandonado durante lo que a mí me parecía una eternidad. En cualquier caso, aunque me dolieran las rodillas, aunque me cansara y repugnara tener la cabeza metida en un sitio tan indigno, yo trataba de moverme lo menos posible, y por supuesto no osaba sacar la cabeza aunque Ellie no se fuera a enterar si lo hiciera. Era el deseo de mi Dueña que permaneciera en esa situación, y su voluntad era sagrada para mi.
A menudo a Ellie le gustaba escenificar bien el poder total que ejercía sobre sus esclavos, me ordenaba tumbarme en el suelo boca arriba y usando mi cuerpo como alfombra, se ponía de pie, clavándome un zapato en el pecho, y el otro en la cara. En ese momento Platero sabía que debía estar postrado también ante ella, cubriendo sus preciosos pies de besos. Como una Amazona victoriosa que se alza en un campo de batalla devastado, sobre los cadáveres de sus enemigos y de esclavos que le rinden homenaje y sumisión, Ellie ponía los brazos en jarra, y la mirada altiva y perdida en el horizonte como si contemplara nuevos objetivos a conquistar, con la misma pose imperiosa con la que cualquier artista hubiera representado a Alejandro Magno o Julio César en un cuadro.
Situaciones como esa dejaban bien patente que mi status de esclavo era muy inferior al de Platero, incluso Ellie llegó a decir que yo, además de ser su esclavo, también lo era de Platero, era el esclavo de su esclavo porque así ella lo quería. Para reafirmar sus palabras a veces me hacía chupar los pies de Platero, lo cual nunca me permitía hacer con los suyos, pese a mis enormes ganas. No consentía que yo tocase cualquier parte de su cuerpo de Diosa bajo ningún concepto, como si eso fuera un terrible sacrilegio. Me tenía que conformar con lamer sus zapatos, cosa que para mí ya era un placer y una bendición, poniendo el mayor cuidado para no rozar su piel con mi lengua; o lamer el suelo que ella pisaba, lo cual en más de una ocasión tuve que realizar después de que ella escupiera primero. Ni que decir tiene, que lamer en el suelo la saliva de mi Señora constituía un delicioso premio y un privilegio para mí.
En cualquier caso, a Platero no parecía habérsele subido a la cabeza su recién estrenado poder sobre mí, sobre su profesor por las mañanas, y esclavo por las tardes, más bien creo que me miraba con simpatía, no como su esclavo, sino como su compañero. Para él, como también lo era para mí, no había otra preocupación o interés, que servir y complacer a Ellie, y si en alguna ocasión me trataba como su esclavo, era por satisfacer el deseo de nuestra Señora. Ellie a él sí le permitía chupar sus preciosos pies, lo hacía continuamente, en esas ocasiones me permitía ser testigo a mí y sonreía viendo la expresión de envidia que yo reflejaba en mi cara. Era una humillación o tortura más a la que me sometía mi Señora.
Ellie, mientras que a mí me trataba con absoluto desprecio, a Platero lo solía tratar con mucho cariño y dulzura, incluso a veces hacía que se transformase en su amigo y cómplice, y se contaban secretos y anécdotas mutuamente, todo dependía de lo quisiera Ellie en cada momento o de cómo fuera su humor. Tan pronto podía ponernos collar y correa a los dos, y pasearnos juntos por la casa como perros suyos que éramos; o hacía sentar a Platero en el sofá con ella, siempre desnudo, eso sí, y tomaban la merienda juntos; merienda que yo preparaba, servía e incluso, por orden de Ellie, hacía de mesa, dejaba la bandeja en el suelo momentáneamente, me ponía a cuatro patas, y Platero depositaba la bandeja encima de mi espalda. Casi ni me atrevía a respirar, no fuera que cualquier movimiento inoportuno hiciera caer la merienda, y provocar el enfado de Ellie, con el consiguiente castigo propinado por ella, o por Platero, si ese fuera su deseo. Raras veces regañaba a Platero, y si eso ocurría era porque estaba de mal humor, más que por una falta de él, que, negado como era para todo lo demás, parecía tener el don de saber como servir y complacer a Ellie, de tal forma que a veces se diría que mantenían contacto telepático y él, leyendo los pensamientos de su Dueña, se adelantaba casi siempre a sus deseos.
En las ocasiones en que charlaba animadamente con Platero, Ellie a menudo se entretenía extrayendo pelos de mi cabeza, cuya cabellera, por lo avanzado de mi edad, escaseaba por todas partes. Los cuatro pelos que tenía y que yo me autoengañaba pensando que disimulaban bien mi incipiente calvicie, los cuidaba y mimaba como si fueran joyas de incalculable valor. Tenía la manía de ir continuamente al baño, y pasar revista en el espejo, a ver si estaban todos en su sitio, no fuera que hubiese caído alguno en combate. Cuando Ellie, con humillante indiferencia, jugaba con ellos, los estiraba, y finalmente me los arrancaba como si deshojara una margarita, mientras charlaba con Platero de cosas banales, yo sufría más que cuando me azotaba. Por supuesto nunca protesté ni hice nada por rebelarme, me resignaba rezando interiormente para que Ellie se cansara pronto de aquel doloroso entretenimiento.
Durante los primeros días como esclavo de Ellie, temía que de algún modo ella me chantajeara, que se aprovechara de la situación para sacar beneficios académicos, no ya para ella, que ninguna falta le hacía, pero sí para el poco dotado Platero; o que me pusiera en alguna situación comprometida durante las clases, que exhibiera su poder y me humillara públicamente; pero nunca hizo nada parecido, era la discreción y la honradez personificada. Sólo en una ocasión, como capricho, me ordenó la tarde anterior que antes de entrar a clase me pusiera unas pinzas metálicas, de las que sirven de sujetapapeles, en los pezones. Obedecí por supuesto, y durante la clase, que me resultó eterna, mantuve un rictus de dolor en los labios que seguramente mis alumnos debieron achacar a una urgente necesidad de ir al baño. Cuando sonó el timbre anunciando el final de la clase, lo celebré con más entusiasmo que mis alumnos. Ellie salió la última, y al pasar por mi lado, sonrió mientras pasaba su mano por mi camisa, a la altura de los pezones, liberándolos de las pinzas, pero provocándome un dolor aún más intenso en el momento en que me libraba del cruel pellizco.
Pero se puede decir que las clases se prolongaban algunas tardes cuando Platero y ella venían a mi casa, siendo la situación completamente diferente, en esas ocasiones Ellie era la profesora y yo el alumno. Me hizo comprar una pizarra, tiza y borrador, y aprovechando que dominaba varios idiomas, me planteaba en la pizarra frases en alemán o francés para que las tradujera. Yo, naturalmente no tenía ni idea, los idiomas no eran mi fuerte, algo de inglés sabía, nivel medio hablado y escrito como pone todo el mundo en los currículums, cuando en realidad es bajo, o muy bajo. Así que, ni siquiera con el inglés conseguía superar las pruebas de Ellie, que, enfadada, me cogía por la oreja, pegaba mi cara a la pizarra, y daba sus explicaciones.
¿Cómo se te ocurre poner el verbo antes del sujeto?...... ¿Y dónde está la preposición que falta aquí? . ¿Qué pinta este adjetivo en esta posición? Cada día estás más atontado. Como castigo me vas a escribir 100 veces la frase: "voy a poner más atención en clase para no hacer perder a mi Maestra su valioso tiempo."
Según como estuviera su humor, o lo que se le ocurriera en cada momento, otras veces me golpeaba con el borrador en la cabeza, que durante un segundo desaparecía bajo una nube de polvo blanco; o me golpeaba en la palma de la mano o las yemas de los dedos con una regla metálica; o me ponía de rodillas en un rincón con los brazos extendidos, libros en las manos, y pinzas en los pezones.
Más humillantes eran las ocasiones en las que me metía un rotulador por el ano, ponía una hoja en el suelo, un libro de arte en mis manos, y me ordenaba que le pintara el "Guernica" de Picasso, o "Las Meninas" de Velázquez, usando de modelo las fotos que salían en el libro. Yo, para complacerla, movía el culo a un lado y otro encima de la hoja, y cuando le entregaba el garabato resultante, Ellie se indignaba.
¿Qué basura es esta? ¡Hasta un niño pequeño pinta mejor que tú! No haces nada bien.
Otra vez palmetazos y de vuelta al rincón.
Así solían transcurrir las tardes que Ellie y Platero venían a mi casa, dos o tres a la semana, el resto de la semana se montaban planes juntos, habitualmente en casa de Ellie. Llegó el fin de curso, y durante las vacaciones las visitas se hicieron más frecuentes, lo cual era motivo de inmensa alegría para mi. Cuanto más vejatorio era el trato que me daba Ellie, más la adoraba y deseaba con más ganas que llegara su próxima visita. Pero por desgracia llegó un momento en que todo acabó, Ellie nos anunció a Platero y a mi, que la enviaban a estudiar al extranjero. Yo sentí una pena muy honda, y en cuanto a Platero, el pobre estaba destrozado, durante días no quiso salir de casa hasta que al fin Ellie le ordenó que lo hiciera. Teníamos que decirle adiós a lo mejor que había en nuestras vidas: la maravillosa Ellie.
La última vez que vino a mi casa, Platero y yo, estábamos muy tristes. Ellie, para consolarme, me dijo que como había sido un buen esclavo todo este tiempo, quizás ese día me permitiría hacer lo que tanto ansiaba: besar y lamer sus pies, pero para ello, primero debía superar una prueba. Por supuesto Ellie no necesitaba poner pruebas, bastaba que decidiera y ordenara, para que sus esclavos pusiéramos el mayor empeño en que se hicieran realidad sus deseos, pero aquel día tenía ganas de jugar y me dio libertad de elección. La prueba era simple, pero muy dura, consistía en que Platero me metiera su puño por el ano. Por un lado tenía los exquisitos pies de Ellie que siempre había deseado acariciar con mi lengua y mis labios, y probablemente esa iba a ser la primera y última vez en que pudiera hacerlo; y por otro lado tenía un dolor que sabía que resultaría horrible, quizás excesivo. Pero mi adoración por mi Señora era más fuerte que mi miedo, acepté el reto sin dudar demasiado.
Después de una buena lavativa, me puse a cuatro patas ante Ellie, que sentada frente a mi, exhibía su pie desnudo delante de mi cara como trofeo, para motivarme y lograra aguantar todo lo posible sin rendirme. Platero a mi espalda se engrasaba la mano con aceite. Con un espejo yo podía seguir el curso de la operación. Estaba nervioso pero decidido. El primer dedo entró sin demasiada dificultad, apenas lo sentí, pero con el segundo ya empecé a sufrir de verdad. Con el tercero sentí un dolor agudo y desgarrador, a duras penas pude reprimir un grito, pero ya mi ano comenzaba a dilatarse. Dándome un respiro Platero hizo una pausa, pero en seguida embistió de nuevo, tratando de meter los dos dedos que faltaban, el meñique y el pulgar, haciendo cuña. Poco a poco, mientras yo sudaba y me debatía en mi angustia, con el rostro crispado por el dolor, fueron entrando los dos dedos. Si no fuera por el ansiado premio que tenía ante mis ojos, probablemente me hubiera rendido. Además Ellie me animaba y me aconsejaba que me relajara, "como si eso fuera tan fácil" pensaba yo. Ya tenía media mano dentro, y quizás lo peor estaba hecho, ahora solo era cuestión de empujar, aguantar y seguir sufriendo. Lentamente el resto de la mano se fue abriendo camino hasta quedar completamente dentro de mi cuerpo. El objetivo estaba conseguido.
Extraer la mano luego, también resultaría una operación muy dolorosa, pero poco importaba ya. Me sentía feliz, me había ganado el placer de adorar los pies de mi Señora, que además estaba contenta con mi entrega. Después de felicitarme fue acercando su pie hacia mi cara hasta que por fin la tocó. A Ellie no le importaba que mi rostro estuviera empapado de sudor, más bien le complacía porque ese sudor era fruto de la entrega y devoción de un esclavo por ella. Cerré los ojos gozando con las caricias que Ellie me hacía en la cara con la planta de su maravilloso pie. Yo sonreía de pura felicidad, el dolor que experimentaba en mi trasero, se compensaba con creces con el sublime placer de tener por fin el pie de mi Diosa en mi cara. Finalmente, no aguanté más, y lo llené de besos, desde el talón hasta los deditos, seguramente llegué a darle cientos de besos, es algo que jamás podría cansarme de hacer.
Antes de salir de mi casa y de mi vida, Ellie me demostró por fin sinceros sentimientos de cariño, me había cogido aprecio, lo último que me dijo fue: "has sido un magnífico esclavo Profe, he disfrutado mucho con tu sumisión y espero volver a tenerte a mis pies algún día, y no te preocupes, que cuando eso ocurra no seré tan mala y te los dejaré besar más a menudo...". Desde entonces esas palabras están grabadas en mi memoria como una llama de esperanza, estoy seguro de que se cumplirán y volveré a ser su esclavo algún día. ¿Cómo no va a ser así, si lo ha dicho Ellie y sus deseos suelen hacerse siempre realidad? Estoy convencido de que nuestra relación no ha llegado a su fin pero este relato sí.