El profesor (9)

El profesor ya no es profesor. Trabajo nuevo.

Caminaba patéticamente por la ciudad, con una fila horrible. Andaba como podía, muy cansada y débil, con esos tacones altísimos y las piernas abiertas, el culo adolorido: me acababan de inaugurar el ano con una tremenda follada. Me sentía violada, y en realidad lo había aceptado libremente, pero la brutalidad de la follada pareció una humillante violación. Por mis piernas, las medias estaban pringadas de sangre y semen. Por suerte mi gabardina permitía disimularlo a la vista de la gente, aunque yo lo notaba y me desconsolaba muchísimo; me humillaba, me dolía, me sentía sucia, perra. Y, aún peor, la gente sí que podía ver los restos de semen en mis labios, hacia mi barbilla, y toda la pintura de mi rostro descompuesta, corrida. Debía de dar una imagen patética y terrible. Afortunadamente ya había anochecido y no había niños por la calle, ni abuelitos ni montones de gente, aunque sí había gente que volvía de trabajar.

Me dolían mucho los pies; llevaba veinticuatro horas con las botas puestas, mucho para lo que estaba acostumbrado, y además había andado muchísimo. Las últimas veinticuatro horas de mi vida habían sido muy intensas, las más intensas y fuertes de mi vida: todo empezó con la subasta; luego la larga caminata hasta mi casa (primera vez que iba por la calle vestido de chica y con botas de tacón); luego, al no poder entrar a casa, un nuevo paseo por mi barrio, la entrada en aquél local, y toda la historia con la propietaria que me ató y me hizo comerle el culo y el coño; luego, ya de día, de nuevo a casa, comida de perro a cuatro patas, y hacia la torre del señor Gutiérrez donde me folló el culo y la boca un negrazo potente; luego de nuevo una larguísima caminata con el culo reventado desde la torre hasta mi casa. Veinticuatro horas salvajes que me habían convertido en una auténtica zorra sucia. Sucia es la palabra para describir como me sentía, y no solo físicamente. Pasé por delante del instituto y pareció como si hubieran pasado siglos desde que entré a trabajar allí.

Cuando llegué a casa, Jessi me esperaba desde el balcón, mirando. Me vio venir, al fondo de la calle, y me recibió con una gran sonrisa. Al entrar a casa, me caí de rodillas al suelo, delante de Jessi, destrozado y cansado, abrazado a sus piernas. Ella me acarició la cabeza y se subió a mi espalda. "Vamos al baño". Y a cuatro patas, con Jessi en mi lomo, fuimos hasta el baño. Me senté en la taza y Jessi me desnudó tiernamente. Puso el agua, rellenando la bañera, y mientras se desnudó. Es bellísima. Luego, me ayudó a entrar en la ducha, y entró ella también. Dejamos el grifo abierto hasta que el agua llegó al borde de la bañera, y entonces ella empezó a limpiarme, la cara y todo el cuerpo, y estuvimos un rato hermoso en la bañera. Después, ya relajados, y yo de nuevo locamente enamorado y sometido a los encantos de Jessi, salimos de la bañera. Primero salió ella, se secó con una toalla, y luego salí yo; ella me secó con la toalla, y a mí me pareció estar en la gloria. Entonces, cuando dijo "Vamos al cuarto", yo me puse a cuatro patas sin pensarlo y sin que ella me lo pidiera, para que ella se montara a mi lomo. Entonces nos pasamos la tarde estirados en la cama, abrazados y acariciándonos. Yo me dormí; ella no sé.

El lunes Jessi fue al instituto. Yo no. Jessi me lo prohibió.

Pero, Jessi, ¿cómo quieres que no vaya al instituto? ¡Tengo que trabajar! Sino, ¿de qué viviremos?

Tranquilo cariñito, no te preocupes que trabajo no te faltara. De esto me ocupo yo. Ahora duerme y descansa que quiero que mañana estés a punto para tu nuevo trabajo.

No dijo más y se fue. Yo no entendía nada. ¿Trabajo nuevo? ¿Mañana? ¿Qué estaba pasando? Pero, en fin, estaba tan metido en mi rol de sumiso, que simplemente obedecí. Cuando volvió del instituto me dijo que no debía preocuparme por el trabajo. Ya había echo llegar una carta al director, baja voluntaria debido a un nuevo trabajo más interesante. Yo me preguntaba que mejor situación laboral podía haber a ser profesor de la educación pública, con sueldo aceptable, muchas vacaciones, y siendo funcionario. No es muy creíble dejar este trabajo por otro supuestamente mejor. ¿Cuál sería este trabajo nuevo que Jessi me conseguiría? Por lo visto el martes empezaba en un nuevo trabajo, pero por ahora no sabía ni donde ni con que tratos ni cuánto cobraría. Después de mi primera sesión de brutal sexo anal en casa del señor Gutiérrez no había tenido ningún otro tipo de relación sexual ni de dominación. Jessi y yo parecíamos una parejita de enamorados. En realidad no había sexo entre nosotros ni incluso besos (bueno, sí habían besos maternales de ella a mí, en la mejilla o la frente). Pero por lo menos podía estar con ella, incluso tocarla, acariciarla, dormir juntos, desnudos, tocar sus hermosos pechos. Además yo volvía a comer en la mesa, sentado, como una persona, aunque siempre vestido de chica o desnudo. Esto sí me lo impuso Jessi: "A partir de ahora en casa irás siempre vestido de chica o desnudo. Y si hay visitas les atiendes siendo muy amable y obediente".

Y así era. En realidad, lo de vestir de chica tenía que ser así tanto si me gustaba como si no, puesto que Jessi se había llevado toda la ropa masculina del piso. En cuánto a las visitas, por el momento no había, pero yo durante el día iba siempre vestido de chica. Así que cuando volvió Jessi ya me encontró vestido de chica, con la peluca morena, larga, y completamente pintado, para que cuando me viera en el espejo viera realmente una chica. Porque, los chicos transformistas lo sabréis, la imagen de un tío vestido de chica en un espejo puede ser muy patética y humillante si solo se trata de cambiar de ropa. En cambio, pintada, depilada, con la peluca, la imagen cambia completamente, ya eres otra persona, una niñita mona, y te sientes sexy y mujer.

Jessi decidió que íbamos a salir de casa las dos, como buenas amigas; no sé qué se traía entre manos. Me dijo que una chica no sale de casa sin sus pintalabios y sus pinturas, y que debía llevarlo conmigo. Vestía una minifalda de cuero negro y una camisa también negra (antes había probado una blanca, pero trasparentaba y se notaba que mis pechos eran un engaño). Completaban mi vestuario unas medias negras y las botas negras de tacón de aguja. No tenía bolsillos donde ponerlo; era evidente, dijo Jessi, que necesitaba inmediatamente un bolso. La cosa me gustó, parecerá una tontería pero esos complementos son los que te hacen sentir más femenina. Decidimos ir a comprar un bolso, pero mientras, ¿dónde me pondría esas cosas? Pensé que si me ponía la gabardina u alguna chaqueta con bolsillos solucionaría el problema, pero Jessi no me dejó; dijo que hacía un día de sol y caluroso. Luego, cuando salimos, me di cuenta que no era cierto, hacía sol pero frío, y ella sí que llevaba chaqueta. En fin, Jessi me dio una bolsa de plástico, blanca y pequeñita, muy transparente, para que pusiera mis cosas. Quedaba muy cutre, pero esperaba comprar pronto el bolso y no hacer el ridículo por mucho rato. Yo ya estaba a punto, pero Jessi no se decidía a salir. ¿Qué estaría esperando? Resultó que a mí.

Oye, date prisa, ¡que no tenemos todo el día!

Ya estoy, Jessi… yo ya estoy a punto.

¡¿Cómo?! ¿Cómo que estás a punto? ¿No te dejas nada?

Puesss… yo… seguro que sí, Jessi

¡Ama Jessi!

Sí, Ama Jessi. Seguro que me dejo algo y ahora no sé qué es… ¡soy tan tontita!

Jajaja… Tienes razón, nena, ¡sí que eres un poco tontita! Las chicas no se van nunca de casa sin sus pinturas y sus cosas… y las zorras viciosas, además de pintalabios y coloretes, llevan siempre sus objetos sexuales encima… ¿No tienes un vibrador, tú, cariño?

Yo me puse colorado. Ya me veía por la calle con una bolsa de plástico transparente con pinturitas y un vibrador rojo de dieciséis centímetros. ¡Qué humillante! Y ya veía venir que era algo que estaba a punto de pasar, inevitable. A pesar de todo, intenté hacerme la tonta. Sabía que me estaba insinuando que me llevara el vibrador, pero me limité a contestar su pregunta, asintiendo con la cabeza.

Y pues, ¿qué esperas, tontita, para coger tu vibrador? Seguro que ya tienes ganas de follarte el culo de nuevo; ya estarás echando de nuevo a tu negraco, verdad, zorrita? Jajajaa… ¡Ay, qué viciosilla eres! ¡Vaya guarrilla estás echa! Jajaja… Venga, venga

Yo fui a buscar el vibrador. El culo ya no me dolía, me había recuperado, pero todavía no tenía ganas de meterme nada por ahí. Incluso cuando tenía que ir a defecar y mi ano se dilataba, me dolía aún. En fin, añadí el vibrador en la bolsita, y salimos las dos de casa, cogidas del brazo. Afuera noté el frío que hacía, bastante considerable por la poca ropa que yo llevaba, y me di cuenta que Jessi sí llevaba su bonita y sexy chaqueta de cuero. Yo, cogida de su brazo, me agarré fuerte a ese brazo, con mi rostro apoyado a su hombro. Tenía frío, y en parte lo hacía por eso, pero también por morbo. Notaba en mi piel la textura del cuero de su chaqueta, que tanto me excita, y además parecíamos dos tortolitos, una parejita de enamorados, con una peculiaridad que me excitaba doblemente. Éramos –de cara a la gente-, dos chicas muy jovencitas, una parejita de tiernas lesbianas; y, por otro lado, en esta pareja yo adoptaba el rol que en las parejas heterosexuales ocupa la chica. Es decir, que el rol dominante, de "sexo fuerte" lo ocupaba Jessi, que caminaba decidida y altiva, mientras yo caminaba a su lado aferrada a su brazo, con la cabeza en su rostro. Además, para colmo, yo llevaba en mis manos una bolsita a la vista con mis cositas, incluido un vibrador rojo de tamaño importante, que no pasaba desapercibido a nadie. Un momento intenté tapar un poco con nuestros cuerpos la bolsa, pero Jessi me obligó a llevarla lo más a la vista posible. Algunas gentes nos miraron muy mal, sobretodo señoras mayores. En cambio a los tíos les resultan excitantes estas escenas, por homófonos que sean. A la primera tienda que vendían bolsos entramos, y así al cabo de un rato yo ya salía con un bonito bolso negro, de cuero, ¡cómo no! Me sentía muy femenina, y guapa, sexy, deseable, feliz, con Jessi a mi lado. Jessi me dijo que siempre tenía que llevar mis cosas conmigo, y que el bolso me iría muy bien; entre mis cosas, evidentemente, contó con mis objetos sexuales. "De momento tienes un vibrador, pero tranquila, ya ampliaremos tus juegos… quiero que estés siempre satisfecha, ¡y con una zorra insaciable como tú no será fácil! Jajaja" Este comentario me excitó, me pareció casi un piropo, y además me encantó la cara que pusieron la pareja de abuelos con los que nos estábamos cruzando en aquél momento, que por supuesto oyeron el comentario y se escandalizaron, y nos regalaron una cara de lo más desagradable. Pero Jessi y yo simplemente nos pusimos a reír como posesas.

Estuvimos paseando un buen rato por el barrio de Gracia, por sus plazas, nos sentamos en varias terrazas a tomar cervezas, fuimos a que me hicieran agujeros en las orejas para poder llevar arracadas, y compramos un poco de bisutería: unas cuantas arracadas y algunos anillos. Fuimos a cenar, bebimos vino, reímos, lo pasamos muy bien, como dos buenas amigas. Por la noche, cuando llegamos a casa, yo parecía otra, diferente que la que había salido unas horas antes, y por supuesto nada que ver con aquél profesor de instituto que era yo hace pocos días. Ahora era una chica sexy, que vestía con una blusa negra sobre un par de grandes y bonitos pechos (eso parecía a simple vista), una minifalda de cuero negro, unas medias negras y finalmente unas altas botas de tacón de aguja también negras. Y, entre tanto negro, un bolso de cuero negro, y mi cabellera negra, larga, y entre ella un gran aro colgando en cada oreja. Y, finalmente, un bonito anillo en mi mano derecha, y un par más en la izquierda, y las uñas esmaltadas. Y el rostro, con colorete en las mejillas, los labios rojo pasión, las sombras oscuras de los ojos y el volumen de mis pestañas, resaltando mis bonitos ojos verdes, mis cejas convertidas en una pequeña línea sobre mis ojos… me veía preciosa. En realidad por la calle, Jessi y yo nos divertíamos viendo como los tíos se fijaban en nosotras. Fue un día fantástico. Por la noche, cuando nos acostamos, Jessi me dio un beso en la frente: "Ahora descansa, mañana te espera tu primer día de trabajo". Yo estaba en la gloria, sintiéndome tan mujer, estando con la chica que amaba, disfrutando juntas, y además con el vino que nos había puesto más alegres si cabe. Mirando el bello cuerpo de Jessi al lado del mío en la cama, pensé que llevaba ya unos días sin dormir en su casa. ¿Qué dirían sus padres?

¿En qué piensas?

En tus padres… ¿No te echan en falta?

No. Nunca echan en falta a nadie. Sabes, mi familia es una puta mierda… Mi padre un ludópata putero, y mi madre una amargada depresiva. Vamos, que esa familia no es la alegría de la huerta

La historia me puso tierno, la acaricié, la besé, la abracé. Quería preguntarle por mi nuevo trabajo, pero con esta historia se me fue de la cabeza, o a lo mejor me pareció que no era importante o no era el momento. Me estiré de lado, mirándola, y ella, con los ojos cerrados, empezó a acariciarse el pubis, y se metió un dedo en el coño, y se metió dos, y jugueteó con su clítoris, y se masturbó y gimió, poquito, sin escándalo, medio dormida, y parecía un ángel, y nos dormimos.

A las siete de la mañana tocó el despertador. Jessi, medio dormida, me tocó, me sacudió el brazo, y me ordenó que me duchara rápido y me vistiera, informal. Mientras ella seguía en la cama yo me levanté y me fui a duchar; me iba despertando, y las ideas se me ponían en orden. Tenía un poco de resaca. Así que me iba a trabar… ¿dónde? ¿de qué? Cuando salí de la ducha ella seguía en la cama. Me vestí "informal" como me había dicho, aunque no era fácil, ya que mi ropa la habíamos comprado para hacer de mi una chica sexy, un auténtico putón. En fin, me puse lo más informal posible: un tanga (solo tenía tangas), unos vaqueros de chica acampanados, sostén, una camiseta arrapada de color rojo con el lema "sexygirl", y finalmente, los botines negros, con tacón bastante alto. No tenía zapatos de chica, solo tres pares de botas de tacón de aguja (unas negras, otras rojas y otras blancas), y los botines negros, mi primer calzado femenino, que tenía también un tacón muy alto, aunque un poco más ancho. Me volví a poner las arracadas de aros grandes, que me gustaban mucho, y los mismos anillos del día anterior. Las uñas no las toqué, y de pintura me puse lo suficiente para no delatarme como chico. Jessi, ya incorporada, me miraba. "¡Estas muy mona!".

Me miré en el espejo y tenía razón; solo me faltaba la peluca. Jessi me dijo que me pusiera la peluca rubia corta, que me dejaba la nuca al descubierto. ¡Ya estaba lista! "No olvides tu bolso!". Yo sonreí. No, no me lo dejaba. Entonces, ella me dijo que cogiera una bolsa que había en un rincón de la habitación. Ni me había fijado. "Es tu uniforme de trabajo. Ahora debes ir a esta dirección, y allí te dirán qué tienes que hacer". Me dio una tarjeta y un besito en la mejilla, acariciándome la otra con la mano, y entonces me dio una palmada en el culo. "Venga, cariño. ¡Que vaya bien! Y no tardes, que tienes que estar allí a las siete y media y si llegas tarde tu jefe se enfadará…". ¡Yo estaba tan prendado de aquella chica! ¡Lo daría todo por ella! Es… tan especial… Me hablaba como las mujeres hablan a sus maridos en las pelis americanas, por la mañana, con este amor tan irreal de una familia a las siete de la mañana… Pero ella se había portado así, besándome cariñosa, dándome una palmada juguetona en el culo, deseando que me fuera bien… ¡Yo estaba encantado! Pero enseguida se me cambió la cara; en las escaleras, aún no había salido del bloque, miré la tarjeta y la reconocí. ¡Menudo susto me di! Me quedé pálido, desconcertado; el miedo se me metió en el cuerpo; estaba por dar la vuelta y volver a casa. Pero evidentemente Jessi no lo permitiría. Así que salí a la calle y me percaté de otro problema considerable: ¡eran las siete veintitrés! ¡¿Cómo iba a estar a las siete y media allí?! ¡Era imposible! A no ser… ¡a no ser que cogiera un taxi! Definitivamente no había más posibilidad, y en ese mismo momento paré uno. Yo, como siempre, seguía sin llaves de mi casa y sin dinero. Jessi lo gestionaba y controlaba todo. Di una dirección cercana al sitio donde tenía que trabajar. Tenía que pensar algo, estaba en un taxi que no podría pagar (por lo menos en dinero); ¡joder! ¡Me había convertido en una jodida puta! Ya estaba pensando de esta manera, "no se puede pagar en dinero…", ¿y si no es con dinero con qué se paga? Está claro, ¿no? Pues sí, el profesor ya pensaba de esta manera, como si fuera una puta callejera de toda la vida, acostumbrada a chupar pollas. ¡Y yo solo lo había echo una vez en mi vida! Pero vete a saber, en mi inconsciente ya me había echo a la idea de que aquella había sido la primera mamada de una larga carrera. En realidad lo deseaba. Aunque, aquella mamada fue muy salvaje al igual que la follada de mi culo. Solo de recordarlo me ponía muy nervioso, temeroso.

Estábamos ya cerca de mi destino y del que había dicho al conductor. Nos paramos en un semáforo rojo; era ahora o nunca. Y bajé del coche y desaparecí. Caminé apresadamente hasta mi destino, y a las ocho menos veinte estaba delante de la torre del señor Gutiérrez. Un calofrió recorrió mi cuerpo. Recordaba la gran follada, y me daba miedo tener que repetirlo; ¿qué trabajo tendría yo allí? Si hubiera mirado en la bolsa que llevaba quizás lo habría podido intuir, pero no se me ocurrió mirar. Se abrió la verja del jardín y me acerqué a la torre; en la puerta de entrada estaba el criado del otro día esperándome.

Vienes tarde.

Lo siento, yo, en realidad

¡Venga, venga, que ya vamos con suficiente retraso! ¿Llevas el traje?

Sí, lo tengo aquí.

Anda, sígueme.

Justo en la puerta de entrada, donde me esperaba Onofre, el criado, había un pequeño vestíbulo con dos puertas laterales, una a cada lado, y enfrente un tramo de escaleras (una docena de peldaños de poca altura) y una puerta muy bonita con vidriados y madera con incisiones marcando dibujos vegetales. Era la puerta de entrada a la torre; esta otra entrada y pequeño vestíbulo eran simplemente una antesala. Nosotros entramos por una de las puertas laterales, que daban a unas escaleras estrechas. La otra puerta lateral ya la conocía: por ahí estaba la gran sala donde me follaron. Yo pasé detrás de Onofre y bajé con él. Este era el piso semisótano; tenía ventanas en la parte superior, que afuera en el jardín quedaban a la altura del suelo. Si en la entrada hubiéramos seguido adelante, por la puerta grande y bonita, vidriada, nos habríamos adentrado en la planta noble. Allí habríamos visto el vestíbulo impresionante, y la escalera monumental que lleva al piso donde se encuentran los dormitorios. Nosotros estábamos en el semisótano, el piso del servicio. Me acercó a un cuarto y me abrió la puerta. Me dijo que allí podía cambiarme y dejar mis cosas, y que me quitara los pendientes y los anillos. En la habitación había solamente una cama y una silla.

Dejé el bolso en la silla, y la bolsa encima de la cama. Me quité los botines, los vaqueros y la camiseta, quedándome en tanga y sujetador, que por cierto iban a juego. Me quité los pendientes y los anillos, y, por una parte me supo mal tener que quitármelos, pero por otro me gustó; me recordaba la típica escena femenina de chica quitándose anillos y arracadas para trabajar o para lo que sea. No sé, pero me resultaba femenina la experiencia. Entonces miré en la bolsa que llevaba, y, sorpresa, me encontré con el disfraz de criada que habíamos comprado con Jessi. Por un momento esto me reconfortó, pero solo fue un momento. ¿Iba a trabajar de criada del señor Gutiérrez? Esta fue mi primera idea al ver el uniforme. Pero después me acordé de la follada del día anterior, de las cámaras y los focos; ¿no estarían preparando un vídeo porno en el que se tiran a una criada? Me puse malo solo de pensarlo. Salí de la habitación temblando. Delante estaba Onofre. Sonrío y comentó: "Mmm… ¡qué monada! Jejeje". Yo me sonrojé. Iba vestida de criada, con el vestidito de PVC negro de tirantes, espalda al aire, y faldita muy corta, con contraste de blonda blanca; medias blancas; los botines; un pequeño delantal blanco, con puntitas; y finalmente, la cofia. Los botines no serían muy cómodos, pero es lo mejor que tenía; era o eso o las botas altas de tacón de aguja.

Unos minutos después estaba en la cocina, preparando el desayuno del señor. Mientras, Onofre había ido a la habitación del señor a ver si estaba despierto o tenía que despertarlo él. Yo estaba en la cocina con las otras chicas del servicio. Todo el servicio eran chicas excepto Onofre, que era el hombre de confianza y encargado de que todo marchara bien. Nosotras estábamos preparando el desayuno, que por lo visto era muy abundante. Todas las chicas del servicio eran jóvenes y guapas, excepto una, que era la que mandaba. Preparamos tostadas, preparamos leche, café, infusiones, pastas, etc. Entonces escuchamos un timbre y tres chicas y yo fuimos con bandejas a llevar el desayuno. Yo solo cumplía ordenes, de Onofre o de Paqui, que eran los que mandaban en el servicio. Seguí a las chicas, por unas escaleras, diferentes de por donde habíamos entrado. Creo que estábamos más o menos en el centro de la torre. Aquéllas eran las entradas de servicio; subimos. No paramos en la planta noble: seguíamos hasta el piso de los dormitorios. Enseguida entendí que el señor Gutiérrez desayunaba en su habitación. Al llegar al piso de los dormitorios salimos al pasillo, un pasillo que daba la vuelta a la escalera monumental (en el centro), y tenía varias puertas, que daban a las distintas estancias. Levanté la cabeza y la cubierta de este vestíbulo noble, con la escalera monumental, patio central, era una impresionante claraboya vidriada. Realmente impresionante. Por todas partes había un montón de esculturas, trabajos en madera, tapizados en las paredes… ¡aquello era increíble! Por lo visto en este momento salió de nuevo el alma de profesor, o a lo mejor era el alma del pobre que se queda boquiabierto ante tal despliegue de lujo y bellas artes. La puerta del dormitorio del señor Gutiérrez era impresionante, la más destacada, entre columnas de mármol acabadas en capiteles florales y encima de la puerta, en mármol y pan de oro, el escudo familiar. ¡Una buena torre modernista tenía el señor Gutiérrez!

Onofre abrió la puerta y entramos las cuatro, una detrás de otra, y nos pusimos en fila mostrando las platas con el desayuno. Cada día, por lo visto, se seguía el mismo ritual. Delante nuestro estaba el señor Gutiérrez, que se acercó y pasó revista. Al llegar a mí dijo:

Tú eres la chica nueva, ¿no?

Sí, señor.

Bien, bien… ¿Y dime, cómo te llamas?

La pregunta me descolocó un poco, no lo tenía previsto. ¿Qué nombre tenía? ¿Qué decir? ¿Cómo me llamo? ¿Debía decir Juan? No parecía una buena idea, vestido de criada, fingiendo ser una chica incluso entre el servicio. Era cuestión, pues, de pensar y decir un nombre de chica, ¿no?

Juana, señor. Me llamo Juana.

Vale, sí, ya lo sé, no fui nada original, pero estaba muy nerviosa y tenía que decir algo rápido… Fue lo primero que se me pasó por la cabeza.

Muy bien Juani, y dime, ¿cómo estás? ¿Cómo te sientes aquí? ¿Conoces ya a tus compañeras? Vas a estar muy bien aquí; somos como una gran familia, ¿verdad que sí, chicas?

Todas dijeron que sí, claro, aunque me temo que cualquier parecido con la realidad fue pura coincidencia. Yo estaba muy cortado, y me estaba empezando a pesar la plata en las manos (yo llevaba la más pesada, con las jarras del café, la leche, el agua hirviendo y las infusiones, el cacao y el azúcar). El dormitorio era increíble, con grandes ventanales y mucha luz; estábamos unos pasos delante de la cama, una cama enorme flanqueada por sendas mesillas de noche; a la izquierda del dormitorio propiamente dicho había una puerta de cristal que daba al baño, enorme, con mucho mármol y todos los lujos, jacuzzi incluido. En el lado derecho había una puerta que daba al vestuario, donde había los armarios con la ropa, y grandes espejos. En el cuerpo central, además de la cama, que estaba en el centro, había un escritorio en un lado, y una mesa en el otro, con un par de sillones y un sofá. Os podéis hacer a la idea de la inmensidad y del lujo del sitio. Uno, allí, se sentía menos que nada.

Es muy importante para mí que te sientas cómoda aquí, trabando con nosotros, Juani. Si tienes algo que decir, siempre puedes contar conmigo para lo que sea, no te quedes nada para ti. Para mí es como si fuerais mis hijas; quiero que estemos todos muy a gusto aquí, ¿de acuerdo, Juani?

Sí, señor Gutiérrez.

Muy bien, muy bien. Venga, chicas, está bien. Dejad las cosas en la mesa.

Todas nos dirigimos a la mesa, y dejamos allí todo el desayuno. Luego, yo creía que ya podíamos salir, pero no fue así. De nuevo nos pusimos delante del señor. Él nos miró a todas, de arriba abajo. Cuando nos hubo repasado del todo, una dio un paso adelante, y haciendo una genuflexión y bajando la cabeza, preguntó si ya nos daba permiso el señor para retirarnos. Él se puso pensativo, solo para juguetear con nosotras. Yo ya me había dado cuenta del mucho respeto e incluso miedo que despertaba el señor entre sus criadas, y sabía que nunca le levantarían la voz ni dejarían de cumplir ninguna orden, fuera la que fuera. Finalmente, el señor se pronunció.

Un momento, señoritas. Mmm… Tú, la nueva… ¿Cómo te llamabas?

Juani, señor.

Muy bien, Juani. Me podrías decir a qué hora has entrado hoy?

Bueno… creo que he entrado un par de minutos tarde, señor

¡¿Un par de minutos?! ¡Onofre me ha dicho que has entrado a las ocho menos veinte! ¡Tu hora de entrada era a las siete y media…!

Yo abajé la cabeza, asustada por el repentino ataqué del señor, y miré de reojo a Onofre, que sonreía maliciosamente, el muy cabrón. Ya veía que en él no tendríamos un aliado, sino más bien al contrario; si podía nos putearía. El señor seguía con su acalorado monólogo, ¡menuda bronca me estaba pegando!

Si entrabas a las siete y media, ¿cómo coño te presentas a las ocho menos veinte, eh? Yo me preocupo por vosotras, y luego vosotras no hacéis más que el vago, llegar tarde y pulular por la casa sin dar golpe. ¡Ya estoy más que harto! ¡A la que vea sin moverse, sin estar ocupada…! ¡Es que esto no puede ser, joder! Yo voy de buena fe, y luego vosotras intentáis tomarme el pelo… ¿Qué os habéis creído? ¡¡¿Eh?!! ¡¡¿¿Quién coño os habéis creído que sois??!!! Sin mi no sois nada, lo sabéis, ¡¡¿verdad?!! A ver, tú… ¿Por qué has llegado tarde? ¿Eh?... No, no, no te busques excusas, pendón, maldito pendón, que para eso sí que servís… para buscar excusas os espabiláis muy bien, pero ya os enseñaré yo… ¡a mí me vais a tomar el pelo! La niña se cree que puede llegar a las ocho menos veinte y quedarse tan ancha… ¿Eh? ¡Miradla, miradla! ¡Ni tan solo dice nada! ¿Te ha comido la lengua el gato?

Yo estaba cabizbaja, muy roja, y con los ojos humedecidos, apunto de estallar a llorar. Y él parecía no tener suficiente. Notaba el miedo y la compasión de mis compañeras. El señor seguía muy cabreado; intenté decir algo, pero no sabía qué

Yo

¡Calla, anda! ¡Calla…! …¡que aún me pones más nervioso! A ver, a ver si nos entendemos; si tu entras a las ocho menos veinte, tienes que bajar y cambiarte… ¿a qué hora empiezas a trabajar? ¡¡¿Eh?!! ¡¡¿A qué puta hora has empezado a trabajar?!! ¿A las ocho? ¡¿Querías estafarme media hora?! ¡Acércate, anda!

Yo estaba temblando, mi cuerpo no reaccionaba, pero cuando me di cuenta que volvía a estallar de nuevo me acerqué antes de que se enfadara más. Se acercó a la cama y se sentó. "Acércate, acércate", decía. Yo me acerqué a él, y me hizo poner sobre su regazo, con el culo libre para él; mi escasa faldita dejaba verme mis muslos y casi mi culo; de todas formas, él la apartó un poco dejando mi culo al aire, con solo la tira del tanga. Enfrente nuestro, impasibles, inmóviles, se encontraban las tres chicas y el mayordomo Onofre, el culpable de todo esto. Él estaba sonriendo satisfecho; ellas estaban muertas de miedo, por si ellas acababan recibiendo ellas. Alguna me miraba con compasión, con una tristeza infinita. Se veía claramente que todas ellas habían pasado por esto alguna vez, quizás a menudo. Una de ellas parecía más fría, como si pensara que "mejor ella que yo".

La mano del señor Gutiérrez cayó sobre mi culo de golpe, sin avisar, con fuerza; no pude evitar un grito de dolor. Una de mis compañeras se estremeció; entendido: mejor no gritar y aguantar la zurra sin rechistar. Los golpes fueron cayendo, y yo ahogaba los gritos de dolor como podía. Al cabo de un rato la zurra pareció haber terminado; yo empezaba a tener el culo rojo, empezaba a escocer. Me hizo levantar y yo me relajé, pero enseguida me desengañe.

Onofre, sigue tú.

Y el sádico de Onofre sonrió, satisfecho. Por lo visto le encantaba. Me puso en su regazo y empezó a zurrarme, con ganas, con fuerza y mala leche. Yo casi no podía aguantar el dolor, ahora debía tener el culo más que rojo. El señor miraba, complacido, y miraba también a las chicas, que se estremecían solo de ver sus ojos sobre ellas. Él sonreía; aprendían la lección. Mientras Onofre seguía con la azotaina de mi culo, el señor Gutiérrez habló de nuevo.

  • Estoy muy dolido por esto que ha pasado. No me gusta tener que castigaros, ya lo sabéis, me duele tanto a mí como a vosotras. Pero es mi obligación tener que hacerlo, por el bien de todos. Un castigo a tiempo a la larga evita males mayores, ¿no os parece?

Todas las chicas dijeron enseguida que sí; todas menos yo, que seguía siendo azotado por Onofre.

¿A ti no te parece, Juana?

Sí, señor. Me parece muy correcto. Por mi parte no volverá a pasar, no tendrá ninguna queja de mí.

Así lo espero. ¿Ven, señoritas, como al final nos entendemos? Onofre, dale veinte azotes más y que se vayan.

Yo ya no podía aguantar nada más, o eso pensaba, pero al saber por fin que aquello acabaría por lo menos fue un alivio; veinte más y la cosa terminaría. Entonces, mirando a las chicas, una de ellas estaba intentado comunicarse conmigo discretamente; marcaba mucho los labios, diciendo algo que yo pudiese leer: "Cuén-ta-los, cuen-ta los vein-te a-zo-tes". Enseguida entendí, justo cuando caía el primer azote; "UNO", dije bien alto. Cayó otro: "DOS". El señor Gutiérrez me miraba satisfecho. Cayeron veinte y yo estaba orgulloso de la chica que me había ayudado; sino a saber como hubiera terminado aquello. Al llegar a veinte terminó y yo me puse de pie, con lágrimas en los ojos. Me pasé la mano por la cara, y me coloqué con las chicas.

¿Has aprendido algo?

Sí, señor.

¿Qué has aprendido?

Que no debo llegar tarde, señor.

Muy bien, así me gusta. Que no se repita.

No se repetirá, señor.

Eso espero. Pueden retirarse, señoritas. Ah, y llévense las tostadas, leche, café, infusiones y todo esto, que ya no debe valer nada. Y, por favor, tráiganme mi desayuno de inmediato.

Sí, señor –dijo una de las chicas, haciendo una genuflexión y empezando a moverse. Las otras chicas hicimos la misma genuflexión delante del señor, y recogimos las platas de nuevo. Luego nos dirigimos a la puerta, y de cara al señor hicimos una genuflexión más, y salimos de la habitación, siempre de espaldas, es decir, de cara al señor, sin darle la espalda nunca.

Bajando por las escaleras de servicio las cuatro, me acerqué a la chica que en todo momento había estado a mi lado, y me había dicho aquello de contar los azotes. "Gracias", le dije. Ella simplemente esbozó una media sonrisa, de cortesía. "Todas hemos pasado por esto… En fin, aún has tenido suerte y no te ha llevado al negro". Y yo entendí de que me estaba hablando y pensé que sí que había pasado por ello antes, y que de ninguna manera me hubiese gustado repetirlo ahora. Y sospeché que todas ellas habían pasado por la misma follada bestia del negro, y esto me acercó más a ellas. Pero ahora no había tiempo a perder charlando; teníamos que volver a subir el desayuno del señor, y rápido, no vaya a ser que se enfade de nuevo.