El profesor

Fin de la historia. Gracias a todos por leerme. Por primera vez pido disculpas por si a alguien le molesta que algunos escribamos sagas; y por otro lado, pido de nuevo disculpas a los que sí les guste leerlas y vean en esta un final demasiado precipitado.

-Así que enseñas inglés –rompió el hielo.

-Yes –contesté.

-Yo no tengo ni idea de inglés. Y no, no te preocupes, que no voy a pedirte que me enseñes.

Me limité a sonreír.

-Vaya, no eres muy conversador por lo que veo.

-No mucho, la verdad. En el fondo soy muy tímido.

-Lo sé, y la verdad es que me sorprende –matizó.

-¿Por cómo soy en la cama?

-No joder, por ser profesor y tener que estar delante de treinta adolescentes. Yo no podría, aquí donde me ves.

-Ah bueno –contesté mientras miraba su cuerpo entero aprovechando su comentario- en la clase me crezco. Con los otros profesores sí soy más introvertido.

-También lo sé.

-¿Por? –pregunté.

-Ya sabes que en los pueblos todo se sabe –contestó.

-¿Pero qué te han dicho? –insistí.

-Nada hombre, lo he escuchado en la carnicería. Dicen de ti que eres muy bueno con los chavales y que están muy motivados con el inglés, pero que con el resto de profesores eres muy cerrado.

-Ya, es cierto. Me cuesta relacionarme –reconocí.

-Pues con Felipe no te costó mucho… ¿Me lo vas a contar?

-¿Qué quieres que te cuente?

-Pues la historia. Si quieres, vamos.

-Pues le conocí en el bar un sábado, pero no hablamos. Después me le crucé en la farmacia y en tu carnicería. Me gastó la broma de que parecía que me estaba siguiendo.

-¿Felipe bromeando? –dijo con cierta repulsión.

-¿Tanta tirria le tienes? –pregunté.

-Sólo que no le veo trigo limpio, pero nada, continúa.

-Pues eso, al sábado siguiente ocurrió más o menos lo mismo y nos tomamos un café. Me invitó a cenar a su casa, nos estuvimos viendo varios días y surgió.

-¿El amor?

-No sabría decirte. Puede que lo pensase al principio, pero quizá sólo por necesidad.

-¿Pero habías follado ya conmigo? –interrogó.

-Eso fue justo el día después de conocerle, así que aún no había pasado nada.

-¿Y qué pasó? –siguió.

-Pues eso, que empezamos a salir.

-No, digo que qué pasó para que terminara –aclaró.

-Que se acabó su suplencia. Después de Navidad nos vimos en Granada un fin de semana y poco más.

-Qué romántico –se burló.

-En absoluto, no salimos del hotel –aclaré.

-Anda, quién lo hubiera dicho. ¿Follando?

-Sin parar –me reí.

-Sin palabras me dejas –se burló de nuevo- ¿Y?

-Habíamos quedado para el finde pasado, pero con el temporal…

-¡Infiel! –gritó bromeando.

-Sí, qué le voy a hacer.

-Oye, que lo que yo te diga no te influya, lo mismo contigo es diferente.

-No, tengo ya muy claro que se acabó. Le dije de vernos ayer porque le han destinado a mi pueblo de Almería.

-Un madrileño almeriense –interrumpió.

-Casi. Y eso, se excusó en que iba a estar muy liado con la mudanza. Y gilipollas de mí le he llamado esta mañana tras volver del bar para contarle porque por tu culpa estaba muy jodido.

-Lo siento, no era mi intención –se disculpó.

-Ya, ya, pero no he podido evitar rallarme. El caso es que no me ha contestado, y le he enviado un mensaje y me ha escrito diciéndome que me llamaría después. Me queman esas cosas y me desconcierta la manera de comportarse si tan enganchado estaba conmigo.

-No sé chaval. Es muy rarito –añadió.

-Eso parece. No sé si me llamará o no, pero esto se acabó. Y no, tú no tienes nada que ver.

-Eso espero.

-¿Una cerveza o algo? –le ofrecí.

-Vale –aceptó.

-¿Y tú? –pregunté.

-¿Yo qué?

-Que si tienes algo más que contarme sobre él.

-Creo que no.

-O sobre lo que quieras. Si somos amigos, ¿no? –bromeé.

Julián sonrió y en ese momento me cayó muy bien; mejor que nunca. Sentí curiosidad por conocer su historia con el tal Leo, pero no sabía si atreverme a preguntárselo. Lo mismo me mandaba a la mierda o estaba rompiendo de alguna manera el pacto que habíamos hecho.

-¿Quieres otro? –preguntó.

-¿Otro polvo?

-No, hombre. Otro cigarro –se rió-. Cómo estamos, ¿eh?

-Joder, has sido tú el que ha dicho de pasar más tiempo juntos y no sé si para follar, hablar o beber cerveza. No te pillo, Julián.

-No hay nada que pillar, deja que todo fluya. Te rallas demasiado.

-Lo sé, pero las situaciones novedosas me crean cierta inquietud.

-Tú relájate, ven aquí anda.

Y me acerqué a él y por primera vez Julián me besó. No fue un beso muy pasional, todo hay que decirlo. Y tampoco recuerdo si llegó a meter lengua. Sí que fue un beso corto, un preámbulo para el polvo que vendría después, aunque esta vez los preliminares cobraron mayor importancia porque aparte de mis labios, los suyos se acercaron a mi cuello, mis orejas, mi espalda... Yo sólo suspiraba, tenso y nervioso, no puedo evitarlo, pensando qué vendría después, qué tenía que hacer yo.

Y en un principio no hice nada. Julián me tumbó boca abajo sobre el colchón y me dio un masaje. ¿A qué venía aquello? Se puso a horcajadas sobre mí sintiendo cómo su polla reposaba en mi espalda y la mía se activaba. Era muy, muy excitante, creedme. Un escalofrío recorría todo mi cuerpo, el vello se me erizaba, la sangre hervía. Y no por el masaje, pues no me gustan especialmente, sino por tener a Julián sobre mí, su culo rozando el mío, sus manos acariciándome el cuello y los hombros, todo su cuerpo recaer sobre el mío. Por lo tanto no tenía escapatoria y esperaría a ver qué seguía, cómo, cuándo y por qué. Ese lado casi mimosón del carnicero me resultaba desconocido y por un momento dudé si me gustaba más que el otro. No llegué a ninguna conclusión. Me evadí por completo permitiéndole que hiciese conmigo lo que le diese la gana convenciéndome a mí mismo de que tenía que relajarme y ya está.

-Si estuviéramos en mi casa te echaría algún aceite –dijo.

Yo no contesté y él siguió como pudo con esas enormes manos que de lunes a sábado tocaban y cortaban carne con firmeza y ahora acariciaban mi cuerpo casi con delicadeza. Digo casi porque el pobre era bruto a pesar de todo y desconocía si en realidad sabía dar masajes o simplemente lo hacía como buenamente podía porque le resultaba de algún modo placentero o excitante. A priori no mucho, porque mientras mi polla seguía aprisionada a punto de estallar, la suya se mantenía flácida aún rozando mi espalda y evocando en mi imaginación escenas de lo más impúdicas. Sentí que se echaba hacia atrás y cómo el cabrón lo hacía restregándome su verga por todo mi cuerpo casi torturándome sólo de pensarlo. Se paró cuando se sentó sobre mis piernas llevando sus manos hasta mi culo. Acarició mis nalgas, las masajeó y las manoseó como un trozo de carne de su tienda. Sentía sus gruesos pulgares empujando mis cachetes mientras el resto de dedos hurgaban en sitios menos pudorosos.

Porque sí, empezó a metérmelos por el culo despacio, agrandando con ellos mi agujero que de repente sentía cómo el aire frío se introducía en él. Con dos de cada mano trataba de abrirlo aunque no llegó a meterlos en un primer momento. Sólo les sentía en el contorno de mi ano intensificando el placer que de alguna forma había mermado por no sentir su verga o por lo extraño de su cambio de postura. Un poco de saliva se deslizó y fue esparcida por los dedos agradeciéndolo porque mejoraba la fricción. Se propuso entonces ir introduciéndolos poco a poco mientras seguía escupiendo sobre mi trasero. Después recorría con uno de ellos toda la apertura de mi nalga, estremeciéndome cada vez que se detenía en el propio agujero y lo metía de nuevo.

Poco después Julián se movió y se tumbó sobre mí para besarme el cuello. Sentí otra vez su verga que empezaba a reaccionar sobre mi espalda. En esa misma postura fue restregándose contra mí, deslizando su cuerpo y frotándolo con el mío sin separar sus labios de mi nuca o mis orejas, encontrándome con su aliento y sus leves jadeos. Se mantuvo paciente unos minutos, suficientes para que su verga se empalmara y soltara las primeras gotas. El momento de cambiar había llegado. Se incorporó de nuevo y su trasero se posó otra vez en mis piernas. Comenzó a golpear mis nalgas con su trozo de carne caliente y duro o a restregarla con más calma de arriba a abajo. Al igual que hiciera con los dedos, la insinuaba en mi agujero que ansiaba ser penetrado. Pero todavía no, el carnicero quería seguir jugando. Sus pollazos eran demoledores y la calma que le seguían de lo más inquietante. Cada vez que escuchaba a Julián escupir pensaba que el momento de la follada había llegado, pero no, su saliva le ayudaba a deslizar su falo por donde quisiese.

Sin articular palabra se decidió a penetrarme. Su verga se posó en la entrada de mi ano y entró por fin. Gorda y completamente dura por las estimulaciones de su amo penetró casi de golpe en lo más profundo de mi ser, sumiéndonos a los dos en un sonoro gemido. La sacó entera despacio, la mantuvo fuera unos segundos y la metió otra vez. “Oh, no, este es un nuevo juego”, pensé. Pero más que un pasatiempo aquello era casi un martirio. Con un sosiego completamente desconocido en Julián, me embutía o me privaba de su polla en cuestión de segundos. Imagino que para él sería también tortuoso, era como hacerte una paja a intervalos. No sé qué tenía de placentero aquello. Menos mal que sus embestidas comenzaron a ser más veloces, y aunque en un principio seguía sacando su polla entera, hubo un momento en el que ya todo resultaba de lo más normal.

Julián me follaba de la manera que le caracterizaba, no con violencia, pero sí con cierta brusquedad y viveza. Su mete y saca era de lo más decidido y constante haciendo que el placer que me estaba proporcionando me abstrajera, pues imaginaba que continuaría así hasta correrse. Pero no, sin sacar su verga de mi culo, se tumbó otra vez sobre mí, y siguió follándome mientras me besaba de nuevo el cuello. Su aliento ahora se entrecortaba mucho más por sus jadeos, rotundos como siempre, y que hacían eco con los míos, mucho menos resonantes. Pensé en girar la cabeza para que pudiéramos besarnos, pero opté por no hacerlo. Todo aquello parecía ser suficiente, pues ya tenía a Julián follándome, besándome y además reconfortándome por tener todo su cuerpo sobre el mío, sintiendo su velluda figura y sus carnes prietas mezclando sudores con las mías.

Pero cuando llegó a morderme el lóbulo de la oreja sí que torcí mi cabeza para que accediera mejor a él, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando el carnicero buscó mi boca. Entonces tuve que besarle y mi lengua rozó con la suya, ¡por fin! Debido a la exaltación de aquel instante Julián había sucumbido y accedido a que nuestras bocas intercambiaran fluidos y el hecho de que me mordiera mi propia lengua o que hasta hiciera yo lo mismo con la suya fue increíble. Tanto, que me olvidé por un momento de que aún tenía su polla entrando y saliendo de mí con unas embestidas que justo entonces habían acelerado el ritmo, era el punto álgido, el previo a que eyaculara y acabara con todo, y esa vez yo no quería a pesar de que no podía hacer nada con mi propia polla aprisionada bajo dos cuerpos.

Fue inevitable que Julián se corriera, lo mismo que no lo hiciera otra vez sobre mi espalda, la que había tenido un buen rato a su disposición y la que ahora notaba un espeso y caliente líquido que de buena gana me hubiera tragado. Aunque estaba aún sentado sobre mí tratando de recuperarse, intenté darme la vuelta.

-¿No te quedarás a medias otra vez? –preguntó mientras se apartaba.

-Da igual –le dije.

-Pero mírate, si estás empalmado –advirtió-. Quedarse así es malo. Déjame que te ayude –insistía.

-Da igual, de verdad –rechacé.

Pero fue inútil. Yo seguía tumbado, aunque esta vez boca arriba y el carnicero empeñado en que me corriera. El caso es que no tardaría en hacerlo después de aquel apogeo de placer, así que para que me dejara tranquilo comencé a pajearme sin poder evitar sentir cierta vergüenza a pesar de todo, y por ello miré hacia otro lado. Por eso me pilló de sorpresa su mano acariciando mis huevos, y cuando giré la cabeza y volví a fijarme en él vi su mirada lasciva y su sonrisa. Me los masajeaba con sus grandes manos mientras yo seguía machacándomela. Si acaso pensé que me la iba a mamar o algo estaba completamente equivocado. Porque no, Julián no lo hizo, y su ayuda se limitó a eso, a toquetearme las pelotas o bajar un dedo a mi dilatadísimo culo. Me corrí sin más de la manera más pudorosa posible. Desde luego hubiese preferido que al menos me besara, pero para ser quien era, el gesto ya decía mucho.

Fumamos otro cigarro y esta vez sí se marchó. Obviamente no hubo beso de despedida. De hecho, fue un poco rara porque en ese mismo momento que él me decía “bueno, madrileño” desde el umbral de la puerta, mi teléfono sonó y se apresuró a dejarme solo para que atendiera la llamada. Era Felipe, pero no se lo cogí. Él no insistió más, e incomprensiblemente aquel fue nuestro último contacto.

Con Julián hubo muchos más a lo largo de ese año, pero es verdad que hasta que me marché en junio volvimos a la rutina de un solo polvo cada domingo, en vez de dos como aquel día. Tampoco hubo muchas más conversaciones profundas ni confesiones ni nada. Creo que en el fondo no éramos ni amigos. Entendí que Felipe pudiera pillarse por él, pues la forma de ser del carnicero, aunque brusco y tosco, tenía “algo” que enganchaba. A mí no me llegó a calar muy hondo, pero disfrutaba del sexo con él, no lo voy a negar, pero me mantuve frío, comportándome como hasta entonces para no romper nuestro pacto. De hecho, el último domingo que nos vimos, antes de que me marchara de ese pueblo, nuestra despedida fue con un apretón de manos lo suficientemente revelador.

A Juan también le vi más veces, y aunque salió del armario, cuando iba a comer a su casa no se hacía mención al tema. Sin embargo, yo me convencía de que el ambiente estaba un poco enrarecido y declinaba las invitaciones de la madre con la excusa de irme a mi pueblo. Porque cuando llegó el buen tiempo la playa me resultaba muy atrayente, al menos como excusa, pues desde que Julián me advirtió un domingo de mayo que su amigo iba a ir a verle ese fin de semana rompiendo con nuestra cita dominguera, me resultó difícil volver a mantenerla. Puede que por celos, pero desde entonces me fui a la playa todos los fines de semana, consciente de que si me quedaba allí no tenía ninguna excusa. Como dije antes sí que hubo un último día, y fue ya a finales de junio donde, por supuesto, no salió el tema de su amigo, si bien supongo que Julián se lo había imaginado y al final, y por mucho que yo no quisiese, me había descubierto de alguna manera. A su lado yo era de lo más pueril, inseguro y sugestionable. Pero conscientes de que iba a ser nuestro último día juntos no merecía la pena decir nada, y el sexo de aquella jornada fue como el resto, tal como lo habíamos acordado.