El profesor (8)

Juan va a la torre del señor Gutiérrez para ofrecerle lo que ganó en la subasta: un culo virgen a reventar.

Hubo una subasta y yo estaba allí. Pero no estaba pujando, no. En realidad yo era el objeto que se estaba subastando. Y me gustó y me exhibí como una vulgar puta callejera. Ahora el señor Gutiérrez, que había ganado "el lote" (es decir, el derecho de follarme el culo), se acababa de marchar. Delante del edificio nos encontrábamos yo y Jessi, por fin solos. Ella estaba muy contenta. Andamos un poco para buscar un taxi. Yo seguía vestida con mi camiseta, la faldita, las medias y las botas de tacón, muy femenina y muy sexy. Estaba muy mona y lo sabía, por eso estaba tan feliz. Habían pujado una barbaridad por mí; estaba orgullosa de mí. Jessi también lo estaba. Ahora yo cubría mi cuerpo, tan ligero de ropa, con una gabardina que me llegaba hasta las rodillas, y llevaba una maleta con mi ropa. En la esquina ya encontramos un taxi y lo paramos. Jessi se subió y me pidió mi maleta; dijo que ya la llevaría ella. Yo en principio no entendía. "Pero…" "Pero, ¿qué? ¿Qué coño quieres puta de mierda? Este taxi es para mí. ¡Tú espabílate!". Y cerró la puerta y el taxi se fue, y me dejó ahí tirada. ¡Maldita sea, qué putada! El problema no era el taxi en sí, tarde o temprano encontraría otro. Pero yo estaba sin dinero, sin un céntimo; ella tenía mi tarjeta de crédito, mi dinero.

O sea que sería imposible coger un taxi: debería ir hasta mi casa. Esto significaba caminar más de media hora. Y era la primera vez que íba por la calle con estas botas de tacón tan alto. Sí que estaba muy entrenado, a ir con botas en casa, pero eso era diferente. Ahora sí que practicaría; ¡una buena caminata con tacón altísimo! Además hacía frío, y la gabardina no era suficiente para evitar que notara todo el frío, me sentía casi desnudo en medio de la calle. Tenía frío, me sentía abandonada, estaba cansada. En mi caminar, una lágrima empezó a bajar por mi mejilla, corriendo toda la pintura, y noté como el frío cortante caía sobre mi mejilla. Me pasé la mano por la mejilla, sin darme cuenta que me corría toda la pintura, dándome una imagen bastante lamentable.

Llevaba veinte minutos andando, y me dolían mucho los pies. Encontré un banco y me senté. Me quité una bota, la que más me dolía el pie, y me lo acaricié con las manos, dándome un masaje. Después hice lo mismo con el otro pie, el primero de nuevo en la bota. Finalmente, unos minutos después, decidí seguir mi camino. Estaba muerta y deseaba llegar a casa cuanto antes. Seguí pues, y al cabo de unos diez minutos ya estaba por mi barrio. Un poco antes de mi casa me crucé con las brigadas de limpieza del ayuntamiento, que estaban regando las calles. Enseguida se fijaron en mí y me silbaron. "¡Guapa!" "¡Tía buena!". Yo me puse tontorrona otra vez. De nuevo volví a sentirme mejor; deseada, contenta. Tenía que subir por una calle paralela, pero decidí subir por aquella calle donde estaban ellos. Subí mirándolos fijamente, y ellos también me miraban a mí descaradamente; habían dejado su trabajo por un momento, se me comían con los ojos. Yo reía, coqueta, a sus comentarios. Pasé por su lado; ellos me miraban descaradamente y me decían toda clase de guarradas, sin cortarse un pelo, allí delante de mi cara. Entonces, cuando iba a abrir la boca, me di cuenta de que era la primera vez que hablaría en mi rol femenino, fuera de mi Ama o su entorno. Intenté poner voz de falsete, de niñita tonta: "¡Hola chicos!". Ellos siguieron diciendo guarradas, me llamaron de bonita a viciosa pasando por todo lo que un tío salido puede llegar a decir a una tía buena.

Cuando hube pasado, me giré y ellos seguían mirándome, así que simplemente les guiñé el ojo, con lo cual se pusieron todavía más calientes. Pero yo seguía ya mi camino y ellos ya volvieron a sus cosas, comentando: "¡menuda guarra está echa esa!". Yo ya llegaba a casa, y, cuando por fin estuve delante de mi portal me percaté de una cosa que no tenía prevista: no llevaba llaves de mi casa. ¿Dónde estaría Jessi con mi maleta y mis llaves? Llamé por el interfono para ver si estaba ahí, pero no, seguramente estaría en su casa. Miré a las ventanas (vivo en el primero) pero nada parecía diferente de cómo lo había dejado, ni se veía luz. No había nadie. Me senté en el suelo, enfrente del portal de mi bloque. Me acurruqué tapándome lo mejor que pude con la gabardina. Hacía mucho frío. No sé qué esperaba yo allí; nadie abriría, sino fuera por la mañana. Ahora eran ya las cuatro menos cuarto. Hacía mucho frío; muchísimo. Al cabo de unos minutos me estaba empezando a congelar de frío, me petaban los dientes, notaba la humedad como se metía dentro de mí. Me levanté y decidí caminar, por lo menos así no cogería tanto frío. Estuve caminando un ratito, y acabé dando otra vez con los de la brigada de la limpieza, que estaban regando aquella calle. Justo entonces un señal luminoso rojo, con el nombre de un local, llamó mi atención. Evidentemente, aquello era un "bar de copas" con "chicas"; decidí entrar. Supongo que no habrá ningún problema si entro, pensé. Por lo menos allí no moriría de frío. Al cruzar la calle, para entrar al local, los de la brigada me vieron, y volvieron a llamarme y a decirme cositas, que me pusieron tan caliente como yo a ellos. Yo les saludé con la manita, y entré en el local, dejando afuera a los chicos con sus comentarios. "¡Ya decía yo que era una puta!", fue lo último que escuche cuando entré en el local.

El local estaba bastante vacío, había unas pocas señoritas atendiendo, muy ligeras de ropas, más o menos sexys, y algunos clientes, la mayoría extranjeros. Me senté en un taburete en la barra, y entonces recordé que no tenía ni un duro.

Hola cariño, ¿qué te pongo?

Yo balbuceé algo que ella no pudo oír, y luego le dije que no llevaba nada de dinero. Ella pareció contrariada, y yo añadí que me había quedado fuera de casa, sin llaves. Debí darle pena, puesto que me sirvió una copa a cuenta suya. Me la tomé en la barra, lentamente, con la chica al otro lado de la barra, mirando, intentando darme conversación. Se me acercó y me susurró, mirando a su alrededor, intentando que no la escucharan: "Tú eres un tío, ¿verdad?". Ante la evidencia de que se había dado cuenta, yo solo pude asentir con la cabeza. Ella pareció disgustada. El alcohol me estaba reanimando. "Que nadie se entere o la liamos…". Asentí de nuevo.

Decidí dejar mi gabardina en el perchero, así que de nuevo estaba ligerita de ropa, como las chicas que trabajaban allí. Sentada en el taburete de la barra, con mi copa, parecía una puta esperando cliente. Se me veían totalmente los muslos, y las piernas, hasta las botas. Miré mis botas; me encantaban, me excitaba verlas, llevarlas, lamerlas. A veces en casa me ponía unas de mis botas y las otras las dejaba en el suelo, una al lado de otra, y yo me ponía a cuatro patas y me ponía a lamerlas. Mmm… era fantástico. Ahora se acercaba un tipo, que se sentó a mi lado, de cara a mí, mirando descaradamente todo mi cuerpo.

Hola guapa, ¿cómo estás?

He tenido días mejores -respondí secamente. Él se río.

Quizás yo podría ayudarte a mejorar el día?...

Lo dudo.

Jajaja… es muy divertida, señorita. ¿Puedo invitarla a una copa?

Bueno, eso sí que sería todo un detalle.

Me sirvieron una copa. Él invitó. Enseguida me dio conversación, pero yo apenas le hacía caso. Intentaba hablar lo menos posible, pues me daba mucho miedo que por la voz descubrieran que era un tío. Él me contó que estaba en Barcelona para una convención, y que se había escapado un rato para echar unas canas al aire. Yo le sonreía. Me decía que estaba buscando pasar un buen rato con una chica guapa, como yo. Y yo sonreía, sin más. Y estas sonrisas le parecían afirmaciones, entendiendo que estaba dispuesta a ir con él. Así que, siguiendo con su supuesta e innecesaria intentona de ligue, me puso la mano sobre mi pierna, en mi rodilla. Siguió hablando como si nada, y yo le dejaba hacer. La mano empezó a subir, y empezó a sobarme el muslo. Me estaba poniendo a mil, excitada; pero puse mi mano sobre la suya, acariciándola, antes de que a él se le ocurriera meterme mano en mi entrepierna. Le cogí la mano y la llevé a mis labios, acariciándolos con la punta de sus dedos. Entonces, cogiendo su dedo pulgar, lo metí en mi boca, chupándolo bien con cara de viciosa. El tío se excitó, ¡y mucho!

Entonces la chica de la barra me llamó la atención. Dejé al tipo ese en la barra y la seguí a una pequeña estancia contigua. Entramos, y ella cerró la puerta detrás de mí; sin decir nada, me propinó una buena bofetada.

¿Qué coño haces, nenaza? ¡Debería haberte echado! Pero no… ¡y encima intentas joderte mis clientes!

Entonces me dio un rodillazo en mis partes, dejándome en el suelo tirada. Entonces entró otra de las chicas del local. "¿Qué pasa aquí?". Era la dueña del negocio. La otra chica no dijo nada. "Charo, hay un cliente en la barra." Y la chica salió. Entonces, la dueña me pidió explicaciones. Ella estaba muy molesta conmigo, sobretodo al ver que era un tío, pero finalmente llegamos a un acuerdo y pude evitar que me echara a la calle. Me ató las manos a la espalda, y los pies juntos atados por los tobillos. Estirado en el suelo, ella se sentó de cuclillas sobre mi cara; pude ver que no llevaba ropa interior, y enseguida su culo se posó sobre mi cara. Restregó su culo en toda mi cara, y luego se acomodó, noté como todo el peso de su cuerpo caía sobre mi rostro. Mi boca y mi nariz quedaron enterradas bajo su culo, impidiéndome respirar. Enseguida comenzé a mover todo mi cuerpo, convulsamente, pataleando, ¡me ahogaba! Justo cuando ya casi me ahogaba, ella levantó un poco el culo, dejándome respirar, y yo recuperé aire rápidamente antes que ella se sentara de nuevo. "Lame, perrito. Cómeme el culito…". Y yo empecé a lamerle el culo, a ver si así por lo menos me permitía respirar. Ella se estaba excitando, dejaba que le lamiera el culo y se levantaba de vez en cuando para que pudiera respirar. Al cabo de un rato se giró, y se sentó con su coñito sobre mi boca, para que le comiera el coño. Estuvimos jugando un buen rato, hasta que ella estuvo satisfecha. Entonces se fue dejándome allí, estirado y amordazado. Cuando salí de aquél local tenía el cuerpo entumecido; había salido el sol, ya era mediodía, y me dirigí a mi casa. Quería comer algo y descansar, nada más que esto. ¿Habría alguien en casa? Seguía sin llaves y sin dinero.

Pude ver, al llegar a mi calle, como había luz en mi casa. Llamé a la puerta de mi casa, para que quien fuera que estuviera me abriera. Contestó Jessi. "¡Hola, nena! ¿Dónde has estado?" No me dejó ni responder; añadió: "Falta pan". Y ahí me dejó, en el interfono. Yo no tenía dinero. Llamé de nuevo.

¿Qué coño quieres ahora?

No tengo dinero.

¿Y…?

Pues… nada, nada

Dijera lo que dijera no me hubiera echo caso; tendría que apañarme yo mismo para conseguir pan. Antes de desaparecer añadió: "Si antes de un minuto no estás llamando de nuevo con el pan en tus manos, te quedas fuera, y no se te ocurra volver a llamar". Yo estaba muy cansada, apenas me aguantaba, y la tarde sería dura: ¡me iban a follar el culo! La panadería estaba en la esquina, muy cerca de mi piso. Intenté correr hacia allá, y enseguida me di cuenta que con las botas de tacón de aguja no es fácil; me caí. Pero me levanté de nuevo y seguí hasta la panadería, donde cogí una barra de pan y salí sin pagar. Justo al minuto llegaba a casa.

Jessi y Marcos tenían la comida a punto para comer; a mí me pusieron a cuatro patas a comer del plato del perro. No comí nada, pero al final me quedé hambriento, claro, y acabé comiendo un poquito. Entonces Jessi me puso otro plato entero de comida de perro, y me dijo que no me movería de allí en la vida si antes no me comía aquello. Al final, el hambre y el hecho de saber que tarde o temprano tendría que hacerlo, hizo que me comiera todo el plato, con más o menos asco pero vorazmente.

A primera hora de la tarde salí –sin dinero ni llaves, de nuevo-, y me acerqué al ferrocarril. El señor Gutiérrez vive en la parte alta de la ciudad. Me colé en el ferrocarril y bajé en la última parada, a unos diez minutos andando de la casa de Gutiérrez. Cuando llegué a la dirección indicada me encontré ante una torre inmensa, con un gran jardín. Eran justo las seis, y llamé a la puerta. Me abrieron y entré a la finca, hasta la puerta de la torre, donde me esperaba un criado. Le seguí a un amplio sótano y allí me encontré con una especie de plató de rodaje. Había cuatro cameras con sus respectivos operadores, y un gran sillón en un lado, donde estaba sentado el señor Gutiérrez, tomando un coñac y fumando un habano. Me acerqué a él y me indicó con la mano que me arrodillara a sus pies. Me acercó uno de sus pies, y yo se lo besé; y después, el otro. Él me miró sonriendo. "Quiero que gimas como una puta. Que gimas de placer, aunque no estés gozando, aunque te duela… no pares de gemir de placer. Y ahora ponte allí."

Me coloqué en medio de la sala, donde el señor Gutiérrez me ordenó, con mis piernas separadas y mi cuerpo desde la cintura apoyado en una mesa. Justo delante de mí tenía una camera, y a mi espalda quedaba el sillón del señor Gutiérrez. Yo ya solamente debía esperar a que me viniera a follar el culo. Se apagaron las luces, y se encendieron unos focos; las cameras empezaron a grabar. Yo estaba temblando, nerviosa. Entonces sentí unos pasos que se acercaban a mí, y noté unas manos firmes agarrándose a mis caderas. Y de repente, sin avisar, de un golpe una enorme verga me penetró el culo. Solté un gran grito de dolor, y me salieron las lágrimas, pero enseguida disimulé el dolor gimiendo, como si estuviera gozando. Y no era el caso… ¡me habían reventado el culo de forma brutal! Y aquella verga inmensa empezó un mete-saca brutal en mi culo, una follada increíble, agresiva. Finalmente noté una enorme corrida en mi culo, un montón de leche calentita dentro de mí, y por mis muslos bajaban semen y sangre. Me dolía el culo un montón y me salía sangre; notaba una sensación rara dentro de mi ano, con una mezcla de sangre y leche. Luego, aquellas manos firmes me dieron la vuelta, y me encontré con una sorpresa. No eran las manos del señor Gutiérrez ni era él quien me había follado, sino un negrazo escultural, musculazo y muy bien dotado. ¡Por eso esa follada! Ya decía yo que Gutiérrez no podía tener tal fuerza y tan buena presencia física… . Entonces las manos del negro se pusieron en mis hombros y apretó abajo, para que me pusiera de rodillas. Arrodillado ante él, el negro me cogió del pelo y con la otra mano cogió su verga, y la agitó abofeteándome con ella la cara, manchándome además con un poco de semen. Luego, con una mano en mi nuca, me metió toda la verga en la boca, y empezo a follarme la boca, marcando el ritmo de mi mamada. ¡Menuda verga rica! Al final se corrió en mi boca. Era mi primera mamada a una verga de verdad, y la primera vez que probaba el semen en mi garganta. Me tragué el semen, con bastante asco, pero al mismo tiempo un morbo impresionante. ¡En menuda zorra me había convertido! Mmm

Finalmente, el negro se apartó y yo me iba a levantar, pero el señor Gutiérrez, que seguía en el sillón, me dijo que me acercara a cuatro patas y le besara de nuevo los pies. Finalmente me dijo:

Venga zorra viciosa, levántate. ¡Y largo de mi casa!

Yo salí del sótano guiado por el criado, y finalmente salí de la finca. Con mis medias manchadas de semen y sangre, y restos de semen en mis labios, caminé calle abajo patéticamente, con las piernas bien separadas, con el culo reventado. Al llegar a la estación, me encontré con un guardia de seguridad, de forma que tuve que continuar andando para casa. Hora y media de andar patoso, con el culo reventado y restos de sangre y semen, y la gente mirando. Y me sentí más zorra y más puta que nunca. Y entre lágrimas, por el dolor y la humillación, una sensación morbosa de placer.