El profesor (7)

El culito virgen del profesor es subastado.

Eran las ocho de la tarde y habíamos quedado con Jessi en Plaza Cataluña, en el centro de la ciudad. Yo esperaba ansioso su llegada, y especialmente la del hombre que vendría con ella. El hombre en cuestión no sé qué relación tenía con Jessi, pero se había prestado a dejarnos su piso para la subasta. Jessi me había ordenado que la esperara justo en medio de la plaza. Es un lugar incómodo y raro para quedar, pero ella lo decidió así y yo no me opuse. A los cinco minutos yo ya me estaba poniendo nervioso; a los diez minutos, más. Definitivamente, era un mal sitio, ahí en medio de nada, con todo el mundo mirando. Supongo que no entendían qué hacía yo ahí en medio parado, cargado con una maleta. A lo mejor incluso temieran que fuera un terrorista. Pasaron unos minutos y se acercó un policía:

¿Qué haces aquí?

¿Yo? Nada, estoy esperando a una amiga.

A ver, abra su maleta.

No me gustó tener que hacerlo, pero estaba claro que no había posibilidad de evitarlo. Así que abrí mi maleta, ocultando un poco con mi cuerpo el contenido. El policia dio un vistazo a la maleta. Una peluca, unas botas, unas medias, un tanga, una minifalda… bueno, nada peligroso, no pasaba nada. "Un pervertido afeminado, mariposón", debió de pensar. En fin, el caso es que se fue. Seguí esperando; unos minutos más tarde ya estaba de los nervios, así que decidí llamar a Jessi. "Sí, cariño, ahora llegamos. Espera." Y esperé; y esperé; y empezó a llover. Llovía con poca intensidad, pero no paraba; llovía y llovía, y empezó a tronar y a llover más fuerte. Yo empecé a correr para resguardarme en algún bar. Mientras, sonó mi móvil. Era Jessi. "¡Oye, zorra, como des un paso más te corto las pelotas! Hemos quedado en el centro de la plaza ¿no? Pues allí me esperas!". Yo volví al centro de la plaza, en plena tormenta, y aguanté allí sin paraguas, tapándome un poco con la maleta. Ahora por lo menos sabía que ella no venía tarde sino que estaba por allí, viéndome y echándose unas risas a mi costa. A las nueve y cuarto me llamó: "Te estamos esperando delante del Hard Rock Café, anda, ven". Justo acababa de parar de llover.

Cuando me acerqué al Hard Rock Café me encontré a Jessi con un hombre de unos cincuenta años, bajito, calvo, gordito. Nos presentó: "Antonio, esta es la putita; zorra, este señor nos presta su casa para que te subastemos". Antonio no dijo nada, me miró como si fuera una silla o algo así, como valorándome. Yo sí hablé: "Encantado. Muchas gracias señor Antonio". No nos entretuvimos; la subasta era a las diez, y además podía empezar a llover de nuevo en cualquier momento. Subimos andando por el Ensanche hasta la finca donde vivía el señor Antonio, unos diez minutos a paso lijero. La finca era muy bonita, modernista, y era la típica finca de pisos del Ensanche barcelonés, con techos altos y largos pasillos cruzando todo el piso, enorme. El piso donde entramos estaba vacío. Antonio vivía en el piso de enfrente, y este era también de su propiedad, como tantos otros de la ciudad; se dedicaba a la compra-venta de inmuebles, y se podía permitir el lujo de tener pisos como este cerrados y sin inquilinos. Pasamos hasta el fondo, donde había lo que sería el salón comedor. Parecía muy espacioso, supongo que porque no había absolutamente nada; bueno, sí, sí que había… una barra metálica delgada en un extremo, del suelo al techo. Parecía una de estas que utilizan en los clubs para bailar las chicas; bien, esta sería para mí esta noche. Interesante, siempre me ha gustado ver como se juega con esta barra, y ya estaba pensando en recursos que podía utilizar. En otra habitación Antonio había dejado un montón de sillas, y ahora tenían que ponerlas todas en el salón, que es donde se haría la subasta. Yo con todo ya estaba muy caliente, y mientras ponía las sillas me imaginaba aquello lleno de gente pujando para follarme. Me excitaba y a la vez me daba miedo y vergüenza. Vergüenza de ser subastado, de ser tratado así, como en los tiempos de los esclavos. Miedo a que de entre aquella gente podía haber algún loco desequilibrado o algo, a saber cuanta gente vendría y qué tipo de gente sería.

Entre los tres en un momento habíamos puesto todas las sillas, treinta o más. Miré el reloj: faltaban diecisiete minutos para las diez. Tenía que arreglarme deprisa. Fuimos a la habitación de al lado, donde había dejado mi maleta. Jessi y Antonio me siguieron; en un lado de la habitación, plantados delante de mí, me ordenaron desnudarme deprisa. Lo hice, dejando toda mi ropa en el suelo y mostrando una potente erección. "Ponte de rodillas y pajéate, venga", dijo Antonio, con una autoridad que me sorprendió. Pero lo hice sin rechistar; enseguida me estaba pajeando ante la mirada atenta de los dos. Me corrí enseguida. En realidad siempre me corro enseguida. Además ahora estaba muy caliente. Antonio me dijo que le siguiera y fuimos al baño, donde sí había toda la instalación y una ducha en perfecto estado. "Venga, date una ducha rápida y arréglate. Te esperamos en el salón". Me di una ducha con agua fría, eliminando todo rastro de mi corrida y mi erección. Ahora tenía mi polla bien pequeñita y arrugadita, que de eso se trata, que no se note. Salí del baño y caminé, todo desnudo como iba, hasta el otro cuarto, donde había mi bolsa. Eran ya las diez. Tocaron al timbre. Me puse muy nervioso; todavía no estaba lista. Antonio apareció y me dio prisas, y me cerró la puerta; "esta puerta cerrada hasta que yo venga. Y ponte bien guapa, y un poco de prisa, coño, que ya empieza a llegar gente.". La puerta se cerró y me quedé a oscuras. Palpé en la pared cerca de la puerta hasta encontrar el interruptor. Había solo una bombilla colgando del techo. Empecé a mirar en mi bolsa. Cogí un tanga rojo, y un sujetador rojo a juego. Me puse el tanga, y después el sujetador, con unas buenas copas, que hacía que mi cuerpo marcara un buen par de pechos. Con los nervios me costó un poco ponerme el sujetador. Afuera alguien pasaba hacia el salón; era una voz masculina. Me hice con las medias de rejilla, y me las puse, lentamente, intentando que no se estropearan. El timbre, entretanto, había vuelto a tocar y pasó más gente, y a estos los seguía aún más gente. Podía oír gente que iba entrando, voces de ambos sexos y distintas edades; ya no tocaban al timbre, seguramente la puerta estaba abierta para que fueran pasando. Me estaba calentando, y tenía que controlarme, pues mi polla debía estar invisible. Me puse una minifalda roja con volantes, muy cómoda y suficientemente sexy. Para la parte superior de mi cuerpo, una camiseta arrapada, marcando estos grandes pechos que ya me gustaría a mí tener realmente. La camiseta, sin mangas y dejando mi ombligo al descubierto, era rosa y blanca y tenía inscrito un enorme 69. Entonces me puse la peluca de melena rubia; ¿o quizás era mejor la de dos trenzas rubias? Justo cuando estaba en este dilema se abrió un poco la puerta y apareció Antonio con un gran espejo. "Creo que te irá bien", dijo. Genial; mucho mejor así, sobretodo para pintarme. Lo apoyó en la pared, delante de mí. Me probé las dos pelucas. Al final me decidí por las trenitas; todo el look era bastante "lolita", las colitas con trenzas daban el pego. Antonio asintió. Se quedó conmigo, mientras Jessi hacia de anfitrión. "¿Hay mucha gente?", pregunté. "No está mal". Me pinté los labios con un lápiz de rojo intenso, luego me puse colorete en las mejillas, me hice la raya de los ojos, finalmente me decidía hacer las sombras de mis ojos, también el volumen de las pestañas. Con todo, mi aspecto cambió bastante; ahora era ya toda una princesita. De repente recordé el collar; el collar de perrita, que me delataba como propiedad de Jessi. Me lo ajusté al cuello, y me puse por fin las botas blancas, de putón verbenero, altas, con un tacón tan alto como afilado, de aguja, muy sexys. Yo solo de verlas ya me excitaba. Ahora mismo me pasaba, me estaba empalmando. Entonces Antonio se me acercó y me dio un rodillazo en todas mis partes. Buena receta: se me pasó la empalmada. Luego Antonio se acercó a una esquina de la habitación y acercó algo que había allí; yo apenas si me había fijado en eso. Eran unas ruedas pequeñitas, con una plataforma encima, como un carrito, y tenía encima una gran caja de madera, abierta por la parte superior. En realidad, cuando me enteré de su función, no me pareció tan grande; al contrario. Antonio me dijo que me metiera dentro de la caja, de rodillas. Me metí; estaba estrecha. Antonio me cogió de la cabeza, y me apretó adelante y hacia abajo, haciendo que tuviera que agachar la cabeza para poder cerrar la caja. Entonces noté como Antonio me sacaba al pasillo.

Antonio hizo una señal a Jessi que estaba ante el auditorio. Ya había mucha gente, quizás ya no llegaría nadie más, y la puta (yo) estaba a punto. Jessi dijo: "Señoras y señores, nuestra putita está a punto, así que es hora de recibir la entrada de nuestro lote." Algunos aplaudieron, algún comentario, silbido, y Antonio entró con una caja envuelta con una gran cinta roja, con un gran lazo. Todos se rieron y aplaudieron. La sala estaba llena de gente, todas las sillas estaban ocupadas y detrás de la última fila y en uno de los laterales había algunas personas de pie. Antonio tiró del lazo y dijo las palabras mágicas: "Señoras y señoras, el culito más deseado de la noche!". Y yo empujé la tapa de arriba y levanté la cabeza, quedando a la vista del público, que estaba ardiente; de fondo habían puesto música disco, bailable. Estaba arrodillada, di una mano a Antonio, y me puse de pie; y todavía cogida de la mano por Antonio, saqué una pierna de la caja, lentamente, estirando la pierna al aire, mostrándola bien, doblegándola luego y poniendo finalmente el pie en el suelo. Luego, la siguiente pierna, también lentamente, estirándola hasta la vertical, cogiéndola con mi mano por encima de la cabeza, dejándola finalmente en el suelo. Todo el mundo parecía satisfecho, y yo también lo estaba. Lo bonito de ser una zorra es eso, el poder de seducción. Jessi decidió abrir la subasta, mientras yo me acercaba a la barra y me dedicaba a contornear mi cuerpo, a exhibirme, a juguetear. "Señoras y señoras, contemplen ese hermoso ejemplar"; ahora les di la espalda, con las piernas separadas, y manteniendo las piernas en esta posición tiré mi cuerpo adelante, hacia el suelo, dejando todo mi culito de cara a la gente… "miren, señoras y señoras este bonito culito respingón, virgen y hambriento…"… ahora yo me giré de cara a ellos y puse cara de niña mala, y me pasé un dedo por los labios, para reseguir luego todo mi cuerpo. "El precio de salida, señoras y señores, es de treinta euros". Enseguida empezó la puja, sin problemas, muy animada, ascendiendo rápido. Todos querían tomar parte, todos querían ese culo de zorra, MI culo de zorra. Estaba muy contenta, nunca antes me había sentido tan bien. ¡Estaban pujando por mí! Mi ego se sentía más vivo que nunca, me sentía guapa y estaba a mil, muy coqueta. Luego, un rato después, volví a pensar que para ellos era solamente un pedazo de carne, un objeto de placer, una puta, en definitiva. ¿Qué es una puta? Pues eso; un objeto de placer sexual, sin sentido como persona, solo eso, un utensilio. Me pareció ser una chica florero de estas que salen con poca ropa en los concursos de la tele. Mas o menos lo mismo; instrumentos para subir la libido de los espectadores. Eso era yo ahora; un florero, un florero que se subastaba y se dejaba follar el culo por cualquiera de ellos, para el mejor postor, fuera quién fuera. ¡En menuda puta me había convertido! Pero no podía evitarlo, me encantaba verlos ahí babeando, con ganas de follarme, viendo mi poder de seducción, moviendo mi cuerpo, mi culo… . Ahora estaba apoyada a la barra, con un brazo caído al lado de mi cuerpo, acariciando mi muslo; la otra mano estaba jugueteando en mi boca. Me pasé mi dedo corazón por el labio inferior, y lo metí adentro de mi boca, chupándolo bien, saboreándolo, poniendo cara de zorra viciosa, mirando a uno y otro los presentes. Antonio se puso entre ellos, a un lado de la sala, y también pujó.

Entre la gente pudo ver caras conocidas. Estaba Luis, el chico que me depiló y me dio el masaje el otro día; también estaba su compañero, el de recepción; estaba algún amigo de Marcos y Jessi; estaba el hombre de librería-quiosco que hay delante del instituto (a este no me hizo ninguna gracia encontrármelo ahí). Y había otra gente, que no conocía. Yo seguí mirando la gente, sobretodo los que pujaban con más ganas. Ahora una de mis manos se elevaba sobre mi cabeza, enroscada en la barra, mientras la otra entraba jugueteando debajo de la camiseta, subiendo hasta mis pechos, hasta pellizcar uno de mis pezones, luego el otro. Jessi decidió hacer una pausa, y pusieron de nuevo la música alta; música de baile, para que yo bailara allí para ellos. Y, así, al ritmo de la música, como si fuera una gogo, baile para ellos, lo más sexy que supe. Y que conste que se me da bien, y que estoy harto de ver espectáculos de estos y videoclips por internet.

Acabado el baile los aplausos fueron unánimes y el ambiente estaba muy animado. Jessi decidió seguir con la subasta, y las pujas continuaron ascendiendo. De toda la gente que había ya casi nadie pujaba, se estaba llegando a la cumbre, solo unos pocos pujaban ya. El grueso de la gente ya se había plantado. Estaban pujando Antonio; Luis; el recepcionista; el librero; un par de chicas, de treintañeras, que iban juntas; y un señor de cierta edad y apariencia de profesor universitario o de político o algo así, muy distinguido, que aquí parecía estar fuera de lugar. Pero no paraba de pujar, se le veía pues realmente interesado. Las cifras ya eran escandalosas, yo estaba en la gloria, y, mirando por un momento a Jessi, pude apreciar que ella también estaba satisfecha de cómo iban las cosas. Ahora yo me bajé mis manos a los muslos, y los acaricié, por su cara interna, rozando mi "chochito"; mientras, me mordía el labio inferior, morbosa.

El recepcionista dejó de pujar, y poco después, Luis también abandonó. Fue una lástima: me habría encantado que fuera Luis. Por lo menos ya le conocía, y nos entendíamos bien...; en fin, que fuera el que diera más dinero, cosas del oficio. Mm… ¿cosas del oficio…? ¡¿Qué coño estaba pensando?! Yo era profesor

Ahora era el librero el que ya no podía pujar más. Pareció puteado, por lo visto tenía muchas ganas, el muy cerdo. Era un pervertido; siempre estaba en su tienda hojeando las revistas porno, supongo que por eso Jessi le habría comentado lo de la subasta. Ya solo quedaban Antonio, las chicas y el señor distinguido. Seguía la puja. Las chicas parecía que no aguantarían mucho más, cada vez se miraban y se iban comentando; ahora se quedaron un momento paradas, se dijeron cosas la una a la otra, casi una pequeña pelea conyugal (era casi evidente que eran pareja); finalmente se plantaron. Ya solo quedaban Antonio y el señor distinguido, y Jessi decidió hacer una pausa antes de esta última batalla. De nuevo subieron el volumen de la música, y pude bailar para ellos. Ya me parecía como si lo hubiera echo toda la vida, me encantaba. Además esta vez la canción era una de mis favoritas, había visto el videoclip mil veces y sabía la letra de memoria, de forma que pude lucirme en el baile y además cantaba. Era "Suerte", de la bellísima cantante colombiana Shakira (¡todo un modelo a seguir!). Así que bailé, siguiendo un poco los pasos de ella, y canté esa canción, que venía como anillo al dedo: "Sabes que estoy a tus pies

La felicidad tiene tu nombre y tu piel Contigo mi vida quiero vivir la vida y lo que me queda de vida quiero vivir contigo ya sabes mi vida estoy hasta el cuello por ti..."

Canté y bailé poniendo mi alma en ello. Mientras, una de las chicas se acercó a Jessi y estuvieron hablando, parecía que hacían algún tipo de trato. Después de hablar con ella, las chicas se fueron, sin siquiera esperar el final de la puja, y Antonio fue a hablar con Jessi, seguramente para enterarse de que querían las chicas. Yo no me fije mucho, en realidad; estaba metida en mi baile, en mi canción. Cuando esta acabó, siguió la puja por mi culo, ese culo que se movía tan sensual en el baile. Antonio y su oponente siguieron subiendo, peldaño a peldaño, más y más, más y más… hasta que al final se dieron cuenta que los dos tenían todo el dinero del mundo; ellos no tenían problema de dinero como los otros. Estos dos eran grandes potentados, y tenían ahora un capricho y querían llevarlo adelante a cualquier precio. Así pues, siguieron pujando un poco más, para ver cual de los dos era más testarudo. Finalmente, Antonio abandonó. Así pues mi culito virgen sería para aquél señor distinguido… mmmm…. No sé, no sabía cómo debía tomármelo; no era un guarro, ni un energúmeno, pero ya tenía una edad, y, la verdad, no me lo imaginaba enculándome. Pero bueno, parecía que así sería.

Me hicieron arrodillar, y el hombre se acercó a mi, delante de mí. Y yo, de rodillas a sus pies, le empecé a besar los pies. Luego se apartó para hablar con Jessi y Antonio, y me dejaron ahí de rodillas y cabizbajo. Luego, se volvieron los tres a mí. Habló Jessi:

Bueno, putita, ya lo has visto, este señor ha ganado tu culo. Así que él será el encargado de romperte este culo de zorra guarra. Seguro que te estás muriendo de ganas, ¿eh, zorra?

Yo asentí. Todos sonrieron.

Pues lo siento por ti, zorrita, pero hasta mañana no tendrás tu ración de polla… jajaja… Pero bueno, mientras puedes follarte el culito con el vibrador, para empezar a sentir algo ahí… jajaja

Todos se rieron de la ocurrencia, y yo me fui a buscar mi vibrador. Luego volví y me puse a cuatro patas delante de ellos, y empecé a rozarme el culo con el vibrador, a chuparlo con ganas, para lubricarlo, a ensalivarme los dedos y pasarlos por el culo, y por fin… me follé el culo con el vibrador, como una posesa. Me moría de ganas, estaba muy salida. Ellos se reían muchísimo de verme. Hasta que Jessi se acercó y me quitó el vibrador, dejándome a medias, frustrándome muchísimo.

Venga, viciosa, ya vale… jajaja… que luego mañana ya tendrás lo tuyo… jajaja Venga levanta y dale dos besos al señor Gutiérrez.

Me levanté, le di dos besos al tal señor Gutiérrez, y él me dio una tarjeta con su dirección. Allí había escrito: 6 pm. Pues hasta mañana a las 6 pm. El señor Gutiérrez se marchó. Jessi estaba pletórica; en sus manos estaba ya un talón a su nombre con una cantidad enorme. Además, yo la había excitado; había sido una buena puta, mucho mejor de lo que ella nunca habría soñado. Y su felicidad es la mía.