El profesor (4)

Si necesitas apoyo, siempre puedes contar con tu querido profesor ¿no?

(Comenten, compartan, insulten, opinen. Sé que varios me matarán después de este capítulo, pero es lo que hay).

En ese momento actué en piloto automático. Mi mente estaba completamente en blanco y mis pies se movían solos. No sé qué cara llevaba en ese momento, pero cuando pasé corriendo por donde estaban preparando la comida, todos se me quedaron mirando con preocupación. No me detuve a hablarles aunque me gritaban que parara. Corrí sin mirar a nadie y pasé de las preguntas indiscretas. No sabía qué camino tomar, estaba corriendo prácticamente a ciegas. De pronto torcí en el camino que daba hacia la playa y sin pensarlo más lo tomé.

Un grupo de chicos estaba ahí y se giraron a mirarme. Fue ahí donde hice contacto visual con Rocco. Inmediatamente su expresión cambió cuando vio mi rostro en shock. Caminó hacia mí con la preocupación en sus ojos y, una vez estuvo cerca de mí, lo abracé. Las palabras no me salían y sólo quería abrazarlo.

-¿Qué te pasó? –me preguntaba-. ¡Dime algo!

Ni siquiera me preocupé de lo extraño que nos veíamos en ese momento frente a la mirada de los chicos pocos metros más atrás. Retrocedí un paso y saqué el celular de mi bolsillo. Con la mano temblando se lo pasé-

-¿Mi celular? –preguntó-. ¿Qué pasa con él?

-Tu mamá –dije al fin. Fue como si le hubiese aplicado corriente eléctrica en la espalda. Me miró con los ojos sumamente abiertos y la cara aún más pálida-.

  • ¿Qué… Qué pasó con mi mamá? –preguntó con voz quebrada.

-Lo lamento -pude decir-. Tu papá llamo y dijo… dijo…

-¡¿Qué dijo?! –gritó desesperado-. ¡Habla por favor!

-Está muerta –musité de forma casi inaudible. Se quedó congelado por un momento que me pareció eterno. Pude ver cómo la luz de sus ojos se extinguía para siempre.

-Mentira –dijo. Su voz era plana, casi sin rastro de algún sentimiento. Sus ojos no me miraban y estaban perdidos en una imagen que sólo él podía ver-. Es mentira.

-Rocco…

-¡Es mentira! –gritó. Esta vez sus ojos se posaron en mí. Estaban inyectados en sangre y envueltos en lágrimas.

-Rocco, por favor –intenté tranquilizarlo.

-Sólo dime que es mentira –dijo con un hilo de voz. Mi corazón se rompió en mil pedazos al verlo tan vulnerable y roto. Lo abracé y dejé que llorara en mi hombro-. ¿Cómo sucedió?

-Lo lamento mucho –le susurré. Intenté desviarlo de la pregunta pero me la repitió-. Tu padre dijo que fue un accidente. Creo que cayó de la escalera mientras limpiaba el segundo piso.

-¡Fue culpa de él! –gritó descontrolado. Sus ojos reflejaban un odio que me asustaron-. Le dije mil veces que no la obligara a hacer las cosas de la casa-. ¡Sabía que estaba delicada y la mandó igual!

-Rocco, no creo que… -.

-¡Por favor! –rio de forma sarcástica y seca-. ¡Tú sabes cómo es él!

-Está bien, pero no es el momento de pensar en eso –le dije.

-Tengo que ir –dijo mirándome fijamente. Sus ojos lucían trastornados por la mezcla de emociones que estaba sintiendo.

-Lo sé –asentí-. Pero no irás sólo.

Lo tomé del brazo y lo llevé hasta la cabaña. En el camino nos interceptaron todos los demás y me vi ligeramente acosado. Le ordené a Rocco que fuera a la habitación y sacara algunas cosas, y me quedé afuera explicándoles parte de lo sucedido a los demás.

-Vamos todos –dijo uno de los apoderados.

-Creo que no es buena idea –dije. A continuación llegó Rocco con algo más de ropa y mi billetera. Sus ojos aún estaban rojos, al igual que sus mejillas.

-Con Rocco nos iremos ahora –expliqué.

-Pero espérennos a nosotros –dijo una alumna.

-Rocco quiere irse ahora, por favor entiéndanlo. Si los esperamos estaremos toda la noche empacando las cosas –Los demás asintieron-. Mañana, con más calma, si quieren pueden ir a acompañar. Por favor lleven nuestras demás cosas.

-Vámonos –demandó Rocco mientras tiraba de mi brazo. En todo momento miró al suelo sin decir nada. Creo que no quería verse tan vulnerable ante todos.

-Está bien –sin decir más, nos alejamos a toda máquina del lugar.

Tomamos el primer transporte que nos llevara a casa. Una vez sentados en el bus, Rocco se acostó sobre mi pecho y cerró sus ojos. Las lágrimas más tristes del mundo cayeron por su mejilla. Lo envolví con mi brazo izquierdo, y con el derecho acaricié su cabello. Sus mudos sollozos y sus pequeños temblores al respirar, me llenaban de tristeza. Me sentía demasiado impotente por no poder hacer algo para remediar el dolor que estaba sintiendo él en ese momento.

La gente que subía y bajaba del bus nos miraba de forma curiosa, pero no me interesó en ningún momento. Me sentía libre de acariciar y tranquilizar cuanto quisiera a la persona que más quería. Fueron las horas de viaje más largas del mundo. Sentía que hubieran pasado días allí dentro. Cuando por fin llegamos a la terminal de buses, nos bajamos corriendo y tomamos un taxi. Le dije al chofer que se fuera lo más rápido posible, y que tomara las rutas más cortas. En cuestión de minutos llegamos a la casa de Rocco.

La policía aún estaba afuera de la casa y todas las luces del lugar estaban prendidas. Los vecinos estaban pendientes de lo que sucedía y entraban y salían de sus casas cada cierto momento. Cuando atravesábamos el jardín un policía nos detuvo y nos preguntó quiénes éramos.

-Yo vivo aquí –respondió Rocco.

-Yo soy su profesor –dije sin más.

La voz de su padre sonó desde adentro de la casa y Rocco corrió donde él. Ante la atónita vista de todos, comenzó a gritarle y a golpearle. Su voz sonaba distorsionada y ajena a su cuerpo. Escupía cada palabra con un odio casi palpable. Su padre intentaba zafarse de los golpes, pero Rocco estaba completamente transformado y se movía con rabia y destreza. La policía entró y, con gran dificultad, logró separarlos.

-¡Eres un bastardo! –Le gritaba Rocco-. ¡Te vas a pudrir en el infierno por déspota! ¡Te dije que la dejaras en paz! ¡Te dije que no la hicieras levantarse! ¡Te lo dije, ¿o me lo vas a negar?!

-Hijo, yo… -.

-¡No me digas hijo! –Escupió con asco las palabras-. ¡Yo no soy tu hijo! ¡Para mi estás muerto!

-Rocco, es suficiente. Es hora de que te comportes como un hombre –dijo su padre.

-¡Oh, no! Es que yo te mato –dijo, y corrió hacia él. Me moví y lo intercepté. Sus ojos… sus ojos me daban miedo. Su cara no era la cara que estaba acostumbrado a ver.

-Creo que hoy no te quedarás aquí –dije en voz alta, tanto para que él cómo su padre lo oyeran-. Vendrás a mi casa.

-Claro que no. ¿Quién te crees tú para dar órdenes? Rocco se queda aquí. Tenemos cosas que arreglar –su aliento apestaba a licor y lo miré con repugnancia.

-En ningún momento le pregunté algo –le dije-. Era una afirmación lo que estaba diciendo. Supongo que no hay problema con eso ¿verdad? –Miré al policía que estaba junto a mí-. Rocco ya es mayor de edad.

-Supongo que, viendo la situación, es mejor que se quede con usted por esta noche –respondió el policía-. Siempre y cuando el chico quiera. ¿Estás de acuerdo?

-Por supuesto que sí –respondió Rocco con voz firme-. No soportaría pasar la noche cerca de ese repugnante ser.

-Eres un... –comenzó su padre mientras levantaba el puño como quizás cuantas veces lo hizo antes. Me planté frente a Rocco y el golpe azotó en mi hombro. A continuación lo empuje y lo hice retroceder, mientras el policía se colocaba en el medio.

-No te atrevas a ponerle una mano encima frente a mí ¿oíste? –le dije con voz amenazadora, mientras lo apuntaba con el dedo-. Ya no volverás a lastimarlo.

Dicho eso, tomé a Rocco de la nuca y nos alejamos unos metros. Me detuve para consultar algunas cosas, y luego continuamos sin rumbo alguno. Rocco se encontraba sumamente tenso, respirando aún con rabia. Le indiqué que nos sentáramos en una banca que estaba en un rincón del parque por el cual pasábamos.

-¿Estás bien? –le pregunté.

-No creo que lo esté por un buen tiempo –dijo. A continuación comenzó a llorar. Simplemente lo abracé.

-Llora todo lo que quieras –le sugerí. Nada de lo que pudiera decirle lo calmaría, así que sólo quise que se desahogara-. Llora hasta que no quede nada más. Llora hasta que el sueño venga y te lleve a dormir.

-No sé cómo lo haré cuando vuelva a esa casa –dijo luego de unos minutos-. No podré soportarlo.

-Rocco, sabes que puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que quieras, ¿verdad? -.

-Pero….-.

-Todo el tiempo que quieras –repetí-. No te voy a exponer a más maltratos. Hoy, te prometo, que todo cambiará.

Los días posteriores fueron muy engorrosos. En las noches no lográbamos pegar ojo, y en la tarde íbamos de un lugar a otro entre velorio, iglesia, y funeral. No faltaron los que preguntaron la razón por la que un ex alumno vivía con su ex profesor, pero me chupaban un huevo. Apenas todo terminó, comencé a hacer las averiguaciones para entablar una demanda contra su padre. Reuní las pruebas que había recolectado con anterioridad y, aunque no conseguí demasiado (la justicia no siempre ayuda mucho), logré mantenerlo alejado de nosotros. Además, si Rocco decidía entrar a la universidad, su padre tenía el deber de darle manutención. A pesar de que Rocco no quería nada de él, le convencí diciendo que era lo justo. Que de no hacerlo, le estaríamos haciendo un favor a él.

Como estábamos de vacaciones, íbamos más seguido a ver a mi abuela al hospital. Los primeros días fueron difíciles para Rocco, pero mi abuela tenía algo que lo calmaba a un nivel maternal. Antes que nos diéramos cuenta, y luego de meses de hospitalización, mi abuela pudo volver a casa, aunque tenía que ir cada cierto tiempo al hospital. Le dije que se fuera a mi casa para tenerla vigilada de cerca, y aceptó de inmediato.

-¿Y qué vas a estudiar? –le preguntó ella a Rocco mientras comíamos su delicioso pie de limón-. En las noticias vi que ya estaba por terminar el plazo para las matrículas.

-No lo sé –contestó Rocco. Habían sido semanas complicadas para él y no había pensado demasiado en esas cosas.

-Para algo debes ser bueno –dijo mi abuela sonriendo-. Podrías ser modelo, tienes un potencial enorme. Eres un chico bastante guapo.

-Abuela, no lo avergüences –interrumpí. Rocco tenía las mejillas sonrojadas. Sonreí, y luego agregué-: Deberías estudiar algo que tenga que ver con deportes o con actividad física. Algo como Kinesiología, Terapia ocupacional, o ser preparador físico.

-No pensé en esa posibilidad –dijo-. En mi casa sólo se hablaban de carreras como Ingeniería o medicina.

Fue así como terminó inscribiéndose en la universidad en la carrera de Pedagogía en Ed. Física. Me sorprendía bastante que se decidiera por una Pedagogía, ya que era el tipo de chico que odiaba a los profesores.

-Supongo que quise combinar las dos cosas que más me llenan en el mundo –dijo cuando le pregunté-. El deporte, y tú.

-Ser profesor no es fácil –le dije-. Ni los padres aguantan mucho a sus hijos rebeldes, y nosotros tenemos que aguantar a 30 o 40 de ellos.

-Tú no te veías tan complicado con eso, salvo por mí –sonrió.

-Era porque pude ganarme el cariño y el respeto de los chicos –respondí.

-Yo haré eso –dijo-. Quiero ser el profesor amigo y comprensivo. Quiero ser el profesor que ayude a ese niño con problemas en la casa. Un profesor como tú, que me ayudó cuando más lo necesité. Hay muchos niños como yo allá afuera, y que necesitan a alguien que los ayude y todos le dan la espalda. ¿Quién más que un chico que ya pasó por eso puede entenderlos mejor?

-Bajo ese argumento, espero que logres ayudar a muchos niños –le dije con una sonrisa.

Hay profesores que marcan la vida de sus alumnos. Algunos para bien, otros para mal. Pero los marcan. Es ahí la relevancia que tienen en la vida de sus estudiantes, pudiendo inspirarlos a lograr cosas grandes, o a traumarlos de por vida. Yo esperaba que en el caso de Rocco sea lo primero.

El día después de ir a matricularlo, me llevó al parque a entrenar. Decía que necesitaba estar en forma para cuando comenzaran las clases, y me llevaba a mí porque las comidas que preparaba mi abuela (la cual me ignoraba cada vez que le decía que se quedara acostada en vez de cocinar) me estaban haciendo engordar.

-Lo bueno es que tienes un trasero espectacular sin necesidad de entrenar para eso –me decía.

-Es genético, papu –sonreí-. Tu sigue entrenándolo, que cada vez se me hace más apetecible.

Llevábamos más de un mes sin sexo. No sé el motivo ni el porqué, pero ninguno presionaba al otro. Fue un mes intenso en el cual nos conocimos en niveles impensados para cualquiera. Creo que hicimos el amor de la manera más pura que pudiera existir: con el cuerpo vestido y el corazón desnudo. Pero creía que ya era hora de hacer algo más, y ese momento de entrenamiento cada vez me convencía más de eso.

Se había quitado la sudadera porque estaba húmeda y su abdomen trabajado y bronceado relucía con esa sexy capa de sudor. Las ganas de lamer sus perfectos oblicuos y sus hermosos abdominales, no cabían en mi cuerpo. La tela de su pantalón deportivo se adhería sin dejar mucho a la imaginación. Podía ver un bulto cilíndrico entre sus piernas, y distinguía perfectamente la curva de sus duras nalgas. Se recostó en el pasto y pasó sus brazos por detrás de su cabeza. Cerró sus ojos e inspiró profundamente, pudiendo ver cómo su caja torácica se expandía marcando sus costillas y músculos. Me encantaba la forma en que sus bíceps se marcaban en esa posición.

Caminé y me acosté al lado de él para poder recuperarme un poco. Adopté su misma posición y procedí a cerrar los ojos y disfrutar de la fresca sombra de los árboles. De pronto los abrí al escuchar que se movía. Me miró, luego sonrió, y procedió a apoyar su cabeza sobre mi pecho. De forma automática llevé mi mano a su cabello y comencé a darle un tierno masaje consiguiendo un estado zen de relajación. Un grupito de chicas pasó unos metros más allá de nosotros y contemplaron con deseo a Rocco. Él les sonrió de esa forma coqueta que sólo él puede hacer, logrando que las chicas comenzaran a reírse muy fruncidas. A continuación tomó mi mano y la besó con ternura, para luego guiñarme el ojo causando que una ola de adrenalina corriera por mi cuerpo, y también provocando que las chicas quedaran en estado de shock.

-Eres muy cruel –le dije-. Les diste esperanza y se la quebraste en un segundo.

-Pero fue gracioso ¿o no? –preguntó con una sonrisa chula.

-Bueno, sí –reí-. Pero no está bien.

-Pero fue gracioso –dijo zanjando el tema.

Luego se paró y sacudió su pantalón de restos de pasto seco y pétalos de flores. Me levanté y, de forma muy sensual, limpié sus hombros y su espalda. Se giró y me miró de manera muy intensa. Al instante supe lo que eso significaba. Lo besé de forma lenta y me separé mordiendo su labio. Intercambiamos una mirada de complicidad y tomamos nuestras cosas para ir rápidamente a la casa. Durante todo el camino continuamos con esa mirada de deseo y esa sonrisa provocadora. Mis ojos no podían despegarse de los suyos y eso me estaba provocando una insipiente erección.

Cuando pasé por la puerta, Rocco me dio una nalgada que retumbó en el living. Lo miré y me lancé sobre él, tirándolo sobre el sofá. Rápidamente lo dejé mirando hacia abajo y le bajé el pantalón junto con el calzoncillo. Sus duras nalgas quedaron al descubierto y me mordí los labios. Amé el hoyuelo que se le formaba en el costado de sus nalgas, en la espera por lo que iba a suceder. Acto seguido, dejé caer mi mano en esa montaña de carne lanzando un delicioso y satisfactorio ruido de azote. Gruñó causando que mi erección terminara de formarse. Automáticamente quedó una marca roja que resaltaba en su piel suave y blanca como la porcelana.

-¿Haremos esto aquí y ahora? –preguntó mientras se mordía los labios, aún sobre mis rodillas con sus nalgas expuestas-. Puede venir la abuela. Sólo iba a estar en la casa de al lado con la vecina.

-Tienes razón –dije-. Vamos a la habitación.

Lo tomé del brazo y nos fuimos a mi habitación. Sonreí al ver que Rocco caminaba con los pantalones a medio muslo. Me sentía como un adolescente travieso. Una vez adentro y con la puerta asegurada, lo lancé sobre la cama y me monté sobre él. Sus manos capturaron mi cabeza y la acercaron a la suya para unirnos en un sabroso beso. Eran tan mágicas las sensaciones que recorrían mi cuerpo cuando nos besábamos, que comenzaba a volverme adicto a ellas.

-Necesito una ducha –me dijo cuando nos separamos-. Estoy un poco sudado.

-Nah. Sabor a macho –sonreí.

Le quité la sudadera empapada, y me adherí a su cuello. Mordí y succioné ese lugar, disfrutando de cómo se retorcía cuándo tocaba ese lugar cerca de su clavícula. Lamí sus tetillas y pecho, quedando pegado en mis papilas gustativas el sabor salado de su sudor. Creo que verlo de esa forma… ver cómo su piel ahora tostada por el sol brillaba por la capa de sudor, me producía un morbo tremendo.

Besé cada centímetro hasta que llegué al elástico de su calzoncillo. Terminé de sacarle la ropa y pude hundirme sin tapujos en su pubis que él había dejado poblarse de vellos claros (que aun así eran pocos). Su verga apuntaba al cielo más gorda y grande que nunca. Su glande estaba inyectado en sangre y fue lo primero que llevé a mi boca. Adoré escuchar sus masculinos gemidos otra vez. Y amé volver a probar el sabor de su pene, que estaba ligeramente salado debido al sudor. Su olor a macho sudado, sin ser repugnante, era sexi y masculino, entregándole un plus erótico a la situación.

De pronto nos encontrábamos haciendo un feroz sesenta y nueve, estando él debajo de mí. Sentía su nariz golpear mis huevos cada vez que se tragaba mi verga completa, y estaba seguro que él también sentía cuando yo hacía lo mismo. Su pene se amoldaba perfectamente a mi garganta, permitiéndome hundir ese cilindro sin problema alguno. Con mis dedos comencé a jugar con sus testículos, al mismo tiempo que él comenzaba a incursionar en nuevos terrenos.

Sentí su lengua en mis huevos mientras con su mano me hacía una paja, para luego ir subiendo hasta mi ano. Apreté esa zona de forma inconsciente cuando su lengua llegó a ese lugar. Hacía mucho tiempo que no sentía ese estímulo en mi ano, provocándome unas enormes ganas de continuar. Relajé el músculo y lo invité a seguir con lo que estaba haciendo. Mientras tanto, continué lamiendo su pene y testículos.

Rocco movía su lengua en círculos y de forma muy intensa alrededor de mi ano, arrancándome suspiros de placer. Me derretí cuando sus dientes se incrustaron en mi carne aledaña a esa zona tan erógena, para luego ir subiendo dando leves mordidas y succiones. Pronto sentí todo el surco y parte de mis nalgas, húmedas debido a toda la saliva que había dejado Rocco en su juego. Al cabo de un rato, comenzó a suceder lo que llevaba mucho tiempo esperando. Lentamente y con timidez un dedo fue haciéndose presente.

Tenía su glande en mi boca cuando Rocco empezó a introducir su dedo en mi interior. Gemí contra su verga. Sentí incómodo al principio debido a que hacía mucho tiempo que no estaba en ese tipo de situaciones. Prefería ser el activo, ya que tenía un culo muy estrecho por lo que me era bastante doloroso, además de que era muy propenso de sufrir algún tipo de lesión. Es por ese motivo que no tenía sexo anal desde que había terminado con mi primer novio, que fue quien me desvirgó.

Era gracioso porque mis amigos pensaban que mi ex era el activo, cuando era yo. Todo eso debido a que él era más extrovertido y de carácter fuerte, mientras que yo era un poco más tímido y retraído. Pero se equivocaban, porque era yo quien le taladraba el culo. Al principio no fue problema, pues él decía que comprendía los motivos por los cuales yo no quería ser pasivo, sobre todo considerando que tenía una verga bastante gruesa. Pero con el tiempo fue cambiando de parecer hasta que no aguantó y terminó por engañarme con alguien más. Estaba en todo su derecho de terminar conmigo si no estaba de acuerdo con nuestra modalidad de pareja, pero ese no era motivo para engañarme y destruirme de esa manera. De todas formas, igual después venía arrepentido donde mí, como ese día en la plaza.

En fin. El trabajo de Rocco era muy bueno y las sensaciones que recorrían mi cuerpo eran grandiosas. Cuando introdujo dos dedos comencé a ponerme un poco nervioso. Había quedado con un pequeño trauma debido a mi estrechez, y temía que pudiera hacerme daño. Pero como lo que estaba sintiendo era tan agradable, decidí por colocarme en una mejor posición para hacerle más fácil el trabajo. Fue así que decidí ponerme en cuatro sobre la cama, con el pecho contra la cama y con el culo bien parado para él.

Apenas vio mi ano ante él, introdujo su lengua en mi interior. Un gemido profundo escapó por mi boca, acompañado de un escalofrío que erizó los vellos de mi cuerpo. Separó mis piernas y metió su mano entre ellas para tomar mi verga y comenzar a masturbarme. Con su otra mano fue metiendo sus dedos, girándolos y abriéndolos, haciéndome babear por el gusto. El tercer dedo entró con dificultad, entregándome la sensación de estar lleno.

Rocco sacaba sus dedos y los reemplazaba por su lengua, para luego volver a meterlos y así repetir el ciclo. Era magnífico su nivel de destreza. En menos tiempo del que pensé, ya estaba listo para que Rocco estuviera dentro de mí. No sin antes decirle sobre mi problema y aconsejándole tener un poco de cuidado. Asintió mientras colocaba un poco más de saliva, y luego procedió a apuntar a mi ano con su pene.

Esperé atentamente sus movimientos, esperando que fuera lo más agradable posible. Su glande hirviendo tocó mi ano y supe que quería tenerlo dentro de mí con locura. Poco a poco se fue abriendo paso, desatando un agudo dolor en esa zona. Rocco esperó a que tolerara bien el grosor de su glande, y mientras tanto lubricó el tronco de su verga. Al minuto siguiente, su pene comenzó a deslizarse por mi interior hasta que sus testículos tocaron los míos.

Gemí por el placer y el dolor. Ya había olvidado lo que era sentir el culo verdaderamente lleno de verga, y me encantaba que esa verga fuera la suya. Cuando estuvimos acoplados, colocó su pecho sobre mi espalda y cruzó sus brazos bajo mi vientre. De esta manera podía sentir todo el calor que expedía a lo largo de todo su cuerpo, proporcionándome una cálida relajación. El dolor era punzante, pero era fácilmente aguantable gracias a sus caricias sobre mi cuerpo.

Mi pene estaba a punto de estallar, lleno de líquido pre-seminal y palpitante. Sentía mi culo muy lleno de verga, y se contraía repetidas veces cuando sentía algún pinchazo de dolor, causando que el pene de Rocco fuera estrangulado entregándole deliciosas sensaciones que le provocaban gemir. Cuando su boca capturó el lóbulo de mi oreja, y sentí sus susurros en un cálido aliento, mi culo automáticamente comenzó a moverse. Sus gemidos roncos no se tardaron en hacerse notar a sólo milímetros de mi oído. Era tremendamente placentero lo que estaba sintiendo en ese momento. Todos los vellos de mi cuerpo estaban erizados, y cada fibra de mi piel era plenamente consciente del tacto de Rocco.

Sus movimientos de cadera acompañaron las ondulaciones de mi cintura, enfrascándonos en un rico frenesí que llenó la habitación de ruidos placenteros. Me asombré que la penetración me era bastante placentera, llegando a la conclusión que, simplemente, su pene estaba hecho a la medida de mi culo. Quizás era el destino o coincidencia, o, simplemente, soy demasiado sugestivo con esos temas, pero, quiera o no, estábamos hechos el uno para el otro.

Podía sentir cada centímetro de su pene deslizándose dentro de mí. Y no quería que se detuviera jamás. De pronto se detuvo y salió de mí, dejándome una extraña y triste sensación de vacío.

-¡Dios! No puedo creer lo rico que te sientes –me dijo con voz erótica.

Me ordenó colocarme de costado y él se puso detrás de mí. Tomó mi pierna y la levantó, para luego insertar su pene en mi ano y comenzar a taladrarme nuevamente. Ya en esa posición, pudo poner su mejilla contra la mía, y, al mismo tiempo, consiguió tomar mi verga para masturbarla. Estuvo algunos minutos así, hasta que comenzó a aumentar la velocidad, acompañado de gemidos intensos de placer. Acto seguido, empezó a disparar chorros de su leche en todo mi recto.

A continuación me paré y lo coloqué a cuatro patas. Abrí su ojete y escupí en su interior. El monstruo del placer me había poseído y me había dado energía extra. Usé la gran cantidad de pre-semen que tenía mí verga y la mezcle con el resto de semen que quedó en su glande, para luego introducir mis dedos en su ano y lubricar su interior. En tiempo record su culo se dilató y le enterré mi verga completa. Ambos gemimos por el puro placer.

Lo taladraba tan fuerte y rápido que llegaba a levantarlo de la cama. En cualquier momento destruiríamos la pared o el respaldo de la cama. El choque de mi pelvis contra la suya provocaba aplausos en la habitación como si estuviera llena de gente aplaudiéndonos. Todavía podía sentir su verga en mi culo que, en ese momento, se encontraba abierto y rebosante de leche. En pocos minutos comencé a notar ese preciado cosquilleo en mi cuerpo y supe qué vendría.

Me salí de su culo y, como si me hubiese leído la mente, se giró para que pudiera meter mi verga en su boca. Automáticamente comenzó a succionar mi glande, mientras sus dedos se metían en mi culo a jugar. Fue suficiente para que explotara en un río interminable de semen que dio contra su boca. El caliente y espeso líquido fue tragado por Rocco, mientras unas gotas de su semen empezaban a chorrear por mi muslo.

Al minuto siguiente estábamos jadeando sobre la cama, sin fuerzas ni para poder respirar bien. Ningún ejercicio me había dejado tan agotado como el que acabamos de hacer. Estaba seguro que una dosis de eso al día podría dejarme mucho mejor que si fuera al gimnasio. Me giré a verlo y nos besamos de esa forma intensa y casi necesitada. Nuestras lenguas bailaron sin querer soltarse jamás. Simplemente era genial. Cuando nos despegamos, sus ojos me contemplaron y sentí una oleada de ternura. Brillaban de una forma especial que hace tiempo no veía, y que extrañaba en demasía.

-Jamás dejes de mirarme así –le dije mientras le acariciaba la mejilla.

-¡Para la próxima intenten no echar la casa abajo! –gritó mi abuela desde el living.

Rocco y yo nos miramos sonrojados y estallamos de la risa. Estábamos tan inmersos en lo que hacíamos que jamás la escuchamos entrar. Descansamos unos minutos más y luego procedimos a ducharnos. Yo fui el primero en salir de la ducha y comencé vestirme, mientras Rocco contoneaba su juvenil culo hacia el baño. Un minuto después escuché la puerta de entrada. Esperé a que mi abuela fuera abrir pero no lo hizo. Terminé de arreglar mi ropa y salí al living. Seguramente mi abuela se había ido a dormir.

Caminé hasta la puerta y la abrí para saber quién era. Me quedé de piedra al ver de quien se trataba. A continuación apareció Rocco con la toalla atada a su cintura y quedó igual de desconcertado que yo. Sentí un empujón y, sin poder evitarlo, la persona entró a la casa. Después de eso todo se volvió complicado. Iba todo tan bien hasta que llegó él, para recordarnos que no siempre en la vida real se tienen finales felices.

Fin...?