El profesor 2 - El emputecedor (1)

Vuelve el profesor Black, y lo hace más perverso que nunca. Su nueva víctima será Nue, una joven universitaria que verá su vida puesta del revés desde el momento en que el profesor Black aparece en ella.

1

Todavía recuerdo cómo conocí a la pequeña Nue. ¿Cómo olvidarlo? Fue un invierno a principios de febrero; una tarde gris, como es habitual en Londres. Me encontraba en el autobús, de regreso a casa tras una más de mis frecuentes visitas a la biblioteca. Sobre mis piernas llevaba una bandolera con los libros que había sacado y sobre ella leía con interés un viejo y amarillento ejemplar de Lolita. Absorto como estaba en la lectura no fue consciente de que alguien se sentaba en el asiento de al lado. Tan solo cuando el autobús saltó a causa de un bache levanté la mirada a causa de la sorpresa. Todavía mayor fue la sorpresa de ver que una chica muy joven me miraba con curiosidad. Mis ojos se encontraron con los suyos, dos lagos azules en los que quedé irremediablemente ahogado. Entonces ella esbozó una sonrisa traviesa, se apartó del rostro un mechón de cabello rubio y bajó la mirada hacia el libro.

—¿Qué libro es? —preguntó.

Ah, pequeña y curiosa Nue. ¿Por qué tuviste que hacerlo? ¿Por qué simplemente no pudiste apartar la mirada?

Antes de continuar, debo explicar algo sobre mí. Me llamo Jason, tengo cuarenta y dos años y trabajo como profesor de historia en la universidad y como escritor de novela erótica. Podría mentir y decir que lo hago por los ingresos extra, aunque es cierto que nunca vienen mal, pero lo cierto es que empecé por el morbo, por pura lujuria. Como profesor de la universidad encuentro siempre en mis clases a chicas jóvenes y curiosas que apenas han salido del cascarón y empiezan a explorar lo que para ellas son todavía nuevos mundos. Siempre me había contentado con observarlas discretamente y, en ocasiones, con imaginar qué harían en la intimidad. Sin embargo hubo una de ellas que me hizo perder la cabeza. Se llamaba Martha y era una chica muy parecida a la pequeña Nue. Bajita y delgada, se le adivinaba un cuerpo bonito pero menudo; su cabello era dorado y sus ojos dos dagas de hielo que me atravesaron el corazón. No me cabe duda de que fue el recuerdo de Martha lo que hizo que perdiese la cabeza por Nue, pues el parecido entre ambas era asombroso.

Pero me estoy adelantando. Además, esta es la historia de la pequeña Nue, no la de Martha. Permitidme, pues, que continúe.

—¿Qué libro es?

Me encontraba en un apuro. Un hombre maduro hablando sobre Lolita con una chica que a juzgar por su aspecto podía ser menor de edad no daba buena imagen, precisamente.

—Es un libro de historia —mentí con torpeza—. Trata sobre la caída del Imperio Romano de occidente.

—Ah. —No dijo nada, pero me miró como quien sorprende a un niño con la mano dentro del tarro de las galletas—. Me pareció que era algo mucho más interesante.

—No, no. Yo, eh… soy profesor de historia. Estoy preparando una clase.

No dijo nada. Tan solo sonrió y bajó la mirada hacia el libro. En la parte superior de cada página podía leerse perfectamente el título, en mayúsculas. Con disimulo lo cerré y lo guardé en la bandolera, bajo la mirada de la joven. Entonces eché un rápido vistazo por la ventana y advertí que me acercaba a mi parada.

—Me bajo aquí —dije con una sonrisa forzada.

Lamentaba dejar ir a esa chica, pero, tras mi experiencia con Martha, sabía que era lo mejor.

Cuando bajé, tras resistir la tentación de volverme para echar una última mirada a esa chica, dejé escapar un suspiro de alivio. Había estado muy cerca.

—No creo que Lolita trate sobre romanos.

Os juro que di un respingo. Cuando me giré, con el corazón en un puño, la chica reía a mi lado.

—¿Qué?

—El libro. ¿De qué trata?

—Yo… eh… Mira, tengo que marcharme. Voy con prisa. Pero si te interesa seguro que lo encuentras en alguna librería ¡Hasta luego!

Eché a andar con pasos rápidos, pero la chica se puso a mi lado tras una corta carrera.

—Yo también voy en esa dirección —dijo con una sonrisa que desarmó todas mis defensas—. Por cierto, me llamo Manuela.

—¿Manuela?

—Es un nombre español. Mis padres pensaron que era original, pero todo el mundo me llama Nue.

—Ah.

Casi había llegado a mi edificio, por lo que no tardaría en deshacerme de ella. La imagen de Martha cobró fuerza en mi mente, pero apreté los dientes y me obligué a apartar los recuerdos que me acosaban.

—¿No me vas a decir tu nombre?

Antes de que pudiese responder o de que supiese qué decir, la puerta de mi edificio se abrió y salió una mujer de más o menos mi edad. Para mi sorpresa se volvió hacia mí y saludó con alegría.

—¡Hola, Nue! —dijo—. Llegas pronto.

Volví a bajar mi mano a medio levantar, pues había estado a punto de devolver el saludo al pensar que este iba dirigido a mí. ¿Qué demonios estaba pasando allí?

—¡Mamá!

La chica abrazó a la mujer, y solo entonces advertí el gran parecido que había entre ambas, pese a que la madre estuviese regordeta (lo que, a mi juicio, no hacía más que aumentar su atractivo) y tuviese el pelo mucho más corto.

Me quedé esperando ante ellas con cara de imbécil, pues no podría entrar en el edificio hasta que se apartasen.

—No encontraba el sitio, pero este señor me ha acompañado desde el autobús —mintió Nue para mi sorpresa—. Ha sido muy amable conmigo.

—Muchas gracias por ayudar a mi hija —la mujer me tendió la mano—. Soy Emma, acabamos de mudarnos aquí. ¿También vive usted por la zona?

—Yo… sí, en este mismo edificio.

—¡Qué coincidencia! —exclamó Nue—. ¡Como nosotras! ¿En qué piso?

—El séptimo.

—¿7B?

Miré a Emma sorprendido al escuchar el número de mi puerta.

—Sí. ¿Cómo lo sabe?

—Porque nos acabamos de mudar al 7C y nos han dicho que el 7A está vacío.

Todo estaba pasando tan rápido que no acertaba a reaccionar. Creo que fue en ese preciso instante, cuando miré a Nue y advertí que lucía una sonrisa traviesa, cuando sentí que el lazo se cerraba en torno a mi cuello. Sin embargo no estaba dispuesto a volver a pasar por lo mismo que viví con Martha. Todavía no había conseguido olvidarla.

—Bueno, bienvenidas al edificio —dije con una sonrisa forzada, tras lo que me dirigí al ascensor—. Debo marcharme, tengo exámenes que corregir.

Pese a que lo intenté con todas mis fuerzas, no pude evitar que mis ojos se encontrasen de nuevo con los de Nue mientras se cerraban las puertas del ascensor. Cuando su mirada azul volvió a ahogarme supe que quería más.

La pequeña Nue me había vuelto del revés. Su parecido con Martha reavivó una serie de recuerdos y sentimientos que creía enterrados y que esa noche volvieron a golpearme con fuerza. Si bien trataba de leer sentado en mi sillón de lectura, no lograba concertarme. Irónicamente el libro que sostenía en mis manos trataba del Imperio Romano, pues decidí que leer Lolita en esos momentos no me haría ningún bien. Pero por más que intentaba llenar mi mente de antiguas conquistas y de batallas históricas, no conseguía olvidar la mirada azul de Nue. ¿O era la de Martha? Ya no estaba seguro.

Al final no pude más. Entré en la biblioteca que tenía en casa y escogí un libro en particular situado en el estante más alto. Era un tratado de economía en la Edad Media, algo de escaso interés para la mayoría de la gente. Hacía años que lo había convertido en un escondite perfecto, tras cortar sus páginas de manera que quedasen en forma de marco, con el interior hueco. Visto desde fuera era un libro corriente, pero en él guardaba algunos de mis mayores secretos. Tres pen–drives descansaban en su interior, y de los tres escogí uno de color rosa. Era mi pequeño tesoro.

Me temblaban las manos cuando encendí el ordenador. Hacía tres años desde la última vez que había visto su contenido, y desde entonces creí haberlo superado todo. Pero esa chica, Nue, me había devuelto al pozo del que tanto me había costado salir.

Entré en la carpeta que contenía el pen–drive, donde a su vez había diferentes carpetas numeradas. Tras pensarlo un instante escogí la número uno y la abrí. Después inicié el primero de los ocho videos que contenía. La imagen de una chica muy parecida a Nue tomó forma en la pantalla. Se encontraba frente a su ordenador, ante la cam. Bajo su imagen, en pequeñito, estaba yo, o el yo de diez años atrás. En la parte derecha podía leerse el chat entre ambos. Adelanté la imagen, pues en ese momento no era eso lo que buscaba. Quería algo más. Alrededor del minuto doce del vídeo la chica aparecía se había quitado la camiseta y mostraba unos perfectos pechos juveniles.

—Mi dulce Martha —susurré.

En aquel entonces debía tener diecinueve años recién cumplidos mientras que yo pasaba ya los treinta, pero ya era profesor de historia. Me sumergí en la imagen de la joven y los sentimientos que creí derrotados explotaron con fuerza en mi interior.

Adelanté de nuevo el vídeo, en esa ocasión hasta el minuto 27. Era poco más de la mitad. Martha se encontraba sobre su cama a cuatro patas, completamente desnuda y de espaldas a la cámara, follándose el coño con un plátano con condón que yo mismo le dije que cogiese de la nevera. Sus tetas se balanceaban con el vaivén y volví a escuchar sus gemidos de placer después de tantos años. Sin pensarlo demasiado me bajé los pantalones y los calzoncillos y empecé a acariciarme la polla, muy excitado. Hacía demasiado tiempo que no dedicaba una corrida a mi dulce Martha.

Mientras me masturbaba mis ojos recorrieron de nuevo el cuerpo de la joven. Era menudo y delgado, de poco pecho pero formas redondas. Su culo en particular siempre había sido mi debilidad y en él volqué mi atención mientras se movía con el vaivén de la follada que ella misma se regalaba con el plátano, según las instrucciones que yo le di por el chat y que ahora podía leer en ese mismo vídeo. Mi dulce ángel, nunca antes me di cuenta de hasta qué punto la echaba de menos.

Seguí así durante un buen rato, sin perder detalle del vídeo. Lo cierto era que me lo sabía de memoria, pese a todo el tiempo que había pasado desde entonces, pero eso no hizo que lo disfrutase menos.

Cuando me encontraba a punto de correrme cogí una camiseta sucia que había dejado sobre la cama esa misma tarde, antes de irme a la biblioteca, y la coloqué sobre mi polla. Los gemidos de Martha aumentaron de intensidad, así como la velocidad con que se follaba con el plátano y mi propia paja. Nos corrimos juntos, como en los viejos tiempos. Sin dejar de apretar mi polla con la camiseta vi los flujos que chorreaban por las piernas de Martha y cómo esta se dejaba caer en la cama con el plátano todavía clavado en su coño. Su cuerpo empapado en sudor y flujos, su respiración agitada y la visión de su coño ensartado se me antojaron el más delicioso de los espectáculos.

Con un suspiro de satisfacción cerré el video. Quizá ahora podría olvidarme de todo lo que había pasado esa tarde.

Solo entonces me di cuenta de que seguía escuchando los gemidos. Desconcertado comprobé que el vídeo estaba realmente apagado y después quité el sonido, pero los gemidos no se fueron. Si acaso parecían aumentar de intensidad. Tras un vistazo a mi alrededor en busca de una explicación, mi mirada se posó en la pared de mi cuarto y mi corazón brincó en el pecho. Presa de una gran excitación y con la mano todavía agarrando la polla envuelta en la camiseta llena de corrida, pegué la oreja a la pared. Los gemidos llegaron entonces a mí con mayor claridad y, sin pararme a pensar en lo que hacía, comencé a masturbarme de nuevo. No podía saberlo con certeza, pues bien podría tratarse de Emma o de alguna otra hija suya, pero mi corazón sabía que era la pequeña Nue. Sentí por sus jadeos que estaba próxima al orgasmo y aumenté el ritmo sobre mi polla, excitado como hacía mucho tiempo que no lo estaba.

Esa fue la primera vez que nos corrimos juntos.