El profesor (1b)

El profesor Jason cierra sus redes en torno a la joven Martha, pero esta todavía tiene algo que decir al respecto.

4

Durante un tiempo no tuve noticias de Martha. Opté por esperar a que ella se pusiese en contacto conmigo, pues era consciente de que abrumarla y perseguirla tan solo habría jugado en mi contra. Además las fechas de los exámenes se acercaban, por lo que el tiempo jugaba a mi favor. Así, los días fueron pasando mientras me centraba en otros asuntos. Sin embargo nunca pude quitarme por completo de la cabeza a la preciosa Martha.

Tardó más de lo que yo esperaba, pero finalmente me escribió para pedirme la ayuda que le había prometido. No hizo ninguna referencia a nuestro acuerdo, aunque tampoco fue algo que me sorprendiese. Puesto que todavía no podía tener la certeza de haber cerrado el lazo en torno a la bonita muchacha, decidí acordar con ella una clase a través de videochat. Tenía que estar seguro de su total entrega antes de lanzarme a disfrutar de su cuerpo, pues un paso en falso podía costarme muy caro. Sin embargo no hubo ningún contratiempo, pues, cuando se lo propuse, accedió de inmediato. Si aquello funcionaba, la siguiente lección sería en persona. Solo que no sería para nada como las lecciones que imparto en la univerdidad, desde luego. Planeaba darle "lecciones" muy diferentes.

Debo confesar que, cuando llegó el día acordado, me sentía como un adolescente enamorado, tal era el nerviosismo que había hecho mella en mí. Aguardé hasta que pasaron diez minutos de la hora acordada y solo entonces me conecté; no pude evitar una sonrisa cuando, solo un instante después de hacerlo, me escribió.

—Hola, profesor Jason.

—Hola, Martha.

—Tengo algunos problemas con el examen, ¿podría resolverme algunas dudas, como acordamos?

Aquello pintaba bien.

—Claro. Te hago videollamada.

El corazón me dio un vuelco en el pecho cuando la joven Martha apareció en la pantalla. Advertí que su bonito cuerpo juvenil iba cubierto por un vestido ligero, pues el calor del verano ya comenzaba a notarse, y que llevaba el pelo suelto, cosa rara en ella, lo que la hacía más bonita aún. Sus ojos azules, sus dos dagas de hielo, me miraron fijamente y sonreí al advertir que no había rastro en ellos del fuego que mostró en mi despacho. Al ver mi expresión embobada, Martha exhibió una sonrisa que yo conocía bien: la de una mujer que se sabe admirada. Por un instante me pregunté si no sería ella la que estaba tejiendo una telaraña a mi alrededor, en lugar de al contrario, pero me obligué a apartar esos pensamientos de mi mente para centrarme en la tarea que tenía por delante.

—Vamos con esas dudas, ¿de acuerdo? —dije con mi mejor sonrisa.

Durante un buen rato dejé a un lado al depredador que aquella chica despertaba en mí y me limité a ser su profesor, resolviendo dudas y explicando todo aquello que Martha necesitaba. Estaba convencido de que la mejor manera de asegurarme su obediencia y entrega era hacerla ver lo mucho que necesitaba mi ayuda, y al parecer estaba funcionando a la perfección.

—Buf, profesor, creo que al resolver mis dudas han aparecido otras nuevas —expresó con un mohín que me resultó de lo más adorable.

—Bueno, ya lo dijo Don Herold: cuanto más brillante eres, más tienes que aprender.

—¿Quién?

—Don Herold.

—Ya. ¿Quién es Don Herold?

—No importa. —Sonreí al recordar su juventud—. ¿Quieres que hagamos un descanso?

—Sí, me vendrá bien.

—De acuerdo. ¿Sabes? Me siento muy contento de que estés esforzándote tanto para aprobar mi asignatura.

—Necesito esa beca, profe. Mi familia no anda muy bien de dinero y no quiero ser una carga ni un problema para ellos.

—Lo lamento. Solo espero que recuerdes todos los términos de nuestro acuerdo, Martha.

Advertí que se tensaba de repente y, con el ceño fruncido, agachó la mirada.

—Sí, profesor.

—No es así como me tienes que llamar.

Me miró y estuvo a punto de protestar, pero finalmente suspiró y se obligó a relajarse. Sabía que no tenía más alternativa que ceder ante mí. Sin que ella lo supiera, puse a grabar la videollamada.

—Perdón, Amo.

—Buena chica. Ahora quítate ese vestido, quiero verte bien.

Martha permaneció inmóvil durante lo que pareció una eternidad, tanto que comencé a preguntarme si no habría algún problema con la videollamada. Sin embargo finalmente se levantó muy despacio y se quitó el vestido por encima de la cabeza, dejándome ver un precioso cuerpo juvenil que tan solo se cubría con unas braguitas blancas, pues no llevaba sujeador. Sus pequeños pero firmes pechos quedaron expuestos ante mí durante un instante antes de que se los cubriese con las manos en un acto pudoroso que me resultó adorable pero inaceptable.

—No te cubras.

En esta ocasión obedeció más rápidamente y apartó las manos, lo que me permitió ver dos pezones duros que detonatan cierta excitación por su parte.

—Eres un cabrón.

Sonreí. Podía decir lo que quisiese, pero eso no cambiaba el hecho de que ya era mía. Había llegado el momento de comprobar hasta dónde estaba dispuesta a llegar.

—Ahora podemos hacer dos cosas: te puedes masturbar para mí o podemos poner punto y final a nuestro acuerdo aquí y ahora.

—¡No voy a hacer eso!

—Entonces cuelga, Martha. No tengo tiempo para tonterías.

Se quedó petrificada. No quería someterse a mí, pero tampoco estaba dispuesta a perder la beca. Lo único que faltaba comprobar era cuál de las dos cosas pesaría más para ella.

Me lanzó una mirada de odio antes de sentarse de nuevo. Tras un instante de duda se abrió de piernas, lo que me permitió ver en todo su esplendor sus braguitas blancas. Advertí sorprendido que estas parecían lucir una mancha de humedad. Al parecer sentirse sometida la excitaba más de lo que estaba dispuesta a admitir, o al menos eso era lo que me decían sus pezones y su humedad.

Introdujo su mano bajo las braguitas y comenzó a acariciar su clítoris con delicadeza, a lo que acompañaron varios suspiros de placer. Me acaricié la entrepierna, dura como una piedra bajo el pantalón, y decidí que no era suficiente.

—Quítate las bragas y muéstrame tu coñito, Martha. Por cierto, no creas que no he advertido la dureza de tus pezones o que estabas húmeda antes de que comenzases a tocarte. Parece que esto no te disgusta tanto como quieres dar a entender, ¿eh?

Roja como un tomate por saberse descubierta, hizo lo que le había pedido y, tras despojarse de la ropa interior, se abrió con los dedos su sexo, húmedo y rosado.

—¿Así, profesor Jason?

—Dilo bien.

—¿Así, Amo?

—Así. —Sonreí complacido—. Ahora quiero que te folles con los dedos.

Comenzó a penetrarse con dos dedos, primero despacio pero pronto aumentó el ritmo, incapaz de contenerse pese a que yo la estuviese mirando. ¿O quizá era precisamente por eso? Fuera como fuese, se notaba que estaba disfrutando. Su coño juvenil engullía con ganas sus dedos una y otra vez, mientras los jugos chorreaban sobre la silla del escritorio. Tras unos minutos tocándose así comenzó a gemir y a morderse los labios, lo que supuse que significaba que estaba cerca del orgasmo.

—Es suficiente, detente.

Me miró sin dar crédito a lo que había escuchado. No podía entender por qué le pedía que se detuviese cuando me estaba dando lo que yo quería.

—Pero...

—Ahora.

Obedeció, pues no le quedaba alternativa. La ira volvió a su desafiante mirada, lo que solo hizo que la desease todavía más.

—¿Qué pasa?

—Quiero que vayas a la cocina y busques un plátano o algo similar.

Abrió la boca para protestar, pero mi mirada ceñuda la convenció de que no estaba dispuesto a admitir réplicas. Confusa y todavía muy excitada se marchó un instante, y poco después regresó con un plátano en la mano.

—¿Este sirve?

—Sí. Ahora quiero que te pongas en la cama a cuatro patas y que te folles con él hasta correrte.

—Pero...

—Mira, que te quede bien clara una cosa: no tengo intención de discutir contigo cada paso que debas dar. Si vuelves a cuestionar una orden mía, sea la que sea, nuestro acuerdo terminará de inmediato y tu problema con la beca será solo asunto tuyo. ¿Me he explicado con claridad?

Martha me lanzó una furibunda mirada, pero después asintió sumisamente. Extinguidas sus ganas de discutir se subió a la cama a cuatro patas, lo que me ofreció una espléndida vista de su precioso culo, y comenzó a follarse el coño con el plátano, lo que la hacía gemir con fuerza mientras sus pequeñas tetas se agitaban al ritmo de las penetraciones. Creo que fue entonces cuando advertí lo mucho que me gustaba el bonito culo de Martha, un culo bien torneado que parecía hecho para el pecado.

Consciente de que ese precioso cuerpo juvenil pronto sería mío, liberé mi polla y comencé a masturbarme ante el espectáculo que suponía ver a mi alumna follarse el coño a cuatro patas con un plátano. En un momento dado Martha se volvió ligeramente hacia la cámara, lo que hizo que viese mi polla y cómo me la machacaba mientras la miraba. Sin darse cuenta de lo que hacía aumentó el ritmo de las embestidas, lo que me dejó claro de forma definitiva que todo eso le gustaba más de lo que jamás admitiría. Y, puesto que toda acción tiene una reacción, también yo aumenté el ritmo, lamentando tan solo no poder verter mi inminente corrida en ese precioso cuerpecito todavía adolescente.

A día de hoy todavía no estoy seguro de quién de los dos se corrió con más fuerza. Lo que sí sé con certeza es que ese fue el día que me enamoré de la joven Martha, lo que inevitablemente marcó el inicio del desastre.

Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, pues todavía es pronto para eso.

5

Durante las siguientes semanas nuestras clases se sucedieron con presteza, pues era mucho lo que debía estudiar Martha y, por tanto, mucho en lo que yo debía ayudarla. Tras cada sesión aprovechaba para introducirla un poco más en el mundo de la sumisión, siempre con órdenes sencillas y, buena parte de las veces, haciendo que ni nueva sumisa disfrutase de su cuerpo hasta alcanzar el orgasmo, siempre bajo mis instrucciones y mi atenta mirada. Sin embargo yo quería más y más, incapaz de advertir que Martha, más que un capricho, se estaba convirtiento en una obsesión para mí.

Era domingo, un domingo soleado pero fresco en el que el verano todavía no había alcanzado su máximo apogeo. Llegué al Hotel Marduk a las ocho y cuarto de la tarde, quince minutos más tarde de lo acordado, y me dirigí con premura hacia el mostrador de recepción. Una jovencita de lo más atractiva me ofreció su mejor sonrisa.

—¿En qué puedo ayudarle?

—Soy Jason W. Black, tenía una reserva pagada para esta noche.

La chica consultó el ordenador y, un instante más tarde, me dirigió otra de sus ensayadas sonrisas.

—Aquí está —dijo mientras buscaba la tarjeta para la puerta electrónica y me la tendía—. Su acompañante ya ha llegado, subió hará unos veinte minutos.

—Muchas gracias.

Respondí a la sonrisa de la chica con otra sonrisa ensayada, cogí la tarjeta y un caramelo de limón de un cuenco que tenían sobre el mostrador y me dirigí hacia los ascensores, con mi mochila a cuestas. Me eché a la boca el caramelo mientras aguardaba al ascensor, con el corazón acelerado ante la perspectiva de lo que me aguardaba en la habitación, y no pude evitar acelerar mi paso para llegar lo antes posible. No tardé más de un par de minutos en encontrarme ante la puerta de la habitación, la número 13, pero me pareció una eternidad.

Con sonrisa lobuna utilicé la tarjeta electrónica para abrir la puerta. El interior se encontraba completamente a oscuras y en silencio, justo como debía ser. Entré, cerré a mi espalda y caminé despacio hacia la habitación, pues no quería parecer apresurado pese a que estaba deseando ver lo que allí me esperaba.

La luz que entraba a través de las cortinas, tenue pero suficientemente luminosa para permitirme ver, se derramaba sobre la dulce Martha, quien me aguardaba arrodillada junto a la cama, completamente desnuda a excepción de un collar de perro en torno a su cuello y una venda oscura que cubría sus ojos. El cabello, rubio y suelto, caía sobre sus hombros como una cascada dorada y su piel clara olía todavía a jabón, señal de que se había duchado antes de prepararse para mí. Sus manos estaban apoyadas sobre sus rodillas y permanecía inmóvil, a la espera de mis órdenes. Sin perder un solo instante dejé la mochila sobre una silla, saqué de ella una cámara de vídeo y la coloqué en una mesa de manera que enfocase hacia donde se encontraba Martha. Después me desnudé y me encaré hacia mi sumisa. El momento que llevaba tanto tiempo esperando por fin había llegado.

6

Desde donde estaba, desnudo y con la polla ya erecta y durísima, podía sentir la respiración acelerada de mi alumna, quien sabía qué era lo que le esperaba. O, al menos, creía que lo sabía. No pude evitar sonreír, pues finalmente tenía a mi completa disposición a esa chiquilla que tanto me obsesionaba.

Acaricié su mejilla de manera delicada, con cariño. Después hice que se levantase y la besé, pero lo hice también con suavidad, con ternura, casi con amor. Para mi sorpresa Martha respondió a mi beso con otro, pero el suyo estaba cargado de ansiosa pasión, de lascivia. Si hasta ese momento había tenido alguna duda al respecto, resultaba ya innegable que a mi dócil y entregada alumna le excitaba sobremanera aquel juego que ella y yo nos traíamos entre manos.

—Lo estás deseando, ¿verdad? —susurré al oído mientras pellizcaba sus pezones, lo que le provocó un respingo más de sorpresa que de dolor—. Estás deseando que te folle como a la perra que los dos sabemos que eres.

Lejos de intimidarla, mis palabras consiguieron aumentar su excitación hasta el punto de que, incapaz de controlarse, Martha cogió mi polla con una de sus manos y comenzó a pajearme. Como respuesta la abofeteé, pues debía dejarle bien claro su lugar.

Ni siquiera protestó. Tan solo soltó mi miembro, se llevó la mano a la mejilla dolorida y agachó la cabeza, recuperado el autocontrol.

—Mis disculpas, Amo —dijo con sincero arrepentimiento—. Sé que estuvo fuera de lugar, es solo que... necesito su polla, Amo. He esperado mucho tiempo para esto y no puedo más.

Quedé gratamente sorprendido. Resuelto a satisfacer su necesidad, aunque fuese solo en parte, hice que se pusiese de rodillas de nuevo y la acerqué mi falo a la boca. Consciente de qué era lo que deseaba que hiciese, la dulce Martha se apresuró a engullirla casi con gula. Primero la introdujo por completo en su juvenil boquita para sacarla a continuación recorriendo toda la polla con los labios, y repitió la operación durante un buen rato a fin de cubrir bien de saliva mi miembro. Solamente entre la visión de mi alumna devorándome la polla y el placer que me estaba proporcionando sentí tal nivel de excitación que comprendí que debía tomármelo con calma, o de lo contrario no duraría mucho. Había decidido que, cuando me corriese con ella, sería dentro de su culo virgen. La agarré del pelo, extraje mi polla de su boca y me aparté un par de pasos, dejándola con la boca abierta, a la espera de más polla, lo que hizo que no pocos goterones de saliva cayesen al suelo.

—Túmbate en la cama y tócate para mí, Martha.

La chica, sin ponerse de pie en ningún momento, trepó a la cama y se tumbó con las piernas bien abiertas. De su sexo, hinchado y húmedo, escapaban fluidos que habían empapado sus muslos, señal de lo excitada que estaba. No se hizo de rogar. Sus dedos buscaron su humedad y un instante después chapoteaban en su coño, en un mete-saca apresurado y fruto del ansia de la chica, quien tan solo deseaba más y más placer.

Observé durante unos minutos para dar así tiempo a mi polla a que se calmase un poco, y, cuando los gemidos de mi sumisa aumentaron su intensidad, me acerqué a ella, aparté su mano y propiné varios azotes sobre su coño, arrancándole un grito de dolor y de sorpresa y haciendo que se corriera entre espamos.

Mientras yacía sobre las sábanas, desmadejada y disfrutando de los ecos de su primer orgasmo de la sesión, tomé la cámara de vídeo y la acerqué, pues deseaba captar el momento con todo detalle.

—Más —suplicó con un hilo de voz entrecortada—. Necesito más, por favor. Más, Amo.

Devolví la cámara a su sitio, regresé junto a ella a la cama y la hice ponerse a cuatro patas, tras lo cuál comencé a morder con suavidad su bonito y prieto culo juvenil mientras pasaba los dedos por su coño, húmedo y palpitante. Sus gemidos volvieron a intensificarse de inmediato y decidí que no era necesario esperar más: estaba preparada. Con suavidad pero sin demora introduje uno de los dedos empapados en fluidos en su culo, lo que la hizo tensarse y le provocó un gritito que pronto quedó enterrado entre gemidos. Al principio costó un poco introducirlo, señal de la virginidad de su culo, pero, poco a poco, empezó a deslizarse con mayor facilidad, hasta que comencé a follarle el culo con mi dedo sin dificultad alguna. Introduje entonces un segundo dedo, lo que hizo que sus gemidos de placer se entremezclasen con quejidos de dolor a los que no hice caso alguno. A fin de cuentas esa cría, esa universitaria de dieciocho años, estaba allí solo para entregarse y someterse a mí. En esos momentos y entre las cuatro paredes de aquella habitación de hotel, ella me pertenecía.

Aumenté la intensidad de los movimientos de mi mano y, con la que no estaba perforando su culo, busqué su clítoris para jugar también con él. Como esperaba, su placer se intensificó hasta el punto de que comencé a provocarle pequeños temblores. No tardó en correrse por segunda vez, esta vez sobre mis dedos. Más que satisfecho la dejé allí, tumbada sobre la cama, para que se recuperase. Me dirigí al baño, cogí una toalla y me limpié las manos, empapadas de flujos. Después la arrojé a un rincón de manera despreocupada, regresé a la habitación y rebusqué entre mis cosas hasta encontrar una correa que había llevado para la ocasión. Volví junto a mi mascota, enganché la correa al collar que la muchacha llevaba por orden mía y le quité la venda que cubría sus ojos, también colocada según mis instrucciones. Martha, confusa y aturdida por el orgasmo y por la repentina luminosidad, parpadeó varias veces para tratar de acostumbrar sus ojos. Después clavó en mí sus dos dagas de hielo y se mordió el labio inferior.

—Más, profesor Jason. Amo. Más, por favor. Necesito más.

Había llegado el momento. Agarré a mi alumna en volandas, ante lo que ella se apresuró a abrazarse a mi cuello, y, tras sentarme en la cama, la hice descender sobre mi polla hasta que la punta estuvo dentro. Entonces, con una sonrisa traviesa, la empalé dejándola caer sobre mi miembro, lo que hizo que lanzase un grito que inmediatamente se convirtió en gemidos de placer. Repetí la operación y, tras alzarla de nuevo hasta que solo la punta de mi polla quedó en su interior, volví a empalarla de golpe. Continué repitiendo la operación durante un buen rato hasta que la dulce Martha, cuya respiración podía sentir en mi cuello, alzó su juvenil rostro cargado de deseo y lujuria hacia mí, puso los ojos en blanco y comenzó a temblar de forma descontrolada en la corrida más brutal que había visto nunca; tanto fue así que su coño expulsó un chorro de fluídos sobre mí.

Satisfecha al fin, Martha se acurrucó entre mis brazos y me besó con delicadeza, susurrando palabras de agradecimiento. Sin embargo, y por más que ella creyese que habíamos terminado, yo no había acabado en absoluto con ella. Me incorporé, con Martha todavía agarrada a mí como un koala y la alcé para liberar mi polla, que hasta entonces seguía enterrada en su coño. La deposité entonces sobre la cama, hice que se pusiera a cuatro patas y, con la correa en una mano, usé la que quedaba libre para apuntalar mi polla en la entrada de su culo. Al entender qué era lo que pretendía hacer con ella, mi dulce Martha volvió la cabeza para mirarme en un mudo gesto de súplica que solo hizo que desease todavía más follar el culo de mi alumna. Hundí entonces la polla en ella y, haciendo caso omiso de sus quejidos y sollozos de dolor, empecé a follarme su culo, virgen hasta solo un instante antes. Con las manos sujetas a su cadera machaqué su pequeño culo sin contemplaciones, a lo que Martha respondió enterrando su rostro en la almohada para ahogar sus lloros. La azoté, dejando su culo rojo, y, tras una última y brutal embestida, me corrí en un gran torrente de esperma que inundó su maltrecho culito. Saqué entonces la polla y la limpié con las sábanas.

—Felicidades, Martha —dije mientras me vestía de nuevo—. Tienes un sobresaliente en mi asignatura. Tendrás que presentarte al examen, claro, pero la nota ya la tienes asegurada.

Tomé la cámara del lugar desde el que lo había grabado todo, me acerqué para capturar un primer plano de Martha, quien yacía sobre la cama como una marioneta con los hilos cortados, con el culo rojo y mi corrida chorreando sobre la cama. Satisfecho con la imagen, apagué la cámara y la guardé con mis cosas. Tras un último vistazo a mi alumna, me marché.

Entonces no lo sabía, pero esa fue la última vez que estaría con la dulce Martha.

7

Los días siguientes, para mi sorpresa, no conseguí localizar a Martha. Nunca aparecía conectada en la aplicación de videollamadas, ni tan solo en las dos sesiones que habíamos programado antes de nuestro encuentro. Tampoco respondía a mis mensajes de texto al móvil y, cuando traté de llamarla para ver si todo iba bien, me encontré con que el teléfono móvil había sido dado de baja y su número ya no existía.

Si bien al principio todo esto me resultó muy preocupante, con el paso de los días decidí que lo más probable era que, tras nuestro encuentro, Martha se viese devorada por el arrepentimiento y la vergüenza y no tuviese valor para dar la cara.

Así pues, y dado que las semanas seguían pasando y la fecha del examen se acercaba, aparté a la dulce Martha de mi mente para centrarme en el trabajo. Preparé varios modelos de exámenes, pues era prudente no repartir el mismo a todos los estudiantes en un examen de recuperación, y, cuando llegó el día en cuestión, me dirigí a la universidad cargado de hojas con preguntas sobre historia y textos para que los estudiantes realizasen comentarios sobre ellos. No eran preguntas muy complicadas, al menos no para obtener el aprobado, pero me aseguré de que resultase difícil pasar del siete añadiendo algunas bastante más complejas. A fin de cuentas no me parecía justo que un estudiante que aprueba en recuperación lo haga con la misma nota que uno que ha trabajado durante el curso.

Fue una mañana tranquila. Me tomé un café en la cafetería mientras disfrutaba en silencio de las caras de agobio de aquellos estudiantes que se jugaban asignaturas en esa última convocatoria y, cuando se acercaba la hora del examen, me dirigí hacia el aula. Tal y como esperaba, me encontré a varias docenas de chicos y chicas aguardando mi llegada a la clase. Sin embargo no había ni rastro de Martha por ninguna parte.

El examen llegó y pasó, pero ella no apareció. Durante las siguientes semanas volví a tratar de contactar con ella, sin éxito. Y, cuando llegó el inicio del nuevo curso, me sorprendí al descubrir que no se había matriculado.

Con el paso del tiempo fui dejando de pensar en ella y de buscarla, pues resultaba evidente que no quería que la encontrase. Sin embargo, un día que me dirigía a una cena con unos amigos, mientras aguardaba a que un semáforo se pusiese en verde, la vi. Se encontraba inclinada sobre la ventanilla de un coche, vestida de forma provocativa y maquillada, mientras hablaba con el conductor. Estuve tentado de salir y llamarla, pero entonces vi cómo se subía en el asiento de al lado del conductor y, antes de que el coche arrancase, su cabeza desapareció de mi ángulo de visión. Aceleré para adelantar el vehículo y descubrí, angustiado, que estaba inclinada sobre el hombre, haciéndole una mamada.

Me marché sin mirar atrás, arrepentido por el desenlace de mi historia con Martha. Había cogido a una dulce chica con excelentes resultados en la universidad y la había convertido en una puta.

Nunca volví a saber de mi dulce Martha.