El profesor (1a)

El profesor Jason encuentra la oportunidad perfecta para convertir a su alumna favorita en su esclava sexual.

1

—Bien, pues eso es todo. ¿Alguien tiene alguna duda?

Lancé una mirada inquisitiva a la treintena de estudiantes que aguardaban ansiosos a que terminase la clase, última de ese curso, para así poder zambullirse en las vacaciones de verano. En sus expresiones podía distinguirse fácilmente el tipo de vacaciones que les esperaba a unos y a otros, dependiendo de los resultados que cada uno había obtenido ese primer curso de carrera de historia.

—Si todo está claro podéis iros, hemos acabado —anuncié no sin cierta alegría por el inminente inicio de las vacaciones. Los estudiantes empezaron a recoger apresuradamente, ansiosos también por zambullirse en el verano.

Permanecí en mi sitio mientras observaba con interés a mis distintos alumnos, y especialmente a mis alumnas. Como estudiantes de primero de universidad la mayoría acababa de cumplir los dieciocho o diecinueve años, y entre ellas había varias jovencitas de lo más interesantes.

Observé a Tanya, una chica que aparentaba veintitantos años y cuyo cuerpo se adivinaba como el más desarrollado y sexy de toda la clase; era una de esas mujeres cuya mera visión es más que suficiente para excitar a los hombres. Tenía un largo y ondulado pelo oscuro, ojos verdes y labios tan sensuales que tuve que reprimirme para no pasarse la mano por la entrepierna al sentir que la polla se me ponía dura con su mera visión.

Aparté la mirada de la sensual jovencita y observé a María Jesús, quien lucía un aspecto mucho más inocente que su compañera y un cuerpo más delgado y huesudo, de aparentemente vulgar cabello y ojos castaños; lo que en general no resultaba tan excitante como lo era la visión de su compañera. Sin embargo tenía algo que siempre me había llamado la atención, un encanto natural que me maravillaba.

Entonces me fijé en mi favorita, la dulce e inocente Martha, sentada todavía en su asiento mientras anotaba algo en la agenda. Como de costumbre llevaba el rubio cabello recogido en una coleta, lo que unido a su forma de vestir tan sobria y a sus gafas le daban un aspecto de chica aplicada y estudiosa que poco tenía que ver con la sensualidad de Tanya o en encanto de María Jesús. Sin embargo me volvía loco, no podía evitarlo. Sus profundos ojos azules eran como dos dagas de hielo que se me clavaban en el corazón.

La chica levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los míos. Sin perturbarme por ello sonreí y después me concentré en recoger también sus cosas, sin poder quitarme de la cabeza los ojos de la joven. Al cabo de unos segundos escuché que alguien se levantaba y los pasos se acercaron hacia mi mesa.

—Pase buen verano, profesor Jason —dijo una tímida voz que yo conocía muy bien.

—Gracias, Martha —respondí sin levantar la mirada de mis cosas, pese a que me había dado cuenta de que la joven estaba junto a mi mesa—. E igualmente. Nos veremos en julio, ¿verdad?

—Sí —respondió la aludida con pesar; apesadumbrada por el único suspenso de, por lo demás, unas notas excelentes—. Espero que no sea muy duro con el examen de recuperación.

—Tú estudia mucho y verás como apruebas sin dificultad —dije después de cerrar mi mochila, mirando ya a la chica—. No puedo ser bueno si tú no pones de tu parte.

—Daré mi mayor esfuerzo, lo prometo —dijo Martha con una tímida sonrisa—. Quería preguntarle algo.

—¿Sí?

—¿Le molestaría si le escribo en caso de que me surjan dudas mientras estudio?

—¿Escribirme?

—Sí, al e-mail.

—Ah, por supuesto que no, para eso está. Pero espera, te daré mi correo personal, ahí tendrás más facilidad para localizarme. En verano ya se sabe.

Con el corazón acelerado pero manteniendo una aparente calma cogí una hoja del cajón y garabateé algo sobre ella, después se tendí a la chica.

—Muchas gracias, profesor. Trataré de no molestarle demasiado —dijo Martha.

—No te preocupes, atenderos forma parte de mi trabajo —le guiñé un ojo, tratando de parecer amistoso—. Ahora tengo que marcharme, ya vamos hablando.

Me levanté y abandoné la clase sin molestarme siquiera en mirar atrás; una sonrisa traviesa iluminó mi rostro durante el resto de la mañana.

2

—Ah, por fin —murmuré al ver en la bandeja de entrada de mi correo electrónico el nombre de mi alumna favorita—. Ha tardado mucho.

Habían pasado dos semanas desde el final de las clases y, si bien había estado bastante ocupado corrigiendo trabajos de final de curso, no pude apartar de mi mente a la jovencita. Con un clic abrí el e-mail, y lo leí tranquilamente mientras daba algunos sorbos a mi café con leche. Martha me preguntaba un par de dudas sobre el temario del examen y, además, me planteaba también algunas dudas sobre los trabajos, pues era muy consciente de que con el 30% de la nota dependiendo de estos, sus posibilidades de aprobar o suspender variaban mucho según cómo se los calificase. Me pasé la lengua por los labios y, después de dudar durante solo un instante, comencé a escribir la respuesta.

Hola, Martha.

Ya tengo corregidos los trabajos, aunque lamento anunciarte que el tuyo es bastante deficiente, por lo que te lo he puntuado con tan solo 0´5 puntos sobre 3. Esto significa que tendrás que esforzarte mucho más en el examen, pues necesitarás obtener un 4´5 sobre 7 para aprobar, y es un gran desafío. Sin embargo creo que podrás conseguirlo. Te adjunto un documento con ejercicios resueltos sobre las dudas que me planteas, estoy seguro de que te serán de utilidad. Si tienes cualquier otra duda o quieres que revisemos tu trabajo, pasado mañana estaré en mi despacho entre las nueve y las diez de la mañana.

Un saludo,

Jason W. Black.

Le di al botón de enviar y sonreí. Lo cierto era que podía haber aprobado a la chica, probablemente incluso son buena nota, pero tenía mis propios planes para ella y necesitaba suspenderla para poder llevarlos a cabo. Cualquier otra se habría rebelado al recibir esas notas tan desastrosas, pues la chica debía darse cuenta de que no eran acordes con su propio trabajo y esfuerzo, pero Martha se jugaba demasiado, pues, si suspendía una sola asignatura en julio, perdería la beca. Haría lo que fuese por aprobar, y eso era justo lo que yo esperaba de ella.

3

Cuando llamaron a la puerta del despacho, a las nueve y cuarto de la mañana, tuve que reprimirme para saltar de alegría. En lugar de eso opté por aguardar durante unos instantes, hasta que volvieron a llamar. Si la hacía esperar, se pondría nerviosa. Eso solo haría que jugar a mi favor.

—Adelante —dije entonces.

La puerta se abrió, y Martha asomó con la radiante sonrisa de quien sabe que con ella puede romper voluntades ajenas.

—Buenos días, profesor Jason. ¿Se puede?

—Sí, sí, pasa —respondí—. Siéntate. Tengo aquí mismo tu trabajo, supuse que vendrías.

La chica se apresuró a obedecer, mientras yo lanzaba una fugaz mirada a la camiseta de tirantes verde que ocultaba sus pequeños pero firmes pechos y al pantalón pirata que se pegaba a sus piernas y a su impresionante trasero como una segunda piel. No estaba habituado a ver tan sensual a Martha, y supuse que la llegada del verano le había llevado a utilizar prendas más ligeras. Además en esa ocasión llevaba el pelo sujeto con una diadema de tela, en lugar de recogido. Tuve que admitir para mí mismo que pocas veces la había visto tan guapa.

—No entiendo qué ha podido pasar para tener tan mala nota —dijo ella con un hilo de voz y con cara de pena, supuse que para tratar de influirme con su encanto—. De verdad que me esforcé mucho, estaba convencida de que podría sacar buena nota.

—Ya ves que no ha sido así —repliqué—. La redacción es deficiente, el tema no está enfocado correctamente, no utilizas la bibliografía adecuada… para ser sinceros, te he puesto medio punto por compasión. Es un completo desastre.

—Vaya… —murmuró Martha, desarmada y sin atreverse a levantar la mirada del suelo.

—El problema es que, por más que intente ayudarte, no puedes aprobar así la asignatura. Los dos sabemos que, tal y como has llevado el curso, no podrás sacar un cuatro y medio sobre siete en el examen de recuperación.

—Pero… pero necesito aprobar —protestó ella con cierta urgencia—. Si no lo hago me quitarán la beca, y no puedo pagarme la carrera.

—Lo siento, Martha —mentí—. No puedo hacer más por ti.

—Debe haber alguna forma —insistió ella—. Por favor, profesor.

Sonreí. Debía estar muy desesperada para no aceptar su suspenso, pues hasta entonces nunca había protestado por ello, probablemente porque confiaba en poder salvar la asignatura.

—No se me ocurre cómo —dije—. Podrías venir a mi despacho en los horarios de tutoría para que te resuelva las dudas que tengas, pero el examen es dentro de un mes, hay cuatro horas de tutoría a la semana y tengo que atender a más alumnos, por lo que no creo que sea suficiente en tu situación. No, lo siento Martha. Será mejor que te hagas a la idea de que no vas a poder aprobar mi asignatura.

—Pero… pero… —la chica mi miró con sus ojazos azules anegados en lágrimas que no me creí; intentaba jugar conmigo para salirse con la suya—. ¿No podría darme algunas clases fuera de ese horario? ¡Por favor!

—Sí, supongo que podría hablarse —concedí—. Pero cobro a veinte euros la hora, y necesitarás muchas horas. ¿Podrás pagarlo?

—¿Cuántas son muchas?

—En tu situación, diez o doce a la semana. Pongamos cincuenta antes del examen, y ni tan solo así puedo garantizarte el aprobado.

—¡Pero eso son mil euros! —protestó Martha; sus ojos eran fuego—. ¡Si pudiese pagar tanto dinero por unas clases particulares, no me importaría la beca!

—Entenderás que mi tiempo vale dinero, no puedo dedicarme a darle clases particulares a todos los alumnos que suspendan —expliqué con una sonrisa.

—Sí, claro, lo comprendo —asintió Martha con pesar.

—Lo siento, de verdad que me gustaría poder ayudarte, pero no se me ocurre cómo. Sería mejor que te marchases a estudiar.

La joven se levantó torpemente y se dirigió hacia la puerta del despacho, completamente descorazonada.

—Gracias, profesor Jason. Haré lo que pueda.

—Espera —dije cuando la mano de la joven ya estaba en el picaporte de la puerta—. Quizás haya una manera de… pero no, olvídalo, es una locura.

—¿El qué? —preguntó ella, volviéndose hacia mí con el rostro iluminado—. ¿De qué se trata? ¡Por favor, profesor! ¿Qué tengo que hacer?

—Podría darte clases —sugerí. La trampa comenzaba a cerrarse en torno a la inocente jovencita.

—Pero no puedo pagarlas —recordó Martha, de nuevo desmoralizada.

—Clases gratuitas —maticé—. Podrías venir a mi casa todas las mañanas a primera hora.

—Yo… sería fantástico, profesor. ¿Pero por qué?

—Porque a cambio tú vas a prometerme ser muy, muy obediente —expliqué.

—Claro, seré muy obediente y estudiaré mucho.

—Tendrás que obedecerme absolutamente en todo —insistí.

—Lo haré.

—Por ejemplo —sonreí con malicia; era la hora de la verdad—, podría ordenarte ahora mismo que te quitases el sujetador y lo dejases sobre mi mesa.

La expresión de alegría de Martha ante la expectativa de aprobar quedó congelada en su rostro mientras trataba de decidir si le estaba gastando una broma o si, por el contrario, aquello iba tan en serio como parecía.

—Yo… yo… —tartamudeó, pálida por el inesperado giro de la conversación—. No pienso hacer algo así. Es abuso.

—Antes de que tomes una decisión en firme, deberías pensar bien en que no tendrás otra oportunidad como esta para aprobar mi asignatura, y no queremos que te quiten le beca, ¿verdad? Sí, podrías intentar denunciarme por acoso, pero sería la palabra de una niñata contra la del profesor que casualmente te imparte la única asignatura que has suspendido. Piénsalo, en el mejor de los casos conseguirás que se investigue, pero no tienes pruebas de ningún tipo. En el peor de los casos nadie te tomará en serio, pero tanto en uno como en otro suspenderás mi asignatura.

Martha cerró los ojos y reprimió un sollozo mientras se llevaba las manos al cierre del sujetador y lo abría muy despacio, como si así pudiese impedir que aquello pasase. Después se lo quitó con discreción y lo dejó sobre la mesa. Advertí que estaba roja de rabia y que no apartaba su mirada furibunda de mí.

—Buena chica —dije mientras cogía el sostén y pasaba mis dedos por el interior.

—¿Qué me va a pasar? —preguntó Martha más furiosa que aterrorizada—. ¿Qué me vas a hacer, cabrón?

—Depende —respondí, decidiendo dejar pasar el insulto por esa vez. Primero me aseguraría de tener su sumisión, después ya me ocuparía de domar todo ese fuego—. Ya sabes lo que pasará si no obedeces, pero si lo haces todo será muy distinto. Cuidaré de ti, me aseguraré de que estés bien y tú a cambio solo tendrás que obedecer todas mis órdenes. De ahora en adelante soy tu dueño, tu amo, tu señor, y así es como me llamarás. Si cumples con tu papel y eres complaciente y obediente, recibirás tu recompensa; si no, tendré que castigarte. ¿Lo has entendido?

—Sí —dijo Martha sin miedo—. Pero te prometo que pagarás por esto.

—Si me vuelves a amenazar o a insultar, esto terminará aquí y ahora y no habrá nada que pueda evitar que pierdas la beca. No volveré a advertirte, niña. ¿Lo has entendido?

Su mirada, antaño hielo, era fuego que amenazaba con quemarme. Ella no podía saberlo, pero semejante pasión tan solo hacía que la desease todavía más.

—Sí —dijo al fin, tras guardar silencio durante un largo rato. Al parecer comprendía que no tenía elección.

—¿Sí qué?

—¿Sí Señor?

—Amo.

—Sí, Amo.

—Muy bien. Ahora quiero que levantes tu camiseta y me dejes ver lo que escondes ahí.

—Sí, Amo.

La chica obedeció pese a la rabia que la desbordaba, y alzó la prenda de manera que sus pequeñas tetas quedaron de inmediato a la vista. Me levanté para acercarme a ella y me pasé la lengua por los labios. Cuando estuve ante la joven la atraje hacia mí, le aparté el cabello del rostro y la miré con una sonrisa malévola.

—Bienvenida a tu nueva vida, Martha.

Después la besé. Suavemente primero, para dar tiempo a la joven a recuperarse de la sorpresa, y, cuando dejó de resistirse, la besé con más pasión, hasta que mi lengua se abrió paso hacia la boca de ella. Cuando finalmente me aparté, la joven jadeaba. Cogí entonces sus tetas con las manos y comencé a masajearlas mientras usaba la lengua para lamer y darle pequeños mordiscos en los pezones, que pronto demostraron una gran excitación. La chica, pasado ya el susto inicial, mantenía los ojos cerrados y se dejaba hacer mientras respiraba de manera entrecortada. Sonreí con malicia y froté la mano contra el coño de ella, por encima de los pantalones piratas, mientras con la otra la cogía del culo para atraerla hacia mí y volvía a besarla con pasión. Cuando Martha dejó escapar el primer gemido, me detuve y regresé a mi asiento. La joven, sorprendida, abrió los ojos sin entender qué pasaba.

—¿He hecho algo mal?

—No, pero he cambiado de idea —dije—. Esto no está bien, no puedo hacerlo. Perdóname, no sé qué me ha pasado.

—Pero… ¿pero estoy aprobada?

—¡Naturalmente que no! —exclamé fingiéndome enfadado—. Tendrás que presentarte al examen como todos los demás.

—Suspenderé… —recordó Martha con pesar.

—Lo siento, de verdad. Ahora deberías irte.

Advertí que la joven, todavía sonrojada, frotaba disimuladamente los muslos uno contra otro, señal de que, pese a toda su rabia, había conseguido excitarla. Tuve que reprimir una sonrisa.

—Por favor —suplicó—. Por favor, sea mi Amo. Haré todo lo que me ordene, se lo prometo, pero sea mi Amo. Necesito aprobar sea como sea, y estoy dispuesta a hacerlo, si usted me lo permite. Por favor.

—¿Estás segura, Martha?

—Sí —respondió ella de inmediato—. Sí, muy segura.

—Bien. En ese caso deja también tus bragas encima de mi mesa, apunta tu número de móvil en ese bloc de notas y márchate —ordené mientras señalaba con la cabeza una libreta pequeña que descansaba sobre el escritorio.

—Sí, Amo.

Martha se apresuró a quitarse las sandalias y los pantalones piratas, después se quitó unas braguitas azul claro que dejó rápidamente sobre la mesa antes de volver a vestirse y cubrir sus tetas con la camiseta. Finalmente cogió un bolígrafo y escribió su número en donde le había indicado.

—Buena chica —la felicité.

—Gracias, Amo. Adiós —dijo ella, marchándose del despacho sin ropa interior y roja como un tomate, pues era consciente de que le había visto el coño. Estaba depilado e hinchado a causa de la excitación de que era víctima.

Apenas podía creer que hubiese salido todo tan bien. Hacía ya tiempo que había llegado a la conclusión de que esa chica llevaba una sumisa dentro sin saberlo, y ahora al fin tenía la confirmación de mis sospechas. Cojí las bragas azules que descansaban en el escritorio y pasé los dedos por la tela. Estaba húmeda.