El profe de historia
Sabía que me estaba mirando. Desde la corta distancia que separaba mi pupitre de su mesa podía sentir el calor de su mirada clavada entre mis piernas
Sabía que me estaba mirando. Desde la corta distancia que separaba mi pupitre de su mesa podía sentir el calor de su mirada clavada entre mis piernas, ligeramente abiertas mostrando la braguita transparente que dejaba poco a la imaginación.
Su voz me llegaba como entrecortada, apenas si sabía de qué estaba hablando desde su mesa de profesor. Mi mente calenturienta de 17 primaveras corría en morbosos paisajes de sexo salvaje y sudor, de lenguas traviesas y durezas en mi interior.
Me ponía, me ponía muchísimo aquel profesor de historia, con su vaquero apretado y su camisa de franela a cuadros, su barba escasa y sus ojos azules.
Mis muslos se frotaban uno contra otro aumentando mi excitación. No podía reprimirme, mis más íntimos deseos se desbordaban a cada gesto suyo, a cada mirada disimulada a mi entrepierna. Me bastaba su entrada en clase para ponerme a mil.
Garabateaba sobre un folio en blanco haciendo como que escribía, tratando de dar la impresión de concentrada en sus explicaciones, aunque sé que nunca fui buena actriz.
El timbre sonó y me saco de mi ensimismamiento para ver como decía hasta mañana y salía por la puerta, llevándose consigo mis deseos más carnales.
Torpemente guarde el material de clase en la mochila y me levante, recolocando la corta falda en su sitio y tratando de aparentar normalidad.
Una compañera me pido si podía pasarle los apuntes y tuve que mentirle diciendo que tenía que pasarlos a limpio primero. Se los mandaría por la tarde por email. Salí entre los demás alumnos y me dirigí al cuarto de baño de chicas. Necesitaba apagar de alguna manera aquella sed.
Cerré tras de mí la puerta del baño y casi arranque mis bragas para dejar paso libre al aire que me faltaba en la entrepierna. Me senté en la taza con la piernas totalmente abiertas dejando el camino franco a mis dedos que a jugaban con mi vello púbico. Una pulsación en la sien me impulsó hacia adelante cuando roce mi clítoris que, a esas alturas, se disparaba de entre mis labios, Cerré los ojos mientras me mordía los labios para no gritar. Mis dedos constataron pronto la terrible humedad que inundaba mi coño. Raudamente pulse mi clítoris haciendo temblar mis piernas. Mi respiración se aceleraba mientras imaginaba como era él quien me tocaba, quien me barrenaba las entrañas con su hierro candente mientras amasaba mi culo para apretarme contra él.
Mis gemidos se fueron sucediendo mientras mis dedos buceaban en mi interior, mis piernas temblaban y sentí en mi columna como, poco a poco, esa electricidad estática del orgasmo, se apoderaba de mi cuerpo entero. Con una mano apretaba mi pezón duro a través de la camisa mientras la otra volaba de mi interior a mi clítoris.
Y llego arrancándome un gemido profundo que mis labios trataron de acallar. Mi cuerpo se estremeció de punta a punta mientras sentí como un flash cegaba mi razón y mi conocimiento.
Poco a poco fui recuperándome de aquel orgasmo, de vez en cuando daba alguna palmadita sobre mi monte de Venus para apurar aquel placer .Tome conciencia de donde estaba y procedí a subir mis braguitas y recolocar mi ropa. Respiré profundo antes de descorrer el cerrojo y salir al exterior.
Un barullo de chicas entraba y salían del baño. Murmullos, voces ... todo era como ajeno a mí.
Era la última clase de la mañana y dirigí mis pasos hacia el comedor .Un terrible sonido de entrechocar de cubiertos, platos, sillas arrastradas e hilarantes voces y risas llego a mí desde el final del pasillo.
Hacia mitad del pasillo una puerta daba al reservado de profesores, la puerta estaba entreabierta y mire disimulada en su interior. Allí, sentado en una mesa, con una cerveza en la mano, mi profesor preferido hablaba animado con una compañera del.
Me miro como sin querer y levanto su cabeza a modo de saludo, le devolví el saludo con una sonrisa tímida y baje los ojos. De alguna manera me sentía culpable de algo, aunque no sabía bien de qué.
Apure mis pasos para evitar aquella mirada y entre en el comedor. Me dirigí hacia la barra y puse en mi bandeja algo de ensalada y un yogurt. Me senté en una mesa vacía junto a la ventana y me dispuse a comer mientras miraba al exterior. Aún podía ver en mi mente las lujuriosas imágenes que imagine para alcanzar aquel bendito orgasmo que calmo un poco mi necesidad de sexo.
Almorcé despacio, sin prisa. La siguiente hora no tenía clase y decidí tomarme un descanso sobre el césped de la uni.
Coloqué mi mochilá a modo de almohada y me tumbe bajo un árbol inmenso que casi arrastraba las ramas por el suelo. Un lugar ideal para estar a salvo de miradas y cuchicheos. Desde él podía ver, a través de las ramas, el ir y venir de alumnos mientras me tomaba un merecido descanso.
Tumbada allí pude escuchar el sonido del timbre que anunciaba la vuelta a clase y pude ver las carreras de algunos estudiantes para entrar en las aulas. Todo pareció aquietarse, todo volvió al silencio.
Me sumergí en mis pensamientos ¿Que tenia? ¿Qué le hacía diferente? ¿Por qué despertaba en mi aquel deseo de hacerle el amor salvajemente?, total, solo era un profe mas, solo uno más de tantos que vi en mi ya larga estancia en colegios y universidad. ¿Que tenía que me provocaba aquel la humedad en mi entrepierna y endurecía mis pezones? No tenia respuestas, solo sabía que no podía mirarlo sin sentir esa necesidad de lanzarme a su cuello y follármelo vivo. Sabía que me miraba cuando, intencionadamente, abría mis piernas para dejarlo ver por debajo de mi falda, sabía que, alguna vez, se le había quebrado la voz al estar explicando un tema. Entiendo que a mi edad era un bomboncito para un treintañero como él lo era, pero ¿Por qué no daba un paso más? ¿Sería miedo? ¿Sería respeto por una alumna? ¿Sería acaso que estuviese casado y eso le impedía acercarse a mí que tan descaradamente le mostraba mis intenciones?
Todo eran preguntas en mi cabeza, muchas preguntas y ninguna respuesta, sólo aquel deseo de hacerlo mío.
Mi pulso se acelero cuando lo vi salir por la puerta principal. Bajo el brazo unos libros y una carpeta. Se coloco las gafas de sol y comenzó a caminar hacia el jardín. Quizás buscando un lugar tranquilo para repasara exámenes o, simplemente, para descasar.
Lo vi dirigirse directamente hacia el árbol bajo el que yo estaba. Me puse nerviosísima, ¿me habría visto y venia por mi?
Lo vi agacharse para pasar bajo la enramada y como su mirada sorprendida se clavaba en mí.
-Hola Minerva. ¿Qué haces aquí?
-Hola, bueno, no tengo clase en la próxima hora y este sitio es mi preferido para estar tranquila.
-¿Te importa?- pregunto mientras dejaba los libros y demás en el suelo y se sentaba a mi lado.
-No, para nada.
-Si prefieres estar sola me voy a otro sitio...
-No, por favor, ya te digo que solo estaba descansando.
Se dejo caer sobre la hierba mientras notaba como me miraba de arriba abajo, aunque las gafas ocultaban sus ojos, podía sentirlo.
-También este es mi sitio preferido cuando quiero alejarme un poco del bullicio de la universidad. Lo descubrí hace años. Y siempre que puedo me dejo caer por aquí. Es un lugar bastante oculto, aunque sé que es muy conocido por las parejitas....
Yo no sabía muy bien cómo comportarme, como hablarle, me sentía atribulada. Solo le sonreí a modo de contestación pero sin saber que decir. Todo era vértigo en mi cabeza. Estaba allí, a mi lado, tumbado, mostrando su cuerpo como si no supiese lo que provocaba en mi interior.
-¿Cómo llevas las notas?- me soltó con naturalidad
-Bueno, más o menos, me cuesta algo la física pero las llevo bien en general.-Conteste torpemente.
-En clase llevo unos días viéndote como despistada, como ausente, ¿te pasa algo o solo es que te aburren mis clases?... sonrió un poco como para darme ánimos a sincerarme.
-No, estoy bien. No sé, quizás lo parezca pero no me pasa nada. Ya sabes, las mujeres somos así de raras en algunas cosas.-Trate de no mostrar nerviosismo y solté aquella tontería sin saber muy bien ni que quería decir.
El se sonrió y esta vez pude notar sus ojos clavados en mi pecho que subía y bajaba nerviosamente. Yo mire disimuladamente su paquete y casi podía adivinarlo, allí, todo apretado contra aquel vaquero que amenazaba con estallar.
Me senté y plegue mis piernas contra mi pecho, gesto que dejo al descubierto mis muslos casi hasta el nacimiento de mi culito.
-Puede ser- murmuro él, algo incomodo por estar viendo más de lo que pretendía sin querer.
-Minerva...Esto, no sabría como decírtelo sin que sonara mal o diese a entender lo que no que no es...
-Dime, pasa algo conmigo, Te prometo que estoy estudiando todo lo que puedo, aunque sé que he bajado un poco este trimestre...
-No, no es eso...-Lo vi casi sudar- Veras, a ver como lo digo. Bueno, Minerva, a ver, ya no eres una niña y creo que puedo hablarte como a la mujer que eres. Verás, desde mi mesa no puedo evitar ver más de lo que debo por debajo de tu falda. No sé muy bien como decirte esto. Sé que no lo haces con ninguna intención pero me pones nervioso y me cuesta concentrarme en mis explicaciones. Quizás deberías de pensar en usar pantalones o quizás unas faldas algo mas largas. Es incomodo para mí y muy violento.
¿Violento? ...Este tío es gilipollas, pensé para mí. Pero trate de mostrarme recatada.
-¿De verdad? Ay, lo siento, no es mi intención, ni me había dado cuenta. Lo siento mucho. Mentí descaradamente mientras entreabría un poco mis piernas para mostrar un poquito más...
-No, perdóname, no quiero que te sientas violenta pero, entiéndeme, además de profesor soy un hombre y una visión así perturba...solo quería comentártelo. Por favor no le des más importancia....Ya me imagino que ni siquiera te das cuenta. Decía esto mientras sus ojos saltaban de mis ojos a mis muslos.
Pude ver como su paquete aumentaba de tamaño mientras le dedicaba una mirada algo picarona.
Me eche sobre la mochila y esta vez estaba dispuesta a tentarlo mas aun. La falda resbalo sobre mi muslo y el principio de mis braguitas quedo al descubierto. Noté como su pulso se aceleraba. Me puse de lado, mirándolo a él, y ya poco tenía que adivinar bajo mi falda.
Aquí perdió los papeles. Se inclino sobre mi y su boca busco la mi mientras sus manos se hacían dueñas de mi cintura. Su lengua entro en mi boca como un ciclón y, gustosamente, deje la mía saborear la dulzura de su saliva.
Su cuerpo se pego al mío y pude notar contra mi muslo la dureza de su polla. Un suspiro se escapo de mi boca cuando sus manos subieron sobre la camisa para adueñarse de mi pecho, que ya esperaba su caricia.
Todo se volvió como borroso. Mis manos volaban por su espalda hasta llegar a su culo que apreté como para asegurarme que aquello no era un sueño. Su boca, pegada a la mía, me hacía sentir como se contraía mi pubis mientras sus dedos atormentaban un pezón que ya pujaba por salir de su encierro.
Los botones de mi camisa casi se soltaron solos ayudados por su mano experta y el sujetador quedo al descubierto. Su boca resbalo por mi cuelo dejando un reguero de gemidos en mi garganta y bajo hasta posarse sobre mi pecho .Libero este del presidio del sujetador y mi pezón quedo expuesto a su lengua que lo lamia como si en ello le fuese la vida.
Mis manos apretaban su cabeza para que no parase mientras note como, su mano libre, resbalaba, poco a poco, por mi muslo hasta llegar a mis húmedas braguitas. Mis piernas se abrieron y se adueño de mi rincón sobándolo de arriba abajo haciéndome temblar.
Mi camisa quedo abierta de par en par y mi sujetador quedo a la altura de mi barbilla con lo que mis pechos estaban ahora expuestos a sus ataque.
Yo gemía y sentí un remolino de emociones batir mi cuerpo entero bajo sus caricias.
Su lengua resbalo por mi vientre hasta alcanzar la cinturilla de mis braguitas. La rebaso y pude sentir estrellarse contra mi clítoris su aliento alterado.
Un estallido me recorrió cuando su lengua se poso sobre mi clítoris inflamado y, un largo estremecimiento hizo temblar mis muslos. Estaba allí, abierta de par en par para el deseo de mis sueños húmedos y de pajas escondidas. Su lengua rebuscaba en mi coño mientras mis manos le apresuraban empujándolo contra mí.
Mis ojos permanecían cerrados mientras me sentí arrasada a cada embestida de su lengua. Las braguitas rodaron hacia un lado y ahora su saliva resbalaba directamente contra mis labios hasta alcanzar mi ano. Estaba inundada, literalmente. Un dedo se colaba en mi interior mientras caracoleaba mi clítoris con su lengua mórbida. Mis piernas querían abrirse más pero no podía. Solo quería sentirlo así, buceando en lo más profundo de mí, arrancándome de mi piel escalofríos de placer. Poco me importaba si estaba casado o no, si era mayor o no, si era mi profe u otro, solo quería que me poseyera como lo estaba haciendo.
Sus gafas habían volado y podía ver sus ojos clavándose en mi pubis. Sus manos apretando casi hasta el dolor mis pechos que estaba duros como rocas.
Así su pelo y tire del hasta ponerlo a la altura de mi boca, mordí aquellos labios con sabor a mí y le empuje ligeramente hacia atrás. Ahora quería ser yo, quería notar su cuerpo en mis manos, su polla en mi boca. Lo tumbe y abrí su camisa casi con desesperación, un pecho cubierto de un bello ralo y unos pezones rozados me miraban .Pase mi lengua por ellos y note como su pelvis se crispaba a cada pasada de mi lengua. Mí mano busco sobre el pantalón y note una polla dura, enorme, pujante, saltar contra mi mano.
Tire de la cremallera hacia abajo y solté el botón de su pantalón. Me costo algo de trabajo bajarlo lo justo como para que apareciera ante mis ojos aquel deseado tesoro. Su cabeza amoratada me miraba desde allí abajo y, poco a poco, resbalé mi cabeza por su vientre hasta notarla contra mis labios. Mí lengua saboreo su grandeza con suaves pasadas mientas sus piernas lo lanzaban contra mi cara. Mí mano subía y bajaba sobre aquella polla y metí su cabeza en mi boca hasta sentirla casi en mi garganta.
Un estremecimiento me golpeo entera. Era mía, toda mía, aquel sueño de cada noche, podía sentir su sabor, su dureza, esta vez no era fantasía. Podía sentir como palpitaba a cada pasada de mi lengua. Mí saliva resbalaba por su piel satén hasta llegar a sus huevos que saltaban entre mis dedos. Me afane en tragármela entera, quería sentirla hasta el alma.
Sus manos me apretaban cada vez que la introducía en mi boca, como queriendo ir mas allá de lo que ya estaba. Pequeñas arcadas me hacían saber que tocaba fondo y, aun así, casi la mitad de ella aun estaba fuera de mi ansiosa boca.
Quiso tirar de mi hacia arriba pero me negué, quería sentirlo correrse en mi boca, quería que inundara mi garganta con aquel espeso liquido soñado tantas veces.
Redoble mis ataques, mi lengua pasaba una y otra vez por aquel ojo ciego de su polla y mi mano sopesaba unos huevos repletos que querían estallar. La sentía chocar contra mi paladar y cabecear a cada nuevo ataque. Sus muslos temblaban y sus manos ahora me apretaban con más fuerza. Me sentía llena cada vez que su polla entraba en mi boca arrasándolo todo. Sus caderas comenzaron a bailar la danza del no retorno y me apresure aun mas en aquel loco mete saca de mi boca.
Podía sentir sus gemidos y balbuceos mientras su glande rozaba mi paladar o se hundía en mi garganta.
De pronto su cuerpo entero se tenso y supe que venía, que se venía en mi boca. La hundí todo lo que pude en mi garganta y note como calientes borbotones de semen resbalaban por ella camino de mi estomago.
Mis sentidos se nublaron, mis labios apretaban aquel miembro como si en ello me fuese la vida. Lo quería sentir así. Cada estremecimiento me llenaba la boca de leche caliente y espesa y me sentía flotar.
Pase mi lengua varias veces para saborear hasta la última gota de aquel delicioso néctar y note como su cuerpo se relajaba poco a poco. Rendido a mis caricias, agotado de sexo. Me sentí colmada.
Subí lentamente por su vientre hasta alcanzar su boca. Y no le importo que la mía supiese a semen, solo abrió la suya y hundió su lengua en la mía, fundiéndonos en un beso eterno.
De repente todo había cambiado. Yo no era alumna ni el profesor, aquello no era la universidad ni existía nada a nuestro alrededor. Solo podía abrazarme a él y sentirlo contra mi cuerpo. El tiempo suspendido. No existían próxima clase ni aula a la que asistir.
Todo cambio aquella tarde bajo aquel árbol al que tantas parejas asistían para apagar sus ardores juveniles, solo que ahora era un hombre maduro y una jovencita los que habían hecho de aquel lugar escondido su nido de sexo.
Pronto descubrí que no estaba casado, que no tenía a quien rendir cuentas de sus actos, como también pronto descubrí que no era la única alumna. Pero eso... será para otra vez.