El profe de arte

Profesor de historia del arte es atraído por un guapo alumno que poco a poco le irá dominando consiguiendo convertirlo en un verdadero sumiso.

En la universidad hay chavales que son verdaderos adonis y su liderazgo entre los chicos y chicas de las diferentes aulas se palpa fácilmente en el ambiente. Algunos se comportan con mucha naturalidad pero a alguno de ellos les gusta hacerse notar.

Ese era el caso de David. Un alumno guapo y listo que se desenvolvía muy bien en cualquier situación entre sus compañeros. Pero también con los profesores, especialmente conmigo. La diferencia de sólo seis años de edad me convertía en un fácil objetivo para sus personales intereses. Sabía cómo llevarme a su terreno y sentía ese dominio sobre mí, dentro y fuera del aula. David sabía que me agradaba su cuerpo y, sin darme cuenta, me iba dominando poco a poco con su forma de decir las cosas y su actitud en general.

En muchas ocasiones me hacía preguntas (interesantes) al finalizar la clase. Se acercaba a mi mesa y se ponía a mi lado para comentarme detalles de algun mosaico de la época romana o de algún texto de un especialista de la grecia antigua.

Yo me ponía un poco tenso y balbuceaba. En mi cabeza se mezclaban mis sentimientos hacia él y mis reflexiones sobre las respuestas a sus preguntas.

Enseguida mi pene comenzaba a crecer y mi bulto tensaba el pantalón y él se daba cuenta de mi reacción. Lo sabía. Mirándome con una preciosa sonrisa me dejaba con la palabra en la boca y con una calentura que cada vez me era más difícil de soportar. Muchas veces, al quedarme a solas dentro del aula, solucionaba esa tensión con una paja que me consolaba a duras penas ya que mi imaginación iba por otro camino.

Aquel sábado fui a tomar una copa a uno de las bares del barrio con la intención de emborracharme y olvidarme de todo. Después de varios tragos que me iban consolando poco a poco siento detrás de mi cogote una voz dulce que me susurra:

  • Hola profe. ¿Estás solo?

Era David. Un rayo recorrió mi cuerpo de arriba abajo y me quedé petrificado. ¿Cómo estaba por mi barrio si él vivía al otro lado de la ciudad?

  • ¿Puedo sentarme contigo?

Hubiera querido decirle que estaba guapísimo pero contesté:

  • Sí. ¿Qué haces por aquí?

  • Hemos venido a cenar con un grupete de amigos al restaurante de un pariente de Miguel. Miguel Martinez, uno de tus alumnos de tercero.

  • Ah, claro que sí. ¿Y dónde está?

  • Ha salido con su novieta hace un rato. Yo, te he visto, y he querido saludarte.

Estaba genial. Con una de aquellas camisas que realzan su piel morena y sus ojos verdes... Si pudiera... me lo tiraba allí mismo.

Mientras hablaba (de no sé qué) me iba mirando con una seguridad en sí mismo que me descolocaba completamente. Aparecía en el ambiente esa sensación de sentirte diminuto y sin fuerzas ante un ser que te va dominando poco a poco. La imagen del gato jugando con el ratón.

Sentado frente a mí acercó su mano y sujetó delicadamente varios dedos de mi mano izquierda diciéndome en voz baja que se alegraba mucho de conversar conmigo.

Yo no sabía qué decir ni qué hacer. Su mano derecha rozaba suavemente mi antebrazo para arriba y para abajo... Me estaba derritiendo... Le habría besado como nunca esos labios firmes y carnosos que sonreían permanentemente. Era David el que llevaba la voz cantante en el escenario y yo... un juguetito, una marioneta para su diversión.

Reaccioné con los ojos abiertos de par en par cuando sentí que un pie tocaba mi poya. David se había descalzado y me masajeaba con su planta recorriendo poco a poco todo mi paquete. Me miraba fijamente y con cierta ternura. Sabía que dominaba la situación y yo estaba a su disposición...

Pensé que me había corrido. No. Era seguro que me había corrido. Mi semen mojó mis Calvin Klein y mi cara también delataba mi reacción. David, sonriendo con un aire triunfal me dice:

  • Tranquilo, hombre. ¿Quieres que demos una vuelta?

  • Quisiera ir al lavabo.

  • Ah, yo también. Te acompaño.

David se colocó a mi derecha y sacó una poya considerable. Siempre sonriendo y mirándome de reojo.

Me costó mear porque estaba intranquilo y no podía reprimir que mis ojos dirigieran su mirada hacia el pene de David. Parecía un imán irresistible.

  • ¿Te gusta, Carlos? Me preguntó David melosamente, roroneando como un gato.

Sin voz, contesté que sí.

  • ¿Quieres tocarla?

No podía hablar. Estaba bloqueado. Cogiéndome de la mano me dice:

  • Ven, vamos a un cuarto libre.

Me lleva al último cuarto. Le sigo caminando hacia donde quiere, estoy a su capricho y me hace sentar en el inodoro. Mirándome desde su posición dominante me acaricia el pelo, mis coloradas mejillas y, con lentitud, pasa su pulgar derecho por mis labios.

  • Abre la boca, putita.

Su dedo pulgar juega dentro de mi boca, que se hace agua. Juega con mi lengua y repasa mis dientes.

  • Eres muy obediente y voy a hacerte un regalo.

Sus manos sujetan mi cabeza y acercan mi cara  a su bragueta. Estoy emocionado, estoy sintiendo su poya a través de su pantalón y me derrito. Mi voluntad ha felizmente desaparecido y estoy a su entera disposición. Es un momento maravilloso...

Más tarde, no sé cuánto tiempo después, separa mi cabeza de su cuerpo y moviendo mi cabeza hacia arriba me obliga a mirarle a sus ojos.

  • No cierres la boquita, putita.

Es la primera vez que me llama putita y no sé reaccionar. Comienza a soltarse el cinturón y abre despacio la cremallera.

  • Bájame los pantalones, profe.

Automáticamente, sin pensarlo, le voy bajando los pantalones mirando al frente. Ah! El slip negro de Hugo Boss le queda precioso! Su pene está tenso y su recorrido queda claramente marcado dentro de la suave tela. Acariciándome las mejillas me dice

  • Pídeme que te la enseñe.

Yo no puedo pensar con claridad. Él no me lo dice, me lo ordena...

  • Enséñamela.

  • ¿Cómo se piden las cosas, profe?

  • Enséñamela, por favor.

  • Ahora, sí. Poco a poco vas a ir aprendiendo.

Con las dos manos David va bajando poco a poco el slip. ¿Cómo tarda tanto? Al final un pene tenso aparece frente a mí. Es precioso.

  • Es todo tuyo, pero primero dale un beso de bienvenida.

Con emoción mis manos tocan con cuidado el miembro y mis labios besan el glande con un gran placer...

  • Eso es, muy bien. Me susurra esta palabras al tiempo que mesa con sus manos mi cabello...

  • Puedes lamer toda la poya, de arriba a abajo y de abajo a arriba, como una nenita cariñosa. Porque ¿vas a ser una nenita cariñosa, verdad?

No podía hablar. Con gestos confirmaba su pregunta pero...

  • Quiero oírtelo decir, nenita.

Mirándole a sus preciosos ojos verdes y con una leve sensación de que me estaba dejando humillar le dije:

  • Sí,  voy a ser una nenita cariñosa.

  • Gracias, profe. Abre la boca que te voy a follar hasta que te corras.

Marcando el ritmo, su poya entraba y salía de mi boca dándome un placer difícil de explicar con palabras. Mis manos sujetaban sus nalgas y yo estaba en la gloria. ¿Cuánto tiempo pasó? Imposible saberlo. Solamente sé que mi pene arrancó un orgasmo que salpicó toda la puerta. (David tuvo que esquivar el ataque para no llenarse de mi semen). Ah! Qué placer!

  • Ah! Pero si la putita ya ha eyaculado!  Ahora vas a sentir mi parte. Quiero que te lo tragues todo. Que no caiga ni una gota. ¿De acuerdo, nenita?

  • De acuerdo.

Los últimos estertores fueron maravillosos. Tres o cuatro bocanadas llenaron mi boca de esa sustancia viscosa que sabía a gloria.

  • Ah! Fabuloso! Creo que nos vamos a entender muy bien, profe o, mejor dicho, mi putita.

Al llegar a casa tenía una doble sensación. La primera y más fuerte era la sensación de placer ... sólo de placer.  Y al mismo tiempo tenía la impresión de haber sido de algún modo manipulado, dominado o humillado por un joven al que dos días a la semana volvería a verle en mi clase de arte en la universidad...

¿Cómo irán las cosas en el futuro?