El Probador y el Desconocido (2)

¿Quién dijo que los probadores eran espacios muy incómodos y reducidos? Una aventura muy amena...

El Probador y el Desconocido. II. ª PARTE

(Antes de leer el presente relato, recomiendo la 1.ª parte para la comprensión total de la lectura)

Sin más me decidí a dar un pequeño paso, en el estrecho pasillo. Él sin dudarlo un instante, abrió la cortina de su probador dejando ver todo aquel cuerpo que anteriormente había visto fraccionado. Me extendió la mano, la acepté sin dudarlo, y me introdujo a su pequeño espacio.

Una vez allí, de una forma sincera nos miramos. Apartó sus ojos de los míos. Tuve una reacción de miedo, los cerré. Inmediatamente teníamos nuestros labios pegados, uno junto al otro. Lo primero que hice es retirarlo, tras saborear su boca tan sólo unos segundos. No sé que me había pasado. Lo deseaba, era cierto, pero tenía miedo. Todo había sido tan rápido...

Cuando los retiré, él, nuevamente, con un susurro casi tan placentero como él, me dijo:

No pienses en nada. Déjate la mente en blanco y disfruta de todo. Verás que bien te sientes. Me lo agradecerás.

No sé por qué pero esas pocas palabras me inspiraron todo un mundo de confianza. Acepté nuevamente su boca. Ahora estaban prácticamente entrelazadas gracias a su dulce expresión.

Nuestros rostros pegados. Una de sus manos agarrada a la mía. La que me quedaba, enlazaba su ancha y fibrada espalda. Su mano... se perdía en mi cuerpo.

Pasamos un largo tiempo (o eso me pareció) juntando nuestras respectivas bocas. Él permanecía completamente desnudo, yo aún vestido (aunque la situación requería que empezara a sobrarme algo de tela). Su boca, definitivamente se separó de la mía. Comenzó a besarme, suavemente, como nunca antes lo habían hecho en mi cuello. Cada lametón configuraba mi expresión, aún confusa, pero inequívocamente idealizada en suspiros placenteros. Cómo si nada, se desprendió mi camisa. Ya tenía mi torso desnudo. No obstante, me di la vuelta, al mismo tiempo que le volteé a él. Me puse a su espalda. Besé suavemente su hermoso cuello, al mismo tiempo que abrazaba sus manos, estrechándolas a su pecho. Pasé un tiempo así. Cuando me di cuenta, se habían caído mis bermudas. Sólo contaba con mi bóxer. Los dos desnudos al fin.

Me situé de frente. Bajé por su bronceado y atlético torso. Saboreé cada uno de los espacios que disponía aquella figura. Su expresión era de gozo absoluto. Sus manos decían todo cuanto podían. Nunca unas manos habían expresado tanto en tan poco tiempo. Es decir, los movimientos que producían según bajaba por su espacio muscular eran cada vez más fuertes. Estábamos disfrutando al máximo con cada movimiento. Su estremecimiento era cada vez mayor. No podía obviar por más tiempo disfrutar todo cuanto pudiera de aquella cadera. Como bien dije, era preciosa, totalmente marcada... en definitiva, todo un placer tocarla, pero más aún poder tenerla toda para ti.

Mis manos abarcaban como podían, por un lado su musculosa espalda; por otro lado, haciendo sugerentes movimientos circulares de cadera y glúteos. De vez en cuando, estos movimientos se veían interrumpidos, porque él bajaba se arrodillaba, y me propinaba un beso, a la par que la acompañaba con un guiño de ojos (esto último saben que me pierde muchísimo). Mientras que saboreaba su perfecta y delicada cadera, mi barbilla rozaba partes aún inexploradas por mí. Rozaba con mi boca aquella pequeña tela que cubría una mínima parte de lo que prometía ser un auténtico y brillante miembro. No podía aguantar por más tiempo ese deseo. Suavemente, pero antes mirando –como pidiendo autorización- con un movimiento delicado, separé aquella insignificante tela de su frágil, pero fuerte cuerpo, bajándola hasta el suelo. Él con un ligero movimiento, la apartó.

Comencé a ver todo aquello que aún no había visto. Totalmente depilado, como él, una zona absolutamente cuidada. Acaricié todo aquello, interrumpiendo cada movimiento con un beso en su marcado abdomen. Todo me sabía delicioso. Su sabor, su olor, esos músculos; es sólo una mínima parte de lo que me empezaba a surgir en mi cabeza. El deseo de poseer y ser poseído.

Una vez que se desprendió de esa absurda tela, comencé a jugar. Un juego que llenaba todo mi espacio. Mientras que con una mano masajeaba sus testículos, con la lengua recorría la extensa longitud, curvada, de ese apetecible y tentador miembro. Aún no se encontraba totalmente erecto, pero poco a poco se divisaba un hermoso y poderoso instrumento. Mientras aquello crecía y crecía saboreaba toda la zona. Su olor era lo que más me atraía. No había probado antes nada igual (bueno, es cierto que he tenido alguna experiencia más, pero cada una es un mundo, no hay dos iguales).

Se notaba que gozábamos como auténticos enanos. Parece una comparación ridícula y absurda, pero lo que sentíamos en ese momento era lo suficiente como para no olvidarlo por mucho tiempo.

Aquel miembro alcanzó la longitud máxima. Era lo suficiente como para no desdeñar nada de aquello. Pude calcular unos 18 centímetros. ¡Vaya! Suficientes para disfrutar de aquello con tranquilidad. No lo pensé por más tiempo. Me decidí de inmediato. Tomé esos ardientes centímetros con mis manos, al principio con miedo, segundos más tarde, con gozo de hacer una buena jugada. Dejé caer mi boca desde la parte superior hasta la inferior (es decir, hasta que la longitud de aquella figura no diera más). Era realmente un momento único. Quería sentir todo su esplendor en mi boca. Estaba garantizando un verdadero gozo, como nunca lo había hecho. Sus gemidos y su mano izquierda apretada a una de las mías con fuerza, hacían pensar en mí, que era muy grande el estremecimiento que sentía el joven desconocido. Creaba movimientos de masturbación con mi boca, mientras con la mano que quedaba desocupada se perdía acariciando cada rincón de su esplendoroso cuerpo. Me contuve con este ritmo varios minutos, hasta que la expresión de su rostro parecía explicar que no tardaría mucho en venirse en mi. No era el momento adecuado para ello, por lo tanto desistí. Cambiamos.

El desconocido, tomó de inmediato el control de la situación. Ahora era yo el que permanecía de pie. Él, como antes había hecho yo, discurría poco a poco por mi cuerpo, explorando cada rincón. Desde un profundo e intenso beso, hasta que me provocó un verdadero placer dando pequeños lametones en mi pecho. La excitación era cada vez mayor. Sinceramente, ahora, no sé como pude contenerme, ya que es una de las cosas que me pierden muchísimo. Bajaba despacio, pero a un ritmo controlado. Sabía lo que hacía. Lo controlaba de la mejor manera. Iba buscando las zonas cada vez más calientes. Llegó hacia mi miembro ya erecto, a causa de la excitación que provocó mi juego, pero fundamentalmente el suyo. Cuando se detuvo por un instante para explorar aquel terreno; me dio la vuelta, con una reacción casi inconsciente. Me situé de espaldas a su rostro. Ahora le toca descubrir otra zona.

No teniendo suficiente con la excitación que había y me habían provocado, esto marcaría el límite de todo lo que pasó.

Inició su sutil recorrido con un ligero beso que empezaba en mi espalda, acercándose paulatinamente hasta la zona que desearía llegar, no así, lo hizo con extrema prudencia. La prudencia, y también la paciencia, tenía un límite. Yo casi estaba a punto de no reprimir esa contención. El nivel de excitación alcanzaba niveles elevadísimos. Lo más importante de todo es que todavía no había empezado a gozar del todo.

Ese recorrido bucal había parado en la parte posterior de la cadera. Allí se detuvo. Le tomé como otras veces la mano. No sé porque pero mi reacción fue la de besársela. Se dio cuenta del detalle. Vi como se tomó aquel detalle. No creo que le importara demasiado, ya que me respondió, poniéndose de pie por un instante, con un pequeño beso en mi mejilla. Lo que antes había pensado como completamente absurdo, ahora me di cuenta que había acertado con aquel beso en la mano. De nuevo volvió a su posición inicial. Ahora sí. Comenzamos a gozar de nuevo.

Se encontraba explorando espacios nuevos. Me separó ambos glúteos e inició su andadura intensa con su lengua. Lo hacía muy bien. Desarrollaba ligeros toques con su órgano húmedo, mientras convertía esos toques en círculos perfectos. Cada vez, esa figura circular ofrecía nuevas sensaciones. Nuevas sensaciones que se derivaban en toques cada vez más profundos. Mi excitación era cada vez mayor. Mi reacción fue la de comenzar a tocarme todo, mientras su lengua hacia un trabajo realmente perfecto. En esos momentos creí que estaba preparándose para ofrecerme otro tipo de juego, y por ello pensé que me lubricaba. Más tarde deseché esta opción.

Cuando ya había disfrutado lo bastante por detrás, con su lengua, se puso nuevamente de pie, y encontrándose en la misma posición (a mi espalda), comenzó a besarme desde la parte posterior de mi cuello, hasta mi boca, todo mientras con ligeros contactos adentraba su pene, en parte (no hubo penetración, solo contacto, no obstante, superaba las expectativas de una sesión de sexo anal). Mientras conseguí ese excitante contacto, sintiendo su miembro como me tocaba y como se movía por mi trasero, una de sus manos se dejaba coger y dirigir junto a la mía, y la otra, comenzó a tocar intensamente cada parte de mi erecto y excitadísimo miembro. Finalmente, terminé por acabar mi faena, derramando el blanco fluido en su mano. Se notó le gustó; pues, me recompensó con un delicioso beso. Este si que supo muy bien.

¿Te gustó? – Preguntó el desconocido.

Sí, y mucho. – Espeté con una cordial sonrisa, que pronto captó el joven, haciéndole a también desarrollar una sonrisa.

Ha sido una experiencia única, ¿verdad? – Comentó aquel, en vista de mi expresión de auténtica felicidad.

Una experiencia que posiblemente nunca vuelva a repetir, seguro que nunca te veré. – Dije, dejando escapar un pequeño suspiro, que bien podría interpretarse como una pregunta retórica, pues deseaba que contestara.

No obstante, no contestó a mi cuestión. Se limitó a limpiarse la mano, y a vestirse. Mientras se vestía, yo no hacía otra cosa que observar nuevamente su espectacular cuerpazo, sobre todo esa cadera... esos pectorales, ese perfil griego... realmente perfecto. No me podía creer que toda esa masa muscular, en definitiva, toda aquella persona había sido por un instante todo mío. No me lo podía creer aún. Había pasado un intenso momento en un mínimo espacio, de escasa movilidad, pero no se corresponde con todo lo que allí pudimos disfrutar.

Todo aquello, había terminado, y tenía la pinta de no volver a verle en mi vida. Eso era lo único que me apenaba. Que no creo que hubiera sido un polvo sin importancia, sino que fue gozoso y placentero, con sentimiento, como a mí me gusta.

Nos terminamos de vestir, nos detuvimos, nos miramos por última vez. Me abrazó con intenso sentimiento. Me perdí en su abrazó. No sabía que pensar.

Encantado de conocerte, he disfrutado como nunca antes lo había hecho. Por cierto, mi nombre es Iván – Comentó el ya bautizado Iván.

Lo mismo digo. Yo soy Dan. - Acerté a decir, con una expresión de absoluta felicidad.

¡Cómo mi hermano! – Exclamó Iván.

Perdona, Iván, si hubiera algún modo de contactar contigo... – Dejé caer con intención, pero a la vez con sentimiento.

Me guiñó el ojo mientras se separaba del abrazo intenso que nos dimos. No contestó a mí me pregunta. Sin más, me tomó la mano, y se despidió con una mirada sincera.

Apartó la cortina, y se marchó con sus prendas en la mano. Yo me terminaba de vestir. Cuando ya lo había hecho, fui velozmente a pagar lo que me llevaba, pero ante todo, para comprobar si aún seguía en la tienda. No hubo suerte, se había marchado.

Cuando salí, y evidentemente, buscaba a Iván, se me acercó el atractivo dependiente del local:

¿Le puedo ayudar en algo? – Preguntó el responsable de ventas.

Si, claro... me llevo esto – Contesté desilusionado, mientras alargaba mi tarjeta.

Tuvieron, digo..., ¿tuvo algún problema con las tallas? – Preguntó con intención el dependiente.

No, no. Todo bien. – Contesté de una forma un tanto cortada.

Me alegro de que así fuera. Gracias, que pase aún, un mejor día. – Respondió el atractivo dependiente, dándome la bolsa.

Gracias, a Usted. ¡Buenos Días! – Exclamé deliberadamente, pero pensativo aún por aquel diálogo.

Me marché de aquel local como pude. Quizá para alcanzar por un instante a Iván, en la avenida de aquel Centro Comercial, o en los estacionamientos, o en la parada de autobuses. No hubo suerte.

Me fui a casa. Con una sonrisa como hace poco había tenido. Pero con la pena de no contar de nuevo con él.

(...)

Corresponde a la segunda parte de una pequeña serie. Se tiene la intención de continuarla, siempre contando con sus comentarios.

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