El probador del sexo (1)

Siempre había oido las historias de los probadores de El Corte Inglés. Lo quise comprobar, pero mi curiosidad cambió mi vida...

Siempre había oído hablar de las personas que usan los probadores de El Corte Inglés para tener sexo, así que un día me armé de valor y realicé lo que siempre había estado tentada de hacer.

Me llamo Marisa, (es falso pero los siguientes datos os dirán por qué) tengo 39 años estoy casada sin hijos y trabajo en dicho Centro Comercial desde hace 20 años.

Mi vida sexual está bastante bien, al menos eso me parece ya que para valorar seria necesario conocer otras situaciones y experiencia cosa que no se me ha presentado.

Mi cuerpo es regordete pero no soy bajita: mido 1,79 m. y siempre me ha dado rabia que, en los relatos que he leído, los protagonistas tengan cuerpos esbeltos, atléticos, etc, como si el resto de las personas no tuviese derecho a sexo decente y placentero.

Como he dicho antes, siempre me había picado la curiosidad de poder ver lo que sucedía entre esas cortinas, así que aprovechando los conocimientos de David, mi marido experto en informática, Internet y ordenadores, coloqué una micro cámara en el probador más grande, con el convencimiento que sería el elegido por las personas que allí fueran a realizar dichos actos.

Durante varios días, estuve grabando y visionando dichas imágenes cuando salía del trabajo, sin comentarle nada a mi marido y con un miedo tremendo ya que, si la empresa descubría la cámara y quién la había puesto, el despido sería fulminante y la denuncia vendría detrás pero, después de dos largos días de tensa espera estaba en casa viendo lo que había grabado: personas de todo tipo y condición que se prueban ropa sin interés, por lo que decidí parar la grabación y conectarme en directo cuando observé a una mujer de unos 35 años, morena, con ojos muy expresivos, que se estaba probando trajes lo que le obligaba a tener que desvestirse entera y quedarse en ropa interior.

Podía escribir que llevaba ligueros y medias, etc., etc., pero iba con ropa interior sencilla como la que puede usar cualquier mujer, eso sí, el color rojo le daba un toque más picante a su aspecto.

En un momento dado, descubrió la micro cámara y mi cuerpo pasó de la excitación al terror más absoluto ya que se avecinaba un escándalo pero, tras ver su cara en primer plano del monitor al acercarse para cerciorarse de la existencia de la cámara, se volvió y escribió en un papel de su agenda su nombre y su nº de teléfono móvil con una palabra que me hizo enloquecer "Llámame".

Me desconecté por el nerviosismo pensando incluso que me podía ver y pensé durante el resto de la tarde y durante la cena en esa extraña y en los motivos por los que había actuado así. El más beneficiado fue David, que se encontró con una ración de sexo que no se esperaba.

Nada más acabar de cenar me dijo:

Te noto un poco tensa, ¿acaso has tenido algún problema en el trabajo?

No pero he tenido durante todo el día una sensación muy extraña que no me he podido quitar de encima.

Enseguida me di cuenta que se lo había puesto en bandeja pero había sido conscientemente, como lo hacemos todas las mujeres desde que tenemos doce años, así que no tardó en decirme con voz sensual:

Quizás quieres tener otra cosa encima y entre medias para olvidarlo.

(Ya le tenía dónde quería) Pues puede que tengas razón, solté.

Le cogí de la mano para irnos al sofá e introduje mi mano por el hueco entre el cinturón y sus abdominales, para no parar hasta que llegué a su verga y la empecé a acariciar mientras nuestras lenguas empezaban a juguetear, enroscándose la una con la otra y comenzando el ritual de entrar y salir de nuestras bocas, lamer y ser lamidas y dibujar círculos en el aire mientras nuestros labios no se separaban ni un milímetro.

Sin más, sus manos pasaron a mis tetas, complemento ideal en esa situación para acompañar los besos, quitándome el sujetador de forma inmediata y algo brusca por la excitación del momento, lo que hizo que mí talla 100 luciera en todo su esplendor con un cierto vaivén.

Sin dejar de jugar con nuestras bocas y lenguas, le abrí la cremallera y saque su polla lo más rápido que pude para empezar a masajear dicho trozo de carne con deleite y dedicación.

Abro un paréntesis para explicar que siempre me ha gustado hacer pajas a mis novios en el coche, el cine, los fotomatones y cajeros automáticos, etc., y hace que mi vagina comience a segregar flujos a mansalva: será porque desde entonces sabe lo que viene después.

Y lo que vino fue una noche de sexo fenomenal, en la que disfrutamos ambos más que en otras ocasiones. Mi marido no paró de lamer mis pezones, mi cuello, mis orejas, hasta que su excitación no pudo más y, tras tumbarme en el sofá boca arriba, empezó a lamer mi coño y sus correspondientes líquidos añadidos.

Cuando lamía mi clítoris, el éxtasis era total y por un momento pude ver su polla dura entre sus dedos dándose placer para que no se le bajase la descomunal erección que tenía.

En esa situación, me apoyé en el brazo del sofá y poniéndome de rodillas le dije:

Méteme tu bonita polla en el coño, que te la vas a desgastar de tanto menearla.

Anda, cállate y cómemela un poco antes, que esa postura tuya no es para desperdiciarla.

Y girándose al otro lado del sofá, me puso la polla en la entrada de la boca. Le miré a los ojos haciéndome de rogar y viendo como su miembro palpitaba en el aire por el deseo.

Agarré aquellos y le di unos suaves chupetones a la cabeza del glande succionando con los labios cada parte de su capullo, pasando a lamer el tronco de abajo a arriba, dejándoselo bien empapadito para la penetración de mi coño que, en ese momento necesitaba de mucha atención.

Me rodeo hasta la posición anterior y me metió su rabo lenta pero tenazmente hasta que sus pelos se confundieron con los míos.

Sus movimientos fueron fuertes desde el principio, más aun cuando se apoderó de mis tetas para agarrarse y poder clavármela más adentro.

Su lengua no paraba de lamerme las orejas lo que me ponía a mil e hizo que me acariciase el clítoris mientras me follaba.

En pocos momentos mi marido se corrió embistiendo con más fuerza y llenando mi vagina de semen caliente. Le pedí que no se saliese y que siguiera con un ligero vaivén para que no le bajase mucho la erección y poder así acabar como él.

Así lo hizo y seguí pajeandome el clítoris con mis jugos, su semen, su polla y la palma de mi mano, hasta estallar del puro goce que estaba sintiendo que me hizo hundir la cara en un cojín de lo mareada y feliz que estaba.