El Probador

Un estresante día de compras en el centro comercial con mi familia que finaliza de manera inesperada

El Probador

Ir al centro comercial de compras podría ser una delicia y sin embargo se convierte en una auténtica tortura, cuando es toda la familia la que tiene que comprarse ropa. Tras horas de interminables riñas y discusiones, por fin he conseguido que mi marido se lleve a los peques a dar una vuelta y así poder disfrutar de verdad de mi momento de tiendas.

Cuando estás sola, no aprecias esos momentos, momentos en los que puedes hacer lo que quieres, sin otro control u horario que el que tú misma te marcas. Después de 10 años de matrimonio y dos hijos, estos preciosos instantes son saboreados como un Ribera del Duero a la orilla de la chimenea.

He estado comprando en varias tiendas de ropa, ahora me encuentro en una conocida tienda de lencería, las dos horas de libertad han pasado, y estará al caer en breve la llamada de mi marido pidiendo auxilio.

He decido alargar mi dulce libertad por unos minutos y no contestar el teléfono, he entrado para comprarme algo realmente sexi… me encanta la lencería, pero, sobre todo lo que más me gusta, es el efecto que esta provoca en mi marido cuando lo sorprendo.

Creo que la calidad de tu vida, depende de la calidad de tu comunicación, la comunicación que tienes con los demás, pero, sobre todo, la comunicación que tienes contigo misma. Es muy importante quererte mucho, y no encuentro una forma mejor de quererme que verme siempre sexi.

Estaba en la tienda absorta en mis pensamientos mientras miraba varios conjuntos cuando lo vi… se encontraba al otro lado del estante, nuestras miradas se cruzaron por un segundo, era un chico joven, tendría unos 28 años, es decir 10 menos que yo. Tras ese primer contacto me sentí intimidada y aparté la mirada, sin embargo, algo me decía que él no había hecho lo mismo.

Continué con mi elección de braguitas y seguí recorriendo la tienda sintiéndome observada. Fui alejándome poco a poco buscando la falsa seguridad de la distancia, me encontraba en él estante de los bikinis, cuando levanté de nuevo la cabeza para confirmar mis sospechas… ese chaval con cuerpo moldeado por horas de gimnasio y barba de tres días, seguía clavando sus ojos verdes en mí. En esta ocasión intenté hacer frente a su desafío, no me amilané y le mantuve la mirada durante unos segundos eternos… me sentí intimidada y confundida, pero también porque no decirlo, excitada y tremendamente deseada.

Nunca nadie en mi vida me había mirado así, nunca había sentido que una mirada dijera tanto sin decir.

No sabría cómo describir esa sensación en el que incomodidad y nerviosismo se mezclan con excitación y deseo, una amalgama de sentimientos agolpados en la cabeza, que me provocaban taquicardia.

Elegí varios modelos, hubiera mirado alguno más, pero sentía como los colores me invadían por él nerviosismos y necesitaba la íntima soledad del cambiador para recuperarme.

Mientras me desnudaba frente al espejo fui recuperando el pulso, nunca hubiera imaginado que una simple mirada pudiera despertar tanto en mí, sentía el corazón palpitar con fuerza en mi pecho, sentía la respiración acelerada como si acabara de terminar mi clase de natación justo en ese momento.

Existen dos ventajas si tu marido te acompaña al centro comercial, una de ellas, era que, en un momento dado, se podía marchar con los peques a dar una vuelta y la otra, no menos importante, era que podía esperar fuera del cambiador e ir yendo y viniendo con las diferentes prendas.

Estaba probándome un conjunto de braguita brasileña y sujetador con tul bordado de lo más bonita, me encantaba, pero tenía un problema, era la 90b y necesitaba la 95, un fastidio porque tenía que volver a vestirme y salir a por otro sujetador, lo pensé mejor y asomé la cabeza a la vez que me protegía con la puerta, esperaba tener un golpe de suerte y conseguir que la dependienta me lo trajese.

No fue a la dependienta si no a él, a quién vi… el corazón volvió a dar un vuelco al tenerlo frente a mí, tenía la misma mirada intensa y penetrante. Intenté mantener la compostura, y aunque mi rostro rojizo y mis palabras temblorosas me delataban, le pedí un favor…

- Perdona, ¿podrías avisar a la dependienta para que venga un momento?

Su mirada apuntó hacia el lugar del local donde estaba la dependienta a la vez que movía a ambos lados la cabeza.

- Me parece que esta con otra clienta, ¿necesitas algo?

Contesté de forma nerviosa, sentía el corazón golpear con fuerza contra mi pecho.

- No gracias, era solo para que me cambiara por otra talla un sujetador.

- Déjame, te lo cambio yo.

Antes que pudiera disculparme con la típica excusa educada, lo tenía a un metro de la puerta del cambiador con la mano tendida.

Sentí como los colores me subían y las piernas me temblaban. Sin tan siquiera pararme a pensar se la entregué y con la voz temblorosa, le pedí una 95b. Cerré la puerta del cambiador tras de mi con una sensación extraña, sentía como el calor me subía y el corazón palpitaba con fuerza.

Parecía la protagonista de una película erótica, estaba semidesnuda y en tacones dentro de un vestidor, esperando a que un sexi desconocido me devolviera el sujetador.

Tardó unos segundos en volver, tiempo insuficiente para conseguir que mi ritmo cardiaco aminorara el pulso. Golpeó la puerta y la entreabrí para recogerlo, pero, al intentar cerrar algo me lo impidió…

Sentí la presión de la puerta abrirse frente a mí, era él, con su mirada segura clavada en mis ojos. Por instinto tapé mis pechos con mis brazos mientras me recostaba sobre la pared del cambiador.

- ¿Qué haces? ¿Estás loco? Sal de aquí o gritaré

Sin dejar de mirarme cerró la puerta tras él, como si supiera que hacer en cada momento, se acercó y apoyó sus manos en la pared dejándome atrapada entre sus fuertes brazos.

- Si me haces algo voy a gritar

- Los dos sabemos que no lo harás…

Casi pude adivinar una sonrisa de victoria en su rostro. Me miraba como el león que está a punto de degustar la sangre de su presa, seguro de sí, conocedor de que ya no tenía la menor oportunidad.

Seguía en aquel diminuto cuarto frente a él, intentaba tapar con mis brazos los pechos desnudos, mantenía el sujetador todavía en la mano sin ser consciente que ya no me lo iba a probar

Aquel desconocido se acercaba más y más por momentos, sus labios se situaron a escasos milímetros de mí boca, permaneció allí, permaneció por instantes disfrutando de mi miedo, degustando la imagen de mi cuerpo tembloroso que aceleraba la velocidad de la respiración.

Su lengua rozó mis labios, intenté zafarme, su mano sujeto mi rostro y volvió al ataque lamiendo las comisuras de mis labios, mientras, su cuerpo comenzaba a presionándome contra la pared.

- No sigas por favor… estoy casada , van a venir ya…

Lejos de aplacar sus intenciones, mis palabras echaron leña al fuego del momento. Sus labios se fundían con los míos, sentí su cálida lengua penetrar mi boca. Intente no corresponderle y permanecer inmóvil pero ya estaba perdida, rara vez la razón sale victoriosa en su lucha contra el deseo y esta no iba a ser una excepción.

Sin esfuerzo apartó las manos de mis pechos que quedaron desnudos frente a él. No pude evitar gemir al sentir el tacto de su mano estrujándolo con suavidad, mis manos se apoyaron a derecha e izquierda de aquel diminuto habitáculo intentando no perder el equilibrio.

Se inclinó y comenzó a lamer uno de los pechos que mantenía en su mano, su lengua recorrió las aureolas y comenzó a acariciar el pezón endurecido. Sus labios hacían el vacío mientras lo lamía con la lengua.

Introduje mi dedo en la boca para intentar no gemir, él siguió su camino de descenso por las curvas de mi cuerpo a la vez que se inclinaba, sus manos se posaron en mis caderas y dejaron caer braguitas que quedaron enganchadas en los tobillos. Sentí su respiración en mi sexo, me sentía húmeda, muy húmeda, sabía que en el momento de su lengua probase mi coño, él también lo descubriría.

Una de mis manos se posó en su cabeza animándole a seguir. Apoyé mi pierna izquierda sobre la banqueta y entonces lo sentí… no pude evitarlo, gemí como una gata en celo al descubrir el roce de su lengua acariciar mi clítoris. Volvió a la carga con pequeñas lamidas que lejos de aplacar mi deseo lo hacían más insoportable. Cada vez que su lengua me rozaba, un gemido de desesperación emanaba de mi boca.

Una mano se mantenía en la pared para intentar no perder el equilibrio, la otra presionaba su cabeza hacia mí, su lengua apartaba a su paso los labios vaginales y comenzaba a degustar los abundantes fluidos que emanaban de mí ser, sentí sus dedos abrirse paso entre las paredes de mi vagina, los sentí resbalar, presionando ligeramente para luego volver a salir.

- Ummmmm

Gemía cada vez que sus dedos me follaban. Hasta hace unos minutos era una madre y esposa responsable y recatada, una mujer que nunca había hecho nada incorrecto o inmoral, y ahora era una autentica zorra en celo, una vulgar prostituta que disfrutaba abriéndose de piernas para entregarse a un desconocido.

Intentaba aplacar el sonido de mis gemidos, estos se mezclaban con el chasquido de sus dedos impregnados en fluidos penetrándome, mientras, su lengua sabía a la perfección lo que mi puntito de placer anhelaba

No podía más, mi cuerpo comenzó a generar pequeñas sacudidas que fueron incrementándose a la vez que intentaba no caer, mi respiración se descontroló y varios espasmos se iniciaron en mi sexo y se propagaron por mi cuerpo como un incendio sin control.

Gemí, intente no hacerlo, intente apaciguar cualquier muestra deseo que descubriera lo que allí estaba pasando.

Seguía sintiendo los últimos coletazos de aquella maravillosa sacudida cuando se incorporó y se situó frente a mí, no tenía pensado darme tregua. Se bajó los pantalones frente a mí rostro, su miembro permanecía duro y erguido, intentando liberarse del calzoncillo que lo mantenía preso.

Sabía que ahora era mi turno y no lo dudé, bajé el calzoncillo, aquella polla enorme apareció erguida, tenía el capullo inyectado en sangre y multitud de venas lo recorrían dándole un aspecto majestuoso, mi mano sujeto aquel miembro mientras lo miraba a los ojos, acto seguido extraje por completo su capullo y me lo metí en la boca… nunca había mamado otra polla que no fuera la de mi marido, era una sensación extraña y excitante por igual.

Mientras entraba en mi boca y mis labios la envolvían, clavé la mirada en él, lo miré como una vulgar prostituta entregada a sus deseos lascivos.

Mi mano la agarro y comencé a chuparla con suavidad, lamiendo el borde del capullo mientras escuchaba como su respiración se aceleraba por momentos.

Pero él quería terminar pronto, sujetó mi cabeza con las dos manos y comenzó a moverla provocando que aquel miembro entrara y saliera de mi boca al ritmo que me marcaba.

Lo sentía apunto, casi sentía el palpitar de la sangre amotinada en aquella polla dura, sabía que quería explotar y por eso comencé a pajearlo mientras adsorbía su capullo con la boca.

Sin decir nada separo su polla de mi boca y me hizo incorporarme, me miro con los ojos inyectados en deseo y metió sus dedos en mi boca… los lamí como una viciosa, los lamí mientras no dejaba de mirarlo a los ojos.

Hizo que me diera la vuelta y me apoye sobre él espejo, se colocó tras de mí y esparció sus dedos impregnados en saliva por mi rajita.

Me vi reflejada en el espejo… pero esa no era yo. Aquella mujer desnuda con el culo en pompa, aquella imagen de mujer obscena y viciosa con la respiración desbocada, no era la mía.

- ¿Quieres que te folle?

Era una pregunta retórica ya que sabía la respuesta…

- Hazlo

Continuó esparciendo saliva en sus dedos para después rociarlos por mi rajita. Lo hacía despacio, disfrutando del momento, sabedor de que ya estaba entregada.

- Quiero que me supliques zorra.

Sus palabras ofensivas lejos de hacerme daño, me excitaban por momentos.

- Por favor, fóllame

Me moría por sentirlo, sentir aquella enorme polla penetrarme hasta lo más hondo, deseaba sentir aquel desconocido embistiéndome con fuerza, quería notar su miembro en mis entrañas presionando hasta hacerme gemir.

Sujetó mis caderas y comenzó a frotar su capullo en la entrada de mi rajita, lo colocó sin dificultad, lo sentía dispuesto, esperando su momento para follarme sin piedad. Sujetó mis caderas con fuerza y una potente embestida me penetro hasta el fondo. Sentí la presión maravillosa de aquel miembro abrirse paso en mi coño y tuve que sujetarme con fuerza a la banqueta para no caer al suelo.

Se acercó a mi oído con su polla ensartada en mí coño, agarró entonces mi melena con una mano como si fuera la brida de una cabalgadura y tiro de mi…

- Mírate en el espejo, vas a ver como se folla a una guarra.

Tras esta primera embestida otras más le siguieron, su mano sujetaba con fuerza mi melena, tiraba hacia él obligándome a ver mi reflejo en el espejo, los gemidos se mezclaban con el ruido de su pelvis chocando contra mi culo. La sentía entrar y salir, la sentía presionar mi vagina cada vez que iniciaba un nuevo movimiento de vaivén.

En el espejo se reflejaba la viva imagen de la lujuria. Su brazo musculado tiraba de mi melena como si fuera un potro, obligándome a arquear el cuello hacia atrás. Veía sus músculos tensarse cada vez que me embestía, mis tetas se balanceaban como un péndulo arriba y abajo cada vez que nuestros cuerpos chocaban.

Sabía que no duraría mucho, sentía su excitación y sus movimientos acelerarse, sentía su mano agarrarme con fuerza a mí culo y todo el poder animal de aquel cuerpo atlético embistiendo mi coñito sin compasión.

Lanzó un gruñido seco, al que varios movimientos de cadera le siguieron, sentí su cálido semen entrar en mí, lo sentí como me llenaba y después se derramaba en finos hilos por mi muslo interno.

Permanecí exhausta sentada en el suelo mientras se subía los pantalones, me aferraba a varias prendas de ropa que estaban derramadas en el suelo, intentaba así mitigar mi desnudez. Tan solo fueron unos segundos, permaneció allí el tiempo que le costó vestirse, luego, sin tan siquiera mirarme se marchó cerrando la puerta tras de sí.

Me quedé sentada con la respiración entrecortada y su semen todavía seguía saliendo de mi coño, sentía el calor viscoso de aquel líquido que terminaba goteando sobre él suelo. Me había tratado como a una vulgar prostituta, me sentía utilizada y a pesar de ello, no me arrepentía.

Me vestí apresuradamente mientras me observaba en el espejo, intentaba reconocer si lo que había vivido hacía unos instantes había sido real o simplemente un sueño.  Mientras me subía los pantalones y me alisaba la camisa, rezaba para que al salir no hubiera nadie fuera. Me coloqué el pelo como pude y revisé mi ropa en busca de algún resto de lo que había sucedido.

Tras un par de minutos salí intentando mantener la compostura, no había nadie en la tienda salvo la dependienta, se encontraba recogiendo ropa al otro lado del establecimiento. Me acerque a la caja y pague el conjunto, el mismo conjunto que aquel desconocido me había traído y después me había arrebatado. Justo al terminar de pagar, escuche tras de mí las voces de mis hijos, me habían estado llamando al móvil y ahora corrían a contarme las razones de su última trifulca.