El principio. (I)

Como un chico se inicia en el mundo de la sumisión.

Todo empezó cuando tan solo éramos amigos. Un día jugando como niños, ella me dio un azote en el culo, fuerte. Yo me quedé paralizado, rojo como un tomate. Ella inmediatamente me pidió perdón y a mi lo único que se me ocurrió contestar es que no pasaba nada que no me “había molestado”. Me miró extrañada y se lanzó a preguntarme: “te ha gustado?” mi cara debió responder por mi… Me agarró del pelo y me besó con pasión. Si lo deseas te voy a enseñar lo que llevas dentro, pero ten cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad.

Fue organizando un fin de semana en un hotelito para tener nuestra primera sesión. Poco a poco me enseñaba como debía comportarme para ese primer día y después decidiríamos si deseábamos seguir.

Cuando entré en la habitación me hizo desnudarme y sentarme en la cama con la espalda contra el cabecero. Me ató las manos en cruz. Después se desnudó ella, de espaldas a mi, aquel espectáculo no era digno de mi… se sentó en un sillón y comenzó a tocarse, mirándome y evaluando lo que iba a hacer.

Cuando le pareció, se levanto se subió a la cama y andó por ella hasta que su sexo quedo enfrente de mis ojos. En cuanto abrió las piernas supe qué debía hacer, lamí y lamí durante una eternidad, hasta que me dolió la lengua y la mandíbula como nunca me habían dolido. Ella se corrió y gimió a placer y si dejaba de lamer me abofeteaba y me obligaba a seguir. Cuando se cansó se bajó de la cama y se fue al baño a ducharse. A mí me dejó allí, atado, empalmado y loco por correrme.

Cuando terminó de lavarse volvió a subirse a la cama, andó hasta mi y esta vez se dio la vuelta para ofrecerme su otro agujero. Nunca había hecho algo así pero después de la primera bofetada perdí la vergüenza y me puse a lamer lo mejor que podía. Pronto el olor de sus flujos  llegó hasta mi nariz  lo cual no hizo más que acentuar mi excitación, estaba como loco por correrme, pero mi inmovilidad me frustraba en mi afán de tocarme.

Finalmente, decidió que era mi turno… sus caricias en mi miembro me volvían loco, sumamente sutiles, me desesperaban, deseaba correrme y ella apenas me rozaba. Cuando estaba a punto de llegar usaba un alfiler para bajar mi erección y cuando bajaba volvía a empezar. Una completa tortura. Disfrutaba y sufría a partes iguales, lloraba y suplicaba pero ella no parecía oírme. Después de lo que a mí me parecieron siglos decidió que era suficiente, cogió mi miembro con su mano y lo meneó para que me corriera, cuando estaba arqueando mi cuerpo para sentir el mayor orgasmo de mi vida me soltó, ya no había retorno, más que correrme me derramé, sin placer alguno y sintiéndome completamente insatisfecho.

En ese momento solo quería llorar… ella se acercó a mi y me dijo con la voz más sensual que jamás halla escuchado:

  • ¿Quieres más?

Solo pude pronunciar un “Si” débil y quejumbroso.

  • Pues se mi esclavo.

Continuará...