El principio de un castigo (3)
Y me arrodillé, me puse a cuatro patas y comencé a andar. Aunque si bien le iba a dar el gusto de hacer algo que odiaba, Él me iba a dar el gusto a mí de no sentirme tan humillada, ya que en todo el trayecto que hice desde que mis rodillas tocaron el suelo hasta que estuve a sus pies mis ojos no se apartaron de los suyos y mi mirada se esforzó a cada segundo en ser más retadora si cabe - No tienes remedio
Y me arrodillé, me puse a cuatro patas y comencé a andar. Aunque si bien le iba a dar el gusto de hacer algo que odiaba, Él me iba a dar el gusto a mí de no sentirme tan humillada, ya que en todo el trayecto que hice desde que mis rodillas tocaron el suelo hasta que estuve a sus pies mis ojos no se apartaron de los suyos y mi mirada se esforzó a cada segundo en ser más retadora si cabe
- No tienes remedio
No, no lo tengo. Pero eso tú ya lo sabías cuando me conociste, cuando la primera conversación que tuvimos fue igual de retadora por ambas partes hasta que me dijiste que me querías como sumisa y me dejaste descolocada. - No quiero una sumisa sin personalidad, no quiero un mueble en mi vida Fueron tus palabras, ¿recuerdas?
Ahora me tenías a cuatro patas ante ti, otra de tus victorias, al fin y al cabo eras el amo aunque eso sí, en este momento no había ni un ápice de sumisión en mis ojos ¿qué harías ahora? Si pudiera hacer una encuesta entre un millón de amos sobre este preciso momento estoy segura que el 50% se decantarían por unos azotes, un 30% por un castigo verbal y un 19% al menos se ofenderían por desgracia tú pertenecías al 1% restante y nunca podía predecir tú reacción.
Te levantaste y cogiéndome del brazo me levantaste también a mí. Vi como te alejabas por la habitación y como de uno de los bolsillos de tu bolsa de viaje sacaste un pañuelo negro y unas cuerdas. Cuando te diste media vuelta intenté definir alguna expresión en tu rostro, algo que al menos me diera alguna pista de lo que ibas a hacer a continuación, pero no había nada, ni un solo gesto del que deducir algo, y esto más que tranquilizarme me inquietó. Me pusiste la venda alrededor de los ojos y ataste mis manos juntas por detrás de mi espalda.
Perfecto, ahora además de la incertidumbre por lo que iba a pasar no podía ver nada me cogiste del brazo y comenzamos a andar, de repente sentí mucho frío no sabía que pasaba pero oír tu voz me tranquilizó, aunque el mensaje no es que fuera muy esperanzador
Putita, estas en el balcón de un octavo piso, desnuda a la vista de todo aquel al que le apetezca mirar para arriba. A veces me divierte que seas rebelde, pero por hoy ya he tenido suficiente. Estarás aquí hasta que se te enfríe un poco ese mal genio que tienes y estés más tranquila y dispuesta a obedecerme. ¿Quién soy yo?
Mi Amo, dije con un leve susurro.
Pues piensa que soy tu Amo porque tú has querido y has aceptado obedecerme. He venido a ver a mi sumisa y quiero ver a UNA sumisa. No me apetece en absoluto discutir, así que date prisa en entender que mis deseos son órdenes y no son cuestionables. Tan sólo quiero que obedezcas y te dejes llevar, ya tendrás tiempo para analizarlo todo luego, ahora sólo quiero que obedezcas, y date prisa porque no me gustaría que te resfriaras aquí fuera. Cuando hayas pensado en lo que te he dicho tan solo golpea un par de veces el cristal y vendré a abrirte. Me dejaste sola y cerraste la puerta. Estaba sola y cada vez empezaba a notar más el frío en mi piel.
¡¡Que idiota soy !! pensé- ¿es que nunca podré tragarme el orgullo? ¿Por qué no disfrutar ? En fin es tan ridículo no haberme dado cuenta antes Claro que me gusta tener carácter, pero para qué esta noche Tan solo voy a disfrutar, cerraré los ojos y me dejaré guiar, será divertido que Él piense hoy por mí, además tiene mi entera confianza.
Respiré un par de veces profundamente intentando vaciar mi mente y relajarme, llegó un momento en el que ya ni me importaba que todo el que pasara por la calle pudiera verme, me acerqué al ventanal y golpeé en él un par de veces. Al momento pude oír el ruido de la puerta al abrirse y tus manos calientes sobre mis hombros. No podía verte, pero habría apostado lo que fuera a que sonreías.
Tus grandes brazos me abrazaron y te acercaste a mí dándome calor con tu cuerpo. Empezaste a recorrerme la espalda con tus hábiles dedos acariciando cada centímetro de mi piel. Te habías desnudado mientras yo estaba fuera y podía sentir el calor de tu cuerpo. Las caricias en mi nuca me encantaban y notaba como tus dedos hacían círculos por toda mi espalda, lentamente desde mi cuello, pasando por mis hombros y axilas hasta mi cintura, notando en cada rincón la suave piel de tus dedos.
Te sentaste en la cama y presionaste sobre mis hombros para que me agachara. Sabía lo que me pedías aún con los ojos vendados, así que me hice caso a mi misma y decidí obedecer sin pensar. Agarraste tu miembro, que ya estaba totalmente erecto y lo paseaste por mis labios cerrados, los cuales poco a poco fueron abriéndose para recibirte con mis más tiernas caricias. Lo metí en mi boca e intenté esforzarme en hacerte una de las mejores mamadas de mi vida. Suavemente mis labios recorrían toda tu polla de arriba abajo, en un suave compás que tú mismo marcabas desde arriba sujetando mi pelo. Lo mejor sin duda era oír tu respiración agitándose por momentos, y tus ligeras exclamaciones de placer. No tardarías en derramarte en mi boca, podía notarlo y no vi en ti señal alguna de apartarme, por lo que me di cuenta en seguida que querías que me lo tragara todo. Era la comprobación de que realmente iba a obedecerte esta noche, y por primera vez iba a dejarme llevar. Moví mi cuello al compás que tú marcabas y recibí tu leche entre gemidos tuyos cada vez más fuertes. Poco a poco mi boca fue llenándose y tenía que hacer verdaderos esfuerzos para poder tragar sin ahogarme, al final cuando hube tragado golosamente hasta la última gota noté como me soltabas del pelo y caías sobre la cama con un gran suspiro.
Putita, esta va a ser una noche muy larga e interesante
Y yo, que estaba de rodillas a los pies de la cama entre tus piernas, con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda no podía hacer más que darte la razón mientras una leve sonrisa se dibujaba también en mi cara.