El Príncipe y el Caballero
Particular homenaje a Tolkien. Un valeroso caballero humano intenta doblegar a un orgulloso príncipe elfo.
EL PRÍNCIPE Y EL CABALLERO
I. LA LLEGADA
La noticia causó bastante revuelo en el reino de Marán. Se había firmado una tregua con sus enemigos ancestrales, Bosquia, el pueblo elfo del sur. Lo cierto era que los elfos constituían un reino xenófobo que ocasionalmente hacía incursiones contra sus tierras. Las hostilidades se perdían en la noche de los tiempos. Por eso, el tratado de paz entre ambos pueblos constituía una novedad. Todos se peguntaban cuánto duraría. Según las tradiciones en ambos países, para cimentar la paz era aconsejable que la nación que la había propuesto enviase algún tipo de diplomático como garantía rehenes los llamaban los más cáusticos- que a su vez era custodiado vigilado- por un alto defensor del reino. Los elfos eligieron como embajador para la ocasión al hijo menor del Rey, el príncipe elfo Miel.
Representantes de la corte aguardaban la llegada de Miel en el patio del castillo de Marán. El día era fresco y luminoso, un buen presagio para los supersticiosos cortesanos. Esperaban la venida de un lujoso séquito dado el legendario sibaritismo de los elfos, por eso se sorprendieron al ver llegar un solitario jinete con una abultada mochila en los hombros. Del caballo desmontó un joven elfo de extraordinaria belleza quien se dirigió a los presentes con una mirada orgullosa y voz suave.
-Mi saludos al reino de Marán. Soy el príncipe Miel, del reino elfo de Bosquia.- Observó detenidamente a los presentes, intentando discernir quién iba a ser su custodio. Ese honor había sido otorgado al paladín más valeroso y esforzado del reino, el joven y apuesto caballero Oicán. Éste era un valiente guerrero y según se comentaba, un consumado amante, al que mujeres y hombres por igual eran incapaces de resistirse y caían rendidos a sus pies. No obstante, quedó sin aliento cuando contempló al elfo. Era demasiado bello, casi femenino. Su pelo, castaño claro, caía en una graciosa cascada hasta casi llegar a su cintura. A pesar de sus firmes convicciones morales, Oicán se hizo una promesa mental. No importaba lo que costase, aquel presuntuoso principito iba a ser su esclavo, y acabaría sodomizándole.
Oicán dio un paso al frente. -Soy Oicán y os doy la bienvenida al reino de Marán.- Ambos se besaron ritual y cortésmente en los labios. Su mirada era enigmática. Oicán no sabía si el príncipe le aprobaba o no.
-Dejadme acompañaros a nuestros aposentos.- Miel carraspeó. -Si no os importa me gustaría poseer una habitación privada.- Oicán comprendió. Sin duda el príncipe elfo despreciaba a los humanos. Muchos de su raza los consideraban monos. Bueno, eso haría más placentero conquistarle. -De acuerdo. Seguidme, por favor.
Al día siguiente, el caballero y el príncipe lograron quedarse un momento a solas, algo difícil en una corte tan burocrática. Consiguieron escabullirse y permanecer en la ladera del sur del castillo. Al principio la conversación fue tensa, aunque ambos intentaron ser amables y agradables el uno con el otro. Hablaron de sus respectivos países y de su situación aunque intentaron evitar temas conflictivos. Al cabo de un par de horas ambos estaban tumbados mirando el cielo. Oicán se giró hacia el príncipe.
-Miel. Tenéis un nombre muy bonito.
-Significa "Libre" en mi lengua. ¿Y el vuestro?
-"Fuerza". Mi familia posee una larga tradición guerrera. ¿Sabéis? Sois muy bello.
-Por favor, podríamos tutearnos.
-De acuerdo. Creo que debemos conocernos más a fondo. ¿No crees?
El matiz sexual estaba muy claro. Miel se envaró pero a la vez sonrió. Sin duda le gustaba saber que ejercía una clara atracción sobre su compañero.
-Las relaciones entre nuestros pueblos no han sido las mejores durante los últimos siglos. He perdido muchos buenos compañeros en el campo de batalla. Comprended que no desee gozar con vos.
-De acuerdo.-Oicán estaba algo contrariado, aunque no le sorprendió la respuesta. Había escuchado muchos chismes sobre la promiscuidad de los elfos, pero éste en particular se le resistía. De repente se le ocurrió una idea.
-Sin embargo, os propongo un reto. Una simple prueba. El perdedor de ésta deberá ser el esclavo durante una noche del ganador. ¿De acuerdo?
El elfo sonrió. -Me encantan los juegos. Rara vez pierdo.- Eso lo veremos, pensó Oicán mientras ambos volvían a recostarse. Oicán exhibió una sonrisa mentalmente. Disfrutaría mucho doblegando a ese elfo tan jactancioso
II. LA COMPETICIÓN DE TIRO
Oicán tensó el arco con destreza, sopesándolo. A su lado, Miel sujetaba el suyo sin estudiarlo siquiera. Tal y como había supuesto, el príncipe entendía únicamente de la buena vida cortesana y seguro que era un patán militarmente hablando. Sería facilísimo vencerle en una competición con arco.
-Entonces, ¿de acuerdo? El ganador obtiene por una vez el culito del perdedor." Oicán guiñó un ojo lascivamente. El elfo no se inmutó. -De acuerdo.
Minutos después, Oicán había perdido estrepitosamente. Aunque había acertado siete dianas de los diez disparos, el príncipe Miel no había fallado ninguna, acertando en el blanco en las diez ocasiones.
-Pero ¿cómo...?
El elfo sonrió levemente. -Cuando era pequeño me gustaba tirar al blanco por deporte. Era considerado el mejor arquero dentro de los elfos. De hecho fui presionado para servir en el ejército.- La voz de Miel disminuyó hasta hacerse inaudible.- Todo cambió cuando maté a mi primer enemigo. Entonces dejé de tirar por placer.- Tras unos segundos de ensimismamiento, los ojos del elfo se iluminaron. -Pero eso ya no importa. He vencido. Debes cumplir tu palabra. Serás mío esta noche.- Esta vez fue el elfo quien guiñó un ojo.
El caballero y el príncipe entraron en la estancia. Ambos se desnudaron y Oicán sonrió al comprobar que la erección de Miel traicionaba su aparente indiferencia. Ambos se sonrieron y el caballero se apoyó en una especie de tribuna, mostrando su espalda y nalgas al elfo.
-Antes de empezar, me gustaría que supieras que no debes cantar victoria. Incluso ahora podría tomaros por la fuerza y estarías totalmente indefenso en mis manos.- El caballero parecía relajado mientras hablaba.
Miel se adhirió a su espalda, acariciando los musculosos brazos del caballero. -A mí me parece lo contrario. Sois vos quien está indefenso en mis manos.- Inmovilizando al humano con su propio peso y brazos, besó la nuca de Oicán mientras apretó su erecto mango contra las nalgas del caballero.
-Las apariencias engañan.- Dijo el caballero mientras Miel introdujo un ensalivando dedo en el ano del caballero. Estaba suficientemente dilatado para penetrarle sin hacerle daño. El elfo gimió al enterrar su pene en el culo de Oicán y comenzar a moverse lentamente.
-Me gustaría... mmm.... que me lo demostrases.
-Será un placer.- Oicán contrajo sus nalgas, aprisionando el mango del elfo con sus entrañas. Entonces comenzó un movimiento rápido en círculo con sus posaderas. Miel comenzó a gemir y no pudo sino aferrarse a los brazos del caballero. En muy poco tiempo el elfo notó cómo el placer le inundaba por espalda y caderas hasta gemir y eyacular. Atontado, apenas fue consciente de que Oicán se liberaba de su presa, le tumbaba sobre la alfombra y le sujetaba las dos manos con una de las suyas, mientras apoyaba su enorme verga contra la entrada de su ano.
-¡No!- Gritó Miel, consciente de la situación. Era la primera vez que veía un pene tan descomunal. Sabía que le destrozaría si le penetraba. Oicán le besó en la mejilla.
-Tranquilizaos. Como custodio vuestro y garante de la paz entre nuestros reinos, vuestro culito no tiene nada que temer.- Miel temblaba, mientras el mango cosquilleaba su ano, sin entrar. Al poco tiempo, notó cómo un líquido pastoso empapaba su entrepierna. Oicán mordió el lóbulo de su oreja mientras le susurraba:
-¿Sabes? Es una verdadera tortura tener a mi alcance tu culito sin poder penetrarlo. Pero te prometo que dentro de muy poco serás mi esclavo. Serás mío.-
-Sueñas demasiado, mi dotado consorte.- Miel, ya liberado por el caballero, posó un dedo inundado del semen de Oicán en los labios de éste, acallándole. Ambos se tumbaron sobre la alfombra, desnudos, uno al lado del otro.- Mi vida sólo me pertenece a mí. Ningún hombre me gobierna, ningún dios. El escudo de Bosquia contiene un lyoptero, un hermoso pájaro que si es enjaulado languidece, se marchita y muere. La libertad es el valor supremo de los elfos.
Ocián se volvió hacia el príncipe elfo. -Nadie es enteramente libre. La libertad es una ilusión. Todos somos esclavos. Cuando aprendas cuál es tu lugar, sirviéndome y complaciéndome, te librarás de la ilusión que te oprime y serás completamente feliz. Te lo prometo-. Miel se dio la vuelta, mientras Oicán le abrazaba.
-Si eso sucede, como el lyoptero, moriré.
III. GUERRA
Transcurrieron varios días. Miel, el príncipe elfo, se acababa de despertar. Como siempre, había dormido desnudo, y al ver entrar a Oicán se desperezó lánguidamente, con la intención de provocarle, mostrándole su trasero.
-Y bien, mi bello custodio, ¿venís a darme los buenos días?
El caballero sonrió con malicia. -No, mi bello Miel. Me he despertado con hambre y vengo a desayunarme a un esclavo.
La socarrona sonrisa se borró del semblante del elfo. -Esta broma no tiene gracia.
-No es una broma, mi querido elfo. Nuestras naciones están en guerra. Marán ha invadido Bosquia. Como esclavo mío que ahora sois, tengo derecho a hacer con vos lo que quiera.- Miel empezó a temblar sin poder remediarlo ante las palabras del humano.
-¿Pero cómo...?- Oicán se cansó de la cháchara. Se tumbó junto al desnudo elfo y se preparó para penetrarlo. La voz del elfo temblaba de miedo.
-N...no por favor...- Oicán liberó su tremendo pene de sus ropajes ante un gemido del elfo.
-Y bien, como os prometí, vuestro apetecible culito por fin es mío. No sabéis cuánto he deseado que llegase este momento.
Oicán apoyó el mango en el ano del elfo y comenzó a penetrarlo muy lentamente. El orificio era estrecho, pero pronto se fue dilatando. -Ungg... Por favor...- Las lágrimas resbalaban por la mejilla de Miel.
-Mmm... No lloréis... Necesitáis ser educado en la sumisión. Además, vuestro culito es delicioso.
-Por favor... Esperad...
Oicán aceleró el ritmo.
-Ayyy... Os lo suplico... ahh....
El caballero hizo caso omiso de los ruegos del príncipe. Las acometidas pronto quebraron el delicado ano del elfo, quien pronto notó cómo sus entrañas se inundaban del semen del paladín. -Vamos allá de nuevo.- Sin sacar su verga, Oicán comenzó de nuevo el vaivén amoroso. Miel apenas podía hablar, sus propios gemidos se lo impedían.
-Nggg... Ahhh... Esperad...- El mango se hundió aún más en sus delgados intestinos. -¿Si, mi bello príncipe?
-Basta... ufff... basta... Seré vuestro esclavo...- Oicán salió del escocido ano del elfo. -Es un principio. Pero deberéis probar vuestra buena voluntad.- Miel apenas podía incorporarse. -Haré... Haré lo que sea...- Venciendo sus reticencias, el príncipe Miel se arrojó a los pies del caballero y los besó.
-Eso está muy bien. Pero el camino es todavía muy largo.- Oicán le mostró su ano. Miel casi estalla en lágrimas al contemplarlo. -¿Debo...?- El paladín posó con delicadeza la mano en la nuca del elfo y le atrajo hacia sus nalgas. -Ven...- La lengua de Miel trabajó duramente, repasando cada recoveco, cada pliegue del sinuoso orificio y del trasero de Oicán.- El sabor era fuerte, pero no desagradable. Gimió cuando dos dedos del caballero penetraron por su escocido orificio anal y se movieron arriba y abajo. De pronto comenzó a temblar sin poder detenerse y agarrándose a Oicán no pudo evitar eyacular. El elfo miró con sorpresa al sonriente caballero.
-¿Cómo...?
-Muy bien, querido. Os estáis enamorando. Dentro de poco seréis verdaderamente feliz siendo mi esclavo.
-¿Vos creéis?
-Estoy totalmente seguro.- Miel se acercó temblorosamente hacia el esfínter de Oicán pero bajó la cabeza para intentar disimular su sonrojo ante la humillación a la que era sometido. Oicán le acarició la mejilla. "Lo estabas haciendo muy bien. Prosigue" Lentamente, el elfo continuó lamiendo el ano del paladín.
IV. LA EMBAJADA
Las semanas se sucedieron. El príncipe elfo seguía siendo tratado con exquisita cortesía, a pesar de ser un prisionero de guerra de los humanos. La salida del castillo le estaba vedada, por supuesto, pero nada le faltaba, aunque nada pedía. Oicán le estaba educando. No era un amo severo, sino concienzudo. Le obligaba a permanecer desnudo en todo momento, y le tomaba cada noche. Miel lloraba cuando estaba solo. Añoraba Bosquia y le gustaría estar con los suyos en esta guerra, pero sobre todo se maldecía porque amaba a Oicán. Había intentado negarlo, pero la realidad estaba clara. Muchas noches se despertaba sudoroso y excitado debido a que había soñado que se entregaba a él totalmente. Cuando hacía algo que no le gustaba y Oicán le castigaba azotando sus nalgas, no le dolían los cachetes, sino el haber fallado a su señor. La noche anterior le había desvestido, pero se le habían caído todas sus prendas al suelo. El caballero le corrigió con firmeza pero sin enojo. Le cacheteó en las nalgas hasta dejarlas enrojecidas y luego le tomó. Miel se avergonzó ya que él se corrió antes que su señor, pero Oicán le acarició la mejilla y le besó.
-No debes reprimir tus emociones. Quiero que seas feliz.
Y así, a través de un estudiado sistema de castigos y recompensas, Miel se abandonó a la sumisión total. Aceptaba las humillaciones sin proferir ninguna queja, ni siquiera cuando Oicán le compartía con otras personas. Una noche, Oicán se acercó al elfo y le susurró: "Estoy muy orgulloso de ti.". Las lágrimas resbalaron por la mejilla de Miel, sin que pudiese saber si eran de alegría o de tristeza.
Una mañana Oicán le condujo hasta el salón del Reino. Le dijo que debería seguirle arrodillado y que debía obedecerle en todo momento. El caballero se agachó y le cogió suavemente por la barbilla para que sus miradas se encontrasen.
-Es muy importante. Debes obedecerme. Se podría decir que es tu última prueba. Quiero que sepas que te quiero.- Miel asintió pero no contestó. Llevaba muchas semanas sin emitir una palabra. Hombre y elfo pasaron al salón del Trono. En él se hallaba el Rey de Marán, Pontus. Miel se encrespó. En la enorme estancia había otro elfo.
El rey Pontus, todavía muy vigoroso a sus casi sesenta años, hablaba con voz profunda. -Muy bien, Xanel, embajador de los elfos de Bosquia. Ahora comprobareis cómo Miel, vuestro príncipe, se halla sano y salvo y feliz de hallarse con nosotros. Ha aprendido modales y humildad y sabe cómo comportarse. De hecho, vos y vuestro pueblo deberíais aprender de él y de su disposición hacia los humanos.- El Rey hizo una seña a Oicán.
Miel contempló al asombrado embajador elfo. Sin duda se estaría preguntando horrorizado por qué el príncipe elfo estaba desnudo, arrodillado a los pies del paladín Oicán y qué demonios era eso que iba a mostrarle el Rey, aunque sin duda lo sospechaba. Conocía la tradición de Marán de humillar a los vencidos obligándoles a lamer sus sexos. Miel no pudo sino apartar la mirada, avergonzado.
El príncipe esclavo escuchó los susurros del paladín. "Debéis chupar mi miembro. No os avergoncéis. Es bueno para los elfos que sepan que deben someterse como habéis hechos vos. Esto detendrá la guerra y librará de más desgracias a vuestro pueblo." Miel contempló con la mirada perdida a Oicán. "Vamos, Miel. Te quiero."
La severa voz del Rey se escuchó por toda la sala. -Príncipe Miel, lamed el miembro del paladín Oicán en señal de sumisión.- Temblando, Miel alargó una mano para sujetar el familiar y amado mango de Oicán.
Pero en el último momento, se levantó, quedando a la misma altura que el rostro de Oicán y le escupió al rostro. El caballero no pudo evitar que un salivazo quedase adherido a su mejilla, mientras lentamente se iba deslizando por su carrillo. En la mirada del caballero se leía una infinita tristeza ya que su amado Miel había fracasado en su sumisión. Temía sinceramente por su destino. Puede que no sobreviviese a la ira regia.
Xanel, el embajador elfo, sonrió. -De acuerdo, Majestad. Nuestro pueblo aprenderá de las acciones del príncipe Miel. Será todo un ejemplo.
El Rey Pontus palideció de ira, mientras contemplaba furibundo a Oicán. Éste se encogió de hombros. El monarca se levantó, entre los murmullos de la congregación, y se dirigió al embajador elfo. "Alto. No saldréis de aquí tan fácilmente. ¡Guardias! ¡Prendedlo!" "No os atreveréis. ¡Soy un embajador!" "Me da exactamente igual. Vuestro pueblo está perdido. En breve mi ejército tomará vuestra capital. Os exijo anticipadamente como botín de guerra." Dos guardias reales sujetaron al embajador elfo y de sendos tirones le desnudaron mientras se lo llevaban.
-Contemplad, elfo insolente, lo que habéis provocado.- El monarca se dirigió hacia su mayordomo real, señalando a Miel.
-Quiero que este elfo testarudo sea torturado y violado día y noche, hasta que se doblegue o reviente.
Oicán dio un paso. -Esperad, señor. Quizás no sea buena idea... Está físicamente exhausto. No resistirá mucho tiempo...
-¡Silencio! Me da igual.
-Os lo ruego, majestad. Yo...
-¡He dicho silencio, caballero! Si el elfo quiere evitar su destino, ya sabe lo que tiene que hacer. Someterse a la voluntad de Marán. De lo contrario morirá.
V. AGONÍA
El mayordomo real y el celador condujeron a Miel a trompicones hasta la mazmorra. Por fin llegaron hasta ella, y al entrar, el mayordomo le sujetó por los hombros y le obligó a doblegarse.
-La escenita delante del Rey no ha estado nada bien. Debéis aprender modales.- Introdujo dos dedos por el ano del elfo y los removió bien. Entre gemidos Miel le espetó:
-Maldito seáis. Unggg... En mi país os haría empalar... ufff...
El mayordomo descubrió un mango gigantesco e increíblemente grueso. -Seguro, pero mientras, seré yo quien os empale-. El mango se abrió paso por las entrañas del elfo, quien no pudo evitar gritar. El mayordomo le enculaba brutalmente.
-¿Si? ¿Queréis decirme algo?
-Arggg... Sí... ¿Ya ha... entrado? No la... unggg... No la siento.
La sonrisa del senescal desapareció de su faz. -¡Soldado! Ayudadme a castigar a este descarado-. El celador estaba masturbándose, excitándose por la visión ante él.
-Será un verdadero placer. Mi poya ya ha catado varios anos de elfos, pero nunca antes había degustado a uno tan distinguido.
Hizo tragar toda su gran verga a Miel, quien tuvo problemas para poder respirar. Ambos hombres empujaban convulsivamente sus caderas en un violento movimiento que pronto dio sus frutos. Miel no pudo decir cuál de sus violadores eyaculó primero, rugiendo ambos sordamente su placer y literalmente inundándole de su esencia. El príncipe notaba el caliente puré por todo su rostro y garganta pero aun así pudo hablar, jadeante.
-¿Eso es todo? Creo... uf... que tendréis que llamar a más compañeros, dado que no podéis satisfacerme.
El semblante del senescal se enrojeció de rabia. -¿Es que nada te es sagrado, elfo?- Se dirigió hacia el celador. -Cambiemos de posición. Castígale tú ahora el culo.- Los tres continuaron la contienda sexual. El elfo de nuevo sintió como si fuera a ahogarse, sumado al hecho de que sentía ser literalmente tronchado por detrás. El mayordomo gimió ante la inminencia del orgasmo, y tapó la nariz y sujetó la boca de Miel, obligándole a tragar toda su leche cuando se corrió. El soldado empapó sus intestinos con su semen caliente. El príncipe elfo tampoco pudo resistir y sin poder tocarse, pues sujetaban sus manos, eyaculó sobre el suelo. Los tres apenas podían hablar cuando terminaron.
-¿Aún... quieres más..., elfo?-
Miel reunió toda su fuerza de voluntad para poder responder. -¿Por qué lo preguntáis?... ¿Es que ya no podéis más...?- El senescal le cruzó el rostro. -Orgulloso elfo... Veremos cuánto tiempo resistes nuestras... "atenciones" antes de expirar... de placer. Soldado, prosigue. Esta vez nos turnaremos. Éntrale bien por el ano. Quiero que tu potente mango llene todo su interior. Quiero que des por el culo a este insolente hasta que desfallezca.
-Como vos ordenéis, mi lord. Espero que este elfo no se doblegue nunca.- El soldado colocó al elfo boca arriba, le sujetó por las muñecas, y, elevando sus caderas, apoyó su pene en el orificio anal de Miel. Y de nuevo, su escocido ano cedió ante el envite del humano. El elfo no pudo impedir arquearse para permitir mejor la entrada del inmisericorde mango. Miel atisbó a duras penas cómo el mayordomo estimulaba analmente al celador, excitándole y dándole renovadas fuerzas.
-Mald... Maldito seas... ung.... Ahhh...- Miel no pudo evitar descargar su semen, humedeciendo los estómagos de ambos. El senescal extrajo los dedos del ano del soldado y los introdujo en la boca del elfo, haciendo que saborease el sabor interno del soldado.
-¿Y bien, elfo? Espero que todavía no estés cansado... porque esto va a durar toda la noche.- Miel no pudo responder, tan sólo jadear exhausto.
VI. UNA VISITA INESPERADA
A la madrugada siguiente, Miel despertó cuando la puerta se abrió. Apenas podía moverse. Se sentía dolorido y sucio y la luminosidad que entraba por la puerta le cegó. Con esfuerzo logró gemir mientras se acurrucaba en un rincón
-Iros... Dejadme en paz...- Una mano se posó sobre su hombro desnudo.
-No temáis mi señor. Quiero ayudaros.- El elfo entreabrió los ojos. Ante él se inclinaba una chiquilla de apenas quince años.
-¿Quién sois?- El recelo impregnaba cada palabra del príncipe esclavo.
-Mi nombre es Magda.- Miel logró despejar su cabeza. La muchacha era una de las pajes de la reina, a la que había descubierto en más de una ocasión espiándole, aunque nunca le había dado importancia. Aquello olía a trampa.
-¿Por qué queréis... cof.. cof... ayudarme?
Magda depositó un fardo de ropa a los pies del camastro de Miel. -Es una historia larga. Debemos huir cuanto antes.- Miel sujetó a la muchacha por el brazo.
-¿¡Por qué!?
-¡Soltadme!- Susurró Magda- Me hacéis daño.
Miel la soltó y se incorporó, intentando ignorar el sordo dolor en ano y espalda. -No os seguiré si no me decís por qué una humana quiere ayudar a un elfo enemigo-. Magda miró angustiada hacia la puerta, pero no se escuchaba ningún ruido. Todavía quedaba algo de tiempo hasta el cambio de guardia.
-Hace varios años, cuando tenía cinco, unos elfos atacaron mi poblado. Asesinaron a los soldados que lo guardaban y robaron las pertenencias de los aldeanos. Recuerdo como mi madre me abrazaba, agazapados en la esquina de nuestra morada, rezando porque todo pasase. Entonces entró un elfo. Su mirada era terrible, parecía dominarle el ansia de sangre. Nos divisó y alzó su sable curvo hacia nosotras. Entonces otro elfo que parecía el jefe detuvo su golpe mientras le decía "No hacemos la guerra a mujeres ni niños". El primer guerrero salió encolerizado de la casa, seguido del segundo, quien apenas nos echó un vistazo. Vos erais el segundo elfo. Y ahora, por el amor de los dioses, vestios con esas ropas y seguidme si queréis salvar la piel.
Miel recordó aquella incursión. Llevaba poco tiempo como guerrero y quería evitar el derramamiento de sangre innecesario. Y sobre todo recordaba la furia en los ojos de Tael, el otro elfo. Le había susurrado al oído: "Si no fueses el hijo del Rey, te mataría con mis propias manos."
Miel salió de su ensimismamiento y observó la ropa. Eran las humildes vestimentas de una sirvienta. No importaba. Si quería salvar el pellejo debería tragarse su orgullo. Magda extrajo de su indumentaria un cuchillo muy afilado. Miel se sobresaltó. -Oh, no os preocupéis. Es para vuestro cabello. Es demasiado vistoso. Debéis cortároslo un poco por debajo de la altura de las orejas, como si fueseis un paje. Así esconderéis vuestras orejas puntiagudas.- Miel le arrebató el cuchillo, se sujetó el pelo como si fuese una coleta y lo cortó. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas. Para los elfos el pelo era algo sagrado y un gran motivo de orgullo, enarbolado casi como un escudo familiar. Se sintió abatido, como si hubiese traicionado a su familia y raza.
-Vamos, señor, debemos huir.
-Esperad. No os he dado las gracias.
-Aguardad a estar a salvo. Además no hago sino saldar una vieja deuda.
El elfo sorbió sus lágrimas. -Os debo la vida. Tened por seguro que nunca lo olvidaré.
VII. LA HUIDA
El patio estaba casi totalmente vacío. Los vigilantes no pusieron especial atención a dos mujeres que conducían un burro con alforjas para recoger la cosecha del exterior. Habían abandonado el rastrillo y Miel tuvo que apoyarse en el jamelgo para poder dar los últimos pasos que le separaban de la libertad. Se incrustó todavía más la capucha sobre su cabeza. Fue entonces cuando divisó a escasos metros a Oicán, el caballero, que regresaba a la fortaleza junto a tres de sus escuderos. Miel no pudo evitar pensar en que el humano estaba imponente en su brillante armadura. El caballero franqueó el paso a Magda y Miel, mientras hacia señas a sus discípulos para que continuasen su camino y le esperasen dentro del castillo.
-Pronto nos hemos levantado hoy. ¿Quién es la preciosidad que va con vos? No la conozco.
Magda intentó infructuosamente que su voz no temblase. -Se llama María. Ha entrado recientemente en el servicio del castillo. La acompaño hasta los cultivos para recoger la cosecha.
-Vuestra amiga tiembla como un pajarillo.- Miel tiritaba mientras Oicán desmontaba y retiraba la capucha de la cabeza del elfo.- Sí, un pajarillo enjaulado que intenta emprender el vuelo.
El elfo izó la mirada. Sus labios estaban amoratados por los golpes que había sufrido durante la noche, al igual que su ojo izquierdo. La mano de Oicán acarició la empuñadura de su espada. Las piernas del elfo fallaron y de no haber estado sujeto a la mula, hubiera caído cuán largo era. No obstante, en su mirada se leía desafío.
La voz del caballero era suave, casi hipnótica. -No tuvo por qué haber sido así. Si hubieseis... Puedo convencer al Rey para que os perdone.
La boca del elfo estaba totalmente seca y apenas pudo articular las palabras. -No suplicaré... Jamás volveré a hacerlo...
El paladín torció el labio y se quedó pensativo durante bastante tiempo. -Es una verdadera lástima. En fin...- Se giró hacia la aterrorizada paje. -Magda. Debo hablar con vos. Volvamos al castillo. Seguro que vuestra "amiga" encontrará sola los cultivos.
Oicán y Magda se internaban con rapidez en el castillo, mientras Miel les contemplaba sin saber qué decir. La voz del elfo se quebró al hablar.
-Espera... ¿Por qué?
El caballero Oicán se encogió de hombros antes de desaparecer definitivamente por la puerta.
-Supongo que hay pajarillos que tienen un espíritu demasiado libre para ser doblegados. Y es una pena enjaularles.
FIN