El príncipe que rescató a la princesa de...

El príncipe pensó en poseerla allí mismo, estaba acostumbrado, cuantos cuerpos habría visitado y algunos de ellos pese a oponer feroz resistencia. Este cuerpo lo merecía...

El príncipe que rescato a la princesa de las garras del dragón

En aquel lejano y medieval reino, existía un dragón de esos que se dedican a atemorizar a los campesinos, comerse ovejas y raptar doncellas. El dragón al final tuvo que plantearse raptar a la hija del rey, pues en edad de merecer quedaban pocas vírgenes, de hecho solo quedaba la princesa. Las hijas de los campesinos o de los menestrales y artesanos ya habían a esa edad catado las delicias, placeres y dolores del yacer con varón, bien por amores incestuosos o bien por amores furtivos con mozos y mancebos del lugar.

El dragón ni corto (de hecho era bastante largo) ni perezoso, se fue a pillar a la doncella. La princesa una entre quince y veinteañera de incipientes formas, cara granosa y comportamiento histérico fue capturada entre grandes gritos y alharacas.

Varios caballeros que esperaban turno para disputar en justa la mano de la susodicha fueron reventados con gracia y sin compasión por la bestia, las vísceras de los mismos fueron esparcidas por el suelo del campo y las afanosas hormiguitas dieron cuenta de ellas.

El rey se veía con pocas fuerzas pues no se le empinaba ya ni con las exóticas cautivas moras de puntiagudos y morenos senos, no se creía capaz de engendrar otra sucesora y menos con la foca gorda de su mujer, la cual esa si, disfrutaba de una premenopausia ardiente y desenfrenada. La soberana al no poder calmar el ardor de sus carnes con el monarca se lo hacía con todos; El padre abad, los caballeros que se acercaran, y por supuesto el superdotado enano que ejercía de bufón en la corte.

El rey hizo proclamar mediante pregoneros y postillones la desdichada circunstancia, la desaparición de su vestal hija, no el que no se le pusiera tiesa, y se dedico a esperar el desenlace, mientras recapacitaba sobre la fugacidad de la existencia y de sus erecciones.

Un príncipe, heredero de algún reino más lejano aún, estaba en viaje de formación integral por aquellas tierras y se dedicaba en todas las fondas a ampliar su cultura y conocimiento de las costumbres locales. En una posada de esas o más bien casa de mancebía o lenocinio le sorprendió uno de los pregoneros reales.

El príncipe escanciaba con ansia las múltiples cervezas turbias que le servían unas jóvenes barraganas ya no tan jóvenes pero que eran de fácil acceso al interior de sus sayas. Le pillo el anuncio real en un momento delicado, medio borracho y sensible al mal ajeno. Poniéndose en pie decidió ir en busca de la desdichada doncella. Las tabernarias rameras maldijeron su mala suerte, pues ya se veían despojándole de sus monedas entre coyunda y coyunda y echándole posteriormente a los cerdos que hozaban en el lodazal cercano.

El príncipe se fue, el pregonero se quedo, las arpías se lanzaron sobre él, y le devoraron por completo, empezando por el rabo y rematando de forma ignominiosa su lascivia mediante escatológicas practicas.

Nuestro potencial rescatador ya resacoso decidió informarse en el castillo de los soberanos, conocer los pros y los contras, pues una vez abandonados los efectos del alcohol ya no estaba tan motivado para las abnegadas tareas.

El rey le informo que si lograba rescatar a su virginal hija, se podría desposar con ella, heredaría el reino, y poca cosa más. La madre y reina le pillo en un aparte y aplastándole con sus grandes y sofocantes pechos de aroma a ajo, le indico que si no se iba a por su niña le convertiría en su esclavo sexual. La fantasía agobiante de un frondoso pubis devorador sobre su cara le convenció más que las promesas del padre e hizo solemnes votos de encomendarse a su sagrada tarea y huyo rápidamente en busca del bicho aquel que cual unicornio solo ansiaba hímenes incólumes.

El apuesto, guapo, joven y depravado (pues lo era, esto hay que reconocerlo) héroe se interno en los profundos bosques que le llevarían hasta el pestilente antro donde debería enfrentarse a su destino.

Por el camino encontró a una pareja de buenos campesinos, macho y hembra que le invitaron a comer sus humildes raciones de queso, vino y productos de la tierra variados. Se harto de comer a sus expensas y cuando terminaron apeteciole bajo los discretos efectos del alcohol que la campesina seria feliz yaciendo con él. Los pobres rústicos accedieron y el palurdo lugareño tuvo que contentarse en ver como las nalgas de su mujer eran acometidas por el aristocrático y noble rabo del príncipe, los gritos, y suspiros de la pobre mujer fueron una buena prueba de la miserable sumisión de la plebe en aquella época. Cuando nuestro rescatador acabo la faena y dejo caliente a la paisana, esta se vengo en el patán de su marido, llamándole cornudo, amariconado y otros calificativos de índole similar.

El príncipe siguió avanzando, montado en su bonito caballo, cuando en una encrucijada de caminos las dudas le asaltaron. Como por arte de magia, pues por ese arte fue, le surgió una ancianita, o si lo preferís una repugnante vieja desdentada. Ella a cambio de indicarle la dirección de la guarida del abominable ser, quería gozar del cuerpo del joven. El ya había satisfecho su libido con la campesina pero la ocasión merecía la pena, además la boca desdentada de la bruja le tentaba. Bajo de su bonito caballo, y recostándose lánguidamente en un pequeño prado y apoyando la cabeza en la raíz de un poderoso roble dejo que la anciana le chupase, le succionase, le lamiese su miembro viril. El morbo de la situación, el desvarío de sus sentidos así como la sensación de su vileza hizo que sufriese una enorme erección. La eyaculación llego justo cuando expiraba la pobre mujer, no pudo exhalar ni siquiera su ultimo aliento, al estar taponado su gañote por aquel furibundo glande.

El príncipe ni siquiera se dio cuenta e interpreto los estertores de aquella ruin como sutiles mañas de una veterana mamadora. Solo cuando al deshincharse su virilidad y retirase de la boca de la hechicera fue cuando se apercibió del fallecimiento de la misma. Un poco fastidiado pues no le había dado tiempo a indicarle el camino, se encaramo de nuevo a su corcel y pisando con los cascos los sapos que huían a raudales de los bolsillos del cuerpo atemperado de la bruja, se fue por el camino más fácil, el que iba por una bonita senda flanqueada de florecillas.

Llego a un bonito paraje, pequeño lago de cristalinas aguas, hermosos y frondosos árboles, cueva tenebrosa y pajarillo trinando. Esto sin lugar a dudas era el escondrijo de la bestia. Entro con la espada desenvainada, confiaba en hallar al reptil durmiendo e hincarle el hierro de su arma de forma desprevenida. El olor era extraño, como a especias sutiles y fragancias ignotas, algo exótico para él, que como buen cristiano no era un entusiasta de la limpieza,. Se percibían ronquidos quedos y apagados, justo cuando la luz del sol no llegaba a iluminar más, diviso una fosforescencia, de forma decidida se acerco y distinguió derrengada sobre un lecho de finas sedas y satenes a la princesa, Era una joven rubia, que llevaba medio desabrochado un delicado vestido azur que al tiempo que marcaba sus formas dejaba ver, mas bien traslucir, su blanca piel, Noto como el paquete le oprimía, pocas mujeres de esa edad había visto tan bien formadas, de hecho lo normal es que la mayoría a estas alturas de la vida ya hubieran parido al menos una vez y se les ensancharan las caderas y los pechos se les derrengasen. La princesa era la causante de los ruidos, cada vez que sus senos subían y bajaban, por su boca de perlas se escapaba un burlón ronquido que, ponía un contrapunto al encanto de la escena.

El príncipe pensó en poseerla allí mismo, estaba acostumbrado, cuantos cuerpos habría visitado y algunos de ellos pese a oponer feroz resistencia. Este cuerpo lo merecía, y además tal vez aun pudiera tener el dudoso honor de ser su primer profanador, la viril entrepierna le pedía desahogarse, pero el temor a ser sorprendido por el dragón le hacia reprimirse sus deseos de saltar sobre esa hembra, rasgarle las vestiduras y meterle y sacarle y meterle y sacarle, hasta la saciedad, sus vergüenzas.

El dragón apareció, sorprendentemente no emitió una bocanada de fuego y aliento pestilente, sino que únicamente se dedico a mirar fijamente al paladín. Este vaciló, se vio inerme ante el monstruo aquél y su mente depravada le incito a pergeñar alguna maldad. Pensó en que nunca había copulado con bestias de asaz tamaño, solo con ovejas, cabras y mujeres, amén de algún infante despistado, pero meter su nabo en la cloaca, pues tenía entendido que solo tenían estos bichos un orifico para todas sus excretas, podía ser una sensación agradable.

El dragón a su vez, dudo entre convertir en escoria calcinada a ese montón de suciedad que era el principito este, o bien dado que emitía tanto olor a secreción prepucial pudiera darse el caso de ser un buen semental. Hacía siglos que no le introducían nada en su cuerpo desde que su dragón, que en paz descanse, nos enteramos ahora que la bestia raptora era dragona, pillo unas fiebres que le tumbaron y le apartaron de esta existencia.

Se fueron aproximando el uno al otro, como unidos por un hilo mágico, sin emitir sonido, solo olores de deseo y lujuria. La princesita seguía mientras traspuesta, ajena a este despliegue de feromonas. Ya las relucientes escamas estaban al alcance de la mano y casi de la lengua del príncipe, cuando este saliendo de su arrobo, hinco su acero, no su polla, en la carne trémula de su frustrada amante.

Aquello fue una orgía de sangre y bestialismo, partió, corto, machaco, dividió y troceo a la pobre dragona, la cual solo había querido placer. Cuando al final solo quedaron miembros amputados, coágulos, vísceras rajadas y charcos de bilis, el príncipe sintió que casi se corría, tal era su degradación.

La princesa se despertó en ese momento, ya por el tufo de las tripas rotas o bien por que era hora de despertarse. Vio a la bestia deshecha y lloró, lloro porque nadie le acariciaría ya con una lengua húmeda y viscosa, una lengua bífida que le había despertado sensaciones y le había reconciliado con los orificios de su cuerpo, que le había hecho vibrar como nunca lo habían hecho las cobardes caricias de sus damas de compañía. En su lugar solo tenia un personaje con cara picada de viruelas y que además de estar sorbiéndose los mocos de la emoción, debía tener incontinencia, pues una mancha sospechosa decoraba su calzón.

El héroe aferro a la princesa y chapoteando entre los despojos de la criatura, huyeron del lugar, cabalgando con ella a la grupa, sintiendo sus jóvenes pechos sobre su espalda, y conteniéndose las ganas de follarsela y dejarla tirada entre las brañas, llegaron al castillo de los reyes.

El monarca agradeció la accion e hizo que se celebraran los esponsales. La hija seguía llorando añorando a la repugnante criatura y aun lloraría más al descubrir la poca delicadeza de su marido, en cuestiones de lecho. Pronto la dejo preñada y cuando se harto de ella y del morbo que le ofrecía asaltar aquella barriga apepinada, se busco el principito nuevos terrenos que conquistar.

La reina reivindicó su derecho de catar al yerno, y en una de esas fueron descubiertos por el monarca, el cual los hizo decapitar sin mucho miramiento. El verdugo a su vez, antiguo amante de la reina, sintió una especial felicidad al cumplir la condena. El padre y la hija, que dio luz a un vástago normalito y sin demasiadas taras, se dedicaron a vivir como padre e hija, santamente, pensando solo en la paz del reino y las miserias de la vida. Y colorin colorado este cuento bastante absurdo y sin intenciones moralistas se ha acabado.