El Príncipe (2)

Después de una noche extraña, el príncipe Felipe despierta tan sólo para recibir a un visitante familiar en su cuarto que quiere algo más de él.

El Príncipe

(Segunda Parte)

La noche había estado envuelta en un fino velo de fantástica lujuria, en que el príncipe era envuelto para ser sometido una y otra vez a las más perversas humillaciones de soldados oníricos. Lo extraño de todo, y que Felipe no podía entender, era que él disfrutaba de cada una de las violaciones de un modo especial, y no podía esperar a que iniciara la siguiente. Pero ni siquiera eso podía durar para siempre, pues en tan sólo cuestión de horas se desplegó un manto rosado a lo largo de toda la cúpula celeste mientras a lo lejos, en las montañas que delimitaban al reino, renacía un sol brillante adornado de algunas nubes de blanco algodón.

Felipe abrió los ojos poco a poco, con recuerdos de la noche anterior y el reflejo sobrenatural en el espejo. Se levantó con lentitud de la alfombra sin quitarle la mirada al espejo, esperando que la imagen cobrara vida por sí sola, pero sólo se vio él mismo, con sus brazos duros y pectorales fuertes. Acomodó sus largos rizos dorados que caían hasta los hombros y sonrió al saber que en pocos minutos se encontraría en el gran salón de banquetes para desayunar su plato usual de fruta fresca. Se cubrió con una túnica ligera de un azul real con adornos en hilo de oro. Abrió la puerta de su habitación para salir al pasillo cuando se encontró a su hermano menor, Eduardo, vistiendo una túnica en el mismo estilo, más ésta era de color escarlata. Eduardo compartía la misma mirada verde y cálida de su hermano mayor, y tenían facciones similares; algunos súbditos hasta sugerían que podrían haber sido gemelos ya que la única diferencia aparente era el color de su cabello. Mientras que el de Felipe parecía estar forjado de oro puro, el de Eduardo tenía el mismo color y consistencia que la noche.

“Venía a verte para ver si quiere venir a cazar conmigo después del desayuno”, dijo Eduardo con una sonrisa amplia en su rostro, más al percatarse del semblante de su hermano la borró. “Te ves pálido ¿Te sientes bien?”

Y Felipe quiso decir que sí, pero sintió que una fuerza externa lo rodeaba y penetraba en cada poro de su piel. La sentía pesada fluir por sus venas y el príncipe heredero fue como un visitante en su propio cuerpo. Podía sentir, ver, y hasta oler, pero las acciones ya no eran suyas sino de la magia que se cernía en el ambiente y que también se había adentrado en su hermano. Felipe posó sus labios sobre los de su hermano para formar uno sólo, quería probar ese aliento familiar, aspirar la esencia de su boca para que mezclara con la suya hasta formar una sola. Eduardo no sólo aceptó recibir el beso, sino que también usó su lengua para dominar a la de su hermano mientras acariciaba su espalda ancha.

“¿Sabes? Siempre he fantaseado con este momento” susurró Eduardo antes de entregarse una vez más a los hambrientos labios de su hermano.

“Pues aquí me tienes, todo para ti. Haz de mí lo que quieras.”

“¿Mi esclava personal?, preguntó Eduardo mordiendo su labio interior.

“Si eso quieres, entonces eso seré” respondió Felipe sin realmente quererlo, pues aunque su cuerpo se entregaba completamente a su hermano con cada caricia y cada roce de sus labios, su mente y su alma rechazaban por completa esa muestra de incestuoso amor homosexual sin aceptar que lo estaba disfrutando.

“¿No te molestará que nos deshagamos de esto, verdad?”, exclamó Eduardo jugando con la túnica, enrollándola entre sus dedos, y sin esperar la contestación.

Felipe simplemente se dejó llevar por la excitación del momento, la sensación de sentir la piel de su hermano contra la suya, caliente, dura, de tacto adolescente. Estando los dos hermanos desnudos se encontraron frente a frente, unidos en un beso que los sumía hasta el infinito con cada aliento y respiración.

Felipe se recostó en su cama, con el cuerpo de su hermano sobre él, presionando cada rincón de su hombría. Sintió la mano de su hermano perderse en sus rizos dorados, en la quijada cuadrada en la comisura entre sus marcados pectorales y recorrer el abdomen con sensual encanto que hacía vibrar con lujuria cada una de las células de su cuerpo. Pronto sintió como la mano de su hermano se cerraba caliente sobre su pene erecto.

“No te gusta ¿No es verdad?”

“Sabes que sí” sonrió Felipe.

“Pero no estoy aquí para darte placer, tú estás para darme tu cuerpo.”

“Pues tómalo”

Eduardo se hizo a un lado, pero sólo para que su hermano pudiera darse la vuelta en la cama y colocarse de espadas con lentitud sobrenatural, esperando que su hermano menor notara su admirable musculatura. Eduardo volvió a subirse en su hermano para acariciarle con fuerza, hacerle saber a la piel tensa que ese cuerpo estaba a punto de tener un dueño. De repente la magia que corría en las venas de Eduardo sintió que tenía que demostrar su autoridad, demostrarle que era él quién mandaba. La energía fluyó a través de su brazo y hasta su mano, que bajó con fuerza hasta chocar contra su trasero.

“Quiero más” gimió Felipe, y su hermano no supo como complacerlo más que dándole nalgadas.

Pero por supuesto había una maldición de por medio que ya pesaba en el ambiente y lo volvía pesado. Había una presencia entre ellos que mandaba desde más allá de la muerte y tomaba control de su cuerpo, una magia ancestral que los hermanos no podían explicar y hacía que Eduardo chupara sus dedos para humedecerlos con saliva. Después se acomodó para introducir el primer dedo en el culo de su hermano.

“Vas a ser mío, como a todas las mujeres que violaste hoy serás violado” dijo Eduardo evocando la sentencia del brujo muerto.

“Nada me gustaría más que me demuestres que puede ser todo un hombre”, respondió Felipe en un acto de sumisión en que la realidad se diluía en la eternidad de ese momento.

Después el culo de Felipe fue llenado con un segundo dedo y finalizó con un tercer que lo hizo retorcerse como un gusano relleno de dolor y placer.

“Ahora sí te voy a hacer la puta más zorra de todo el castillo ¿Estás listo?”

“Sólo hazlo”, gimió Felipe y sintió que algo duro se acomodaba a la entrada de su culo, como una flecha de placer que se abría paso a través de su dignidad de hombre; como mensajero del placer.

Eduardo siguió empujando desde su pelvis para que su pene venoso fuera entrando poco a poco en su hermano y el placer de ese culo apretadito lo hacía gemir mientras veía como su hermano hacía una mueca de dolor y se aferraba a las sábanas.

“¿Le estoy robando la virginidad a tu culo?”, preguntó Eduardo divertido entre gemidos de placer y gruesas gotas se sudor que se aperlaban en su piel.

“Sabes que sí, soy todo para ti…”

“Entonces me convierto en tu dueño a partir de hoy”, exclamó Eduardo y empezó con un juego de nalgadas, mientras que su pelvis se movía de tal manera que creaba un delirante movimiento metisaca en el culo del príncipe heredero.

Estuvieron así en un tiempo que se estiraba hasta el infinito y regresaba con cada suspiro, y cada gemido; con las caricias en que el roce de su piel les causaba la renovación de esa energía sexual proveniente de una magia de ultratumba; hasta que el cuerpo de Eduardo sintió cómo se estremecía, se doblegaba ante los demonios de la lujuria y, tomando a su hermano de los hombros, descargó todo su semen en el interior de Felipe. Eduardo cayó a un lado de su hermano mayor, ambos cansados, besándose y tuvo la idea de masturbar a su hermano mayor para que descargara él también toda la excitación que había sentido aquella mañana tan extraña. Pronto Felipe también sintió las convulsiones de placer que llenaron su pecho musculoso de s propia leche. Eduardo lamió cada centímetro de piel para limpiarla y luego compartió ese sabor familiar con su hermano.

“Fue lo mejor que hemos hecho como hermanos.”

“Lo mejor”, repitió Felipe como un suspiro.

“A partir de hoy voy a venir a verte cada vez que necesite de placer y tú vas a saber como complacerme como una buena putita.”

“Seré lo que tú quieras que sea…”

“¿Mi esclava?”

“Sí”, gimió Felipe como si aquella sílaba le hubiera causado placer.

“¿Mi reina?”

“Por supuesto”

“¿Estarías dispuesto a cederme los derechos al trono si te hago mi reina y además la putita de todo el reino, a la que violarán cuantos hombres quieran sólo con que dé la orden.”

“Así es” respondió Felipe, aunque en su interior gritaba por defender su derecho al trono del reino.

“Entonces descansemos, porque nos vamos a divertir todo el día…”

Eduardo abrazó a su hermano y descansó su cabeza en el duro pecho de su hermano, mientras la magia que se cernía pesada en el ambiente los abandonaba.