El Príncipe (1)
Se trata de un príncipe lujurioso sobre el cual se cierne una maldición que lo hará pagar por sus errores. Una historia reescrita (con ayuda de mi amigo Sirius_Snape) de unos de mis primeros relatos.
El Príncipe
(Primera Parte)
Érase una vez que en un reino muy lejano vivía un rey que era querido por todo su pueblo. Era justo y trabajador, veía por los intereses de sus súbditos y era conocido en toda la tierra por su bondad. Ciertamente era un hombre admirado con justa razón. Sucedió que el rey conoció a un buena mujer de la cuál se enamoró y se casó en la catedral, y se armó un gran banquete que duró por tres días. Del amor que ellos dos se profesaron nacieron dos niños, al mayor lo llamaron Felipe y al menor Eduardo. Por muchos años fueron el orgullo del reino, pero crecieron malcriados y mezquinos. Hacían travesuras por el castillo destruyendo todo cuanto encontraban a su paso.
Sucedió que un día el reino entró en guerra. Rey y reina partieron a la frontera para comandar al ejército y dejaron a Felipe a cargo. Para ese entonces el príncipe ya era todo un hombre con rasgos finos y varoniles, con un cuerpo atlético, lampiño y marcado a causa de los entrenamientos de espada, ojos verdes y largos rizos dorados que le caían hasta los hombros. En pocas palabras era un hombre bello del cual se habían en enamorado todas las doncellas del reino. Se le ocurrió que sería una buena idea probar su hombría en todas ellas, adentrarse a un frenesí sexual en solo mandaba la lujuria y el placer. Por disposición real, cada pueblo del reino fue mandado a entregar a sus doncellas más hermosas para que acudieran a la alcoba real a ser violadas por el príncipe Felipe. Una a una desfilaron las mujeres a degradarse y humillarse; era una situación intolerable.
Los padres de las doncellas, preocupados por la situación en la que estaba cayendo el reino, acudieron a un viejo brujo a buscar ayuda y él entendió el sufrimiento en el que habían caído las mujeres y quiso hacer algo para ayudarlas.
El brujo se presentó frente al trono en audiencia real para pedirle que se comportara como un príncipe, no como un niño malcriado. Que dejara a las mujeres en paz.
¿Cómo te atreves a presentarte ante mi trono para hablarme de esa manera, viejo estúpido?, exclamó el príncipe con un vozarrón que retumbó en todo el salón.
Por última vez te lo pido, deja a las mujeres en paz, pidió el viejo, más el corazón del príncipe era demasiado orgulloso para ceder ante una propuesta semejante.
¡Guardias! Que este hombre pague con su vida por la injuria que se ha cometido contra mí ordenó el príncipe tronando los dedos un par de veces.
Los soldados corrieron para atrapar al viejo hechicero que no opuso resistencia mientras lo arrastraban por hacia la puerta, pero su garganta brotó grave una terrible maldición.
Si mi sangre corre caerá, entonces habrás de pagar por tu terrible pecado. Como tratas a la mujeres serás tratado, y como las sometes a ti te someterán.
Aquellas palabras sólo agravaron las consecuencias. El hechicero fue llevado a la plaza principal, frente a la catedral, donde le cortaron la cabeza y la colocaron en la punta de una lanza para que todo el pueblo la viera, y temiera a la furia del príncipe Felipe: su próximo rey.
Para olvidar la muerte del viejo hechicero, aquella tarde se organizó un banquete con música y el príncipe aprovechó la distracción, provocada a causa de la distracción, para violar a dos de las sirvientas detrás de unas cortinas. Era como Felipe se sentía poderoso, un hombre capaz de tomar lo que quisiera cuanto quisiera. Su estado real, su reinado próximo y un cuerpo como si los músculos fueran esculpidos como un dios griego le daban ese derecho; al menos creían que le daban ese derecho.
Entrada la noche, cuando no había más que dragones de oscuridad consumiendo cada partícula de luz, el príncipe se movió con una vela hasta su alcoba real. Se colocó frente al espejo admirando la figura que se formaba detrás de su túnica fina color escarlata con el borde de oro. Se imaginó con la corona sobre su cabeza y admiró lo guapo que se veía, entonces sí podría tener a todas la mujeres del reino para él sólo y nadie podría detenerlo. Sonrió de felicidad, pero su reflejo se mantuvo serio.
Sin entenderlo, el ambiente se lleno de magia maldita.
En el reflejo apareció un hombre alto de ojos negros y cabello castaño que caía lacio por sus espalda. Por sus facciones duras Felipe entendió que era el jefe de la guardia del castillo, ¿Por qué estaba desnudo? El hombre acarició el reflejo de Felipe desde atrás y con un movimiento dejó caer el ropaje real del príncipe, mientras el verdadero Felipe observaba la escena con mucho cuidado. No supo porqué pero sintió que tenía que quedarse desnudo como su reflejo, era como si cada célula de su cuerpo estuviera excitada, como si el corazón hubiera acelerado sus latidos de repente y pudiera sentir su eco hasta lo más profundo de su alma. La sangre fluyó hasta su pene para erectarlo y el príncipe se sintió sucio ¿Por qué se sentía tan excitado ante la vista de dos hombres que se besaban y se acariciaban, siento uno de ellos él mismo?
Mientras que en la realidad el príncipe se había quitado la ropa y empezaba a acariciar su cuerpo duro, lampiño y perfecto; en el reflejo el príncipe se encontraba colgado de los hombros del jefe de la guardia para besarlo, mientras éste lo nalgueaba con fuerza repitiendo que no era más que la putita del castillo. El soldado colocó al príncipe contra la pared y lo penetró de lleno mientras Felipe lloraba, sufría y sangraba, pero además gemía de placer. En la realidad también Felipe sintió un poco de placer en su culo y no supo como calmar esa excitación más que masturbándose ante el reflejo de su ser sometido por otro hombro. Sus pectorales definidos, su torso cincelado y sus brazos fuertes se cubrieron de sudor, de excitación, del mismo placer que veía. De repente no existió nada más que su pene y la mano que se frotaba contra él; hasta que no pudo más y explotó su semen frente al espejo.
Felipe cayó desfallecido sobre el espejo y, desnudo durmió toda la noche soñando como el jefe de la guardia del castillo y todos sus soldados lo violaban una y otra vez mientras él lo disfrutaba como una buena putita. La magia del hechicera aún pesaba sobre el ambiente de la alcoba real.