El primo Jacobo

Mi primo es mucho mayor que yo, nos invitó a su apartamento junto al mar.

Jacobo es mi primo. Tiene cincuenta años y nos hospedábamos en su casa por unos días. Siempre ha ejercido un absoluto dominio sobre mí. Yo tengo 28 años es decir, me saca 22 años.

Cuando yo era tan solo una niña de 12 años el ya tenía 32. Me daba órdenes y yo, simplemente, como si estuviese hipnotizada le obedecía. Sus dedos fueron los primeros que conocieron mi intimidad.

Ahora, tantos años después, habíamos ido mi esposo y yo invitados a su apartamento junto al mar.

Mi marido había ido a montar en kayak y Jacobo y yo estábamos tranquilamente sentados en la terraza de su apartamento, frente a frente. Acababa de ducharme y tan solo llevaba un vestidito. No me había dado tiempo a ponerme bragas porque Jacobo me llamó y fui a ver que quería.

“Siéntate y toma tu copa de vino”

Había puesto dos sillas enfrentadas una contra la otra. El se sentó en la suya con el gin-tonic en la mano.

"Abre las piernas", me ordenó Jacobo.

El aire era bochornoso y espeso, una típica tarde de verano; nubes de tormenta reuniéndose, amenazando una pequeña tempestad. Yo llevaba un vestido corto de verano, sandalias de tiras y tacones altos, y nada más.  Pensé en mis bragas, olvidadas sobre la cama cuando me había llamado mi primo.

Miré a través de las barandas de hierro forjado del balcón hacia la calle de abajo. Un segundo piso. En el atardecer todavía había luz suficiente y era seguro que si alguien mirase hacia arriba desde la calle podría verme descaradamente, allí, sentada en el balcón. Él vio mi mirada preocupada y se encontró con poder. Yo estaba esperando, como una niña buena. Respiré profundamente, mis carnes estaban temblorosas pero obedecí, separando mis rodillas para su deleite, aunque bajé el borde de la faldita sobre mis muslos.

"Más, abre más", dijo, sin apartar sus ojos de los míos. "Engancha tus tobillos detrás de las patas de la silla". Hice lo que me decía, extendiendo mis piernas, sintiendo que mi corazón comenzaba a latir con fuerza.

Mi marido estaría paleando en su kayak rojo, recorriendo los acantilados de la costa, disfrutando de las últimas horas del día mecido por las olas bajas del mar tranquilo.

Mi primo tomó un trago haciendo sonar los hilos. "Levanta tu vestido", continuó. "Quiero ver tu coño".

Dudé un momento, luego levanté el borde de mi vestido, exponiéndome a él, y a cualquier otra persona que estuviera mirando hacia arriba. Sin embargo, él no miraba mi coño, solo a mis ojos. Yo sabía que su morbo estaba disfrutando de mis reacciones, de la situación entre ambos, del placer de tenerme así, su primita casada volvía a estar rendida y obediente. Y eso le excitaba mucho más que la vista de mis ingles desnudas. Imaginé lo que cualquier vecino o transeúnte podía verme y un rubor trepó por mi cuello, mis labios se abrieron mientras luchaba por regular mi respiración repentinamente cargada y espesa. También imaginé lo que Jacobo vería si mirara hacia mi coño, los labios de mi sexo brillando con humedad, labios palpitantes, un coño cerradito que comenzaba a aflojarse por la excitación y en parte por mi miedo. Miedo a que alguien pueda mirar hacia arriba y verme allí en aquella postura de zorra con las piernas abiertas, el vestido remangado y el coño desnudo.

Tomé un trago de mi vino.

Él miró hacia mis muslos y su mirada se situó sobre mi coño despojado. Aquello fue como una caricia. La ligera brisa de la tarde mimaba mi montecito, provocando y entibiando mi carne fogosa. Levantó sus ojos hacia los míos otra vez, inmovilizándome con su poder. "Tócate para mí", dijo en voz baja.

Suspiré temblorosa y lentamente, y  comencé a acariciar mis suaves labios externos. Los labios estaban muy, muy sensibles. Mi depilación laser no dejó un sol bello, y mis carnes más íntimas se sienten como terciopelo. Sus ojos no se apartaban de los míos cuando exploré un poco más hondo, deslizando mi dedo entre mis tiernos pliegues interiores, sintiendo la humedad acumulándose en la yema de mi dedo mientras lo hacía y un dulce sufrimiento comenzando a crecer dentro de mí. Mi clítoris latió, y pasé mis dedos ligeramente sobre él, aumentando las exquisitas sensaciones.

"Pon un dedo dentro, Carla", me dijo Jacobo. Estaba inclinado ligeramente hacia adelante, la bebida olvidada en su mano mientras miraba mi rostro. Tuve que obligarme a no mirar hacia la calle de nuevo. Sabía que podía ver el conflicto de emociones jugando en mi cara. El deseo de hacer lo me pedía, el miedo a ser vista por algún transeúnte. Aunque él me había obligado a exponerme en otros lugares públicos varias veces en el pasado, una vez en un autobús, otra en una playa. Pero hasta ahora mi primo nunca me había hecho masturbarme en público. Me estremecí y deslice un dedo a través de mi humedad dentro de esa estrecha y oscura hendidura, dejando que las sensaciones me envolviesen y cerrando los ojos ante la idea cada vez más morbosa de que alguien estuviese viéndome.

"Abre los ojos", dijo, su voz aguda. "Mírame."

Mis ojos se abrieron de nuevo y se encontraron con los de él. Lejos, los truenos sonaban lejanos y el viento comenzaba a ser más intenso. Una sonrisa suavizó su gesto. "¿Eso es todo lo que piensas hacer, Carla?", preguntó. "No seas pazguata. Mete otro dedo".

La posibilidad de ser vistos o escuchados se olvidó mientras lo miraba a los ojos y enterraba el segundo dedo en mi rajita. Mi clítoris dolía insoportablemente, y comencé a frotar con el pulgar, sintiendo que mi excitación aumentaba cuando el viento a se levantaba en oleadas haciendo bailar la faldita que colgaba, con el sol oculto detrás de las oscuras nubes. La sensación de mi sexo tensándose bajo el trabajo de mis dedos, y de la piel resbaladiza y húmeda del rosado interior. La sensación de mis dedos entrando y saliendo, todo mientras él seguía impertérrito frente a mí, mirándome sin perder un solo detalle de mis movimientos, fue bastante para empujarme por el borde del orgasmo.

"Es suficiente", dijo secamente.

Jadeé, indignada, pero aparté mis dedos obedientemente, hubiese querido seguir, necesitaba seguir y él lo sabía. Vi una sonrisa malvada en su boca y supe que recordaba lo tímida que había sido cuando me usó por primera vez, siendo solo una niña;

Recordé cómo la primera vez que me hizo exhibirme para él casi me hizo llorar de vergüenza.

El ruido de un trueno mucho más cercano y el sonido de un coche que pasaba por la calle me sacaron de mis pensamientos, y de repente volví a ser consciente de lo expuesta que estaba, de lo que estábamos haciendo. Miré hacia abajo, a la calle, pero sabía que no debía cerrar los muslos ni enderezar el dobladillo de mi vestido. Lo miré y él asintió con aprobación. Tomé un sorbo de mi vino e intenté recuperar la compostura.

"Ven aquí", dijo, echándose hacia atrás. "De rodillas. Quiero que chupes mi polla".

Aparté la copa de vino de mis labios. Mis ojos se abrieron de par en par cuando miré por encima del borde del vaso hacia él.

"¿Qué?" Dije. "¿Aquí ahora?"

Alzó las cejas y obtuve esa "mirada de mando" que a veces tiene en sus ojos. Una mirada que me hace estremecer de miedo y excitación. "¿Tengo que decírtelo dos veces?"

Por supuesto que no, pensé. Tragué saliva y puse el vaso sobre el suelo, luego me deslicé de la silla al cemento del balcón. "Por supuesto que no", le dije, arrodillándome a sus pies. "Es sólo que…." Eché un vistazo a nuestra posición expuesta una vez más. "Nunca has… Nunca hemos…"

Él me miró impasible. "Hay una primera vez para todo Carla, ¿verdad?"

Volví a recordar a mi marido allí, lejos, en el océano.

Mis manos temblaron ligeramente cuando alcancé la hebilla de su cinturón. Mi corazón latía de nuevo y mi chocho palpitaba. Sentí que la humedad comenzaba a descender entre mis muslos. Me encantaba cuando él adoptaba aquel papel, exigiendo, no pidiendo un favor, sino ordenado. Me encanta ese lado de su carácter, el que decía que no permitiría la desobediencia. ¡Se comportaba tan exquisito y servicial cuando estábamos con mi marido! Sabía que mi esposo, José, nunca lo entendería, así que nunca había hablado sobre mis encuentros con Jacobo con él.

Mi primito y yo sabíamos que nunca debía decirme que hiciera algo dos veces, sin importar lo escandalosa que pareciera su orden. De hecho, cuanto más escandalosa, cuanto más peligro de ser atrapados infraganti, más caliente resultaba todo. Y cuanto más me empujaba a hacer ese tipo de cosas, más húmedo me ponía el coño. La semana pasada me llamó por el móvil a la oficina y me dijo que me acariciara hasta el orgasmo, allí mismo, en mi escritorio, rodeada de compañeros. Y lo había hecho, sofocando mis gemidos con un puño en la boca. Ahogando mis gemidos con un pañuelo y metiendo mis dedos bajo la falda, apartando el tanga mientras él me hablaba por teléfono. Luego me hizo poner la cámara y darle la imagen en directo de mis dedos golfos.

La polla de Jacobo ya se estaba poniendo rígida debajo de su pantalón caqui. Mientras lo acariciaba sobre ellos, miré hacia abajo a la calle. Acababa de anochecer, pero parecía más oscuro debido a las nubes de tormenta que habían comenzado a reunirse en serio. Una farola en la esquina más alejada formaba un charco de luz, debajo del cual se encontraba una mujer, esperando el autobús.

Sentí la contracción de la polla de Jacobo mientras sus ojos seguían los míos. Mi coño se crispó en respuesta al movimiento de la verga.

"Hazlo", dijo. Su voz dejaba ver su propia emoción, sus tremendas ganas, su excitación bestial y eso me sobreexcitó aún más.

Con otra mirada furtiva y subrepticia a la mujer de la parada del autobús, desabroché su botón y bajé la parte superior de sus calzoncillos. Su polla saltó libre, ya hinchada, una gota de líquido brillando en la punta. Me incliné y lo lamí como un gato lamiendo un plato de leche. Me encantaba el sabor de su semen, y deseé que se viniera en mi boca, nunca he tenido tantas ganas de probar semen.

Un trueno rodó sobre la calle mientras volvía a sumergir su polla en mi boca, tomando solo la punta y succionando. Suspiró y continué jalando y chupándolo por unos minutos más, concentrando toda mi atención en sentir su falo empujándome contra la parte posterior de mi garganta. Me encantó ese momento, mi boca se ensanchó, tratando de evitar que mis dientes lo rasparan, incluso mientras luchaba por tragarla entera. Me encantó el deslizamiento de su verga, gruesa, dura e insistente, mientras me llegaba a lo más profundo, abriendo mi garganta para él. Me encantaba la lucha para llevarlo aún más lejos, luchar contra las nauseas, hasta tragarlo entero, hasta tener mi nariz apoyada en el pubis peludo.

Olvidé la calle de abajo y la mujer que podía levantar la mirada y verme allí de rodillas, mi cabeza subía y bajaba en su regazo, mientras me entregaba al placer de complacerlo, de acariciarlo, arriba y abajo, con mi boca y mis manos Alcé la vista y vi su cabeza inclinada hacia atrás y sus ojos finalmente cerrados. Me di cuenta de lo oscuro que estaba, el atardecer daba paso a la noche mientras un rayo iluminaba el cielo detrás de él, alumbrando su rostro. El trueno se estrelló a nuestro alrededor un momento después y abrió los ojos y me miró.

"No te detengas", dijo, con voz ronca.

Incliné mi rostro de nuevo, deslizando mi boca por toda la longitud de su pene nuevamente antes de alejarme ligeramente para poder lamer el eje desde los testículos hasta la punta, una y otra vez. Sus caderas saltaron hacia mí y sentí su mano en la parte posterior de mi cabeza.

De repente, los relámpagos y los truenos se estrellaron casi simultáneamente sobre nosotros, y un momento después los cielos se abrieron, primero en unas gotas de lluvia, y luego en un repentino y feroz diluvio. Nos estábamos empapando, pero no hacía frío.

"No pares puta", su voz ronca. "No te pares ahora zorra".

Bombeó sus caderas y empujó su polla dentro y fuera de mi boca mientras la lluvia caía sobre nosotros y más truenos explotaban en lo alto. Yo también estaba jadeando, jadeando, vomitando y tragando lluvia. De repente sentí su pie entre mis rodillas, empujándolos para abrirme, y los separé con gusto, sin importarme si la mujer de la parada de autobús podía vernos en los relámpagos. Sentí sus dedos desnudos empujar contra mi coño y abrí mis muslos aún más, queriendo darle acceso, deseándolo dentro de mí desesperadamente. No me importaba qué parte de él era. Un segundo después sentí sus dedos presionarme y mientras empujaba mi boca sobre su polla, llevé mi coño hasta su pie y comencé a follarme con sus dedos. Me balanceé adelante y atrás con el ritmo de sus manos en mi cabello y su polla en mi boca. El agua de lluvia me ahogaba, un rayo me cegó, el trueno golpeó sobre nuestros tímpanos. Entre los truenos, escuché su respiración áspera y mis propios gemidos ahogados. Lo monté, empujándome, apretándome contra su pie, mientras él hundía su polla en mi boca y sentí ese sentimiento hermoso, doloroso, esa espiral mientras crece un orgasmo, sintiendo los dedos de su pie y su polla dentro de mí. Estaba golpeando su polla en mi boca ahora, follando mi garganta, y los primeros signos de un orgasmo comenzaron a ser evidentes

"No te detengas", jadeó. "Te lo dije-"

Pero sus palabras se perdieron en un estallido de trueno y de repente empujó mi cabeza hacia abajo y me sostuvo allí con fuerza mientras levantaba sus caderas. Mi coño sufrió un espasmo, penetrado por tres dedos de su pie, y su polla se hinchó en mi boca, y de repente se vació dentro mí. Sentí su pene masturbarse en mi boca y luego el dulce sabor de su semen mezclándose con el agua de lluvia. Jadeé, tragué y lo miré a través de la lluvia. Su agarre se había aflojado, pero aún sostenía mi cara entre sus manos. Él me sonrió y negó con la cabeza.

Aún no me había recuperado cuando mi esposo entró por la puerta.

-Me ha pillado el puto diluvio en el kayak. Y vosotros aquí, tan calentitos tomando vino. Desde luego sois dos aburridos, no sabéis gozar del verano. No tenéis ni puta idea de lo que es una aventura-

Mi primo y yo nos miramos cómplices con una sonrisa picara. En mi boca aún quedaba el sabor a semen, así que fui y bese a mi esposo en la boca. Él no sospechó nada.