El primero en... (Conocer: Prólogo)
Siempre se dice que para encontrarse a una misma, hay que estar sola y descubrir nuestras virtudes y aceptar nuestras limitaciones... Me llamo Natalia, y ésta es mi historia. (Este relato es una colaboración, más bien un bonito regalo que me ha hecho Misa en forma de idea... Espero no defraudarla)
Quizás no os interese lo más mínimo, pero me gustaría compartir mi historia con vosotros… Me llamo Natalia, tengo 25 años y siempre he vivido en un pequeño pueblo con mi padre y hermana pequeña; nunca me he quejado de la vida que llevo porque gracias al esfuerzo de mi padre y de mi madre, a pesar de estar separados, tanto mi hermana como yo hemos podido estudiar lo que hemos querido y disfrutar de una vida normal.
Aunque mi padre siempre se ha opuesto, yo he trabajado algunas veces como azafata para marcas comerciales y en fiestas de presentación como camarera porque siempre he considerado que la independencia financiera es uno de los primeros pasos para conseguir el crecimiento personal…
Debo empezar a contar mi historia desde hace 10 meses atrás, justo cuando acababa de cumplir los 25 años y me encontraba en uno de los momentos más importantes de mi vida: me iba a trasladar a la ciudad para proseguir mis estudios universitarios con una especialización en literatura del S.XX.
- Natalia, ¿has colocado la ropa en la maleta?- se escuchó la voz de mi padre desde el pasillo.
- Sí, papá…- dije la desde dentro de mi habitación cerrando el libro de golpe y levantándome de la cama, donde estaba tumbada con tan solo unas braguitas verdes con figuras rojas y una camiseta de publicidad de un supermercado local que hacía las veces de pijama.
Permitid también que describa; como he dicho, soy una chica de 25 años de cabello largo hasta la cintura, vivaces ojos marrones y una piel canela que atraía la atención de los chicos del barrio; solo había un pequeño problema, llevaba tiempo sin estar interesada en chicos ni muchas relaciones sociales. Quizás fuera fruto de un desengaño en una relación anterior que me había hecho abrir los ojos sobre los defectos de una relación duradera…
Desde entonces, me había dejado llevar por la desidia de lo inmediato: si salía y me gustaba un chico, me liaba con él y punto… Sin problemas, ni promesas. Yo llevaba el mando y yo decía cuando acababa; así, perdonen mi vulgaridad, eché algunos de los mejores polvos de mi vida y algunos de los peores, por que no decirlo.
Pero como he dicho antes, llevaba un tiempo huyendo de las relaciones sociales y me encerraba en mi habitación para dejarme llevar por mi afición desmesurada por la lectura y las novelas, ya sean fantásticas, históricas o de aventuras… Otras veces me comunicaba con el exterior, chateando con amigos o enganchada como estaba a una pagina que os recomiendo a todos, se llamaba todorelatos y une dos de las cosas que más me gustan en esta vida: el sexo y la literatura.
Por primera vez en mi vida me disponía a vivir fuera de la casa familiar puesto que el haberme matriculado en una universidad de la ciudad era tanto una opción mía, como de mi padre, que pensaba que me serviría para tener un poco más de vida social de la que tenía en el pueblo, preocupado por mi, según él, enclaustramiento domestico.
Por tanto, la decisión estaba tomada y me trasladaba a un piso vacío que tenía mi familia en la ciudad; un pequeño apartamento muy cerca de la universidad y que me permitiría vivir sola sin necesidad de compartir piso, algo a lo que me negaba en rotundo porque quería, ante todo, intimidad.
Tras preparar las pocas cosas que me quedaban para cerrar la maleta, me terminé de vestir con un pantalón ancho y una camiseta del Barça serigrafiada con el nombre de Fábregas (¿que queréis? Está buenísimo) que me habían regalado por mi cumpleaños y salí de mi habitación, echando un último vistazo como si quisiera llevarme un recuerdo grabado en el cerebro.
- No sé porque tienes que vestirte así con lo guapa que eres… ¡Pareces un chico!-dijo mi padre cuando me vio salir de mi habitación.
- ¡No empieces papá! Ya te he dicho que me gusta ir cómoda… Creo que eres el primer padre que se enfada porque su hija no enseñe su cuerpo.
- Bueno, vale no te lo digo más…
- Anda, ayúdame con la maleta…
Mi hermana pequeña, Maya, sonreía en la puerta de su habitación; pese a ser cuatro años menor que yo teníamos mucho complicidad y estaba muy orgullosa de que su hermana mayor fuera a seguir sus estudios universitarios en la ciudad. Es una chica muy especial y mucho más guapa que yo, porqué no admitirlo, y a sus 21 años podría conseguir lo que se propusiera, pero no era muy estudiosa y parecía conformarse con llevar una vida bastante más desordenada que la mía.
- Te voy a echar mucho de menos, ¿sabes?- dijo Maya abrazándome muy fuerte.
- No seas dramática, si casi todos los fines de semana estaré aquí molestando.
- Ojala…
- Despídeme del tonto de tu novio; dile que echaré de menos sus quejas por todo, …- le dije refiriéndome a las veces que había podido escuchar las discusiones de mi hermana, a través de la fina pared que separaba sus dormitorios.
- ¡No seas así! Sabes que Fernando te quiere mucho…
- Normal, lo conozco desde que tenía 16 años… ¡Dile que cómo te haga algo lo mato!- dijo Nat haciendo un gesto de cortar el cuello.
Fernando era un chico del barrio que desde que tengo uso de razón ha estado rondando a Maya; llevan siendo novios desde hace cuatro años al menos… Se había ganado la confianza de papá, pero no la mía… Podía entrar en casa cuando quisiera; yo, en cambio, me permitía el lujo de mantener las distancias porque lo había pillado más de una vez mirándome las piernas y el culo… Y puedo decir que le habría partido la cara de ser quien era y saber las consecuencias que podría tener, pero eso es otra historia.
También, sabíamos de sus andanzas nocturnas a solas, porque mi padre en eso si era muy estricto con mi hermana pequeña y, sí suspendía, no salía… Pero a mi hermana no parecía importarle o le restaba credibilidad a las habladurías y se le veía feliz con él; por tanto, ¿quien era yo para meterme en su relación?
- ¿A quien vas a matar? No me gusta que seas tan burra…- interrumpió mi padre llegando adonde estábamos y habiendo escuchado esta última frase de mí.- Vamos nena, ya tengo el coche en la puerta.
Besé, de nuevo, a Maya y ella me abrazó de forma sentida; me separé de ella mientras Maya aguantaba el llanto.
- ¡Échate novio! O al menos…- dijo mi hermana haciendo gesto de que se tirara a todo el que pillase.
- Sí, sí, jajaja… Seguramente será lo primero que haga.- dije de forma irónica, sabiendo que, pese a la opinión de mi hermana, mi vida sexual era mucho más activa de lo ella pudiera imaginar.
Mi padre y yo subimos al coche, tras cargar el equipaje en el maletero, y arrancamos con destino a la ciudad, despidiéndome de mi hermana por la ventanilla del coche.
El viaje fue bastante pesado, porque el pueblo quedaba bastante alejado de la ciudad, aunque lo pasé la mitad durmiendo y la otra mitad enfrascada en la lectura del libro que llevaba en mis manos: “El primero en morir”, un libro de intriga protagonizado por una especie de club de mujeres investigadoras.
- Te vas a marear leyendo en el coche…- dijo mi padre sin quitar los ojos de la carretera.
- Voy a echar de menos todo lo que gruñes…
- No me digas esas cosas, que todavía doy la vuelta y te llevo a casa, mi niña- dijo el hombre que también estaba un poco emocionado por tener que alejarse de su hija.
Llegamos a la zona de aparcamientos de los apartamentos en los viviría. Aunque era un edificio antiguo, porque pertenecía a mi abuela, fallecida hace algún tiempo, no estaba nada mal situado y, aparte de unas zonas ajardinadas y una entrada de metro cercana, tenía bastante vida por tener el campus universitario tan cerca.
- Las llaves la tiene doña Julia.- dijo mi padre ante mi sorpresa
- ¿Doña Julia? ¿Quién es?
- Era una amiga de tu abuela; de siempre se ha ocupado de regar las plantas que tenía mientras ella estuvo en el asilo, y la verdad que nos pidió que mientras estuviera el piso vacío se quería seguir ocupando de cuidar las plantas… Ya sabes, las personas mayores cogen sus manias.
- Un poco tétrico, ¿no?
- ¿Tétrico? ¿Por qué?
- No sé, regar las planta de alguien que ha muerto…
- Nena, por favor, que estás hablando de tu abuela…- me riñó mi padre que no aguantaba el poco cariño que muchas veces demostraba su hija mayor
- Lo siento, papi… No quería ofenderte, pero si lo hace para ella estar bien, perfecto… A partir de ahora, las regaré yo.
Mi padre asintió y esbozó una sonrisa de comprensión; no era mala chica, solo me perdían las formas, a veces… Además yo sabía que, quizás por ser la primera o porque me parecía en el carácter a mi madre, era la niña de sus ojos.
- Bueno he hablado con ella, me dijo que mandaría a alguien a entregarnos las llaves, por lo visto está indispuesta.- dijo mientras sacaba parte del equipaje del maletero del coche.
- Vale, perfecto… Estoy deseando de llegar y darme una ducha.
- ¿Cuándo empiezas las clases en la universidad?
- Mañana mismo, pero tengo tiempo de sobra para ordenarlo todo.- dije sacando una bolsa deportivas donde llevaba algunos objetos personales de mi habitación.
Los dos llegamos a la puerta del edificio, él más cargado que yo, y justo cuando mi padre iba a llamar al portero automático de doña Julia, alguien abrió el portal desde dentro.
- Muchas gracias.- llegó a decir José, que así se llama mi padre, con las manos ocupadas por las maletas.
- No se preocupe, usted debe ser José Canales, ¿verdad?-dijo el muchacho.
- Sí, soy yo…- dijo mi padre con desconfianza.
No pude evitar observar al hombre que sujetaba la puerta y hacerle un minucioso análisis; creo que leer ese libro sobre esas investigadoras me estaba conviertiendo en una perturbada… Aquel chico mediría sobre el 1´75 y tenía un cuerpo atlético, tendría sobre los 30 años, no más; llevaba el pelo muy corto, aunque no se podía decir cuando porque llevaba uno de esos gorros de lana fina, usados más en invierno que en verano, a pesar de estar en septiembre
Llevaba una barba descuidada y unos ojos pequeños pero muy expresivos tras unas gafas de pasta muy modernas; una camiseta sin mangas, que dejaban ver un tatuaje en uno de sus antebrazos y unos vaqueros rotos, que dejaban intuir unas bien formadas piernas.
- Me dijo la señora Julia que vendrían ustedes a recoger las llaves del piso; ella está uno poco fastidiada con la cadera y me pidió el favor de que se las trajera.
- ¿Y tú eres?- dijo José soltando las maletas para ofrecer su mano al todavía desconocido.
- ¡Ah, perdón! Soy Pedro; soy inquilino del edificio y Julia es mi casera. Desde que tuvo la caída, me ocupo yo de regar las plantas del piso y la ayudo en lo que puedo. Siempre se ha portado muy bien conmigo y es lo que menos que podía hacer tras un año molestandola… ¡Déjeme que le ayude con esas maletas!
- No te preocupes. Coge mejor las que lleva mi hija.
Los ojos de Pedro se clavaron en los míos y me sonrió, aunque yo no hice ningún gesto de empatía hacia aquel vecino. “Chico, te va a resultar más difícil de lo que crees romper la barrera. No soy ninguna niña tonta fácilmente impresionable” pensé con ganas de decirlo en voz alta.
- Encantado, soy Pedro…- repitió el chico ofreciendome su mano; tengo que admitir que ese gesto me sorprendió gratamente al ver que no trataba de darme dos besos; no soportaba a los besucones: quería mi distancia de seguridad.
- Yo soy Nat…- dije estrechando con fuerza la mano de aquel chico, sin modificar mi gesto de indiferencia.
- Natalia, se llama Natalia…- protestó mi padre que no soportaba ese diminutivo que usaba su hija
- Pues me alegro conocerte Nat.- dijo Pedro.- O Natalia, como prefieras…
El muchacho subió las escaleras, charlando amigablemente con mi padre, cargado de maletas, que había cogido tanto de José, para descargarlo como me mí, a pesar de mis dudas… Futbol y política: sabía como meterse a mi padre en el bolsillo.
Yo caminaba detrás de ellos, pensando más en la ducha que quería darme que en lo que aquellos dos hombres hablaban. Llegaron a la puerta del piso, que costaba abrir porque la madera estaba pujada por la humedad; Pedro explicó el truco: empujar hacia dentro a la vez que se hacía girar la llave. Fácil, no hace falta testosterona para eso.
Al entrar, vimos que aunque el piso estaba, más o menos, ordenado faltaba darle una buena limpieza aunque, eso sí, las plantas estaban preciosas y muy bien cuidadas. Pedro dejó las maletas en el salón, mientras yo le daba a la llave de la luz y noté que no funcionaba.
- Debe ser cosa de los fusibles.- dijo José mirando el cuadro eléctrico como si fuera un experto.
- Faltan algunas cosillas por poner en orden pero, si quiere, yo le echo una mano, José…
- Pues muchas gracias, chaval… Porque no sé donde comprar nada por aquí…
No podía evitar atender de pie la conversación, fastidiada por no poder tener un poco de intimidad y darme la, tan deseada ducha. Pero bueno, suponía que mientras antes acabaran, antes podría quedarme a solas.
Mientras mi padre arreglaba algunos desajustes de los enchufes de la cocina, Pedro había salido a comprar los fusibles y otros utensilios a una tienda cercana. Yo pude aprovechar para cambiarme de ropa y ponerse cómoda, ya que no podía darme la ducha hasta que no hubiera luz en el baño… Un pantaloncito de pijama y una camiseta ancha, sin sujetador y recogerme el pelo en una coleta baja. Coloqué mis cosas, en la medida que la oscuridad de la habitación me lo permitía, en el dormitorio más grande de los dos que había, ya que podía elegir y así tener una cama grande.
Cuando volví al salón me sentó en el sillón al lado de la ventana para leer, ya que al no ver luz en el apartamento por ahora, era el único sitio donde se podía leer al entrar luz natural por el balcón. Mi padre seguía trasteando en la cocina con las bisagras de algunos muebles.
La puerta del piso, que se había quedado entornada, se abrió mientras Pedro entraba con una bolsa en la mano.
- Ya he traído eso, José… Un par de enchufes, las bombillas de bajo consumo y los fusibles.
- Gracias, chaval… Te estás tomando muchas molestias.
- No se preocupe, tampoco hay mucho que hacer por este barrio.- dijo el chico dejando la bolsa para que José cogiera los enchufes que faltaban por colocar.
Pedro colocó los fusibles y, después, cogió una silla para colocar la bombilla del salón… Una vez colocada la bombilla, pulsó la llave de luz para que el salón quedara iluminado; la repentina aparición de claridad en la habitación, me molestó por no estar acostumbrada y bajé el libro y miré al intruso con desdén.
- Hágase la luz…- bromeó el chico mirándome, a pesar de que yo que seguía con el gesto torcido.
Viendo, quizás, que no estaba muy por la labor de seguir la broma, cogió el enchufe que faltaba y se puso a colocarlo muy cerca de donde estaba; mi padre se había marchado a la habitación a colocar la bombilla que también estaba fundida allí.
Volví a concentrarme en la lectura de su libro y, al pasar una de las páginas, observé a Pedro mirándome desde donde estaba, de rodillas; me pude dar cuenta que, al estar sentada con las piernas subidas al sillón, la camiseta se me había subido, dejando a la vista el pantaloncito del pijama y casi la totalidad de sus piernas… Cerrando el libro de un golpe, miré a aquel tío con cara de enfado y bajé mi camiseta lo más que pude para tapar mis piernas.
- Podías cortarte un poco, ¿no?- espeté al muchacho que estaba terminando de poner el enchufe.
- No, no… Perdona, estaba mirando el libro…- se excusó torpemente el chico.
- Vale, vale… Pero mira para otro lado, ¿de acuerdo?- contesté, pasando por alto su estúpida excusa y demostrando mi mal humor y cruzando las piernas.
Pedro se calló y colocó los dos últimos tornillos del enchufe; después se levantó sin mirarme, cosa que la verdad me importaba un bledo, y se dirigió a la puerta pero, justo cuando iba a salir, se dio la vuelta para mirar en mi dirección, con el ceño fruncido.
- El libro es de James Patterson, ¿verdad?- dijo Pedro, dejándome alucinada de que conociera al autor de “El primero en morir”.- Escritor estadounidense conocido por su serie de novelas sobre el detective Alex Cross y sus obras llevadas al cine como “La hora de la araña” y “El coleccionista de amantes”; no está muy bien tratado por la critica porque lo acusan de que coescribe sus novelas con otros autores, debido a lo prolífico de su producción literaria… Aún así, es un best seller, por encima de gente como Dan Brown y Stephen King…
Después dejó las llaves del piso sobre el mueble de la entrada y volvió a mirarme, que seguía petrificada por la reflexión sobre el autor que había hecho aquel chico.
- ¿Sabes? A veces, las apariencias engañan y no hay que prejuzgar a las personas… Dile a tu padre que ha sido un placer conocerle…- dijo Pedro y se marchó cerrando la puerta.
Resoplé porque no estoy acostumbrada a que nadie me deje en evidencia de esa forma, a pesar de ser yo la que había metido la pata; solté el libro en la mesa y me acurruqué en el sillón, sintiendo un escalofrío de vergüenza en la nuca y una leve ¿excitación?. Tenía que tranquilizarme porque, no todos los chicos que me hablaran tenían porque buscar correrse en mi cara. Y no es porque no fuera sexualmente activa, que lo era… Simplemente es que había creado una especie de burbuja alrededor mía, que me protegía de cualquier intento de relación. “El sexo es sexo y el amor otra cosa muy distinta” solía repetirme una y otra vez.
- ¿Se ha ido Pedro?- dijo José que acababa de salir de la habitación, sudando.
- ¿Eh? S…Sí… Ha dicho que lo despidiera de ti, que lo habían llamado al móvil y tenía que irse…- mentí a mi padre, con cara de angel.
- Vaya, no he podido ni darle las gracias y ni siquiera sé donde vive… ¿Le has dado las gracias tú?
- Sí… Sí, papá, claro…- volví a mentir que seguía un poco sorprendida por el corte que Pedro le había dado.
Mi padre estuvo un rato más en la casa arreglando algunos otros desperfectos, hasta que llegó el momento de despedirse… No es que quisiera perderlo de vista, pero quería quedarse a solas para empezar a habituarse.
- Bueno, nena… Cualquier cosa me llamas, ¿de acuerdo?
- Sí, papá.
- Si necesitas dinero, ya sabes…
- Sí, papá…
- ¡Y cuidado con traer tíos al piso…!
- ¡Papáaaaaa!
- Vale, vale… No te pongas así… Dame un beso, anda…
Nos despedimos con dos besos y un tierno abrazo; después, lo acompañé hasta la puerta y me volví a despedir de él… Cuando se marchó, cerré la puerta del piso y me apoyo en la misma, por dentro. Por un momento, dirigí su mirada a las llaves del piso que Pedro había dejado encima del mueble de la entrada y volví a sentirse abochornada.
Por fin podría darme la deseada ducha, así que se fuí hacia el dormitorio y preparé la ropa interior; unas cómodas braguitas azules y una camiseta de tirantes desgastada por el tiempo. Entré en el cuarto de baño y me desnudé, dándole al agua caliente… Antes de entrar observé mi reflejo en el espejo del baño, que se empezaba a empeñar por el vaho; me dí la vuelta y miré mi trasero y mis piernas desnudas, de las que siempre me he quejado por creer que le sobraban un par de kilos. La verdad es que de mi trasero nunca se me habían quejado y, a pesar de mis complejos, muchos chicos habían perdido el norte, con tal de tenerlo entre sus manos. Alguna vez, si os interesa lo suficiente os podría contar algunas cositas que he hecho con mi trasero…
Sentir la agradable temperatura de la ducha me hizo relajarse y desconectar un poco de todo lo relacionado con el traslado y mi nueva situación domestica. Creo que estuve más de media hora bajo la alcachofa de la ducha, dejando escurrir el agua por mi cabeza y por mi cuerpo… Salí de la ducha y, en el mismo baño, me puse mis braguitas azules para salir con mis pechos desnudos al salón; y es que eso me encanta, caminar desnuda por mi casa, pero parece como si todavía no tuviera la suficiente confianza con esas inertes paredes de mi nuevo domicilio. Todo se andaría, ¿no?
Me coloqué la camiseta para sentarme en el sofá y encendiendo el portátil, me conecté a Internet para buscar algún restaurante chino que llevara la comida a domicilio; se había juntado que el frigorífico estaba vacío y no había tenido tiempo de ir a comprar, con mi tremenda adicción a la comida asiática, especialmente al arroz.
Hice el pedido por teléfono, intentando que el dependiente chino entendiera el pedido que quería hacerle; después, coloqué el ordenador sobre el sofá y me tumbé leer un rato algún relato erótico de esta página. Entré en algunos relatos de mis autores favoritos, sabiendo que no me defraudarían para lo que yo buscaba: un momento de excitación y morbo… Erostres , Jose , granluis , locaporpenes y otros muchos que recomiendo desde aquí.
Bueno no me desvío del tema; la cosa es que comencé a leer sintiendo como me comenzaba a excitar y mis pezones se ponían erectos bajo mi fina camiseta de tirantes. Frotaba mis muslos entre sí, notando la incipiente humedad en mi coñito sin necesidad siquiera de tocarme… Buff, no sabeis las ganas que tenía de tener una casa para mi sola, para poder hacer lo que yo quisiera sin tener que estar pendiente de si mi padre o mi hermana Maya entraban en la habitación… Pero como si fuera un castigo divino, en ese momento sonó el timbre del portero automático.
- ¡Joder!- dije enfadada por la interrupción.- para contestar al portero.- Diga…
- Muralla China - anunció una voz el nombre del restaurante para informarme que era mi cena.
- Vale…- contesté dando al botón y abriendo la puerta del piso, mientras buscaba el dinero en el cajón donde lo había dejado mi padre antes de irse.
Sonó el timbre de la puerta del piso, a pesar de que la puerta estaba abierta; me acerqué, ya con el dinero en la mano y abrí la puerta… Me sorprendí de encontrarme a un chico no oriental de unos 19 años con la bolsa de comida en la mano. La verdad que tampoco era tan extraño, porque la gente joven buscaba trabajos para poder pagarse los estudios o sus caprichos.
- Su… Su pedido…- dijo el chico con los ojos como platos y la boca semiabierta.
Recogí la bolsa de sus manos y le entregué el dinero, costándome que reaccionara; entonces recordé que solo llevaba puestas las braguitas azules y la camiseta de tirantes que marcaban mis pequeñas pero tiesas tetas… En lugar de enfadarme, no pude evitar sonreír, tanto por lo surrealista de la situación que había provocado como por la excitación que ya te tenía, por mis lecturas en todorelatos .
- Muchas gracias…- le dije mirándolo de forma picara y sin hacer ningún amago de taparme.
- De… Nada…
Sonreí para cerrar la puerta dejándolo con un palmo de narices; me mordí el labio pensando en la de pajas que ese chico se haría esa noche con esa imagen… La de películas porno que habría visto en las que la chica semidesnuda invitaba a pasar al repartidor. La verdad que el chico no estaba nada mal y, quien sabe, si no llamaría otro día a ese restaurante… Uff, creo que estaba demasiado caliente y no pensaba con claridad.
Me senté en el sofá de nuevo y abrí el envase del arroz tres delicias para comérmelo, metiendo el tenedor directamente en el tupper. Cogí el mando a distancia para encender la tele, pero no tenía pilas… La verdad que empezaba a echar de menos la compañía de la pesada de mi hermana y sus continuas interrupciones.
Recogí el salón y de nuevo volví al sofá con mi ordenador, a mis queridos relatos; de mi cabeza no se borraba ni la escena del repartidor, ni de la lección de humildad que el vecino me había dado unas horas antes. Una parte de mí estaba herida en su orgullo: ¿de verdad aquel tío no me había mirado las piernas?
Cogí el teléfono y llamé a mi hermana para charlar un rato con ella:
- ¡Hola Nat! - contestó mi hermana con una alegría desbordante.
- ¿Qué haces hermanita?- le contesté contenta por escuchar su voz.
- Pues nada, acabo de cenar y estoy viendo la televisión en mi habitación… ¿Cómo va tu vida de soltera?
- Jajaja, llevo tiempo siendo soltera…- reí ante la ocurrencia de Maya.
- Me refiero al hecho de vivir sola, ya sabes, sin papá vigilando…
- Y sin ti molestando…
- ¡Hala! Lo que me ha dicho… ¡Cállate! - gritó Maya apartando el teléfono de su boca.
- ¿Por qué me mandas callar?
- No es a ti, Nat; es a Fernando que está aquí conmigo…
- Maya, sabes que a papá no le gusta que se quede allí a dormir contigo.
- Nat, yo creo que a estas alturas sabrá que sus hijas ya han follado.
- ¡Que burra eres! Pues supongo que lo sabrá pero el respeto es lo primero.
- Ya sabes que Fernando solo duerme conmigo si papá no está…
- ¡Pues que salga de tu habitación, la mosca esa…!
- ¡No le llames mosca, Nat!
- Si está todo el día pegado a ti, como una mosca.
- Por favor, Nat… Sabes que me gustaría que os llevarais bien… Es mi novio.
- Maya, yo lo respeto y lo trato bien, pero no me pidas que sea una falsa, porque sabes que no puedo…
- Vale, de acuerdo… Pero no sé que te ha hecho Fernando.
- Nada, nada… Tú no me lo tengas en cuenta, ¿vale?
¡Por supuesto que me había hecho algo! Hace casi seis meses, como ya había que en una salida con mis compañeras de clase lo vi tonteando con unas chicas mientras mi hermana estaba ya en casa, durmiendo… ¿Qué por qué no le dije nada a mi hermana? Porque estaba segura que no me creería y solo serviría para que nos enfadáramos las dos; además, no había visto a Fernando hacer nada, porque si lo llego a ver, directamente le cruzo la cara de un guantazo…
- Nat…¿Estás ahí? - dijo Maya sacándome de mis pensamientos.
- Sí, sí, lo siento… Me había quedado mirando la televisión.- mentí para no desvelar el motivo de mis pensamientos.
- Bueno, pues buenas noches, hermanita… Te echo de menos…
- Y yo a ti, mocosa… Buenas noches…
Colgué el teléfono y recordé de inmediato que no había llamado todavía a Gonzalo para quedar con él al día siguiente; Gonzalo, o Gonzo como siempre lo llamábamos, era un chico de mi pueblo que llevaba ya un año en la ciudad, estudiando el mismo ciclo que yo, porque iba un curso adelantado al mío… De hecho, fue él quien me animó a venir a la ciudad y yo me atreví a venir porque sabía que podía contar con él para cualquier problema que me surgiera.
Ya sé lo que os estaréis preguntando… Si entre Gonzo y yo hubo algo en algún momento; pues sí, hemos tenido nuestros escarceos hace tiempo y la verdad que el chico no es nada malo en la cama. Es un chico delgado pero muy fibrado, bastante alto y con el pelo largo hasta por debajo de la oreja… La cosa es que primero se echó una novia estúpida, que duró poco, y luego se vino a la ciudad y la cosa se enfrió, también porque nunca había pasado de una serie de polvos en noches de fiesta.
- ¿ Diga? - contestó la voz grave de Gonzo al otro lado del teléfono.
- Gonzalo, soy yo: Natalia…
- ¡ Ah, nena! ¿Qué tal? ¿Ya has llegado?
- Sí, me trajo mi padre esta tarde…
- ¿Por qué no me has avisado y hubieramos cenado juntos?
Por un momento se me pasó por la cabeza esa posibilidad, pero con lo caliente que estaba no quería empezar el primer día yéndome a la cama con mi amigo y después tener que complicar las cosas.
- No, que nos conocemos y ya sabes…
- Jajaja… Pues nunca te habías quejado…
- Hasta que me dejaste tirada por otra…
- Perdona, pero eras tú la que no querías relaciones fijas…
Touché. La verdad que tenía toda la razón del mundo; mi particular burbuja antisocial había conseguido alejar tanto a los malos como a los buenos chicos… De todas formas nunca pensé que una relación entre Gonzalo y yo funcionara.
- Bueno, cambiamos de tema, ¿vale? La norma era que seriamos amigos…
- Sí, sí… Por eso mañana te acompaño a clase… Como amigo.
- Jajaja… Eso es; ¿a qué hora vamos a quedar? ¿y dónde?- pregunté tratando de llevar la conversación por otros derroteros.
- Pues, ¿sabes llegar a la entrada del campus?
- Sí, supongo que sí… Vivo justo al lado.
- Ok, pues en la entrada hay un buzón de correos; nos vemos allí a las nueve y media de la mañana.
- Perfecto… Hasta mañana…
- ¡Oye! - dijo Gonzo antes de que yo llegara a cortar.
- Diiiiiiime…
- Que si todavía quieres que vaya, me visto y estoy en tu casa en cinco minutos, jajajaja…
- ¡Vete a la mierda, Gonzalo!- dije bromeando mientras colgaba el teléfono.
Una vez colgado el móvil, lo dejé sobre la mesilla que había junto al sofá; como si de un impulso se tratara, levanté los brazos y me quité la camiseta de tirantes dejando mis tetas al aire… Supongo que ya había cogido confianza con las paredes. Me conecté a todorelatos y comencé a leer algunas novedades; en pocos minutos, mis pezones estaban durísimos y mi mano acariciaba mi braguita por encima.
El hecho de tener la casa para mi sola, me daba una libertad de acción que me excitaba más aún; lo peor es que cuando mi mano empezó a acariciar mi coñito, frotando mis labios mayores suavemente, mi mente ya olvidaba lo que veía en la pantalla… La imagen de Gonzalo follándome, era bastante más recurrente y me hacía calentarme hasta límites peligrosos; el que no quisiera follar otra vez con él, por miedo a estropear nuestra amistad, no quiere decir que no pudiera ser parte de mis fantasías…
Uno de mis dedos ya entraba en mi coñito, mientras con la mano me machacaba el clítoris, con mis braguitas azules echadas a un lado… Mi otra mano pellizcaba uno de mis pezones a la vez que mordía el cojín para que mis gemidos no se escucharan; supongo que era una manía de cuando estaba en mi casa y tenía que esconderlos de mi familia.
No tengo por qué negarlo, me encanta masturbarme; es una sensación sublime de control del placer de una misma… El hecho de gestionar tus fantasías para proporcionarte ese orgasmo que te deje deshecha sobre la cama, en este caso, el sofá.
Conforme la temperatura de mi cuerpo iba subiendo, y la corrida aproximándose, mi mente sustituyó a Gonzalo por aquel joven repartidor de gesto alucinado; imaginar que lo había invitado a entrar y que me follaba en el sofá del piso, con su uniforme y su gorra puesta… Ufff… Estaba muy, muy cerca y aquella fantasía me tenía a mil…
Pero justo cuando notaba el orgasmo en el cuello de mi útero, apareció en mi imaginación él: aquel vecino desaliñado que me había dejado en evidencia… Abrí los ojos como platos, sorprendida pero sin dejar de masturbarme…
Y fue así como llegué a correrme pensando en como Pedro, me daba una lección y casi me violaba contra la pared por mi actitud altiva y prepotente… Me quedé desmadejada tras haber soltado un gemido ronco, al expulsar todo el aire de mis pulmones, que perfectamente podrían haber escuchado mis vecinos y parte de la provincia…
Acariciándome el pelo y tumbada en el sofá desnuda me quedé dormida, dándole vueltas a la cabeza…
(CONTINUARÁ… Si os interesa)