El primero
Un verano donde descubrì que un primo puede ser mucho mas que un pariente...
Mi primo estaba duchándose con la puerta del baño entreabierta. Yo pasé y no pude resistir la tentación de mirar hacia adentro del baño. Detrás de la mampara empañada su cuerpo desnudo se ofrecía a mis ojos quinceañeros…era hermoso en su desnudez.
Mire, deslumbrada, como el agua corría por su piel, sus caderas angostas, esa cola perfecta y cuando se dio la vuelta, ese precioso miembro colgando entre sus piernas. Apreté las rodillas, recostada contra el marco de la puerta, tratando de ocultarme, pero sin poder quitarle los ojos de encima.
Me fascinaba mi primo. Desde hacia un par de años lo tenia en la cabeza cada vez que venia a quedarse unos días de verano con nosotros.
Los juegos de manos de antes habían tomado otro significado a partir de que empecé a descubrir esas sensaciones que me producía el tenerlo cerca.
Pensaba en eso mientras lo miraba y me decidí a dar un paso más.
Lo esperé en el pasillo hasta que saliera de la ducha. Los pezones se me marcaban debajo del solero que llevaba puesto. Sentía una comezón tibia entre las piernas, apretaba los muslos y el calor iba invadiéndome toda.
El se demoraba. Aposte mas fuerte y me fui a esperarlo en su cuarto, al final del pasillo. En puntas de pie crucé delante de la puerta entornada del baño y me escabullí dentro de su habitación.
Me senté en la cama, recostada contra el respaldo, crucé las piernas y acomodé el solero para que dejara ver mis muslos hasta bien arriba.
El no tardó en llegar. Envuelto en el toallón blanco, era mi sueño hecho realidad, con gotas de agua deslizándose sobre su piel, su torso desnudo, su cabello mojado que le caía hasta los hombros…
Me miró, sorprendido.
Yo le devolví la mirada más sensual que pude haber hecho.
No hacían falta las palabras.
Cerró la puerta detrás de si, caminó los tres pasos hacia mi y me dijo, con esa voz que me alucina: “-Nena…no te imaginas cuanto hace que quería tenerte así…”
Se arrodilló a mi lado y me dio un beso de esos que te llevan hacia el cielo.
Me tendí en la cama con él a un lado, su boca fundida en la mía, nuestras lenguas descubriendo calores y sabores insospechados para mi, mis manos acariciando esa piel húmeda, su mano en mi cintura, sus dedos escalándome despacio, mis pezones irguiéndose, el bretel de mi solero empezando a rendirse lentamente, mis manos deslizándose cuesta abajo por su espalda, retirándole toallón, descubriendo esa cola perfecta…
Le pedí que se detuviera.
El me miró, asombrado.
Intentó una protesta. Lo besé en los labios y me incorporé.
El se me quedó mirando desde la cama.
Como si lo hubiera hecho antes, me paré en medio de la habitación y sin quitarle los ojos de encima, me fui bajando los breteles del solero, dejando que se deslizara por mi cuerpo hasta el piso.
Me miró como quien observa un tesoro por primera vez.
Estaba avergonzada, pero quería seguir adelante.
Hundí los pulgares en el elástico de mi tanga y con mucha lentitud, me la fui bajando. Quedó enrollada a mis pies.
Desnuda y dispuesta, sonreí mientras caminaba hacia la cama, meneando las caderas. El me esperaba aún con el toallón en la cintura, boca arriba, recostado contra el respaldar de la cama.
Puse una rodilla sobre la cama, me deslicé felinamente hacia él y le quité el toallón con mucha destreza.
Era hermoso, desnudo, soberbio, con el miembro erguido entre la mata de vellos enrulados de su pubis. Le besé las tetillas, el pecho, los hombros, dejé que mi cabello se deslizara por su piel mientras mis besos iban bajando lentamente por su vientre, rodeándole el ombligo, esquivando su pene, circulando por sus caderas y sus muslos.
El gemía cada vez que yo acercaba mi boca su miembro.
Me decidí y se lo besé en la punta. Olía suave y sabía delicioso. Rodeé la cabecita con mis labios, deslicé mi lengua por su contorno, mojé con mi saliva la punta redondeada y roja y bajé hasta la mata de vellos enrulados. Los lamí despacio, lentamente, deteniéndome a chupar sus testículos. El puso una mano en mi cabeza, quitó el cabello de mi cara y con un suave gesto, me acercó la boca hacia su pene.
Lo hice deslizar sobre mi lengua, apretando su contorno con mis labios, introduciéndomelo hasta la garganta. Comencé a succionarlo, mientras él apretaba mis sienes con sus dos manos. Sentí como lo hacia pulsar en mi boca, como me lo empujaba hasta la garganta, como palpitaba cuando lo mantenía sujeto con mis labios.
Froté mis pezones rosados y erguidos en sus muslos abiertos.
Sentía la humedad de mi vagina lubricándose, cosquilleándome allá abajo, deseándolo.
Me apretó fuerte contra su pubis.
Lo mantuve en mi boca un momento y después, a su pedido, lo dejé.
El respiraba entrecortado.
La verga le palpitaba, dura y mojada por mi saliva.
Con una mano me hizo acostar boca arriba.
Se irguió, buscó en su bolso un preservativo y se lo colocó rápidamente.
Yo lo miré mientras se lo colocaba, admirando el tamaño de su miembro.
Gateó sobre la cama, separó mis rodillas con sus manos, se deslizó sobre mí y me besó en la boca con una dulzura exquisita.
Con una mano condujo su pene hacia mi vagina empapada.
Sentí como la punta resbalaba entre los labios de mi vulva, se acomodaba en el lugar exacto, presionaba suavemente y con un movimiento lento, me penetró.
Cerré los ojos.
Un dolor agudo me hizo apretar los muslos alrededor de su cintura.
Se detuvo un instante. El miembro dentro de mí empezaba a forzar mi estrechez. Pulsaba, ensanchándose. Con los ojos cerrados, sentía a mi primo dentro de mí, empezando a moverse, rítmica pero suavemente. Se elevaba y se dejaba caer sobre mí, mis dedos arañaban su espalda y mis gemidos en su cuello lo alentaban a seguir. El dolor cedió, junto con la resistencia de mi estrechez.
Se elevó sobre mi cuerpo, el pecho musculoso se separó de mis pequeños senos, su cadera empujó fuerte y todo su tamaño entró en mi vagina empapada.
Me mordí los labios, ahogando un gemido.
Empezó a bombearme con fuerza. Yo me disolvía en gemidos lastimeros, cada vez que empujaba su verga dentro de mí. Entraba y salía, abriéndome toda, ensanchándome, con cada empellón. Los labios de mi vulva envolvían su contorno, estaba toda mojada y el me daba y me daba, cada vez con mas rapidez y profundidad.
Rodeé con mis piernas su cintura, con toda su pija en mi interior. La base de su miembro frotaba mi clítoris y todo mi cuerpo respondía a sus estímulos.
Después de un rato se detuvo. Sudaba y algunas gotas perlaban su frente. Yo tenía mis manos en sus caderas, él se meneaba lentamente, sin salir de mi. Me besó y se retiró. Jadeaba.
Me pidió que me diera la vuelta.
Sentía un calor abrasador en mi vientre, mi vulva pulsaba vacía de él, estaba empapada.
Me puse boca abajo.
El colocó su almohada debajo de mis caderas, hecha un doblez.
Con sus manos separó mis rodillas y se acomodó entre mis muslos.
Lo miré, deseando que no fuera a penetrarme por la cola.
Me empezó a besar entre los glúteos.
Fue la sensación más placentera que jamás había gozado. Me dio vergüenza al principio, pero cuando su lengua empezó a pasar por la abertura apretadísima de mi cola, consiguió relajarme y entregarme entera. Me ví arrugando las sábanas de su cama con mis manos y mi cabeza hundida contra el colchón, tratando en vano de reprimir tantos gruñidos de placer.
Cuando su lengua se abrió paso en mi estrecha abertura, pensé que no iba a poder soportarlo. Me la introdujo con tanta suavidad y justeza que estuve a punto de perder el sentido. Sus manos separaban mis glúteos y su boca besaba, su lengua lamía, sus dientes raspaban y su barbilla contra los labios empapados de mi vulva y mi clítoris me hacían estremecer entera.
Pero me daba miedo que intentara hacérmelo con su pene.
Después de un momento de éxtasis total, sacó su boca de entre mis nalgas. Sentí que soplaba suavemente en mi orificio.
Me palmeó los glúteos y arrodillándose entre mis muslos abiertos, colocó la punta de su pene entre los labios de mi vulva.
Puso las manos en mis caderas y volvió a penetrarme. Esta vez, el miembro se deslizó firmemente dentro de mí. Sentí hasta sus vellos contra los labios carnosos de mi vagina, todo su tamaño dentro de mi.
Resoplé, la cara pegada contra las sábanas y mis manos arrugándolas cuando el empezó a moverse.
Me poseía de una manera desmesurada. Jadeaba sobre mí, hundido hasta la base en mi estrecha y mojada conchita. Sus dos manos en mis caderas separaban mis glúteos, ensanchaban mi vulva y hacían más lugar dentro de mí para su miembro. El se movía más y más de prisa, resoplando en jadeos contra mi cuello, me lo mordía, lamía mi nuca y cada vez más dentro de mí, pulsaba, contrayéndose en oleadas interminables.
Se puso todo tenso y con un gruñido tremendo, eyaculó dentro de mí.
Sentí que el pene palpitaba ajustado en mi estrechez, mientras el se derretía contra mi espalda. Se quedó quieto, jadeando.
Sentía los latidos de su corazón en mi espalda, su aliento en mi cuello y sus besos lánguidos buscando mi boca.
Después de un momento, se levantó. Tomándose el miembro y el preservativo con una mano, lo sacó de mi vagina.
Miré, deslumbrada, como se lo retiraba, lleno de semen. Lo dejó a un lado de la cama, se limpió con el toallón y se acostó a mi lado. Yo tenía todo el cuerpo sudado y esa humedad pegajosa entre los pliegues de mi vulva. Cerré las piernas, me quité la almohada de debajo de las caderas y me acosté a su lado, apoyando mis senos desnudos en su torso lampiño.
Nos quedamos un momento en silencio, tratando de entender lo que habíamos hecho.
Me besó en la boca, larga y delicadamente.
Puse la mano en su vientre y descuidadamente la fui bajando hasta su pubis. Jugué con sus vellos enrulados, acaricié sus testículos y sentí como su miembro iba recobrando su prestancia. Se le puso duro rápidamente, apretado entre mis dedos.
El me miraba dulcemente, esperando mi respuesta para un poco más.
Pasé mis dedos por la punta de su miembro, recuperé una gota de semen que escapó con mis caricias con el índice y mirándolo a los ojos, puse mi dedo en mi boca y comprobé el sabor de su fluido.
Iba a apostar todo por el todo.
Me encaramé sobre el, desnuda y empapada.
Abrí mis piernas alrededor de sus caderas, le tomé el pene con una mano y comprobé su renovada fuerza y dureza y con suaves movimientos de mi pelvis, me lo acomodé entre los labios de la vulva.
Me senté despacio sobre la cabeza de su ariete, introduciéndolo casi todo en el primer intento. Cerré los ojos. El puso sus manos sobre mis senos y entre sus dedos, mis pezones erguidos demostraban mi excitación. Empecé a moverme hacia delante y atrás, mientras el pene entraba cada vez más dentro de mi cuerpo. Los labios de mi vulva se frotaban contra su pubis, mi vagina hacia unos sonidos extraños pero él guiaba mis movimientos y nada me importaba mas que sentirlo dentro de mi.
Elevó sus piernas contra mis glúteos y yo empecé a cabalgar sobre su verga, introducida hasta los vellos en mi vagina. Mi clítoris se frotaba contra su pubis produciéndome descargas repentinas de placer intenso. Eché la cabeza hacia atrás, cerré los ojos, mis manos apretándole fuerte los brazos, sus manos en mis pechos, mis pezones entre sus dedos, mi concha repleta de su tamaño y esas contracciones en mi vientre que se me venían en oleadas cada vez mas seguidas. Jadeaba sobre él, me revolvía, subía y bajaba ensartándome cada vez más profundamente su miembro en mi abertura. Me mordí los labios para no gritar de placer, temiendo que se me oyera por toda la casa. El se meneaba entre mis piernas, elevando la pelvis, bajándola, arrastrándome con el hacia el placer mas intenso. El orgasmo se me apresuraba pero yo no quería terminar tanto gozo. Al final me rendí y reclinando el torso hacia delante, casi abrazándolo, estallé en un clímax inolvidable, monstruoso, épico. Sentí que me derretía por dentro, ahogada en el calor del éxtasis. Me tumbé sobre el, repleta, feliz, empapada.
Lo abracé y lo besé como nunca había besado a nadie.
El se mantuvo dentro de mí, disfrutando de las contracciones de mi vagina que apretaban su verga por todas partes.
Sonreía, mientras me acariciaba el cabello y me daba los más dulces besos que un hombre me hubiera dado nunca.
Lo sentía todavía enorme dentro de mí. Tenerlo hundido así, y sin el preservativo me daba un placer enorme.
Entonces, con un hilo de voz y todavía entre gemidos, le susurré al oído: “Ahora, nene… haceme la cola. Terminame adentro, por favor…”
Me abrazó, casi sin creer en mis palabras.
Me levanté muy despacio, sintiendo como su verga salía de mi vagina empapada y pegajosa. Me puse de rodillas a su lado, incliné el torso hacia las sábanas y me coloque debajo del vientre la almohada doblada otra vez.
El se levantó, se acomodó detrás de mi, separó mis piernas con las suyas y con mucha suavidad colocó la punta de su miembro entre mis glúteos.
Yo estaba lista. Apreté los dientes, las sábanas y contuve el aliento. El me sujetó por las caderas con una mano y con la otra condujo su ariete firmemente en mi apretado anillo.
Empezó a empujar, suavemente.
La punta atravesó trabajosamente la estrechez de mi agujerito y se quedó allí, dentro de mi tesoro, un momento. Sentí que ardía, pero era tanto lo que lo deseaba que aguanté el dolor.
Se retiró.
Volvió a acomodarse, separó aun mas mis glúteos con sus dos manos y entonces si, logró penetrarme.
Tenerlo adentro de mi cola me volvió loca.
No había dolor ni molestia, solo su pene duro dentro entrando y saliendo, con suavidad, me arrancaba gemidos ahogados en la almohada.
Empezó a bombearme lentamente. Se movía con una cadencia única, acomodándose cada vez más dentro de mí.
Entraba y salía y me dilataba cada vez mas, agrandándome toda para su tamaño.
Yo gemía y suplicaba, mordía la almohada y mis gemidos aumentaban de intensidad, alentándolo a seguir.
“Si…. hmmm… si mi amor… mas fuerte, amor… dame mas fuerte…” – me escuché rogar, sin poder creer lo que le pedía.
El se me echó encima, hundiendo su verga hasta la base dentro de mi cola.
“Nena… nena… que hermosa es tu cola… que apretada, mi amor… te voy a llenar de leche, bebé…” me dijo entre jadeos, resoplando en mi espalda.
Elevé las caderas, empecé a moverme a su ritmo, cada vez mas rápido y aguanté cada uno de sus empellones hasta que en un momento, mientras el me mordía el cuello, eyaculó dentro de mi.
Fue inolvidable.
Su pene pulsaba y dejaba salir ríos de semen dentro de mi cuerpo.
Sentí todo su cuerpo tensarse como una cuerda, su verga latiendo dentro de mi, andanadas de leche llenándome toda y su aliento jadeante acompañando cada bombeo largo y profundo.
Después de derrumbó sobre mi espalda.
Se quedó quieto.
Mi estrechez lo contenía, ajustándolo dentro de mi cola.
Puso las manos a los lados de mi cintura y se levantó.
Sacó la verga de mi agujero palpitante y dilatado.
Se tumbó a mi lado, boca arriba, me abrazó por la espalda, me besó en la boca y se quedó exánime, laxo, tendido a mi lado.
Se durmió con una sonrisa en los labios.
Me dio mucha pena que no pudiera ver la mía, llena de felicidad.