El primer polvo que eché a mi novia
Esta es la historia de cómo me eché novia a la tía buena de clase y de la primera vez que me la follé.
No había prácticamente nadie en el parque, dado que estaba amaneciendo, pero una joven pareja, de unos dieciseis años, cruzó próximo a donde yo estaba comiendo un bocata, aunque dudo que me vieran.
Iban de la mano, más bien él tiraba de ella, muy alta, esbelta, de muy buena figura, de piernas largas y torneadas .
A pesar de que la noche era más bien calurosa, la chica llevaba unas mallas negras que resaltaban sus largas y torneadas piernas y especialmente su culo levantado y respingón, dado que la camiseta que llevaba encima no lo cubría, llegaba solamente hasta su cintura. Además sus zapatos de tacón acentuaban sus curvas y potenciaban la sensación de deseo de querer follarla.
Me fijé en su cara y la reconocí, Virginia, la buenorra de clase, la tía a la que todos nos gustaría tirarnos, la que, cuando se dignaba a mirarme, lo hacía de forma desdeñosa, como con asco, si yo fuera una mierdecilla que estaba muy por debajo de su nivel. Las pocas veces que me dirigí a ella, ni me respondía o lo hacía con monólogos mirando hacia otra parte, y luego cuchicheaba con sus amiguitas riéndose de mí.
También reconocí a su acompañante, Álvarito, el niño pijo y mimado de un papá rico y corrupto, al que todos hacían la pelota para ver si podían obtener alguna de las migajas que le sobraran.
Por las miradas que echaba Álvaro alrededor, algo tenía entre manos, más bien entre las piernas, posiblemente algo muy duro y erecto, así que les seguí a distancia.
Me extrañaba verles juntos y menos aún en el parque, buscando un sitio donde follar. Seguro que el niño rico de papá lo había hecho en millones de sitios, pero lo que buscaba era el morbo, hacerlo en un lugar público, donde pudieran pillarles follando. Ella se abriría gustosamente de piernas, tantas como el quisiera, para ver si así podía enganchar la fortuna de papá y poder ser una mujer florero, sin necesidad de estudiar o trabajar, solamente abrirse de piernas para su queridito.
Entre las sombras los perdí, pero agudizando mi oído, escuché unos débiles gemidos de mujer a varios metros de donde estaba. Sin hacer ruido me acerqué y, entre los árboles, los encontré. Estaban follando, los podía ver perfectamente dada la facilidad que yo tenía para ver en la oscuridad.
Ella, sin dejar de gemir de placer, estaba tumbada bocarriba sobre el césped, abrazando con sus largas piernas, la cintura del joven, que, tumbado sobre ella, entre sus piernas, subía y bajaba, bombeaba y resoplaba sin descanso.
Tenía ella la camiseta plegada hasta los sobacos y el sostén suelto, dejando al descubierto sus redondeadas y sabrosas tetas, que Álvaro manoseaba y babeaba sin descanso.
El culo desnudo de él, subía y bajaba, una y otra vez, mientras se la tiraba. Tenía el pantalón bajado hasta los tobillos y las mallas de ella estaban tiradas en el suelo, próximas a ellos. Se las había quitado para follársela mejor.
Era una lástima pero no encontré sus bragas, por lo que supuse que las llevaba puestas, simplemente las habían movido hacia un lado, dejando al descubierto la entrada a la vagina para que pudieran penetrarla fácilmente.
Estaban tan ocupados follando que no se dieron cuenta que cogí las mallas de la joven. Tenía curiosidad en ver la reacción de ella cuando no las encontrara y tuviera que ir, prácticamente desnuda desde la cintura hasta los tobillos, por las calles e incluso entrando en casa, donde sus padres la pedirían explicaciones.
No tardó más de cinco minutos en descargar, ante los chillidos fingidos de ella y los resoplidos de él.
Oculto entre las sombras, pude ver cómo se levantaban del suelo y disfruté de la reacción angustiada de ella al no encontrar sus mallas, así como de las risas divertidas de él, mientras la decía, socarrón:
- ¡Vas a ser la admiración del barrio! ¡Enseñando ese culo a todo el mundo, mañana sales en los periódicos!
Enseguida se cansó de buscar y la dijo que era imposible encontrarlas sin luz por lo que propuso irse sin ellas, pero ella, viéndose caminando en tanga por la calle, continuó buscándolas.
Dándola un azote en el culo la dijo que se marchaba y se incorporó al camino algo alumbrado por una farola, alejándose tranquilamente.
Ella, angustiada y nerviosa, veía cómo se alejaba pero no quería dejar de buscar sus mallas.
Mirando al chico y al suelo, no se percató de mi presencia a la que se aproximaba agachada.
Estaba a menos de medio metro de mí, dándome la espalda, agachada. Podía ver perfectamente su culo prefecto en pompa, cubierto por un tanga minúsculo que se metía entre sus cachetes.
Me desabotoné los botones del vaquero, y saqué mi cipote tieso y duro.
Escuché a la joven chillar angustiada hacia el muchacho:
- ¡Espérame, espérame, por favor, que voy contigo!
No sé si él la escuchó, dado que estaba ya bastante lejos, pero ni se volvió ni la contestó nada.
Estaba ella levantándose para ir corriendo detrás de él, cuando salí de mi escondite y la sujeté con un brazo por la cintura mientras que, con la mano del otro brazo, agarré su tanga, tirando de él y se lo arranqué en un instante.
Se quedó paralizada de terror, sin moverse, y yo, antes de que reaccionara, la empujé y cayó a cuatro patas al suelo. Tirando de sus caderas, se las levanté y, dirigiendo con mi mano el cipote, se lo metí en la vagina.
Fue entonces cuando me suplicó, susurrándome:
- ¡Por favor, por favor!
No sabía si me suplicaba porque no me la follara, porque no la hiciera daño o porque no la matara, pero no me importaba, solo quería follármela, y eso hice, sin soltarla las caderas, me moví rápida y enérgicamente hasta que, en menos de unos tres minutos, descargué dentro de ella, un auténtico placer, el de follarse y humillar a la tía más prepotente y maciza de la clase.
Continuaba sin moverse ni decía nada, simplemente estaba aterrada, esperando que todo pasara y no la ocurriera nada más a ella.
Me coloqué la ropa, y sobándola el culo, la dije, cambiando mi voz, haciéndola más grave:
- No te des la vuelta ni te muevas durante quince minutos. Si lo haces te mataré y nadie podrá impedirlo. Te lo juro.
Susurró muy deprisa y muy asustada:
- ¡Sí, sí, no me muevo, no me muevo! ¡Por favor, por favor, no me maté, no me mate! ¡No diré nada a nadie, a nadie, se lo juro!
La sacudí un sonoro azote en las nalgas y me alejé deprisa, oculto entre las sombras, mirando hacia atrás pero ella ni se movió ni giró la cabeza para verme. Bastante suerte pensaba que tendría si salía con vida.
Pero no fui muy lejos, a pocos metros de distancia volví a pararme y me escondí detrás de un árbol. Tenía curiosidad por ver lo que hacía ella, al no llevar ahora ni mallas ni bragas ni nada que pudiera cubrir su sexo y su culo.
La escuché lloriquear desesperada, no sabía qué hacer. ¿Utilizaría su móvil para pedir ayuda?
Pasaron los minutos y por un motivo que desconocía no lo utilizó, quizá no lo tuviera, no tuviera saldo o simplemente no quería qué nadie supiera lo que la había sucedido, que la había robado las bragas y que se la habían follado, tal vez por vergüenza o para evitar males mayores.
La vi caminar titubeante entre las sombras y se incorporó al camino, algo iluminado por una farola.
Llevaba su pequeño bolso pegado al sexo, intentando taparlo, pero sus nalgas macizas resplandecían a la luz que desprendía la farola.
Girando la cabeza, miraba hacia todas partes por si venía alguien, pero, dado lo avanzado de la hora, el lugar estaba desierto.
Siempre caminando por la parte menos iluminada del camino, iba poco a poco caminando más rápido, pero sus zapatos de tacón la impedían correr y resonaban a distancia, manifestando su presencia.
Yo la seguí a distancia, fuera del camino, agazapado a la sombra de los árboles, pero sin perder de vista su hermoso culo, y cómo lo bamboleaba al caminar.
Tenía a su vista la salida del parque cuando se detuvo y empezó a caminar en sentido contrario, tan deprisa como la dejaban sus zapatos de tacón, huyendo.
Escuché unos gritos:
- ¡Hey, ¿dónde vas zorra?
Y enseguida distinguí de quien huía la chica. Unos chavales de unos catorce o quince años salieron corriendo detrás de ella y enseguida la alcanzaron.
El primero la agarró por la parte posterior de la camiseta y ella, al intentar seguir corriendo, la desgarró, deteniendo su carrera.
El segundo que venía por detrás se interpuso en su camino, poniendo sus manos sobre las tetas de ella y deteniéndola.
Enseguida todos la rodearon y la tocaron el culo, se lo sobaron, a pesar de que ella intentaba evitarlo, chillando, girando y manoteando inútilmente.
Uno la preguntó:
- ¿Qué haces así, puta? ¿Trabajando?
Con el bolsito siempre pegado a su sexo, ella intentaba responder pero, agobiada con tanto sobeteo, solamente podía suplicar chillando de forma entrecortada:
- ¡Por favor, por favor, dejadme! ¡No soy una puta, no soy una puta!
Pero ellos, sin dejar de meterla mano, la espetaban agresivos:
- ¡Venga, no intentes engañarnos! Entonces ¿qué haces así, enseñándonos el culo y el coño?
- ¡Quieres que te follemos!, ¿verdad, puta? ¿verdad?
Intentó ella explicarse histérica:
- Por favor, me han atacado y me han quitado la ropa.
- ¡Ah, sí! ¿Quiénes? Dime quienes te han quitado las bragas, porque yo no veo a nadie.
- Mi … mi novio.
Titubeó la chica, mientras gruesos lagrimones corrían por su cara encendida.
- ¿Tu novio?¿ ¿Tu novio te ha quitado las bragas y la ropa dejándote desnuda en mitad del parque por la noche a merced de cuantos viciosos salidos quieran follarte? ¡Qué hijo de puta! ¿Qué le habrás hecho para que te dejara así? Seguro que te pillo follando con todos.
Y se rieron todos a carcajadas.
- No… no. No ha sido mi novio. Él solo… me quitó los pantis. Las bragas me las quitó otro, pero no sé quién.
Continuaron riéndose, ahora con más intensidad, y uno exclamó:
- ¡Vaya con la putita! Folla con todo lo que se encuentra y además les regala sus trapitos. ¿Qué es lo que nos vas a dar a nosotros que no les hayas dado a otros? ¿Tu virginidad? Eso ya lo perdiste cuando te folló tu padre en la guardería, puta.
El que parecía el jefe la dijo amenazante:
- Ahora ya sabrás quienes te desnudaron totalmente y te follaron por todos tus agujeros. Nosotros, Pepito y los Folladores.
La chica se puso a llorar copiosamente y suplicó en voz baja:
- Por favor, no, por favor, no me hagáis daño, dejadme marcharme.
- ¡No jodas, puta! Haremos contigo todo lo que queramos, tanto si quieres como si no. Pero déjate de historias y déjanos ver el bolso, seguro que has cobrado mucho esta noche por hacer de puta, ¿verdad?
Y la cogieron el bolsito, quitándoselo y dejándola la vulva a la vista de los ojos ansiosos de todos.
Se cubrió el sexo con las manos, mientras rebuscaban en el bolso buscando algo de valor. Cogieron el monedero y, abriéndolo, exclamaron mientras dejaban caer su contenido al suelo, así como lo poco que quedaba en el bolso.
- Pero ¡qué coño! Si no tiene ni un puto euro. Además de puta, pobre. ¿Has pagado tú para que te follen, viciosa? Seguro que guardas el dinero en otro sitio.
Y la miraron las tetas y el coño, como si escondiera allí un preciado tesoro.
Uno de ellos, situado a la espalda de ella, agarró la camiseta de la chica y, de un tirón, lo acabó de rasgar de arriba abajo. Y, agarrando el sostén, abrió su cierre, soltándolo. Tirando de lo poco que quedaba de su camiseta y de su sostén, se lo quitaron violentamente, dejándola prácticamente desnuda, sino fuera por sus zapatos de tacón.
Tambaleándose salió a trompicones hacia uno de los chicos que la manoseó las tetas. Chillando, intentó quitarse las manos de encima pero la empujaron hacia otro de los chicos que, agarrándola de las nalgas, metió su cabeza entre los senos de la chica, lamiéndola los pechos y los pezones.
A empellones la iban arrojando de uno a otro que, entre risotadas, la magreaban tetas y culo y metían mano entre las piernas, dándola azotes en sus nalgas y en sus pechos.
Cayó bocarriba despatarrada al suelo, perdiendo sus zapatos de tacón, y se abalanzaron sobre ella para violarla allí mismo, pero el jefe les ordenó:
- No, aquí no, que nos pueden ver. Vamos a llevarla allí, entre los árboles. Venga, cogedla.
Y la cogieron en volandas entre los cuatro y, corriendo, se la llevaron a la oscuridad, a pesar de los forcejeos de ella que no paraba de agitarse, patear y chillar histérica.
Les vi introducirse entre las sombras y maldije mi suerte por no poder ver con detalle cómo se la tiraban e incluso participar.
Tumbándola en el suelo, se tumbaron sobre ella y la sujetaron manos y piernas para violarla.
Como no paraba de chillar totalmente enajenada, la propinaron una sonora bofetada y algo debieron meterla en la boca porque dejó de chillar.
Acercándome sigilosamente entre las sombras, pude ver, escondido a una cierta distancia tras un árbol, el rítmico movimiento que imprimía uno de ellos, situado entre las piernas de ella, mientras los otros la sujetaban y la magreaban sin descanso los pechos y las piernas.
Adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándosela sin descanso. Poco a poco ella dejó de agitarse, permaneciendo sin moverse mientras se la follaban y la increpaban:
- ¿Te gusta, puta? ¿A qué te gusta? ¿A qué te gusta que te follen, puta? Venga, no mientas, dinos que te gusta.
- Te vamos a hartar de polla, pero polla de la buena, mejor que las muchas que te has comido antes.
Cuando el primero acabó otro ocupó su lugar, entre sus piernas, y así hasta que los cuatro se la hubieron tirado.
Los dos últimos polvos se los echaron sin ya sujetarla, solamente echándola un vistazo y vigilando por si venía alguien.
Una vez el último hubo finalizado, el jefe la amenazó:
- Cuando quieras más ración de rabo ya sabes dónde nos puedes encontrar, pero, cómo digas algo de lo que ha ocurrido a alguien, atente a las consecuencias. Somos cuatro contra ti, y la palabra de una puta barata como tú no vale una mierda.
La escupieron despreciativamente y se marcharon de allí, todos juntos, a buen paso, mirando a todos lados.
Oculto entre las sombras les vi alejarse, pero ella no se movía, permaneciendo tumbada en el suelo. Pasaron varios minutos y percibí cómo poco a poco se incorporaba, sentándose en el suelo y poniéndose a llorar casi en silencio, pero no pasó mucho tiempo hasta que se levantó, apoyándose con esfuerzo en el árbol más próximo, y caminando despacio, salió de las sombras, tapándose ridículamente sus tetas y su entrepierna, para recoger sus zapatos de tacón que estaban tirados a pocos metros de donde la violaron, así como su bolso en el que introdujo todo lo que antes contenía.
Utilizando el zoom de mi móvil la saqué unas buenas fotos. Seguro que me serían de gran utilidad en el futuro.
Casi se cae al ponérselos, y también con cuidado se acercó a una fuente de agua potable que estaba a pocos metros para lavarse.
Tomando agua con las manos se quitó como pudo todos los cuerpos extraños que tenía pegados a su cara y cuerpo, incidiendo mucho en sus genitales que los debía tener bastante calientes y doloridos.
Desde donde estaba pude observar detenidamente sus nalgas prietas y desee gozar de ellas, amasarlas, comérmelas, penetrarlas, pero en ese momento me contenté solamente con fotografiarlas y sacarlas vídeos con mi móvil.
Salí de mi escondite entre las sombras y me aproximé sin hacer ruido a ella que, al apreciar que alguien se acercaba, se giró hacia mí, pero perdió el equilibrio y, a cámara lenta, se cayó de culo al suelo, quedándose tumbada bocarriba y despatarrada, dejando al descubierto su sexo totalmente abierto de tanta follada.
Mis ojos se dirigieron ansiosos directamente a su coño, babeando sonriente, hasta que ella enderezándose, se tapó con sus manos la vulva, dejando sus tetas al descubierto.
Entonces levanté mi vista a su rostro, encendido, y la bajé a sus tetas, que miré con detenimiento un buen rato, hasta que ella también se las cubrió con un brazo, al menos los pezones.
Entonces la pregunté inocentemente:
- ¿Virginia?, ¿eres tú, Virginia?
Se quedó paralizada, con la vista perdida, sin saber ni qué decir ni qué hacer.
Como no me respondía ni reaccionaba, la volví a preguntar, sin dejar de mirarla insistentemente tetas y sexo:
- ¿Virginia? ¿Qué haces así … desnuda? ¿estás trabajando aquí de puta?
Me miró aterrorizada, de soslayo, reconociéndome al instante, pero aun así insistí.
- Soy yo, Carlos, tu compañero de clase. ¿No me recuerdas?
Su rostro adquirió un color todavía más colorado, casi de color sangre, haciendo juego con sus tetas y sexo recién follado.
Pensaría abochornada:
- ¡Tierra, trágame! Lo que faltaba, el Carlitos, al que siempre ninguneaba, me reía de él, y le humillaba.
Ahora era ella la que era humillada hasta su grado máximo. Justo castigo para la gran hija puta.
La escuché balbucear, mientras se levantaba del suelo sin dejar de taparse sexo y pezones:
- Por favor, ayúdame.
Por supuesto que la había oído, pero aun así la pregunté:
- ¿Cómo?
- Por favor, ayúdame.
Me repitió de forma más clara, y se puso a llorar en silencio.
Grandes lagrimones bajaban por sus mejillas, humedeciendo sus tetas y vientre.
- ¿Cómo quieres que te ayude? ¿Quieres que te pague un servicio, una mamada, un polvete? Por ejemplo, ¿cuánto cobras por una hora follándote?
Me entraron unas ganas enormes de reírme pero pude contenerme y solté solamente una fuerte risotada.
Ella me respondió en voz muy baja, sin dejar de llorar:
- No, por favor, no. No soy una puta.
- Entonces, ¿qué quieres? ¿una limosna?
Intentó explicarse, subiendo un poco el tono de voz.
- Solamente ayúdame a volver a casa. Me han quitado la ropa y no puedo volver así.
- ¿Cómo así? ¿Con las tetas y el coño al aire?
- Por favor, dame algo para que pueda cubrirme y volver a casa.
- ¿Algo? ¿Dinero? ¿Quieres dinero, como si fueras una puta que vendiera su coño a cualquiera?
- Déjame tu camiseta, por favor. Me la pongo y me voy a casa.
- Sí, hombre, y yo me vuelvo a casa sin ella. Te acompaño hasta tu casa y me devuelves la camiseta. ¿De acuerdo?
- Sí, de acuerdo. Dámela por favor.
- Pero ¿qué me das a cambio? Si me comes la polla, te la presto, la camiseta, por supuesto, no la polla. ¿De acuerdo? No es mucho pedir, solo me corro en tu boca y en tu cara.
Al escucharme ya no lloraba, pero se quedó perpleja, imaginando si tendría estómago para hacerme una mamada, y el veredicto no debió ser muy favorable porque puso cara de asco.
Como no respondía, la apremié:
- Además no digo nada en clase, no digo que te he visto desnuda, con las tetas y el coño al aire, y haciendo de puta en el parque.
Como seguía pensativa, imaginando si podría volver sola a casa sin comerme la polla y sin más problemas, la volví a soltar:
- Tardas demasiado en responder. Mi precio por ayudarte está subiendo a metértela por el culo hasta que me corra.
- Vale, vale. Te hago una mamada y me das tu camiseta y pantalón, pero no dices nada a nadie de esto.
Estaba cediendo, la muy puta. Ya tenía su mamada.
- De eso nada, solo te presto mi camiseta y cuando lleguemos a tu portal me la devuelves.
- Vale. Pero dame ya tu camiseta.
- Primero me comes la polla y luego te la doy.
- Y ¿si no me la das luego?
- Y ¿si no me comes la polla?
- De acuerdo, de acuerdo, pero cuando te vayas a correr me avisas para que me la saque de la boca.
Mirando a todas partes, me dijo.
- Vamos a la oscuridad que no quiero que nadie nos vea.
- De eso nada, que quiero ver cómo me comes la polla.
Y con cara de fastidio, se puso de rodillas delante de mí y me bajó la bragueta.
Luchando con mi polla erecta para sacarla fuera, me obligó a chillarla asustado:
- ¡Cuidado, coño, cuidado, que me la rompes!
Pero logró sacarla, y ésta, libre de por fin, apuntó esplendorosa al cielo como si fuera la hoja de una navaja impulsada por un fuerte resorte.
Escuché a Virginia exclamar sorprendida:
- ¡Cómo la tienes!
- ¡Cómo me la has puesto! Venga, venga, empieza a comérmela, pero, con cuidado, que no tengo otra.
La vi sacar la lengua y chuparla aprensiva como si fuera un veneno, por lo que la animé:
- ¡Venga, que no te va a comer!
- ¡Qué mal sabe! ¿Cuánto tiempo hace que no te la lavas, guarro?
- Para guarra tú, que eres una puta asquerosa. ¿Cuántas pollas te habrás comido en tu vida? ¿Cientos, miles? ¡Venga, empieza, que estoy por follarte por el culo!
Utilizando sus manos, la recorrió de arriba abajo y de abajo arriba, como si quisiera limpiarla pero excitándome todavía más.
Temiendo que me corriera, como era su deseo, antes de seguir meneándomela, la apremié:
- Deja ya de cascármela, y empieza a comértela, puta.
Acercó con cuidado su boca a mi pene, y, poco a poco se lo fue metiendo, primero un poco, luego lo sacó casi del todo para volver a metérselo, masajeando siempre con sus labios carnosos mi miembro, cada vez más dentro, sujetando con una de sus manos mi verga y con la otra acariciando mis cojones.
Se notaba que tenía experiencia, que había comido el rabo a más de uno. Seguro que ya había probado el cipote de Álvarito, no sé si antes o después de metérselo por el coño, de follársela. Seguro que primero la dio por culo y luego la obligó a comerle la polla con sabor a mierda.
Cerró los ojos concentrándose en la mamada y yo aproveché que no miraba para sacarla con mi móvil varias fotos, en las que se veía claramente su cara y mi rabo entrando y saliendo de su boca.
Cada vez iba más rápido y me sobaba la verga con más energía, deseando que acabara ya.
Empecé a notar que me iba, que me corría con ganas, pero en lugar de avisarla para que se la sacara de la boca, disfruté del momento, descargando con fuerza toda mi lefa dentro de su boca.
Al sentir la descarga abrió de pronto los ojos, casi se le salen de las órbitas, ahogándose por tamaña descarga, y, tosiendo, intentó sacarse el rabo de su boca.
Cuando al fin lo consiguió, el esperma desbordaba su boca, saliendo incluso por los agujeros de su nariz. Escupió con fuerza la lefa al suelo e incluso lo vomitó, en medio de grandes arcadas.
Me aparté para que no me salpicara y la reproché:
- ¡Joder, ostias, que tampoco es para tanto, que es leche de primera! Seguro que no has probado otra igual.
Estuvo tosiendo, haciendo arcadas, escupiendo y vomitando mi leche durante más de un minuto, y cuando por fin se puso en pie, ya no se preocupó por cubrirse sexo y tetas, sino que solo me miró con la cara congestionada y me recriminó violentamente:
- Te dije que me avisaras, te lo dije. ¡Qué asco, por Dios, qué asco, que repugnante!
- No te hagas la remilgada, que seguro que has probado cosas peores. ¿Cuantos enfermos y drogadictos se habrán corrido dentro de tus entrañas? ¡Eh, puta! ¿Cuántos?
Limpiándose la boca con sus manos me dijo:
- Yo ya he cumplido mi parte. Ahora tú. Dame la camiseta.
- Tranquila, eh, sin atosigar.
Y quitándome la camiseta, se la di, conciliador, diciéndola:
- Pero hasta el portal de tu casa, eh, que luego me la llevo.
Se la puso, pero, al ser más alta que yo, no la tapaba el coño ni la parte inferior de sus nalgas, por lo que tiró de la camiseta hacia abajo para cubrirse, pero yo la recriminé:
- ¡Que me la vas a dar de sí, a romper, y luego no puedo ponérmela!
Dejó de tirar de ella por si se la quitaba, y yo, con la excusa de ver si la cubría las nalgas, puse una mano sobre ellas, sobándoselas.
Estaban duras y calientes.
De un manotazo me retiró la mano diciéndome:
- ¡Quítame las zarpas de encima!
Me recordó la película “El planeta de los simios” y solamente la faltó decir “asqueroso mono”.
Si yo era un mono, ella sería Nova, la novia de Charlton Heston en la película, y no pararía hasta echarla nuevamente unos buenos polvos.
Y, dándome la espalda, se alejó camino a su casa.
Yo detrás de ella, no paraba de mirarla el culo, cómo lo movía de un lado a otro, y no sabía si era obligada por os zapatos de tacón o porque se me insinuaba.
Me puse a su altura, sobándola nuevamente las nalgas.
Me la retiró otra vez de un manotazo y me dijo enfadada:
- Te he dicho que no me toques.
No había acabado de decírmelo y ya estaba otra vez mi mano sobándola el culo. Cada vez que me retiraba la mano, volvía colocarla sobre su culo, hasta que, cansada, se dejó sobar a placer.
Salimos del parque, de lejos parecíamos dos novios que iban de la mano, pero mi mano no cogía la suya sino su culo, se lo amasaba sin encontrar ningún tipo de resistencia.
Vivía al lado del parque y, dada la hora que era, no nos cruzamos con nadie por la calle y llegamos en pocos minutos.
Pero, a pocos metros del portal de su casa, salió un vecino de mediana edad, que sacaba a pasear al perro, y se dirigió directamente hacia donde estábamos nosotros.
Se giró rápida ella hacia mí, dándole la espalda al vecino para que no la reconociera, y como si fuera mi novia.
Aproveché para sujetarla por las nalgas y tirar de ella hacía mí, metiendo mi lengua en su boca hasta la campanilla.
Sorprendida, intentó al principio separase de mí, pero, como lo impedía sujetándola fuertemente, se dejó hacer y yo aproveché para, además de morrearla en profundidad, meterla mano entre las piernas, sobándola el húmedo y caliente coño.
El vecino, en lugar de marcharse, con la excusa de que el perro estaba oliendo una farola, se quedó delante nuestro, mirando insistentemente el culo de ella y cómo la metía mano.
Pasaron los minutos y el hombre no se movía.
Notaba cómo la respiración de ella era cada vez más profunda y mi mano se estaba humedeciendo más y más. Todo su cuerpo temblaba de placer. Se estaba corriendo.
Una vez lo hubo hecho, su cuerpo se relajó, agarrado a mí, y entonces el vecino comenzó a caminar nuevamente y, al pasar a nuestro lado, dijo:
- Buenas noches, Virgina. Un saludo a tus padres.
El cabrón la había reconocido desde el principio y había disfrutado del momento. Seguro que era un vecino al que Virginia tampoco saludaba, y que, ahora, se tomaba su pequeña ración de venganza.
Ella se soltó de mí, caminando titubeante hacia el portal, y yo, para que no se cayera, la sujeté nuevamente por las nalgas, pero ahora no con una mano, sino con las dos.
Al llegar al portal, sacó del bolso su llave y abrió la puerta, metiéndose dentro. Iba a cerrar la puerta en mis narices, dejándome fuera, cuando, empujando la puerta, me metí dentro con ella.
Corrió hacia el ascensor y yo, entre con ella.
- ¡Mi camiseta, dame mi camiseta!
- Por favor, déjame que entre en casa con ella. No quiero que me vean desnuda mis padres. Te la devolveré otro día.
- ¿Otro día? Venga, devuélvemela.
- Por favor, por favor.
- Si mi padrastro me ve así, me pegará, siempre lo hace.
Mientras subía el ascensor con nosotros dentro, me suplicaba y yo, bondadoso, accedí pero quería algo a cambio.
- Ya sabes lo que quiero si te la llevas.
Pulsó de pronto el botón de parada y nos quedamos en el ascensor entre dos pisos.
Dándome la espalda, se abrió de piernas y se inclinó hacia delante, apremiándome:
- Date prisa, antes de que nos pillen.
Alucinado, me solté rápido el cinturón y me bajé pantalón y calzón hasta los tobillos, dejando al descubierto un pene duro y erecto que apuntaba directamente al techo del ascensor.
Tomé con la mano mi verga y, tanteando con la otra el coño de ella, se la metí hasta el fondo, deslizándose con tanto fluido sin encontrar ningún tipo de resistencia.
Sujetándola por las caderas, bombee con fuerza, metiéndosela una y otra vez. Se escuchaba en el silencio de la escalera, el ruido de mis huevos chocando insistentemente contra su perineo, los gemidos de ella al ser nuevamente follada y, sobre todo, el ruido que hacía el ascensor, amenazando en caerse en mil pedazos, matándonos a los dos.
Sin temer a la muerta y si dejar de bombear, la levanté la camiseta exponiendo sus tetas a mi vista y a mis manos. Se las sobé a conciencia, estaban duras y calentorras, sobre todo sus pezones que parecían cerezas maduras.
A través del espejo del ascensor no perdía detalle de sus tetas, de su culo, cómo se movían desenfrenadas por mis embestidas, y, sobre todo, de su cara de vicio, de cómo disfrutaba, cómo tenía los ojos cerrados y la boca semiabierta, y el color rojo intenso de sus mejillas y de sus carnosos labios y lengua sonrosados, esos mismos que hacia breves momentos habían recorrido mi verga para sacar su último jugo.
La empujé hacia el espejo, aplastándose sus tetas contra él, y continué follándomela, metiendo y sacando mi polla en su coño, cada vez más rápido, con más energía hasta que, una vez más me corrí dentro de ella.
Estuvimos un rato con mi nabo dentro, disfrutando del momento, hasta que escuchamos que el vecino volvía de su paseo con el perro.
Pulsó ella nuevamente el botón para subir a su planta, y, mientras el ascensor ascendía, nos colocamos la ropa.
Al llegar a su piso, se bajó solamente ella y, cuando iba a cerrar la puerta, la sujeté por la muñeca y la dije en voz baja:
- Nunca te he visto con la cara marcada por los golpes de tu padrastro.
A lo que ella me respondió también en voz baja:
- No me pega en la cara, me da azotes con la mano en el culo. Me pone sobre sus rodillas, me baja las bragas y no para hasta que se corre. Mi madre no debe saberlo.
La solté y se cerró la puerta del ascensor, dejándome sorprendido de lo que me había revelado.
Aún la escuché decir:
- Pero me gusta, me gusta mucho.
El ascensor, llamado por el vecino, descendió hasta la planta baja donde el vecino, sorprendido, me abrió la puerta para que saliera.
- Buenas noches, vecino. Saludos a su mujer que me la he follado en su cama.
Me despedí de él cuando salía a la calle, sin esperar respuesta.
Nunca recuperé mi camiseta, su padrastro la pilló cuando entraba y no tuvo necesidad de bajarla las bragas, pero Virginia si me dio algo a cambio, mucho y muchas veces, pero esas son otras historias, quizá algún día os las cuente.