El primer orgasmo anal

En la cama todo está permitido... siempre y cuando los dos estén de acuerdo y deseen experimentar más placeres... de ahí que el sexo anal sea algo por lo que muchos y muchas, suspiran, aunque sean muy pocos los que se animan a probar algo "diferente" a lo acostumbrado... más cuando lo hacen...

En mis largas correrías por la vida, me he encontrado con personas muy interesantes, con la mayoría he llevado una buena amistad, sobre todo con las mujeres.

Y esa amistad conlleva a las confidencias y a las largas pláticas sobre todos los temas, bueno, pues esta es una de las muchas anécdotas que me han contado, y como no me gusta andarme con mucho rollo, ahí va… espero les guste.

David mi marido y yo somos de la misma edad. Tenemos 25 años, pertenecemos a la clase media, ambos trabajamos, tenemos muchas amistades y en la cama, somos insaciables.

Hemos tenido una vida sexual muy intensa desde antes de la boda. Coger y mamar ha sido siempre natural para ambos. Desde el principio de nuestro noviazgo.

Siempre estamos dispuestos a probar nuevas posiciones y situaciones y, lo que es mejor, nos venimos siempre juntos, logrando esos orgasmos simultáneos que muchas parejas envidian.

Antes de casarnos, practicábamos el sexo oral en ambos sentidos. Yo no usaba ningún anticonceptivo y aprendí a beberme la leche de David, cada vez que se la mamaba. Si no lo hacía, ninguno de los dos quedaba completamente satisfecho.

Después de que nos casamos, seguimos practicando la felación y el cunnilingus. Es una costumbre de la que ambos disfrutamos.

Él dice que yo tengo la panocha más peluda del mundo y eso, lo vuelve loco.

Yo, cuando siento su grueso tronco entrando y saliendo de mi boca, dejándome el sabor de su espuma en los labios y en la lengua, me pongo frenética.

A veces cuando siente que se viene, me la saca de la boca, me arroja la leche en el busto y la restriega con sus manos. El placer de esta caricia es único y estoy segura de que gracias a eso, mis tetas se mantienen duras y elásticas.

El semen es la mejor vitamina para la piel.

Como un año y medio después de casados, David, sacó a colación el asunto del sexo anal ya que había leído, oído o sabido que era algo sumamente delicioso.

En mi vida había tenido una verga en el culo y de sólo pensarlo, me entraba un escalofrío tremendo, que me hacía temblar de pánico.

El sexo anal era un tabú para mí, debido a la puritana educación que me dio mi madre.

—¡Déjame metértela por detrás! —me insistía David.

—¡No! No quiero esa clase de relación —le respondía yo— Dicen que duele mucho, que es cosa de degenerados. ¡Además, me da asco!

David es muy considerado y como estaba satisfecho con nuestra manera de coger, simplemente cambiaba el tema.

Pero a toda capilla le llega su fiestecita.

Una noche... No hubo ninguna preparación. Tampoco era una ocasión especial.

Habíamos cogido como lo hacíamos siempre, pero sucedió. Simplemente sucedió.

Estábamos jugando en la cama, yo con mi cabeza hacia sus pies, de manera que él pudiera entretenerse con mi tarántula peluda, abriéndome los labios vaginales, lamiéndolos y acariciándome el clítoris con su lengua, al tiempo que yo le pasaba la lengua por los testículos y le hacia una chaqueta.

En un momento dado, le tomé el pene y comencé a chupar la cabeza. De pronto, David, me volvió completamente de espaldas, me abrió las nalgas y sumergiendo la cabeza entre ellas, comenzó a besarme el ano, moviendo la lengua en círculos alrededor de la entrada, besos, chupadas y lamidas y luego, su lengua entrando en mi culo.

Mi cuerpo se puso tenso, mientras él acariciaba el botoncito con la lengua, hasta que de repente, enterró la punta de un dedo, entre los cachetes de mi culo.

A pesar de que deseaba moverme, sacar su dedo de mi culo, me dejé hacer, aunque tenía los músculos en tensión. En cierta forma, la sensación era agradable. Y no me dolía... hasta el momento.

—¿Ves que no es tan desagradable? —murmuró él, metiendo el dedo más adentro, algo así como cinco centímetros. Lo deslizó a lo largo de las paredes del esfínter, que estaba contraído.

Su dedo se movía con calma, penetraba más, poco a poco y lo sacaba, produciendo una hambre de sexo en todas sus formas.

—Sí —murmuré— Está bien ahora que no duele, pero tu verga mide como doce centímetros más que tu dedo y es más gruesa... Con ella me desgarrarías. Sería horrible no poder ni hacer del baño.

Me sentía culpable, como si estuviera incursionando por un mundo prohibido y... extremadamente sensual.

De pronto, me encontré disfrutando intensamente el inicio del sexo anal. Mientras mi marido revolvía su dedo en mi recto, yo empujaba las nalgas hacia atrás y las hacia girar sobre el dedo invasor.

Comencé a sentir su dedo más largo y me daba la impresión como de que crecía y engordaba en mi interior.

Quería más... más... más.

Quería su verga en el culo, no su dedo.

Estaba yo tan caliente, que me apodere de su reata y la mame con desesperación.

Eso fue todo lo que hicimos esa noche... sólo en lo que, respecta, al sexo anal, desde luego, porque yo no me quedo sin una buena cogida.

David, me puso en cuatro patas y me clavó por la vagina entrando por detrás. Mientras que me la hundía hasta el fondo, me acariciaba y pellizcaba las tetas, pero yo sabía que estaba pensando en mi trasero. Cuando descargo su torrente de semen, yo me vine como desesperada, gritando de placer.

Todo el día siguiente estuve pensando en lo sucedido, sopesando los pros y los contras de la penetración anal. Algo que inclinaba la balanza en contra, era el miedo de que, si él me ensartaba su enorme verga en el culo, me sacaría la materia fecal. Y soy muy "asquerosa" en ese sentido.

Por la tarde, llegué a la casa y para distraerme, me puse a lavar la ropa. Como a eso de las seis, abandone la lavadora. Ya no podía más. Subí a mi recamara, me desnudé lanzando mi ropa al piso y acostándome, me masturbé, enterrándome al mismo tiempo un bolígrafo más grueso, que los comunes en el culo. Y al sentir aquel objeto extraño entre mis nalgas, me vine a chorros.

Ya más calmada y pensando positivamente sobre el sexo anal, llene la bolsa de plástico de los lavados vaginales con agua caliente y desinfectante y me di un lavado anal para estar limpia, por si las moscas.

Cuando David llego, después de cenar, nos fuimos a la recamara a ver la televisión y comenzamos a acariciarnos. Entonces sorprendí a David pidiéndole que me cogiera por lo que tanto deseaba, mi culo.

Me puso en cuatro patas y después de lubricarme el ano y ponerse una plasta de vaselina en la verga, me la comenzó a meter poco a poco.

Yo estaba empinada, en cuatro patas, la cara hundida en una almohada que mordía para no gritar, cuando su lanza se deslizaba en mi interior.

Él, con una mano acariciaba mis tetas y con la otra el clítoris. Comencé a gemir y jadear de placer.

El clítoris se me puso duro, grueso y caliente, mientras él bombeaba y yo movía las nalgas como desesperada.

—¡Ooohhh, David! ¡Que rico! ¡Que delicioso me estás haciendo sentir! —gemía yo.

Perdí la noción del tiempo y de todo. Solo sentía como su verga se movía en mi culo, entrando y saliendo.

—¡Tómala! —grito de repente David.

Sus dedos se crisparon en mis tetas. Su cuerpo se puso rígido y después se aflojó, presa de violentos temblores, mientras que su leche ardiente llegaba hasta lo más profundo de mis intestinos.

—¡David! ¡David! ¡Carajo... que rico! —grité extasiada, mientras me venía al mismo tiempo que él, empapando sus dedos con el fuego liquido que brotaba de mis entrañas.

Fue uno de los orgasmos más exquisitos que he tenido en mi vida. Sin embargo, eso fue solo el principio. En las semanas y meses siguientes, David y yo hemos seguido aumentando nuestra experiencia en lo que se refiere al sexo anal.

Incluso, agarró el gusto por mamarme el culo, aunque primero comenzaba con la pucha y luego se engolosinaba con mi carnoso trasero, en especial, con mi ano.

David compró un libro que habla de las variantes sexuales a practicar por el ano y hemos ensayado todas y cada una de ellas, siempre con resultados plenamente satisfactorios.

Una noche, llego a la casa con un enorme vibrador que reproducía una verga, especial para el culo, según me dijo.

—¡Oh, no! __exclame al verlo—. ¡Es demasiado grande!

—Nada de eso. Tu déjame —respondió.

Debo confesar que a pesar del miedo que me inspiro el vibrador por su descomunal tamaño, me excito. Y lo tome como un reto.

David no perdió el tiempo y se desnudó. Cuando terminó de hacerlo, empezó a frotarme la cara con su verga, dejándome gruesas gotas de semen en las mejillas y en los labios. Saboree el líquido y tome su reata para mamarla como mandan los cánones.

David me desnudo, me tiro en la cama y me comenzó a mamar las tetas. Me volvía loca revolcándome entre sus brazos.

—¡Cógeme! —le rogué— ¡Ya cógeme por detrás!

Tanto él como yo sabíamos a que me refería al hacerle esa petición. Deseaba que me ensartara por el culo ¡con el vibrador!

Me puso en la posición de perra y se tomó bastante tiempo embadurnándome lubricante en el ano por dentro y por fuera y me mostró el vibrador.

—Tócalo! —murmuro a mi oído— Veras que se parece mucho a la carne de mi verga.

Mis dedos recorrieron el largo y grueso vibrador. Era en realidad una verga de goma. Incluso los más insignificantes detalles del pene habían sido reproducidos en el cabrón aparato. Apretó la cabeza y la sentí suave y esponjosa. En realidad, como una verga real. Solo que media por lo menos cinco centímetros más que la de David. Y conste que mi marido la tiene grande.

—David... eso me va a destrozar por dentro —le dije, casi temblando.

—Nada de eso —respondió—. Confía en mí.

Presionó con la punta del vibrador en la entrada de mi ano y empujó, arrancándome un alarido.

Fue más la impresión, que la sensación real de dolor. Lo cierto es que me clavo el vibrador entre las nalgas. Uno tras otro, los veintitantos centímetros fueron desapareciendo en mi trasero. Mi marido, de rodillas a mi lado, empujaba el vibrador con una mano y con la otra me acariciaba el clítoris.

—Ya... por ahorita ya está bien —dijo de pronto, iniciando el retroceso para extraer el monstruoso artificial.

Me quede quieta, empapada en sudor. Tenía la duda acerca de si él me habría metido completo el vibrador.

En realidad, nunca había usado un aparato de esos. Pero muy pronto David me dio una lección que no olvidare en todo el resto de mi vida.

—¿Ya estás lista para lo que te espera? —me pregunto.

Contesté afirmativamente, aunque no entendí aquello de lo que me esperaba. Pronto lo pude averiguar.

David me volvió a meter el vibrador y empujo con fuerza, enterrándolo hasta el fondo. Yo lo sentía como si lo tuviera encajado en el estómago. Hasta el momento, la sensación no era dolorosa, pero tampoco resultaba placentera... hasta que él puso a funcionar el motor. Pegue un salto en la cama.

Las vibraciones hacían que el aparato avanzara dentro de mí, arrastrándome en una vorágine de sensaciones que terminaron en un orgasmo brutal, increíble. La leche brotaba de mi vagina a chorros.

No podía dejar de gritar de placer. Las fuerzas me abandonaron. El placer que estaba experimentando, era algo increíble. Cada vibración llegaba hasta las cuerdas mas escondidas de mi organismo, haciéndome venir sin parar.

No pude más y caí a lo largo sobre la cama, con las nalgas hacia arriba y el vibrador clavado entre ellas.

—¡Daviiiid! ¡Por lo que más quieras! —gritaba yo, sollozando.

El movía el vibrador metiendo y sacando, contribuyendo a que continuara mi salvaje derrame. Fue el orgasmo que toda mujer sueña con tener por lo menos una vez en la vida.

Desde entonces, David, me da por el culo con su verga y con el vibrador por lo menos dos veces a la semana y lo único que lamento, es no haber aceptado que me chiquiteara antes y el tiempo que perdí por mis pendejos temores.