El primer intercambio de parejas

La noche emnpezó tranquila entre las dos parejas. Queríamos ir poco a poco pero el deseo sexual pudo con nosotros y acabamos goazndo como nunca.

Estábamos muy nerviosos. Era nuestra primera cita. La primera de verdad, que podía llevar a realizar alguna de nuestras fantasías. Se trataba de una pareja de nuestra misma ciudad. Ya nos habíamos conocido previamente. Habíamos tomado café una semana antes y nos habíamos caído bien. Estábamos en la misma onda. También eran de los que iban despacio, poco a poco, prefiriendo primero una buena cena, una complicidad amigable y luego ya se vería a lo que se llegaba. Al menos eso pensábamos todos, ya que la noche iba a conseguir sorprendernos. Ellos ya tenían alguna experiencia, aunque suave. El miedo común, los temores compartidos nos hacían más cómplices. Se trataba de una pareja atractiva físicamente, más o menos de nuestra edad y bastante sencilla y agradable en el trato. Ella tenía una gran sonrisa, que delataba una cierta timidez y a la vez picardía. Su cuerpo estaba bien formado, con unas amplias caderas que albergaban un culo redondeado y respingón, pidiendo a gritos que le dieran una palmada. El pecho también era generoso y sugerente. Vestía de manera informal, escondiendo sus encantos, y su rostro era aniñado, derrochando simpatía y aspecto de ser buena gente. Estaba algo rellenita, pero eso la hacía todavía más atractiva. El era más bien alto, de cara agradable, pero algo más serio en su expresión, dando la imagen de una persona con una gran seguridad en sí misma. Su aspecto revelaba un uso habitual del gimnasio y un buen estado físico. Tenía el cuerpo estilizado, marcando ligeramente las formas del pecho, brazos y abdominales. También vestía de manera informal, con unos pantalones vaqueros ajustados que permitían adivinar que estaba bien dotado. Quedamos para cenar en un mesón céntrico, donde hubiese un ambiente relajado, distendido y con mucha gente, para romper el hielo de una manera más sencilla. Lo cierto es que, aunque todos éramos bastante tímidos el albariño fresco y abundantemente regado en nuestras copas logró que nos mostrásemos más sociables y abiertos. La cena nos fue relajando poco a poco, logrando que fuésemos subiendo el tono de nuestra conversación. Empezamos a confesarnos nuestras fantasías más perversas. Parecía que nos conocíamos de toda la vida y el hecho de revelarnos esas fantasías nos hizo sentirnos más unidos esa noche. Lo cierto es que había un buen feeling entre los cuatro. Poco a poco las miradas ya no se ocultaban. Comenzamos un juego que consistía en decirnos lo que nos atraía de cada uno. Eso nos puso muy a tono. Y decidimos aumentar la temperatura del juego. Ahora deberíamos decir algo que nos atrajese de la otra pareja pero además debía acompañarse de un gesto o una caricia en esa zona. Me tocó a mí primero. A pesar de que ya había una gran relajación me pareció un poco cortante dirigirme a las zonas más deseables, por lo que elegí los labios de Cristina. Acto seguido acaricié con suavidad y lentamente esos labios carnosos que previamente Cristina había humedecido de forma sensual. Tomás dio un paso adelante y comentó que tratándose de la boca lo que procedía era un beso. Me ruboricé, no sé si de vergüenza o de ansiedad, y me acerqué a Cristina para darle el deseado beso. Ella pasó su lengua pícaramente por sus labios, esperando con la boca entreabierta ese beso ansiado. Nuestras bocas se unieron en un tórrido beso, breve al principio pero húmedo y ardiente a continuación, con un tímido contacto de nuestras lenguas. Al abrir los ojos miré a mi chica, Marí, con excitación y con unas ganas inmensas de abrazarla y expresarle todo lo que la quería. Quería compartir con ella mi experiencia, mi inquietud y hacerle entender que ella era mi amor. En su mirada observé también excitación. No parecía celosa, sino excitada, tanto por sentir que aquel beso también era suyo, como por desear que le llegase ya el turno a ella. Como después me confesó y pude comprobar, ese beso le había dado cierta envidia por querer dárselo ella también a Cristina y le había puesto muy cachonda. A continuación le tocó a Mari, elegir. Copiándome, eligió también la boca de Tomás. Se fundieron en un gran morreo, esta vez ya con lengua y sin timideces. Los ojos les brillaban a ambos. El ambiente cada vez era más caliente entre nosotros. El juego nos parecía muy lento y nos apresurábamos en continuar. Esta vez le tocaba a Cristina. Ella eligió mi trasero. Al parecer es lo que más le había llamado la atención al cruzarnos fotos. Nos pusimos de pie para que pudiera tocarlo, siguiendo las reglas del juego. El hecho de estar en un lugar público hacía todo aquello más excitante. Se acercó a mí, de frente, pasó sus brazos por mi cintura, apretando su cuerpo a mí y puso sus manos en mi culo, frotándolo en círculos y apretando firmemente mis nalgas. Ahora le tocaba elegir a Tomás. Estaba claro que no iba a decir el pelo. Eligió las grandes y turgentes tetas de Mari. Llevaba un generoso escote que pedía a gritos una caricia. Y Tomás llevaba toda la noche con sus ojos perdidos en él. Esta vez hizo un gesto contrario al de Cristina. Se puso detrás de Mari, apretándose a ella y pasando sus brazos por debajo de los de mi chica. Sus manos ascendieron lentamente pero con firmeza desde las caderas hasta el ansiado objeto de su deseo. Sus manos envolvieron las enormes tetas de Mari desde abajo, primero suavemente y luego alrededor de los pezones dibujaron un círculo con sus dedos, para finalmente apretar con sus grandes manos aquellos pechos erizados de placer y sumamente duros de excitación. Mari me miraba con los ojos chispeantes y una sonrisa amplia de excitación. Nuestra mirada era de total complicidad. Entre risas y gestos cada vez más cómplices nos dirigimos a bailar a una discoteca. Allí tomamos unas copas y bailamos de forma desenfrenada, rozando nuestros cuerpos de forma cada vez más descarada, sin importarnos el resto del mundo. Mari y Cristina dieron luz verde a sus inquietudes más perversas, confirmando que el cuerpo de una mujer, la humedad de sus labios y la turgencia de sus formas les eran no sólo familiares sino excitantes y deseables y dieron rienda suelta a un baile frenético lleno de abrazos perversos, roces inéditos y besos cómplices. Cada vez que tocaban una canción lenta nuestros cuerpos se pegaban como si fueran polos opuestos, sintiendo todas las turgencias y protuberancias de la otra persona. A esas alturas Mari ya podía intuir perfectamente cómo era la polla de Tomás, ya que su humedecido coño la había frotado y apretado al ritmo de cada nota, cada vez todas más lentas, o al menos nosotros las bailábamos como si lo fueran. Las manos de Cristina parecían haberse pegado a mis nalgas, mientras yo notaba sus sinuosas tetas ardiendo contra mi pecho, al mismo tiempo que con mis manos apretaba su culo contra mí, para que ella también notase cómo se alegraba de verla mi juguetona polla. Nos pusimos tan cachondos que decidimos continuar la fiesta en privado. Fuimos a nuestra casa. Allí continuamos bailando, aunque por poco tiempo. Tomás ya no pudo aguantar más y en su baile con Mari, comenzó a liberar sus tetas, para poder tocarlas libremente. Ella, al mismo tiempo comenzó a desnudar a Tomás, con ansiedad, para tocar por fin esa enorme polla de la que ya conocía de memoria su forma de tanto frotarla. Le bajó los pantalones y rápidamente el slip dejando al descubierto una polla bien formada, grande y muy húmeda, que deseaba sentir la jugosa boca de Mari. Ella se arrodilló, agarró el pene por la base, y se lo metió en la boca hasta el fondo, hasta sentir una pequeña arcada. Empezó a comer esa suculenta polla con gran entusiasmo, pasando su lengua por el tronco, hasta la base y de nuevo hacia el glande donde los labios se detuvieron para succionarlo con fruición. La mamada fue larga e intensa, Mari disfrutaba y jadeaba de gozo, mientras Tomás cada vez la tenía más dura y se retorcía de placer. Las manos de Mari no perdían el tiempo y agarraban los huevos de Tomás, apretándolos mientras se tragaba su miembro. El movimiento cada vez fue más acelerado, sin vuelta atrás, hasta que Tomás explotó en la boca de mi chica, que tragaba con cara de viciosa esa leche deseada. Cristina y yo estuvimos disfrutando la escena con excitación, gula y gesto de complicidad mientras nos tocábamos, les acariciábamos a ellos y escupíamos las mayores obscenidades que hubieran salido nunca de nuestra boca. Una vez saboreada la leche, Mari me miró viciosamente con complicidad, pasión desmedida y me abrazó, susurrándome al oído

"Te amo, cariño. - Ahora te toca a ti gozar como nunca".

Comenzó a comer ahora mi polla mientras tocaba con habilidad el coño húmedo de Cristina. Ésta deseaba participar, de manera que se convirtió en una mezcla de manos y bocas alrededor de mi polla que se veía comida por dos enormes y sedientes bocas, siendo rozada por los labios de ambas y mientras notaba como mi culo se sentía violado por la mano experta de Cristina. Parecía que hubieran hecho aquello desde siempre, como un equipo que funcionaba como una máquina bien engrasada. Mientras una metía su lengua en mi ano, la otra tragaba hasta el fondo mi polla, al mismo tiempo que ambas amasaban mis huevos, absolutamente duros y a punto de estallar. Las dos recorrieron mi verga de arriba a abajo con sus lenguas al unísono para acabar chupando Mari el glande mientras Cristina se comía mis huevos. Tomás estaba ya recuperado y frotaba con excitación su polla ya otra vez firme. Mientras las dos me comían le metió la polla a Mari por el coño que se ofrecía generoso en esa postura tan sugerente a cuatro patas que tanto me gusta. Tomás embestía una y otra vez el coño de mi chica, mientras ésta ahora comía mi culo y mis huevos. Cristina me separó para ponerse encima de mí. Empezó a cabalgar de forma alocada sobre mi pene. Retorciéndose de placer, y gritándome que le llenase de leche. En esa situación de absoluta locura sexual me corrí, de forma abundante en el coño de Cristina. Oía mientras tanto cómo jadeaba mi chica, cómo golpeaba la polla de Tomás su coño mojado. Hasta que en un grito mutuo de placer ambos se corrieron al mismo tiempo. El coño de Mari chorreaba todavía leche mientras nos mirábamos. Había un dulce olor a semen en el ambiente.

Las dudas estaban resueltas. El amor no se había acabado, sino que acabábamos de compartir algo nuevo y excitante. Un gran secreto mutuo. Algo que compartimos luego toda la semana recordándolo.