El primer encuentro
Amo y sumisa no se conocen, excepto por algunos contactos en mesenger, pero deciden tener una sesión real.
El primer encuentro
Era una propuesta muy arriesgada para el primer encuentro con su posible Amo. Conocía sus fotografías, tenía el número de su móvil, se conocían por messenger y por web cam, habían intercambiado numerosos correos y compartían en lo fundamental su visión sobre la Dominación/sumisión conocida como D/s.
Sí, intuía que era una persona confiable, pero la incertidumbre era aún grande.
Alquilar una habitación de hotel, desnudarse sola, colocarse pinzas en los senos, ajustarse un collar con su respectiva cuerda, vendarse a sí misma, ponerse en cuatro patas como una perra apuntando su cabeza en sentido contrario a la puerta de entrada, colocar la fusta sobre su espalda, con la manija entre las nalgas y autorizar su ingreso -luego de tres golpes en la puerta, una pausa, y dos golpes más-, diciendo con voz fuerte: "Siga Amo" para recibir a continuación un bautismo de veinte azotes en el culo, contándolos en voz alta uno a uno y dando las gracias cada vez.
Luego esperar que su nuevo Amo (al que se moría por ver) tomara la cuerda y la condujera como una perra a una silla, donde la sentaría y le quitaría las pinzas con una ternura insólita, pero aún sin permitirle quitar la venda. En ese momento debía pronunciar la frase: "Amo, estoy a su servicio como una buena puta, lista a iniciar mi doma".
Después, las manos de su Amo recorrerían despacio todo su cuerpo, conquistando hasta el último rincón el terreno que a partir de ese momento quizá sería suyo. Recibiría con regocijo los comentarios de Él sobre su cuerpo y comenzaría entonces la charla, aunque todavía sin poder verlo.
Mientras las palabras se entrelazaban, ella sentía su Presencia en diversos lugares de la habitación, algunas veces al frente, otras atrás, tocando su clítoris, su cabello, su espalda, sus mejillas, su vagina, su mentón o sus pies, comenzando a familiarizarse con su nueva posesión.
El Amo le comunicó que en adelante la llamaría "puticia" durante las sesiones y ella estuvo de acuerdo con su nuevo y grotesco nombre de perra sumisa.
Antes de autorizar el retiro de la venda, Él la había besado en los labios con cierta ansiedad que denotaba agrado y placer. Primero la colocó de rodillas y el Amo tomó una de sus manos y la condujo a su pene, dándole la orden de acariciarlo. Ella, por iniciativa propia, lo intentó besar, pero recibió una suave cachetada que le sirvió como advertencia de que para entrar en contacto con su pene siempre debía solicitar permiso.
Estando Él vestido y de pie; y ella desnuda y de rodillas, Él le ordenó que se retirara la venda: Ella, con la mirada hacia el piso, observó los pies de su nuevo Amo y poco a poco fue levantando la vista
Al llegar a la altura de Su rostro, una sonrisa se dibujó en sus labios, indicándole así que comenzaba a Domarla, lo feliz que se sentía estando en posición de entrega. Su cuerpo, tembloroso, apenas si podía sostenerse en posición, deseaba sentir más. Si, más de aquello que había comenzado al entrar en esa habitación de hotel y prepararse para él. Hacía mucho tiempo no sentía esto, lo cual la hacía sentir feliz y a la vez temerosa.
Deseaba estar preparada para él y, a la vez, ir descubriéndolo todo de nuevo, como si fuera una novata a la cual van introduciendo en este mundillo mágico. La mirada duró unos minutos nada más, minutos que se hicieron eternos y deliciosos, un momento en el que los dos se daban aprobación. Su mano se posó sobre su cabello, la acarició, ella como una gatita se regocijaba en su mano, esa mano que minutos antes la había recorrido toda. Era extraño, aún eran dos desconocidos pero sentían que se conocían de años atrás. Le indicó con una seña que subiera en su regazo, colocando sus nalgas en pompa. Él sabía que ella deseaba intensamente sentir su fuerza, en especial la de su mano, sobre su piel, sobre sus nalgas... y la complació. Alzó su brazo y le propinó la primera nalgada. El golpe no fue tan fuerte... no podía serlo, él no deseaba asustarla y hasta ahora comenzaban a medirse límites. De su boca, un gemido, que le indicaba el gozo que sentía al ser usada por Él, para su placer, para el placer mutuo. Luego vino otro, después de unas caricias suaves y delicadas... y otro... y otro... la piel blanca ya no lo era más, había adquirido una tonalidad rojiza que lo deleitaba. Por un momento dejó de azotar y dirigió su mano al sexo de ella, comprobando cuánto la excitaba estar en su poder.
Entonces le ordenó bajar, la paseo por la habitación en cuatro patas, como lo que era, una perrita al lado de su Dueño, una putita en celo, deseosa de más, deseosa de esa entrega, deseosa de ser suya. Colocó de nuevo la venda, le ordenó ponerse de rodillas, le entregó el dildo que ella llevaba en su maleta, esa maleta que había ido llena de sorpresas, por si después se daba lo que ya hace unas horas había comenzado. Le ordenó masturbarse para él, así, de rodillas, vendada, entregada, deseosa... ella tomó el consolador, comenzó a jugar con él sobre su sexo mojado, subiendo y bajando por los labios, luego entrando poco a poco, lentamente, como quien quiere, pero no se atreve. Estaba tan excitada que temía estallar en un orgasmo inmediato. Penetró su sexo hasta que el consolador estuvo bien dentro, comenzó un movimiento lento pero constante, entrando y saliendo, sintiendo todas esas emociones fluir por su cuerpo. Poco a poco aumentó el ritmo, estaba muy caliente. El sentir su presencia, observándola, constatando lo puta que era, subía ese nivel de excitación que sentía. Llegó un punto en el que la penetración se volvió furiosa, iba y venía, entraba con fuerza, se contoneaba... cuando Él sintió que estaba a punto de llegar a ese orgasmo tan deseado, la hizo detener... ella suplicó que le permitiera llegar, le rogó, pero él hizo caso omiso, dejándola así con una mezcla intensa de sensaciones y sentimientos.
Se acercó a ella, tiró de la cadena, la subió sobre la cama, con la fusta hizo que abriera las piernas. Ella sintió cómo comenzó a mover la punta de la fusta sobre su sexo empapado y deseoso, con rapidez, luego sus dedos, uno, otro, otro más... de nuevo la fusta, el consolador. Ella gritaba y gemía. Suplicaba de nuevo que le permitiera llegar al orgasmo, y era entonces cuando él se detenía, dejándola de nuevo en ese estado de tortura sensorial. Fue una tanda tras otra. El estado de excitación era cada vez mayor, casi insoportable, las súplicas no surtían efecto. Fue entonces -cuando la sintió más caliente- que comenzó a meter sus dedos en el sexo. Uno a uno fueron entrando, mezclando el dolor y el placer que, junto con ese beso que le dio en la boca, la hicieron explotar en un orgasmo intenso que hace mucho tiempo... no sentía.
Al instante, sintió cómo la verga de su Dueño se apoderaba de su boca deseosa. Ella la abrió, recibiéndola con el deseo de complacerlo. Usando su lengua delineó el sexo erecto de su Amo, apretando sus labios, la atrapó suavemente para entregarle lo que ella tan bien hacía, mamar verga. Entró muy dentro, su garganta sintió su llegada, sus labios se movían dándole el placer que buscaba, acompañados de la lengua y gemidos que también lo complacían. Ese día se esmeró porque él sintiera que jamás le habían mamado la verga de esa forma, porque sintiera que ella era una verdadera puta y, a su vez, reconociera un poco más el deseo de entrega que tenía. Así fue como él también llegó al éxtasis, depositando sobre la cara de su posesión, el líquido que fluía raudo desde muy dentro de él... los dos se miraron, sonrieron y comprendieron que su búsqueda había terminado.
Ese día comenzaron a construir una relación D/s como nunca la habían soñado. Hablaron mucho y conformaron un plan mutuo de conocimiento y de trabajo para alcanzar las máximas metas que a ambos complacieran. La Dominación y la sumisión que deseaban abarcaría buena parte de sus vidas cotidianas, respetando cada uno al otro en sus circunstancias. Los dos, por caminos distintos, comprendieron que sus experiencias previas habían sido tan sólo la preparación necesaria del destino para ser un Amo y una sumisa felices, como lo merecían. La búsqueda en sus vidas no había sido fácil. Por fin encontraron la recompensa.
Jorge Luis y princesita