El primer encuentro 2
¡¡Dios mío!! ¡¡Dios mío!! ¡¡Marta, ese hombre es tu padre!!
Segunda parte
- ¡¡Dios mío!!… ¡¡Dios mío!! ¡¡Marta, ese hombre es tu padre!! — Gritó mi madre tirándose de los pelos.
Paula la abrazó y estallaron en llanto las dos. Yo no entendía nada. Mi cabeza era un caos y me quedé paralizada.
No podía pensar. Sentía explotar mis sienes… Mi cara ardía…
—¡¡¿Estás segura, mamá?!! — Grité presa de un temblor incontenible.
Mamá Paula me abrazó evitando que cayera al suelo. Mis piernas no me sostenían.
Entre las dos me sentaron en una silla. Mi madre me abrazó; las lágrimas surcaban su rostro mezclándose con las mías.
—Sí, hija… Estoy segura. Anoche, cuando te dejó, no pude ver bien su cara, pero me resultó extrañamente familiar… Ahora estoy segura, mi vida.
Intenté serenarme. Ya más calmada…
—¿Mamá, porqué lo dejaste?
—Han pasado muchos años, cariño. Perdí a mis padres en un fatal accidente, siendo muy pequeña. Me crié en un orfanato. Al poco de salir nos conocimos. Fue un “flechazo”. Éramos muy jóvenes y vivimos una bella historia. Yo estaba muy enamorada y creo que él también; pero me quedé embarazada a los pocos meses de conocernos y nos casaron deprisa y corriendo por el “qué dirán”. Vivíamos con su familia y me amargaban la existencia; sobre todo su madre, me refregaban el embarazo por la cara con la cantinela de que “a saber de quién era la niña”. Esto hizo que replanteara mi vida futura. Yo no había conocido a otro hombre y sabía que tú eras su hija, pero su familia había sembrado la duda en él. Tuvimos una fuerte discusión, hice la maleta y me marché contigo sin decir nada a nadie.
—Pero, mamá, dónde fuiste, con quien estuviste… cómo te las apañaste… no lo entiendo. Anoche supe que te buscó y… al parecer te encontró y supo que estabas bien, me dijo que aún te amaba. Además creo que seguís casados. No os habéis divorciado ¿no es así?
—No me encontró, le envié una carta en la que le decía que estaba bien y que no me buscara. Me recluí en el orfanato donde me crié; conocía a las monjas que me habían cuidado y educado y dejé pasar el tiempo. Allí conocí a Paula. Nos enamoramos y decidimos vivir juntas… Encontramos trabajo y así hasta hoy… Y ahora… ¿Tú qué piensas hacer?
—No lo sé mamá. Estoy hecha un lio. Qué hago… ¿Dejo el trabajo y no vuelvo a verlo…? ¿Me olvido de todo lo que sé y sigo trabajando a su lado sin decirle nada? O lo enfrento le digo que soy su hija y… ¿después qué?… Porque anoche, bailando con él, me hizo sentir cosas que jamás había experimentado con nadie. ¡Dios mío! No sé qué hacer… ¿Puedo haberme enamorado de mi… mi… padre? — Balbuceé las últimas palabras antes de estallar en llanto…
Decidí enfrentarme al problema. Fui a mi trabajo, no diría nada; aunque ya sabía que me sería muy difícil no lanzarme en sus brazos al verlo.
Los consabidos saludos mañaneros.
— Buenos días,Marta, a mi despacho por favor . — Llamada del jefe por el intercomunicador.
Me puse muy nerviosa, con el cuaderno y un bolígrafo en las manos entré en su despacho.
—Buenos días Don Marco…
Respiré hondo y mis fosas nasales se deleitaron con el aroma de su perfume…
—¿Te encuentras bien? — Me cogió por sorpresa.
—Sí, sí, estoy bien, ¿Por qué?
—Pareces nerviosa, no sé si anoche me excedí en algo y si es así… lo siento…
—No, no me pasa nada yo… — Su mirada me turbaba.
—Bien. Tráeme un café solo con azúcar y lo que quieras para ti.
—Ahora mismo…— Salí prestamente a cumplir su encargo.
En el mini bar me encontré con algunas compañeras que estuvieron en la fiesta la noche anterior. Carmen también estaba.
—¿Qué tal anoche Marta?… Te llevó el jefe a casa ¿No? — Lo dijo con cierto retintín y una sonrisita…
—La noche bien y sí, nos llevó a Eloísa y a mí a casa… y no, no pasó nada más…
Llevé los dos recipientes con el café y los sobrecitos de azúcar hasta el despacho. Oí voces, estaban hablando en el interior y creí reconocer a… ¡Mi madre! Otra vez a punto de desmayarme… Me sobrepuse, dejé los vasos en la mesa más cercana…
Golpeé ligeramente la puerta con los nudillos. Marco respondió.
—¡Pasa Marta!
Abrí la puerta para poder coger el café en las manos y entré.
Lo que vi hizo que me temblaran las piernas. Al ver mi cara…
—Pasa, pasa… Deja el café en la mesa y siéntate.
Me senté frente a mi madre, tras dejar los cafés en la mesa.
—¿Tú quieres tomar algo Lola? ¿Café?
—No gracias Marco, estoy bien.
—¿Mamá qué haces aquí?
—He venido a hablar con Marco. Por cierto Marta ha sabido esta mañana quien era su padre…
—¿Cómo? ¿No lo sabía? ¿Cómo has podido ocultarle eso toda su vida? ¿Sabes el problema que hubieras podido crear?
—No, no lo había pensado y espero no haber llegado tarde…
—Mamá, qué creías que Marco y yo…
—No hija, no creo nada, pero te he visto cambiar en el poco tiempo que llevas trabajando aquí. Llegué a pensar que te habías enamorado de tu jefe… ¿Me equivocaba? Lo que no podía imaginar es que fuera tu padre… Ya es casualidad ¿No?
—Tengo que confesar que me quedé prendado de Marta cuando la conocí, no sabía por qué… ahora lo entiendo. Os parecéis las dos como dos gotas de agua y anoche, mientras bailábamos, no pude evitar rememorar tiempos pasados, momentos de felicidad a tu lado… pero también el dolor de la separación, las dudas por no saber qué había ocurrido para que las dos personas a quien más amaba desaparecieran de mi vida. ¿Por qué te fuiste Lola? La angustia de la separación me llevó a una depresión que me costó mucho superar. Me centré en el trabajo y así llegar hasta el día de hoy en el que… ¿He recuperado a mi familia?… Te pregunto a ti, Lola. ¿Qué vamos a hacer ahora…?
—Hace veinticinco años tomé una decisión que nos ha traído hasta aquí. Creo que ahora es tu turno Marco. Aceptaré lo que decidas, teniendo en cuenta que no pienso dejar abandonada a Marta ni… a Paula… mi pareja.
—Lola… No he podido olvidarte nunca, no sé lo que nos depara el futuro, pero, me gustaría que os vinierais a vivir conmigo. Estoy solo… muy solo y mi casa, que también es vuestra casa, es muy grande y cabemos todos. No quiero alejarme de ti otra vez. Creo que podemos intentarlo. ¿Qué me decís?
—Yo tengo un problema… ¿Ahora eres Don Marco, Marco o… papá. — Dije buscando los ojos de mi padre.
—Puedes llamarme como quieras. Pero me gusta que me llames papá, aunque me resulte raro. ¿Qué pensáis hacer?
—Todo esto me desborda Marco. Yo no te he olvidado nunca, tenía a mi lado a Marta para recordarte… Creo que podemos probar un tiempo a ver qué pasa, pero no sé cómo lo tomará Paula. Ella no sabe que estoy aquí. Aunque… De un tiempo a esta parte estamos teniendo algunos problemas y no sé cómo terminará esto.
—Vamos a hacer una cosa… Marta, reserva mesa en el restaurante que quieras para ¿cuatro comensales? Hablamos durante la comida y ya veremos que decidimos. Pero antes quiero hacer algo que he deseado desde hace años, abrazar a mi mujer y a mi hija…
Se levantó de su butaca y rodeó la mesa que nos separaba. No lo pensé, me lancé a sus brazos y me refugié en su pecho. Mi padre acariciaba mis cabellos, yo lloraba de alegría. Mamá se sumó al abrazo, nos besábamos y llorábamos los tres.
Un golpeteo en la puerta y su apertura nos mostró, a los tres, a una Carmen con los ojos muy abiertos por la sorpresa…
—¡Uyy, perdón yo…! — Balbuceó.
—Pasa, pasa, Carmen, quiero que conozcas a mi mujer y mi hija… — Dijo Marco.
Además de los ojos como platos se le descolgó la mandíbula.
—¡Bueno, yo, esto…! Mucho gusto señora y… ¿Marta es su hija, don Marco?
—Pues sí, ya ves lo que son las cosas, hasta hoy yo no sabía, ni Marta tampoco, que era mi hija y Lola mi mujer. ¿Qué querías, Carmen?
—¡Uy, es verdad, necesito que me firme estos documentos, pero podemos dejarlo para más tarde…
—Trae que te los firmo…
Se acercó con los documentos en la mano y los dejó sobre la mesa de Marco saliendo del despacho a continuación.
Mi madre se marchó tras darnos besos a mi padre y a mí. Llamé para reservar mesa en un restaurante cercano.
Llamé a mi madre para informarle de la dirección del establecimiento y el resto de la jornada transcurrió con relativa tranquilidad.
Llegada la hora de comer me llamó mi padre y salimos los dos de la oficina para encaminarnos al mesón donde nos llevamos la sorpresa de que estuviera mi madre sola esperando en la puerta.
—Paula no ha querido venir, ya me temía que algo así ocurriría. Piensa que he tramado esto para dejarla. Hemos tenido una fuerte discusión y… — Estaba muy apenada.
La abracé y entramos juntos al local donde un camarero nos acompañó hasta la mesa donde nos sentamos. Pedimos la comida y mientras nos servían, mi padre, tomó la palabra:
—Lola, siento que tengas problemas con tu… pareja, pero creo que podrías valorar lo que quiero proponerte… Que te vengas con nuestra hija a vivir conmigo. Estoy solo, no queda nadie de aquella familia que tanto daño nos hizo y… Como te dije, no te he olvidado nunca, te sigo queriendo… — Parecía atragantarse al hablar, no había visto un hombre más angustiado.
Mi madre era un mar de lágrimas, yo también…
—Mamá, podemos intentarlo ¿No? — Dije tomando la mano de mamá con la mía. Tardó un tiempo en responder.
—Sí, Marta, vamos a intentarlo.
Marco se levantó y fue a abrazar a mamá. El momento era muy emotivo y también me levanté para sumarme al abrazo. Los demás clientes nos miraban con curiosidad.
Terminamos la comida y papá me dijo que acompañara a mamá a recoger lo necesario para el traslado, que por cierto no era mucho ya que a lo largo de nuestra vida las mudanzas eran frecuentes por desahucios, traslados…
Recogimos nuestros efectos en tres trolley grandes. Paula llegó cuando nos disponíamos a marcharnos y no se lo tomo muy bien. Mamá se la llevó al dormitorio y las escuché discutir, gritaban, aunque no entendía lo que decían. Mamá salió dando un portazo, agarró una maleta en cada mano y fuimos a la calle donde nos esperaba el taxi que yo había llamado. El conductor nos ayudó a cargar las maletas, subimos y abandonamos el barrio donde habíamos vivido los últimos dos años.
La residencia de mi padre estaba situada en la zona de Mirasierra. Al indicar la dirección al conductor nos miró de forma un tanto despectiva.
Al llegar Marco nos abrió la puerta de la cancela con mando a distancia. La casa era enorme, con un cuidadísimo jardín, piscina… Preciosa.
—¡Bienvenidas a vuestra casa! — Dijo emocionado. — Este es Anselmo, ¿Lo recuerdas Lola?
—Síi, Anselmo, qué alegría verte…
—¡Señora Dolores, la alegría es mía por tenerla de nuevo en la casa!
El taxista bajó las maletas, papá le pagó la carrera, rodeó con su brazo los hombros de mamá y se adentró en el edificio de tres plantas. Mamá me cogió de la mano.
—Lola, muéstrale la casa a Marta, elegid las habitaciones que queráis, la casa es vuestra. Anselmo os ayudará en lo que necesitéis, yo tengo que ir a la oficina. Marta, necesitaré que me consigas una secretaria. ¿Te encargarás?
—Papá, no veo por qué no puedo seguir siendo tu secretaria ¿Ya quieres librarte de mí?
—¿Quieres seguir trabajando conmigo?
—Pues claro papá. ¿Quién mejor que yo?
—Me haces muy feliz Marta. Vente conmigo entonces… Tenemos un asunto pendiente.
En el garaje había tres coches, dos de alta gama, otro utilitario.
—Marta, cuando te parezca puedes elegir el coche que más te guste… Es tuyo…
Nos marchamos en su BMW a la oficina.
—Papá, ¿qué pasó con mamá? ¿Por qué no nos buscaste?
—… Sí, os busqué. Cuando se fue llevándote con ella, apenas con seis meses de edad, creí volverme loco. Pero tu abuela no tragaba a tu madre, la consideraba una aprovechada que se había dejado embarazar por mí para atraparme. Yo era muy joven, mi padre no decía nada y yo… menos. Al marcharse, mi madre, consideró que era lo mejor que me podía pasar. Yo caí en una depresión y me internaron en un sanatorio, me incapacitaron. Cuando salí dos años después mi padre había muerto, mi madre aquejada de alzhéimer. Un desastre. El tiempo de internamiento me hizo cambiar mi forma de pensar y, aunque nunca dejé de amar a tu madre, me propuse dedicarme a levantar de nuevo el imperio que me dejaron. Investigué, me informaron que habíais viajado a Francia y perdí la esperanza de encontraros. Sobre todo teniendo en cuenta que era decisión de tu madre el haber desaparecido. Al parecer lo de Francia fue una estratagema de tu madre para despistar.
—Comprendo, mamá lo pasó muy mal. Después de estar un tiempo en el convento donde se crió ella, al cumplir yo los dieciocho nos marchamos. Vivíamos en Valencia donde trabajó en bares, en hoteles, todo esto llevándome a mí a cuestas. Fueron tiempos muy duros para ella. Hasta hace cinco años que se encontró de nuevo con Paula, mi otra madre, como ellas decían y nos trasladamos aquí, terminé mis estudios y encontré trabajo en la empresa que resultó ser de mi padre…
—Marta, lo que ocurrió la otra noche en la despedida de Eloísa… Me preocupa…
—¿Por qué Marco? ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Qué te excitaste al bailar conmigo? A mí también me ocurrió…
—¿Y no te inquieta?
—No… Lo tengo asumido. Marco, perdí la virginidad a los catorce años. No he tenido pareja estable nunca, rolletes no me han faltado, pero si he de reconocer que lo que me ocurrió contigo no me había pasado nunca. Tu olor personal, la cercanía de tu cuerpo, sentir tu ardor fue muy excitante para mí. Al quedarnos solos en tu coche deseaba sentir tus caricias, tus besos… Me excitas Marco y no puedo ni creo que quiera evitarlo.
—¡Pero soy tu padre, Marta!
—Sí y no quiero ponerle los cuernos a mi madre. Es la única razón por la que no…
—¿Serías capaz?
—¿Y tú, serías capaz?
—¡¡Dioss!! ¡¡Marta, mira cómo me tienes!! La otra noche cuando te dejé tuve que detenerme y masturbarme en el coche como un quinceañero, hace años que no me ocurría. Y ahora… Esto es una locura.
Mi excitación era mayúscula y mi padre lo leyó en la mirada; mi cara ardía y sentía mi braguita empapada. Cerré los ojos, no me sobresaltó la caricia de sus manos en mi rostro. Los pulgares rozaban mis labios y entreabrí mi boca para lamerlos con la lengua.
—Eres una pequeña muy ardiente…
—Sí, muy caliente, papá. Ahora mismo te necesito… dentro.
Marco puso en marcha el vehículo y condujo hasta un hotel para parejas alejado de la zona donde pudiera vernos algún conocido. Bajó y por la ventanilla me dijo que esperara un momento. Accedió a recepción y al poco lo vi haciéndome señas para que lo siguiera. Subimos en un ascensor hasta la segunda planta, habitación 209, pasó la tarjeta por el sensor y tras franquear la puerta nos lanzamos a un ardiente cuerpo a cuerpo.
—¡Desnúdate! — Me dijo. Quitándome la chaqueta del traje y colocándola en el respaldo de la única silla que había.
Obedecí dejando caer la falda hasta el suelo… descalza, bajé mi braguita hasta los pies saqué los pies y recogí ambas prendas para dejarlas sobre el respaldo de una silla me desabroché la blusa y me desprendí de ella con movimientos lentos… Tras ella me quité el bra dejando libres mis senos donde apuntaban al frente los pezones empedrados quedando solamente con las medias…
—¡Eres preciosa! Te pareces tanto a tu madre cuando la conocí…
—¡Ven, bésame! — Le dije acercándome y ayudándole a desprenderse de su ropa mientras nuestras bocas se fusionaban en una lujuriosa unión… nuestras lenguas se buscaban y entrelazaban con lúbrica pasión.
Acariciaba mis pechos con delicadeza, como si se tratara de porcelana y fueran a romperse. Mis manos amasaban su pecho, cubierto de suave vello, las tetillas, que a mi contacto se endurecieron como mis pezones…
Con sus manos en mis hombros me empujó con suavidad para depositarme tendida en la cama, elevó mis piernas para dejar los pies sobre el borde del lecho. Separó mis rodillas y acercó su rostro a mi intimidad, sin llegar a tocarla, aspiró. Un escalofrío recorrió mi espalda, la sensación era sublime. Pero se alejó, sus manos elevaron mi pierna derecha, parsimoniosamente, deslizó la media desde el muslo hasta sacarla por el pie que retuvo, masajeó, besó y chupó con deleite los dedos, el empeine… Los restregaba por su cara. Las cosquillas me hicieron reír; siguió con la otra pierna, repitió.
Abierta de piernas, con una excitación brutal, mi padre entre mis muslos deleitándose con la vista del sexo de su hija… Cerré los ojos para concentrarme en el placer que me reportaba.
Cuando su lengua alcanzó mi vulva abrí los ojos sobresaltada, mi cuerpo se arqueó y una explosión de placer inundó mi vientre. Instintivamente bajé las manos enredando los dedos en su cabello, aprisionando su cara entre los muslos. Con gran maestría torpedeaba mi clítoris arrancando lamentos, gritos, jadeos incontrolables. Llegué a un punto en el que tuve que apartarlo de mi coño porque el placer que sentía se convertía en dolor, un delicioso dolor que me sobrepasaba. Tiré de él para que se tendiera a mi lado. Nos besamos, saboreé mis jugos de sus labios. Su verga era preciosa. Se mostraba enhiesta, con el glande cubierto de una película de presemen. La acaricié. Él esperaba a que yo hiciera algo… y lo hice. Arrodillada junto a su costado besé el orificio y saboreé, por primera, vez la polla de mi padre.
Con una mano amasaba mis pechos, con la otra pasaba los dedos por mi sexo, el perineo, el ano… Un dedo hurgaba el esfínter con suavidad…
—¿Te gusta mi culito, papá? Es tuyo, nadie ha entrado por ahí, tú serás el primero pero antes…
Tragaba su miembro hasta la asfixia, él no forzaba nada, era yo la que necesitaba sentirme penetrada por todos mis agujeros. Un lamento suyo me advirtió de su inminente eyaculación y la frené. Estrujé sus testículos lo suficiente como para evitar la descarga. Subí hasta colocarme de rodillas sobre su cuerpo, abrazando las caderas. Guié su pene hasta la entrada de mi vagina… y me senté. Entró en mí y me abrió como el cuchillo en una sandía madura. Grité, la sensación fue brutal, me sentí llena como nunca me había sentido… Mi padre estaba dentro de mí. Había estado lejos toda mi vida y ahora lo sentía tan íntimamente cerca como nunca hubiera podido imaginar. Moví mis caderas adelante… atrás… una… otra… otra vez… sentía como el placer me invadía. Sus manos amasaban mis tetas, las magreaban, pellizcaba los botones que se mostraban duros y turgentes. Los estiraba, sabía que me gustaba y tiró de ellas… Un orgasmo arrollador me atravesó como un relámpago en medio de sacudidas que culminaron en la caída sobre su pecho, casi desmayada.
Un rugido procedente de lo más hondo de su pecho me sorprendió. Las contracciones de su miembro en mi interior prolongaron mi clímax. Seguía sobre su pecho, me sentía protegida inundada de felicidad y de la descarga espermática de mi padre que, al aflojarse su pene, se deslizaba por sus testículos.
Sus brazos me apretujaban, las manos peinaban los cabellos…
Nos quedamos dormidos. Al despertar seguía entre sus brazos, sobre su pecho. Me besó con infinita ternura.
Nos levantamos y fuimos a la ducha sin mediar palabra.
Seguimos en silencio hasta llegar al despacho; yo me sentía extraña, como avergonzada, triste… Traté de centrarme en el trabajo para no pensar.
Terminada la jornada me llamó mi padre por el intercomunicador.
—¡Marta, ven, por favor!
Entré y lo vi, también triste, imagino que como yo.
—Lo siento — Dijo compungido — Creo que me he dejado llevar por un impulso y temo que nos haga daño a los dos. Debemos cortar ahora que aún es tiempo… ¿No crees?
—Sí, papá, también me siento así… dejémoslo y tratemos de seguir y olvidar lo ocurrido…
—De acuerdo pues… Vámonos a casa.
Mamá estaba en la casa, pero muy decaída, triste.
—¿Mamá, qué te ocurre? — Pregunté cuando estuvimos solas.
—He estado hablando con Paula. Viene para acá. Quiere que hablemos.
Poco después Paula y mi madre se encerraban en su dormitorio. No escuchaba voces, ni gritos como la última vez que hablaron.
—¡Marco, Marta, estamos en el salón¡
Entramos Marco y yo, Paula y mi madre estaban sentadas. Tomamos asiento frente a ellas…
—Marco… tenemos que hablar… esto debía haberlo hecho hace muchos años, pero entonces yo era muy joven y la situación me desbordaba. Por ese motivo opté por huir, en lugar de enfrentarme a tu familia.
—Lola, no tienes por qué dar explicaciones… Yo sé que mi familia tuvo una gran parte de culpa de tu desaparición.
—Déjame seguir Marco… Paula me ha hecho ver que debía explicar qué ocurrió. Efectivamente, como dices, tu familia tuvo que ver con mi escapada… Pero no por lo que crees; Tengo que remontarme a la época en la que empezamos a salir y me presentaste a tu familia. Yo seguía saliendo con mis amigas a discotecas y bares de fiesta. Pocos días después de la cena en la que me diste a conocer, en una de esas discotecas, apareció tu padre, Marco… Sí, tu padre. Al parecer había contratado un detective para que le informara sobre mi conducta y tras saber que yo estaba bailando vino a hablar conmigo. Me llevó a un reservado, al parecer conocía al dueño de la disco y no tuvo problema para utilizar esa sala privada. Yo estaba muy nerviosa, sabía lo celoso que eras y me amenazó con decírtelo… Me mostró una foto en la que un amigo y yo nos besábamos mientras bailábamos… Lloré, le pedí que no lo hiciera y me dijo que, qué estaba dispuesta a hacer para que guardara silencio; yo le respondí que lo que quisiera, que te quería mucho y no quería perderte.
Mamá se detuvo, respiró hondo para darse fuerzas y seguir. Marco intentó hablar, pero mamá lo detuvo con un gesto de la mano.
—Marco, tu padre me obligó a hacerle una felación… Y yo accedí por miedo a perderte. Cuando terminó se recompuso y me obligó a acompañarlo; fui con él, me llevó a un apartamento donde, al parecer, llevaba a las mujeres con las que se acostaba… allí me robó la virginidad. A partir de entonces… yo fui una más de sus “putillas”, como él me llamaba.
—¡Eso es horrible! Sé que mi padre era dominante pero…
—Lo fue, Marco. Estuvo aprovechándose de mí durante meses hasta que sucedió… Me quedé embarazada. Nosotros ya teníamos relaciones. Aconsejada por él simulé mi virginidad y creíste que tú habías sido el primero, pero en realidad fue tu padre. A continuación los acontecimientos se precipitaron. Nos casaron y vine a vivir aquí, con tu madre, que creo que sospechaba algo… Pero lo peor era que, aquí en su casa tu padre, me tenía a su disposición a cualquier hora. Y me utilizaba a su antojo. Tras el parto su actividad disminuyó. Pasaron unos meses, venía a ver a Marta en la cuna la abrazaba y lloraba diciéndole que era su hija y entonces me enteré de algo. Me dijo que Marco no era hijo suyo… Él era estéril. Que tu madre había tenido un romance con un francés durante unas vacaciones en San Sebastián y la dejó en estado. Él lo supo después; cuando tú tenías cinco añitos te llevó de vacaciones a la misma ciudad, donde seguía viéndose con el francés. Un día que tu padre te llevó al parque viste al amigo de tu madre y se lo dijiste a tu padre. Él era muy desconfiado y averiguó quien era y la relación que tenía con tu madre… Sufrió un accidente… Me lo dijo con la mayor tranquilidad y yo me horroricé… Entonces supe que debía salir de esta casa con mi hija y lo hice. Hasta hoy…
—Verás Lola yo… nosotros… — Mí padre me miraba fijamente.
—¿Qué habéis hecho Marta? — Preguntó Paula.
—Pues… Eso… Lo hemos hecho y después me he sentido mal pensando que toda mi vida deseando conocer a mi padre y cuando nos encontramos lo que hago es follar con él…
—Yo también me siento mal por lo que hemos hecho Lola. Lo siento… — Marco estaba realmente apenado.
—Vaya… ¿Lo ves Lola? Ya te lo dije… No puedes fiarte de los hombres, en cuanto tienen la más mínima oportunidad te la pegan… — Dijo Paula mordazmente.
—Lo sé Paula, pero las mujeres también cometemos errores, mira mi hija…
—Mamá, lo siento. Ocurrió sin pensar…
—Lo sé hija, lo sé… ¿Ahora qué haremos?
—Pues no lo sé mamá. Esto me desborda.
Me acerqué a Marco, lo miré con deseo, recordando lo ocurrido horas antes en el hostal. Rodeé su cuello con mis brazos y fundí mis labios con los suyos. Mamá y Paula nos miraban pero pronto reaccionaron y vi que también se besaban y acariciaban con ternura.
Tomé la mano de mi padre y lo arrastré hasta su dormitorio, donde, sin cerrar la puerta me desnudé y le ayudé a desprenderse de su ropa hasta quedar los dos totalmente desnudos.
Mamá y Paula nos miraban sonrientes desde la puerta, se desnudaban. Entraron y nos ayudaron en la dura tarea que nos esperaba. Disfrutar del sexo sin restricciones.
—Hija, préstame a tu padre para recordar tiempos pasados.
—Es tuyo, mamá. Mamá Paula, cómeme…
—Lo estoy deseando Marta, hija…
Con una sonrisa de oreja a oreja Paula separó mis rodillas y se lanzó como un nadador en una piscina hasta cubrir con su boca mis labios inferiores… Su lengua atormentaba mi pequeño clítoris mientras veía a mi madre practicar sentadillas sobre la verga de Marco que, con los ojos cerrados, sufría la deliciosa tortura. El placer me impidió disfrutar de la visión del doble orgasmo de mamá con Marco. Paula se colocó dejando su vulva al alcance de mi boca y no perdí el tiempo. Besé, lamí y mordisqueé paladeando los deliciosos manjares que se me ofrecía. Los orgasmos se sucedían sin freno… Lo que no consintió Paula es tener contacto con Marco. Era lesbiana exclusiva y rechazaba a los hombres.
Tras la sesión de sexo orgiástico mamá y Paula se marcharon a su dormitorio para seguir con sus juegos. Marco dormía… Me acurruqué a su lado, mi cabeza sobre su pecho… Y me dormí, arrullada por el sonido de los latidos de su corazón.
FIN