El primer encuentro.

— ¡Si, por favor! Adelante… — Responde un hombre de unos cuarenta o cuarenta y cinco años.

El primer encuentro.

— ¿Puedo pasar? — He abierto ligeramente la puerta del despacho.

— ¡Si, por favor! Adelante… — Responde un hombre de unos cuarenta o cuarenta y cinco años, sentado tras la gran mesa del despacho — Perdón, ¿usted es?… Discúlpeme, pero tengo varias entrevistas que realizar hoy y mi secretaria no me ha informado de sus datos.

—Marta, soy Marta Jiménez… — Vaya, mal empezamos. Me va a entrevistar y no sabe quién soy, ¿No se ha leído mi currículum…?

— ¡Ahhh! Bien, sí, sí… aquí tengo su currículum. Pero es usted muy joven ¿No?

—Vaya… No será eso un impedimento. Como verá en la información que le he enviado he estado dos años en una empresa del mismo sector como becaria, aunque mis funciones eran las propias de mi categoría ya que los responsables me dejaban a cargo de todas las funciones. Quiero decir, que no me dedicaba a llevarles el café a mis jefes. Trabajaba como una más y…

— ¡Tranquilícese, Marta! He leído sus datos y las cartas de recomendación de sus antiguos jefes. Las referencias son muy buenas. Pero… Hábleme de usted. De su vida, su familia…

—Pues… No sé qué decirle. Yo…

—Relájese… Solo quiero conocer algo de sus relaciones, sus gustos, sus hobbies. Empecemos por su situación digamos sentimental. ¿Está casada?

—Yo… No, no estoy casada ni tengo novio, pero… Bueno, me gusta el deporte, tenis, corro todas las mañanas, viajar, eso… me gusta viajar y…

¡Joder que incomodidad! ¿Qué le importará a este tío…? Que por cierto está bastante bien, además tiene algo que me atrae, jejeje, ya lo que faltaba es que me propusiera liarme con él. Pero no Marta, que te conozco, “donde tengas la olla no metas la…” Bueno, yo no tengo polla, pero él sí… ¿cómo será?

— ¿Y su familia? Sus padres…

—… Vivo con mi madre, Lola, no conocí a mi padre y estamos las dos solas, bueno… con mi otra madre, Paula… ¿Eso no será un problema? — Vamos a ver por dónde sale…

— ¿Se refiere a que su madre y su “otra madre” son… pareja? — Me miraba inquisitivamente.

—Sí. Y prefiero que lo sepa desde ya, porque si es un problema me levanto y me voy…

—Jajaja… ¡No, Marta! Tranquilícese. Para mí no supone problema alguno… Es más. Me gusta su sinceridad y como acepta algo que para muchas personas es “anormal”. No se preocupe. Me interesa su desenvolvimiento en el puesto de trabajo. Mi interés en su vida personal radica, simplemente, en la forma que pudiera afectar a su labor en la empresa. Y quiero dejar claro que, al contrario de otras empresas, el hecho de, por ejemplo, pudiera quedar embarazada, no afectaría a mi decisión de aceptarla como empleada. Porqué, claro está, eso es asunto suyo…

— ¿Entonces me van a aceptar? — Tengo que aplicar lo que aprendí en mis cursos de ventas. A partir de ahora, el primero que habla pierde…

Me mira de forma rara. Sonríe… Transcurren los segundos cómo si fueran horas…

—Sí, Marta. Mañana empieza a trabajar con nosotros. Estará quince días de prueba y después…

Un calor en mis sienes me impide seguir escuchando a… Me repongo.

—Por cierto… Y usted… ¿Cómo se llama? — Pregunto.

— ¡Perdóname hija…! Me llamo Marco. — Este ha sido un fallo suyo. Debería haberse presentado. — Ha sido una incorrección por mi parte. Lo siento… Pero verás… Desde que entraste por esa puerta tuve la sensación de que te conocía de algo… No vayas a pensar mal. No intento ligar contigo, además de una diferencia considerable de edad, mantengo unos principios éticos que no me permitirían algo así. Pero es cierto. Quizás en algún momento nos hemos cruzado y se me ha quedado grabada tu cara… No sé, es algo impreciso… Bueno, dejémonos de pamplinas. ¡Enhorabuena! Te deseo lo mejor en tu nueva andadura con nosotros. Ahora Eloísa, mi secretaria, te explicará las condiciones y te facilitará el contrato para la firma en Recursos Humanos.

No cabía dentro de mí piel de alegría. ¡Por fin un puesto de trabajo remunerado! El hombre rodeó su mesa para ponerse frente a mí y darme la mano. La percibí cálida, fuerte, apretando lo justo… Me gustaba su tacto. Pero más aún el aroma a hombre que desprendía, con un suave perfume que lo hacía muy atractivo. Al salir del despacho su secretaria me sonrió y me indico que me sentara en una silla a su lado.

Eloísa era una mujer mayor que ocupaba una mesa en el antedespacho. Al salir yo del despacho de su jefe ya estaba recibiendo las órdenes para que me facilitara la información y el contrato…

—Marta ¿No es así?... Vamos a ver, el horario es… — Me informó de todo lo necesario — Y por Don Marco… No debes preocuparte. Es la persona más correcta que conozco. Llevo diez años como su secretaria particular y jamás se ha pasado lo más mínimo. Tú vas a relevarme. Yo me jubilo en dos semanas. Te enseñaré todo lo que debes saber respecto al trabajo que vas a desempeñar. Eso si te lo advierto, no tolera errores. Y si los cometes, no se te ocurra ocultárselos. Lo sabrá y antes o después te hará pasar un mal rato. Pero si te portas bien, sabrá compensarte…

Cuando llegué a mi casa les y di la noticia a mi familia, Lola mi madre biológica e Inma, su pareja desde hacía veinticinco años. Los gritos de alegría llegaron hasta el otro extremo de Madrid. Salimos a celebrarlo en un restaurante cerca de la empresa donde trabajaría para mostrarles el sitio y, desde la calle, indicarles la ventana del despacho donde desempeñaría mis funciones.

Esa noche no pude conciliar el sueño. Me desvelaba con facilidad. La imagen de Don Marco ocupaba mi mente. No me había ocurrido eso nunca. A pesar de lo que la gente suele creer, mis madres jamás se inmiscuyeron en mis inclinaciones sexuales. Gocé de la mayor libertad para elegir pareja y las pocas que tuve fueron todos varones. Incluso con el último, Mario, sufrieron una gran desilusión cuando lo dejé. Sencillamente no me sentía enamorada de él. Por otra parte tampoco sentía atracción por mi propio sexo. O sea, no me atraían las mujeres. Sin embargo me excitaba escuchando a mis madres cuando se enrollaban, para mí era natural, pero no me veía entre ellas.

En ocasiones nos bañábamos juntas, bien con una o con las dos. Nos lavábamos unas a otras y la curiosidad me llevaba a acariciarlas. Ellas no me lo impedían, tampoco lo propiciaban. En alguna que otra ocasión observé como llegaban al orgasmo acariciándose entre ellas y entonces me calentaba y les pedía que me tocaran. Ellas lo hacían con una dulzura y cariño inmensos. Recuerdo que en uno de nuestros baños le pedí a mamá Lola que me enseñara a besar. Y lo hizo, vaya si lo hizo. Entre las dos me besaron todo el cuerpo, me excitaron hasta el delirio y sencillamente exploté en mi primer orgasmo, un largo y dulce orgasmo.

Sin embargo al día siguiente intenté practicar lo aprendido en casa con Rafa, un compañero de clase, y la emoción que sentí, el intenso calor en mi coñito y el orgasmo que me provocó fueron… Ufff… Lo más.

De todos modos recuerdo que cuando llegaba estresada del cole, sobre todo en época de exámenes, o bien cuando sufría algún revés amoroso, me dejaba caer en el sofá y alguna de ellas o las dos, venían a abrazarme darme cariñitos, cosquillearme y en más de una ocasión les pedía que me calmasen a base de deditos. Bien me los hacían ellas o me acariciaban para que me los hiciera yo. Una vez me corría me quedaba tranquila y relajada. A partir de ese momento los problemas se diluían.

Por la noche escuchaba sus grititos ahogados, para que no llegaran hasta mí, me hacían gracia. En esas ocasiones, yo en mi camita, me desembarazaba del pantaloncito del pijama y ponía en marcha mi mente. En uno de los episodios más repetidos recordaba algo que me ocurrió:

Yo estaba en una cafetería, esperando a mi amiga, que siempre llegaba tarde. Un chico moreno, alto, con el pelo ligeramente rizado y los ojos muy negros, me miraba y sonreía. Desvié la mirada, nerviosa, pero al girar la cara, ya no estaba.

Decepcionada me concentré en el vaso de cola que tenía ante mí. Un movimiento a mi izquierda me hizo volver la cabeza para encontrarme con… El hombre de los ojos negros.

Se inclinó cortésmente. Con una sonrisa embriagadora. Mi tanguita se mojó.

—No puedo creer que una mujer tan bella esté sola esperando a ¿Quién?

—Yo esto… Bueno a mi amiga…

—Imperdonable. Permitáme vos acompañarla hasta que llegue su amiga y a invitarla a otra copa. La que tenés en tu mano es ya todo hielo y debe saber a diablos…

La dulzura de su acento argentino me cautivó. Mi silencio lo envalentonó. Llamó al camarero y encargó otra cola para mí y un ron cola para él.

—Permitáme que me presente. Mi nombre es Eduardo Adolfo. Elegí vos el que más le guste.

Y al sonreír de nuevo supe que podría hacer conmigo lo que quisiera.

—Es usted ¿argentino?

—Así es. Y estoy de paso por unas horas hasta que salga mi avión hacia Moscú. No quise desaprovechar el tiempo sin ver las bellezas de esta ciudad. Parece que he encontrado una a la primera… Y vos… ¿Cómo os llamáis?

—Adela… Me llamo Adela, Eduardo. — Me sentía arder mi almejita y estaba molesta. No quise dar mi nombre verdadero.

—Llámeme Edu. Es más corto y… Pero estoy siendo descortés. La veo incómoda. ¿No se encuentra bien? Si la estoy molestando me marcho…

—No… Estoy bien pero… tengo que ir al servicio… ¿Me permite? — Necesitaba urgentemente limpiarme porqué me sentía mojada. La voz melosa de Edu, su cercanía… Me levanté.

— ¿Me permite acompañarla? Hasta la puerta claro…

—Si… Claro…

Al entrar en el aseo presentía a Edu mirándome el trasero. Pero no solo miraba. Al cerrar la puerta sus manos en mis nalgas me empujaban hacia el cubículo cerrando a su vez. Se detuvo, me miró y le sonreí. Levantó la falda, despacio, hasta arrollarla en mi cintura. Bajaba el top para acariciar mis pechos, deslizando su mano derecha por mi vientre, pasándola bajo la cinturilla de mi tanga hasta llegar a mi sexo que se había convertido en un horno.

—Estas muy excitada Adela. Tu puchita rezuma juguitos y me encanta su olor y su… sabor.

Me giré para ver como chupaba los dedos que había colado en mi coño. Ayude a que me desprendiera del tanga y sentada en la taza del wáter desabroché su pantalón, baje la cremallera para ver saltar, ante mi cara, una preciosa verga que lamí y chupe, introduciéndola en mi boca hasta donde pude, quedando más de la mitad aún fuera. Edu no podía más. Apenas sintió mi lengua en su polla descargó dentro de mi boca. Me sorprendió, pero tragué lo que pude. Con las dos manos la masajeé de hasta ponerla de nuevo en pié de guerra. Me giré y apoyé con las dos manos en el depósito del WC dejando mis nalgas a su merced.

Se arrodilló tras de mí. Sentía su respiración en mi ano, su lengua acariciaba el esfínter, un dedo en el clítoris… Me volvía loca. Tras algunos minutos grité…

—¡¡Métemela por favor…!! ¡¡Follameee!!

Con estas imágenes en la mente, una mano en la almejita, acariciando los labios y mi garbancito y la otra en el culito. Un poco de salivilla, acariciar el ojete suavemente, mojarlo con la babilla que ya desprende el chochete, meter el dedito despacio, sintiendo como el esfínter se abre poco a poco, hasta introducir una falange del dedo medio de la mano izquierda por detrás y el dedo medio de la derecha por delante. De cuando en cuando deja el clítoris para acariciar el interior de mi vagina con dos dedos. Esto no suelo soportarlo durante mucho tiempo. Una ráfaga de sensaciones parten de mi pubis hasta la nuca. Me encojo en posición fetal, me estiro y de nuevo me encojo para terminar la operación lamiendo mi mano derecha, degustando mis juguitos. Al parecer tienen efectos sedantes porqué normalmente me duermo a continuación.

Pero esta noche no… A pesar de que he recurrido a mis deditos, no logro conciliar el sueño hasta casi el amanecer.

— ¡Vamos gandula que llegaras tarde el primer día de trabajo!

Me zarandean en la cama mis mamás, me levantan y me llevan casi en volandas a la ducha. Me desnudan y me dejan caer un chorro de agua fría por la espalda.

— ¡Joder mamá! ¡Que está friaaa!

— ¡Vamos así te espabilas antes! Jajaja.

Me decían mientras refregaban todo mi cuerpo con la esponja “natural”

— ¡Me vais a despellejar! — Gritaba mientras ellas se reían de mis gritos y yo me abracé a las dos.

— ¡Que nos mojas niña! Jajaja. Qué traviesa eres. Te vamos a castigar. Ya verás cuando vuelvas del trabajo. Venga, a desayunar. — Gritaba mi mamá Lola.

Llegué unos minutos antes de la hora. Eloísa me esperaba con una gran sonrisa en el rostro.

— ¡Buenos días Marta! Pareces cansada…

—Hola Eloísa, Buenos días… No he podido dormir mucho. Los nervios no me han dejado…

—Pues eso te lo arreglo yo en un momento, Ven conmigo… — Me arrastró de la mano por interminables pasillos hasta una salita con varias sillas y algunas mesitas. Parecía un bar. Me indicó que me sentara.

Se acercó a una máquina de café y dispuso dos vasitos de plástico llenándolos a continuación, cogió cucharillas de plástico y sobrecitos de azúcar sentándose a mi lado y ofreciéndome uno de los vasitos. No podía despreciárselo aunque a mí no me gusta el café. Pero lo tomé y curiosamente me supo bien. Entraron tres chicas, me las presentó, eran las secretarias de otros tantos ejecutivos. Eran simpáticas y congeniamos rápidamente.

Una de ellas, Carmen, me llevó del brazo a un apartado…

—Veras, estamos preparando una despedida para Eloísa. Será dentro de doce días y queremos que sea una sorpresa. ¿Estás de acuerdo con colaborar?

—Pues claro que sí. Estaré encantada… — Le dije.

Regresé junto a Eloísa que me habló de sus planes para cuando se jubilara, disfrutar de un apartamento que tenía en la costa de Huelva con su marido y alejada de los problemas de sus hijos, tenía tres, sus nueras, nietos…

La verdad es que el café me sentó bien, nos levantamos y regresamos al despacho. Seguimos con el curso acelerado para ponerme al día.

Entró Don Marco, nos saludó afablemente…

— ¿Cómo va la nueva adquisición, Eloísa?

—Muy bien Don Marco. Es lista y está muy preparada…

Los días pasaron con rapidez. No tardé en coger las riendas del puesto. Eloísa se tomó unos días libres y Carmen me buscó para que la ayudara a organizar la fiesta de despedida.

Carmen me preguntó si yo conocía algún local donde pudiéramos organizar el evento. Yo recordé que mi madre me había hablado algunas veces de un local al que ella solía ir cuando era joven y pensé que a Eloísa le gustaría algo así.

Cuando salimos de la oficina llevé a Carmen al lugar del que me había hablado mi madre. Era una discoteca de los años setenta que mantenía la decoración y el ambiente de aquellos años. Al entrar nos golpeó el olor típico de estos lugares tras haber estado cerrados durante la noche. Aunque ahora se prohibía fumar no era así años atrás.

No eran horas para que estuviera animado. Por el contrario, estaba vacío y un par de chicas limpiaban.

Una de ellas se nos acercó.

—¿Querían algo? — Preguntó.

—Pues sí, queríamos hablar con el encargado. ¿Puede ser?

—Yo soy María, la encargada, ¿en qué les puedo ayudar?

—¡Ah! estupendo… Queríamos saber si podemos organizar una fiestecita privada para agasajar a una compañera de trabajo que se jubila… ¿Puede ser?

—Claro que sí, para eso estamos. ¿Qué día sería?

—El 22, estamos a diez, faltan doce días. ¿Podría facilitarnos precios?

—Un momento. — Se desplazó hasta detrás de la barra y nos facilitó un folleto con la lista de precios de las bebidas. — Si desean algún tipo de música en especial nos lo dicen el día antes y si hay que preparar mesas también. No tenemos comida, la tendría que contratar con una empresa de catering que nos la facilita. Tendrían que ponerse de acuerdo con ellos al menos tres días antes. ¿Para cuantos sería?

—Unas veinte personas. Lo sabremos dentro de unos días.

—No hay problema. Es un día laborable y no suele venir mucha gente. Estarán muy tranquilos. Abrimos a las seis de la tarde hasta las dos de la madrugada. Después, si se quieren quedar más tiempo cerramos al público y nos quedamos un par de camareros hasta que ustedes quieran. Claro que tendrían que pagar algo más.

—Bien. Lo consultaremos con los compañeros y en un día o dos les diremos algo.

Nos despedimos y fuimos a la oficina. Informamos a los compañeros que estuvieron de acuerdo con lo que planeábamos. Incluso Don Marcos estaba dispuesto a participar, aportando una importante cantidad para sufragar los gastos.

Llamé a María y la puse en antecedentes.

Los días que siguieron fueron tranquilos, solo alterados por las expectativas que surgían de la fiesta que preparábamos.

Y por fin llego el día.

Al salir de la oficina, por la tarde, me las ingenié para llevar a Eloísa a la discoteca donde teníamos preparada la fiesta, con la excusa de mostrarle una discoteca a la que solía ir mi madre en su juventud. No estaba muy por la labor, se barruntaba algo, pero accedió.

Aún estaban las puertas a medio abrir. Eran las cinco y media.

Al entrar me sorprendí la penumbra de la sala. Las luces tenues daban una imagen bucólica y sugerente.

—¿Qué hacemos aquí, Marta? —Preguntó temerosa.

De pronto se encendieron las luces y una atronadora algarabía de voces, las de los compañeros y compañeras, atronó la disco. Cantaban el “Por ser una chica excelente…”

La mujer se refugió en mis brazos llorando y agradeciendo la sorpresa.

Los abrazos, besos y algunas lágrimas aderezaron el inicio de la fiesta. María, la encargada, se acercó para informarme de lo que habían preparado. Era una profesional de y magnífica organizadora. La música y las copas invitaban a desinhibirse, a bailar. Pronto las risas, los chascarrillos, las historias graciosas de la oficina coparon el ambiente.

Me sorprendió mi jefe invitándome a bailar con él. Por supuesto acepté. La música en aquel momento era melódica, lenta, me acogió entre sus brazos.

Una extraña sensación me envolvió. El calor de sus manos en mi cintura, su aroma de nuevo, su voz tan cerca de mi cuello… Me erizó la piel desde las uñas de los pies hasta la coronilla. Jamás me había ocurrido algo así en toda mi vida. Pero me sentía maravillosamente protegida, me refugié en su cuerpo.

Me colgué de su cuello, mi cabeza en su hombro… Mis pechos con los pezones erectos, rozando su pecho. Y me dejé llevar… Al paraíso.

No sé si fueron las copas o las sensaciones que me producía el tener a mi jefe tan cerca, tan próximo…

La música cambió. Me sentí aliviada. De haber seguido abrazada a él me habría llevado al orgasmo sin tocarme. Marco me separó con delicadeza, nos miramos a los ojos. Una lágrima se deslizó por mi mejilla. La vio. Con el dorso de la mano la recogió. Mostraba sorpresa. Me giré avergonzada y me alejé.

—Vaya, Marta, ¿qué te ha pasado con el jefe? — Preguntó Eloísa.

—Na… nada…

—¿Nada? Y vienes casi llorando. ¿Ha intentado algo?

—¡No! De verdad… No sé qué me ha ocurrido. Bueno, he recordado algo que me ha apenado y me he puesto triste. Pero no tiene que ver con él. Se habrá quedado sorprendido por mi reacción…

Mis excusas no parecían convencer a mi compañera.

—Pues aquí viene. No sé qué le has hecho, pero también está triste, lo conozco muy bien. Llevo muchos años con él.

Efectivamente venía hacia nosotras…

—Marta… ¿Te he molestado en algo? Si es así… Te ruego me disculpes, no era mi intención.

—No, no… don Marco. No tiene que ver con usted. La situación me ha llevado a recordar algo que me ha apenado y bueno, ya ve como me he puesto. Lo siento, usted no tiene la culpa, soy una tonta…

—No, Marta, no eres una tonta. Eres una mujer muy sensible y me gusta que seas así. Quizás hayas captado mi estado de ánimo. Tenerte entre mis brazos también me ha hecho recordar otro tiempo, otros momentos, en los que fui… muy feliz…

—Vaya, don Marco, no conocía esta faceta sensible suya… — Dijo Eloísa.

—Hay tantas cosas que desconoces… Y esta discoteca me trae tantos recuerdos…

—¡Marco! Ven quiero presentarte a… — Otro de los jefes de departamento lo llamaba y se marchó, no sin antes coger mis manos con las suyas y apretarlas suavemente.

—Eloísa, ¿qué sabes de él, de su vida privada? — Pregunté al quedarnos solas.

—Pues no mucho. Ha sido siempre muy reservado, no sé si está casado, soltero, viudo… No sé nada y no me he atrevido a preguntar nunca. Como te dije, jamás se ha propasado con ninguna de las chicas; incluso alguna se preguntaba si sería gay.

—Pues no creo que lo sea, a juzgar por lo que en algún momento he notado.

Mi salida dio lugar a risas que distendieron el ambiente.

La fiesta continuaba, llegó el catering con la cena y nos sentamos alrededor de una mesa en U preparada por los serviciales camareros y camareras.

Marco se sentó entre Eloísa y yo. Charlamos de cosas intrascendentes. Era un magnífico conversador que mantuvo la atención de las dos. Terminamos la comida, acompañada de vino. Después sacaron una tarta con velas, tantas como años había estado trabajando Eloísa en la empresa.

Nuestra conversación, cada vez más desinhibida por el alcohol, fue derivando hacia la vida privada. Aquí supe que Marco estuvo casado y su esposa lo abandonó seis meses después de la boda. Sencillamente desapareció. Supo de ella que estaba bien, pero no quería volver a verle y seguía casado con ella, ya que no se divorciaron. Aún la amaba.

Seguimos charlando, bebiendo y bailando, con él o con algún que otro compañero que me lo pedía. Así llegamos hasta las dos de la madrugada. Eloísa estaba agotada, yo también, sobre todo por los zapatos que me tenían los pies destrozados.

—Marta, estoy muy cansada, ¿me acompañas a casa? — Me dijo Eloísa.

—Claro que sí. Ya es muy tarde y mañana tengo que trabajar… — Respondí.

Marco lo escuchó. No había bebido mucho y se ofreció a llevarnos en su coche. Aceptamos.

Pasó primero por el domicilio de Eloísa, después le indiqué donde vivía y me llevó hasta la puerta de mi bloque.

—Don Marco, gracias por traerme, he pasado una velada muy agradable… Mañana nos vemos en el despacho…

—Hasta mañana Marta… Y cuando estemos solos solo Marco, no me llames don Marco. Ese tratamiento exclusivamente en el despacho y en público.

Estaba sentada en el lado del acompañante. Me giré, él se giró. Nos miramos… Yo esperaba que se decidiera a besarme… Se acercó, tomó mi mano y depositó un beso en mi frente. Me sorprendió y sonreí. Él sonrió y mi entrepierna se humedeció.

¡Joder! ¿Me estaba enamorando de mi jefe?

Inesperadamente descendió, dio la vuelta y abrió la puerta del vehículo. No sé si se percató del rubor de mi rostro. Me dio su mano y apoyándome en ella bajé. Besó mi mano, dio la vuelta, se montó en el coche y se marchó.

Miré hacia arriba y creí ver a mama Lola mirando tras los cristales del balcón.

Me esperaban las dos en el salón del piso.

—Qué, qué… ¿Cómo te lo has pasado? — Preguntaron a dúo.

—Bienn… Ha sido una cena de empresa… ¿Qué esperabais?

—Pues el que te ha traído ha sido muy caballeroso contigo, te ha abierto la puerta y se ha despedido besándote la mano… Aunque me ha parecido algo mayor para ti ¿no? — Dijo mamá Lola.

—¡Sois unas cotillas! Anda dejadme en paz que estoy muy cansada.

—Vamos, cuéntanos algo… ¿Quién es?

—Mi jefe, es mi jefe y es muy mayor.

—Uy, uy, uy. Detecto algo raro. ¿No te estarás enamorando de tu jefe? — Mi madre leía mi pensamiento.

—¡Pero qué cosas tienes! ¡Ya sabes el dicho…!

¡Lo estás…! ¡Te has colado por tu jefe! — Afirmó mamá Paula.

—¡Dejadme en paz! — No pude más… Llevé mis manos a la cara y estallé en llanto…

—¡Dios mío! ¡Es verdad! ¡Está enamorada! — Exclamaron las dos. Me rodearon y nos abrazamos las tres.

Reían y lloraban conmigo, me acariciaban el rostro, el cabello.

Me llevaron hasta su habitación, me desnudaron y me acostaron en medio de ellas, como cuando era pequeña. Abrazadas las tres nos dormimos.

Desperté tarde y sola. Era sábado y no trabajaba. Mis mamás estaban sentadas en la cocina, tomando café y charlando. Al acercarme, descalza, pude oír lo que decían.

—Me preocupa la niña, Paula. No la he visto así nunca. Esto puede ser algo serio; conozco historias de secretarias enamoradas de sus jefes sin poder expresar sus sentimientos por miedo a perder el trabajo o, lo que es peor, convertirse en sus entretenidas.

—Bueno, Lola, tal vez sea una tormenta en un vaso de agua. No sabemos qué ha pasado esta noche y que importancia puede tener. No sabemos en qué situación se encuentra su jefe, si es soltero, casado, viudo…

—Está casado pero su mujer lo dejó al poco de casarse y desde entonces vive solo. Pero no os preocupéis. Anoche no pasó nada y seguirá sin pasar nada. ¿Queda un poco de café? — Les dije sorprendiéndolas.

—¡Vaya! ¿Ahora tomas café? Estás muy cambiada. Siéntate y cuéntanos que pasó anoche. — Mamá Lola se levantó y me puso delante una taza humeante.

—No pasó nada mamá. Comimos, bebimos y bailamos. Nos reímos y don Marco nos trajo a casa a Eloísa y a mí. Ya viste que es un hombre muy cortés y amable. Nada más. — Les dije.

—¿Cómo has dicho que se llama tu jefe? — Preguntó mamá Lola frunciendo el ceño.

—Don Marco Gálvez, ¿por qué?… — Pregunté intrigada.

¡¡Dios mío!!… ¡¡Dios mío!! ¡¡Marta, ese hombre es tu padre!! — Gritó mi madre tirándose de los pelos.

Paula la abrazó y estallaron en llanto las dos. Yo no entendía nada. Mi cabeza era un caos y me quedé paralizada.

.

.