El primer día del verano

Ana se dispone a disfrutar de su primer dia de verano en las playas de Fuerteventura ,igual que en los últimos años.El destino le tiene prepara una sorpresa...

EL PRIMER DÍA DEL VERANO.

Está historia me la contó mi amiga Ana hace unos meses, conociéndola sé que es cierta.

Para Ana el primer día del verano era siempre el mejor. Cuando se divorcio hace dos años, entre otros muchos cambios en su vida, decidió que a partir de entonces comenzaría sus vacaciones con una semana de descanso en la playa. Fuerteventura se había convertido en el punto de partida de las tres semanas seguidas que abandonaba la ciudad y su vida rutinaria en la misma. Le gustaba la tranquilidad de la isla, las playas de dunas de arena fina y de mar turquesa, la sensación de anonimato y de cambio radical con su vida ordinaria. Era como un giro brusco en la ruta, se trataba de romper lo más rápido posible con los lazos del trabajo, del día a día agotador, y dejar el cuerpo y la mente desintoxicados de la contaminación del resto del año. Lo tenía claro, le gustaba viajar sola y desconectar incluso de sus amigos: nada de móvil ni ordenador, solo libros y música, y cuanto menos contacto con la gente, mejor.

El hotel se lo había recomendado un amigo y respondía a lo que iba buscando: pequeño, con un acceso directo a una playa en la que solo había un chiringuito con una zona de hamacas y sombrillas, y con un precio suficientemente alto para desincentivar a familias con niños. La tranquilidad y el silencio del hotel solo se quebraban con la música del chiringuito y con el ruido de las olas. Muchos días no hablaba con nadie, más allá de los camareros, y esto le producía un intenso relajo, era como hacer justo lo contrario que el resto del año en el que por motivos de trabajo, el contacto con la gente se había convertido en una obligación de la que era incapaz de disfrutar.

El primer día había que disfrutarlo, pensó Ana, mientras decidía que traje de baño ponerse. La misma duda de la elección tenía su encanto: frivolizar y perder el tiempo de esa manera la hacía sentirse feliz .Al final se decidió por un bikini blanco, con el mínimo de tela que su pudor le permitía, era la mejor elección, realzaría su piel morena y sus rasgos mediterráneos. Se había visto muy guapa en el espejo, el no relacionarse en el hotel no suponía que no le gustase atraer la vista de los hombres .Ahora solo quedaba bajar a la playa y seguir la rutina de los dos últimos años. Siempre escogía una sombrilla en la primera línea que pagaba al principio de la semana al dueño del chiringuito, un alemán enamorado de la isla y que no hablaba con los huéspedes, salvo las frases de cortesía que como empresario consideraba que debía dirigir a sus clientes. Pero este año la playa le tenía reservada una sorpresa, el alemán había decidido contratar un encargado para la temporada veraniega: un joven africano, muy delgado, con una mirada penetrante, orgullosa, directa a los ojos, en cierto modo desafiante. No era guapo, ni atlético ni tampoco pretendía ser simpático, pero su forma de mirar, de hablar con los ojos, la seguridad en sí mismo, le hacían muy atractivo.

Ana se acercó al joven y con la mejor de sus sonrisas le pidió una sombrilla en primera línea y a ser posible alejada de otros turistas. El joven no la respondió, cogió una colchoneta se la apoyo en la espalda y fue directo hacía la primera línea de sombrillas. Cien euros toda la semana o veinte al día, fueron las primeras palabras que Ana escuchó al joven. Y le gustaron. Su voz era firme, muy decidida, incluso desafiante. Pagaré los cien euros por toda la semana y si además me sonríes te daré una buena propina, fue la repuesta de Ana, acostumbrada a tratar con todo tipo de personajes en su vida profesional. El joven ni se inmuto, se dio la vuelta y se dirigió al chiringuito a seguir escuchando música.

El alemán le había dejado al joven instrucciones muy precisas para intentar hacer más rentable el chiringuito. Cada hora debía hacer una ronda por las hamacas ofreciendo bebidas, se trataba de que los turistas consumiesen lo máximo y a ser posible combinados tropicales que eran los más rentables.

Cuando al cabo de un rato Ana vio acercarse al joven tomo la decisión de cambiar su estrategia de los últimos dos años, esté verano se relacionaría más con la gente y el primer ejemplo sería con el joven de las hamacas.

No, muchas gracias, no quiero nada de beber, pero si no te importa te agradecería que me pusieses crema por la espalda, el sol de aquí es muy traicionero. Las palabras de Ana no tuvieron repuesta por parte del joven, pero su mirada habló por él y estremeció a Ana. Cuando le vio agacharse a coger el bote de la crema que estaba en la arena, el cuerpo de Ana empezó a temblar, el atractivo del joven inundaba toda la playa.

Túmbate boca abajo y quítate el bikini. Días después las palabras del joven seguirían escritas en la mente de Ana, no conseguiría borrarlas. La seguridad con que las dijo, su firmeza, la había dejado paralizada, sin capacidad de reacción. Había cumplido la orden, no fue capaz de decirle que no, solo había mirado a su alrededor para comprobar que sus vecinos de hamacas estaban suficientemente alejados para entender lo que estaba sucediendo y se había quitado las dos piezas de su traje de baño antes los ojos inquisidores del joven.

El joven, después de quitarse el tanga que le cubría, se sentó a horcajadas sobre las nalgas blancas de Ana y, como se estuviese pintando un lienzo con las manos , empezó a extender suavemente la crema sobre su espalda . Parecía como si no estuviese tocando su cuerpo, sus manos solo rozaban la piel .Cuando Ana sintió la verga del joven sobre su trasero, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, nunca pensó que la desvergüenza del joven pudiese llegar tan lejos. A medida que las manos del joven, grandes y suaves, recorrían toda su espalda, Ana notaba como el miembro del joven mostraba toda su potencia sobre su cuerpo y esto la excitaba hasta tal punto que tuvo que hacer grandes esfuerzos para no soltar un gemido. Las manos del joven acariciaban el cuello, la espalda, los brazos, las manos … mientras Ana, con los ojos cerrados, disfrutaba como no recordaba haberlo hecho. Cuando las manos del joven llegaron a las nalgas tocaron allí donde otros hombres con menos destreza ya lo habían hecho. Ana había perdido ya el control y sus expresiones de placer, aun en un tono suave, armonizaban con la música del chiringuito. El joven se movió hacia atrás para poder acariciar los muslos de Ana. A medida que lo hacía Ana iba abriendo lentamente sus piernas, ofreciendo su sexo a los ojos del joven, poco a poco, para que ambos pudiesen seguir disfrutando sin prisas. El joven prefirió no tocar allí donde ella le insinuaba, se levantó y con un beso en los pies dio por terminado la primera parte del masaje.

A continuación, el joven le pidió que se diese la vuelta y los ojos de Ana se cruzaron con los suyos, era difícil saber cuál de los dos estaba más excitado. Las manos de joven cubrieron los pechos de Ana y con los dedos acarició sus pezones que miraban al sol .Sentado ahora sobre el sexo de Ana, el joven rozó con la palma de la mano sus labios y volvió a tocar los pechos para hundir con suavidad sus dedos sobre ellos. El joven siguió recorriendo el cuerpo de Ana, dirigiéndose con ternura hacía donde ella quería. Cuando las manos llegaron a su destino, la penetró primero con un dedo, luego con dos, entrando hasta el fondo de su sexo, con la mirada fija en los ojos de Ana, viendo como se moría de placer.

Lo que sucedió el resto de la semana lo desconozco, que cada uno imagine lo que quiera. No sé si los masajes se repitieron, si hicieron el amor por la noche en la playa, o tal vez no volvieron a verse. Si sé que Ana ha vuelto a Fuerteventura porque ayer recibí una postal suya con solo una frase: el primer día del verano es el mejor.