El primer día de consulta
Un joven médico comienza su primer día de trabajo en una mutua realizando las revisiones de salud a los empleados de las empresas.
No se suele pensar en que para los médicos también existe ese primer día de trabajo y yo nunca olvidaré el primero en mi nuevo puesto. Hacía poco tiempo que había acabado mis estudios y tras pasar por varios sitios sin pena ni gloria conseguí trabajo en una mutua realizando los chequeos rutinarios de las empresas.
Aunque ya conocía más o menos la distribución de la clínica ese primer día llegué temprano para terminar de situarme. El sitio era pequeño y estaba a pie de calle. Entrabas directamente a un pasillo que servía de sala de espera y al fondo había dos salas. Una la de la enfermera que se encargaba de tomar las muestras y hacer algunas pruebas y otra la mía dónde pasaba la consulta. El local se completaba con un pequeño baño y un cuartito usado de almacén.
Tras explorar un poco el local y acomodarme en mi oficina para habituarme a ella llegó María la enfermera. La chica era todo sonrisas y me saludó con efusividad interesándose por cómo me sentía ante el primer día de trabajo. Ella llevaba ya unos años en esta mutua y se notaba que le gustaba lo que hacía. Desde el primer momento me dio la impresión y durante el tiempo que trabajamos juntos comprobé, que era esa clase de persona con el don de hacerte sentir tranquilo y a gusto aunque esté a punto de clavarte una aguja para sacarte sangre.
María me deseó suerte, se puso su bata y se metió en su sala cerrando la puerta. Yo hice lo mismo y me instalé en la mía. El procedimiento que seguía la clínica para las revisiones era que los empleados iban llegando a la hora que tenían asignada, esperaban hasta que María les llamaba para tomar sus muestras de sangre y orina, pesarles y hacerles las mediciones de vista y oído. Después pasaban a mi consulta donde yo les hacía el resto de la revisión.
Escuché el timbre de la puerta de la calle por lo que el primer paciente acababa de llegar. Calculé que tardaría al menos un cuarto de hora en entrar en mi consulta. Traté de tranquilizarme y que la espera no se me hiciera eterna. Aunque sabía que la consulta iba a ser rutinaria y no me iba a encontrar problemas no quería que se me notara que era nuevo en el trabajo.
Ensimismado en mis pensamientos acabé perdiendo la noción del tiempo hasta que el ruido de unos nudillos golpeando mi puerta me devolvió a la realidad. Sentándome correctamente e intentando adoptar una apariencia profesional di paso para que mi primera consulta entrara.
Por la puerta entró una chica alta, de melena castaña larga hasta un poco por debajo de los hombros y con un vestido de una pieza en tonos verdes que le llegaba a la altura de las rodillas dejando ver el resto de las piernas cubiertas por unas medias claras. Tras el saludo inicial le invité con un gesto a sentarse enfrente de mi escritorio. Pude escuchar el ruido de sus tacones resonando contra las baldosas del suelo.
La primera parte de la consulta consistía en rellenar su ficha con los datos básicos así que comencé a realizarle el cuestionario.
¿Nombre? –pregunté.
Laura
¿Edad?
Treinta años.
¿Puesto en la empresa?
Consultora comercial.
¿Trabajo sedentario? – le pregunté fijándome por primera vez en sus ojos claros.
Sí, la verdad. Sobretodo delante del ordenador o en reuniones. Alguna vez me toca estar bastante tiempo seguido de pie en alguna presentación pero no es a diario.
¿Tabaco?
No fumo.
¿Alcohol?
Moderado. Los fines de semana algo más – me contestó con una sonrisa que claramente quería decir «me emborracho de vez en cuando».
Bien – dije terminando de apuntar en el ordenador la primera parte del cuestionario. – Para el resto de la revisión quítate la ropa de cintura para arriba por favor.
Laura levantó ligeramente las cejas como si se hubiera dado cuenta de algo y se puso de pie. En ese mismo instante yo también caí en la cuenta. La chica llevaba puesto un vestido de una pieza y por tanto no podía desnudarse de cintura para arriba sin quitarse todo. Normalmente, y es algo que he comprobado desde entonces, las mujeres no se ponen vestidos para las revisiones. Supuse que después tendría alguna reunión importante o que directamente no se acordó de la visita médica al elegir el vestuario del día.
Las manos de la chica agarraron la parte inferior de la falda y empezó a subirla. Poco a poco pude ver cómo aparecían las piernas cubiertas por las finas medias. Cuando Laura se subió el vestido hasta el vientre comprobé que no eran medias lo que llevaba sino pantis que llegaban hasta su cintura y cubrían unas braguitas negras de aspecto delicado. El vestido siguió subiendo dejando a la vista su estómago plano hasta detenerse en el comienzo del volumen de sus pechos debido a su tamaño.
La consultora estiró un poco el vestido enrollado a la altura de su pecho para hacer espacio y siguió subiéndolo hasta sacarlo por la cabeza. Su sujetador negro del mismo estilo que las braguitas, quedó al descubierto tapando lo suficiente sus dos magníficos pechos y realzándolos de manera que se le formaba un canalillo espectacular donde desaparecía la luz y los ojos de quien miraba.
Me quedé tan distraído por los atributos de mi paciente que no me di cuenta que dejaba el vestido en la silla y sus manos se dirigían a su espalda para desabrocharse el sujetador. Reaccioné cuando vi que sus pechos se movían al liberarse de la tensión del sostén y que la prenda se deslizaba dejando visible unas areolas oscuras.
Perdona, no hacía falta que te quitaras el sujetador – le dije procurando que no se me notara la excitación. Laura me miró con el sujetador colgando de su mano, bajó la vista a sus pechos y volvió a mirarme.
¡Qué corte! – exclamó poniéndose un poco roja. – Bueno, ya da igual. Me suele costar ponérmelo. Me visto luego – decidió dejando la prenda en el respaldo de la silla encima del vestido.
Como prefieras – contesté dando gracias mentalmente. – Acércate al centro de la sala, voy a auscultarte.
Me puse el estetoscopio al cuello y me acerqué donde la paciente me esperaba de pie. Vestida únicamente con unas braguitas y unos pantis finos su visión era impresionante. Su vientre plano resaltaba aun más sus enormes tetas ya que sobresalían bastantes centímetros respecto a él. Me paré apenas a un paso de ella y le puse el aparato en el comienzo del pecho. Laura dio un pequeño respingo y me disculpé por la temperatura del estetoscopio. Comprobé cómo sus pezones se endurecían un poco al reaccionar al frío del instrumento.
Al estar mis manos tan cerca de sus tetas notaba el calor que irradiaban y tuve que hacer grandes esfuerzos no sólo por no tocárselas sino simplemente en concentrarme en escuchar su respiración y los latidos del corazón. En ese momento maldije a Laënnec, el inventor del aparato, ya que antes de él las auscultaciones se hacían acercando el oído al pecho del paciente. Lo que hubiera dado yo por apoyar mi cara en esas fantásticas tetas.
Mientras movía por diferentes partes de su pecho el estetoscopio me fijé en que la piel de sus tetas estaba ligeramente más pálida que la del resto del cuerpo. Eso me dio más morbo aun ya que significaba que no hacía topless en la playa, probablemente porque le daba vergüenza que le vieran los pechos, y sin embargo estaba delante de un desconocido con las tetas al aire.
Le pedí que se diera la vuelta para auscultarle la espalda. También le dije que inspirara y expirara profunda y lentamente. Al estar detrás de ella y ser un poco más alto no tuve problema en mirar hacia abajo por encima de su hombro y contemplar la perspectiva que tenía Laura de sus pechos cada vez que miraba hacia abajo. Ver cómo subían y bajaban esas tetazas con cada respiración hacía que me faltara el aire a mí.
Tras terminar la auscultación le comenté que iba a revisar su columna. Recorrí con las manos su espalda, apretando en varios puntos específicos. Después le pedí que se inclinara y tratara de ponerse lo más horizontal posible sin doblar las piernas. Laura siguió mis instrucciones pero yo no me fijé en la forma que tomaba su columna sino en cómo la gravedad actuaba sobre sus enormes pechos y empezaban a colgar completamente verticales. A ojo calculé que le medirían unos veinticinco centímetros desde su torso. Ojalá pudiera grabar a fuego en mi mente una imagen desde esa perspectiva.
Laura permanecía en la misma postura totalmente ajena a mis miradas. Le pedí que moviera los brazos. Primero que los pusiera en cruz y después que subiera alternativamente el derecho y el izquierdo. Los ejercicios no tenían ninguna finalidad práctica para mi examen pero con cada uno de ellos sus tetas empezaban a bambolearse y yo necesitaba ver ese par de tesoros en movimiento.
Aunque la hubiera mantenido en esa posición durante horas no quise abusar de su paciencia y que empezara a pensar algo raro y le pedí que se sentara en la camilla con las piernas colgando para que pudiera probarle los reflejos. Acerqué una silla y me senté delante quedando mi cabeza a la altura de las braguitas negras que se veían a través de sus pantis. Mientras golpeaba suavemente con un martillito sus rodillas para examinar sus reacciones, intenté comprobar a ver si a través de la tela podía adivinar si llevaba el pubis completamente depilado o si lo llevaba con pelito pero las braguitas lo tapaban entero.
Terminada la revisión de los reflejos continué con mi examen durante unos diez minutos más realizando diversas pruebas y aprovechando cada oportunidad para admirar sin que se me notara ese maravilloso cuerpo semidesnudo que estaba en mi oficina. No volví a pensar en ningún momento en que era mi primer día y los únicos nervios que sentía eran debidos a la excitación que me provocaba la situación.
Acabado el examen le pedí que se sentara de nuevo frente a mi mesa para finalizar el cuestionario. Rellené los datos que me faltaban mientras mi mirada se posaba en ella cada cierto tiempo. Pese a que llevaba media hora viéndola desnuda el tenerla sentada frente a mi escritorio con las tetas al aire con toda naturalidad me daba un morbo especial. Sobretodo en cierto momento en el que se inclinó hacia delante y sus tetas quedaron apoyadas sobre la mesa.
Muy bien Laura, ya hemos terminado. Puedes vestirte de nuevo – le dije dando por finalizada la consulta.
Gracias doctor. ¿Todo bien? – Me dijo levantándose.
Sí. Todas las pruebas perfectas. Ya recibirás en la oficina el informe detallado – contesté sonriéndola.
Laura cogió el sujetador y disimulando miré cómo se lo ataba por delante y después lo giraba hasta dejar el cierre a la espalda. Se subió la banda hasta debajo de los pechos y mientras se subía los tirantes se agarró primero una teta para colocarla bien la copa del sujetador y después la otra. Mi excitación llegó al máximo al ver la naturalidad con la que ella se tocaba esas impresionantes tetas que llevaba yo tanto tiempo mirando y deseando acariciar.
Una vez que sus pechos volvieron a quedar ocultos y levantados por el sujetador cogió el vestido y se lo puso de nuevo a través del a cabeza. Completamente vestida la comercial no daba la impresión que tuviera unos atributos tan grandes escondido debajo. Nos despedimos y cerró la puerta al salir. Mi excitación era tan inaguantable en ese momento que me planteé masturbarme ahí mismo antes de la siguiente consulta. Además, tenía vasitos para muestras donde dejar mi donación como tributo al cuerpo de Laura.
Pero cuando ya estaba decidido a hacerlo unos nudillos golpearon mi puerta indicando que mi siguiente paciente esperaba su turno. Le dije que pasara y una chica morena de pelo corto entró en la consulta. A diferencia de Laura no llevaba vestido sino unos vaqueros y un jersey pero tan ajustado que no me costó intuir que debajo se escondían un par de tetas tan grandes o más que las de la consultora y que en breves iba a poderlas contemplar tapadas como mucho por la tela de un sujetador. «Me encanta mi trabajo», pensé feliz.