El primer dia con él

No puedo describir con palabras lo que pasó, pero solo Él sabe como me sentí a sus pies, cómo me hizo sentir su hembra.

EL PRIMER DIA CON ÉL

Él es mi Amo, al que admiro, respeto y venero.

Voy a relatar nuestra primera sesión real, a petición suya, y como parte de mi entrenamiento como su sumisa.

Nos habíamos presentado mutuamente cinco días antes, en un lugar público y discreto, tomando un café y charlando largamente, pero a los tres días mi cuerpo temblaba, mi alma llena de dudas se debatía entre el sí o el no del encuentro, no se trataba sólo de ser o no valiente, sino de poder tener delante de mi al hombre que tanto respeto me merecía, y mis dudas se versaban tanto en el resultado del encuentro, como en su posterior continuidad, debido a mis anteriores fracasos, y a la decepción que estos habían causado en mi ánimo tras la primera relación.

Temía que se perdiera la maravillosa magia que envolvía nuestra fantasía.

Tenía verdadero pavor, y comentándoselo a Él me dijo que era una decisión mía exclusivamente, tomada desde la libertad, y que nada iba a pasar si decidía posponer nuestra reunión para otro momento más propicio o para cuando me sintiese preparada. Eso me tranquilizó, con Él era todo tan sencillo…

Lo dispuse todo, la víspera me apliqué recogiendo la casa para que Él se sintiese lo más cómodo posible, y preparando la comida, para que nada entorpeciese el acontecimiento.

Escogí la ropa que Él me había indicado para la ocasión, y me acosté, nerviosa y excitada.

Había llegado el día, me levanté temprano, puse sábanas limpias, abrí el balcón de la habitación, para que los incipientes rayos del sol bendijesen nuestro pequeño rincón secreto, y aspirando el fresco aire de la mañana la cerré de nuevo, para poder dejarla aclimatada y caliente tras conectar el acondicionador.

Me vestí rápidamente con ropa cómoda y salí a la cafetería de la esquina para poder ofrecerle a Él un desayuno en condiciones con alguna pieza de bollería.

Volví a casa y me dispuse a bañarme cuando sonó el teléfono móvil. Era Él avisándome de que ya había llegado a las inmediaciones de mi edificio, le indiqué el número exacto de la casa, y me introduje presurosamente en la bañera, que ya tenía en su punto. Fue una inmersión rápida, pues el agua ya llevaba su preparación, y me sequé y vestí como una exhalación.

Estaba temblando, y no era de frío, la excitación que la situación era tal que tenía mi vello completamente erizado.

De repente sonó el timbre de la puerta, y sujetándome el último aplique del liguero le abrí, y cerrándola tras su entrada, me dijo que estaba preciosa.

Yo llevaba tal y como Él me había indicado, una camiseta de encaje negra semitransparente, por la cual y entre su tejido sobresalían mis pezones de forma atrevida, también llevaba un liguero negro que sujetaba las medias del mismo color.

Se quedó mirándome y me repitió que estaba preciosa, dándome a continuación un beso apasionado, largo e intenso, como hacía tiempo no recordaba, haciendo que flaqueasen mis piernas.

Me dijo que me mirase en el espejo, y así lo hice, me miré en el espejo del recibidor, mientras Él se ponía detrás de mí introduciendo su mano entre mis piernas, comprobaba complacido mi humedad, y con unas hábiles maniobras por su parte, sentí cómo con suma facilidad había introducido lentamente tres de sus dedos en mi cavidad vaginal.

No dejaba de mirar mi rostro y mis gestos de sorpresa, hasta que llegado el momento y tras tan delicadas embestidas, provocó en mí una cascada de líquido que avergonzada no pude contener, y un placer que se me escapó al control que se suponía debía tener.

Él sonreía feliz, y me dijo que me tranquilizase que solo era la primera corrida que le había regalado.

Yo casi no podía mediar palabra, le acompañé a que se lavase las manos y luego limpié el suelo con un paño, y mis piernas con una toalla húmeda, secándome bien.

Le pregunté si le apetecía tomar un café, a lo que me respondió que aceptaba si yo me tomaba otro. Preparé la mesa y saqué el café acompañado de la bollería, pero no teníamos apetito, solo deseo carnal, y apenas probamos los dulces.

La casa estaba caliente y mi Amo y yo, más todavía.

Me dijo: -llévame a tu habitación-, y le conduje.

Allí estaba todo dispuesto, todo el material de que disponía sobre el comodín, (pinzas metálicas, pinzas de ropa, cuerdas, consoladores de varios tamaños, mariposa y cepillo dental vibrador, esposas metálicas, jeringas para succión, lubricante y preservativos) además de dos látigos de varias colas colgados del pomo del armario.

El me dijo: -¿recuerdas que teníamos un castigo pendiente?- Yo le respondí: -sí Amo-.

-Ve entonces a la cocina y trae la pala de madera, sumisa-, (unos días antes había desobedecido una orden suya, poniéndome bragas cuando Él me había indicado lo contrario).

Arrodíllate sobre la silla - dijo mi Amo-, (a lo que obedecí de inmediato), y ve contando los golpes, porque vas a recibir ahora mismo tu castigo.

Me dio treinta palmetazos a cual más intenso, que yo iba contando y dándole las gracias a cada uno de ellos, a pesar del escozor que sentía.

Luego me indicó que me pusiese boca abajo sobre sus piernas, que el castigo había sido cumplido, pero que Él deseaba que le obedeciese. Hice lo que me ordenaba, y así en esa posición empezó a nalguearme, teniendo yo que contar una a una las nalgadas, de vez en cuando se detenía para acariciar mi trasero, alternando dolor y placer, dureza y suavidad.

Cuando hube contado cuarenta y nueve, detuvo su ritmo e introdujo su mano entre mis piernas, volviendo a constatar mi lubricidad, y, con una de sus manos en mi nuca, y la otra en mi sexo, empezó a mover ambas, provocando en mí, nuevamente un derroche de gemidos y líquido que rebosó resbalando por su pierna.

Me disculpé por el excesivo escape de humedad, pero Mi Amo estaba feliz, y ordenándome que me arrodillase, me instó a que abriese la boca para introducir en ella su enorme polla, que tenía palpitante bajo su pantalón.

Le abrí su cinturón presurosamente y bajé su cremallera con cuidado, retiré su pantalón arrodillada como estaba, y con mimo acaricié su miembro por encima de su slip.

Me dijo con tono autoritario:-Chúpamela perra-, a lo que sin dilación accedí, acoplando su duro miembro en mi boca, y con delicada suavidad empecé a lamer y chupar tal y como Él me había ordenado, con verdadera pasión.

Mi Amo derramó su semen en mi boca, que me tragué según iba depositando sus oleadas en ella. Fue delicioso saber que Él estaba sintiéndose a gusto con su perra, y la usaba como le placía.

Me ordenó que me tumbase en la cama, y, tomando algo del material que ya había dispuesto sobre el comodín, me ató las muñecas con una cuerda al cabecero.

Caprichosamente iba cogiendo instrumentos, haciéndome sentir diferentes sensaciones: dolor al aplicarme las pinzas metálicas, placer al activar el cepillo y la mariposa sobre mi coño, que le pertenecía, o introducirme su misma mano o algún vibrador, provocando que la humedad saliese nuevamente, a su antojo.

Él sabía hacerme rabiar de ansiedad, gemir como una perra en celo, gritar de dolor, que se transformaba en delicioso deseo, pidiéndole que penetrase a Su puta.

Mi Amo me usó como tuvo antojo, ya follándome la boca, el coño o el culo.

Era suya y lo podía hacer, le pertenecía.

Así me tuvo durante dos horas a su merced. No puedo describir con palabras lo que pasó, pero solo Él sabe como me sentí a sus pies, cómo me hizo sentir su hembra.

Ahora desde la soledad de mi hogar los recuerdos me acompañan, y no hago más que pensar en el momento de volver a poder reunirme con Mi Amo, en el momento de volver a ser Su puta, Su perra, y Su princesa.

maddy