El primer día (5: Nuevos horizontes)
Me hizo soltar su sexo y lo acercó cuidadosamente al mío. Ambos sabíamos lo que iba a pasar. Nos miramos intensamente a los ojos, en ese momento descubrí que aquel deseo que sentía hacía a él, era algo más.
EL PRIMER DÍA (Cap. 5 y último. Nuevos horizontes).
(Para conocer esta historia debes leer los anteriores capítulos, El anterior a este puedes leerlo en: http://www.todorelatos.com/relato/38017/ )
Me quedé abrazada a Pierre durante un buen rato, necesitaba sentir su calor, pues sentía que algo dentro de mí se estaba rompiendo. Sus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, su sexo se puso erecto, pero en aquel momento no era aquello lo que yo necesitaba.
Amor, vamos a dar una vuelta, necesito que me dé el aire. le supliqué.
Esta bien aceptó.
Nos vestimos y fuimos al centro de la ciudad a dar una vuelta. Era un día radiante, el sol brillaban en el cielo, despejado de nubes. Estuvimos paseando por un parque, cogidos de la mano como dos enamorados. En aquel momento no existía nadie más importante en el mundo que nosotros dos, todo parecía perfecto. Corrimos descalzo por la verde hierba, jugamos como dos adolescentes y conseguí olvidar un poco la sombra de la duda que pendía de mi matrimonio. Luego comimos en un coqueto restaurante. Al verlo por fuera enseguida nos gustó a ambos y entramos. El maitre nos recibió preguntándonos si seriamos dos, le respondí que sí y que nos buscará una mesa un poco aislada, cerca de la ventana. Comimos muy acaramelados ambos y felices.
Por unas horas pude olvidar lo que hervía por mi cabeza en cuanto a mi marido. Algo que llevaba tiempo sospechando, pero de lo que no había tenido ninguna certeza hasta ese momento, y a lo que tampoco le había dado importancia, quizás por el miedo a perderle o quedarme sola. Pero ahora todo era distinto. Había una nueva ilusión en mi vida.
Después de comer, decidimos ir a pasear por la playa. Pierre sabía cuanto me gustaba el mar, por eso me propuso dar aquel paseo. A pesar de haber empezado ya el otoño, aún hacía calor, así que decidimos pasear junto a la orilla, con los pies descalzos, dejando que el agua del mar nos mojara. Poco a poco fue atardeciendo, y decidimos sentarnos en la arena. Empezamos a besarnos apasionadamente, sintiendo el calor de amor en nuestros corazones y el deseo vibrando entre nuestras piernas, así que una vez hubo anochecido y la playa quedó desierta, nuestras manos no tardaron en abrir botones y bajar cremalleras para explorar las fronteras de nuestra piel. Pierre se puso sobre mí, su cálida piel sobre la mía me hacía estremecer. Le deseaba tanto como siempre o más. Nuestros labios se unían en largos y románticos besos. Sus ojos estaban llenos del brillo intenso de la pasión. Acerqué mi boca a su oído y le susurré:
Te amo.
Pierre me respondió en voz baja, como si temiera que alguien nos escuchara:
Te amo.
Seguimos besándonos, mientras mis manos recorrían su espalda y sentía su entrepierna creciendo entre la mía. Nuestras respiraciones se aceleraban al compás de la pasión que crecía entre nosotros. Con mis manos busqué su sexo, altivo y erecto, caliente y deseoso. Lo saqué de su refugio y traté de acariciarlo, mientras sus manos acariciaban mi culo y se perdían luego entre mis piernas, para aplicar un suave masaje sobre mis labios vaginales, haciéndome estremecer de deseo. Ese deseo inconfundible que sólo él me hacía ansiar. Los gemidos se confundían con el sonido apacible de las olas. Y mi sexo se humedecía con la misma intensidad que el agua del mar.
Me hizo soltar su sexo y lo acercó cuidadosamente al mío. Ambos sabíamos lo que iba a pasar. Nos miramos intensamente a los ojos, en ese momento descubrí que aquel deseo que sentía hacía a él, era algo más que deseo y que todos los "Te amo" que le había dicho, empezaban a recobrar sentido. Por eso cerré los ojos y dejé que me poseyera, que me hiciera suya y sólo suya, por fin y para siempre. Sentí como entraba en mí, como nuestros cuerpos se unían en una fusión perfecta, y cuando ya estuvo dentro empezó a moverse lentamente, haciéndome sentir cada movimiento, cada roce, cada caricia, cada beso.
La luna brillaba en el oscuro cielo de una estrellada noche de locura. Y nuestros cuerpos se amaban sobre la arena de la playa, meciéndose al ritmo de las olas del mar. Le rodeé con mis piernas y le apreté contra mí, quería sentirle tan dentro de mí como fuera posible. Cuerpo a cuerpo, luchando en una batalla sin vencedor ni vencido, bailando en la hoguera de la pasión, hasta que él empezó a llenarme de su esencia y yo empecé a gemir con mi placer. Nuestros cuerpos se convulsionaron el uno contra el otro y la unión se completó bajo una noche perfecta. Se dejó caer sobre mí y nos abrazamos con fuerza, abrí los ojos y desperté del sueño. Debíamos volver a casa.
Nos arreglamos la ropa y volvimos a mi casa. Aún nos quedaban 12 horas para estar juntos.
Al llegar a casa, llamé a mi marido, pues era ya algo tarde y él aún no me había llamado.
Diga. sonó la voz de una mujer al otro lado del teléfono, lo que me sorprendió bastante.
¿Ana? Pregunté ya que me había parecido la voz de su secretaría.
Sí, Sra. López, disculpe, es que su marido está ocupado, no puede atenderla ahora. ¿Desea algo? Preguntó amablemente tratando de disimular.
No, quería hablar con mi marido, pero si no puede ponerse no pasa nada, dile que le he llamado y ya está. Por cierto, creí que el viaje lo iba a hacer el sólo.
No, al final decidimos que yo también vendría porque me iba a necesitar.
Necesitar, la palabra empezó a dar vueltas por mi cabeza.
Bien, pues nada, un saludo. Dije, pero en lugar de colgar, me quedé escuchando esperando a que fuera ella la que lo hiciera.
La sorpresa aumentó en mí cuando escuché la voz de mi marido preguntándole:
¿Quién era, cariño?.
Cariño, estaba llamando cariño a su secretaría, que había dejado el móvil descolgado.
Tu mujer. Le respondió ella.
Vaya por Dios. Exclamó él.
Tranquilo, creo que no sospecha nada y se ha tragado la excusa que le he puesto.
Eso espero. Dijo él - Anda ven aquí, gatita, y termina el trabajito que has empezado antes le ordenó a la muchacha con aquella excitada voz que yo conocía tan bien.
No quise escuchar más, tenía suficiente, así que colgué. Me giré hacía Pierre que estaba sentado en el sofá y al verme me preguntó:
¿Te pasa algo, amor? Te has quedado pálida.
No, cielo, no me pasa nada. Le dije, no quería preocuparle, no quería que supiera nada.
Era mi vida y yo sola debía decidir lo que tenía que hacer con ella.
Me acerqué a él y le tendí una mano y le supliqué:
Vamos a la cama.
Pierre me cogió la mano y se puso en pie. Nos dirigimos a la habitación y una vez allí, le abracé y empecé a besarle. Quería olvidar la conversación que había oído, borrar de mi mente aquellas imágenes que daban vueltas en ella. Por eso traté de concentrarme en mi amante. Le empujé hacía la cama, haciéndolo tenderse sobre ella y quedando yo sobre él. Empecé a besarle. Le desabroché cuidadosa y lentamente la camisa. Seguidamente el pantalón, que le quité con la misma lentitud. Besé sus piernas desde el tobillo hasta el muslo. Y ascendí besando su torso. Le quité la camisa, quedándome sentada sobre él, con mi sexo rozando el suyo a través de la ropa interior. Le besé apasionadamente en la boca, mientras él deslizaba sus manos hasta mi ropa y empezaba a despojarme de ella, dejándome sólo con las bragas y el sujetador.
Después descendí por su torso beso a beso, me puse de rodillas sobre el suelo, entre sus piernas, y metiendo mis dedos por la goma del slip, se lo quité. Su sexo apareció hermoso y altivo, pidiéndome que lo devorara. Acerqué mi boca a él, lo tomé con una mano y lamí el glande. Pierre se estremeció con aquel contacto. Cerré la boca sobre el glande y comencé a chuparlo, pasando la lengua alrededor del bálano, tragando aquel manjar hasta la mitad y deleitándome con su sabor. De vez en cuando miraba a Pierre, que gemía excitado y me observaba. Mi amante puso sus manos sobre mi cabeza, acarició mi pelo y me empujó suavemente para que siguiera deleitándole con aquella caricia bucal, a la vez que gemía:
¡Uhhhmmm, sí, chúpamela así!.
Saqué el glande de mi boca, descendí lamiendo el tronco hasta los huevos y los chupé alternativamente, los lamí, los mordisqueé con suavidad, volviendo luego a ascender por el tronco hasta el glande para retenerlo de nuevo en mi boca y volver a saborearlo. Lo chupeteé, lamí, paladeé el glande, sintiendo como Pierre gemía de excitación.
Finalmente saqué el miembro de mi boca, lo besé y miré a Pierre a los ojos fijamente. Me puse sobre él, me quité las bragas y rocé mi sexo desnudo con el suyo, mientras me mordía el labio inferior y ponía cara pícara. Mi amante sonrió, alargó sus manos hasta mis senos los acarició por encima de la ropa. Luego me desabrochó la blusa y el sujetador y los acarició con suavidad. Me ericé al sentir sus manos y su sexo quedó justo a la entrada del mío que estaba ya húmedo y ansioso por sentirle. Lo así con la mano y me lo introduje muy despacio, sintiendo como entraba en mí centímetro a centímetro, hasta que estuvo totalmente dentro. Empecé a moverme sobre él, muy despacio, mirando a Pierre fijamente. Sus manos me sujetaban por la cintura y me acompañaban en mi lenta cabalgada sobre aquel erecto miembro.
¡Más deprisa! me instó él, pero yo continué con mi lento vaivén.
Quería hacer durar aquel momento todo lo que fuera posible, deleitarme en aquel placer, retorciéndome lentamente sobre él.
Entonces Pierre se incorporó quedándose sentado. Me besó y llevó sus manos hasta mis nalgas y empezó a elevarme y dejarme caer sobre su erecto miembro cada vez más rápidamente. Le abracé con fuerza y me concentré en sentirle dentro de mí. Nuestros cuerpos se compenetraban a la perfección, sintiéndose el uno al otro. Yo empujaba cada vez más fuerte contra él para sentirle más dentro de mí y él empujaba cada vez más hacía mí para penetrarme más profundamente. Los gemidos de ambos se confundían en una maraña de placer. Y por un momento en aquella habitación sólo existíamos él y yo. Sentí como introducía un par de dedos en mi ano y eso intensificó mi placer e hizo que entre espasmos y convulsiones alcanzara el primer orgasmo, oprimiendo su sexo dentro del mío.
Cuando dejé de convulsionarme, lo besé y le susurré tiernamente mirándolo a los ojos:
Te amo.
Luego me deshice de sus brazos y me tumbé en la cama boca abajo, de medio lado, con una pierna doblada a la altura de mi nalga. Pierre acarició mi espalda, marcando un camino descendente por mi columna vertebral hasta mis nalgas. Besó mi hombro y se situó detrás de mí, reposando su verga entre mis cachetes. Sentí su mano acariciando mi sexo con mucha suavidad, buscando mi clítoris que también acarició y luego, sin esperar más, me pidió que separara mis nalgas, acercó su glande hasta mi agujero trasero y muy despacio fue introduciéndolo. Cuando lo tuvo totalmente dentro, empezó a moverse lentamente primero y acelerando sus movimientos después.
¡Cómo me gusta tu culito, mi musa! musitó.
¡Ah, sí, dame fuerte, cielo, dame fuerte!
Poco a poco Pierre fue acelerando sus movimientos, convirtiéndose en un caballo desbocado que me hacía sentir el mayor de los placeres imaginables. Hasta que llegué al orgasmo, y Pierre a punto de alcanzarlo, sacó su verga de mí, la acercó a mi boca haciéndome poner boca arriba y se corrió, de modo que su caliente semen cayó en mi boca y por toda mi cara. Lo tragué y luego lamí el erecto miembro hasta dejarlo totalmente limpio como le gustaba a Pierre. Tras eso ambos nos quedamos dormidos.
Cuando desperté por la mañana pensé en lo que debía hacer en las siguientes horas. Estuve observando a Pierre mientras dormía durante un rato, hasta que abrió los ojos y alegremente me dijo:
Buenos días mi luna.
Buenos días, cielo, tienes que irte, pronto llegará mi marido.
Ya dijo escuetamente dibujando una triste sonrisa en sus labios.
Nos levantamos y nos vestimos. Desayunamos y cuando se marchó le acompañé hasta la puerta. Antes de salir me abrazó y me besó con fuerza.
Cariño, muy pronto estaremos juntos para siempre le dije.
¡Ojalá! dijo él.
Ya lo verás. Hasta luego.
Marchó y yo me quedé sola en la casa. Miré el reloj, aún faltaba una hora para que llegara mi marido así que tenía el tiempo necesario.
Fui a mi habitación, saqué la maleta grande y la llené con ropa de mi marido. Justo cuando terminé, oí las llaves abriendo la puerta e inmediatamente su voz diciendo:
¡Hola cariño, ya estoy en casa!
Hola.
Mi marido entró hasta la habitación. Yo ya había cerrado la maleta y nada más verle le dije:
Ya puedes irte por donde has venido.
¿Pero por qué? me preguntó extrañado.
Oí tu conversación con tu secretaría, al parecer no apagó bien el móvil después de que yo llamara, sé lo vuestro. Hasta hace poco sólo lo sospechaba y con frecuencia me decía a mi misma que eran imaginaciones mías, pero ahora sé con certeza que es verdad.
Cariño, puedo explicártelo trató de justificarse.
No puedes, porque no hay nada que explicar, ha sucedido y ya está. Lo que más me jode es que durante las últimas semanas me he sentido culpable por ponerte los cuernos y tú llevas años poniéndomelos.
Mi marido abrió los ojos en señal de sorpresa al oír aquello.
¿Me has puesto los cuernos? - preguntó.
Sí, pero eso ahora no importa. Anda, coge la maleta y vete ya.
Mi marido se acercó a la maleta, la cogió y salió de la habitación, yo ni siquiera le acompañé hasta la puerta. Nuestro matrimonio llevaba mucho tiempo acabado ya, y no valía la pena alargar aquello por más tiempo, hasta aquel momento yo me había resistido a aceptarlo, quizás por el miedo a quedarme sola, pero ahora, sabiendo que tenía una posibilidad en el horizonte todo era diferente.
Cuando oí que la puerta de entrada se cerraba cogí el teléfono y marqué el número de Pierre.
¡Hola cielo!
¡Hola luna!......
Erotika (karenc, del grupo de autores de TR).
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