El primer día (3: Amandonos)
Una historia de amor, deseo y pasión.
EL PRIMER DÍA (3º PARTE, AMÁNDONOS).
Traté de no darle más vueltas al asunto y dejar que los acontecimientos siguieran su curso. Si tenía que pasar algo el tiempo lo decidiría. Yo estaba bien con aquella situación, y creo que Pierre también, porque seguimos así durante los siguientes meses y nunca me pidió que dejara a mi marido. Y se lo agradecí mucho. Aunque debo reconocer, que me sentía un poco egoísta, amando a dos hombres a la vez.
Pierre era un sol, por eso cada vez se hacia más imprescindible para mí y empecé a notar que no podía estar sin él aquellos días en que estuvo enfermo.
Recuerdo que llegué un día a la facultad, aparqué el coche, en la misma plaza de cada día y él no estaba allí, esperándome como hacía habitualmente. Me sorprendió, pero pensé que quizás se le había hecho tarde, esperé una media hora, porque siempre aprovechábamos aquella primera hora para ir al hotel, pero no apareció. Así que en la siguiente hora entré en clase. Al salir le busqué por los pasillos sin verle, fui hasta su clase y no estaba allí, así que le pregunté a uno de sus amigos.
Hoy no ha venido me dijo Miguel. Si le veo le diré que le buscas.
Gracias.
Pero en todo el día no apareció, así que muy triste y apesadumbrada me fui a casa. Me duché y me puse cómoda para hacer las faenas de casa, pero no podía concentrarme. No dejaba de pensar en Pierre y desearle constantemente. Así que acabé tumbada sobre mi cama, con las braguitas bajadas y mi mano hurgando entre ellas para calmar el fuego que me ardía dentro.
Al día siguiente tampoco apareció, su amigo me dijo que quizás estaba enfermo y que trataría de llamarlo al volver a casa. No saber nada de él me ponía nerviosa y triste. Le necesitaba como el aire que respiraba y pensaba que si estaba un día más sin verle me ahogaría. Así que le pedí el teléfono a su amigo, pero este me dijo que no lo tenía allí, que se había dejado la agenda en casa y que me lo daría al día siguiente.
Un nuevo día terminó sin que pudiera saber nada de él y sintiendo aquel fuego que sólo él podía apagar.
Al tercer día, en cuanto llegué a clase fui a ver a su amigo. Me contó que Pierre tenía la gripe y que tardaría unos días en poder volver. Qué le había dicho que pregunté por él y que le llamara. Me dio su número de teléfono y aquella tarde, cuando estuve a solas en casa le llamé:
¡Hola cielo!
¡Hola amor! Me contestó a medía voz.
¿Qué tal?
Ahora que oigo tu voz, un poco mejor. Pero te echo de menos.
Y yo a ti, mi amor. Le dije. Te deseo tanto.
Yo también.
¿Qué estas haciendo, cielo? Le pregunté.
Nada, estoy en la cama.
Qué sugerente suena eso. ¿Sabes lo que te haría?
Je, je, lo sé, amor.
Te besaría el cuello con mucha suavidad.
¡Uhmmmm! Me encantaría que lo hicieras.
¿Estás desnudo? le pregunté.
Sí, siempre duermo desnudo.
¡Uhmmm! Entonces me acostaría a tu lado y te besaría tiernamente todo el cuerpo.
¡Buffff! Me estás poniendo a mil. Exclamó.
Es que te deseo mucho, cielo. ¿Sabes que haría a continuación?
Dime.
Descendería hasta tu sexo y te lo chuparía muy despacio, saboreándolo con complacencia.
¡Eres una diosa! Eso es trágatela toda, chúpamela así. Empezó a decir. Se estaba excitando, lo notaba por el tono de su voz.
Yo también me estaba excitando, sentía mi sexo muy húmedo y me parecía increíble lo que estaba pasando, pero aquel guapo jovencito, era capaz de ponerme a mil, incluso por teléfono. Empecé a acariciarme el sexo, mientras seguía diciéndole a él:
La lamería de arriba abajo, y luego me metería un huevo en la boca, para chuparlo con suavidad, y luego el otro.
¡Aahhhh! ¡Qué bien lo haces perrita!
Luego, ascendería de nuevo hasta el glande y chuparía tu polla usando mi boca como si fuera mi vagina.
Síiiii, perrita, trágatela toda. gemía él por el auricular del teléfono
Y tragaría sin parar hasta lograr que te corrieras en mi boca.
¡oh, sí! ¡Trágate mi leche, perrita! decía él.
Cuando hubiera terminado, lamería tu pene, limpiándolo de todo resto.
¡Uh, sí, mi perrita! ¡Qué bien lo haces!
Y cuando terminara, nos abrazaríamos como siempre hacemos. Te amo, cielo le dije
Y yo a ti, mi amor.
Lo sé. Tengo ganas de verte y de sentirte.
Yo también, en cuando me haya recuperado, nos vemos.
Claro que sí, mi cielo. En nuestro hotel.
Sí, amor.
Debo dejarte, cielo.
Ok, un beso, amor. Se despidió.
Un beso.
Pasaron unos días y finalmente Pierre volvió a las clases. Era un viernes, yo ya sabía que estaría allí, porque habíamos hablado la tarde anterior por teléfono. Al llegar al aparcamiento, él estaba esperándome. Sonreí al verle. Tan guapo, con esa sonrisa tan hermosa, y su nariz larga y perfecta, su pelo moreno, sus ojos oscuros mirándome con aquella alegría. Me deshacía con solo verle. Hubiera dado cualquier cosa para hacer que el resto de mundo desapareciera y sólo estuviéramos él y yo. Nadie más. Cuando paré junto a él, abrió la puerta del coche y entró saludándome alegremente:
¡Hola amor!
¡Hola cielo! Nuestros labios se acercaron y nos comimos literalmente la boca.
Ambos habíamos ansiado aquel momento durante todos los días que habíamos pasado sin vernos. Arranqué de nuevo el coche y nos dirigimos al hotel.
Al entrar en la habitación ninguno de los dos atinaba a quitarle la ropa al otro. Nuestras manos recorrían nerviosas nuestros cuerpos, yo intentaba desabrocharle el pantalón, mientras él trataba de hacer lo mismo con la falda. Nuestras respiraciones entrecortadas vibraban de deseo. Hasta que conseguimos quedarnos desnudos. Sus manos me apretaban el culo, abrazándome contra él. Masajeaba mis nalgas, mientras yo trataba de acariciar su sexo erecto. Le deseaba con todas mis fuerzas. Acaricié sus huevos con suavidad, mientras sus manos acariciaban mis senos. Pellizcó mis pezones y gemí sintiendo aquel placer. Mi sexo estaba cada vez más húmedo, más deseoso de tenerle entre mis piernas. Sentí su boca sobre uno de mis senos, lamiendo los pezones, luego hizo lo mismo con la otra, otro gemido escapó de mi garganta. Sentí una de sus manos hurgando en mi sexo, acariciando mis labios y un par de dedos se introdujeron en mi vagina que estaba húmeda y ansiosa de sentirle. Mi cuerpo se estremeció. Busqué su boca para besarla, y cuando nos separamos le musité:
¡Hazme tuya!
Pierre me hizo tumbar sobre la cama, agarró mis piernas, las puso sobre sus hombros y acercó su erecto sexo al mío. Yo ansiosa observaba, esperaba y deseaba. Cuando sentí su glande rozando mis labios vaginales me estremecí, momento que él aprovechó para penetrarme de un solo empujón. Empezó a moverse despacio pero yo lo animé pidiéndole:
¡Dame fuerte, más fuerte!
Apartó mis piernas de sus hombros, se recostó sobre mí y empezó a empujar alocadamente contra mí, dándome esa pasión que tanto me gustaba. La cama chirriaba por el salvaje movimiento de nuestros cuerpos. Y el calor llenaba cada rincón de aquella habitación. Empecé a sentir como el orgasmo nacía entre mis piernas, mientras sentía como el sexo de Pierre, apunto de explotar también se hinchaba dentro de mí. Ambos empujábamos con fuerza el uno contra el otro, en una comunión perfecta de cuerpos sintiéndose, dispuestos a darnos lo mejor el uno del otro. Yo gemía en su oído y eso hacía que Pierre se excitara más, hasta que mis gritos le anunciaron que había llegado al orgasmo y entonces se dejó ir para derramarse dentro de mí por primera vez. Cuando ambos dejamos de convulsionarnos, nos quedamos quietos, abrazados el uno al otro. Hasta que Pierre se acostó a mi lado y con voz muy dulce me dijo:
Te amo, mi diosa.
Suspiré intensamente. Si la felicidad era aquello, la estaba tocando con mis manos y me sentía mejor de lo que jamás en mi vida me hubiera sentido.
Nos quedamos un rato, hablando de nosotros. Y cuando estabamos vistiéndonos para volver a la universidad, le dije a Pierre:
¿Qué te parecería si te dijera que podemos pasar el fin de semana juntos?
Su cara se iluminó al oír aquellas palabras, sus ojos se llenaron de alegría.
¿De verdad, es eso posible?
Sí, mi marido se va esta noche de viaje de negocios hasta el lunes, y me encantaría que vinieras a pasar el fin de semana conmigo.
Pierre que estaba al otro lado de la cama, la rodeó acercándose a mí, me estrechó entre sus brazos y me dijo:
Me encantaría. Para mí sería un sueño maravilloso dormir contigo aunque sólo fuera una vez.
Vale, pues entonces te espero en casa esta noche a partir de las doce ¿vale?
Allí estaré, mi amor.
Me abrazó con fuerza y me besó apasionadamente.
Erotikakarenc (del grupo de autores de TR). 20 de octubre de 2005