El primer coño que vi fue el de mi madre

El título lo dice todo.

Tucho tenía 72 años, era medio calvo, muy risueño, moreno y largo cómo un día de mayo, chupándole la cabeza a un langostino, dijo:

-... Sabemos cómo tienes a tu sobrina. Vive a cuerpo de rey. A mi no me pasó con una sobrina, me paso siendo yo un chaval con mi madre y con alguien más.

-¡Qué fuerte! -le dije.

-Deja que cuente y calla, me dijo Toño.

Tucho, siguió con la historia.

Fue hace muchos años, creo que mi madre tenía 35 o 36 años. Mi padre había muerto al caer de un andamio y mi madre llevaba más de diez años sin ver una polla delante. Todo empezó un día que mi tía Rosa y ella estaban levantando patatas. Llevaban las ropas hasta los pies, pero se habían quedado con camisetas negras de tiras. Cuando mi tía, que era diez años más joven que mi madre, le ayudó a poner una cesta de patatas en la cabeza vi los pelos negros de las axilas de las dos. La polla se me puso dura. Mi tía vio cómo le miraba para ellos y el bulto que salió en mi pantalón. Después de irse mi madre, me dijo:

-¿Te pone cachondo ver los pelos de los sobacos de una mujer? -me puse colorado cómo una grana-. ¿Te gustaría ver los de mi coño?

Levanté la cabeza, y casi babeando, le respondí:

-¡Sí!

-Pero no le puedes decir a nadie que te los enseñé.

-¡No!

-Un día de estos te dejo verlos.

-¡Vale!

Esa noche me hice dos pajas y al despertar otra más. Al día siguiente volvimos a la huerta... Era mirarle para el culo a mi tía y comenzar a latir mi polla, polla que ponía hacia arriba pegada al cuerpo para que no se me notara. Cuando mi madre volvió a llevar una cesta de patatas a casa, me dijo mi tía:

-¿Hiciste alguna paja pensando en mi coño peludo?

-Hice tres.

-Yo dos, una por la noche y otra por la mañana. Enséñame la revoltosa para hacerme un par más esta noche.

Saqué la polla empalmada, y al verla, dijo:

-Tiene el tamaño que me recetó el médico.

Miró si venía alguien, y como no venía, se agachó, la cogió con su mano polvorienta y la metió en la boca... Al sentir su lengua apretando y chupando mi polla, me corrí como un bendito. Ni cinco segundos le había durado. Después de tragarse mi leche, me dijo:

-Me debes un polvo.

Babeando, le dije:

-Sí, lo sé.

Lo que ninguno de los dos sabíamos era que mi madre nos había visto y escuchado desde detrás de unas zarzas.

Al día siguiente era Santiago Apóstol, y mi tía, que vivía con nosotros, fue a Carril a la fiesta. Mi madre y yo quedamos en casa.

Mi madre era morena, alta, llevaba el pelo recogido en una trenza, era fibrosa y guapa.

Había hecho almejas para cenar, de postre dos flanes y después puso el café y el aguardiente de hierbas para ella. Cuando se levantó de la mesa, poniendo los pocillos y la cafetera en el fregadero, me dijo:

-Así que nunca viste un coño, Tucho.

Casi me da algo. Pensé que mi iba a meter una bronca de las buenas, pero no iba a ser así. Le pregunté:

-¡¿Escuchaste lo que hablamos?!

-Y vi lo que te hizo Rosa, pero no la culpo, aún no probara a que sabe un hombre. La curiosidad que se siente es muy grande.

-Pensé que me ibas a reñir.

-No, hijo, a tu edad, yo hubiese hecho lo mismo, hubiese dejado que me la comieran. ¡Qué rico se sentía!

Me ofrecí para comerle el coño.

-Si me enseñas...

Se giró, me miró con su cara de los lunes por la mañana, y me dijo:

-¡Cómo se te ocurre decir eso!

Me disculpé.

-Lo siento.

-¡No mientas! No lo sientes.

-Es que...

No me dejó acabar de hablar.

-Es que tu tía te puso salido cómo un perro.

-Pues sí.

-No es de extrañar. No le hacen a uno una mamada todos los días.

Se puso un mandil y comenzó a lava los platos. Sin mirarme, me preguntó:

-¿Me estás mirando para el culo? ¡Y no mientas!

-Sí, mamá, te estoy mirando para el culo.

-Pues deja de hacerlo. ¿Vas a follar con tía?

-Si me deja, sí.

-Te dejará. Sé que tiene ganas de macho.

Me acerqué a ella, la cogí por la cintura, le arrimé cebolleta, y le dije:

-Enséñeme a follar para echarle un buen polvo a Rosa.

Se dio la vuelta y me metió una hostia en la cara con la mano abierta que me dejó la cara del revés.

-¡No se te ocurra volver a hablarme así!

-Lo siento, es que estás tan guapa...

Casi se le escapa una sonrisa cuando dijo:

-Si que la sentiste sí.

-Sentí, sentí.

Mi madre se había puesto su ropa de los domingos, que era una falda de tablas de color marrón que le daba por debajo de las rodillas, una blusa blanca y unos zapatos de charol con tacón de aguja.

-Cómo no te llamé la atención por lo de tu tía pensaste que me pusiera guapa para ti. ¿A qué sí?

En la radio se oyó cantar a los panchos: "Quiéreme mucho".

Quise quitarle hierro a la cosa.

-Mire, su canción favorita. ¿Bailamos?

-Con ese empalme que tienes. ¡Ni loca!... Aunque hace siglos que no bailo. No, mejor, no.

Sabía que se estaba rifando otra hostia y llevaba casi todas las papeletas, pero al dar la vuelta y ponerse a lavar de nuevo, le desaté el mandil. Me dijo:

-¡No te dije que no quería bailar, Tucho!

-Anímate, mujer.

Se secó las manos al mandil, lo quitó, y dejándolo en el respaldo de una silla, me dijo:

-Vamos a bailar, pero que corra el aire entre nosotros.

Empezamos a bailar separados. Poco a poco me fui acercando, mis manos de sus caderas pasaron a su cuello y las suyas de mi cintura a mi culo. Sentí sus tetas apretadas contra mi pecho. Me apreté contra ella y le froté la polla en el coño. La bese, apartó la boca, y me dijo:

-Júrame que lo que hagamos no se lo vas a decir a nadie.

-Te lo juro.

Mi madre se desató. Su boca me besó con lujuria. Mordía mis labios en cada beso cómo si quisiera comerme. Al acabar la canción ya estaba cachonda, me dijo:

-Arrodíllate delante de mí si quieres aprender.

Me arrodillé. Se quitó la presilla y la cremallera lateral de la falda y dejó caer la falda al piso. No llevaba bragas y tenía las piernas afeitadas. Solo llevaba unas medias negras sujetas con unas ligas negras y rojas. Vi mi primer coño. Tenía una mata de pelos negros inmensa. De su raja pingaba una especie de moco. Me preguntó:

-¿Te gusta mi coño?

-Si.

-Dale un beso.

Le di un beso en la raja y me salieron los labios llenos de babas.

-Con lengua.

Le di el beso con lengua y encontré el coño encharcada de babas. Mi madre me cogió la cabeza, me la apretó contra su coño, y me dijo:

-Lame.

Lamí. Mi polla sufría un ataque de nervios. Latía una cosa mala, mala, no, lo siguiente.

Mi madre mientras yo lamía su coño se quitó la blusa y el sostén. Al rato me señalaba con un dedo el clítoris y me decía:

-Lame y chupa aquí.

Era su perro fiel. Lamí y chupé donde me había mandado, y en un plin plas, se arrimó de espalda a la mesa, se sujetó con las dos manos a ella y comenzó a estremecerse cómo si hubiera metido los dedos en un enchufe. Se corrió como una loba, y cómo una loba jadeó mientras se corría. Al acabar de correrse vi que de su coño había salido tal cantidad de jugos que dejara perdidos el interior de sus muslos, sus ligas y sus medias.

Después de correrse echó una taza de vino y se la mandó de una sentada. Luego me desnudó lentamente. Abriendo los botones de la camisa me fue besando el pecho. Bajando mi pantalón y mis calzoncillos me besaba y lamía el vientre y el ombligo. A tenerme desnudo cogió mi polla y la metió entre sus piernas, las apretó y ya me corrí... Me beso con dulzura sintiendo cómo temblaba entre sus brazos.

Cuando acabé de correrme, me dijo:

-Siéntate en una silla.

Me senté, y sin limpiar mi leche de su coño y de sus muslos, se sentó ella sobre mi polla. Entró muy apretada. Eran tantas las ganas que tenía que cuando la polla llegó al fondo, mi madre, a pesar de no hacía nada que se corriera, mirándome a los ojos y rodeando mi cuello con sus brazos, me dijo:

-Me voy a correr otra vez, Tucho.

Me emocioné.

-¡Córrete para mí, mamá, quiero ver cómo te corres para mí!

Poco después, decía:

-¡Me corro para ti, Tucho, me corro para ti!

Vi cómo se le fruncía el ceño, cómo las pupilas se le perdían bajo los párpados, sentí cómo temblaba su boca, sus tetas... Sentí cómo su coño descargaba sobre mi polla, todo esto mientras me daba un tierno beso.

Al acabar, con mi polla dentro se su coño, le dije:

-¿Me dejas que te la meta en el culo, mamá?

Me miró muy sería y me respondió:

-Por el culo dan los maricones. ¿Eres maricón, Tucho?

-No, pero me gustaría meterla en tu culo.

Le cogí las nalgas y comencé a follarla de nuevo. Ella cogió una teta, me la puso en la boca, y me dijo:

-A mi por el culo solo me dan las bragas.

-Te podría hacer en el culo lo que me aprendiste a hacer en el coño.

Empuje fuerte hacia arriba varias veces. Comenzó a mover el culo alrededor.

-En el coño no tengo pepita.

-Pero tienes perineo.

-¡Qué tonto eres! -paré de follarla-. No pares.

Le volví a dar. Mi madre movió el culo de delante hacia atrás y de atrás hacia delante. Le dije:

-¿Me vas a dejar?

-Eres igual que el cabrón de tu padre, te pierden los culos.

-¿Tan cabrón era?

-Sí, me molía a palos.

-¿Por qué?

-Veía cuernos donde no los había.

-Era celoso.

  • Era un desgraciado. Está bien donde está.

Su culo comenzó a moverse de adelante hacia atrás y de atrás hacia delante a mil por hora. No tardé en decirle:

-Me voy a correr, mamá.

-Ya somos dos, Tucho.

Mi madre se corría con una facilidad asombrosa. Sintiendo mi leche dentro de su coño se sacudió cómo si volviera a meter los dedos en el enchufe y volvió a desbordar sobre mi polla mientras me comía la boca.

Cuando acabó y se levantó, de su coño colgaban cantidad de mocos. Me puso el coño en la boca, y me dijo:

-Lame si quieres tu recompensa.

Se la volví a lamer y en menos de cinco minutos minutos se volvió a correr. Lo curioso fue que esta vez no desbordó, fue una corrida húmeda pero no echó jugos.

Luego se fue y cogió en la alacena un trozo de manteca. Arrimada con la espalda a la mesa, lo restregó en sus areolas marrones y en los gordos pezones de sus grandes tetas, y después me dijo:

-Ven -fui a su lado-. Echa la lengua fuera -la eché- aprieta con a lengua el pezón derecho -apreté-. Ahora chupa la teta -chupé- Agarra las tetas con las manos y magrea -se las magreé-. Magreando haz con el pezón izquierdo lo que hiciste con el derecho, y después una y la otra, una y la otra.... Así es cómo se comen unas tetas.

Me di un atracón con aquellas tetas grandes y mullidas. Después se dio la vuelta, abrió las piernas, se untó la raja del culo con la manteca, se apoyó con las manos en la mesa, y me dijo:

-¿No decías que me ibas a comer el culo cómo si fuera el coño?

Le abrí las nalgas con la dos manos y lamí repetidas veces. Mi madre hizo lo que no hiciera hasta ese momento, volverse loca.

-¡Fóllalo con tu lengua, maricón!

Le follé el ojete con la punta de mi lengua una media docena de veces. No me dejó follárselo más. Se dio la vuelta, me untó la polla de mantequilla, volvió a la posición en que estaba, abrió las piernas, y me dijo:

-¡Revienta mi culo!

Se la clavé. Entró apretada pero dando placer desde el segundo uno. La agarré por las tetas y le di con saña, a romper, a reventar... Le di duro, duro. Mi madre comenzó a chillar. Con una mano le agarré la coleta y tiré hacia atrás y con la otra le tape la boca. A la velocidad y fuerza que le daba no iba a aguantar mucho, así fue, en poco tiempo me corrí dentro de su culo... Sentí como algo salpicaba en el piso. Las piernas de mi madre comenzaron a temblar y supe lo que era, se estaba corriendo...Casi diez años estuve follando a mi madre a escondidas de mi tía.

Le pregunté:

-¿Y a tu tía?

-Otros tantos a escondidas de mi madre.

Quique.