El primer casquete que regalé a María

Un buen regalo de cumpleaños

María, tenía a la sazón 17 añitos, yo 22. ¡Oh! Dios. Qué recuerdos más maravillosos.

Era, y es una delicia de mujer, tenían que haberla visto. Alta, con unos tirabuzones que como cascadas se rompían en sus torneados hombros que recordaban “los chorros del oro”.

Los ojos como dos soles que daban destellos y fulgores a sus delicadas facciones que transmitían las más ocultas y apasionadas emociones. Del resto de su figura no doy ningún detalle, pues son tan intensos mis celos, que con sólo pensar que alguien puede poner la mirada en su estampa, caigo en la trampa y no duerno, me desvelo.

Éramos novios desde hacía unos pocos meses; era tan intenso el amor que la profesaba, que se convirtió en la mujer de mis sueños.

Dentro de dos días era su cumpleaños, el 15 de enero. Estábamos los dos amarraditos en el banco de un parque, ella apoyada su cabecita en mi hombro derecho y yo la tomaba por sus preciosos omóplatos con mi brazo.

-Amor mío. –Dije con tanta devoción que mi voz parecía la de un ángel.

-Dime cariño –Respondió María con un delicado matiz.

-Pasado mañana es tu cumpleaños y quiero hacerte el regalo más sublime que de mi alma sale.

Ella se quedó como en un brete.

-Te quiero regalar un casquete.

-¿Un casquete? –Preguntó ella abriendo sus lindos ojos color azulete.

-Sí, amor mío. Tú primer casquete.

Todavía conservo la fotografía de Margarita con aquel casquete que le regalé. Con qué garbo lo llevaba en lo alto de su cabecita.

Era de un rojo intenso, de pura lana virgen. El contraste de sus cabellos de oro era tan intenso, que los tirabuzones que se escapan del control del casquete por que los cabellos dorados que les cubrían eran como las fuentes de la vida.

Aún lo conserva con verdadera ilusión, ya que nunca podrá olvidar su “primer casquete”.