El Preñador

Un inseminador por encargo, con la ayuda de una enfermera

El Preñador

Esta historia sucedió hace tiempo. Es importante tenerlo en cuenta, para entender mejor sus circunstancias.

Es la España de 1962. Poco a poco la nación va remontando la larga época de la guerra civil, pero es aún una sociedad muy retrógrada, anticuada, pueblerina y por supuesto técnicamente atrasada. Ni que decir tiene que adelantos que hoy consideramos habituales, como inseminación artificial, tratamientos de fertilidad, pruebas de ADN, etc, eran inexistentes, tanto por falta de conocimientos como de medios.

Pues precisamente, en este tipo de sociedades, tan cerradas, se producen comportamientos que hoy se seguirían considerando excepcionales. Comportamientos atrevidos, pero que tienen lugar como soluciones a la desesperada cuando no existen otros remedios.

Me refiero a que aunque no fuese habitual, algunas mujeres que no conseguían quedarse en estado, recurrían en secreto a un amante, un segundo hombre, que con el mayor sigilo posible actuaba de semental para poder así cubrir esa necesidad. Téngase en cuenta la tremenda importancia que tenía entonces tener hijos. Las parejas que no lo conseguían estaban condenadas socialmente a pasar por incapaces, inútiles, como mutiladas. Si por esta vía se conseguía el objetivo, la mujer veía colmada su necesidad de ser madre, y el hombre, satisfacía también su masculinidad, convencido de que el hijo era suyo, algo importante en esa sociedad tan machista. Esta historia me la contó uno de sus protagonistas, Alberto, hombre ya maduro, con el que entablé buena amistad y que me hizo confidente de esta aventura de sus años mozos. Tal como el la contó, os la transmito.

Pues bien, a eso dedicaban parte de su tiempo Matilde y Alberto, a facilitar encuentros entre un hombre y una mujer, cuando la segunda busca un embarazo que no consigue en el matrimonio.

Matilde es jefa de enfermeras en un hospital de Madrid. Prácticamente ha pasado toda su vida en ese hospital, en el que ingresó siendo una adolescente. Enfermera de las antiguas, de las de ordeno y mando. De aquellas a las que nadie discutía su autoridad. Viuda, con hijos ya independizados, su vida es el hospital, del que sale poco. Hasta tal punto, que con su prestigio, ha conseguido que el Director le conceda el privilegio de quedarse a residir lo que desee en el mismo hospital. En una ala del edificio, cerrada al público, dispone de dos cuartos y un baño. Ha acondicionado una salita de estar y un dormitorio amplio. Ese beneficio lo compensa dando bastante más horas de trabajo de las que le corresponden.

Alberto llegó al hospital en un verano, aquejado de un fuerte ataque de apendicitis que exigió una complicada operación y varias semanas para recuperarse. Tiene 22 años. Un chico simpático, bien parecido. A pesar de la seriedad de Matilde, enseguida tuvieron mutua simpatía. Matilde se encargaba personalmente de curar la herida a diario y ver si necesitaba más atenciones.

A Matilde le llamaba la atención un rasgo de la fisonomía de Alberto: su largo miembro. Muy acostumbrada en sus muchos años de enfermera a ver todo tipo de cosas, no dejaba de sorprenderle el largo falo, de unos 22 cm. Tenía un grosor normal, lo que hacía que aparentase más larga aún de lo que era. Aparte de ello, Alberto, debido a su juventud y cierto aburrimiento de tantos días de hospital, cuando llegaba Matilde a curarle, de forma involuntaria, entraba en una poderosa erección, que sorprendía aún más a la enfermera.

  • Caray, hijo… Estás siempre empalmado, que poderío…

  • Disculpa, Matilde, no lo puedo evitar….

  • Tranquilo, que yo estoy acostumbrada a todo.

Una tarde, Matilde, entre bromas y risas, agarró el miembro por la punta, con el pulgar y el índice y lo movió arriba y abajo para comprobar su elasticidad.

  • Ufff…chico... menudo muelle tienes, que fortaleza….jajaajaja….¡¡¡

Alberto no se atrevió a decir nada, pero de forma casi instintiva pasó la mano por detrás de la enfermera, que de pie junto a la cama lo atendía y la dejó abierta, por encima de la bata, sobre un muslo de la enfermera. Ella nada dijo. ni hizo gesto alguno de malestar.

La confianza entre ambos aumentaba. Ella en el momento de las curas, cerraba la puerta de la habitación y se arrimaba mucho a él. Alberto se volvió poco a poco más atrevido. Un día, dejó la mano quieta sobre el trasero de la mujer, que seguía sin oponerse. Otro día, paso levemente la mano debajo de la bata, acariciando un poco el muslo, siempre con mucho cuidado, con miedo de irritar a aquella mujer de tanto carácter. Otro día, subió la mano lentamente por el muslo. Sorprendentemente, la enfermera separó las piernas, facilitándole la labor. Así pudo acariciar sin prisas la parte interna de los muslos, carnosos, cálidos, suaves. Subió hasta la entrepierna y tocó la braga de la mujer, encontrándola húmeda. Notó que ella se agitaba un poco, nerviosa, pero se entretuvo mucho tiempo en la cura. Un poco más y Alberto hubiera eyaculado.

En las mismas fechas en que entró Alberto en el hospital había ingresado Herminia. Una mujer de unos 28 años, menuda de cuerpo, de un pueblo de la provincia. Traía una complicación con un tobillo roto que necesitó dos operaciones y varias semanas de tratamiento.

A Matilde le gustaba conocer a sus pacientes. Les preguntaba por sus circunstancias personales, les aconsejaba. Herminia le contó que era casada, desde hacia ya diez años. Que su ilusión era tener hijos, que hasta el momento no habían llegado. Sus ojos se humedecían de tristeza cuando trataba el tema. Ambas hablaban bastante de ello, de las distintas opciones, como era la adopción. Herminia siempre decía que prefería un hijo propio.

  • Pero –decía Matilde-, y si no puedes tenerlos?-

-Ya, ya… pero y si la culpa es de mi marido…?

Una tarde Herminia le confesó un pequeño secreto. Conocía a una mujer de su ámbito familiar que había recurrido a un semental, un hombre desconocido, que a través de otra amiga, le había proporcionado un encuentro. Consiguió así el embarazo deseado y desde entonces tan felices ella y el marido. Herminia, sincera, no se le quitaba la idea de la cabeza.

  • Ya se que es un engaño.. Ya se que es ponerle el cuerno al marido…. Pero soy mujer, quiero ser madre… Por qué me voy a privar de eso?.

Matilde no supo realmente que contestar.

Herminia, algo desesperada, seguía sin abandonar el asunto.

  • Matilde… conoces a alguien que se prestara, aprovechando esta estancia en el hospital?. Después ya en el pueblo, me sería muy difícil. Conoces a un hombre, que me quiera quedar embarazada?-

- Bueno, no se que decirte… yo…. (Matilde iba a decir ya que no, cuando se acordó de Alberto).

  • En fin, verás Herminia, ya pensaré algo y te diré lo que sea…

Ese mismo día, Matilde se lo planteó a Alberto.

.- Alberto, dime, a ti te gustan mucho las mujeres, verdad?

  • Pues claro, mucho, muchísimo, como a cualquier hombre.

  • Te has acostado con muchas?

  • Que va… solo con dos. Una vez que me fui de putas con los amigos y una segunda, con una señora casada de mi pueblo. Fui a hacerle un arreglo del tejado del cobertizo, se me insinuó y me la follé allí, sobre la paja.

  • Te gustaría follarte a una paciente de aquí, del hospital, que quiere quedarse embarazada?.

  • Sin dudarlo, Matilde, cuando ella quiera.

Matilde programó un encuentro entre ambos, allí en su habitación. El encuentro se repitió dos veces más. Cuándo le dieron el alta a Herminia, tres semanas después, le contó a Matilde que el período, que lo esperaba en esos días, no le había venido. Habían acertado de pleno. Dos meses después, Herminia le escribiría desde el pueblo, confirmando su embarazo.

Se marcharon Herminia y Alberto, ya restablecidos. Matilde se olvidó de ellos. Pero al cabo de unos ocho meses, recibió una carta de Herminia. Le decía que una prima suya, estaba en su misma situación y le preguntaba si Alberto estaría disponible para el “tratamiento” de fertilidad.

Sorprendida, Matilde volvió a contactar con Alberto, que estuvo encantado de repetir la experiencia. Acudió al hospital y ambos hablaron largamente del tema. Llegaron a una conclusión. ¿Si esto se repetía y se corría la voz de que Alberto era buen inseminador, por qué no establecer una especie de sociedad y cobrar por ello?. Irían a medias.

Dicho y hecho. Establecieron el plan de acción con todos los detalles. Importe de un encuentro, de dos, de tres… Se iba reduciendo a medida que aumentaban, hasta la docena. Si a la docena la mujer no quedaba en estado, se renunciaba al tratamiento.

Matilde participaba en el acto. Decidieron que estuviese presente, así le daban un aire más serio, mas profesional. Ella primero preparaba a la clienta, le dada consejos. Luengo durante el acto la colocaba, la hacía cambiar de postura, le sugería lo que hiciese falta. Las mujeres, en su mayoría muy inexpertas en el sexo, se tomaban aquellos consejos de buena forma, como si realmente fuese un tratamiento médico.

Durante todo el año siguiente se presentaron hasta diez nuevas clientas. Unas a otras se contaban lo excelente del tratamiento y acudían deseosas. Tuvieron éxito, de las diez quedaron preñadas un total de seis.

Alberto progresó mucho con estas experiencias. Pasó de ser un chico casi inexperto a ser un excelente amante. Buenas técnicas de todo tipo. Mucho sexo oral. A las mujeres el sexo oral les sorprendía muchísimo. En aquella época era un tabú. La mayoría nunca lo habían experimentado. En una sociedad tan moralista y machista, raro era el hombre que lo practicaba. Al principio se comportaban con mucho temor, luego poco a poco se iban soltando y gozaban muchísimo. También se aficionó Alberto al sexo anal, con muchas protestas de Matilde, que decía que el negocio era el negocio, y que por el culo no se quedaban preñadas. Pero a Alberto le encantaba y llegaron a un acuerdo. Él seguiría dándoles por culo, pero con la promesa de correrse solo en el coño. Alguna vez no lo consiguió, pero generalmente lo lograba.

Fueron muchas las anécdotas que me contó Alberto sobre estas andanzas. Pero me limitaré para no cansaros a contaros solo una, la que tuvo con Manuela, al cabo ya de tres o cuatro años del negocio de preñador.

Alberto se pasaba de vez en cuando por el hospital para preguntar si había algo nuevo. Matilde le informó que se pasara el próximo martes, que venía una tal Manuela. Que estuviera preparado. Estar preparado significaba que no tuviese relaciones ni se masturbara en toda la semana, resultaba importante tener los testículos bien llenos.

Manuela llegó recomendada por otra parienta del pueblo. Era una mujer sanota, típica serrana, de mucha envergadura. Alta, de 1,80, algo inusual para mujeres de entonces. Piel morena, cabellos oscuros, ojos negros muy bonitos. Con bastantes kilos. No era realmente obesa, pero con aquella envergadura, era mujer grande. Trasero enorme, grandes caderas, pechos descomunales, que a pesar del peso, estaban aún firmes. De carnes prietas. Eran mujeres acostumbradas a ayudar en las tareas rústicas, con mucho músculo.

Matilde las sometía primero a una pequeña entrevista, para darme aire más serio.

  • Dime, Manuela, quien te recomendó a nosotros..?

  • Fulanita, que se quedó preñada el año pasado. Es del pueblo de al lado, la recordará vd., creo.

  • Ah,sí, cierto, la recuerdo. Una chica muy maja. ¿Que tuvo al final?.

  • Dos niños, tuvo gemelos…ajajaja.

  • Ufff, tendré que decírselo a mi ayudante, estará satisfecho de ello.

  • Por eso vengo yo, porque tiene muy buena fama.

  • Qué edad tienes?¿Y que tiempo llevas casada?

  • Tengo 34 años, llevo 14 casada, ya que me casé joven, a los 20.

  • Y estás segura de lo que vas a hacer? Vas a tener un hijo con otro hombre distinto a tu marido, ¿lo has meditado bien?

  • Muy bien, quiero ser madre. Y además, le diré algo… No me pesa por mi marido, es un tonto, bastante vago… No me atiende. Se merece los cuernos.

  • Vale, vale…ajajajaa. Justificado queda. Y dime, que tal en tu vida matrimonial, sientes orgasmos?

  • ¿Qué si siento, qué..?

Matilde se dio cuenta que la mujer era totalmente nula en cuánto a educación sexual.

  • Quiero decir, hija, que si sientes gusto, placer, si te corres, vamos…

  • Bueno.. no sé… quizás, alguna vez….

Luego le habló algo del hombre que la iba a inseminar. Ella preguntó si tenía algo de especial. La enfermera le advirtió que tenía un miembro largo.

  • Es la polla ideal, para quedarte preñada, sabes. Así te mete la leche hasta el mismo fondo.

Matilde se dijo para si misma que aquella mujer no había tenido en su vida ni un solo buen polvo. No quiso utilizar la palabra semen o esperma. Seguro que no lo habría entendido.

Tras algunas precisiones más, Matilde decidió ya el encuentro. Alberto se presentaría al cabo de una hora.

Mientras tanto, Matilde preparaba el acto. Preparar significaba en primer lugar un buen aseo de la clienta. El concepto de higiene de entonces era muy distinto al de hoy. No había agua corriente en los pueblos, las mujeres se aseaban con el uso de una palangana y una vez a la semana o en los días de fiesta. Matilde las metía en la bañera, con jabón perfumado, sales de baño… Después de secarlas, un aceite hidratante que les quedaba la piel suave y brillante. Todas ellas se maravillaban de aquellos cuidados, no estaban acostumbradas. Se sentían realmente bellas. Eso ayudaba al encuentro, que estuviesen menos tensas y más seguras de sí mismas. Matilde repartió generosamente el aceite por todo el cuerpo y sobre los grandes pechos.

Manuela tenía una gran mata de vello negro en el sexo y en las axilas. No era costumbre depilarse entonces y el vello era un signo de ser mujer de verdad. Pero en este caso, consideró la enfermera que era demasiado vello. Tiró de tijeras y lo rebajó bien, tanto en el coño como en las axilas, dejándolo de un centímetro. Al reducir aquella mata de pelo, apareció el sexo, que estaba oculto bajo el vello. Dos labios carnosos, grandes, abultados.

  • Pues tienes un coño precioso, Manuela, de veras…

  • ¿De verdad?.. Nunca me lo habían dicho. Me gusta que me lo digas.

Matilde pasó un dedo por la abertura. Así iba preparando a la clienta. Pensó para sus adentros que Alberto se lo iba a pasar bien en ese coño ya arreglado.

Tras estos preparativos, la enfermera les ponía a las clientas una batita blanca, corta, como única prenda. Así remediaba su pudor. La prenda era fácil de desabrochar luego y quedarlas desnudas.

Así ya dispuesta, le dijo que esperara unos minutos, que enseguida llegaría el hombre. Matilde pasó a la habitación contigua, donde espera ya Alberto, también duchado, solo con una toalla alrededor de la cintura. Por una ventanita con cortina, que separaba ambos cuartos, examinaron a la clienta.

  • Vaya mujerona, eh Alberto…¡¡

  • Sí que es verdad, joder. Quizás la más grande que me he tirado aquí, debe de andar por los 80 kilos.

- Más, porque que la he pesado. Son en realidad 87. Pero ya verás, que carnes más duras, está maciza de verdad. Una hembra de categoría. Voy a preparártela ya.

Entró Matilde sola al cuarto donde esperaba Manuela. La clienta paseaba algo nerviosa por la habitación. La enfermera la hizo recostar sobre la cama, boca arriba, y le desabrochó la bata entera. La mujer con las manos, vergonzosa, mantuvo la bata cerrada con las manos.

Entró Alberto. Ella le miró, con gesto de aprobación. Alberto era guapo, musculoso. Se retiró la toalla y apareció el miembro ya algo erecto. La mujer, aunque ya advertida, se sorprendió un poco de la longitud que tenía que meterse.

Alberto se subió a la cama y se arrodilló junto a ella. Le separó las manos dejando la bata abierta. Aparecieron los dos senos, enormes, desparramados, de aureolas también gigantes. Los miró extasiado y los amasó un poco con entusiasmo, mientras ella se ponía colorada de vergüenza. Pero aguantó bien.

Alberto separó ahora los grandes muslos. Tal como decía Matilde, eran enormes, pero tersos, firmes. Nada de celulitis. Apareció el sexo, la hendidura también grande y los labios carnosos. Como había dicho Matilde, un sexo bonito, ciertamente.

Pasó Alberto los dedos por la raja femenina. La encontró seca. La mujer estaba nerviosa y con bastante pudor aún y no era fácil excitarse. Así que de inmediato decidió aplicarle el mejor remedio.

Se bajó y le aplicó sin remilgos toda la boca al coño. Ella dio un respingo, sobresaltada. Seguro que no tenía ni idea de aquello.

  • Matilde –preguntó nerviosa- ¿Qué me hace?.

  • Chuparte el coño, cariño, chuparte el coño; ya verás como te gusta, relájate.

La mujer se movía algo incómoda. Pero no fue mucho tiempo. Al final quedó quieta y se dejó hacer. Alberto fue notando como la lubricación aumentaba. También el movimiento de la mujer no era ahora de tratar de apartarlo, sino de complacencia. Notó el suave movimiento de las caderotas, tratando de adaptarse al ritmo.

La situación continuó largo tiempo. Matilde se sentó en la silla, esperando que fuese necesaria su intervención. De momento ella parecía a gusto.

Al final se atrevió a preguntar algo:

-¿Esto sirve para quedarse preñada, Matilde?

  • Pues claro, cielo. Eso te ayudará a relajarte, a que todo tu interior se abra, se dilate, para que después te entre bien la leche, entiendes?

  • Sí, sí, vale, vale, estupendo…estupendo…

La voz de la mujerona sonó ahora gutural, como hembra en celo. Se dejó hacer largo rato. Bajo su enorme culo la sábana tenía ya una buena mancha. Estaba lubricando como burra caliente.

Alberto comenzó ahora a subir besando el vientre y los grandes pechos. Los agarró con firmeza, los estrujó, arrancando nuevos gemidos de la hembrota. Luego se agarró el largo miembro, lo llevó a la entrada de la mujer y la penetró sin contemplaciones.

  • Ayyyyyyyyyyyy…..¡¡¡

Ella acusó el golpe con un gemido, mezcla de sorpresa, placer y dolor. El largo miembro lo sintió totalmente hasta el fondo de su conducto, a pesar de ser tan mujerona.

Alberto inició un buen mete y saca, Vertiginoso. Vibrante, con poderío. Sin dar pausa a la hembraza. Los gigantescos pechos se agitaban con los empujones. Matilde se levantó de la silla y se sentó en la cama, para ver más de cerca el espectáculo. Entre los grandes muslos bien abiertos, la estaca dura de Alberto se clavaba fuerte en la jugosa abertura y los testículos oscilaban como campanas al vuelo.

La mujerona sudaba. Se agitaba con gemidos profundos.

.- Sigue así, sigue así, querida –le decía Matilde--. Sigue, siente el gusto, si te corres te abrirás más en tus carnes y te quedarás seguro que bien preñada.

Nuevos y vigorosos empujones de Alberto. Matilde estaba algo sorprendida del comportamiento del hombre. Lo notaba más excitado que otras veces. Creo que le gusta mucho esta mujerona de grandes carnes, se dijo. Como siga así, le parte el coño, joer….

La hembrota llegó al límite de su excitación. Puso los ojos en blanco, la boca toda abierta como si se asfixiara, tensó los poderosos muslos, abrazó a su amante con los musculosos brazos….

  • Hoy no sales vivo de aquí, Alberto…ajajajaaa, -le comentó Matilde-.

Alberto no respondió. Estaba atento a dos cosas. La primera al orgasmo de la mujerona. En segundo lugar, concentrado para no correrse. Eso se reservaba para el final. Había que conseguir que la mujer sintiese al menos dos orgasmos, para tenerla más dispuesta a la preñez.

La maciza explotó al final en una larga corrida. No se cortó ni un pelo. Jadeó, gimió, gritó, soltó palabrotas. Luego quedó inmóvil, exhausta, como muerta.

  • Creo que ha sido su primer orgasmo .susurró Matilde al oído de Alberto-.

  • Yo también lo creo. Joder, que tiarrona, que gozo me ha dado. De lo mejor que me has traído.

Alberto descabalgó y dejó que la mujer se repusiese un poco. Bebió un poco de agua. Al cabo de unos minutos, la mujer volvió de su medio desmayo, con una sonrisa de libidinosa total.

  • Date ahora la vuelta, querida, le dijo Matilde.

La hembrota se dio la vuelta, moviendo el enorme cuerpo. Primero de rodillas, expuso el gigantesco pero apretado culo. Nalgas enormes, redondas, de yegua. Y los pechos colgando como dos enormes sandias.

Matilde le puso la almohada doblada para las caderas.

  • Es para que el cuerpo tenga pendiente hacia adelante, entiendes. Cuando el te lo eche dentro, así resbalará todo hacia tu interior y nada se saldrá.

La mujer abrió de nuevo las piernas todo lo que pudo, receptiva a lo que tuviese que llegar. Alberto se colocó de rodillas entre los muslos, y volvió a penetrarla. Esta vez, con un movimiento más cadencioso, más suave, entrando y saliendo mas lentamente.

La mujerona seguía goteando jugos sobre la sábana.

Alberto consideró que había llegado el momento de su vicio: porculizarla.

  • Crema, por favor…

Alberto y Matilde estaba bien compenetrados. Cuando él decía crema, ella ya sabía que le iba a dar por el culo. Alberto se retiró un poco para que los genitales de ambos quedaran libres. Matilde extendió la crema lubrticante por la zona anal de la hembrota y por el miembro largo y duro. Luego Matilde lo agarró por el centro, para que no se doblara, y llevó la cabeza al culo bien untado.

La hembrota no sabía lo que le esperaba.

  • Ya…-dijo Manuela-, está dispuesta.

Alberto empujó, con fuerza. Le metió varios centímetros.

--Aahhhhhhhhhhhhggggggggggggggggggg…….

Un largo quejido de Manuela, que pidió socorro a la enfermera.

  • Matilde, Matilde…..ahhhhhhhh… que me rompe el culo, por favor, por favor…no, no…..

  • Aguanta cariño, aguanta….esto es así….

  • Pero por el culo no me quedo preñada, joder…. Me duele….

La hembrota intentó descabalgar a Alberto. Movió el enorme culo con fuerza, agitando las caderas. Intentó darle manotazos y apartarlo. Pero Alberto la tenía bien clavada, dejando caer su peso sobre ella y le sujetó las muñecas por encima de la cabeza, sometiéndola….

  • Ay, ay, ayyyyyyyyyyy………..

En estos casos, Matilde le contaba un rollo a la sodomizada.

  • Verás cariño, es bueno que te de por el culo. Si se te abre bien el recto, se te relaja todo el cuerpo y también se te abren los ovarios. Aguanta.

La mujerona, ante el consuelo de la preñez por una parte, y viendo que era imposible quitarse al enculador de encima, aguantó ya resignada.

Comenzó a sofocarse. La frente, el cuello, la espalda, estaban perladas de gotas de sudor. Nunca la habían follado bien, pero desde luego, menos todavía la habían enculado. Al cabo de un rato, cesó en sus esfuerzos y aguantó en silencio. Alberto se dejó caer con todo su cuerpo sobre la enorme espalda de la mujer, para sentir el mayor contacto. Aquella mujerona le estaba dando el mayor placer que conocía.

Pasaron unos diez minutos, ambos inmóviles. Sintiendo las sensaciones. Matilde sentada en la cama observaba el éxito de la operación.

Al cabo de ese tiempo cambiaron los gemidos de ella. Ahora ya no era de queja, sino de placer. Un gemido ronco, que le salía de dentro.

Alberto entendió que la mujer gozaba ya. Inició un mete y saca en el recto y ella ya no se quejó. Se dejaba hacer. La hembra seguía sudando copiosamente. Se notaba el gusto que sentía, pero no alcanzaba el orgasmo por esa vía.

-Ayúdala un poco, Matilde.

Matilde metió la mano entre los muslos de ambos. Buscó el clítoris abultado de la señora. Masajeó despacio. Ella aumentó las contracciones. Aumentó los gemidos ahora casi alaridos de placer. Hundió la cabeza en las sabanas, con las manos crispadas sobre la tela. Y volvió a correrse con un orgasmo más largo que el anterior. Luego, otra vez inmóvil, como desmayada.

La cara de Alberto también comenzó a contraerse. Matilde lo advirtió y le dio una palmada en el culo.

-

Eh, eh…quieto. Descabalga, no te corras. Venga, a lavarte la polla.

A duras penas evitó Alberto la eyaculación. Se bajó y fue a lavarse. Siempre se lo exigía Matilde, para evitar alguna infección de las bacterias del recto, al contacto con la vagina.

Salió Alberto al baño, a enjabonarse bien la polla.

La mujerona seguía como en otro mundo. Al final acertó a preguntar si todo había acabado.

  • No cariño… Ahora Alberto ha ido a lavarse y te la volverá a meter, ya por el coño. Luego te quedas así un cuarto de hora más, para que no se salga nada de leche.

Matilde separó bien las nalgas de la mujer, cuando Alberto volvió a cabalgarla. La entró toda, se movió varias veces, ya con la mujer totalmente pasiva. Matilde le agarró los testículos por detrás, apretándoselos un poco para lograr la mayor eyaculación. El largo pene llegaba a la entrada del mismo útero y allí recibió la hembra su ración de semen.

Exhausto, Alberto se dejó caer otros cuántos minutos sobre la enorme mujer, que aguantaba el peso sin esfuerzo.

-

Ojalá esta mujer necesite varias sesiones… Joder, que gozo…-se dijo para sí mismo-.

Pues tuvo mala suerte Alberto (de momento). La mujer se marchó con la promesa de volver pasados unos días. Pero telefoneó a Matilde para decirle que no hacía falta. Tenía claro su embarazo. Una sola vez. Acierto de pleno.

Y digo que tuvo mala suerte de momento, porque la mujer, aunque embarazada y después parida, le cogió gusto al tema y volvió varias veces en los dos años siguientes. Fue la única de las clientas que repitió embarazo. Niño y niña. Todo un éxito para la sociedad.

Alberto, en su madurez, me contó otras historias.

Y para otra ocasión, os haré partícipe de otra bien sabrosa, porque con el tiempo, Matilde, aunque madura, tampoco se salvó de ser sometida, bien follada y enculada.

Será otro día.

Saludos.