El precio del... silencio

No la quiso violar, prefirío que lo hicieramos entre nosotros, cuñados, para que no pudieramos delatarle.

EL PRECIO DEL... SILENCIO

La situación en que me encontraba parecía el fruto de una alucinación. Desde hacía una hora estaba atado a una silla mientras tres ladrones buscaban un botín que, supuestamente, consistía en 100.000 € que mi hermano mayor iba a destinar a la compra de piezas de anticuario. Nunca me habría imaginado que ese negocio, asociado al buen gusto y la estética, utilizara algo tan vulgar como los pagos en metálico de ese volumen, que recordaba al negocio de los tratantes de mulas de otra época.

El hecho es que estaba allí, en casa de Emilio, por casualidad, como resultado de una acción desinteresada fruto de mi vanidad y de los ruegos familiares: me consideraban el único que podía ayudar a preparar un examen de oposiciones a su segunda mujer, Helena, que debería, de paso, permitirla superar el estado depresivo y de ansiedad en que se encontraba desde hacía varios meses..

Un hombre de unos cincuenta años dirigía la operación en la que participaban también dos jóvenes cachorros cuya misión parecía consistir en aterrorizar a Helena toqueteando una y otra vez su cuerpo y amenazándola con la violación si no colaboraba. Por lo que podía deducir de los gritos provenientes de las habitaciones superiores del chalet, donde en este momento se encontraban, su colaboración había permitido rescatar sólo algo más de 30.000 € lo que tenía a los muchachos sublevados y dispuestos a cumplir sus amenazas.

Los gritos se acercaban cuando oí con claridad una orden que indicaba a Helena que se sentara a mi lado, en el sillón que había junto a la chimenea. La vi bajar deprisa los últimos peldaños de la escalera y cómo uno de los jóvenes que la perseguía le alcanzaba y apretaba contra una mesa, levantaba su falda diciéndola cosas al oído y metía una mano por su entrepierna mientras la besaba y colocaba la de Helena sobre el bulto que destacaba en sus pantalones. Así estuvieron casi un minuto sin que se pudiera apreciar, desde donde me encontraba, una oposición clara por parte de Helena a los sobos de él aunque sí sus intentos infructuosos por retirar su mano del sexo del otro y evitar que la besara en la boca.

Entonces di un alarido para que la dejaran en paz. Cuando aprovechando la sorpresa se logró zafar y sentar, estaba temblando, respiraba entrecortadamente y tenía los ojos desorbitados. Por las discusiones que había entre el grupo de asaltantes parecía que el hombre mayor, que actuaba como jefe, la había salvado de ser penetrada aunque no de ser sobada en toda regla. En un instante el joven y excitado perseguidor intentó acercarse a donde estábamos y él jefe le ordenó que no siguiera. Dio un paso más y se encontró con un cuchillo de monte entre sus pies que el otro le había lanzado y que quedó temblando encajado sobre la madera del suelo.

Estás loco - dijo el chaval. Y añadió dirigiéndose al otro joven: Yo me voy, Luis, éste está loco .

¿Se puede saber que plan tienes? Si nos denuncian, da lo mismo que añadan una violación y la tía ésta la merece por hacerse la tonta y la mosquita muerta pero, sobre todo, por lo caliente que se pone cuando la tocas – comentó el tal Luis al hombre mayor.

El jefe tardó en contestar demostrando que cavilaba algo mientras nos miraba fijamente. Aproveché para observar la cara de Helena que seguía dirigiendo sus ojos desencajados al cuchillo que había penetrado en la tarima un par de centímetros y que agotaba sus últimas vibraciones. Su cara y su silencio denotaban más pánico que angustia y, al tiempo, parecía como si no estuviera allí, aunque estaba seguro que había oído los comentarios que acababan de dirigirla. Yo no podía dar crédito a lo que de ella decían y estaba preocupado por su actitud.

Mi plan no es el vuestro, iros y dejarme un coche. Pero no os preocupéis que ninguno de los dos nos va a denunciar.

Vale, tu sabrás lo que haces – contestaron de mala gana mientras se dirigían a la puerta.

No podía creer que eso significara que nos iba a matar, no tenía sentido. Pero enseguida comprobamos, mejor dicho comprobé porque Helena no parecía enterarse, que la cosa iba por otro lado. Porque se levantó, recogió el cuchillo del suelo y le ordenó que echara más leña al fuego, algo que me hizo sonreír pues parecía una metáfora imposible. Pero se refería al fuego real de la chimenea, no al que se desprendía de la situación.

Helena se levantó, como una autómata, se sentó sobre sus talones y añadió un par de troncos de leña mientras adoptaba una postura que me permitía ver sus piernas hasta bastante más arriba de las rodillas y comprobar que eran realmente preciosas. Pensé, sin embargo, que algo impedía que me sintiera atraído por ella, quizás su distancia y lejanía que parecía estar provocada por la fase semidepresiva que estaba pasando. Pero no había olvidado lo que me llegó a gustar cuando la conocí y en los meses posteriores a su boda, período en el que desprendía energía por todos sus poros que eran motivo de chanza en las conversaciones con mi hermano, veinte años mayor que ella y que debía hacer continuos y ridículos esfuerzos para seguir su ritmo.

Creía que no me atraía pero, cuando me di cuenta de los rotos y carreras de sus medias, fruto sin duda de los forcejeos y toqueteos morbosos a que la habrían sometido en el piso superior, noté una punzada en mi corazón. La voz del hombre interrumpió mis pensamientos:

Nena ¿quieres recordar esta tarde durante toda tu vida u olvidarla y vivir como si no hubiera ocurrido? ¿Piensas contar todo lo que aquí ha sucedido, o pueda suceder, al imbécil de tu marido o prefieres reponer el dinero en silencio y no contar nada a nadie? De ti depende el que vuelva, o no, a visitarte otro día con mis amigos.

Y diciendo esto se alejó hacía la librería, donde se encontraban algunas de las figuras que mi hermano y su marido coleccionaban, y levantó una de ellas que destacaba sobre las demás, añadiendo: "¿Quieres que la deje caer ahora mismo? Eso obligaría a dar explicaciones. ¿Quieres o no? Decide, vamos".

No, por favor - dijo Helena que estaba de pié otra vez.

Pues entonces, promete que serás buena y que vas a obedecerme en lo que te diga. Vamos.

Helena calló un momento y luego añadió, muy quedo, "vale".

Más alto - dijo el otro.

Sí, lo prometo, pero a condición de que no nos haga daño –añadió más alto.

Mira nena, las condiciones las pongo yo porque estáis a mi merced y haré lo que me dé la gana. Aunque no temas: mis planes no contemplan, por ahora, forzar tu voluntad. Pero sí – añadió levantando la voz y riendo a carcajadas - que ¡os dispongáis a follar entre vosotros dos!. – y volvió a reír: ja, ja, ja - Has oído, profesor de pega, ¿quieres follarte a la muchacha delante de mí o no?.

¡Hostias, así que era eso lo que pretendía! Frenar a sus amigos violadores para descargar sobre mí ese trabajo y, de paso, asegurarse nuestro silencio. ¡Menudo panorama! De inmediato contesté que conmigo no contara para sus sucios propósitos. Y que, por mí, podía irse ya, que no contaría nada a nadie y que, con gusto, repondría el dinero que faltaba.

Nena, parece que te rechaza y que no quiere jugar contigo como hacían mis amigos que, después de todo, parecía que te amansabas cuando tocaban tu coño. Así es que te corresponde a ti llevar la iniciativa... aunque corre de mi cuenta mantenerte excitada, no te preocupes. – añadió riendo.

Helena se quedó muda y negando con la cabeza hasta que añadió : "Es usted un monstruo" . Entonces él añadió: "Vamos nena, no hay cosas monstruosas en el amor. Sólo más o menos excitación, ya lo has notado y lo seguirás notando en los próximos minutos. De momento, - dijo mientras se acercaba a ella mostrándola el cuchillo - siéntate sobre él para que sienta el olor y el tacto de ese cuerpo que parece se ha atrevido a rechazar ".

Y Helena se puso de espaldas ante mí y se sentó sobre mis muslos mientras yo la decía: "Por favor, Helena, no te asustes, no nos hará nada si nos negamos a sus juegos" pero no me contestó mientras miraba, como atontada, al cuchillo.

"Nena, ábreme las piernas un poco que quiero mirarte a placer" – dijo el otro. Y Helena abrió sus piernas. Su actitud me parecía increíble, su pánico la había incorporado al juego demasiado fácilmente aunque la verdad es que no sabía por cuánto había tenido que soportar en el piso de arriba. El hombre se acercó a ella y colocó, de forma descarada, su cara a la altura de las rodillas y comenzó a oler entre sus piernas, mientras dejaba un instante el inmenso cuchillo encima de su vestido.

Yo estaba realmente tenso y notaba su olor cálido pero no sabía qué papel jugar, si chillar para despertarla del atontamiento o esperar y ver, cuando oí que el otro decía: "Huele bien tu sexo". Y diciendo esto le comenzó a quitar los zapatos lentamente, mientras la preguntaba, con sorna, si estaba dispuesta a colaborar o no. Pero no esperó a la contestación. Lo que hizo a continuación pretendía sin duda probar la actitud de Helena: deslizó su mano suavemente hasta que se perdió por el interior del vestido y ahí la retuvo unos instantes. "Bien cariño, me gusta que te dejes hacer, esto va bien" mientras ella me miraba avergonzada y yo no podía evitar pensar en las palabras del otro cuando dijo que se amansaba cuando la tocaban el coño. ¿Influía en su actitud el desequilibrio psíquico que sufría o es que éste tenía que ver con comportamientos para mí desconocidos?

Después la llamó para que se acercara a él, que se había sentado en el sofá situado frente a la chimenea, y le ordenó que se quitara la falda. Y Helena, que estaba muy nerviosa, lo hizo. Entonces volvió a introducir suavemente su mano izquierda entre los dos muslos para después levantarla de golpe hasta llegar a su coño, que quedó aprisionado en su mano abierta, mientras con la derecha recorría con el cuchillo uno de los rotos de sus medias y rasgaba su suave tejido hasta que lograba desprenderlo. Lo volvió a hacer una y otra vez mientras ella movía su cuerpo para evitar sentir pinchazos, ocasión que aprovechaba él para acentuar la presión de la otra mano contra su sexo, lo que, a su vez, provocaba nuevos movimientos en Helena cuyo sentido no llegué a descifrar: ¿placer? ¿rechazo? ¿vergüenza de sentir algo y saberse observada por mí?. Y yo, que me encontraba a sus espaldas, comencé a divisar trozos crecientes de su piel y de sus blancas bragas que me confirmaban que realmente estaba muy buena y más ahora que parecía respirar con viveza.

La ordenó después que se volviera a sentar sobre mí, que seguía atado a la silla, pero añadió: "Ahora que comienzas a estar caliente restriega tu cuerpo con el suyo para excitarle un poco" . "Por favor, Helena, no lo hagas", la dije en voz baja mientras empezaba a tener miedo de los efectos irreversibles de la situación. Pero Helena abrió sus piernas y se sentó, a horcajadas pero dándome la espalda, encima de mí hasta encajar su sexo sobre el mío. Se movió un poco pero suspendió enseguida sus movimientos cuando yo comenzaba a sentir el calor que me trasladaba su cuerpo, que acentuaba el que se desprendía de la chimenea que tenía a mis espaldas.

El hombre comenzó entonces a hablar: " ¿Sientes como crece su polla y por eso te cortas? Entonces es que no estás dispuesta a cumplir lo pactado y tendré que ocuparme de ti directamente para excitar tu imaginación." Escasas palabras pero suficientes para que comenzara a moverse otra vez con decisión. Pero el otro continuó su discurso morboso: "Vamos nena, restriega tu coño con gusto y olvídate del profesor. Si quieres una alternativa más excitante, puedo ordenarte que bailes desnuda para nosotros o hacer que te masturbes ayudada por el mango de mi cuchillo, como prefieras. ¿Quieres que te ayude?" . Y como no contestó se acercó a Helena y comenzó a tocarla otra vez el sexo por encima de sus bragas semirotas durante algunos segundos hasta que ella, cuyo nerviosismo y temblor notaba, le retiró la mano diciendo "Ya, ya, no siga por favor" . Cuando comenzó a moverse otra vez, yo estaba ya excitado mientras decía una y otra vez "por favor, Helena, párate" y ella seguía un ritmo creciente sin hacerme caso. Yo sentía la humedad de su sexo pero no me atrevía a mover mi cuerpo, a pesar de la excitación evidente que notaba, pero, a la vez, me sentía irritado y excluido, como si fuera un objeto secundario y pasivo. Y entonces me dirigí al otro, casi gritando: "Basta ya, no voy a ser un muñeco de sus juegos. Basta ya, yo no soy sólo su profesor, soy el hermano de su marido"

Entonces Helena dio un salto alejándose de mí y levantó la cabeza mirando al hombre que se mantenía de pié y a un metro de distancia de nosotros y que había recibido mis palabras con sorpresa pero al que, ahora, se le iluminaba la cara: "Así es que es tu cuñadita joven y yo sin saberlo. Y por eso estas dolido y dices que no la deseas ¿no? Lo que te pasa es que te bloquea el morbo de follártela. Pero ya verás cómo dentro de poco te ponemos a tono" . Y diciendo eso la tomó de la mano, la puso de pié y la dio la vuelta hasta quedar frente a mí, así, en bragas que destacaban ante mis ojos bajo las medias desgarradas por el cuchillo. Y acercándose a mí, me dijo al oído mientras me pinchaba con el cuchillo en la espalda: "Mírala bien yanímate, que ella está ya casi dispuesta y tu más de una vez has deseado follártela. Reconócelo".

Entonces nos miramos y comprobé que estaba realmente hermosa y también, algo que no me atrevía a aceptar, excitada porque sus pechos subían y bajaban al respirar, sus labios estaban hinchados y las aletas de su nariz se abrían para exhalar el aire con intensidad. Y como yo negué que hubiera deseado hacerla el amor, negación que provocó un brillo extraño en los ojos de Helena, el otro volvió a colocarse detrás de ella y comenzó a desabrocharla la blusa, primero, y el sujetador después mientras ella seguía muda y mirándome a los ojos. Helena quedó medio desnuda, con sus pechos al aire que comenzaron a ser acariciados por una de las manos del hombre, y sólo con sus bragas que destacaban entre trozos del panty negro, roto por el cuchillo, y que hacía resaltar grandes parcelas de su piel blanca en muslos y piernas.

El hombre metió entonces su otra mano por dentro de sus bragas y comenzó a tocar su culo mientras la empujaba suavemente hacia mí diciendo en voz queda pero audible desde donde estaba: " Ahora, medio desnuda como estás, le vas a soltar las ligaduras sentada encima de él, con cuidado porque os voy a estar apuntando con la pistola". Helena negaba con la cabeza mientras me miraba fijamente y yo miraba la pistola que no sabía de donde había salido, pero se acercó a mí, se sentó otra vez encima, pero está vez de frente, lo que suponía colocar sus pechos a la altura de mi cara, se agachó y comenzó a desatarme. Su cara tenía una mueca irónica que parecía sonreír. En voz muy queda, me dijo con sus labios rozando mi oreja "Lo siento. Pero creo que lo mejor es colaborar y disimular un poco ¿no?". Y siguió desatándome mientras su axila y uno de sus pechos rozaban mi mejilla.

El frote accidental (¿?) de su sexo con el mío mientras hacía esta operación, estaba reforzando la dureza de mi miembro que ella notaba claramente por las miradas que me dirigía. En un instante, sin saber por qué, quizás despechada por mi actitud de rechazo que contradecía mi excitación creciente, tuvo una reacción que la hizo levantarse, primero, y retirarse después hasta chocar con el hombre. Ocurrió cuando yo estaba a punto de darme por vencido, un segundo antes de que me decidiera a morder su cuello.

Éste comenzó a sobar otra vez los carrillos de su culo con una mano mientras yo me levantaba. "Vamos cuñadito desnúdate para que la nena te vea mientras yo la caliento un poco más" – dijo entonces el hombre mientras colocaba la culata de la pistola, que imaginé fría, sobre los pezones de Helena. Ella temblaba mientras dijo "vamos, hazlo"

Y yo comencé a desnudarme despacio confiando en dar tiempo para que mi erección se difuminara un poco. Pero fue imposible porque, mientras tanto, el otro bajaba aún más su otra mano para acceder desde atrás al sexo de Helena, objetivo que cumplió sin esfuerzo y que reforzó mi excitación. Mi cuñada estaba entonces un poco inclinada hacía mí, mientras el otro la masturbada por detrás y rozaba sus pezones con el cañón de la pistola. Su cara se enrojecía por instantes mientras dirigía sus miradas a mi sexo que terminaba de alcanzar su máximo volumen. "Poor fa-voor, Miguel, coómo te... es-tás ... po-nien-do", decía mientras mostraba en sus labios y en su respiración los efectos de la incipiente masturbación y yo hacía esfuerzos por no acercarme.

"Te gusta mirar así a tu cuñado mientras te toco el coño, eh nena" dijo el otro. "Pues acércate un poco más y cógele la polla" Y como ella no parecía decidirse la empujó y alejó de él diciendo: "Vamos fóllatelo ya. No te hagas ahora la estrecha con lo caliente que estás y lo excitados que nos has puesto".

Como no se decidía, yo cogí temblando su mano - "Miguel no, Miguel no" me decía - y la llevé a mi sexo diciendo: "Vamos Helena, sólo para que nos deje en paz". Y Helena contestó "buenno, pero sólo por eso ¿eh?" pero cogió mi polla de una forma especial, haciendo un cucurucho con sus dedos que movía lentamente mientras me miraba a los ojos y decía. "Sóolo un pooooco ¿eh? ¿Te guuusta así?" . Y sentí un escalofrío de placer y solté: "oh dios, no me haaaagas eso" . Y continúo hasta que mi erección se hizo gigante y entonces dejó de hacerlo diciendo: "Vale, vale, paro ya".

"Ahora tu - dijo el otro dijo dirigiéndose a mí- hazla lo que quieras.... vamos, si no quieres que me la folle ahora mismo". Yo, que estaba loco por follamela en ese momento, no me atrevía todavía a asaltar su cuerpo. Entonces, le pregunte casi temblando: "Qué quieeeeres que haga, ¿te toco... el ... se-xo un poco?" . "Bueno como yo a t,i pero sólo un poco". Dirigí una mano a su sexo y comencé a frotarla suavemente. No me sorprendió encontrarme un sexo tan caliente y chorreante de flujo ni tampoco que Helena abriera las piernas para facilitar mi entrada, Los dos estábamos enlo quecidos y deseosos de sexo. Ella decía "... mmmm, así, así, sigue un pooooco más, sólo un pooooco más, por faaavor" . Y seguí tocándola bastante más tiempo que ella a mí, mientras una mano suya acariciaba la mía que pellizcaba sus pezones y decía: "Ooooh, ooooh, paara, paara que me lo haces muy bien y me vas a hacer cooorrer". Y yo, que no podía más, puse una de sus manos en mi sexo rogándola que me lo hiciera como antes, mientras mantenía la que masturbaba su coño.

Ella me alentaba para que continuara mis caricias – "siiigue ... siiigue así, vamos"- mientras me empujaba a un sillón y decía con una cara que desconocía: "Ya estaá bien, ¿no te parece? Vamos a ha..cerlo todo, anda, vamos a hace..rlo, por favoor" . Y me sentó y cogió el sexo como antes para enseguida comenzar a masturbarme mientras me miraba a los ojos y parecía demorar el sentarse encima de mí. Y preguntaba una y otra vez sin dejar de mirarme: "¿Te gusta? ¿Lo hago bien así?" Y yo "ooooh, ooooh, siiii sigue asiiií" Y siguió y siguió y seguimos tocándonos hasta que oí que decía "si quiereeees ... acaba ... no ... pasa naaaada.... no me ... enfado ... de verdad" .

Yo no quería acabar sin ella e intenté controlarme mientras aceleraba su masturbación para provocar su orgasmo, pero lo que ella decía me volvía especialmente loco: "Acaaaaba, Miguel, de veeeeerdad que... me gusta mu... cho verte así". Pero ese me gusta mucho verte así lo dijo mientras miraba de reojo al otro, lo que me convenció que la excitaba especialmente exhibirse así delante de él.

Se acercaba el momento de mi huida hacia el orgasmo inevitable.

Entonces algo lo interrumpió. Sentí como el otro se ponía detrás de ella, que estaba agachada sobre mí, la bajaba bruscamente las bragas rotas y colocaba la polla sobre su sexo. Helena interrumpió sus toqueteos sobre el mío, mientras lanzaba unas palabras que me parecieron sorprendentes o excitantes por cuanto mostraba una resistencia insospechada que, más bien, parecía increible: "Cabrón, hiiijo de puta, tu no ... vas a pe-ne-trarme, no quiiiero que me folles"- mientras intentaba zafarse.

El otro conseguía, de vez en cuando, iniciar la penetración aunque era expulsado por los movimientos de Helena. Esas entradas y salidas del galde del hombre, parecían mucho más un juego erotico provocado que el resultado de una batalla aunque ella siguiera gritando "no me la vas a meeeter, no me la vaaaas a meter". O quizas, eran lo mismo.

En uno de esos movimientos noté por su cara que el otro había conseguido penetrarla profundamente – "ooooh, ooooh" - y que el sentido de los movimientos de Helena eran ya acompasados a sus embestidas. Y entonces comencé a chupar sus pezones y a retomar el sobe de su clítoris - y ella dijo: "siiii.... siiii.... tu siiii.." mientras sentía en mi dedo los fuertes empujones de la polla del otro. Sus palabras repetidas – " siiii.... siiii.... tu siiiigue"- me excitaban especialmente pues indicaban sus preferencias por lo que yo la hacía.

Me sorprendió que salieran de mi boca esa palabras, pero salieron. Dije "disfruta de los dos so zorra". Y ella lo asumío, se asumió como puta entregada a dos hombres, y empezó a hablar en plural: "No pareéis,tu taaambien siiiigue, siiiigue" lo que me excitó doblemente. Y luego: "Me lo haceis muy bien" y "ya sí, ya sí, ya no pueeedo máas". El hombre estaba a punto de correrse, parecía iba a llegar el primero de todos ala felicidad absoluta de descargar en ese agujero tan cálido.... Hasta que, súbitamente, Helena hizo un movimiento brusco, y creo que involuntario...o, quizás, voluntario para evitar que el semen la entrara. El hecho es que, justo en el momento que el otro se corría, fue expulsado de su gruta haciendo que el semen fuera a descargar sobre su culo y.... un poco, sobre la mano que me masturbaba.

El hombre se puso a gritar y a golpear de rabia a Helena que se disculpaba y pedía perdón mientras era llamada puta varias veces. Y ella, humillándose mientras se incorporaba, reaccionó intentando chupar el pene del otro, que la rechazó. Yo reaccioné al instante. Me dirigí a ella, la cogí por su cintura y la levanté hasta que mis muslos desnudos rozarón su culo. Estaba tan excitado que tardé varios instantes en acoplar su sexo al mío. Pero cuando lo conseguí la sensación fue prodigiosa. Su coño estaba tan caliente que quemaba y la postura faciliotaba una entrada profunda. Ella seguía besando y chupando la polla del otro que, a ratos, la alejaba y, a ratos, la permitía seguir. En una de esas, cuando pudo hablar, me pidió, con un descaro increible, que siguiera tocándola: "A mí, ooooh, me gusta muuucho que me toqueeen, meee guustaa mucho que me toqueeeen" . Y añadió cuando yo iniciaba la entrada juguetona de dos dedos en su sexo "...y lo que me haaaces tu maaaás". Seguimos así un rato diciéndonos en voz alta el gusto que sentíamos mientras ella, además, parecía disfrutar especialmente manteniendo su mirada, tan turbada como turbia, sobre la del hombre, que nos observaba excitado y satisfecho de su éxito. Y así continuó hasta lanzar un "aaaaaaaah" interminable, al que me sumé con un orgasmo y un temblor que terminó desplazando más de un metro el sillón en el que ella se apoyaba.

Media hora más tarde el salón estaba ventilado y nosotros dos estábamos sentados y en silencio delante de sus apuntes esperando la llegada de Emilio. Todo parecía en orden o, quizás, todo había empezado a recuperar un orden paradójicamente más sano, al menos en la cabeza de Helena. " ¿Cómo te encuentras?" la había preguntado momentos antes, y ella me contestó: "Bien, de verdad, y mucho más después de una experiencia que nos ha permitido conocernos..... a fondo". Y con una sonrisa pícara nos agarramos de la mano y así permanecimos en silencio cruzando periódicamente nuestras miradas en las que no se percibía reproche alguno y sí una extraña paz. Una paz que me hizo pensar que, posiblemente, superaría su depresión y aprobaría el examen.