El precio del placer

! Quítate el pantalón, te vas a follar a mi mujer!

EL PRECIO DEL PLACER

Inmediaciones del estadio Santiago Bernabeu. Siete de la tarde. Después de tomar café en "seis peniques", caminamos por la calle Capitán Haya. No hace mal tiempo. Al menos no llueve, aunque la baja temperatura se deja notar. Es invierno. Enero duro éste de Madrid. Los dos cafés irlandeses que nos hemos tomado nos han venido de maravilla. El ambiente agradable del pub y el calor que nos acogió revitalizaron nuestra existencia.

Observo a la gente. Caminan por la calle enfundados en sus abrigos con las solapas del cuello levantadas y la barbilla pegada a su pecho. Hace frío. Cada uno va a lo suyo. Nadie conoce a nadie. Todos ocupamos la calle. La mísma calle. Pero nos sentimos muy alejados unos de otros.

Casi sin pensar, nuestras sombras han llegado a la puerta del hotel Meliá Castilla. Observo al botones. Su abrigo gris pardo con los botones dorados. Su gorra de plato. Sus guantes cubriendo esas manos que habrán abierto miles de puertas de taxis. Un bulto solitario en la noche madrileña. Siento lástima por el.

Después de dar la vuelta al hotel, nos adentramos en la calle Rosario Pino. Llama nuestra atención una pequeña puerta. Es azul. De hierro. Una pequeña placa al lado derecho de la puerta y un timbre son sus acompañantes.

En la placa podemos leer "Depilación J.M.A.". Más abajo, "Total, efectiva, duradera". Parezco hipnotizado ante esa placa. Mi mujer me tira del brazo como si me quisiera apartar del hechizo. No sé que quiere de mí, aunque el registro se fija en mi mente.

Mi dedo corazón pulsa el timbre ante el requerimiento de mi mujer. La interesa el tema por motivos obvios. Un poco de información saciará su interés. Un rato al abrigo del frío nos hará bien.

Una joven rubia, con pelo largo y dientes profiden, nos recibe al abrirse la puerta. El buen aspecto que acompaña su sonrisa me coloca dentro del local. Mi interés va en aumento.

-Buenas tardes, y frías-Dice después de hacer una pequeña pausa acompañada de un gesto invernal-, tomen asiento. Les atiendo ahora mísmo.

La rubia toma asiento tras su mesa y ordena sin orden unos cuantos papeles. Nosotros nos hemos acomodado en un sillón amplio, de cuero, de color negro. Escasos dos minutos de reflexión y su voz suena nuevamente mientras se acerca hasta nosotros con un catálogo en las manos.

-¿Supongo que están interesados en nuestros tratamientos depilatorios? Pregunta sonriendo.

-Si-Contesta mi mujer con toda la amabilidad de la que pueda hacer acopio-, hemos entrado para que nos den información.

-¿Para quién sería? Pregunta de nuevo la rubia.

-Pues….-Mi mujer duda ante lo que ella cree una estupidez de pregunta-para mí, por supuesto.

-Bien, en ese caso, le mostraré el catálogo femenino-Dice a la vez que abre el librillo y mis ojos se llenan de varias imágenes de pubis-, esto es sólo una pequeña muestra. Disponemos de más catálogos, pero aquí está una recopilación de los más interesantes.

Pubis negros, rubios, frondosos, con calvas…..todo un elenco de vello aparece ante mis ojos. Al lado de cada fotografía, hay otra del mísmo tamaño mostrando el mísmo pubis una vez arreglado.

-Nuestra intención era recopilar información, como por ejemplo, precios, horarios…..

-No se preocupe señora-Dice la rubia interrumpiendo a mi mujer-, le daré los precios y las fechas libres. No obstante, si lo desea, ahora mísmo tenemos un hueco. Es una buena oportunidad. No tendrá que esperar. Y……ya que están aquí…..

Mi mujer duda. Yo encaro su rostro sin saber que decir. Ella mira a la rubia y la rubia a ella. La situación es tensa. Nadie habla. Al final, rompo con el silencio.

-Si quieres, ya que estámos aquí-Digo con calma-, y en vista de que no hay que esperar, puedes aprovechar.

-¿Ahora? Pregunta mi mujer.

-¡Claro!, no hay nadie más. Digo tratándo de convencerla.

-Píenselo-Dice la rubia a la vez que se levanta y se aleja en dirección a su mesa-, yo les dejo para que lo hablen.

Realmente no hay mucho que hablar. Esa mísma mañana mi mujer me ha comentado, después de ducharse, que debe depilarse el pubis, pero que lo hará en otro momento. Su falta de ganas se debe a que primero debe recortar con las tijeras, después la cuchilla, con el consiguiente peligro, y posteriormente, la máquina eléctrica. Tanto ella como yo agradecemos esas depilaciones, pues si bien son molestas al crecer de nuevo el vello, a ambos nos provocan momentos de intenso placer. A ella, cuando mi lengua juega entre su raja, y a mí, cuando paseo mi mano entre sus muslos y acaricio su coño con la suavidad que proporciona su propio flujo.

La decisión está tomada. Habrá depilación. Es la ocasión. Nos seduce la idea de quedarnos en ese local. A ella, por el mero hecho de que no tendrá que enfrentarse a los peligros que conlleva ser la ejecutora de la poda, y a mí, por lo excitante que puede llegar a ser imaginar que una chica la depile.

-Disculpe-Dice mi mujer dirigiéndose a la rubia-, he decidido que en vista de la ausencia de clientes en este instante, me someteré al

-Tratamiento-Interrumpe la rubia-, podemos llamarlo así. De hecho, así lo llamamos aquí. Bueno, en realidad, todos son tratamientos. Quiero decir que….! Oh, discúlpenme!....a veces me lío. Quería comentarles la posibilidad que tiene, aprovechando el momento, de darse una sesión especial de rayos uva.

-¿Rayos uva? Pregunta mi mujer.

-Si. Disponemos de un nuevo sistema que acelera el bronceado y es menos peligroso para la piel. Con sólo una sesión, usted se irá de aquí con un tono de piel bastante más que aceptable. Le costará poco más y le quedará muy bien.

-No sé….-Mi mujer duda a la vez que nos mira a ambos, primero a mí y después a la rubia.-, no sé qué decir.

-Serán, por las dos cosas-Hace una pausa para sumar mentalmente-, 150 euros.

La rubia espera nuestra respuesta. Yo espero la decisión de mi mujer a la vez que en mi mente se dibujan tres billetes de 50 euros. Mi mujer espera un gesto de mí. Y la respuesta, la decisión y el gesto llegan juntos con sólo dos palabras. Dos palabras que pronuncio yo.

-¡Vámos, hazlo!-Digo con un ligero movimiento de hombros-.

-¡Estupendo!. ¿Será depilación total, verdad? Aguarden aquí y en un minuto estoy con ustedes. Dice la rubia a la vez que sale del habitáculo en el que nos encontramos.

-¿Estámos seguros de esto?. Me pregunta mi mujer al quedarnos sólos.

-¡Ya que estámos dentro!, aprovecha. Total, no son más que 150 euros. Te evitarás hacerlo tú sóla, ya que no quieres que sea yo quien te depile. Pues has de saber que tengo experiencia, si no, mira, mira mi barba. Y llevo años….

-¡Tu barba!, ¡Por dios!, ¿No me vas a comparar ahora tu barba con mi coño, eh? ¡Hasta ahí podíamos llegar!. Protesta ella.

-No, claro que no. Sólo digo que como no me dejas que te ayude por temor a que te corte, pues hazlo aquí

Me interrumpo ante la presencia de la rubia. Sigue sonriendo constantemente y mostrando sus dientes profiden, más blancos por el efecto de esa luz azulada que nos ilumina que por, presumiblemente, el Kit de Clysident que seguramente usa a diario.

-Bien, si me acompañan les conduciré hasta la sala depilatoria. Dice sin parar de sonreír.

-¿Los dos? Pregunta mi mujer.

-Si quieren, si. No hay problema por nuestra parte en que su marido esté presente. Pero eso es cuestión de ustedes.

Sólo hay una palabra que puedo ver escrita en mi mente. FANTÁSTICO. Es mi mayor deseo. Ver a mi mujer mientras la trajina una chica. Me pregunto por un instante si será la rubia quien pode a mi mujer. No me quiero hacer ilusiones, pero confieso, que sea la chica que sea, el morbo de la situación está más que asegurado. Mis pies echan a andar. He roto el freno. Y mi mujer, después de lo que ha dicho la rubia, no podrá detenerme. Lo veré en primera fila.

-Tendrá usted que ducharse-Dice nuestra acompañante mientras caminamos por un pequeño pasillo-, aquí. Dentro encontrará un albornoz con el que accederá a la sala. Su marido me acompañará y juntos esperaremos su llegada. Es esta puerta-Dice señalando una puerta marrón-, cuando esté lista, entre sin dilación. Yo la esperaré dentro. Y usted-dice dirigiéndose a mí-, tenga la bondad de pasar. Le acomodaré y le traeré un refresco si lo desea.

Al entrar en la sala me quedo perplejo. Un gran foco en el centro del techo llama mi atención. Al mirarlo me deslumbro y por un momento no veo nada. Ni a la rubia que está a mi lado. Bajo el foco, una camilla de cuero, y cubriéndola, una sábana impecablemente límpia. Un mecanismo asoma por debajo de la camilla y a los pies, sobre ella, otra sábana, de igual color, doblada magistralmente. Observo unos salientes a ambos lados de la camilla. Me pregunto cual será su utilidad.

Siguiendo las instrucciones de la rubia, tomo asiento en un confortable sillón que hay situado a escasos dos metros de la camilla. Ciertamente estoy en primera fila. Una entrada que me va a costar 150 euros. Pero merece la pena.

-¿Un refresco?. Pregunta la rubia.

-Si por favor. Si no es molestia….limón.

-Perfecto. En un segundo se lo traigo. Dice a la vez que sale por la puerta y me abandona allí cual guardián del foco fuera.

Sin tiempo a ordenar mis pensamientos, la imágen de la rubia se planta ante mí, vaso en mano, con mi refresco.

-Gracias. Muy amable.

-Si desea más, no tiene más que pedirlo. Comenzaremos de inmediato.

Y tan de inmediato. Mi mujer abre la puerta. Se presenta ante nosotros con un albornoz blanco. Nos miramos. Me detengo un instante en su mirada. Es fría. El sabor de su incomodidad me llega nítido. Sonrío para disipar sus nervios.

-Bien. Ya está. Ahora vendrá el depilador. Se llama Alonso. José Manuel Alonso. Les atenderá bien. Es un poco cascarrabias, pero es un prodigio de hombre. Yo he terminado, les dejo en buenas manos. Iré a preparar la factura para cuando terminen. Gracias.

¿Depilador?, ¿José Manuel Alonso?, ¿Cascarrabias?, ¿Un hombre?, ¿Un hombre va a depilar a mi mujer?. Mi boca se ha quedado sin saliva. Miro a mi mujer. Deduzco que la suya también.

-¿Un hombre?. Pregunta ella con la boca como una arpillera.

-Eso ha dicho. Logro articular.

-No me gusta esto. Me reprocha ella.

-Ya no nos podemos ir mujer. No pasa nada-Digo para tratar de convencerme a mí mísmo que la situación me supera-, sólo te quitará los pelos.

-¡Es un hombre!, ¿No lo has oído bien?

-Lo sé. Será un tipo viejo. Como tu ginecólogo. Está acostumbrado a ver coños. No temas. Yo estaré delante. No te hará nada. Hará su trabajo y listo. ¡Joder, será profesional!

-Ya, y tú delante. Viendo como un viejo me depila. Protesta mi mujer.

-Así estarás más tranquila.

-¡Que te lo crees tú!, me dará más vergüenza. ¿No lo entiendes?

-No veo porqué. No temas joder, no pasa nada.

-¡Maldita mi idea!. Se lamenta ella.

-Tú cierra los ojos y déjate hacer. Olvida que estoy aquí. ¿Estarías más a gusto si yo no lo viera?

-Pues si. No es muy agradable ver como otro hombre me hace…..me hurga….., no creo que sea agradable para ti.

-No es agradable, no. Es morboso.

-¿Es eso?, ¿Eso es lo que te provoca esto? ¿Morbo?, ¿Te gusta ver como otro me pone la mano encima?

Sus preguntas no obtuvieron respuesta. Por la mísma puerta que salió la rubia, entró el depilador. Entró José Manuel Alonso.

-Buenas tardes-Dijo muy cordialmente a la vez que se acercaba a nosotros-, aunque ya podríamos decir buenas noches.

-Buenas tardes. Contestamos al unísono mi mujer y yo.

-Bien, ya me ha dicho Anita que quiere depilarse el pubis, ¿no es cierto?-Dijo a la vez que miraba a mi mujer con insistencia-, por mi parte, podemos empezar. ¿Usted nos acompañará?-Me preguntó al ver que me mantenía allí, de pies y en silencio.

-La señorita me dijo que….

-No hay problema. Hará compañía a su esposa en los intervalos. Ahora, si es tan amable, puede tomar asiento. Y…si quiere fumarse un cigarrillo, puede hacerlo. Aquí nadie se lo prohibirá. No nos ha llegado la prohibición ¡Ja,ja,ja!.

Confieso que la licencia de fumar me parecía extraordinaria. Ver a una chica depilando a mi mujer, me subyugaba demasiado, pero ver a ese tipo, me infartaba. Necesitaría los cigarros, en plural. Sin duda.

Alonso se desenfundó una bata blanca y se quedó con un "pijama", como lo denominan en el argot y ordenó, sí, ordenó a mi mujer que se quitara el albornoz y después, que se tumbara en la camilla. Mis nervios aumentaron al verla deshacerse de la prenda y quedarse desnuda. El refresco de limón que me estaba tomando llegaba a su fin, pero aún quise conservar el poco líquido del vaso para mejor oportunidad.

Mi mujer se tumbó en la camilla y Alonso se acercó a ella. La sábana que dormía a los pies de mi mujer, se usó para cubrir su cuerpo en su parte más alta. Verla allí, desnuda de cintura para abajo, pues eso es lo que se veía, me desarmó. En algunas ocasiones había acudido con ella a la cita con el ginecólogo, pero siempre había permanecido, durante la exploración, tras el biombo. Pero ahora no. Ahora estaba a apenas dos metros de mi mujer y de Alonso. Ella estaba tumbada boca arriba. La sábana cubría sus pechos y su vientre. Pero no su pubis. Ni sus piernas. Excepcionales piernas de las que nos sentíamos muy orgullosos ambos. La voz de Alonso me sacó de mis pensamientos y me devolvió a la realidad.

-Comenzaremos con una breve sesión de rayos UVA. Le voy a dar este antifaz para que se encuentre más cómoda, aunque yo me ausentaré después de dejar todo en orden. En media hora volveré, daremos otra sesión y haremos la depilación. ¿OK?. Y….por favor…manténgase en esta posición hasta mi vuelta.

Nadie contestó. Mi mujer mantenía sus ojos cerrados. Yo también mantenía algo cerrado, mi boca. Y algo seco, mi lengua. Alonso exhibió un antifaz negro y en vista de que mi mujer no hacía nada, él mísmo se lo pasó por la cabeza. Acto seguido, y con pasos cansinos, como el que hace eso mil veces al día, se dirigió hacia una esquina del habitáculo dónde se encontraba una mesa con unos mandos. Accionó alguno y el gran foco del techo se iluminó más, proyectando una intensa luz de color azulada. El vértigo nos visitó a mi mujer y a mí cuando Alonso se acercó a la camilla y tiró de la sábana hasta dejar descubierto en su totalidad el cuerpo de ella.

-Bien, ahora me marcho. Diré a Anita que le traiga otro refresco. En media hora volveré.

No hubo respuesta. No dio tiempo. El tipo de unos 40 años, estatura baja, pelo rizado y de cuerpo menudo, nos abandonó. Nos abandonó en la tensa espera.

-Se ha ido ya. Atiné a balbucear.

-¡Qué vergüenza, Dios mío!. Exclamó mi mujer.

-¿Vergüenza?...imagínate que estás en el ginecólogo. Además, aún no te ha tocado. Y seguro que no lo hace. Dije mientras me levantaba y me acercaba a su cuerpo.

-¡Es cómo nosotros!.... ¿No te das cuenta?, tiene casi nuestra mísma edad. Me da mucha vergüenza que me vea desnuda. ¡Esto no es el ginecólogo!, además, cuando voy al ginecólogo sólo me ve ahí, no el cuerpo entero. ¡Mira, estoy en exposición para que el tipo ese me vea bien!.

-¿Y si fuera mayor no te daría vergüenza? ¿Estarías más tranquila acaso?

-Supongo. Un hombre mayor me miraría de distinta forma. ¿Has visto como me miraba este tipo?

-¡Cómo quieres que te mire coño!. Dije molesto por la molestia de ella.

-Me ha observado con detenimiento. Se relamía con sólo pensar que me va a depilar el coño.

-Imaginaciones tuyas. Sólo eso. Es un profesional. Nunca haría nada fuera de su trabajo. Nunca haría nada que perturbara su profesionalidad. Dije asombrado de la charla que acababa de dar en defensa de Alonso.

-¿No te importa que me vea desnuda, verdad? Me dijo visiblemente enfadada.

-¡Pues no!. Tú querías depilarte. Nadie te dijo que fuera a hacerlo una mujer.

-Ya pero yo….

-¡Ni peros ni leches!. Ya estámos aquí y ya no hay vuelta atrás. Y ahora estate quietecita y haz caso a lo que te ha dicho. No te muevas. Se nos va a pasar la media hora discutiendo.

No lo pude evitar. Mi mano se deslizó por encima de su cuerpo y fue a parar sobre el vello que pronto iba a ser podado. Mi mujer dio un respingo y yo la calmé.

-Me voy a sentar. Estaré aquí mísmo. No lo olvides. Si veo algo anormal, lo cortaré de plano.

-¿Te pone cachondo esto, verdad? Me preguntó aún molesta.

-Es excitante. Extraigo la parte positiva del asunto. Tú deberías hacer lo mísmo. Tal vez así dejarás de ser tan estrecha, joder.

Tal vez así dejarás de ser tan estrecha. Esa frase hizo mella en mi mujer. Lo supe en ese instante y me arrepentí de haberla dicho. Pero la dije. Su silencio fue significativo. Ya estaba enfadada conmigo. Y sus enfados no van bien con mi forma de ser. Opté por retirarme y tomar asiento. Cuando iba a tomar mi vaso vacío para apurar los restos del hielo, Anita, la rubia, apareció por la puerta portando otro refresco de limón.

-¡Hola!, ¿Cómo va todo?, me he permitido traerle otro refresco. Dijo a la vez que me ofrecía el vaso de limonada.

-Gracias. Muchas gracias.

-¿Está usted bien?-Preguntó a mi mujer-, ¿Necesitan algo?-Y mirándose el reloj de pulsera-, ya sólo quedan 15 minutos y se podrá dar la vuelta-Y acercándose a ella-, ya se nota, ya se nota-Dijo a la vez que comprobaba el color rojizo del cuerpo de mi mujer-, se lo dije, este foco hace maravillas. Con dos o tres sesiones, a lo sumo, lucirá en pleno invierno un moreno veraniego. Bien, les dejo. Ya saben, cualquier cosa, me busca. Dijo dirigiéndose a mí.

Un sorbo prematuro del nuevo refresco y ya estaba al lado de mi mujer. La observé detenidamente. Casi pude ver hasta los poros de su piel. Observé sus pezones, lánguidos como su ser. No me reprimí tampoco esa vez. Mi mano fue a su entrepierna.

-¿Qué haces? Preguntó con cierto desaire.

-Hummmm…te toco….quiero sentir tus pelitos antes de que te los arranquen. Dije lleno de excitación.

-Eso no son los pelitos. Dijo con voz de cursi mientras sentía mi mano sobre su raja y mi dedo abriéndose camino en la hendidura.

-¡Oh joder!...me estoy poniendo cachondo. Verte aquí, con ese antifaz….desnuda….a mi merced.

-A la merced del tal Alonso, no te olvides. Dijo con un tono de voz más relajado. Más sosegado. Más excitado.

-¡Claro, como nunca me has dejado que te depile yo!. Protesté.

-¡Y que me cortes!, luego no podrías follarme en una temporada.

Estaba claro. Se había distendido. Mi falange visitadora había conseguido calmarla y excitarla a la vez.

-¿Te gusta lo que te hago?. Dije desencajado por la excitación.

-No es el momento. Vete a tu asiento. No quiero que llegue ese hombre y te vea aquí. Podría pensar mil cosas.

-¿Acaso no serían ciertas? Pregunté con el tono más baboso que pude fingir.

-Vete por favor. Ya debe estar a punto de llegar. Me rogó.

-Dime una cosa antes. Dije.

-¿Qué?.

-¿Te gustaría que te follara ahora mismo?.

-Ya sabes que si. Pero si no se me queda irritado después de esto, esta noche lo podrás hacer.

Una caricia en su raja húmeda a modo de despedida y la abandoné camino de mi sillón. Antes de dar un sorbo a la limonada, mi falange fue succionada por mi lengua en un alarde de deseo.

Unos minutos más y Alonso irrumpió en la sala visiblemente alterado. Se miró el reloj y se acercó al cuerpo de mi mujer.

-¿Ocurre algo?. Pregunté extrañado ante la actitud de nerviosismo que mostraba Alonso.

-No, no, nada de que preocuparse amigo. Hoy sin nadie que nos visite, y el lunes tenemos exceso de masajes. ¡Yo no puedo con todo!. Exclamó haciéndonos partícipes de lo que le inquietaba.

-¿También dan masajes? Pregunté sin más interés que continuar con la conversación.

-Yo no. Yo sólo doy masajes hidratantes. Pero tenemos un masajista, y no estoy yo muy seguro que el lunes acuda a trabajar. Nos vámos a meter en un problema. Habrá que anular citas…..¿Pero para qué le cuento esto amigo?. Son sólo problemas internos.

-Ya. Dije escuetamente a la vez que pensaba que tenía toda la razón. ¿Qué coño me importaban a mí los problemas que él tuviera?.

Alonso se acercó a mi mujer y la ayudó a darse la vuelta. Ella se mantuvo con sus piernas juntas. Una vez instalada sobre la camilla en la nueva posición, Alonso se acercó a su cabeza.

-La quitaré esto-Dijo refiriéndose al antifaz-, estará más cómoda. Sólo sirve para proteger sus ojos. Ahora, que ya está boca abajo, no lo necesitará.

Abandonó el antifaz sobre un lado de la camilla, a la altura de la cabeza de mi mujer, y se afanó en extraer unas piezas extensibles del camastro. Parecía que la camilla había desplegado sus alas. Su fin no era otro que facilitar el descanso de los brazos de mi mujer.

-Apoye los brazos aquí-Dijo a la vez que tomaba entre sus manos uno de los miembros y lo situaba encima del ala derecha-, estará más relajada. Y ahora este otro. Dijo repitiendo la operación con el izquierdo.

Ella permanecía con sus piernas juntas. Apenas se vislumbraba algo de negrura entre sus glúteos.

-Bien. Les dejaré. Sólo serán treinta minutos más. Mientras iré a ver si sómos capaces de solucionar nuestros problemas. Los suyos-Dijo a la vez que daba una palmada en el glúteo derecho de mi mujer-, se solucionarán en apenas hora y media. ¡Ójala todo fuera tan sencillo!.

Esa fue su última frase antes de perderse en el exterior de aquella sala. El pequeño cachete que dio en el culo de mi mujer aún retumbaba en mi mente. Ella lo había acogido con naturalidad.

-¿Has visto?, me ha dado una palmada en el culo. Me dijo ella..

-Lo he visto. Ha sido un gesto instintivo. ¿Te ha molestado?

-No. Pero es raro tener esos deslices con sus clientes.

-No tiene importancia. Ya te digo que yo interpreto que ha sido instintivamente.

-¡Joder, otra media hora aquí!....esto es cansado y aburrido. Me dijo ella.

-¿Cansado?-Pregunté ante semejante estupidez-, ¿Tumbada te cansas?.

-No quiero decir eso, quiero decir que es aburrido y cansado, sí, porque no me puedo mover en media hora. ¿Vas a fumar?

-Si. ¿Por qué?

-Dame una calada del cigarro. No me atrevo a fumarme uno, no sea que vaya a llegar y me pille fumando. Creerá que soy una viciosa.

-Lo eres. Dije a la vez que me acercaba a ella con el cigarro encendido en mis manos.

Aspiró una bocanada y soltó el humo lentamente. Mi pantalón delató mi excitación. Mi pene tensó la tela abriéndose paso hasta estirar su deseo. Ella lo vio.

-¡Joder cómo te pones!.

-Estoy excitado. No lo puedo controlar.

-¿Te excita esta situación, no es verdad?

-Puedes apostar que si. Dije a la vez que ofrecía el cigarrillo a sus labios.

-Dime la verdad. Pero la verdad. ¿Qué te excita más, verme desnuda o que me vea ese tipo así?

-Las dos cosas cariño. Las dos por igual.

-¿Y por qué te excita que ese tipo me vea desnuda?

-Porque eres mía. Nadie más tendrá derechos sobre tu cuerpo. Me pertenece. Y me excita ver que no soy el único que lo puede ver. ¿Comprendes?, he guardado este cuerpo desde que tenía 28 años, y ahora, diez años después, dejo que otro hombre lo vea….

-Y lo toque. Añadió ella causando más tensión a mi pene.

-…..eh, si…claro.

-¿Y eso te gusta, no es así?

-Supongo-Dije-, al menos es morboso.

En ese instante inicié una aventura. Mientras ella se relajaba con la conversación, yo me excitaba más. Mi mano izquierda se adentro entre sus muslos como lo hiciera cuando ella estaba boca arriba. Mi dedo corazón resbaló por su raja y pude apreciar que estaba mojada. Aquella conversación que manteníamos la excitaba. Y mi dedo también. Con mi mano izquierda hundida entre sus piernas, mis dedos se fueron introduciendo en aquél clamor de fuego. Mi dedo corazón barrenaba en toda su longitud, mientras mi dedo pulgar presionaba el ano de mi mujer. Sus gemidos comenzaron a dejarse oír.

-Te follaría ahora mísmo-Dije al borde del infarto. Aquella situación me cegaba.

-Y yo te dejaría. Contestó ella con voz apenas audible.

-¡Oh joder!., esta noche te voy a lamer entera. Te la meteré por el culo. Llamaré a los vecinos para que todos, uno a uno, te follen de todas las formas posibles. Dije víctima de mi excitación.

-Y yo abriré mis piernas y les ofreceré mi coño para que calmen sus pollas uno a uno….

-Y mientras te llamaré puta, y me la chuparás mientras sientes los pollazos de esos hombres

-Siiiii…y te correrás en mi boca hasta ahogarme con tu semen.

Era un juego. Un juego de excitación mutua. Cuando follábamos, esas frases, ya lapidarias, eran muy frecuentes mientras la penetraba. Eso la excitaba. Y a mi me gustaba ver su cara de perra pidiendo mi polla. Insultándome.

Todo se derrumbó cuando la puerta se abrió de nuevo. Los dos cuerpos se miraron sorprendidos. Anita y Alonso nos habían pillado. Retiré mi mano de entre sus piernas y mi mujer levantó ligeramente su cabeza para observar a las dos figuras allí quietas. Se hundió de nuevo con los ojos cerrados. Yo me retiré distraídamente hasta mi sillón.

-Bien-Dijo Alonso más serio de lo normal-, ahora procederemos a la depilación, pero antes, y mientras Anita prepara los utensilios, daremos un masaje hidratante a su cuerpo. Incorpórese y dése la vuelta por favor.

Mi mujer se apoyó en sus manos y a la vez que se encogía se giró y se dio la vuelta tal como había ordenado Alonso.

-Túmbese. Volvió a ordenar.

Tumbada boca arriba, vi como cerraba los ojos y giraba sus manos para apoyar las palmas en los laterales de la camilla. Otra vez quedó expuesta. Pero ahora mi excitación se había diluido tal vez por la presencia de Anita, que se afanaba en preparar, de espaldas a nosotros, los utensilios que habría de utilizar Alonso para dejar el coño de mi mujer como el culo de un bebé.

Anita se giró y vi como portaba en sus manos un bote de plástico de reducido tamaño. Se lo entregó a Alonso. Traté de inspeccionar entre los dos cuerpos pero no conseguía vislumbrar más que alguna parte de la carne del cuerpo de mi mujer. No me atrevía a moverme de aquél sillón dónde me había ubicado. Aún duraban en mi mente los efectos de la sorpresa que me llevé al ser descubierto por la pareja con mi mano entre los muslos de mi mujer.

Anita cubría mi ángulo de visión. La maldije en mi interior. Y más la maldije cuando detecté los movimientos del cuerpo de Alonso. Me recordaban a una mujer que lava su ropa sobre un lavadero de esos de madera que hace años hacían las veces de lavadoras de pobres. ¡Bingo!, Anita se retiró a la misma mesa en la que había estado preparando los utensilios. La imágen de Alonso y el cuerpo de mi mujer, me llegó nítida. Sus manos resbalaban por el cuerpo de ella con total desparpajo. Observé con desazón como los pechos de mi mujer eran masajeados por esas manos. Me violentó ver sus dedos patinando por su vientre. Me aterrorizó ver sus manos merodeando su coño. Pero me excité.

-Ahora dése la vuelta por favor. Dijo a la vez que Anita nos dejaba a los tres sólos.

Mi mujer se volteó y quedó boca abajo nuevamente. Callaba. Ni un solo ruido en aquella sala, interrumpía mis pensamientos. Nada me distraía. Al haberse evaporado Anita, la visión era clara. Perfecta. Un chorro de líquido fue recogido en las manos de Alonso y con premura, la espalda de mi mujer fue acariciada. Su nuca, su espalda otra vez, sus glúteos…..moría al ver aquello. Era la primera vez que alguien tocaba el cuerpo de mi mujer. Era la primera vez que veía algo semejante. Era la primera vez que no lo imaginaba cuando me masturbaba tras la mampara de la bañera. Mi pene me recordó que él también estaba allí. Y se envalentonó más cuando Alonso surcó con sus dedos la hendidura de sus glúteos llegando a acariciar el ano de mi mujer. El infierno se instaló en mí cuando sus manos abrieron sus piernas y traspasó el interior de sus muslos llegando allí, al lugar dónde nadie jamás había osado tocar. Excepto yo.

Aquello duró aproximadamente diez minutos. Diez interminables minutos, dónde entre otras cosas, mi semen manchó mi slip.

Alonso se alejó del cuerpo de mi mujer. Pude ver como brillaba debajo de aquella luz azulada. Permaneció con sus piernas abiertas, separadas, como si esperara de nuevo esas manos. Pero Alonso nos dejó.

-Hemos terminado. Dejaremos diez minutos para que su cuerpo absorba el aceite y empezaremos con la depilación. Vuelvo en diez minutos.

Salió por la puerta y mi mujer ni se inmutó. Yo tampoco. Traté de ponerme en pie y acercarme a ella, pero mis piernas no obedecían mis deseos. A duras penas conseguí elevarme y arrastrarme a su lado.

-¿Estás bien? Pregunté.

-Me ha tocado el coño. Dijo.

-Lo se. Lo he visto.

-Me ha tocado la raja. Me ha abierto los labios y…..

-Lo imagino. Dije sin saber qué decir.

-…..y…!Oh dios mío!...el ano, el coño….¿Te das cuenta?.

-Supongo que es inevitable querida. Ahora volverá a tocarte. Ha de depilarte. Y quiero imaginar que te quitará esos pequeños vellos de alrededor del ano. ¡Da igual!. Dije con cierta amargura.

-¡No lo quiero ver por Dios!. Ni quiero que tú veas lo que hace. No quiero que esas imágenes te persigan y te causen dolor.

-Quiero verlo. Necesito estar aquí. A tu lado.

-No debimos venir. Yo lo hubiera hecho en casa como en otras ocasiones. Y nos hubiéramos ahorrado 150 euros. Me muero de vergüenza. Pero supongo que ya no puedo levantarme de aquí e irme a casa. Tengo 36 años y se supone que debo ser madura. Pero esto me puede. Me vence. Desde que nos casamos, hace diez años, sólo me he mostrado desnuda ante ti y ante el ginecólogo, y hasta él tenía la decencia profesional de cubrirme con una pequeña sábana. Y mira, aquí estoy desnuda….

-No lo pienses más. Comprendo lo que me dices pero no hay vuelta. Si yo me someto a una vasectomía, habré de enseñar mis huevos a quien me opere. Habrán de hacerme dos incisiones, para cauterizar….

-Lo sé. Pero es la primera vez que me veo en manos extrañas. Me muero de vergüenza.

-¿Pero por qué?, ¿Por qué lo estoy viendo o porque te están tocando?

-Por ambas cosas.

-¿Estás excitada? Pregunté con temor.

El silencio se hizo en la sala. Esperé su respuesta con impaciencia. Sabía que había una respuesta a mi pregunta. Sabía que me la iba a dar. Pero tardaba. Tardaba demasiado para mis nervios. Al fin oí su voz susurrar.

-Si.

-¿Estás excitada? Pregunté de nuevo simulando una extrañeza que no sentía.

-Si. Otra vez lacónicamente arrastró el "sí".

-¿Y cómo es eso? Pregunté con interés de ahondar en mi interrogatorio.

-No soy de piedra. Me ha estado tocando ahí.

-¿Y eso te ha dado placer?

-Al principio no, pero luego…..un poco.

-¿Un poco?, ¿Sólo un poco?

-Si. Supongo que sí.

-¿Supones?. Pregunté notando las palpitaciones escandalosas de mi corazón.

-¿Qué quieres oír?. Me preguntó ella sabiendo mis pensamientos.

-La verdad. Dije como un ventrílocuo.

-Si. He notado placer.

-¿Mucho placer?

-Si.

-¿Te hubiera gustado que te hubiera tocado más?

-Tal vez.

-¿Lo deseabas?

-No sé.

-¿Dudas?

-No.

-¿Qué hubiera pasado si él te toca más, si te toca hasta arrancarte algún gemido?

-Me lo hubiera arrancado. Ya te he dicho que no soy de piedra.

-¿Te gustaría que Alonso te hubiera follado si yo no estuviera aquí?

-No. A mí sólo me follas tú.

Esas preguntas nos excitaban. A los dos. Y ambos jugábamos a excitarnos. Alonso entró en la sala. Nuestra conversación se silenció y mis manos se castigaron entrelazando los diez dedos por no haber acariciado aquella grieta gris una vez más.

-Bien, vámos a comenzar con la depilación. Necesito que esté tranquila. Voy a extraer unos brazos de apoyo de la parte inferior de la camilla. Servirán para que apoye sus piernas-Dijo a la vez que comenzaba a sacar unas piezas similares a las que extrajo para que mi mujer colocara sus brazos-, la postura es similar a la que se usa en ginecología. En los partos, ya me entiende. Necesito que esté expuesta. Si se encuentra más relajada, puede ponerse el antifaz. Es más recomendable.

Nadie dijo nada. Alonso siguió actuando mecánicamente como lo habría hecho cientos de veces. Con sumo cuidado elevó la pierna izquierda de mi mujer hasta situarla encima del estribo siniestro. Luego repitió la operación con su pierna derecha. Su coño quedó expuesto. Negro. Abierto. Ella mísma se puso el antifaz. No deseaba ver nada. Mi mano acarició mi frente en un ir y venir frenético. El corazón presumiblemente dejaría de latir en unos minutos. Todo acabaría allí mísmo. Y Alonso podría dar el placer que demandaba aquella mujer sin temor a la intromisión de su difunto marido ya cadáver.

Aquellas manos eran expertas. Se movían con celeridad. Apenas divisé nada. La pierna de mi mujer se interponía entre las manos de Alonso y mi vista. Mi mujer mantenía sus labios cerrados. Apretados. Aquellos 36 años estaban sufriendo las segundas manos expertas que trajinaban en su coño. Si bien el ginecólogo era asumible y no acarreaba deseo alguno en su mente ni en su cuerpo, estas manos infligían un castigo superior dentro de sus deseos.

La oí gemir. No soy sordo. Era un gemido. Un "Ufffffff" doloroso. Me fijé en sus pezones. Duros y respingones, se mostraban altaneros. Traté de ver la cara de Alonso. Me pareció desencajada. Un suspiro de alivio me avisó que ya había terminado de "talar" su coño y su ano. La abandonó con sus piernas abiertas. Destrozada en sus deseos más íntimos.

Nos quedaba apenas media hora para que se cumplieran las dos horas presupuestadas en principio. Eso era lo que nos había dicho Anita. Dos horas. En ese tiempo harían el tratamiento. Pero el tratamiento ya estaba finalizado, al menos en su grueso.

-Hemos terminado-Dijo Alonso a la vez que se giraba y me descubría el bulto de su pantalón-, ahora aplicaremos un refrescante y habremos terminado. Ha sido rápido. Ha colaborado usted muy bien. Ni se ha movido. Algunas personas, mujeres claro, no vean los problemas que me dan. Pero usted se ha portado de maravilla. Ha sido silenciosa y licenciada.

¿Silenciosa y licenciada?, ¿Qué quería decir Alonso? Mi mente ya empezaba a confundir los hechos. Silenciosa había sido, si. Al menos, sólo escuché un ligero gemido que yo interpreté era de placer. No podía ser otra cosa. ¿Licenciada?.... ¿A qué se refería Alonso?, ¿Tal vez mi mujer se tomó la licencia de dejarle hurgar más allá de su trabajo? Eso era. Lo tenía claro. Mi enajenación se apoderaba de mí segundo a segundo. Traté de ordenar mi mente. Identificar cada momento. Fijar el instante en el que Alonso se había propasado. Todo se interrumpió. Ni siquiera escuché cuando Alonso decía que iba a aplicar un gel refrescante en el coño de mi mujer. La miré con atención cuando su gemido me sacó de mis pensamientos alevosamente. Allí estaba ella. Tumbada en aquella camilla. Con su desnudez impoluta. Con sus piernas abiertas. Con su coño acariciado por la mano de Alonso. Me acerqué a ellos. En silencio. Sin consciencia. Sin saber lo que hacía.

Cuando estuve al lado del despistado Alonso, mi mente recobró la lucidez por unos instantes. Los justos para ver el dedo de Alonso penetrando en el interior de la vagina de mi mujer. Un golpe sordo en mi pecho me avisaba de que algo no iba todo lo bien que yo hubiera querido. La enajenación llegó hasta mi mente sin hacer ruido. Sin violencia. Con su aroma embaucador y opresor. El movimiento del cuerpo de mi mujer me desvelaba, si no lo estaba ya, el placer que estaba sintiendo con las acometidas del dedo violador. Alonso levantó su vista hacia mí. Fijamos nuestras miradas. Noté el miedo en su rostro. Le había descubierto.

Lo agarré por el brazo con fuerza. Pude hacerle daño. Mis demonios me dominaban. Los diez años de casados acudían a mí reclamando cobrarse las facturas que había dejado de pagar en muchas ocasiones. Facturas y más facturas. Empecé extendiendo una cuando no quise que tomara el sol en top lees, otra cuando no permitía que se pusiera aquellos vestidos cortos que enseñaban algo mas que lo permitido para mí, pero que eran de uso común en otras mujeres con peor ornamenta. Y así, hasta mil. Facturas y más facturas. Nunca había pagado ninguna. Y ahora, en aquella sala, debía dar un paso al frente y pagar. Pagar por todo.

Mientras lo sujetaba firmemente por el brazo con mi mano izquierda, y con mi mano libre subía hasta mi boca, y allí, con el dedo índice extendido, atravesaba mis labios en señal del requerimiento del silencio que esperaba de él, hablé sin reconocer mi voz.

-¿Puedo probar yo, Alonso?

-Desde luego-Dijo con la boca seca-, me haría un favor. Mientras iré a ver si Anita ha preparado su factura. Ya estámos terminando.

Trató de zafarse de mi mano, pero no lo consiguió. Mil demonios me daban fuerzas para retenerlo a mi lado. ¡Qué digo mil, diez mil! Me miró extrañado. Alucinado. Tembloroso. Volví a hacer el gesto con mi dedo y requerí silencio. Mi enajenación tomó el mando.

-Ya se ha marchado. Dije a la vez que le miraba para ver su reacción.

-¡Oooohhhhh! Suspiró mi mujer.

-¿Sientes placer? Pregunté.

Su silencio fue largo. Hizo ademán de despojarse del antifaz pero se lo prohibí.

-¡Noooo!, no te lo quites. Se ha marchado a ver si estaba lista la factura. Mientras, déjame que juegue a ser "tu depilador". Cuando salía me ha dicho que aún nos quedaba media hora. Que te relajaras.

-Yo no he escuchado nada de eso. Dijo ella.

-Lo ha dicho. Te habrá pasado desapercibido. Mentí creyéndome mi propia mentira. Era el mejor sistema. Mi enajenación me ordenaba y yo obedecía.

Mi mano se pegó a su raja y acaricié con suavidad ante la mirada de Alonso que asistía desencajado ante mi actuación. Mi dedo profundizó dentro del coño de mi mujer. Su gemido fue instantáneo. Y mi pregunta también.

-¿Te gusta?

-¡Ohhhhh dios mío!....!claro que me gusta!...!Joder como estoy!

-¿Quién te ha puesto así?.... ¿Ha sido Alonso?

-¡Si joder!....me ha metido el dedo dentro.

Alonso se desmoronó. Su cara ya no era azulada debido al reflejo de la luz. Mostraba un color pálido, amarillento.

-¿Y te has dejado? Pregunté aún sujetándole por el brazo.

-¡Y yo que sabía!.....pensé que era normal. Pensé que lo había dejado escurrir.

-¿Hubieras querido que te metiera el dedo a conciencia?

-¡Ay, no se!, ¿A qué me haces esas preguntas?....Ufffffff. Se quejaba mientras era penetrada por mi dedo.

-Quiero saber. Sólo deseo saber si te hubiera importado que Alonso te hubiera metido sus dedos. Si te hubiera gustado.

-¡Joder!, en estas condiciones-Hizo una pausa para medir sus palabras, pero sin conseguirlo-, supongo que no hubiera importado.

-¿Hubiera o te hubiera?, que es distínto.

-¡Ay coño, da igual!. Yo he sentido su dedo dentro. Pero puede que hayan sido imaginaciones mías. Dijo mostrando indiferencia.

-¿O deseo? Pregunté a la vez que profundizaba más con mi dedo.

-¿Dónde quieres llegar? Me preguntó con la misma indiferencia.

-Imagina, sólo imagina ¿OK?. Imagina que Alonso te ha masturbado abusando de su posición. Tú mísma me has dicho que estás excitada. Imagina que se ha pasado al restregarte ese gel. Que lo ha hecho adrede-Miré la cara de Alonso, me daba mala espina. Pensé que su corazón iba a estallar de un momento a otro rivalizando con el mío por ser el primero-, y que tú lo has permitido.

-¿Es una aseveración….?

-No. Dímelo tú. ¿Qué hubieras hecho?

-Nada.

-¿Nada?, ¿Le hubieras dejado?

-¡Coño, que más da!, hubiera quedado entre el y yo.

Mi mujer ignoraba que yo había sorprendido a Alonso con medio dedo dentro de su cuerpo. Alonso comenzó a temblar ostensiblemente. Temí lo peor. Decidí sacar el dedo de dentro del coño de mi mujer y centrarme en Alonso. Me acerqué a su oído. Entre susurros le dije algo que supo interpretar. Tal vez le sorprendí, pero era claro que Alonso, en su fuero interno, ya estaba preparado para lo que le pedí.

-¡Quitate el pantalón!, te vas a follar a mi mujer.

Alonso dejó de temblar. Quedó paralizado. Su gesto se tornó cómplice. Con la seguridad de que me había entendido, me centré en ella de nuevo.

-¿Quieres que te folle?

-¿Aquííííííííí?. Me preguntó ella sorprendida.

-Si. Ahora. Estoy empalmado. Serán cinco minutos.

-¿Pero y si viene alguien?, ¿Y si vuelve ese hombre o esa chica?

-Cerraré la puerta. Hay un pestillo. Espera….pero no te quietes el antifaz. Romperías el encanto.

Aflojé el brazo de Alonso. Mi mano se desprendió de su extremidad y con un gesto le indiqué que cumpliera con lo que acababa de decir. Alonso fue servicial. Mi enajenación ordenaba y nosotros tres cumplíamos sus mandatos.

Alonso se acercó a la puerta y corrió el pequeño pasador. Después se acercó a nosotros. Yo me estaba quitando los pantalones y los calzoncillos y mi hercúleo hizo su aparición tremendamente duro. Por gestos indiqué a Alonso lo que esperaba de el.

El pantalón de su "pijama" cayó a sus pies. Sin violencia. Resbalando. Sin mediar palabra. Sólo miradas. Un ridículo calzoncillo cubría el bulto morcillón de su pene y sus testículos. Yo mísmo, ante su impasibilidad, tiré un poco de la prenda. Alonso la bajó y la sacó por sus pies. Un pene de tamaño considerable apareció delante de mí. No estaba tenso. Pero se presuponía escandalosamente grande cuando adquiriera las proporciones adecuadas para una penetración.

-He cerrado con el pestillo. Te voy a follar, pero ni te quietes el antifaz, ni te muevas. ¡Y por Díos! No bajes las piernas de esos estribos.

-¿Y si viene alguien y encuentra la puerta cerrada?, ¿Cómo explicaremos por qué se ha cerrado? Me preguntó mi mujer.

-Diremos que no sabemos nada. Habrán de llamar. Y me tomaré mi tiempo para abrir. Pero no voy a perderme la oportunidad de follarte en este lugar. Se que lo deseas….

-¡Ohhhhh…siiiii!

-….se que estás empapada de deseo.

-¡Sí, joder!

-Sólo falta oírte pedir lo que tanto deseas.

-Quiero tu polla cabrón. ¡Métemela hasta bien adentro! Quiero correrme. Ese hijo de puta me ha puesto muy cachonda con sus tocamientos. Necesito ser folladaaaaaa…..-Dijo alargando la última vocal.

-Te daré una buena polla. Te daré unos buenos empujones. ¡Te haré gritar de placer, zorra!, ¡llorarás de placer!.

-¡Ohhhhh….siiiii!, gemía mientras su mano ya estaba en su recién depilado coño acariciando su clítoris.

Me acerqué por un lateral de la camilla y busqué su boca. Mi beso intercambió nuestras salivas. Estaba desbocada. Necesitada. Imploraba que la follara. Ese beso delator, ese beso que yo conocía bien, me abría las puertas al paraíso de mi enajenación. Los insultos vertidos nos gustaban. Y nos provocaban excitación.

Me retiré de su lado dejándo sus labios empapados con mi saliva. Miré a Alonso. Me fijé en su pene. Había despertado de su letargo. Ligeramente empinado, aún no tenía la dureza necesaria para obsequiarle el coño de mi mujer. Ese mísmo coño que su dueño había depilado con sumo interés. Ese mísmo coño que los dedos de Alonso habían profanado.

-Gira la cabeza y chúpamela. Dije.

Mi mujer giró la cabeza en ambas direcciones esperando encontrarse mi miembro duro para abrazarlo con sus labios.

-Espera. Voy. A tu derecha. Dije a la vez que enviaba a Alonso hacia ese lugar.

El me miraba aturdido. Su mente daba órdenes para acudir a la cita, pero sus piernas, auténticas vigas de acero, no caminaban. Un leve empujón hizo que arrancara y en dos pasos plantara su cuerpo al lado de la cabeza de mi mujer.

Le seguí. Me situé a su lado.

-Ya. Ya estoy aquí. Tóma. Dije a la vez que el miembro de Alonso era sujetado por su mano derecha y las mías se posaban encima de los pechos de ella.

La boca se abrió y engulló parte del miembro semi erecto que se ofrecía. Mis dedos jugaban a endurecer más sus pezones. Imposible. Dos granitos duros se elevaban sobre aquellas lomas. El estado febril de su cuerpo se dejó notar en la felación que impartía ante nuestros ojos. Yo acompañaba sus lametones con algún que otro suspiro. Mi cara debía ser la de un loco a punto de asesinar a alguien. Observé la polla de Alonso. Dura. Henchida. Larga. Gruesa. Un buen regalo para ambos. Para mi mujer una polla de dimensiones extraordinarias y para esa polla un coño depilado que ardía en su interior.

-Te voy a follar. Dije apenas sin voz.

Agarré el brazo de Alonso y lo llevé a los pies de la camilla. Su pene me provocaba. Deseaba ver cómo se hundía dentro de lo que me pertenecía. Deseaba verlo follarse a mi mujer. Mi locura me decía que era mi deseo. Mi mente pedía imágenes que recordar cuando estuviéramos ambos en la cama gozando de nuestros cuerpos. Mi polla pedía expulsar el semen embalsado.

Alonso se situó entre los muslos de mi mujer. Trató de decirme algo en vano. Asentí con la cabeza. Sea lo que fuere. No quería más dilación. Tomó su miembro en la mano. Me miró de nuevo. Seguí asintiendo. Dando permiso para la violación. Dando licencia para el placer.

Mis pulsaciones eran notorias en mis sienes. Aporreaban mi cabeza con un ritmo acelerado. Mis pupilas se dilataban. Mi corazón dejó de latir cuando el glande de Alonso se asomó a la cueva del placer. Sin esperas tensas, sin preámbulos estúpidos, sin marcha atrás, su pene se fue hundiendo dentro del cuerpo de mi mujer.

Sólo cuando estuvo alojado casi al completo y observé como se retraía, un golpe en mi pecho me avisó que aún continuaba en este mundo. No escuchaba nada, no veía nada que registrar en mi mente. Noté un hormigueo en mi polla. Era la misma sensación de tantas noches cuando soñaba que me follaba a alguien sin rostro.

Alonso arremetía su pene. Con sus labios prietos mostraba el interés con que ejercía de follador. Antes lo había hecho de depilador. Observé la escena. El mundo se había parado. Todo se había quedado estático. Todo menos el cuerpo de Alonso y el que sufría sus embestidas. La miré sin sentimientos. Allí estaba ella. Soportando los pollazos de ese hombre que ocupaba mi lugar. Con la boca abierta. Con la cabeza vencida hacia atrás por el borde de la camilla. Con sus pezones erguidos y sus pechos ligeramente vencidos hacia ambos costados. Con sus piernas abiertas apoyadas en aquellos estribos similares a los que se usan en la mesa de exploración del ginecólogo. Con sus dedos clavados en los laterales de la camilla. Con su cuerpo febril. Con su vicio.

El hormigueo acudía lentamente a mi glande. Eran como hormigas dando sus pequeños mordiscos. Mis testículos se tensaron. Mi vello rizado los abrazó. Los espermatozoides, en un número sin determinar, asomaron al exterior para explorar, para dar el aviso al resto del canto a la libertad. En tropel, con ansias, con descaro, manifestando furia, fueron escupidos por el meato uretral durante varios estallidos.

Con mi mano sucia, con mi pene manchado, con mi mente volviendo a recobrar la consciencia perdida, aparté a Alonso del cuerpo de mi mujer. Tomé su lugar. Deseaba aplacar los últimos vestigios de placer dentro de su cuerpo. Escuché una pequeña protesta cuando notó que aquél miembro que ella creía que era el mío la abandonaba. Mi cadera empujaba con fuerza. Mi dedo acariciaba su clítoris a la vez. Mi mano izquierda se había sumergido entre la camilla y su culo y el ano estaba siendo estimulado con el entusiasmo de ambos. El latigazo se acercaba. Su cuerpo me transmitía que ya estaba preparado para sentir la disolución del placer.

Giré mi cabeza para observar a Alonso. Se afanaba en subir aquellos pantalones de tela. No quise pensar. Vi como se acercaba flotando hasta el pestillo y salía por la puerta, ahora si, como alma que lleva el diablo. La puerta emitió un sonido al cerrarse, y el canto al orgasmo, que salió de la garganta de mi mujer, se fundieron en un estruendo que me volvió a la realidad.

Me derrumbé sobre su vientre. Sus manos acariciaban mi cabeza. Sus dedos se enredaban entre mi pelo. Su respiración se fue suavizando. Nuestros cuerpos quedaron inertes. Una de sus manos, no sabría precisar cual, se deshizo del antifaz.

Me incorporé y mi pene abandonó su morada. Mi mujer bajó sus piernas de los estribos. Se sentó en la camilla. Cruzó sus piernas como hacen los indios. Agachó su cabeza y sus cabellos se tiñeron de azul.

Traté de ordenar mi mente mientras recomponía mi vestimenta. La miré mientras trataba de fijar el cinturón de mi pantalón. Un movimiento de sus hombros me hizo sospechar que algo no iba bien. Me acerqué y tomando su barbilla con mi mano izquierda elevé su rostro.

Las lágrimas se desbordaban por sus mejillas. Unas palabras salieron entre sus labios. Una frase que aún me acompaña y me atormenta.

-¿Ha sido Alonso, verdad?

Aquella pregunta aún no la he contestado. Me he sumido en un silencio delator. He perdido.

Salímos de allí sin pagar un sólo euro. Ni siquiera hice ademán de pagar. Ni Anita hizo esfuerzo alguno, factura en mano, por recriminar mi actitud. Ni volvimos a ver a Alonso.

Podría escribir muchos "NI", pero sólo escribiré uno más. Uno que resumirá con claridad mi vida desde entónces.

Ni he vuelto a follar con mi mujer.

Ella……, bueno ella, ella es otra historia. Día a día va sellando mis facturas con una palabra impresa. Pagado.

Yo sigo purgando mi enajenación transitoria. Sigo secuestrado por mis celos. Tres años compartiendo la mísma cama, sintiendo el calor de su cuerpo en la distancia, oliendo su aroma, preguntándome si su pubis estará depilado…..mi posición es débil. Ni siquiera puedo vencer o franquear la muralla que envuelve su cuerpo cada noche….una triste sábana.

Coronelwinston